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Frente a la Catedral

Y ahí estaba. Detenida en el tiempo, y presente, por supuesto. Se encontraba justo frente a la catedral. Sintió, por un momento, cómo el rayo de la luz divina la alcanzaba. Avanzó hacia ese lugar, porque la plancha del Zócalo también se encontraba tan cerca que podía existir en ella.

Levantó, una más de las infinitas miradas hacia el cielo, pero ahora como una promesa. Estaba segura de que nada sería igual. No dejaría que nadie le arrebatara las ganas de existir.

Entró con una solemnidad diferente, digna de quien ha vuelto a nacer. Recordó la primera iglesia a la que entró en su camino. Se sentó en una de las bancas y se puso a rezar como le habían enseñado. Cuando terminó, las lágrimas de agradeciendo caían por sus mejillas, estaban tintadas de dolor, el último que le quedaba por sacar. Sabía que al fin podría dejar la pena en un edificio, porque para eso se construyeron, para guardar las cosas más efímeras y complicadas de nosotros.

Dirigió sus pupilas a una imagen de la iglesia y se quedó pensando mucho antes de formular la pregunta que la estaba carcomiendo. Finalmente, abrió muy poco los labios, para dejar salir esas palabras ante la Virgen.

—¿Por qué seguimos vivos, si aprendimos a matar? ¿Por qué tenemos armas que no son letales y que destruyen la vida? Quisiera que me explicaras, por qué hay palabras que duelen, hay hechos que te destruyen. ¿Por qué seguimos todos vivos, aquí? Quiero decir, necesitamos un propósito, ¿no es verdad? ¿Por qué después de tanto tormento, de tanto miedo... por qué seguimos vivos? Debe haber una razón, ¿me has mandado a descubrirla? ¿Nos has mandado a descubrirla?

Limpió las lágrimas con su suéter. Aunque las palabras se quedaron sin una respuesta certera, percibió que aquella anidó en su corazón. Probablemente siempre supo qué le sería contestado. Tenía un poco de miedo, porque tomar la misión de descubrir el gran por qué de su existencia, es lo más abrumador que un humano puede enfrentar.

Tomó sus manos que temblaban y las juntó en un último rezo.

—Descubriré por qué.

જ 

La mañana afectaba el provecho de la noche. Parecía que las aves estaban molestas porque su descanso se miraba lejos. Las plumas se movían con queja, buscando desempolvar la pena que quedaba con el mal tiempo.

En una suerte de desfile, una de las pequeñas avecillas azules empezó a avanzar hacia la ventana. Esa empañada y mal puesta, que se mostraba envuelta en trabajo de herrería.

Su pico chocó contra el vidrio frío, alejando a la hermosa avecilla del lugar. Nadie quería estar cerca de la casa de los Ortega.

Tampoco nadie se preguntaba por qué, si había vivido suficiente tiempo en ese sitio. Nadie tenía un cuestionamiento sobre los hechos, porque lo cierto era que en cada una de esas casas, vivía una familia Ortega a su propia manera.

Quizá en aquella casa, la única hija de los Ortega no había tenido el sueño más raro de su vida. Porque al abrir los ojos, se dio cuenta de que el Centro Histórico nunca estuvo ahí, ella seguía en la calle violeta. Tal vez, en aquella otra casa, la muchacha también colocaría sus manos en el corazón y prometería no dejar que muriera en vida. Aunque la vida le llevara en saber para qué estaba viva.

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