Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

En las profundidades del jardín

Bernard estaba parado ahí, en la entrada de mi jardín. Como yo era Mary Miracles, no tuve que arreglarme ni un instante, porque siempre estaba perfecta, impecable, sin errores.

Él extendió sus brazos para sujetarme y justo cuando iba a abrazarlo, ¡plap! Los cerró de pronto y dio una palmada cómica en el aire.

—Te atrapé, Mary Miracles —dijo entre risas—. No es tiempo de abrazarme.

Reí por compromiso, aunque me pareció una broma absurda y no pude evitar preguntar: "¿Cuándo es tiempo de abrazarte?".

—Pronto será tiempo de abrazarme, hoy no es tiempo de abrazarme. Tengo la sensación de que será mañana.

—Mañana, suena a una fecha confiable —respondí con la voz un poco quebrada.

Mary Miracles no llora, porque ella hace milagros; pero el corazón lo sentía raro. Estaba debilucho, quería quebrarse por lo que fuera, no tenía ni una sola dirección que seguir. Quizá por eso era que Bernard lucía como el sol más intenso.

Mi casita tenía un jardín precioso, me había costado mucho cultivarlo. Las hiedras venenosas están a la orden del día, las abejas vienen a visitarte menos a menudo de lo que te gustaría para que todo funcione bien y la lluvia... ni hablar de la lluvia que es tan, pero tan caprichosa. No sé cómo, pero me las arreglé para que estuviera bello como ninguno. Un rosal, un montón de flores del campo y ese césped divino.

Muchas personas me habían alabado por lo hermoso de este sitio, pero yo quería escucharlo en voz de Bernard. 

Cuando llegó, el primer día, lo senté en una mesita junto al jardín, para que pudiera admirarlo en plenitud. Él solamente aceptó mi té con una sonrisa, que se torció al probarlo, y después regresó las pupilas a la nada. Esperé pacientemente, porque no se puede forzar a alguien a alabar tu jardín; pero nada sucedía.

Como la charla empezaba a fluir un poco más profunda, cuando caía la tarde, decidí llevarlo a su habitación y dejarlo dormir. Estaba cansado, no lo notaba, pero lo sabía, por sus infinitas cartas.

—Antes de que te duermas —le dije ese día desde la puerta—, quiero que sepas que tus cartas son realmente formidables.

—Gracias, Mary —respondió acomodándose tan plácidamente en la cama como un niño en Navidad—. Las tuyas eran muy buenas también, un poco largas a decir verdad. En realidad eran tan largas que las leía en tardes enteras en la que podría estar acostado y comiendo un delicioso emparedado de jamón con queso cheddar y esa rica limonada que hace mi mamá; pero prefería leer tus cartas porque... eran muy buenas, sí.

A la mañana siguiente le di un poco de pan tostado con su mantequilla preferida. Nadie tiene una mantequilla predilecta con tanta intensidad como Bernard, pero es que él sabía exactamente lo que quería, aparentemente.

Disfrutó mucho el desayuno ese día, tanto, que no pude evitar intentar abrazarlo de nuevo.

—Hoy no es tiempo de abrazarme, quizá mañana —replicó alejándome lentamente, como lo hubiera hecho con la mantequilla que no quería.

Asentí con mucha tranquilidad y después le permití que se fuera a preparar para el día.

Mientras lo hacía, tenía la breve esperanza de que voltease a la ventana. Quería que mirara lo bellas que se veían las rosas bajo ese precioso cielo. Estaba segura de que Dios lo había mandado así, porque Él así hace las cosas. Solo me faltaba que los labios de Bernard lo pronunciaran.

El tiempo empezó a avanzar y no bajaba. Me pregunté qué tipo de trabajo tendría, por qué era que no tenía ningún afán en la mañana. En ese momento, apenas comenzaba mi negocio de mermeladas, así que yo pronto tendría que alejarme para poder retomar mis labores.

Temí, entonces, que algo le hubiera pasado, quizá por ello es que no estaba aún preparado; sin embargo, cuando subí a comprobar qué había pasado, él se encontraba todavía dormitando. Bernard no trabajaba en nada, más que en ser maravilloso, según él mismo... y según yo misma en algún punto.

