Relato 6. Emma está en problemas
Relato 6.
EMMA ESTÁ EN PROBLEMAS
—Vamos, Emma, debes ayudarme.
Pongo los ojos en blanco.
—Lo siento, Doc., pero todavía no somos tan cercanos como para hacerte favores.
Apago la cafetera permitiendo que el magistral aroma del café recién preparado inunde la cocina. Mientras me dirijo hacia una de las alacenas para buscar un par de tazas, Aaron me persigue. Tiene un buen rato suplicando, no pareciera que se dará por vencido.
—Ni siquiera sería un favor para mí—me dice cuando ya tengo dos tazas térmicas en mi manos, antes de que cierre la puerta de la alacena—, sería para Jane. Ya sabes que espera una gran fiesta sorpresa por sus 30 años.
Lo miro de reojo mientras sirvo el café en las tazas. Le añado los complementos ideales: dos cucharadas de azúcar y poca leche. El café es mejor cuando está más oscuro.
—Ninguna fiesta es 'sorpresa' si la esperas—revuelvo con una cuchara—. Además, tú dijiste que te encargarías de los preparativos este año porque quieres ganar puntos con ella y no sé qué. Lo siento, pero ya todos tenemos compromisos hoy. Yo tengo que atender a varios clientes en la galería y luego acompañar a Matt a una reunión importante, así que no puedo. Y ya sabes que es la última persona a la que le quiero cancelar algo, ser el presidente de una cadena hotelera no es nada fácil. Mejor cancela tú tus planes.
Aaron suspira.
—No puedo cancelar una cesárea imprevista, Emma. Vamos, no seas así, todo está listo, solo necesito que vayas hoy a recoger todo para la noche. Puedes hacerlo en la tarde.
Estoy por abrir la boca para protestar, pero unos pasos acelerados que se aproximan me detienen. Un Matt agitado, en su faceta de empresario, pero un tanto despeinado, se posa en la entrada de la cocina apoyando una mano sobre la pared para finalmente decir:
—No puedo creer que llegaré tarde.
No sé si deba decirlo, porque seguramente es predecible, pero uno de los temores más grandes de Matthew Sinclair es ser impuntual. Algunos les temen a los reptiles, otros le temen a la oscuridad, otros al brocoli, otros les tememos a los tres, pero Matt teme llegar tarde. Cosas de la vida.
Dirijo mi vista a mi teléfono que está al lado de la cafetera. Como tenemos nuestras agendas sincronizadas, una notificación acaba de saltar en la pantalla indicando la primera reunión de Matt del día: a las 9:00 a.m. con un tal Jefferson. Y son las 7:55 a.m. apenas. Ah... Matt, siempre tan sensualmente exagerado.
—Si con 'tarde' te refieres a que serás el primero en llegar a la oficina, entonces creo que sí llegarás tarde—le dedico una sonrisa de las que solo son para él.
—¿Cómo puedes estar tan segura de que seré el primero en llegar?—replica negando—. Suponiendo que tome diez minutos en tomarme el café, luego otros quince minutos buscando mis cosas, siete punto siete minutos despidiéndome de ti...
Amo cuando me incluye en su agenda. Más si son siete punto siete minutos solo para mí.
—...tres punto cinco minutos subiéndome al auto, veinticuatro minutos dirigiéndome a la oficina, seis minutos entre llegando y subiendo el ascensor—se detiene un momento para hacer cálculos mentales, imagino—. Estaría llegando uno punto dos minutos tarde. ¡Y eso sin incluir los cuatro minutos de imprevistos!
—¿Tienes una calculadora en tu mente o qué?—comenta Aaron, impresionado.
Yo, en cambio, río y paso mis dedos por el cabello de Matt para tirarlo hacia atrás antes que se percate que necesita peinarse también y eso hará que incluya varios minutos más a su cálculo de pendientes.
—En verdad la tiene—respondo, pero vuelvo a enfocarme en Matt—. Qué bueno que te serví el café para llevar—le entrego la taza térmica—, ya empaqué todas tus cosas en el auto—saco las llaves de su auto de mi bolsillo y se las entrego—. Y que hoy no me siento especialmente exigente con las despedidas, así que...—me inclino de puntillas para besar sus labios rápidamente—. Con eso bastará. Lo que quiere decir que te ahorré cuarenta minutos.
Sonríe jovial. Luego rodea mi cintura con un brazo para traerme contra su cuerpo. Su aroma es tan agradable hoy que me preocupa por las villanas que trabajan para él.
