El puñal del alma
El hospital se había quedado sin luz, el agua llegaba hasta las rodillas de los médicos, algunas drogas flotaban por allí, y pacientes susurrando incoherencias.
Agarré un bote de pastillas de Fluoxetina que nadaba en su soledad, y me metí 3 en mi boca. Suspiré, tirando hacia atrás mi cabeza, y mis cabellos aterrizaron sobre el agua. Me temblaban las piernas del frío que corría en mí.
Quedé flotando sin que mi rostro se hundiera, y un médico se acercó a mí, pensando creo yo, que me estaba ahogando.
— Hay que volver al cuarto — dijo sosteniendo mi cuerpo sobre sus brazo — es peligroso estar aquí afuera.
Lo miré, con los ojos perdidos en su cara, y cerré los ojos.
— Gracias — le susurré.
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