Cassandra entre preguntas
Cualquiera esperaría que la mirada fuera evasiva. Esas pupilas avellanas pudieron convertirse fácilmente en la pelota de tenis más rápida jamás vista; sería la manera lógica de esquivar los rostros inquisitivos de cada persona presente en el lugar. Todos lucían como si aquella mujer les debiera algo personal. Los ceños eran como cañones, rocosos, esperando que cayera directo al precipicio... pero no fue así.
Casandra mantenía la mirada lúcida, fija entre la gente. Con la fuerza suficiente para lucir intencional, pero tan suave que daba la impresión de encontrarse en un hermoso día de campo, con bellas flores acariciando la tarde.
El frío de la sala recorrió a los presentes. Pudo ser el aire acondicionado (para los amantes de las explicaciones racionales), aunque, a decir verdad, aquella corriente parecía ser la intriga que se había materializado para tocarlos. Cómo es que una mujer de aspecto armonioso pudo cometer aquel acto.
En cierto momento, Casandra movió el lápiz que se encontraba a su lado. El investigador que acababa de hablar con ella lo había dejado ahí a propósito. Era como un experimento a puertas abiertas, un enigma que nadie en esa oficina policial había presenciado antes.
El lúgubre silencio fue interrumpido por la puerta principal. Una mujer alta y grande fue la primera en sonreír en el recinto. Casandra lo detectó de inmediato, dibujó en su rostro pecoso una leve respuesta a dicho gesto. Sus ojos brillaron con la poca luz que entraba por la ventana, con la esperanza de que aquella nueva integrante de la fuerza que la ataba a ese edificio, pudiera entenderla.
—Casandra, ¿cierto? —soltó la mujer en cuanto dejó caer todo su peso en la silla. Tomó el lápiz que la joven había estado moviendo de lado a lado y volvió a sonreír antes de tomar una nueva hoja de su sujetapapeles viejo.
—Casandra Vásquez —completó aquella, sintiendo que quizá esta era la persona adecuada para hablar.
Llevaba horas hablando con policías, se había corrido la voz en los pasillos de su particular forma de declarar, pero eso ella no lo sabía. De lo único que tenía certeza era de que su aburrida burocracia no quería más que aplastar la voz que era su derecho desde nacimiento. ¿No era eso lo que querían? ¿Saber lo que pasó?
—Casandra Vásquez, claro que sí. Veinticinco años, graduada de Arquitectura, nadadora de competencias locales. —El tono de aquella señora mientras hojeaba los registros, que también estaban en su sujetapapeles, asemejaba a una dulce madre felicitando a su hija por tantos logros.
Aquello revolvió el corazón de Casandra un momento, mientras acomodaba su chamarra rosa sobre el delgado cuerpo que poseía.
—Casi califico para una competencia nacional... pero no entrené suficiente. Solo era mi pasatiempo.
La mujer asintió al tiempo que hacía una breve anotación en la hoja limpia del frente.
—Mi nombre es Rosa, estaremos...
—¿Psicóloga?
—Sí, doctora en psicología —respondió la mujer soltando una risa leve—. Pero eso no es importante ahora, porque lo que quiero es escucharte a ti. Casandra, queremos escuchar la historia completa.
—¿La historia completa? Es muy larga y por lo que he presenciado... —hizo una pausa para mirarlos a todos—... Parece que tienen prisa.
—Yo no tengo ninguna. Quiero escuchar todo, todo desde el inicio.
La tensión creció en los alrededores. La sala tenía un policía en cada esquina, tres investigadores y a la psicóloga clavando sus miradas en la mujer. Casandra acomodó el lacio cabello que le llegaba al hombro, mientras regalaba una modesta sonrisa.
La historia completa, desde el inicio... qué interesante.
—Les contaré —respondió finalmente—, pero tengo una condición. Es mi historia, no pueden ponerla en duda como han hecho todos ellos. De lo contrario, no contaré nada. Mi boca estará cerrada para siempre y me llevaré las palabras hasta la tierra.
Su voz con la última frase sonó contundente, un poco fría y con eco (para los amantes de las explicaciones fantasiosas). Aquello hizo temblar a todos, aunque fuera brevemente. Estaban aproximándose a la verdad y eso es lo que más le gusta a la humanidad... ¿cierto?
—Yo escucharé, quizá te haga unas preguntas en el camino... Pero tú podrás relatarnos todo desde tu perspectiva —aseguró la psicóloga al tiempo que hacía rechinar su silla para reacomodarse.
La sala se iluminó y el viento cesó.
—Desde mi perspectiva... —repitió pensativa—. Bien, pues ahí va. El cómo comenzó todo y poco a poco... se esfumó.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro