Capítulo XII
Puerto Montt, Chile. Mayo de 2030
Los movimientos veloces del lápiz que aquella joven de nariz aguileña realizaba le resultaron tan irritantes a Cristian que decidió terminar su relato de sopetón. El hombre miró de soslayo el reloj que colgaba de la pared lateral del cuarto y alzó las cejas al percatarse de que llevaba más de tres horas sentado frente a la terapeuta.
一Entonces..., desde ese día está aquí... 一dijo la muchacha en un tono que para Cristian fue casi burlesco.
El hombre asintió mientras apretaba sus labios delgados, los que parecieron fundirse con su piel blanquecina.
一Al final resultó que era inocente..., ¿No? Hay cosas que no recuerdo del todo... 一dijo Cristian para luego desordenar aún más su rizada melena castaña.
一Tania se suicidó. Ningún detective lo estaba persiguiendo. Solo recibió visitas de mis colegas del Hospital...
Cristian alzó sus ojos redondos y miró con desdén a la muchacha que parpadeó con rapidez al percatarse de la atención venenosa que su paciente le había propinado.
一¿Me está diciendo que todo lo que vi es mentira? ¿Está invalidado mi relato? 一 Cristian tensó los músculos de su mandíbula.
一Don Cristian... ¡Claro que no!
El paciente bajo la mirada. Cerró los ojos y trato de evocar los recuerdos de aquel fatídico otoño, pero las figuras de los detectives se fundieron con la de los supuestos funcionarios que según la psicóloga lo habían visitado, creando imágenes espeluznantes y grotescas que le hicieron menear la cabeza con ímpetu.
一Si bien usted tiene una afección de salud mental, aquel espectro que lo atormento se gestó a partir de sentimientos y/o eventos que no pudo gestionar, y eso es real..., en ningún momento dije que su miedo, su frustración y su rabia fueran un invento...
Cristian se llevó ambas manos a la cabeza y sollozó mientras se tironeaba algunos mechones de cabello. Para él Estefany era real, los policías eran reales y era Oscar el causante de la muerte de Tania, ella no se podía haber suicidado, de ser así... él era el culpable...
一No se torturé, don Cristian... 一 habló la terapeuta casi en un hilo de voz, adivinando por pura coincidencia los pensamientos que cruzaban por la mente de su paciente. 一 .Yo estoy aquí para ayudarle, no para juzgar lo que hizo o lo que no hizo... Ahora su única responsabilidad es seguir su tratamiento para que pueda salir de aqui...
一Señorita, llevo trece años aquí...
一Cuando ingresó no sabíamos con exactitud quien era Estefany, pero ahora que sabemos que es una alucinación seremos más certeros con el tratamiento que debe seguir.
Cristian limpió sus lágrimas con amargura, pensó en que ya no tenía caso seguir discutiendo con la terapeuta. Tras resoplar tomó la muleta que estaba junto al respaldo de la silla para impulsarse e incorporarse, y a duras penas avanzó hacia la puerta de la habitación.
一Mañana hablaremos un poco más, ¿le parece?
El hombre asintió con cierta timidez, y tras realizar una breve inclinación de cabeza, giró el pomo de la puerta para dirigirse al pasillo en el que dos hombres de uniformes blancos lo esperaban.
Al caer la noche Cristian se tendió de espaldas sobre su cama. Todo su cuerpo le pesaba, y ese era uno de los efectos de los medicamentos que detestaba. Sin embargo hizo un esfuerzo por mantenerse despierto. Quería creer en las palabras de la terapeuta, pero mientras rememoraba los eventos que protagonizó aquel otoño, Estefany más real le parecía. Su desesperación fue tal que se sentó sobre la cama para arrastrar el atril que estaba junto al velador, en un intento por distraerse.
Cristian analizó los trazos desordenados, posó su dedo sobre la zona del lienzo en la que él iba a pintar un par de árboles secos, luego rodó sus ojos hasta el otro extremo en donde pintaría una casa, una cabaña perdida en aquel bosque azulino.
El hombre bostezo, estaba casi listo para tumbarse otra vez sobre su lecho cuando la única ventana de la habitación se abrió por el viento. Él tomó su muleta y se puso de pie para cerrar la ventanilla, pero al hacerlo el frío que se había colado en el interior no disminuyó. Cristian podía sentir una ráfaga de viento suave pero gélida chocar en su espalda. Con sus latidos acelerados, se volteó y frotó sus ojos al percatarse de que el atril había cambiado de posición, la pintura o el intento de obra parecía mirarlo.
Para el paciente que una simple ráfaga de viento moviera de tal manera el atril era imposible. Supuso que estaba siendo víctima de una nueva alucinación, así que, sin mirar la pintura se tumbó de espaldas sobre su cama, pero casi al instante escucho el eco de una voz femenina. Asustado y casi por inercia miró hacia su costado y se sentó sobre el colchón tras ver que en el lienzo se encontraba pintada una mujer... ,Estefany.
Cristian cerró los ojos y oró, le suplico a Dios que lo librara de aquella alucinación, pero otra vez el ser supremo ignoró sus peticiones, pues el aroma a humedad que era característico de Estefany chocó con su nariz, y casi al mismo tiempo sintió como mano esquelética recorría sus cabellos.
一Sigues viéndote tan vulnerable... Cristian... 一 Era ella, Estefany; y el terror que su recuerdo le provocó lo obligó a mantener sus ojos cerrados.
Esos dedos fríos recorrieron su cuerpo, haciéndolo temblar de pavor ante las caricias. Quería incorporarse y ahuyentarla, pero pensó que aquello solo haría más vivida la alucinación, así que le permitió juguetear a la criatura, creyendo que se aburriría, lo que no sucedió; pues las aparentes manos de Estefany avanzaron hasta el cuello de Cristian, en donde las caricias se transformaron en apretones.
一A-Ayuda.. 一balbuceo el atacado, mientras trabaja de zafarse del agarre del espectro.
一¿Ya no me amas, Cristian?
Con la respiración entrecortada Cristian respondió con balbuceos. Y tratando de convencerse de que era una alucinación aquello que le atormentaba, reunió todas sus fuerzas para voltearse y ver de frente a la supuesta entidad, pero al hacerlo, fue incapaz de seguir creyendo en las palabras de su terapeuta. Allí a solo milímetros de su rostro estaba la boca de aquel ser fantasmagórico, esas fauces de las que goteaba sangre, y sobre ella el rostro de Estefany con las cuencas de sus ojos vacías y con la luz de la luna derramándose sobre ella.
Cristian quiso volver a suplicar auxilio, pero la lengua escarlata de la criatura cubrió sus labios y aumentó al mismo tiempo la intensidad del agarrare. El olor a maleza moribunda y el sabor a fruta podrida le causaron náuseas; el hedor le hizo imposible reprimir las arcadas, sus lágrimas empaparon sus ojos al mismo tiempo que el vómito se abría paso por su garganta. El instinto de supervivencia le permitió dimensionar la amenaza a la que se enfrentaba, reaccionó y rodeo con sus manos la lengua ensangrentada de la bestia vaporosa que lo atacaba, pero el fluido carmesí que se había mezclado con la saliva de aquella entidad le dificultaron el mantener un agarre firme, y por ende liberarse.
La víctima no pudo resistir más y cuando el reflujo llegó a su boca perdió las fuerzas. Sus intentos fallidos por tomar aire lo obligaron a tragar los fluidos que había expulsado, y tan pronto como sus pulmones perdieron el oxígeno, Cristian soltó la lengua de la criatura, perdiendo así la batalla. Los ojos de Cristian se tornaron blancos y su piel de un azul que se asemejaba al óleo con el que había cubierto el lienzo.
Al notar que su víctima ya no respiraba, el espectro movió el cuerpo paralizado del hombre para dejarlo de espaldas sobre la cama, misma posición en la que lo había descubierto. Observo por unos segundos el cadáver y cuando una nube vaporosa emergió el cuerpo, la criatura abrió sus fauces, como si quisiera devorar a su víctima, sin embargo las cerró al instante.
Cuando la luz de la luna se transformó en un hilo que duras penas se inmiscuía por la ventana aquel ser fue envuelto por un torbellino vaporoso y tras ello se cuerpo espeluznante adoptó la forma de una mujer de cabello negro, pómulos afilados y piel tan pálida como la de un lienzo en blanco. Era Estefany.
La mujer alzó la mirada y admiró con pesar la danza que aquella estela de niebla realizaba sobre el cuerpo inerte del fallecido. Cuando la aparente energía adquirió un tono escarlata la puerta de la habitación fue abierta con violencia por uno de los funcionarios de turno del psiquiátrico, el que lanzó un grito gutural al ver a su paciente paralizado sobre las sábanas blancas que destacaban el tono verdoso del vómito y de la sangre que goteaba de la boca de la víctima.
¡Muchas gracias por llegar al final de la historia!
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