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Capítulo 35

Aylis.

Gracias a Gael teníamos una pista para encontrar a mi amigo, en cuanto llegamos a la estación de policía tuvimos que esperar para ser atendidos, lo que me desesperaba mucho ya qué, en mi opinión no nos querían atender.

Sin embargo, lo hicieron nos mandaron a hablar con el jefe del caso. El ojiverde fue el que le explicó todo al oficial.

—¿Están seguros de que esa es la matrícula? —cuestionó el sargento Cabrera.

—Lo estoy. —respondió Gael—. Mi información es de buena fuente.

El sargento hizo una mueca, no estaba segura pero creo que él no nos creé.

—Investigaré el vehículo, si resulta ser el responsable por la desaparición de vuestro amigo lo llevaré tras las rejas. —informó con decisión.

Asentí.

—Me parece bien, vendré mañana averiguar si tiene noticias.

—De acuerdo. —dijo el sargento, no muy convencido—. Pueden retirarse. —nos señaló la puerta y ambos salimos.

Una vez fuera puede estar un poco más tranquila.

—Todo va estar bien, ya verás. —mencionó Gael para darme ánimos.

Asiento.

Juntos emprendimos el camino de vuelta a mi casa, estaba oscureciendo. Y no solo era eso, el tiempo se había puesto creo que va a llover.

Caminamos deprisa pero no lo suficiente para escapar del inicio de la llovizna. Gael agarró mi mano y me guío por un camino diferente al de siempre, anduvimos por un buen rato hasta que llegamos a una casa que tenía en uno de sus costados una enorme mancha negra.

—Sigueme. —dijo.

Justo antes de entrar al porche la lluvia empeoró, mojandonos por completo.

—Me lleva. —bramo—. Gael, puedo volver a casa sola no es necesario...

Me quedé helada cuando colocó un dedo sobre mis labios, silenciando me.

—Ni loco dejaría que hicieras tal cosa, puedes esperar a qué pase la tormenta o de igual forma quedarte a pasar la noche, —comentó decidido—, te aseguro que ni mi hermana ni yo tendremos problema con ello.

Asiento dubitativa.

No me queda de otra, tendré que pasar espero que la lluvia cese pronto para irme a mi casa. Estar aquí es incómodo.

—Emma, ven que tenemos visitas. —grito él una vez dentro.

Poco después apareció su hermana, la cuál echó un gran grito con mi nombre antes de abalanzarse hacia mi tumbando me al suelo. Ella empezó a reírse, luego lo hice yo, su risa era contagiosa.

—Estoy muy feliz de verte, Aylis. —informó.

—El sentimiento es mutuo pelirroja. —dije abrazándola.

—Ey, y para mí ni un saludo me das. —masculló su hermano. A lo que ella respondió con un simple hola.

Gael desapareció indignado.

—Parece que heriste sus sentimientos Emmie. —comentó al levantarme.

—No le hagas caso, mi hermano en ocasiones suele ser un poco melodramático. —menciona—. Por cierto, debes cambiarte ese atuendo puedes enfermar.

Tenía razón. Estaba empapada, pero no quiero molestar los. Lo mejor será irme, después de todo no siempre debemos esperar a que pase la tormenta, sino que caminar bajo ella suele ser nuestra mejor opción. Una en dónde evidenciamos nuestro valor.

—Tienes razón, ¿me prestas una toalla? —inquiero.

—Claro, ahora mismo te la bajo.

Aprovecho que Emmie se marcha y no hay rastros de Gael para salir de la casa. No debo estar aquí. Es un completo error.

La lluvia sigue fuerte, el frío azota mi cuerpo con violencia. El viento, mi peor enemigo, sí, por lo que percibo estoy debajo de una gran tormenta.

Las frías ráfagas de aire mueven de un lado a otro las hojas de los árboles, la calle está inundada. Y para él colmo, acaba de iluminar se el cielo por un rayo.

Estoy asustada.

El clima no parece tener intenciones de mejorar, los vientos son más violentos y los truenos más grandes. Y, además de eso, creo que acabo de perderme. No sé dónde estoy.

«No debimos salir de su casa»

Lo sé, conciencia. Lo sé.

Me abrazo a mi misma para darme un poco calor,  mas no lo consigo. Otro trueno, está vez más escandaloso que el anterior.

Tan solo quiero llegar a mi casa.

Ya no camino, me tumbé en el piso no tenía caso caminar si no llegaba a ningún lugar.

Vi como un cartel era arrancado por el viento y arrojado lejos, destruyendo un farol de luz y un coche.

Esto no estaba bien, nunca había visto una tormenta tan fuerte. ¡Que está pasando! Dios...

Lágrimas corren por mis mejillas, temo que me suceda algo. Tengo un terror absoluto que recorre toda mi espina dorsal al pensar que puedo morir aplastada sin haber encontrado a mi mejor amigo.

¿Por qué tenía que desaparecer?, ¿por qué tenía que pasar está tormenta? Quiero tener respuestas.

—Aylismar. —oigo mi nombre ser pronunciado, se escucha como un susurro bajo, al toparse con el sonido del viento.

—Por favor, sirenita no vuelvas hacerme esto. —le escucho decir, antes de sentir sus brazos rodearme.

Me apego a él, como una sanguijuela a la carne humana.

—Shsss, te tengo. —susurra acariciando mi cabello—, no llores más.

—Y-o.., —no puedo si quiera hablar.

—No importa, ven. —me ayuda a levantar—, volvamos a mi casa.

Niego.

—Qui-ero ir-me a la mí-a —balbuceo.

Toma mi rostro entre sus manos, uniendo nuestras miradas. Sus esmeraldas lucen preocupadas.

—Te llevaré mañana a primera hora, te lo prometo, pero ahora es imposible. —indica—. No vamos a poder conseguir el camino.

—Pero...

—Sí de alguna manera te hace sentir insegura estar a mi lado, créeme que soy capaz de permanecer toda la noche en el ático pero de lo que sí, no soy capaz es de abandonarte, aquí muerta de miedo. —dice preocupado—. Sirenita, si hubiera alguna forma de llegar a tu casa te llevaría pero si me costó encontrarte, más nos va a costar llegar allá, por favor confía en mí.  —solicitó en un hilo de voz.

Lo único que puede hacer durante ese tiempo fue observarlo, mi boca se sentía seca y no existía palabra que pudiese pronunciar. Él, esperaba alguna respuesta mas no me salía la voz para dársela. Lo único que puede hacer fue asentir.

Sus manos se entrelazaron con las mías e inició nuestra caminata, me movía como un zombie mi mente estaba en otro lado.

Suspiré con pesadez al entrar nuevamente en su casa.

—Oh, hermanito que bueno que la encontraste. —mencionó Emmie—. Ven, te llevaré a mi habitación para que te cambies. —indicó tomando mi mano.

La seguí por la casa hasta sus aposentos, ella me saco una muda de ropa para que me la pusiera. Acepté a regañadientes la ropa y fui al baño para colocarme la. No obstante, la ropa me quedaba demasiado apretada, por lo visto Emma era una talla menos que yo.

Salí del baño con su ropa puesta.

—Emmie tu ropa es muy pequeña para mí, no puedo utilizar la. —informé.

—Vaya, pensé que éramos de la misma talla. —comentó—. No te preocupes, ya soluciono eso.

Y salió sin darme chance de oponerme. Su habitación era colorida pues estaba pintada con los colores del arcoiris, tenía un pared llena de pósters de bandas entre los cuáles destacaban one direction. También, ví dos pósters cerca del armario, uno era de Mérida la princesa y el otro de Natalia Romanova, mejor conocida como la “Viuda Negra” en “Los Vengadores”.

Me pareció extraño que no tuviera peluches. Es decir, a quién no les gustan. Sus sábanas eran de un zorro rojo.

—Volví. —sonreí—. Ten, son de Gael seguro te queda.

Niego.

—No, sabes qué prefiero quedarme con tu ropa pequeña. —indiqué, ponerme su ropa era algo a lo que no me atrevía.

—Vamos Aylis, no seas cobarde. —se quejó—. Ponte la ropa de mi hermano, verás que dormirás más cómoda.

—Bieeen... —acepte, alargando un poco más la sílaba (e).

Volví a la habitación luego de cambiarme, tenía una polera que me llegaba hasta los muslos y unos pantalones de chandal largos. Su ropa tenía su aroma, ese embriagador capaz de nublar por completo mis sentidos.

—Perfecto, bajemos a cenar. —dijo.

La seguí escaleras abajo hasta la cocina, que estaba en reparación. Tenía una gran mancha negra en varios espacios.

—Bueno, no siempre puedo controlarme. —mencionó Emmie encogiéndose de hombros.

Asentí.

Así qué, eso es producto de su enfermedad.  No lo ví venir, pensé que era porque a alguien se le había quemado algo de comida.

Gael colocó un plato frente a mí, otro para su hermana y la de él. Disfrutamos nuestra cena en silencio. Luego me ofrecí a lavar los platos pero ambos se negaron, Emmie decidió hacerlo ella. 

—Aylismar, —me llamó—, acompáñame.

Lo seguí escaleras arriba hasta su habitación, me sentía nerviosa al estar aquí en su habitación a solas con él.

—Si quieres descansar de una vez, puedes hacerlo. —dijo—. Buscaré unas cobijas y luego me iré.

Negué.

—No puedo permitir que hagas eso. —hablé e intenté detenerlo metiéndome en su camino—. No es justo.

Él se acercó y depósito un suave beso en mi frente.

—No te preocupes, estaré bien. 

—Pero es tu casa, —alego—, no puedo permitir que vayas a dormir al ático.  Sobre todo si es tan oscuro como me lo imagino.

Él sonrió.

—Tu bienestar es más importante Aylismar, haré todo lo posible para que estés bien, sin importar me nada más.

Mordí mi labio inferior sin saber que responder ante eso. Él mientras se metió en el armario, mis ojos dieron con un cuadro que estaba en su mesita de noche en esa fotografía estaban tres personas sonriendo.

El chico de mis pesadillas estaba ahí.

El chico de mis sueños también.

Ellos eran hermanos.

«Hermanos».

Mi corazón empezó a latir rápidamente en mi pecho, la tormenta de afuera alimentaba más mi miedo. Los sucesos que pasé volvieron a mí, demasiado veloces cómo para frenarlos.

Estábamos juntos en la canoa. Nos habíamos desviado, la corriente nos arrastró hasta un punto profundo.

Sus ojos miraban los míos, las mismas esmeraldas de Gael.

La misma sonrisa.

Y después todo pasó tan rápido.

—Aylis, despierta.

—Aylismar...

Me centro en mi realidad. Gael me hablaba, pero no sabía lo que decía, ni siquiera lograba escucharlo bien.

Me abrace a mi misma. Su rostro, tan parecido al ojiverde.

Ahora más que nunca debía alejarme de ellos.

—¡Por favor, respóndeme! —vociferó sosteniendo mis hombros.

—Te escucho. —respondí con dificultad después de un breve lapso de tiempo.

Él me abrazó con fuerza.

—Me asustaste. —dijo con cierto tono de preocupación—. Estabas hiperventilando pensé que te ibas a desmayar.

—Quédate está noche conmigo, —solicito, ignorando su comentario— por favor, no te vayas. —suplico.

Luego de hoy no iba a volver a verlo. No iría a los lugares que frecuentamos, de ser necesario no saldría de casa.

Sí, estaba siendo cobarde al no admitir lo que pasó frente al chico, pero no podía, no quiero perderlo.

Y aún así, sé que tarde o temprano voy hacerlo. Él nunca me perdonará, su hermana mucho menos. Yo llevé gran sufrimiento a sus vidas.

Tan solo por unas pocas horas me gustaría mantenerme a su lado.

—De acuerdo. —aceptó Gael.

Lo ví guardar lo que había sacado en el armario, en eso me acosté en su cama y esperé pacientemente a qué el también lo hiciera. Recosté mi cabeza en su pecho, pase mis brazos para abrazarlo y no soltarlo nunca.

Porque lo quisiera aceptar o no, Gael había traspasado mi muralla. El chico me tenía embobada y si, había empezado a sentir algo por él, puede que no sea amor. Pero me importaba y mucho.

—Conmigo estarás siempre protegida sirenita. —afirmó.

Alcé mi mirada encontrando un bosque profundo, su bosque profundo. Esos que se iluminaban a causa de los rayos. Observé sus labios carnosos.

