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Epílogo

Durante una noche sin luna, una bella damisela se lanzó al abismo, manipulada por una criatura invisible, cuya presencia solo ella podía advertir.

Con una sonrisa mortífera, la sombra observó como la jovencita, de ojos almendrados, cabellos castaños, y de piel tostada por el sol veraniego, se dirigió hacia a su muerte tras ser magnetizada por la gravedad que la condujo hacia el suelo, dueño de una gruesa e impenetrable alfombra de espinos, que más de una vez se había cubierto de la sangre de chicas suicidas como ella.

Lucia, era su nombre; aquella figura fantasmagórica la conocía bien, habían sido buenas amigas. Durante cinco años, ella y la morena se dedicaron a compartir consejos, chismes y chistes; almorzaban, dormían y a veces incluso se bañaban juntas; los padres de la joven jamás advirtieron su presencia, solo fueron capaces de presenciar los estragos que había causado en la personalidad de su preciada y única hija.

Un sonido crujiente que fue acompañado por un estruendo explosivo destruyó el silencio de la noche. Tras el estallido, cientos de aves volaron, emitiendo cánticos fúnebres, como si hubieran sido ensayados.

El cuerpo de Lucia se estrelló sobre los arbustos. Las espinas atravesaron la tersa piel de la chica, y su cuerpo adoptó una posición imposible para las extremidades humanas. Sus ojos, abiertos de par en par, destellaban a la luz de las escasas estrellas que habían logrado inmiscuirse entre las turbias nubes cargadas de agua.

A pesar de tener la mirada fija en el cielo, los labios semiabiertos y cubiertos por un rio de líquido carmesí, Lucia no había perdido su encanto, al contrario, la muerte había resaltado las pecas, que en vida eran eclipsadas por su piel tostada, y sus ojos rasgados brillaban incluso más que algunas de las estrellas que esa noche se mostraban en el firmamento ennegrecido.

Danzando entre los matorrales, el espectro se acercó hacia su víctima. Como la niebla fría de otoño, envolvió por completo su perfecta figura. Las hierbas que habían detenido la caída de Lucia se congelaron cuando entraron en contacto con aquel ser demoniaco, que desesperado abrazaba el cadáver de la morena, como si estuviera asegurándose de que la vida, ya no formaba parte de ella.

Cuando termino su inspección, el ser negro retrocedió con brusquedad, y tras esto abrió, lo que parecía ser una boca. Luego de emitir un chillido terrible, inhalo profundamente y después exhaló con tanta fuerza, que el delicado cadáver de Lucia salió disparado varios metros al oeste

Ondeando como las olas salvajes en invierno, una especie de energía, similar a la bruma, se desprendió de su cuerpo bronceado, con movimientos rápidos, pero elegantes. La boca de la sombra era la meta del hilo de niebla.

Con las fauces bien abiertas el espectro espero aquel fulgor vaporoso, que parecía ser el alma de la muchacha. Pocos segundos bastaron para que la criatura infernal devorara por completo la luz que antes le había otorgado gracia y vida a Lucia.

[...]

Esa misma noche sin luna, una criatura que fácilmente podía camuflarse entre la niebla otoñal, surco los cielos de la ciudad. Nadie podía sospechar que ese ser espectral tenía un destino, pero fuera de todo pronóstico detuvo su vuelo frente a una vieja casa que desde afuera se podía notar que solo era iluminada por la luz de las velas. Sin que la criatura llamara a la puerta de aquella descuidada construcción, una anciana salió a su encuentro. Llevaba una túnica negra y una manta del mismo color sobre la cabeza que cubría sus canas.

—Llegaste tarde... —le reprochó la anciana a aquel espectro.

—Perdóname, madre. Me costó dar con su paradero, pero esta vez si pude cumplir con la tarea... —respondió aquella figura brumosa, que al ingresar al patio de la vivienda se transformo en una bella joven, de facciones armoniosas y cabello tan negro como el telón de fondo que hacia destacar a las estrellas que titilaban esa noche.

—Apúrate y déjalo en el caldero antes de que nos transformemos en cenizas... —dijo la mujer mientras seguía con la mirada a la muchacha que con recelo entró a la casa.

En el interior decenas de velas iluminaban la sala de estar. La muchacha caminó hasta la cocina, y allí sobre la estufa vio el caldero en el que ella debía derramar aquello que había traído para su madre.

Puso sus manos en su pecho, en donde surgió una boca ensangrentada de la cual brotó una luz tenue, casi del mismo color que las llamas de las velas. Aquel fulgor parecía balbucear pero, ella hizo caso omiso a las solicitudes de ese destello y sin piedad lo lanzó al interior del brebaje que burbujeaba.

—¡Estefany, espérate a que hierva y después me lo traes...! —le gritó la anciana desde la sala de estar.

La muchacha tomó la cuchara de madera que se encontraba a su lado y revolvió ese líquido multicolor que contenía el caldero.

Un ser humano sería incapaz de notar algo más allá de los ingredientes hervidos que flotaban sobre el líquido, sin embargo ella pudo ver las almas que había arrebatado. Algunas pertenecían a deudores que, al ver que los trabajos que su madre realizó no habían tenido los resultados esperados, no cancelaron la otra parte del pago, otras en cambio eran de víctimas de maleficios que la creadora de Estefany realizaba a petición de personas envidiosas, que querían ver a como dé lugar a sus supuestos enemigos derrotados.

Antes de sacar el caldo del fuego, Estefany se percató de la presencia de una silueta rojiza que se hallaba junto al marco de la ventana que daba hacia el patio delantero de la casa.

一Vete... y espero que puedas algún día perdonarme... 一 La joven observó de soslayo al ser fantasmagórico tras susurrar esas palabras de arrepentimiento.

La criatura brumosa se transformó en un hombre, un varón de cabellos castaños, casi tan pálido como la muchacha, en cuyo semblante destacaba una mirada cargada de cólera. Era Cristian.

一No me iré..., no hasta que pagues...

一Te dejé libre. Con eso ya saldé mi deuda. Vete antes de que ella te vea...

El rechinar de las tablas del piso alertó a ambos espectros. Estefany giró su cabeza y se topó con la presencia de su madre. Asustada por las acciones que ella podría ejecutar tras advertir la presencia del alma de Cristian, miró hacia la ventana, sitio en el que solo se encontraban las cortinas desgastadas que el viento hizo danzar. 

****

¡Muchas gracias por llegar hasta el final de la historia!

Espero que haya sido de su agrado.

¡Cariños para tod@s! 

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