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Capítulo I

Con torpeza tomé el pincel que descansaba sobre el velador. Habían pasado años desde la última vez en la que toque una herramienta como esa, fina, casi perfecta.

El lienzo en blanco me perturbó. Cuando era joven era capaz de soportar los bloqueos creativos, después de todo, tenía bastante entretención a mi disposición; podía salir de mi departamento cuando se me antojase, comer lo quisiera, y nadie me obligaba a ingerir asquerosos fármacos; en fin, era un hombre libre que podía encontrar inspiración.

Sentía que las cuatro paredes nacaradas que me encerraban en cualquier momento alguna de ellas, o todas a la vez, comenzarían a lanzarme improperios por ser incapaz de avanzar en mi trabajo.

Mis ojos se posaron en el cuadro en blanco y, de improviso, una imagen en un inicio borrosa floreció en mi mente.

Impulsado por una energía etérea, unte el pincel en las pinturas azules, tras esto, manche con viveza el lienzo, cuyo blanco comenzó a ser cubierto por el índigo de la brocha. El color que tomó el género me hipnotizó y me obligó a recordar sucesos que, parecía haber sepultado en lo más profundo de mi ser.

Tire el pincel a un lado, y me deje ahogar por el azul nocturno del cuadro. La pintura me envolvió como un mar, y lo mismo hicieron los recuerdos, que poco a poco retornaron a mi mente.

¿Qué hago aquí? Esa pregunta invadió mis pensamientos desde el primer día en el que aquellos hombres de camisones blancos me escoltaron hasta ese pequeño cuarto húmedo y de paredes mohosas. Al principio esa interrogante no me dejaba dormir, sin embargo, con el tiempo me agoté y abandoné por completo la búsqueda de respuestas. Pero como un torbellino, los trozos faltantes del rompecabezas aparecieron esa tarde en mi cabeza, refrescándome la memoria.

Mi cuerpo, conmocionado por la información que estaba siendo revelada comenzó a temblar, haciendo caso omiso a las órdenes que mi cerebro a gritos le dictaba. El desfallecimiento me obligó a tumbarme en mi cama, cuyo colchón duro hizo crujir mi ya débil espalda. Mi corazón latió con fuerza y de sopetón todas las respuestas se ordenaron, mis neuronas por fin lograron organizar todos los datos que se escondían en algún rincón de mi cerebro.

[...]

Puerto Montt , Chile. Trece años atrás....

"Lo siento Tania, pero lo nuestro ya no puede seguir", fue lo último que le dije a Tania, antes de que me alejara por completo de ella. En aquel entonces no lo sabía, pero según su madre, ella estaba obsesionada con ser perfecta para mí; eso teníamos en común, los dos nos esforzamos en secreto al máximo por complacer al mismo sujeto... y ninguno lo logró.

Ella posó sus iris dorados sobre mí como si las palabras que acababan de salir de mi boca fueran una broma, y no lo eran en absoluto, de verdad me había hartado de ella, o esa fue la mentira con la que traté de consolarme y de huir de la relación antes de que ella fuera quien la terminara. Exactamente no la amaba, no se puede amar con toda el alma a quien te hace recordar toda la miseria con la que cargas. A pesar de tener unas bellas facciones, el cabello brillante, y una piel de porcelana, no pude darle mi corazón, y tan solo acepté ser su pareja cegado por los sentimientos de soledad. Ella fue para mí como un analgésico, tranquilizo mis pensamientos catastróficos por unos años, pero, su presencia ya había dejado de surtir efecto

—¿Estas bromeando? ¿verdad Cris? — dudó Tania, con los ojos inundados de lágrimas.

—No, lo nuestro ya no puede seguir, se acabó, para siempre. — respondí, intentando sonar lo más frío posible.

—¿Amas a otra? ¿me estás engañando? ¿no es así? —me pregunto, mientras las lágrimas se le escapaban de los ojos.

—No, es solo que...—pensé en una excusa — .Es solo que necesito más tiempo para pintar, es todo, y siento que...

—¡¿Crees que soy una distracción?!

—Algo así...

El rostro de ella se tornó pálido. Por su semblante sabía que la había lastimado, en ese momento no me creí capaz de romper su corazón, por lo que asocie su mirada vidriosa con la destrucción de su orgullo; después de todo, la conocía desde hace dos años, y estaba al tanto de lo manipuladora que podía ser. Sin embargo, no quise reprochar su aparente estrategia y guardé silencio, como si un gato me hubiese devorado la lengua.

Con las mejillas húmedas por el llanto. Tania dio media vuelta y se fue corriendo del lugar, dejándome solo en la plaza de armas de la ciudad. Como una gacela, mi "ex amante" se escabulló entre la multitud; bastaron solo tres segundos para que la perdiera totalmente de vista.

Durante unos minutos me sentí abrumado. La facilidad con la que Tania expresaba sus emociones llegaba a niveles que yo era incapaz de igualar, sin embargo, por más que intente reprimir mis sentimientos, la culpa congeló mis extremidades.

El aire de otoño que se levantó de súbito logró calmar un poco mi malestar. El frío me complacía, y me hacía olvidar por unos instantes que había perdido para siempre a la única persona que decidió estar a mi lado a pesar de ser un fracasado.

El sentirme culpable me molestaba, era como si mil dagas ardientes se incrustaran en mi carne, realmente lo odiaba. Pero tan rápido como llegaron, esos sentimientos inauditos me liberaron, y la idea para un nuevo cuadro tomó su lugar.

Siempre he pensado que la tristeza es un sentimiento tan difícil de expresar que el arte es el canal perfecto, y el único para poder liberarse de tan infausta emoción.

Cuando era víctima de la pena, casi al instante surgía una idea para un cuadro. No importaba el evento que hubiera desencadenado mi sentir, la protagonista era siempre una mujer. Los escenarios podían variar, pero ella tenia que estar allí, observándome con sus ojos almendrados. Amaba pintar esas obras, era mucho más reconfortante que llorar sumergido en las sábanas hasta dormirme.

Desde que tenía seis años, esa imagen se presentó en mis sueños; en un principio no le otorgué importancia, pero con los años asumí que tales visiones tenían un significado más profundo, pues no había noche en la que no soñara con esa muchacha, de larga melena azabache, tez pálida y mirada misteriosa. A los diez comencé a pintarla, y desde entonces me obsesioné con ella, no había cuadro en el que no la retrata, siempre de la misma manera, lo único que me atrevía a modificar eran los fondos.

Cuando comencé mi carrera en la escuela de bellas artes, mis padres me dijeron que pintar obras tan similares entre sí, pero se equivocaban, mis cuadros se vendían, pero ni yo sabía porqué. En las pinturas yo veía a una mujer perfecta, pero quienes las adquirían presenciaban algo totalmente diferente; algunos decían que yo plasmaba tristeza, otros, ira, en fin, solo veían sentimientos, pero no a la mujer, la chica de mis sueños.

Con la imagen del cuadro a pintar lista en mi mente; camine hacia la salida del parque. El ruido del lugar ya comenzaba a hartarme, por lo que inicie una marcha rápida. La gente a mi alrededor me miraba con cierto desdén, no sabía si era porque habían sido testigos de lo sucedido con Tania, o porque mi simple impaciencia los molestaba, en fin, fuera cual fuese la razón me daba igual, deseaba a como dé lugar llegar a mi taller, si no le daba vida a una nueva obra, estaba seguro de que me iba a desvanecer.

Mi casa se encontraba a solo un par de cuadras de la plaza, y a pesar de que detestaba el bullicio del tráfico, la ubicación privilegiada de mi departamento me permitía acudir al centro de la ciudad cada cierto tiempo para vender mis pinturas.

Cuando llegué a la avenida Egaña, las figuras de los vehículos y los transeúntes se transformaron en seres fantasmagóricos al ser reflejados en el pavimento húmedo. El cielo gris y la baja temperatura, provocaron que aquel momento se viese mucho más lúgubre de lo que realmente era. Era un escenario digno de ser pintado. Aún así, el camino a casa se me hizo mucho más largo y tedioso que de costumbre; era sábado, odiaba los sábados, no porque esos días de la semana tuviera mala suerte, era más bien por la cantidad de personas que salían a deambular.

Cuando llegué a mi taller y vi mis cuadros organizados me sentí nuevamente en paz. Me estiré, y luego lance lejos mi abrigo azul, que aterrizó sobre el único sofá que tenía; mis prioridades eran gastar el dinero que ganaba en pinturas, lienzos, pinceles y brochas.

Un lienzo en blanco que descansaba sobre el caballete me esperaba. A su lado se encontraban varios frascos repletos de pinturas y sobre estos, pinceles y brochas de todos los tamaños se ubicaban. Me acerqué a mi lugar sagrado, me senté en un banco que siempre dejaba frente al caballete, después tome con cuidado la brocha de mayor tamaño, y por fin materialice esa imagen que de improviso se había apoderado de mi mente. 

Como de costumbre, mis trazos primero fueron agresivos y luego cuando la silueta de "ella" comenzó a surgir entre la pintura, cambié las brochas por los pinceles más delicados que pude encontrar. Tuve que reemplazar los tonos fríos de mi tabloza cuando llegó el momento de dibujar sus labios, por lo que para buscar el óleo carmín aparté mi atención del lienzo por unos segundos. Unte la punta de mi herramienta en la mancha rojiza que había derramado sobre la paleta y luego con la mano firme posicioné el pincel sobre el rostro a medio terminar, sin embargo di un respingo al percatarme de que su semblante, su cara que yo imagine gentil y pálida, había adquirido un aspecto monstruoso.

Solté el pincel, cuyo desplome liberó un chasquido casi ahogado, y tras fregar mis ojos con violencia, miré por segunda vez mi trabajo. Aquel rostro monstruoso, negro, sin rasgos faciales mas que un par de cuencas vacías, había desaparecido, y allí entre las rosas estaba aquel semblante gentil, sobre cuyos labios pálidos destacaba una mancha carmesí.

Meneé la cabeza y al instante me incorporé de un salto, derribando de paso el pequeño banco sobre el que había pasado horas sentado. Retrocedí para admirar la obra en su totalidad, y no note nada peculiar, "ella" como siempre era la protagonista. Sin embargo, me negué a continuar con mi trabajo, aquella visión fugaz fue demasiado perturbadora, y deseoso por hallar el origen de tal ilusión, permanecí embobado analizando los detalles hasta que la alarma de mi celular sonó. 

¡Muchas gracias por haber llegado hasta aquí! 

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¡Nos leemos en el siguiente capítulo! 

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