Un último beso.

¿Me atrevería a darle un último beso antes de huir nuevamente de él?

Tragué grueso.

Gael solo acariciaba mi brazo, en ningún momento despegó nuestras miradas.

Inhale profundamente y luego expulse el aire retenido, me escondí de su mirada dejando atrás mi deseo de besarlo.

¿Con qué derecho podría hacer algo así? No, no era correcto. De hecho, ni siquiera debí pedirle que se quedará.

Pero es que...

Ay, Dios. No sé que hacer.

Cada que pasaba un trueno lo apretaba más fuerte. Desde que era niña me han asustado las tormentas, solía escabullir me hasta la habitación de mis padres para que ellos me brindarán protección. Ahora, me sucede lo mismo con Gael.

—Antes de quedarnos dormidos me gustaría decirte algo, es importante. —habló con seriedad.

—Esta bien. —me límite a decir, volviendo a verle.

—Aquel día en la playa, cuando creíste que te había abandonado yo en verdad lo siento. —dijo—. No quise hacerlo, fue irresponsable dejarte así sola.

—Esta bien. —repetí, aquel suceso no tenía tanta importancia, o por lo menos en estos momentos no.

—No, no está bien. —refutó—. Escucha, si me alejé de ti fue únicamente para buscar algo de comida pensé que tendrías hambre al despertar, pero me volví loco al no encontrarte, arroje todo al suelo y comencé a buscarte. Aylis, temí lo peor y cuando te encuentre no actúe de la mejor manera.

—Gael, —acaricie su hermoso rostro —, aprecio mucho que hayas tenido esa consideración conmigo, además debes saber que tú no fuiste el único que actuó mal ese día, yo debí dejar que te explicarás pero yo creí que...

No completé la frase.

—Creiste que no eras importante ¿cierto? —cuestionó.

Asentí.

—Sí, después de todo es fácil reemplazar me. —me encojo de hombros al soltar eso.

—Tal vez, lo seas para otras personas mas no para mí Aylismar. —su mano acarició mi mejilla, cerré los ojos por puro impulso.

Cuando los volví abrir él estaba sonriendo, está vez no me contuve y lo besé.

Se sorprendió al sentir mis labios pero no tardó nada en corresponder me. Ataque su boca con ganas porque no quería que nuestro último beso fuese suave, no, quería probar por primera vez la rudeza de su boca domando a la mía. Deseaba sentirlo.

Sus manos acariciaban mi espalda por encima de la ropa, las mías alborotaban sus cabellos. Él, se separó un poco ambos necesitábamos tomar aire, luego volvió a besarme. Mordió mi labio inferior, provocando que un gemido se me escapara.

Bajé a su cuello, besando, mordiendo, lamiendo. No iba a contenerme. Le escuché lanzar una maldición antes de colocarme debajo de él. Sus manos sostuvieron las mías por encima de mi cabeza.

Mi respiración estaba agitada y la suya igual.

—Aunque amaría explotar tu cuerpo no pienso hacerlo. —habla con voz ronca—. A pesar de todo soy un caballero y sé que todavía no estás lista, pero me hace feliz ver qué me deseás. Porque yo también lo hago. —agregó acariciando mi cuello con su nariz.

Avergonzada, evado su mirada. Siento como mis mejillas arden, apuesto que ahora mismo estoy peor que una manzana.

Una carcajada brota de su garganta, alzó una de mis cejas con una pregunta sin formulación «¿Que te causa tanta gracia?»

—Hace menos de un minuto estabas dichosa besándome, ahora luces avergonzada. Es irónico, ¿no lo crees?

—No. —comenté risueña—. No, no es así.

Se acercó a mi boca me robó un beso y luego nos devolvió a nuestra posición inicial.

—Descansa, sirenita. —susurró con suavidad dejando un casto beso en mi frente.

—Descansa, ojiverde. —murmuré besando su pecho.

Espero que puedas llegar a perdonarme algún día por ser tan cobarde.

★★★

¡Holis mis amores!

¡Felíz año nuevo! Millones de éxitos y bendiciones para todos. Los quiero.

Disfruten el capítulo.

Besos se despide Esmeralda 💚

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