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Cap. 14: Nebulosa de pensamientos

—No puedo decidir si eres un traidor, un mentiroso, un doble cara, un agente secreto o un alíen —dije recostándome de la pared.

—¿Por qué un alíen? —preguntó volteando medio cuerpo para mirarme sobre su hombro.

—Es que no me parece humano lo que hiciste.

Sonrió de lado, aunque a ninguno le diera gracia.

—Ya puedes entender porque no podía decírtelo —suspiró Sam desde su escritorio.

Rodeado de tantos libros y material de estudio, y cargando esas enormes ojeras, podría haberme compadecido de él; sin embargo, estaba tan conmocionado y molesto con todo lo que había leído, y descubierto, que no sabía qué hacer con el manojo de emociones que sentía.

—Empieza a hablar, Sam —Alcé mi teléfono, donde tenía todavía abierto las pestaña con los horribles titulares sobre Lop.

—Pensé que con eso lo entenderías —Me miró como si no creyera que estuviéramos todavía en diferentes páginas, pero al mismo tiempo parecía aliviado de estar avanzado en esta historia.

—Lo que entiendo es que mi casi hermano me ha estado viendo la cara de tonto y, antes de dar mi juicio, me gustaría saber porqué.

Sam meditó por lo que me parecieron horas y luego suspiró.

—¿Qué quieres saber, Félix?

—Todo lo que sepas.

—Eso no es posible —Negó para sí mismo, dándose un cuarto de vuelta, como si hubiera algún sitio para esconderse.

—Sam me mentiste sobre algo muy grave, ¿crees que vine hasta aquí para negociar?

Sus cejas se alzaron ligeramente sorprendidas por el tono tan inusual en mi voz, pero se enserió para regresar al tema.

—No te he mentido, Fel. Mucho menos traicionado. Todo lo que he hecho hasta ahora ha sido únicamente para ayudar.

—Perdona que te cuestione, pero no actúas como tal.

—¿Y cómo quieres que actúe? ¿Por dónde quieres que empiece? ¿Eh? —musitó bajo y en sus ojos vi el matiz de la desesperación—. No te lo puedo contar todo, así que diga lo que diga parecerá que intento manipularte de nuevo.

—¡Pues aclárame! —Exigí harto de que no pudiera ver lo obvio que quería—. Aclárame, lo que ya me has dicho, que es cierto y que no, empieza por lo que SI puedes contarme —Dejé mi teléfono en mi regazo y me crucé de brazos, negándome a ceder.

Sam dudó.

Y su mirada de terror consiguió por fin ablandarme un poco.

—Por favor, Sam... —susurré con cuidado, haciendo que se relaje—. Te conozco perfectamente, sé que no harías nada sin una razón, pero necesito saber qué pasó o que está pasando. Algo con lo que pueda comprenderte.

Lo pensó.

Lo volvió a pensar.

Y finalmente soltó todo el aire que llevaba acumulado.

—De acuerdo... —murmuró, girando su silla para verme mejor.

Me senté hacia delante, dándole toda mi atención.

Sam negó para sí mismo y, entre serio y divertido, empezó a explicar.

—Dije la verdad cuando dije que no reconocí a Lop al principio porque ha cambiado mucho físicamente. De no ser por su apodo, capaz nunca hubiera sabido que es ella.

Sonreí de lado, estando de acuerdo. Había visto una foto de Lop cuando era una niña, por accidente, una vez que fuimos a Beverly Hills. Lop había pasado por mucho dolor y muchos cambios. Hasta su mirada brillaba con una intensidad diferente a como lo hacía ahora.

—También dije la verdad cuando dije que la primera vez que la vi fue en el hospital. Los chequeos y la enfermedad de su tía, todo eso es real.

Una tristeza me atrapó y Sam sonrió de la misma forma.

—Sí, lastimosamente... —susurró sin bajar la mirada.

—Continúa —pedí suavemente y él asintió, comprendiendo.

—Entiende que este punto es importante, porque si bien conocí a Lop en el hospital, lo que no te conté fue que esa no fue nuestra primera interacción.

—¿Qué quieres decir?

Sam tomó airé profundamente.

—En un hospital pueden ocurrir muchas cosas, siempre hay gente con las emociones a flor de piel, pero Lop era distinta: siempre estaba tranquila —explicó—. La veía de lejos, sentada en la sala de espera, conjunta a una de las salas de consultas. Me causaba curiosidad porque... —Se inclinó hacia mí con media sonrisa, divertido ante el recuerdo.

» ¿Sabes la pila de revistas que dejan para los acompañantes? Bueno, ella los ignoraba, en su lugar tomaba esos libritos con retos mentales que estaban al otro lado de la canasta. ¿Esos que la mayoría de la gente ignora? Bueno, salvo tal vez el abuelo que lleva dos horas esperando que lo atiendan, o la madre que intenta contener a su hijo más curioso.

—Te desvías —dije, pero la verdad es que me hacía gracia la anécdota y hasta me causaba ternura escuchar de las manías de una Lop más joven.

—Era inevitable —Sonrió, pero ahí mismo se enserió otra vez—. Y eso es todo lo que te puedo contar.

Abrí inmensamente los ojos.

—Bromeas —acusé y negó—. ¿Todo eso para no terminarme de decir como la conociste?

—Es complicado.

Suspiré.

—A parecer todo lo es.

—Félix, déjame terminar —pidió y me volví a recostar de la pared—. Lo del hospital fue cuando ella tenía doce años. No hablé con ella sino hasta un año después, en frente de mi casa.

—¿Tu casa? —Incliné hacia abajo las cejas.

Por cada aclaración peor se escuchaba.

Sam negó, conociéndome tan bien como yo a él como para saber lo que podría estar pensando.

—Lop visitaba a unos parientes de un amigo suyo que tú conoces: Henri —Me enderecé y él sonrió—. Sí, ese Henri. Por tu cara veo y deduzco que sigue siendo muy protector con ella y te ha puesto todas las caras de hermano mayor que se sabe.

Asentí sin pena ni gloria y él se rió. Sin embargo, esa risa estaba tan rota que cuando volteé de nuevo, Sam miraba con arrepentimiento el piso. Me incliné nuevamente hacia adelante y él se enderezó ahora.

—Desde aquí solo puedo decirte cosas muy puntuales. Así que seré muy breve —avisó y, tras verme asentí, él volvió a bajar la mirada—. Lop y yo éramos muy buenos amigos. No los mejores, porque ese puesto nadie se lo puede quitar a Henri, pero sí muy cercanos —Sonrió de lado y su mirada pareció transportarse a otros tiempos.

» Tanto que, cuando me enteré que estudiaría con nosotros en el GWLA, fui de los que más se alegró. No hay que hablar con ella ni verla dos veces para saber que es una chica muy inteligente, y que merecía una oportunidad de ese tamaño —suspiró—. Todo comenzó de maravilla, pero a la felicidad es a la que más le calculan el tiempo.

—¿Qué pasó?

Me miró seriamente.

—Leíste lo de su libro, ¿no? —Asentí—. Empezaron a haber muchos problemas y, lamentablemente, Lop quedó en medio. Lo que eran sus amigos no pudieron hacer mucho por ella y yo... —se calló de repente y me miró de reojo—. Yo no moví un dedo.

—¿Qué?

No podía creer lo que escuchaba. Algunas cosas empezaron a encajar en mi cabeza, pero que Sam cometiera ese tipo de deslealtad no me parecía posible.

Lo conocía desde que tenía uso de razón, conocía sus fetiches, sus manías, sus malos hábitos, pero, sobre todo, sabía de lo que era y no capaz. Y Sam nunca abandonaría a alguien que lo necesitara. ¡Por Dios! Estudiaba medicina, siempre que salíamos juntos y veía de casualidad a alguien lastimado salía corriendo a ver si podía hacer algo. Samuel Daniels tenía el síndrome del héroe más desarrollado que conocía.

¿Por qué entonces no ayudó a Lop?

—No entiendo, ¿por qué...?

Me sonrió con tristeza, pero no me respondió.

—¿Y...? —Abrí los ojos, dándome cuenta de un detalle que casi pasé por alto—. ¿Y Ren, Sam? ¿Qué hizo Ren? Aun no me dices na... —Su mirada decayó, cortándome.

—Ninguno hizo nada... —Su voz bajó tanto que se puso ronca—. Ninguno...

Entonces, entendiendo que no me diría más, e indignado por lo que ya había escuchado, me levanté de la cama. Sam me siguió con la mirada, pero yo no pude voltearle la mía.

Nada de aquello tenía sentido.

Nada se parecía a algo que ellos harían...

No ellos...

No a Lop...

La habitación estaba ventilada, pero sentía que me faltaba el aire. Ya me dirigía a la puerta cuando, entonces, su voz me detuvo con una confesión que vino de lo más roto de su alma:

—Amenazó a mi familia...

Mi cuerpo, rígido, giró lentamente. Mi mano, antes suspendida, se pegó del marco, recibiendo a tiempo la orden de mi cerebro de sostenerme antes de que me cayera de la impresión.

—¿Qué...? —murmuré estático y Sam me miró, revelándome sus ojos rojizos—. ¿Quién? ¿Por qué?

Negó de nuevo y me dieron tremendas ganas de acercarme y sacudirlo para que me terminara de dar respuestas, pero estaba tan choqueado que apenas si podía hablar.

—Reconocí a Lop en el instante que la dejamos cerca de su casa. ¿Por qué no dije nada al respecto? Miedo, muchísimo miedo, Fel. Miedo por mis padres, por mí y, sobre todo, por ti, quien no tenías nada que ver con todo esto —acabó por decir, dándose vuelta y poniéndose de pie. Sin acercarse, levantó la mirada.

» Por eso te dije todas esas cosas, aunque no son mentiras, necesitaba que te alejaras un poco de Lop. Sabía que si te decía la verdad no lo pensarías dos veces para actuar. Pensé desesperadamente, pero finalmente me dije que sería inútil: me pediste el favor de que intentara recordar de donde la conocía. Luego me llamaste desde Beverly Hills. Lop, así no me reconociera, sospechaba de mí. Y ustedes —suspiró—. Ustedes se gustan demasiado.

» Me sentí mal por como la dejé a su suerte en el pasado, así que, contra todo raciocinio, los dejé ser felices. Decidí ver como las cosas iban y me dediqué a despistarte. Y funcionó hasta hace poco. Entre la culpa y los parciales, me sentía ahogado. Entonces, cuando me enteré que Ely había vuelto, vi una oportunidad. Programé un encuentro sin pensar que ese sería el posible segundo mayor error de mi vida.

» No conté con que Ely se reconciliara con Lop y, sin querer, reuní a todos los implicados —Dio un paso hacia adelante—. En ningún momento quise mentirte, actué como mejor creí. Ni siquiera debería estar contándote esto, pero... —Respiró hondo—. Ya cargo con el odio de Lop, Félix... no soportaría cargar el tuyo también...

Y así, en un discurso de cinco minutos, Sam me dijo más que en media hora que llevábamos haciendo preguntas en su cuarto. Éramos igual de altos, así que nuestras miradas estaban a la misma altura. Uno estaba impactado por tanta información mientras que el otro, lleno de culpa, respiraba apenas por los nervios, unos que hacían vibrar parte de su cuerpo cuando exhalaba.

Finalmente, reaccioné y recordé como respirar.

—No te odio, Sam... —susurré con cuidado, meditando mis palabras al mismo tiempo que las decía—. Y tampoco creo que Lop lo haga.

—No puedes saber eso...

—No del todo al menos... —Lo corté y fue su turno de callar—. Hubo un momento en su cumpleaños que me contó algo de las aventuras que tuvo con sus amigos de GWLA. Y... en ningún momento vi alguna mecha de rencor.

—¿En serio? —Abrió los ojos sorprendido, confundido, esperanzado.

Asentí con toda la seriedad que pude.

—Yo... no sé qué decirte ahora, pero... creí que necesitabas saber eso.

A Sam le brillaron los ojos, pero pudo contener las lágrimas. Sus labios temblaron, pero logró sonreír un poco, diciéndome así silenciosamente: gracias.

Entonces, mientras pensaba que más decirle, sentí como algo me empujó hacia atrás. Haciendo mi esfuerzo para no caer, me equilibré con éxito y ambos miramos la puerta abrirse. De ella, un chico pelirrojo y una señora ya en sus cincuenta, con los mismos ojos pantanosos y cabello castaño de Sam: entraron al pequeño dormitorio del universitario.

Sam se puso pálido, rojo, y de nuevo pálido, y me miró. Yo, comprendiendo su conmoción, le sonreí para calmarlo. Con esa mirada, ambos entendimos que la conversación estaba cerrada por ahora, ya que tanto su madre como, ¡sorpresa! El mesero de la cafetería de Elle, habían venido de visita.

Bueno, mejor dicho, su mamá había venido de visita, pero en la entrada se topó con Azaré, quien había estado, aparentemente, varios minutos dudando si subir o no. Por la sorpresa de Sam pude deducir que no esperaba a ninguno de los dos, pero así mismo, por su gran sonrisa, entendía que estaba encantado de que lo hicieran. Sobre todo porque, aparentemente, Azare se había quedado preocupado luego del espectáculo del otro día en la cafetería en la que trabajaba.

Sonreí, no sé en qué momento avanzó tanto la relación, pero parecía que por el momento hasta su futura suegra le agradaba el pelirrojo; así que, disculpándome, les di espacio y los dejé solos para que se reunieran tranquilos.

Sam necesitaba serenarse.

Y yo... yo necesitaba...

No sé qué necesitaba.

Pero quería dejar de pensar por un momento.

Creo que era la primera vez en mi vida que mi cabeza gritaba tantas cosas a la vez. Me sentía mareado, con unas ligeras nauseas. Pensé en acercarme donde Elle y pedirme algo, pero hasta el estómago se me había cerrado.

Había obtenido algunas respuestas, pero ahora no sabía que era peor: ser el ignorante o ser otro involucrado.

Porque, por lo que había entendido, esos tres estaban hundidos hasta la nuca en algo grave. Tan grave que solo se me ocurría alguien lo suficientemente poderoso para llevarlo a cabo.

Y ese no era Renato.

Una señora mayor me vio caminar por el vecindario, jugaba con unos niños que parecían sus nietos, pero al ver mi palidez me detuvo con cuidado y me preguntó directamente si me sentía bien.

Y yo no supe que responderle.

El miedo en los ojos de Sam era real, estaba seguro.

Pero si lo que yo suponía era correcto, estábamos en serios problemas.

Me sentía tan mal que, cuando la señora me ofreció asiento no tuve fuerzas para rechazarla. Lo niños ayudaron a guiarme y me sentaron en una banca que estaba en frente de la casa. Uno de ellos me trajo agua y, cuando me sentí más lúcido, llamé a mis padres. Mamá fue la primera en contestar y, apenas escuchó mi tono de voz, entendió sin que le explicara que necesitaba auxilio. Sin pensarlo, vino por mí.

Mi casa no estaba muy lejos del vecindario de Sam, así que al cabo de media hora ya estábamos de regreso. Claro, no sin antes agradecer a la amable señora por socorrerme. Mamá no hizo preguntas en todo el camino, pero una vez en la casa, me llevó a la cocina y, sin pedirlo nuevamente, me sirvió un té de tilo.

Lo tomé renuente, pero agradecido. Esperó un rato a que tomara un poco más de la mitad y, ahora sí, se sentó conmigo.

—¿Qué pasó? —preguntó directamente, alzando una mano para tomarme suavemente del rostro y revisarme con su mirada preocupada.

Tomé otro sorbo y dejé la taza vacía en la mesa donde, otra vez, me sirvió un poco más. Sonreí a medias y asentí, agarrando la taza en mis manos.

—No estoy seguro... —confesé y hasta a mí me sorprendió lo ronca que tenía la voz—. Me descompuse de pronto.

—¿Estás tomando tus vitaminas? —Asentí—. ¿Agua suficiente? —Asentí—. ¿Y la comida?

