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Capítulo IX

Durante dos días Estefany y yo convivimos en armonía, ella simplemente existía. A diferencia de Tania, jamás interrumpió mi proceso creativo con charlas vacías, solo se limitó a pasearse por la casa, ayudarme a limpiar y en las horas de la comida congelaba mi cuerpo con esas caricias sutiles que me propinaba, roces que encendían mi alma y me hacían creer que por fin había encontrado a quien me acompañaría por el resto de mis días.

Fue en la tarde del tercer día en la que mi breve utopía se esfumó. Los agentes que antes ya habían venido de visita regresaron.

Les permití a ambos ingresar. Como de costumbre el oficial me intentó distraer con su charla, mientras que la policía que lo acompañaba observaba con detención cada rincón de la sala, y fue así como me percate de algo muy curioso, la detective saludo a Estefany con un ademán, pero ninguno de los dos agentes me hizo preguntas sobre ella.

—Revisamos las cuentas de Oscar Villanueva, y no encontramos indicios de que haya tenido alguna conexión con Tania. —me dijo finalmente el policía, mientras que yo, absorto observaba a Estefany que yacía recostada sobre el sofá escuchando toda la conversación, con una sonrisa que denotaba cierto cinismo.

—¿Entonces? ¿Vuelvo a ser el único sospechoso? —inquirí.

El policía asintió.

—En unos días tendremos nuevos hallazgos del servicio médico legal, quizás la investigación cambie su rumbo... —agregó la muchacha policía quien, a pesar de su rostro casi infantil, se expresó con más autoridad y seriedad que su superior, o ¿acaso ella era realmente quien ostentaba el cargo mayor?

—Entiendo.

—No se preocupe don Cristian. Confío plenamente en que usted no ha sido el responsable de este delito... —me dijo la joven, para después tomar la solapa de su gorra y despedirse de mí con un movimiento de cabeza.

Su compañero imitó la acción y luego ambos desaparecieron de mi vista cerrando la puerta tras de sí con timidez.

—Todos nuestros esfuerzos fueron en vano. —musitó Estefany cuando quedamos solos, mientras jugueteaba con las puntas de su cabello.

Lancé un suspiro, sí el esfuerzo había sido en vano, e incluso el hecho de mismo de haber hablado con Estefany parecía ser una condena. En ese momento pensé que ella era también un agente, y que esas caricias, besos y atenciones no eran más que estrategias de manipulación.

No cruce palabras con Estefany durante toda la tarde. Use ese silencio sepulcral para terminar mi pintura y pensar en cómo le preguntaría a mi compañera su verdadera identidad.

En esa tarde de lluvia, mientras los truenos resonaban en el cielo y los destellos de los relámpagos atravesaban mis persianas para iluminar a ratos el lienzo que tenía enfrente, logré terminar la obra que había protagonizado mis pesadillas. Quité los manchones negros que habían deformado el rostro de Estefany y allí entre las rosas pude retratarla, por primera vez realmente lucia como ella, era ella, pero por alguna razón el jubilo no se apodero de mi al terminar esa pintura.

—¡Soy yo! —exclamó Estefany tras posarse detrás de mí —¡Es fantástica! ¡Me veo como si fuera un hada! ¡¿Así me ves tú, Cristian?!

Volteé y quede a solo centímetros de su sonrisa y de su mirada ingenua. Supe entonces que tenía que decirle, a pesar de que su belleza me paralizaba y me obligaba a actuar de acuerdo a sus deseos, no podía dejarme vencer en ese momento por esos ojos de iris cual penumbra.

—Estefany..., ¿te puedo preguntar algo? —solté, cabizbajo. Estaba seguro de que si la miraba perdería la batalla.

—Dime... —me respondió, tocando mi barbilla para intentar alzar mi rostro.

—¿Eres policía? —lance la pregunta antes de que ella lograra obligarme a mirarla.

Estefany meneo la cabeza entre risas, luego me soltó y señalado su cuerpo menudo me dijo:

—¿Crees que podría ser carabinera o detective viéndome así? Con suerte me puedo las bolsas del supermercado, Cristian...

El destello de los relámpagos la iluminaron. La luz del foco de la sala de estar comenzó a debilitarse y al cabo de unos segundos se extinguió. Al verla allí entre las sombras que mis cuadros y la espesura de las nubes causaron, un escalofrió recorrió mi espalda, y mientras recordaba las oportunidades en las que había salido con ella, momentos en los que las otras parecían no haberla visto, dudé otra vez de su existencia, y también de la de los detectives.

—Estefany... —dije casi sin aliento por el temor que me había invadido —¿Eres real...?

Con una mirada dubitativa en su semblante camino hacia mi quitándose el chaleco de lana que llevaba puesto, cuando estuvo a centímetros de mí, tomó mis mejillas y me obligó a esconder mi rostro entre sus senos que estaban ocultos solo por la tela delgada de la blusa floreada que alguna vez le había pertenecido a mi madre, y que por azares del destino había metido por equivocación en mi maleta la última vez que fui a visitarla.

Acarició mi cabello por unos instantes hasta que se separó de mí para inclinarse y quedar a mi altura, cuando nuestras narices se rozaron, posó sus labios rosados y fríos sobre los míos. No me pude resistir a ese beso cargado de una pasión casi irreal. Por primera vez saboreé su boca, acaricie su cuello delgado y cuando nos separamos la abracé con tanta fuerza que creí que podría fundir su cuerpo con el mío.

Tomó mi mano y en medio de la oscuridad me guio hasta mi cuarto. Repetiré una y mil veces que lo que sucedió en ese momento se sintió muy real, sus besos, su olor, su piel suave, ese aire gélido que exhalaba con cada suspiro y el sonido de sus jadeos.

Con el ruido de la lluvia, el viento y los truenos de fondo, me entregué a Estefany, me dejé atrapar por sus encantos, y seguí creyendo que ella sería por siempre la dueña de mi amor y deseo.

Una y otra vez bese su piel desnuda, sus senos suaves y sus labios fríos. No sé cuántas veces repetimos el acto esa noche, pero si recuerdo que al finalizar cada una de las sesiones de aquella muestra de deseo carnal, le declare mi amor eterno. 


¡Muchas gracias por haber llegado hasta aquí! 

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