Desperté.
Si, lo hice, sin saber que estaba ocurriendo conmigo, que era lo que me sucedía, todo a mi alrededor era extraño, no me sentía yo, más bien, no era yo.
—¿Nena? —tenía la vista en un punto fijo, no prestaba atención a lo que decían, estaba cansada, pero me negaba a cerrar los ojos, mi subconsciente me decía a gritos que no tenía que hacerlo.
¿Por qué?
Ni idea, no recordaba nada de la noche anterior, y si intentaba hacerlo un dolor me invadía, el solo hecho de estar intentando hacer memoria hacia que me doliera el cuerpo, la cabeza.
—Sofia, hazme caso amor —era mi madre, sentí el contacto de sus manos con las mías. Era cálido.
Pero lo ignoré, como siempre lo hacía.
—Mamá, estoy cansada. —pronuncié con un susurro. Apenas y podía hablar.
La mirada de preocupación de mis padres, retorcía mi estómago, ¿me veía tan mal, para poder causar lástima? Miré las vendas que cubrían mis brazos, mi piel estaba de un color grisáceo, opaco, sin vida.
Tragué saliva, si me veía mal.
—¿Quieres comer algo corazón? —dijo está vez mi padre, con voz cariñosa, lo mire extraño.
No necesitaba su amor, ni su cariño, me ponía incómoda, me sentía enferma. Su presencia activaba mi mal humor, no toleraba que estuvieran conmigo en una habitación tanto tiempo. No los necesitaba.
—Quiero estar sola —mi madre negó con la cabeza.
—No, no, no dejaré a mi hija hasta que sepa que le pasa —suspire. Me removí en la cama.
¿Cómo les decía que no quería que estuvieran aqui?
—¿No tienen que trabajar? — mi voz sonaba amarga y dura. Era inevitable comportarme así.
—El trabajo no importa ahora cariño, solo queremos que estés bien —claro, eso dicen siempre. Noten mi sarcasmo.
No es que sea así con ellos, solo que me molesta que cuando estoy mal, solo es allí cuando están para mí.
—Hija, ¿Qué pasó? —mi padre se sentó en la cama y me miró fijamente con sus ojos azules que me heredó. —Escuchamos tus gritos y nos imaginamos lo peor.
—¿Gritos? —captaron mi atención. No recordaba ningún grito.
—Si mi niña, pero lo peor es que tus ojos estaban cerrados, queríamos despertarte pero no podíamos, cuando empezaste a convulsionar, tu padre te destapó y cuando vio tu cuerpo fue... —ella se tapó la boca y lágrimas empezaron a caer por su rostro.
Entonces comprendí.
¿Todo por una pesadilla?
Era extraño, si mi sueño fue una pesadilla, no me tuvo que haber pasado nada así. Los moretones, no tenía porque aparecer.
—Yo, no sé qué me pasó. Tuve una pesadilla, cre...— callé de inmediato.
Un destello apareció de nuevo al pronunciar la palabra, pequeños fragmentos de recuerdos aparecieron.
Él te beso, él lo causó.
¿Quién era él?
Mi cabeza empezó a dolerme más de lo normal y sentía un líquido espeso bajar por mi nariz.
—Sofia, nena... —no aguantaba el dolor —¡Guillermo, trae un doctor! —no los escuchaba, el dolor era más intenso.
Necesitaba descansar, dormir. Pero, ni siquiera quería pensar en lo que me esperaría si cerraba los ojos.
—Duele... Duele mucho —mis ojos empezaban a cerrarse.
Duerme, no pasará nada Sofía, te cuidare, tranquila.
Esa voz... No fui capaz de reconocerla, por qué inmediatamente deje de sentir todo.
—No dejen que se duerma —voces lejanas, voces irreconocibles.
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—Por fin despertaste —dijo un enfermero a mi lado. —tenías asustados a todos.
—¿Despertar?¿Cuánto llevo dormida? —el chico me sonrió. Pero no contestó.
Reviso mis estados vitales, mi temperatura y salió de la habitación.
Justo cuando el salió, mis padres volvieron a entrar, solo que esta vez estaba Rober con ellos.
Mi amigo me sonrió tristemente. Se acercó a mí y tomó asiento en la silla que estaba a lado de la cama.
—Senorita Sofía —sentí un alivio, cuando lo vi allí. —¿Qué tal se siente?
Tenía los ojos cristalizados, señal de que había estado llorando. Tomé sus manos y las apreté.
—Bien, ya me siento mejor. —bajó la vista y las lágrimas empezaron a escurrir.
Escuche la puerta cerrarse. Mire a mi alrededor, estábamos solos.
—Rober, no llores —intente sentarme en la cama, pero el me lo negó.
—No, no, te puedes lastimar —suspiré —Eres como una nieta para mí Sofía, cuando me avisaron, me sentí mal, tus padres me dijeron tu estado y yo, yo me imaginé lo peor.
—Calma Rober, aquí estoy —empece a sollozar. —No me fui a ningún lado.
—¿Qué pasó Sofi? —desvíe mi mirada.
Más que nadie, anhelaba saber la respuesta. No recordaba mucho y eso me estaba matando. Solo había sentido unos labios sobre los míos, pero ya no sé si fue real o solo fue una pesadilla.
—Quisiera saberlo. —murmure. Rober no hizo más preguntas, solo se dedicó a observarse, me conocia tan bien y eso lo que me agradaba de su compañía.
Pasaron al menos dos horas donde risas llenaron la habitación, chistes sin sentido de mi amigo, cosquillas y confesiones de parte de él, por un momento olvide todo.
Hasta que lo ví.
La puerta empezó a abrirse, me calle de inmediato. Traía unas flores en la mano derecha y un oso panda en la izquierda.
Se me quedó viendo, esperando que dijera algo, pero solo me limité a morderme el labio.
—Hola amor —su tono de voz era triste, mi corazón dió un salto cuando pronunció esas palabras, a pesar de ser un tonto. Lo quería.
—Erick... —sonrio.
Dió unos cuantos pasos hasta quedar a mi lado. Me extendió las flores y no dude ni un minuto en tomarlas.
—Sofia, estaré afuera con tus padres por si me necesitas, aunque se que estarás bien —dijo Rober, mirando en dirección a mi novio, me guiñó un ojo y desapareció tras aquella puerta.
—Lo siento Sofía, lo siento. Fui un idiota. —se había sentado en la cama.
Dejo caer su rostro a la altura de mi abdomen, mis manos fueros hasta su cabello y empezaron a acariciarlo.
—Yo pensé que me engañabas, y estaba molesto contigo que no me importo si te pasaba algo —siguió hablando. —Estaba celoso, furioso —hipeó —no te imaginaba con nadie más.
—Tranquilo, tranquilo —nuestros ojos se encontraron y me observaron como si quisiera ver mi alma.
—Hoy no te vi en la escuela, pensé que me ignorabas y deje de prestarte atención hasta que Bárbara me dijo que estabas en el hospital —sus lágrimas mojaban mi bata de hospital, sabía que estaba mal, nunca antes habíamos peleado, ni nos enojabamos, hasta cierto punto lo entiendo. —Soy el peor novio.
—Erick, amor. —se separó de mi.
—Perdoname, Sofía, voy a morir si no lo haces, yo te amo —cerre los ojos, intentando no llorar.
—Lo se, yo también lo hago.
Una culpabilidad invadió mi sistema cuando dije eso. De un momento a otro, el ambiente había cambiado, Erick no lo notó, pero yo sí.
¿Lo haces?
Tragué saliva, ¿me estaba volviendo loca? Pero había escuchado una voz en mi cabeza. Estaba segura, pero lo peor es que no era extraño, era como si ya conociera el sentimiento.
—Amor, ¿Te sientes bien? —asenti.
Baje la vista. Y juro que no lo ví venir.
No ví venir el beso de Erick, que segundos después me hizo dormir.
—Que... —su rostro fue lo último que ví.
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Abrí los ojos lentamente, el sonido de los pájaros me había despertado.
Me reincorpore y me observé, no tenía ninguna venda en mi cuerpo. Mi piel se veía sana.
Todo había sido un sueño. ¡Y valla que sueño!
Acomode mi cama, y me arreglé para ir a la escuela. Había sido extraño, pero me alegraba el saber que nada de eso hubiera pasado en la vida real.
Tocaron la puerta de mi recamara, di pequeños brincos.
—¿Si? —dije con felicidad.
Nadie respondió. Fruncí el ceño.
Lentamente abrí la puerta y me fijé que no había nadie. Con un nudo en mi estómago fui por mi mochila. Buscaba un libro, pero que no fui consciente de los pasos que se escuchaban en mi habitación ni de mis ojos brillantes.
—Linda cama —voltee rápidamente.
Oh, no.
Era él, era Evan, era un sueño.
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