Sonreí de nuevo.

—Mamá, como más que tú.

Y ante la broma, pudo relajarse un poco.

—Es verdad.

Permaneció en silencio mientras tomaba otro poco del té y luego preguntó:

—¿Dónde estabas?

Me tensé un poco.

—Visitando a Sam —dije sin más y ella asintió.

—¿Y cómo está?

—Con ojeras tan marcadas que no se le irán en la vida.

Sonrió divertida.

—¿Aparte?

Tragué saliva y bajé la mirada.

—Más o menos —Admití y ella me estudió, intentando descifrar que significaba eso.

—Pareces preocupado, ¿le pasó algo?

—No exactamente.

—Entiendo... —susurró y, extendiendo una mano para tomar la mía, agregó—. ¿Quieres contarme entonces por qué pareces como si algo te estuviera aplastando?

Levanté la mirada y solo pude pensar en lo que Sam me dijo en la cafetería: "A veces es mejor no saber... Saber demasiado puede volverse una carga".

Pero saber a medias es igual de insoportable. Es como caminar con una venda en los ojos por una habitación a oscuras: sabes que puedes quitarte la venda, pero la habitación sigue a oscuras. Tanteando, tarde o temprano es que adivinaras hacia donde está la salida.

En tan solo una hora me he dado cuenta que no podría contener esto solo, pero no me sentía con la fuerza como para traspasar ese peso a mi familia.

Desvié la mirada de mi madre, bajándola hacia mi taza. Como si en ella pudiera encontrar respuestas, y la oí suspirar, seguro preguntándose qué maniobra de padres podría utilizar para sacarme la información; sin embargo, ambos sabíamos que sería inútil.

Podría no saber mentir, pero era perfectamente capaz de llevarme secretos a la tumba.

Antes de que pudiera replantearme, el timbre de un teléfono empezó a sonar. Ambos miramos a los lados hasta que confirmé que era el mío. Sorprendido, veo «papá» en la pantalla y veo a mamá. Ella me sonríe y a mí me entra el terror.

No parecía un buen momento para confrontar mis incomodidades paternales.

—Que oportuno —dice—. Estaré abajo otro rato por si me necesitas.

Y así sin más, me dio un beso en la frente y me despachó. Entre aterrado y sorprendido, contesté antes de que se cortara la llamada, dejando a mi madre atrás mientras subía a mi habitación.

¿Papá? —dije una vez dentro, sentándome en la silla de mi escritorio para hablar con más comodidad.

—Salía de una junta cuando vi que tenía un par de llamadas perdidas tuyas —dijo sentándose también en su escritorio—. ¿Pasó algo?

—Algo... —dije apenas, recién percatándome de lo que había hecho.

¿Lo llamé por error cuando llamaba a mamá? Debía de estar realmente mal.

—No tienes buena cara —dijo de pronto e instintivamente me eché hacia atrás al ver su cara muy cerca del teléfono—. Pareces a punto de vomitar.

No sé porque, pero eso me causó risa.

—Sí, podría vomitar de hecho —digo en broma, pero broma no era y él lo notó.

Se alejó de la pantalla y me miró seriamente.

—¿Qué ocurrió?

"Otra vez esa pregunta", contuve un suspiro y me resistí a bajar la mirada. Con él no me sentía en tanta confianza como para dejarme ver débil. Era algo automático, siempre me había animado a superar mis limites, tanto que ahora sentía la necesidad de forzarme y mantenerme impasible frente a él.

Pero me estaba costando. Sentía una presión en la garganta y nervios en el estómago. Los efectos del té que me habían asentado, dejaron de surtir y volvía a sentirme fatal.

No sé cómo hice para aparentar por más de un minuto, pero cuando el debate de miradas que sin querer estaba sosteniendo con él, empezó a agotarme; no pude más. Pestañeé y me dejé caer sobre el escritorio, haciéndolo a él retroceder del otro lado, asombrado por el abrupto cambio de postura.

—¿Fé-Félix?

—No tiene caso... —murmuré sin verlo—. Estoy agotado de todo esto.

