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Capítulo 7: DECISIONES🌪

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—Stella— Mamá entró a mi habitación —¿Por qué no te has vestido? Ya es tarde, vamos a llegar tarde a la iglesia.

—No voy a ir— le dije acostada en mi cama viendo videos en mi celular.

—¿Cómo que no, niña? ¡Ahora mismo te levantas y te cambias!

—No puedes obligarme— respondí con indiferencia.

—¡Stella!— alzó la voz —¡Te levantas y te vistes ahora mismo!

Dejé mi celular a un lado y de mala gana me levanté de la cama. Lo que menos quería era que me castigaran o me regañaran. Eso solo complicaría las cosas en mi vida.

Entré a la ducha y me bañé lo más rápido posible, luego salí envuelta en la toalla para buscar qué me pondría.
Agarré lo primero que encontré en el clóset y en pocos minutos ya estaba lista.

Tomé una mochilita donde metí la Biblia, mi celular y una pluma.
Luego bajé a la sala donde mis padres y mi hermano me esperaban.

Tan pronto llegué, todos se pusieron de pie, salimos y subimos al auto.
Papá comenzó a conducir.

Me senté en el asiento trasero, junto a mi hermano, me recargué en la ventana y suspiré.

—Quita esa cara— dijo mi madre volteando a verme —Si no querías venir, no hubieras venido.

La miré con el ceño fruncido y rodé los ojos.

¿Quién la entiende? Ella fue la que entró a irrumpir en mi habitación y a decirme que me alistara.

Mi celular vibró en el bolsillo de mi chaqueta de mezclilla.

Lo saqué y lo encendí.

Sonreí al ver que tenía un mensaje de Alex.

Alex .
—Hola, bonita. ¿Qué haces?

Comencé a escribir para responderle.

—Voy a la iglesia.

—Ok. Diviértete y luego hablamos. Cuídate.

No respondí, solo apagué el teléfono.

Alex era tan lindo. Y desde que acepté ser su amiga, se estaba comportando más amable y atento conmigo.

—Tal vez todo empiece a mejorar en mi vida— pensé.

Un par de minutos después, ya nos encontrábamos en la iglesia.
Nos bajamos del auto y esperamos a que mi papá terminara de estacionar el auto.

Algunos hermanos que iban llegando nos saludaron. Mis abuelos, que iban llegando, también se acercaron al vernos parados en la entrada.

—Hola a todos— dijo mi abuelo con una sonrisa en su rostro.

—¡Abuelo!— William corrió a abrazarlo; el abuelo se agachó y lo levantó.

—Cada día estás más grande y pesado.

La abuela caminó hacia mamá y la saludó con un beso en la mejilla. Luego fue hacia mí y me abrazó.

—Mi estrellita, ¿te ves triste? ¿Está todo bien?

—Sí, abuela— contesté, aunque no era cierto que todo estuviera bien, pero ella no debía saberlo.

Papá llegó pronto a donde estábamos y saludó a sus padres también.

—Bueno, vayamos adentro— dijo el abuelo —el servicio debe comenzar.

—Aún falta una hora para que comience— dijo William.

Todos rieron, excepto yo. Pero era verdad, aún faltaba una hora para que el culto comenzara. Pero como mi papá era el hijo de los pastores y el líder de la alabanza, tenía que estar antes para orar y ensayar. Y eso que mamá dijo que ya veníamos tarde.

Faltaba mucho tiempo.

Una hora después, el servicio dio inicio.
Mamá pasó a dirigir la adoración mientras mi padre y los demás integrantes del grupo tocaban los instrumentos.

Por más que trataba de concentrarme, no podía; sentía miradas sobre mí, desde siempre las había sentido.

Mamá dice que solo es mi imaginación y que en verdad nadie está viendo o criticando mi apariencia.

¿Por qué yo siento que sí?

La adoración terminó y dio paso a la alabanza. Todos cantaban y danzaban alegremente, pero yo no podía. Había algo que lo impedía, me sentía atada y no era libre.

Salí al baño un momento, entré a uno de los cubículos y suspiré. Solo quería salir y estar sola por unos instantes.

Mientras estaba ahí dentro, pude escuchar que entraron unas chicas.
Me quedé en silencio para que no me escucharan. Abrieron el grifo para lavarse las manos mientras hablaban.

—¿Viste a la hija del hermano Elias?— preguntó una a la otra.

—Sí, es una hipócrita.

—El otro día estaba abrazada a un muchacho en el colegio y hoy está aquí como si nada.

Entonces, ellas habían visto aquel momento cuando Alex me abrazó y lo malinterpretaron.

—Pero si los pastores lo supieran, no creo que seguirían consintiendola tanto.

—Son sus abuelos— le recordó.

—Sí, pero ella actúa como si no fuera cristiana, anda por allá afuera como si nada, abrazando y posiblemente besando a cuanto chico se le ponga enfrente.

—Y eso que es horrible, sus ojos parecen no se...

—Sí, pero ¿quién somos para juzgar?— ambas chicas rieron.

Sentí la ira consumir mi cuerpo.

¿Cómo se atrevían a hablar así de mí?

¿Y de dónde sacan todas esas cosas que ni son ciertas?

Ya estaba cansada de todo lo que escuchaba a los demás decir de mí.
Podía aceptarlo viniendo de personas que no conocían a Dios, pero me dolía que fuera de personas que se decían mis hermanos.

¿Qué clase de cristianos eran?

Sabía que yo era quien menos debía hablar, pues no estaba entregada por completo al evangelio. Pero si así son todos los cristianos, prefiero no ser parte de ellos.

Cuando escuché que ya se habían marchado, salí.

Me paré frente al espejo y me miré.
Inevitablemente, las lágrimas comenzaron a salir.

¿Por qué no nací bonita, sin ningún defecto, como lo son mis ojos?

¿Por qué todos me juzgan?

¿Cuándo será el día que las personas me acepten?

Me limpié las lágrimas y respiré hondo para luego salir y volver adentro de la iglesia.

La alabanza había terminado y mi abuelo se puso de pie para subir al altar y tomar el tiempo para la predicación. Todos parecían muy atentos e interesados mientras mi abuelo hablaba, pero yo no podía escuchar ni prestar atención a lo que decía, mi mente divagaba en infinidad de pensamientos que venían y lo único que deseaba era irme de ese lugar.

Ya no quería estar ahí, ya no quería volver ahí nunca más.

La iglesia debería ser un lugar seguro donde las personas quisieran volver, no un lugar al que nunca más quisieras regresar.

Cuando el culto terminó, volvimos a casa. En todo el trayecto me mantuve en silencio sin decir nada.

Lo único que quería era llegar ya, correr a mi habitación y llorar.

Al llegar a casa, me bajé del auto inmediatamente, abrí la puerta principal y entré, estaba por correr a mi recámara cuando la voz de mi padre me detuvo.

—Stella, ¿todo bien?

Ya había perdido la cuenta de cuántas veces escuchaba esa misma pregunta, todos me preguntaban si estaba bien cuando claramente no lo estaba.

Sonreí irónicamente.

—¿Crees que estoy bien luego de escuchar que los demás hablan mal de mí?

—Aquí estoy para ti, dime qué sucede, quiero ayudarte— me miró con amor y comprensión.

—¿En serio querés ayudarme? Acabá con mi vida, eso me ayudará mucho.

—¿De qué hablas, mi niña?

—Si quisieras ayudarme— un nudo se formó en mi garganta y las lágrimas comenzaron a salir —Si en verdad les importara— miré a mamá que entraba con William de la mano —No me habrían traído a este mundo a sufrir y ser infeliz.

—Te amamos, pequeña— dijo papá con tanta dulzura que por momentos lo creía, pero luego los pensamientos negativos me invadían diciendo que no era verdad —Eres nuestra hija y solo queremos verte feliz, dime qué quieres que haga para que seas feliz.

—Solo quiero dejar de ser rechazada.

—Dios no te rechaza, él te ama...

—Estoy cansada de que me hablen de Dios y de que él puede solucionar todo— hablé desesperada —Él no me ama ni le importo, y no, no creo que él pueda ayudarme, ya no quiero saber nada de Dios y no quiero volver a la iglesia...

Dicho eso, me di la vuelta y subí corriendo las escaleras hasta mi habitación, cerré la puerta y me recosté sobre mi cama mientras lloraba y me lamentaba por todo lo que sucedía en mi vida.

Esa fue mi decisión, no quería estar cerca de Dios.

Ya no.

















N/A

Hola.

Volvi, luego de unos días❤.

Una vez más quiero invitarlos a seguirme en Instagram donde estaré compartiendo contenido acerca de mis libros. Pueden encontrar el Link aquí en el perfil.

Dios los bendiga y nos leemos pronto.

Atte: Paola R.

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