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CAPÍTULO 4: DESASTRES

Clara

Para cuando dieron las once de la noche, regresé a casa, optando por sumergirme de inmediato en la oscuridad de mi habitación, apreciando lo poco visible de mi techo mientras meditaba y recordaba aquella conversación que tuve con Marco, durante el horario de almuerzo.

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- Tenemos que hablar - demandó y al mismo tiempo ocupó sitio a un lado de mi en la mesa, dejando una soda frente a mí.

- Te escucho, pero sé breve que estoy hambrienta - respondí y procedí a beber de la soda que me había obsequiado.

- La disputa que tuvimos Omar y yo, debes saber que lleva tu nombre.

Soltó de golpe aquella información, tomándome desprevenida y provocando que escupiera el líquido de mi boca.

- ¿Qué dices? - pregunté con voz un poco ahogada por la impresión.

Bien, sé que Marco puede ser algo metiche, pero también que no pelearía con Omar por cualquier tontería. Así que:

- Está teniendo problemas con Amelia, - claro, la noviecita -, no para de estar detrás de ti como un can y...

- ¿Qué? - lo interrumpí y bufé - Le has dicho que soy una puta y que es mejor que se aleje de mí, ¿cierto?

- No, cállate y escúchame ¿quieres? - dijo desesperado y asentí - Le dije que debe parar con lo que ustedes tienen. Se tensó por completo, justo como tú ahora, así que iba directo a ti, pero se lo impedí. Fue cuando perdió por completo su tranquilidad y me gritó que yo no sabía absolutamente nada de ti, que ustedes solo eran amigos y que tu eres diferente, pero que eso solo lo ha podido ver él.

- No encuentro el objetivo de que me digas todo esto.

- Lo verás, déjame terminar - pidió con seriedad.

Claramente no le hice caso y volví a hablar. - Es que quieres hacerle ver que soy de lo peor y...

- Cálmate. En primera, - comenzó a enumerar con sus dedos -, a pesar de que no seamos los mejores amigos, no dije que fueras tal cosa como una puta; en segunda, solo trato de que mi amigo y por consecuencia, tú, dejen de hacer las cosas como hasta ahora; y tercera, he dicho que dejes que termine de hablar, Úrsula.

- De acuerdo - concedí algo aturdida por la forma tan rápida en que habló.

- Omar comenzó a dar mil argumentos para defenderte y a decir que su único objetivo era hacerte sentir bien, incluso de forma absurda sacó a relucir que yo solo estaba celoso porque la chica que me gusta, es decir, su hermana, no me hace caso y que me frustra el saber que él jamás dejará que yo esté con ella.

- Espera... ¿te gusta Alice?

De verdad que Marco sí que es raro, lleva casi media vida a lado de la chica que le gusta y no le ha dicho nada, prefiere vivir con sus sentimientos enjaulados. ¿Qué espera? ¿Qué Alice le lea los putos pensamientos?

- De verdad, ¿eso es lo único que escuchaste de todo lo que dije?

- Bueno, debes aceptar que es algo que no esperaba - medio reí -. Mira, deja de estar tan preocupado con todo esto ¿sí? Omar solo es un amigo para mí, mi mejor amigo. Él ya te lo dijo también.

Maldita mentira que he soltado. Es más que obvio que estoy enamorada de él y que las múltiples veces que nos hemos acostado, me he sentido en la gloria. ¿Me quieren clasificar como una puta? Que lo hagan, pero no me arrepiento de cada vez que he estado con el chico que amo.

- A mi no puedes mentirme, Clara - que diga mi nombre en lugar de ese ridículo apodo que tiene para mí, me hace saber lo serio de este asunto -. Deben parar, o al menos él, dejar lo otro que tiene, ¿qué afán de vivir de quererse a escondidas?

- Oye eso no es...

- Tengo que irme, Clara, no le digas a nadie de esta conversación y piensa en lo que te dije.

- Claro, defiendes a la pobrecita de Amelia, ese es el punto ¿no? - rodé mis ojos totalmente molesta.

- Clarita, todos tenemos cola que nos pisen - terminó por decir y alejarse.

- Maldita sea - dije para mí misma en cuanto se fue.