No sé ni que cara puso, escondí mi cabeza entre mis brazos y no supe más de él. Sentía que, si no veía sus expresiones, al menos me resultaría más fácil todo aquello.

—¿De qué?

—De que no me comprendas —dije en voz muy baja, esperando que no me escuchara.

Quería sacarlo de mi pecho.

Pero, desafortunadamente, causa y colisión, me escuchó:

—No te estás explicando muy bien, hijo —dijo despacio—, no puedo comprenderte así.

—No es eso —suspiré entre mis brazos.

—¿Qué es entonces? Y... —suspiró también, pero sin perder su tono tranquilo—. Por favor, mírame a los ojos.

Aplané mis labios entre sí, iba en contra de mi voluntad, pero sabiendo que podría hacerlo enojar sino lo hacía, suspiré de nuevo y me incorporé en mi silla, dirigiendo mi mirada al teléfono.

—Me refiero a que... —Tragué saliva, así como también mi coraje—. Que no creo que lo entiendas.

Para mi sorpresa: sonrió.

—Eso es más comprensible de lo que crees —Se recostó en su silla y me miró con la determinación de la que yo carecía en ese momento—. A ver, ¿por qué piensas que no lo entendería?

Me lo pensé dos veces por si acaso.

—Por esto —Señalé todo y a la vez nada—. Siempre pareces tan decidido, con todas las respuestas... —suspiré nuevamente, intentando elegir mis palabras—. Es decir, ¿alguna vez te has sentido atrapado en un foso? De esos que sabes que debes actuar, que sientes que deberías actuar, pero ¿no sabes qué hacer?

Al igual que yo, se tomó el tiempo en meditar.

Y no sé, pero me sorprendió mucho cuando suspiró y parte de su determinación y seguridad parecieron desaparecer.

—Más veces de las que te imaginas —Incluso se rió—. Mi trabajo se basa en decisiones, y las decisiones tienen peso —introdujo—. He visto de todo, me han llegado casos en los que me he pasado horas, incluso días, pensando en cómo puedo solucionar. Y muchas veces me he llevado la decepción de mí mismo por algunas que he tenido que tomar.

—¿Tú? —Sonreí burlón ante la imagen—. ¿Decepcionado de ti mismo?

Cruelmente me sorprendí pensando: "Eso tendría que verlo". Hasta donde podía recordar, mi padre era una figura de seguridad, una en la que depositar esperanzas y confiar que hallará una solución; sin embargo, aquí, en ese momento, parecía tan humano como cualquiera. Incluso cansado de todo eso.

—Sí —Volvió a sonreír—. Porque ese es el caso, hijo: aunque exista una solución para todo, menos la muerte, no siempre serás directamente parte de esa solución.

Fue como un golpe directo.

Tragué saliva y me recosté de una mano del escritorio, analizando las palabras de mi padre mientras su expresión me empezaba a parecer cada vez más agotada.

—No entiendo, ¿no debería uno poder hacer algo? ¿Lo que sea?

—Hay problemas que se escapan de nuestras manos y otros que están hechos especialmente para nosotros —resumió—. Hay cosas que solo tú podrás hacer.

—Francamente nunca me he sentido tan inútil como ahora —dije sin pensar y mi padre arrugó la frente, juntando las cejas y afincando la mirada.

—Si hay algo que te esté molestando te recomiendo que no te enfoques tanto en lo que sientes que deberías hacer, sino en lo que al llegar el momento simplemente no lo pienses, solo lo hagas.

Me impresionó. Al parecer, mi padre tenía más habilidad para ver a través de la gente de lo que creía. Me hacía sentir... ¿bien? Seguía estando aterrado, pero ahora...

—¿Y si al final no puedo hacer nada?

Mi padre me observó atentamente, de la misma manera que observaba a sus clientes cuando quería comprender la mecánica de sus pensamientos.

—Un mentor me dijo una vez: "Al juntar muchos pequeños actos se arman grandes hazañas". No importa de qué tamaño sea tu aporte, hijo, tu buen corazón ya te hace un héroe.

Mi ánimo decayó al mismo tiempo que mi mirada.

—No me siento como uno...

