Capítulo X
La alarma que me indicaba que debía ingresar al trabajo me despertó, y a duras penas pude extender mi brazo hasta el velador para apagarla. Todo me dolía.
La electricidad había llegado, me di cuenta de eso cuando encendí mi lámpara cuya luz me permitió percatarme de que Estefany ya no estaba a mi lado.
Me levanté de un salto y en el suelo, junto al lado de la cama en el que ella durmió encontré la ropa que le había prestado. Corrí a la logia, así desnudo como estaba, y sus prendas sucias ya no estaban en el cesto. Nuevamente había desaparecido como la escarcha bajo el sol de mediodía, dejando como única señal de su paso, un par de moretones cerca de mi cuello, prueba de sus besos apasionados.
Miles de dudas cruzaron por mi mente mientras me preparaba para ir al trabajo, tantas que creí me vería sobrepasado por la ansiedad e incapacitado para realizar mis labores en el bar. Sin embargo, sabía que no me podía permitir el lujo de faltar, así que tras darme una ducha fría, me puse el uniforme y con una bufanda cubrí mi piel amoratada.
Durante la jornada, mi primo me miró dubitativo. Aquella bufanda repleta de motas grises era una prenda que no usaba desde la adolescencia, por lo que supuse que eso había sido el detonante de las incómodas miradas que me lanzó. Pensé en que su "acoso" se limitaría solo a esas inspecciones, pero al finalizar el turno, sobrepaso los limites...
一Oye, la tía me llamó en la mañana. Le dije la verdad...
El bufido que solté hizo callar a Oscar. Con los labios apretados y el ceño arrugado deje la pechera colgada sobre el lavaplatos y tras ello sin decir palabra, me retire del bar. Ya no me importaba ser despedido; estaba tan cansado de la intromisión de mi primo, que pensé en renunciar, en ese mismo instante, aunque sabía que si lo hacía al día siguiente mi madre estaría en la puerta de mi departamento.
Lo primero que hice al llegar a mi casa fue marcar el número de Estefany, sin embargo cuando oí el tercer pitido suspendí la llamada, pues recordé la supuesta discusión que ella y su madre habían tenido y no quise acrecentar el problema. Fue entonces que después de dejar el celular sobre el velador, sin darme cuenta me quedé otra vez dormido sobre mi cama deshecha con toda mi ropa puesta.
Durante la tarde los golpes que mis inesperadas visitas le dieron a la puerta principal me sacaron de mi sueño. Vi la hora en mi celular, eran pasadas las dos. Por la violencia con la que llamaron, supe que se trataba de los policías. Sin lavarme la cara ni peinarme abrí, y pude confirmar mis suposiciones.
—Buenas tardes, don Cristian. —me saludó el detective.
—Buenas, buenas. Vaya directo al grano, por favor... —le respondí mientras masajeaba mis ojos. Tenía un dolor horrible de cabeza.
—Recibimos la respuesta del Servicio Médico Legal. Encontraron residuos de fluidos corporales de origen masculino en la última evaluación.
Esos supuestos fluidos no podían ser míos. Sabía a qué se referían, pero Tania y yo no habíamos tenido relaciones en meses, sin embargo los policías desconocían esos detalles de mi vida íntima, y lo supe cuando ellos me pidieron lo siguiente:
—Necesitamos que colabore con nosotros facilitándonos muestras de...
—¿Es en serio...?
—¿Teme ser culpable? —La detective me miró con recelo..
—No, pero su solicitud es innecesaria, yo no tengo nada que ver con la muerte de Tania. He tratado de colaborar, pero esto ya sobrepasa mi capacidad humana...
—Si quiere colaborar entonces facilítenos la muestra biológica y acompáñenos al hospital...—argumentó la mujer, mientras señala las escaleras.
Suspiré abatido y tras ello les pedí que me esperaran unos minutos. Me bañe y cambie de ropa, y me prepare un sándwich con margarina, después de eso los acompañe y cual delincuente subí al furgón en el que se trasladaban los detectives ante la vista atónita de todos mis vecinos.
Si mi ingreso al vehículo fue vergonzoso, el proceso médico lo fue aún más. El doctor me dijo que me relajara y que me daría privacidad, pero creí escuchar que al otro lado de la puerta del cuarto estaba el médico cuchicheando con los detectives. Traté de ignorarlo, pero los veinte minutos que me dieron no fueron suficientes. Estaba demasiado cohibido.
—Puede ir a darse un paseo por el hospital. Me incomoda escucharlo cuchichear afuera. — le dije al doctor cuando sin siquiera tocar entro al box.
—Perdóneme, joven ¿Tan jovencito y ya le cuesta trabajo levantar a su amigo?
Me tragué los insultos que quería darle, pero de verdad creí que se merecía un buen par de improperios.
Me dejó sobre la camilla una pastilla azul. Sabía que era viagra, y en realidad no lo necesitaba, quizás habría sido más eficaz el que me mostrara una foto de Estefany, aunque eso fuera una actitud poco caballerosa y más propia de un animal que de un humano.
Cuando se fue, me olvidé de que me habían educado con barra de hierro para ser un caballero y di rienda suelta a mis más bajos instintos. Pensé en ella, en sus curvas, en su olor y labios rojos, en el momento en el que su lengua recorrió mi cuello..., recordé todas y cada una de las escenas de la noche anterior, y solo así pude cumplir con la solicitud de los policías.
[...]
—Gracias por colaborar. —me dijo el policía, después de que me baje del auto.