¿Por qué rayos Omar tiene que defenderme tanto? ¿Por qué no deja a Amelia si...? Pegué la espalda a la silla, perdiéndome en mis pensamientos, hasta que mi cuadrilla de tres me sacó de ahí con risas y un golpe en la mesa, incluido Marco, que actuaba como si jamás hubiéramos tenido esa conversación hace unos minutos.
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"Clarita, todos tenemos cola que nos pisen" fue una de las cosas que se quedó pegada en mi memoria, ¿a qué se refería con eso?
Por otro lado, pienso en Omar, en Amelia... no entiendo por qué él está con ella, comprendo que es linda, con su cuerpo esbelto y ojos azules, y por alguna razón, Omar le atrajo lo suficiente para tener una relación.

No la culpo, él es de esos flacos que te vuelven loca solo por su forma de andar o incluso por su forma de ser, aunque en ocasiones es irritante. Ella, en cambio, es una chiquilla malcriada, aún es virgen, cosa que no me creo, y es de esas que anda con las mismas amigas desde la primaria. Demasiado orgullosa y estirada, si me lo preguntan a mí.

¿Qué si estoy celosa? Claro que sí, pero no por su estética sino porque ella puede llamar a Omar, su novio.

Decidí dejar de torturarme con aquellos pensamientos. Me levanté de la cama y entré al baño para tomar una ducha; luego de quince minutos, me vestí con el pijama que había tomado y salí, sin perder tiempo me cobijé y comencé a caer en un sueño profundo.

...

Gritos. Eso fue el sonido que se coló en mis oídos, traté de ignorarlos, pero estos incrementaron su volumen.

Desperté de golpe y me senté a la orilla de mi cama, tratando de averiguar de dónde provenían. Me dirigí a la ventana que daba a la calle, me asomé y pude distinguir a una pareja discutiendo justo al lado de mi portal.

Se encontraban tan sumergidos en su discusión, que ni parecía importarles ser alumbrados por el foco que iluminaba la calle.
La chica vestía completamente de negro, pero luciendo un par de zapatillas altas, joder, pero tan altas como una de las pirámides de Egipto. El chico, pude distinguir que era de piel oscura y principalmente su gran musculatura era lo que lo hacía lucir. Para mi mala suerte, mi torpeza hizo de las suyas, pues al asomarme de más, casi caigo por la ventana, lo que provocó que un fuerte chillido escapara de mi garganta, alertándolos.

- ¡Auch! - pronuncié, haciendo que ambos voltearan hacia mí.

<< Mierda >>

El primero en voltear fue aquel chico, que madre mía, era realmente atractivo; y después, la chica realizó la misma acción, dejándome apreciar su largo cabello rubio y sus grandes ojos azules iluminados por la luz.

<< Por la madre que parió a esta perra... ¡Es Amelia! >> Y luego dicen que yo soy la fácil. ¡Toma es Marco!

Esperen... "Clarita, todos tenemos cola que nos pisen" Hijo de su madre, lo sabe, lo sabe y por eso no me reclamó, el quiere que Omar deje a Amelia y que...

<< Puto Marco, odio tener que darte crédito. >>

Amelia abrió sus ojos como platos al reconocerme, tomó a su mulato del antebrazo y corriendo se alejó de mi vista.

No tuve más tiempo para procesar lo que había descubierto hace tan solo un par de minutos, pues un estruendo se escuchó por toda
la casa, erizando mi piel por completo, llenándome de rabia y miedo.

<< Otra vez no, por favor. >> Rogué mentalmente.

Bajé las escaleras corriendo y los estruendos se hacían cada vez más fuertes; sabía a la perfección lo que estaba ocurriendo y podía sentir mis ojos arder de tristeza. Tenía meses que esto no sucedía, ¿por qué ahora?

Ingresé a la cocina, viendo como ambos compartían puñetazos y por turnos se azotaban contra las paredes, sin importarles una mierda quien los pudiera ver en ese estado.

<< Parecían unos malditos animales. >>

La rabia se apoderó por completo de mí, quité mi vista de ellos y comencé a destruir todo lo que estuviese a mi alcance, vajillas, cazuelas, vasos, ni un solo articulo quedó libre de mi ataque.

- ¡Paren de una puta vez! - grité llena de cansancio, dolor, angustia, estrés y arrojé la ultima piza que tenía entre mis manos.