—Treinta y dos punto siete minutos, en realidad—corrige elegantemente. Sus pupilas se dilatan, cosa que solo sucede cuando me mira fijamente, tratando de hipnotizarme al parecer—. Cancelemos todo y casémonos hoy, por favor.
Un diminuta risa brota de mi boca. Ya tiene un rato con ese chiste, especialmente últimamente que ha estado tan ocupado y lo ayudo en todo.
No ha sido un camino fácil, para ninguno de los dos. Liderar una empresa multimillonaria involucra que todas tus prioridades estén puestas sobre la empresa multimillonaria. Tu vida personal siempre queda, sin querer, en segundo plano o incluso en ningún plano. Dejas de considerarla en cierto punto.
No está bien, no es lo que nadie debería aspirar en la vida y estoy segura que no era lo que Matt quería porque estaba acostumbrado a que su vida personal siempre fuese su prioridad.
En algún punto estuvo muy devastado. Lo supe, percibí, sentí, aún cuando él ni siquiera me lo dijo. Fue así como viendo que él se quedó sin opciones, yo decidí crearle algunas nuevas opciones.
No sé con exactitud en qué momento sucedió, ni cómo fue que llegué a tener tal refulgente revelación de madurez, solo sé que un día me levanté sabiendo que quería ser su mano derecha. Que quería ayudarle a mantener en pie su vida personal, mientras él se preocupaba por la profesional.
Así que en secreto, porque en el amor no debes alardear de nada de lo que haces por tu pareja, tomé algunas acciones sin decirle: sincronicé nuestras agendas, le pedí que me preparara café algunos días para espiar su técnica, aprenderla y superarla y tomé apuntes de las cosas que eran vitales en su vida (cero deudas, puntualidad, aspecto pulcro, mantener promesas, jamás decepcionar a la familia, consumir café religiosamente entre 8:00 a.m. y 9:00 a.m., tomar fotos de momentos importantes, mantener con carga su portátil, leer aunque sea una página de un libro antes de dormir...) para ayudarle a que se mantuvieran como prioridad. Todo, como si fuera parte de mi propia vida personal, porque de alguna manera la felicidad de Matt lo era.
Si al principio de nuestra historia él me había pedido ser mi manager, con la intención oculta de ayudarme a ser feliz, ahora yo era su manager también. Al fin y al cabo sí terminamos siendo un equipo, como él me dice. Uno imparable.
Sin embargo, aún cuando había unido nuestras vidas personales, no me terminaba de gustar el chiste de "cásate conmigo", así que siempre cambiaba el tema inconscientemente.
Vuelvo a besarlo.
—Que tengas un buen día. Nos vemos en la tarde.
Él asiente, comprendiendo que el chiste de "cásate conmigo" nunca es mi tema favorito para la despedida.
—Algún día me dirás que sí.
Sin dejar de sonreír, me libera del abrazo. Le da una palmada a Aaron en el hombro, se gira y se dirige hacia la salida de la cocina. En mi interior sé que no se va satisfecho con mi evasión, pero luego lo hablaremos. O al menos eso me digo cada vez que sucede la evasión.
—Oye, Matt—intercede Aaron repentinamente antes de que Matt salga de la cocina. Él se detiene en seco.
Noto las intenciones de Aaron y no me gustan.
—Ni te atrevas, Doc. —le digo, antes de cualquier cosa.
—¿Sabes que en la noche tendremos la fiesta 'no tan sorpresa' de Jane?—da un paso hacia adelante. Matt asiente con la cabeza—. Requiero un gran apoyo de Emma para ayudarme con todo, ¿la necesitas en la tarde?
Siento que la sangre me hierve.
—¡Aaron Reed!—exclamo enojada.
Matt nos sonríe.
—Necesito a Emma por el resto de mi vida—dice, a lo que aparto el rostro que se ha sonrojado—. Pero si te refieres a la reunión de la tarde, deberás saber que es con un cliente que es un gran fan de ella y por eso quería llevarla conmigo.
Así es, no es por sonar presumida, pero yo también tengo mis fans.
—¿La estás usando para venderle algo a tu cliente?—pregunta Aaron divertido.
—¡Y es el único que puede usarme!—señalo al doctor con mi dedo índice—. Ríndete ya, Doc., nos estás haciendo perder valiosos minutos del cálculo de pendientes.
Matt se queda en silencio, taciturno ante la necesidad de Aaron, lo cual me ofusca más porque quiere decir que su noble alma está buscando cómo ayudarlo. Por eso es que siempre se aprovechan de él.