Asentí con la cabeza y me despedí de ambos con un ademán. Harto de todo les dí la espalda y me fui a mi departamento.
Cerré la puerta con violencia y me senté en el suelo. No acostumbraba a llorar, siempre pensé, y aún creo que llorar no resuelve nada; pero cuando los sucesos de la vida te abruman a veces llorar es para lo único que quedan fuerzas, es como un analgésico, una solicitud de ayuda que, para personas solitarias como yo, en realidad no logra cumplir con su objetivo.
No sé durante cuánto rato lloré. Sabía que era inocente pero después de haber hasta incluso sospechado de la verdadera existencia de Estefany fui consciente de que quizás mi mente me estaba jugando malas pasadas; tanta era la sospecha que los policías depositaban en mí que, creí que yo era el culpable de la muerte de Tania.
Lloré hasta que mi teléfono sonó. Lo miré pensando que era Estefany, pero corte al percatarme de que era mi madre, supuse que ella ya se había enterado de todo y que su intento de contactarse conmigo no tenía otro fin que regañarme.
Me lavé la cara y luego me acosté. Cuando mi alarma nocturna sonó, le escribí a mi primo por WhatsApp y le dije que no iría a trabajar. No me quedaban fuerzas para afrontar ese turno.
Desesperado y sediento por un poco de cariño y consuelo, llamé a Estefany, pero nadie contestó. Tras diez intentos me rendí. Pensé que ella estaría muy ocupada tratando de resolver los problemas que tenía con su madre.
Cegado por el tumulto de sentimientos me vestí y decidí que iría al sitio en el que habían hallado a Tania con la esperanza de quizás encontrar nuevas pistas.
Eran pasadas las doce de la noche cuando salí de mi casa. El viento vigoroso indicaba que más temprano que tarde caería un aguacero. Me puse el gorro de mi chaqueta y a pie me dirigí hasta el sitio eriazo que yacía bajo el viaducto.
La oscuridad reinaba y de no ser por las luces de las luminarias no habría podido ver entre la densa alfombra de matorrales que varias veces se había cubierto de sangre de personas que, invadidas por el dolor, veían como única escapatoria la muerte.
La luz a penas se inmiscuía entre las ramas espinosas; no llevaba linterna y me regañe a mí mismo por haber sido tan estúpido al creer que podría recopilar pistas por mi cuenta. Mi madre siempre me decía que pecaba de iluso, y en ese momento pude corroborar sus palabras. Era una mujer sabia, pero también dura y ojalá hubiera utilizado el término "iluso", cuando me reprochaba mis acciones sin sentido.
Me senté sobre la hierba y alcé la mirada. Desde allí veía los débiles destellos que producían los focos de los vehículos que transitaban por el viaducto, pensé en si alguno de los conductores habría visto al culpable de la muerte de Tania, y rápidamente me respondí. Quizás si habían sido testigos del evento, pero como no conocían a la víctima poco o nada les importaría declarar. Nadie actuaba por mera bondad.
Mientras estaba perdido en mis reflexiones amargas. Escuché el crujido de las ramas a mis espaldas. Me gire con agresividad, creyendo que me encontraría con un grupo de asaltantes, pero para mi sorpresa era Estefany quien entre las espinas se encontraba parada. Llevaba un vestido blanco, y un chaleco de lana tan delgado que me dio escalofríos, y que me hizo pensar en que ella definitivamente no era una muchacha convencional.
—¿Qué haces aquí? ¿Por qué te fuiste de mi casa? —le pregunté más relajado de lo que pensé que estaría.
—Tenía que ir a comprar... —respondió mientras se sentaba a mi lado. Pude sentir otra vez ese aire frío que brotaba de su cuerpo. Sabía que estaba mintiendo.
—Entiendo... —mentí, mientras la miraba de soslayo. No entendía con qué fin me había mentido, pero no tuve la valentía suficiente para enfrentarla.
—No te estoy mintiendo, Cristian. De verdad tenía que comprar algo... —me dijo haciéndome sobresaltar, ¿acaso había leído mi mente?
—Es que... yo... —balbuceé nervioso. Por alguna razón en lugar de querer recostarme en su regazo quería salir huyendo. Hacía frío y el viento soplaba sin piedad. Estefany estaba sentada junto a mí solo con un par de prendas delgadas y escotadas, sin inmutarse o quejarse de las inclemencias del clima... y acababa de adivinar lo que estaba pensando.
—Sigues pensando que soy... algo más..., aún después de lo que pasó ayer... —me increpó volteándose hacia mí.
Cuando imite su acción me percate de que su mirada ingenua había desaparecido, sus ojos negros parecían arder, había algo en su semblante que me hacia sentir pequeño, como una liebre amenazada por un depredador.
—¿No tienes frío...? —inquirí.
Ella negó con la cabeza y tras ello apoyó su cabeza sobre mi hombro, y por primera vez me percaté de que no podía percibir el peso sobre mí.
Di un brinco y me puse de pie obligándola a alejarse de mí. La miré con el ceño fruncido mientras ella se incorporaba. No había nada raro en su cuerpo, al menos podía verla, pero eso cambió cuando por un momento las nubes le permitieron a la luna aparecer en el firmamento. En ese breve instante, que se que no duró más que unos segundos, las facciones angelicales de Estefany desaparecieron, quedando en su lugar un par de cavidades negras y profundas en donde antes estaban sus ojos.
¡Muchas gracias por llegar hasta aquí!
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