Nuevamente, me sorprendió al reírse.

—Pienso que el heroísmo es más un estado que un modelo de vida, forma parte de aquellos que quieren hacer lo correcto, pero no se manifiesta sino hasta que llega el momento correcto. No lo piensas, actúas.

Analizó en voz baja, con ese tono que caracterizaba a los padres. Cuando me doy cuenta, había derribado parte de mis defensas y me encontraba erguido, mirando concentrado el teléfono. Fue solo entonces que sonrió por completo y se apoyó de sus antebrazos para mirarme mejor.

En ese momento, sentí una proximidad que no había sentido en años con él. Y es ese detalle el que expandió un agudo dolor por todo mi pecho, que escuece mis ojos y me hace tragar saliva, presentándome un tipo distinto de nervios.

—Dicho así, parece muy fácil.

—Y es cuando más difícil se pone —completó y ambos sonreímos de lado.

—Supongo que estoy en esa fase —concluí haciéndolo asentir.

—No sé a qué intentas, pero estoy seguro que estás haciendo tu mejor esfuerzo —dijo finalmente y un nudo encerró mi garganta cuando levantó la mirada y me sonrió con cierto orgullo—. Porque tú eres así, hijo.

Antes de darme cuenta ocurrió lo impensable: una lagrima rodó por mi mejilla. No obstante, mi padre no lo alcanzó a ver, ya que algo en su oficina lo sacó de su concentración y me dio tiempo de limpiarme del hombro. Cuando volteó yo estaba como si nada hubiera pasado y junto a él aparece el cuerpo de alguien: un hombre delgado y erguido, vestido de traje y saco. Por el ángulo de la cámara no alcancé a ver quién es, pero no podría ser otro más que Sáhul, su asistente.

—Perdona que te interrumpa, David, pero un sujeto de voz chillona pregunta por ti abajo.

El resoplo que dio mi padre no fue normal, nunca había sentido tanto estrés y cansancio en una sola exhalación.

—Osborn —concluyó y su asistente asintió—. Ese hombre no sabe cuándo retirarse.

—¿Quieres que llame a la policía? —Se burló Sáhul, pero ambos sabían que era en serio.

Aun así, papá negó y, recordándome, volteó hacia la cámara con su más culpable mirada.

—Perdona, tengo que irme.

Sonreí, comprendiéndolo.

—Descuida, lo entiendo.

—¿Hablamos luego? —Y de verdad parecía desearlo—. Así me cuentas como avanza este asunto.

Negué divertido.

—Sí hay algún avance te escribo —dije y eso pareció hacerlo feliz.

—Estaré esperando entonces.

Dicho esto, me encargó darle un beso y un abrazo de su parte a mi madre y a Mely, y cortó, dejándome en el silencio y la soledad de mi habitación, a debatir solo contra mis pensamientos. Ya no eran tantos como antes, me sentía más estable, y eso me hizo darme cuenta de una cosa que no había dejado de pensar, pero tras la abrumadora situación, lo había dejado pasar:

Antes de hacer cualquier otra cosa, tengo que hablar con Lop.

"Eso me hace recordar...", pensé tomando mi teléfono. Mi bandeja de mensajes como de costumbre estaba totalmente llena, pero arriba, en el único chat que tenía fijado, estaba en cero. No había llegado su tan anhelada respuesta.

—Lop... —suspiré viendo de nuevo la cantidad de mensajes que le había dejado y que no se había molestado en ver—. ¿En dónde estás...?

__________

¡Holiwis, my loffies!

Feliz año primero que todo XD

Y en segunda

Miau, Fel está sacando sus garras

Y auch, porque a qué costo

Mucho para un solo capítulo

Y unas cuantas revelaciones

Cuando introduje a Sam a la historia hubo tanta desconfianza

Me pregunto ahora cual será su opinión al respecto

Estamos a nada de quedarnos sin secretos je je

Por eso las notas son cada vez más cortas xD

¿Preparados para por fin saberlo todo? 

porque yo no :'3

En el próximo capítulo nos quedaremos sin aliento

Ahí nos vemos

Un beso

ATT: Keni


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