—Si es por lo de la fiesta de Jane, supongo que podría ir yo solo a la reunión—matiza Matt. Ugh, no me parece nada increíble, pero sí me pone de mal humor—. Pero no te acostumbres, Reed, de vez en cuando necesito a mi chica.
Me guiña un ojo. Finjo una sonrisa.
Sin más preámbulo, Matt camina en dirección a la salida porque ahora sí va tarde para iniciar con su apretada agenda del día.
—¡Recuerda que debes estar aquí a las ocho sin importar nada de lo que ocurra en la oficina!—le grito al tiempo que lo veo irse.
—¡Claro, amor!—replica gritando también a lo lejos.
—¡Gracias Matt!—le grita el doctor metiéndose en nuestra despedida. Matt no le responde de vuelta, así que Aaron se gira en mi dirección—. Gracias, querida Emma, no te arrepentirás. Tengo que ir a mi cirugía. Nos vemos en la noche.
Pataleo en mi interior mientras observo a Aaron huir de la cocina. Aun así, como se trata de Jane, termino por decirme a mí misma que vale la pena dejar a un lado mis compromisos.
Suspirando, agarro mi teléfono. Marco el número de Jane. Ella responde animada, pero en voz baja. Debe ser que está en una reunión.
—Feliz cumpleaños—le digo—. Hoy te quiero fuera de casa todo el día. Cuando vengas debes parecer sorprendida, aunque todos sabemos que sabes lo que en realidad no deberías saber.
Demora en responder.
—¿Saber lo que no sé que... qué?
—Tu novio te preparó la fiesta sorpresa que tanto quieres y le voy a ayudar.
Grita emocionada antes que cierre el teléfono.
Le hice el día. Lo sé.
xxxxx
Lamentablemente a mí nadie me hizo el día como a Jane.
Mi día estuvo lleno de problemas.
El primero fue que pensé que iba a poder atender a mis clientes en la mañana, pero resulta que los pendientes de Aaron de la fiesta eran más del sueño que me vendió. Por eso es que los hombres (excepto Edward, que es lo mejor que tiene esta vida) no deben planificar fiestas de cumpleaños.
Así que tuve que cancelar prácticamente todas mis reuniones del día, llegar a casa corriendo y con la ayuda del mejor mayordomo del mundo, terminar de preparar todo.
Alrededor de las siete y media de la noche (media hora antes de empezar la fiesta), cuando la mayoría de los invitados habían llegado, Aaron se apareció disculpándose y terminó de ayudarme con lo que faltaba. Es así como quedó siendo el doctor perfecto que trajo a una vida hoy al mundo y el hombre perfecto que cumplió con los deseos de su novia. Que me den ya el premio por otorgar méritos a otros, gracias.
Y mientras me encontraba en la cocina, buscando más bocadillos para llevar al salón de reuniones, sucedió el segundo problema del día, pero me atrevo a decir que el más minúsculo de todos:
—Tómala un segundo—me interrumpió Isabella con Gabrielle en brazos. Alcé una ceja—. Vamos, querida, tómala solo un segundo.
Obedecí, tomé a Gabrielle en mis brazos. Ella me sonrió y yo le tuve que sonreír también, porque esa bebé con sus preciosos ojos azules, su piel tersa, y su alma tan angelical, puede con toda la maldad del universo, incluyendo la mía.
—Ahora mírame, vamos, Emma, mírame—me dijo Isabella, a lo que la observé—. ¿Me veo muy gorda con este vestido?
Oh no, problemas existenciales post-parto.
—No—mentí.
Gabrielle rió, como si hubiese entendido.
—Vamos, Emma, sé honesta.
Conste que usó la palabra clave.
—Tienes a una bebé de un año y medio, Isabella, por supuesto que te ves gorda.
Gimió y con el ceño fruncido, me quitó a Gabrielle de los brazos.
—No eres digna de cargar a mi preciosa bebé.
Entonces su móvil comenzó a sonar como loco haciendo la introducción al tercer problema del día. Intenté ignorarlo, mientras terminaba de ubicar los bocadillos en la bandeja.
—¡Hola esposito!
Ah sí, Isabella le dice 'esposito' a Joseph porque cree que suena lindo. Yo creo que suena ridículo, pero bueno.
—¡¿Cómo pasó eso?!—exclamó Isabella de pronto—. ¡No, no, querido, ya voy a socorrerte! ¡Quédate ahí dónde estás! ¡Ya voy para allá!
Tuve que comerme un bocadillo antes que Isabella la soltara. Porque sabía que de alguna forma u otra lo que dijera me afectaría.
—Cielo Santo...—dijo guardando el teléfono—. Joseph fue detenido por unos policías cuando venía en camino a casa, aparentemente se le venció la licencia de conducir y no se había dado cuenta. Debo ir a socorrerlo cuanto antes.
Tragué otro bocadillo. Ella siguió hablando.
—Pero la bebé...
Otro bocadillo. Más grande esta vez.
—No puedo llevar a la bebé conmigo, Aaron me dijo que no la podemos serenar todavía.
Dos bocadillos.
—¡¿Qué voy a hacer?!
Otros dos bocadillos.
—Si tan solo tuviese alguien con quien dejarla...
Tragué y suspiré. Considerando los sucesos previos, me iba a arrepentir tanto de lo que diría a continuación.
—Dámela—extendí mis brazos hacia ella—. Yo la cuido mientras vas, pero ve rápido porque ya he fallado antes como niñera.
—¿Estás segura?—Isabella apretó a Gabrielle contra su cuerpo.
Grandiosa honestidad, ven a mí.
—Claro que no—repliqué.
Isabella sonrió.
—Gracias, querida, volveré lo más pronto que pueda, lo prometo—me la entregó en brazos—. Recuerda no agitarla mucho porque su estómago está muy sensible, no la saques porque la noche está muy fría y en caso que no vuelva a tiempo, a las nueve y media le toca la vitamina para incrementarle las defensas. Es la del frasco naranja, la que Matt confundió el otro día con las vitaminas de Vincent.
Asentí recordando ese día: Matt le dio a nuestro perro las vitaminas de la bebé. Por suerte no fue al revés.
—Oh, y hagas lo que hagas, no permitas que nadie derrame nada sobre la nueva mesa de diseñador que compré para la sala de reuniones, ¿de acuerdo? Fue muy cara y Joseph no quería comprarla. Pero lo convencí que era una excelente decoración y pues... cuídala, ¿sí?
Por mí que le regaran encima lo que sea, odiaba con toda mi alma esa mesa. No sabía cómo podía ser llamada "de diseñador", si era un pinche trozo de madera deforme a la que no podía ponerle ni un vaso encima sin que se cayera. Pero bueno continuemos con la historia.
Isabella besó la frente de la bebé.
—Volveré en cuanto pueda, hija, voy a rescatar a papá. Te quiero mucho, sé buena con la tía Emma.
Y así desapareció por la puerta.
Exhalando el aire, sostuve a Gabrielle con más fuerza y en otra mano, la bandeja de bocadillos para correr al salón de reuniones. En medio de eso, mi teléfono móvil empezó a vibrar por una llamada entrante.
Así se presentó el cuarto problema del día.
—Demonios—maldije, busqué un lugar donde colocar la bandeja. En medio del bullicio, respondí la llamada—. ¿Hola?
—¡Mi amor, mi amor, eres tú!
Quité el móvil de mi oreja para ver la pantalla. Matthew Sinclair, foto de chico sensual con novia no tan sensual, pero su voz me sonaba diferente.
—¿Matt?—me atreví a preguntar.
—¡Mi amor, eres... eres tú! ¡No me... no me puedo equivocar, es tu preciosa voz!
¿Por qué le costaba tanto hablar y por qué cuando lo lograba sonaba tan divertido? Me preocupé de inmediato.
—Amor, ¿dónde estás?—intenté sonar dulce.
Hubo un silencio.
—Mira atrás tuyo.
Un poco aterrada, porque no estaba segura si ese era mi Matt hablándome, me giré lentamente y tragué. Ahí parado, a pocos centímetros de mí, se mantenía el chico que me volvía loca, con su arma mortal en el rostro y el teléfono en su oído izquierdo. Sin embargo, algo no estaba bien con él. No se veía para nada cuerdo.
—¿Matt?
Asintió con la cabeza e imprevistamente, me agarró del brazo que sostenía el teléfono para arrastrarme hacia él, sin importar que del otro lado tuviese a su sobrina.
Mi teléfono cayó al suelo, pero Matt mantuvo sus ojos fijos en mí. Así, luego de dedicarse a contemplarme durante unos minutos, terminó con la poca cercanía que había entre nosotros para besarme con tanta pasión que pudo haber sido uno de esos besos de película donde el chico besa a la chica que tiene una hermosa bebé en sus brazos, de no ser porque...
—¡Maldita sea, Matt, apestas a vodka!—me separé de un tirón y él soltó una carcajada—. ¿Por qué hueles así? ¿Estuviste bebiendo? ¿Estás ebrio? ¡Aléjate de tu sobrina que la vas a contaminar con ese olor!
Sus mejillas tomaron un color anaranjado, pero no por causas naturales.
—Ebrio...—replicó—. Estar ebrio o no estar ebrio, he ahí el gran dilema.
Oh no.
—¡Matt, ese no es tu tipo de filosofía!—regañé asustada, pero caí en cuenta del grave problema que tenía enfrente—. Oh por Dios, estás borracho. ¡Estás borracho! ¿Por qué bebiste? ¡Tú nunca bebes!
—Mmm... te lo pondré de esta manera...—hizo una pausa—. No mejor de otra manera porque esa no me gusta. Sí, sí, de esa manera es terrible.
Apreté los labios. Juro que hacía mi mejor esfuerzo para no reír.
—No mejor lo suelto y ya—su sonrisa creció—. Así está la cosa, esta mañana yo te quise amar y tú me rechazaste.
Bueno, eso si no me lo esperaba. Gabrielle hizo un ademán por ir a donde Matt, pero la traje hacia mí.
—Ni se te ocurra niña linda, tu tío apesta a vodka, se te impregna ese olor y tus padres me matan—regresé mi vista hacia Matt—. ¿Cómo que te rechacé? Pero si esta mañana te preparé café.
—Luego de eso.
—Luego empaqué tus cosas en el auto.
—Luego de eso.
—Luego te seguí en los cálculos mentales.
—¡Muy luego de eso!
No sabía ni de qué demonios estaba hablando. Pero cuando quise seguir indagando, escuché unas risas cercanas y al divisar todo el salón en busca de ellas, me encontré con Jane estallando en una carcajada con una copa en su mano y a su lado, el doctor que se quedó con mis méritos.
—No puede ser—dije, comprendiendo lo que sucedía.
Agarré a Matt del brazo para que me acompañara mientras llegaba hasta Jane. Ella se terminó su copa de un tirón y me observó acercarme.
—¡Janine Sinclair!—grité sin importar quien me pudiese escuchar—. ¡Tú le hiciste esto a tu pobre e indefenso hermano!
Jane rió más fuerte. Ella y su novio apestaban a licor también. ¡Pero si apenas iban a ser las nueve de la noche! ¡Qué familia de borrachos la nuestra!
—Sucede lo siguiente, querida Emma—recitó Jane—. Tres años atrás... en la fiesta de cumpleaños del pequeño Matty...
Matt la apuntó con un dedo.
—¡No me llames así jamás!
—¡Silencio, ésta es mi historia!—exclamó Jane. ¿Y ella cumplió 30 años hoy? ¿Dónde queda la madurez en este mundo?—. Como iba diciendo, en la fiesta de cumpleaños, al pequeño Matty se le ocurrió la brillante idea de emborrachar a la grandiosa Jane y ella cayó en la trampa.
—Pobre grandiosa Jane—le complementó Aaron, seguramente más ebrio que ella.
—Así que hoy es la venganza de la grandiosa Jane—intentó reír malévolamente, pero claramente no había visto suficientes películas de villanos—. Y todo fue más fácil porque, aparte que el pequeño Matty tiene el aguante al licor como el de una niñita, estaba vulnerable.
—¡¿Me acabas de decir niñita?!—gritó Matt, un poco alejado de nosotros. ¿Cuándo se me escapó?
Lo agarré por el brazo con la mano que tenía libre.
—¡MATT! ¡Quédate aquí a mi lado!—grité. Volví a Jane—. ¿Qué quieres decir con que estaba vulnerable?
Jane bufó.
—Pues tuvo un día difícil entre tantas responsabilidades de... de... ¿tú qué eres en nuestra empresa, pequeño Matty?
Ni siquiera yo puedo con ese sobrenombre. Matt se cruzó de brazos.
—El conserje. Se los he dicho un montón de veces y a un montón de personas.
Tampoco puedo con él ebrio.
—Sus responsabilidades de conserje—le siguió Jane la corriente—, y además que su muy amada novia lo rechazó en la mañana.
Estaba por preguntar cómo rayos ella sabía algo si no estuvo en la mañana con nosotros, cuando Aaron, orgulloso, dijo:
—Yo le conté.
No era por desearle el mal, pero ojalá durante alguna de sus cirugías se le pinchara el dedo con una aguja llena de anestesia y se le durmiera de por vida.
Perdí la paciencia. Porque aun así no entendía de qué estaban hablando.
—¡¿Cuándo lo rechacé?!—exclamé. Matt hizo un ademán por irse de la reunión—. ¡MATT, A MI LADO DIJE!
—Entre más ordenes me das más siento que quiero besarte y luego llevarte a mi habi...—dijo con dificultad.
—SEGUIMOS AQUÍ—lo interrumpió Jane aterrada.
Obviamente Matt no le puso cuidado.
—...porque tú nunca me das ordenes y que lo hagas es tan caliente—soltó una carcajada—. ¡Ah vamos! ¿No entendieron? Ella nunca me da ordenes y...—risa—. EMMA NUNCA.... ¡NUNCAAA!—risa—. ¡ES MUY CALIENTE, MALDICIÓN!—carcajada infinita.
Por nuestro bienestar mental, todos lo ignoramos.
—Oh vamos, Emma, hasta yo lo vi—continuó Aaron con el tema que no tenía nada que ver con las calenturas de mi novio—. Cancelemos todo y casémonos hoy, ¿crees que eso era una broma? ¡Noticias para ti, pintora! Los hombres no bromeamos con eso.
Parpadeé dos veces.
—¿Me acabas de llamar 'pintora'?—sacudí la cabeza—. ¡Noticias para ti, doctorcito! Matt bromea con eso desde que nos conocemos.
Entonces exhalé el poco aire que me quedaba, sintiéndome completamente derrotada. No se suponía que la noche saliera así. No se suponía que el día debía salir así.
—Eso es tan injusto—empecé a recitar—. Se suponía que hoy sería mi día fácil. Hoy atendería a un par de clientes y luego me relajaría en la noche con mi lógico y cuerdo novio. En cambio, quedé organizando una fiesta para otro, otorgándole méritos a otro, sirviendo bocadillos para otro, cuidando a una bebé de otro, ¡y cuidando a tres borrachos! ¡Yo debía estar borracha, no ustedes!
—Tu enojo es muy calien...
—MATT.
—Bien, ya.
El timbre de la mansión sonó. Quería dejárselo a Edward, porque al fin y al cabo era su trabajo, pero lo vi pasar corriendo a la cocina porque ahora algo olía a quemado. Santo Cielo.
—¡Argh!—protesté—. Quédense ahí los tres, voy a atender la puerta y cuando vuelva, quiero que todos estén sobrios. En especial tú, Matthew Sinclair, te necesito cuerdo esta noche.
Vaya, nunca pensé que yo sería la que diría eso.
—Sí, mi hermosa doncella colorida de humor gris como las nubes antes de llover.
Madre mía, el vodka le había hecho perder la facultad para piropearme.
—¿Por qué tú nunca me dices cumplidos así?—fue lo último que escuché que dijo Jane hacia su doctor antes de abandonarlos.
Abracé a la pequeña Sinclair contra mi cuerpo para poder correr a la puerta. Puse mi mejor sonrisa. La abrí. Eran tres personas, que trabajan para los Sinclair seguramente.
Los invité a pasar, pero justo cuando cerré la puerta, el timbre sonó por segunda vez. Frustrada, volví a fingir una sonrisa. Me volteé para abrir.
—¡Bienvenido!—pretendí emoción.
La persona, que estaba de espaldas, se giró y con una sonrisa sin mostrar los dientes, dio paso al quinto problema de la noche. El peor de todos.
Oliver... en mi maldita puerta.
xxxxx
*Siguiente escena: Fans de #Mattemma persiguiendo a Sophia con antorchas*
¡Hola!
Tiempo sin pasar por aquí :)
A todos los que me han contactado por Facebook, Twitter, Instagram, Wattpad, correo, Whatsapp para que actualice: Gracias por su sano stalkeo <3 Aquí estoy, con un nuevo relato que cada vez nos acerca más al posible final. Les prometí 8 relatos, vamos por el 6. Ya veremos qué pasa ;)
Les comento que lo de la licencia de conducir me sucedió a mí una vez, pero nadie me socorrió ;( y lo del novio borracho también, pero no me encontré con mi ex uff...
También les comento que extrañaba dejar los finales de capítulo (o relato, en este caso) en continuación porque no lo hacía desde F.A.C y soy fan de dejar los capítulos en suspenso.
Si te gustó el relato dale a la estrellita, me haces muy feliz y me motivas a seguir.
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Les quiere,
S.
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(Próximo relato: "Relato 7. Oliver quiere decirle algo a Emma")
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