Capítulo 2: AMIGOS
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20 de Agosto
Llegó el día. ¡Tengo mucho miedo! Hoy es el primer día de ir a la preparatoria, un nuevo inicio, o eso dijo mi madre. Yo solo quería quedarme encerrada en mi habitación viendo series en mi celular todo el día, pero no era posible; tenía que estudiar. La ansiedad me consumía al pensar en lo que pasaría en la preparatoria.
—¡Stella, vamos o llegarás tarde! —gritó mi padre desde abajo en la sala.
—¡Ya voy! —le respondí al mismo tiempo que tomaba mi mochila y bajaba corriendo. Al llegar abajo, mamá salió de la cocina y me entregó mi almuerzo.
—Gracias, mamá —le dije.
—De nada, pequeña. Espero que te vaya muy bien en tu primer día de clases —me dio un beso en la mejilla.
Antes de salir de casa, todos juntos oramos para que Dios nos guardara en todo el día. Papá me llevó en el auto al colegio, se despidió de mí y se fue rumbo al trabajo.
Caminé lentamente hasta la entrada con la mirada hacia el suelo. Una extraña sensación de temor se instaló en mí; mi respiración subía y bajaba rápidamente.
Al pasar el portón de entrada, había unos cuantos alumnos reunidos. Cuando caminé por allí, sin querer choqué con una chica.
—¡Oye, fíjate por dónde vas! —exclamó molesta, mirándome detenidamente.
—Lo siento —dije.
Aquella chica, pelirroja, de ojos azules, con un cuerpo de modelo, recorrió con su vista todo mi cuerpo, desde mi cabeza hasta mis pies. Luego comenzó a reír.
—¿Y tú qué eres? ¿Acaso eres un fenómeno? —dijo, refiriéndose a mis ojos.
—Oigan, chicos, miren, ya tenemos a la nueva a quien molestar —llamó la atención de sus amigos y amigas, quienes estaban allí. Todos me rodearon y comenzaron a burlarse de mí. Incluso, una chica jaló de mi cabello y otro me quitó la mochila y la tiró al suelo.
Lo sabía, esto sería peor y apenas comenzaba.
No supe en qué momento lágrimas habían salido de mis ojos y rodaban por mis mejillas.
—¡Dejenla! —escuché que alguien dijo. Era la voz de un chico.
—¿Y tú quién eres para decirnos que debemos hacer? —la pelirroja lo retó, pero al verlo bien detalladamente, sonrió.
—Soy con quien no deberías meterte. Te digo, no te conviene hacerme enojar —respondió el chico.
—¡Bien, como quieras! —La chica chasqueó sus dedos y enseguida se alejó de ahí con sus amigas y amigos detrás.
¿Y esa quién se cree que es? ¿La reina del colegio?
—¿Estás bien? —me preguntó quién me había ayudado.
—Sí —le respondí—. Ya estoy acostumbrada a que se burlen de mí, solo por ser diferente.
—¿Diferente? ¿Por qué? —preguntó.
—¿No has visto? —alcé mi rostro y señalé mis ojos—. Todos piensan que soy un fenómeno.
—Yo no —me miraba fijamente. Ahora que podía mirarlo bien, el chico tenía cabello castaño claro que lo llevaba desordenado, y los ojos más lindos que había visto, de color verde grisáceo.
—¿Por qué no te burlas de mí como todos lo hacen? —le pregunté, pensaba que solo era cuestión de tiempo para que me rechazara.
—No tengo por qué hacerlo —dijo, mostrando una sonrisa—. Tienes los ojos más lindos que he visto en toda mi vida.
—¡Mientes! —dije.
—No, lo digo de verdad.
—¡Pues no te creo! —dije.
—Bueno, supongo que no te haré cambiar de opinión, pero realmente lo digo en serio. No tengo por qué mentirte. No hay nada de malo en ti; tus ojos son hermosos y no tienes por qué avergonzarte de eso.
Habiendo dicho eso, me dedicó una sonrisa y se marchó de ahí.
Me quedé parada observando cómo se iba, sacudí mi cabeza y comencé a caminar buscando mi salón de clases.
—¡Hola! —habló alguien detrás de mí.
Volteé y me encontré con una chica sonriendo, dejando a la vista su perfecta dentadura. Sus cabellos negros rizados caían sobre sus hombros.
—¿Hola? —dije.
—Me llamo Hiraida —me tendió la mano en forma de saludo—. ¿Tú eres...?
—Stella —respondí mirándola extrañada. ¿Qué quería? ¿Por qué me hablaba? ¿Por qué no se burlaba de mí?
—Oh, wow, qué lindo nombre tienes —rió suavemente.
—Amm, gracias —dije.
—¿Qué clase tienes? —preguntó.
—Química —respondí.
—¡Qué coincidencia, yo también! ¿Te importa si vamos juntas? —preguntó animada.
—No, vamos —me limité a responder.
Juntas caminamos hasta el salón de Química. Todo el recorrido lo hicimos en silencio. Entramos al salón y nos sentamos en una de las primeras filas. El escritorio estaba hecho para tres personas. Hiraida se sentó primero hasta la esquina y luego yo, dejando el último asiento vacío.
Todos pasaban y veían el asiento vacío junto a mí. Varios estaban por sentarse, pero al verme y ver mis ojos, me miraban con desprecio y se iban.
De pronto, la misma chica que estaba en la entrada apareció por la puerta y caminó hasta adentro con elegancia. Dos chicas más la seguían.
—Hiraida —llamó a la chica que estaba sentada a mi lado—. ¿Esa es tu nueva amiga?
—Sí, es mi nueva amiga —respondió ella sonriendo.
—¡Qué lindo, ahora son dos perdedoras a quienes molestar! —rió, y las otras chicas también—. ¡Escuchen, prepárense para lo que viene, este será el peor semestre para ustedes!
Habiendo dicho eso, caminaron hasta el fondo.
¿Por qué a Hiraida también la molestaban? No había nada malo en ella; ella era perfecta.
—No le tomes importancia —me dijo Hiraida.
—¿Quién es ella? —pregunté curiosa.
—Ella es Marlene. Estudié con ella en la secundaria. Siempre ha sido así; cree que por molestar a los demás es superior a ellos.
—¿Por qué a ti también te molesta? —pregunté.
—Por ser cristiana —sonrió—. Pero no me importa lo que diga.
¿Hiraida es cristiana? ¡Qué sorpresa! Eso explica por qué ella fue amable conmigo.
—Yo también lo soy —le dije.
—Ya lo sé. Lo supe cuando te vi. Algo dentro de mí me decía que me acercara a ti.
—Perdón por mi actitud al principio. No suelo confiar en las personas demasiado rápido.
—Lo entiendo. Pero ¿por qué te molestaron ellas?
—¿Ya viste mis ojos? —dije como si fuera obvio.
—Sí, son muy hermosos —sonrió—. No había visto a nadie así.
—Pues a ellas no les parece así. Desde que era pequeña, las personas siempre se burlaban de mí y me rechazan por eso.
—Lo siento mucho. Debe haber sido horrible.
—Sí, pero ya... eso hacen todos...
Hiraida iba a decir algo, pero en eso la profesora entró y empezó la clase.
El resto de las clases fue... algo difícil para mí. Nadie más que Hiraida me hablaba. Hiraida había demostrado ser una buena amiga; después de mucho tiempo, al fin tenía una amiga.
Cuando llegué a casa, le conté a mamá cómo había estado mi día y se alegró de que hubiera hecho nuevos amigos. Aunque, en realidad, solo era una amiga, pero ella pensó que el otro chico también era mi amigo cuando le conté que me había defendido.
Estaba tan agradecida con Dios por haberme mandado una amiga, esa amiga que nunca en mi vida había tenido.
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