De alguna manera, sentir como todo se rompía en mis pies me hacía sentir calma. Y esa misma acción hizo que los golpes entre ellos se detuvieran por completo.

- ¡Estoy cansada de ustedes! ¡Han hecho mierda mi maldita existencia! - tomé otro plato, pero esta vez lo arrojé a una de las paredes cercana a ellos - ¿Por qué carajos lo hacen? ¿Disfrutan de verme sufrir, es eso? ¡No puedo más, ni en mi puta casa puedo dormir tranquila!

Me concentré en ambos, que quedaron estupefactos, pegados a la pared.

- Creí que esta maldita etapa de agredirse como animales, la habían superado, pero es más que claro que no - los vi con dolor, con coraje, con asco. No podía creer que esos fueran mis padres -. Creí que te estarías alejado de nosotras, padre, que irías a cualquier otro lado a joder, pero sigues aquí haciendo mi vida un puto infierno. Y tú, - me dirigí a mi madre -, hace tiempo que debiste denunciarlo, pero prefieres que me vuelva loca junto contigo. ¡Son un par de mierdas, ojalá el maldito alcohol les pase factura! No saben como odio ser su hija - susurré aquello último, tragándome mis lágrimas.

Ninguno decía nada, el espacio quedó en completo silencio; mi madre frotaba con su mano su cuello, tratando de aliviarse el dolor; a mi padre le sangraba la nariz; yo había destrozado la cocina y ni si quiera fueron a socorrerme cuando la sangre empezó a salir de mis pies.

Los vidrios y las porcelanas rotos me habían herido bruscamente las piernas y los pies, pero apenas podía sentir dolor.

<< Mi dolor era más del alma, que físico. >>

Sequé mi frente con la manga del pijama, cuando percibí que mi madre se acercaba a auxiliarme, me apresuré para salir de ahí sin importar que pasaba sobre los restos de vajillas que me seguían lastimando.

Me encerré en mi habitación y recurrí a quien sabía que no me fallaría.

- ¿Clara? - escuché su voz preocupada.

- Sácame de aquí, Alice, ya no puedo más - le pedí ahogada en llanto.

- Voy de inmediato, tranquila, por favor.

- No vengas sola - supliqué antes de colgar.

Aventé mi móvil a mi cama, tomé una bolsa de basura negra que tenía en el armario y comencé a guardar algunas de mis cosas en ella. No pensaba salir de mi habitación hasta que Alice llegara.

<< Sé que no estoy sola, alguien me ayudará y podré con esto... siempre puedo. >>

Veinte minutos después escuché un auto aparcar, no tuve necesidad de comprobar quien era, pues sabía que era Alice junto con sus padres. Seguí sacando cosas de mi armario, escuché mi puerta abrirse y voltee, comprobando que era mi amiga, la cual al verme soltó la maleta que traía consigo y corrió hacia mí.

- ¡Clara, por dios! ¡Estás llena de sangre!

Apenas pude mirarla a los ojos, me sentía débil, sobre todo mentalmente.

- No te muevas ¿de acuerdo? - asentí - Colocaré lo que falta en la maleta que traje.

Me dio un abrazo rápido y comenzó a desalojar las gavetas que eran las que faltaban, todo lo que había en el escritorio y mis zapatos debajo de la cama. Ahora mi vida estaba reducida a tres paquetes, mi vida estaba hecha una mierda y el miedo que sentía me hacía temblar.

Alice envolvió mis pies con una toalla cada uno, y me ayudó a recostarme un poco hasta que su papá subiera por el equipaje. Solo se limitó a abrazarme, sin buscar realizar preguntas, algo que agradecí infinitamente.

Bajamos las escaleras diez minutos después, siendo muy cuidadosas por mis heridas. No había rastros de mi padre, mi madre estaba recogiendo lo platos rotos en la cocina y Raquel parecía estar reprendiéndola, como una madre a su cachorro por hacer algo incorrecto. Ni si quiera me detuve en la entrada, los pies me dolían, pero nada me daba más alivio que apurarme hacia la camioneta de Rafael y esconderme en el asiento trasero.

Estaba cansada, cansada que todo en mi vida fueran... desastres.

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