Empecé mi día laboral, me esforcé mucho en hacer las mermeladas que saldría a vender. Sin darme cuenta, Bernard despertó y se colocó a mi lado. Miró de reojo el jardín y no dijo nada, al contrario, tomó un poco de mi mermelada y me comentó que era deliciosa.

—¿Puedo tomar un frasco y llevarlo al pueblo?

Accedí de inmediato, porque mis ganas de que halagara mi jardín se sintieron saciadas al escuchar esas palabras llenas de humo.

Regresó después de un rato para solicitarme otra. 

En mi corazón creí que compraba pan en un lugar hermoso que tenía flores,  se sentaba a deleitar la mermelada con la mirada fija en la nada, pero con una sonrisa en los labios, quizá recordándome. Pero cuando los frascos empezaron a desaparecer uno tras otro, como las palabras que se iban con él, cada vez más burdas, más cortantes; empecé a sospechar el hecho innegable.

Lo comprobé un día que me sentía cansada de hacer tantas mermeladas. No le había dicho nada, por supuesto, porque pensé que sería un poco grosero de mi parte sugerir que estaba volviéndose una visita molesta, pero el desgaste que me causaba tratar de equilibrar la cantidad de mermelada producida era agobiante.

Como decía, ese día decidí dar una vuelta al pueblo para estirarme un poco y, claro, con la leve intención en mi corazón de encontrármelo enamorado en una banca, recordándome y reflexionando en lo buena cocinera que era. 

Poco a poco empecé a divisar un pequeño puesto que se levantaba a la lejanía. Nunca lo había visto y esa era la misma razón por la que todo el mundo que pasaba por ahí tenía los ojos fijos en el muchacho de piel canela que movía de lado a lado los frascos de mermelada que con tanto ahínco había estado haciendo.

Sentí un pinchazo en el corazón, en especial cuando noté que las personas estaban tan emocionadas por comprarle. Tenía un pequeño cofrecito con muchas monedas a su lado. Yo apenas y había tenido ventas, tanto así que dudaba en cerrar ese pequeño sueño que atesoraba desde niña.

Pude ver a una madre yéndose con su hija, con uno de los frascos en su mano. Estaban tan contentas por la presentación que tenía todo. Iban comentando sobre lo bello de aquel listón, sobre lo bonito que brillaba el frasco y sobre lo rico que les había parecido la mermelada que compraron al nuevo muchacho del pueblo.

Mi alma se congeló también, además del pinchazo, pero no tuve valor para arruinarle aquel momento. Lucía tan, pero tan feliz. Era como un niño  y la sonrisa de Bernard... vaya, no querías que se fuera con nada. Ya lo había dicho, ¿cierto?

—Este negocio de mermeladas no lo mencionaste en tu primera declaración, ¿cierto? —preguntó amablemente la psicóloga.

Mary empezó a reírse tan fuerte que se provocó un eco curioso en toda la sala.

Como sea, en ese momento, estaba segura de que lo mejor era no decirle nada. Los días siguieron pasando como si fueran hojas de un cuento. Él me seguía pidiendo mermeladas de vez en cuando. No, bueno, en realidad lo hacía todo el tiempo. Yo siempre le entregaba las más ricas, porque ahora sabía que tenía un pequeño negocio de las mismas. Quería que todos quedaran sorprendidos por su sabor y por la manera tan rica en la que podía jugar con los sabores. También se me plantó una idea repentina, quizá estaba esperando el momento en que su negocio de mermeladas se volviera tan exitoso que todos quisieran saber exactamente la receta. Él sin duda voltearía a mirarme con una cara de orgullo y todos se enteraría de que la mente maestra detrás de todo era yo, ¡yo!

Sin embargo, aquello nunca pasó. Ni siquiera cuando en la iglesia empezaron a solicitar grandes cantidades de mermelada para los convivios. Todos en el pueblo, en los alrededores, querían un poco de la mermelada de Bernard.

En ese momento, dejé de ser Mary Miracles, ya no me sentía así.

—¿Quién fuiste, entonces?

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro