
T R E I N T A Y T R E S
B R A D L E Y
Estaba seguro de que ella me odiaba, era una tontería pensar lo contrario. Me lo merecía, pero también quería tocar a su puerta y decirle que lo sentía de corazón. Ella estaba molesta conmigo y era egoísta que lo único en lo que pensara era en su rostro, en verla, en mimarla, en quererla. Sobre todo después de la actitud y los gestos que había tenido con ella. No demostraban para nada que la amaba, que la quería como si me fuera el alma en ello.
Tenía suerte si todavía conseguía que me dirigiera la palabra. Y lo peor de todo es que sabía que me merecía todo aquello. En mi pecho se instaló una tensa congoja que me hacía querer arrancarme la piel, era tan intenso que no sentía nada más. Mi garganta ardía y mi mandíbula se tensaba de tanta rabia acumulada.
Me odiaba a mí mismo.
No paré de moverme frente a su portal, de izquierda a derecha y de derecha a izquierda por toda la calle. Con la cabeza gacha, algunos mechones de pelo cayeron por mi frente. Parecía mentira que aquella tarde hubiera estado una hora utilizando gomina, laca y secador para tener el peinado perfecto para aquella cena. Lo único que quería en aquel momento era que América estuviera conmigo, que retirara los mechones de cabello de mi frente porque quería mirarme a los ojos con ese rostro tan tierno, inocente y hermoso. Me dejaría llevar por su tacto, porque su caricia era como un hechizo y yo era inmensamente feliz bajo él.
Joder. ¿Por qué demonios era tan sumamente estúpido?
La había cagado. De nuevo, la rabia se asentó en la boca de mi estómago, batallando por salir a través de mi garganta y escupir fuego por la boca. El puto barbudo me había mandado un mensaje amenazándome de nuevo con el orfanato si no aparecía aquella tarde por allí. Había entrado en pánico, la furia había invadido hasta la última gota de sangre de mi organismo y solo veía rojo. Solo pude pensar en América, en cómo la decepcionaría. Y aún así no tuve las pelotas de decirle que no al endemoniado de mi jefe. No hice acopio de toda mi valentía para ir a casa de la madre de mi novia, aún sabiendo que ese gesto era tan importante para ella.
Supe en el momento en el que puse un pie en aquel antro de mala muerte que me arrepentiría de aquella decisión, me arrepentiría de tener que ver después sus ojitos tristes y su mirada decepcionada. Si es que quería verme después de aquello. Aún pese a saberlo, decidí jugar. Decidí defraudar a una de las personas más importantes de mi vida.
La imaginé esperándome con su madre al lado. Con aquella eterna esperanza y esa bondad que brillaba a su alrededor. Visualicé cómo poco a poco esa luz iba oscureciéndose para dejar paso al dolor y la angustia, a la impotencia de creer en algo que al final no sucedería.
Me había quejado mil veces del comportamiento del idiota de Keane, me había enfadado por cómo la trataba, había querido golpearle por ser tan capullo como para ponerla triste o asustarla. Ahora, no solo me estaba comportando de la misma manera, sino que también le ocultaba por qué lo hacía. La llenaba de falsas promesas que después destrozaba sin escrúpulos.
Me sentía una estafa. El típico chico que utilizaba a las chicas a su antojo. Puede que no lo hiciera por sexo, pero lo estaba haciendo por algo mucho peor. Reclamaba el amor, el cariño y la dulzura de una chica a la que solo iba a traer decepciones, llantos y desesperanzas.
Sabía lo que ella sufría con estos temas, sabía que odiaba los secretos porque más de una vez había tenido que tragarse las excusas baratas de Keane cuando le decía que no estaba consumiendo. Sabía que odiaba con todo el dolor de su alma tener que esconderle a su madre que estaba viviendo un infierno y que odiaba que su madre se estuviera consumiendo en su propia desgracia. Sabía que haberme invitado a aquella cena era su manera de mostrarle al mundo que lo había superado, que por fin era feliz.
Por supuesto, tenía que joderlo. Como siempre, no sabía hacer otra cosa que tirarlo todo al traste.
— ¡Joder! —grité tirándome de los pelos con ira. Pensé que no lo había dicho fuerte. No obstante, una madre acompañada de su niño de apenas seis años nos miró con los ojos abiertos como platos y una anciana que paseaba por allí se quedó quieta con la cabeza levantada, atónita, mientras trataba de mantener la compostura sosteniéndose sobre su bastón.
Alcancé a escuchar al crío preguntarle a su madre qué significaba lo que había dicho. Ni siquiera eso me hizo sonreír, aunque solo fuera alzar las comisuras de mis labios. En cualquier otra ocasión habría proferido una enorme carcajada disfrutando al ver cómo su madre salía del embrollo de tener que explicarle la nueva palabra que su pequeño incorporaría en su escaso vocabulario.
En mi mente solo estaba América y los sentimientos volvieron a adueñarse de mi pecho. Era una puñalada tras otra y solo existía una persona que pudiera sanar aquellas heridas. Solo América. Y yo lo había echado a perder por tomar la decisión más estúpida, por no poder salir de la mierda en la que me había metido hasta el cuello.
—¡Eh, tú! —profirió una voz ronca y autoritaria a mis espaldas.
Enseguida me tensé. Las manos se convirtieron en puños dispuestos a atacar mientras mi mandíbula se apretaba tanto que escuché mis dientes rechinar. Giré mi cabeza, cerré mis ojos. Trataba de pensar en cosas bonitas, en besar a América, en que ella me perdonara, porque la realidad que me veía obligado a enfrentar ahora me alertaba de un inminente peligro.
— Lárgate, Keane. No es el momento.
Las palabras salieron como témpanos de hielo, con una fiereza de la que hasta yo mismo me sorprendí. Carecían de emoción y en mi cabeza comenzaron a asaltarme imágenes de mí mismo abalanzándome sobre él para destrozar esa estúpida cara que hacía tanto daño a América.
Se me olvidaba que yo mismo había causado ese dolor hace unas horas. Que no era nada diferente a él. Aquello me hizo enfurecer todavía más. Dejé de sentir mis propios músculos cuando la tensión era tan insoportable que juré que se me habrían adormecido.
—América ha llegado a casa prácticamente llorando. Su madre me ha llamado pidiéndome que me pasara a ver cómo estaba. Como le hayas hecho algo, te juro que...
Hice oídos sordos, era incapaz de pensar cuando por mi mente comenzó a suceder una escena tras otra, una imagen que dolía más que la anterior. Vi el rostro de América, llorando a moco tendido y corriendo para refugiarse en la intimidad de su apartamento, la manera en la que debió fingir frente a su madre que todo estaba bien, porque siempre pondría a los demás por delante de sí misma.
El pensamiento hizo que mis puños se apretaran más y que mi cuerpo se convirtiera en un témpano frío y duro. Ni siquiera podía moverme de la tensión que paralizaba mi cuerpo.
Me odiaba. Odiaba haber causado el mismo sentimiento que el hijo de puta que tenía a mi lado. Aún no le había visto la cara y ya sabía que estaba colocado hasta las trancas. Lo olí en la cercanía, sabiendo que cada vez estaba más cerca de mí. Desprendía un aura que incitaba a la pelea y aquella no era una buena forma de tratar con alguien que estaba deseando meterse en una.
Me cogió del hombro con una fuerza que me pareció descomunal teniendo en cuenta su estado. Lo siguiente que supe es que su puño se estaba estampando contra mi rostro. La punzada de dolor se deslizó hasta la punta de los pies. Creí que me había convertido en un sádico pues lo único que hice fue sonreír. Dios, se sentía bien.
La adrenalina atenazó mis terminaciones nerviosas, mis puños se cerraron sucumbiendo a la furia mientras mis músculos se destensaban para dejar paso a una versión de mí mismo que incluso yo mismo temía. Fue la excusa ideal para desprenderme de los sentimientos a los que no quería enfrentarme. De la rabia, la ira, la perdición, la decepción. No habría encontrado mejor candidato que él para aquella tarea y mi cuerpo reaccionó como si hubiera sabido desde hace tiempo que aquello pasaría.
Mis puños impactaron en su estómago. La furia me cegó lo suficiente como para no sentir ni una pizca de dolor en mis nudillos. Sabía que al día siguiente dolerían como la mierda, pero nada se compararía con al satisfacción de ver su cuerpo desestabilizarse varios pasos tras él. Disfruté al ver sus ojos arder y su rostro sucumbir a la ira. Recordé todas y cada una de las veces que aquel idiota la había hecho llorar y después me acordé de todas las veces que yo le habría hecho llorar. Me repugnó reconocer que prácticamente estábamos igualados.
—Hijo de puta —gruñó con voz estrangulada—. América no merece estar con alguien como tú. No la mereces.
Por fin pude percibir esos asquerosos ojos inyectados en sangre, incluso esas motas blancas que cubrían los bordes de su nariz. No me pasó desapercibida la sonrisa rabiosa que surcaba sus labios y el destello de ira en su mirada dirigida única y completamente a mí.
Me habría sentido halagado de tal atención de no ser porque el odio carcomía cada centímetro de mi piel. Tan solo recordar que era la madre de América quien le había dado el aviso para consolar a su hija me reconcomía las entrañas. Yo podría haber sido esa persona, aquella en la que su madre confiara para ayudar a sobrellevar a su hija una mala situación. Aquella noche podría haberlo cambiado todo y por mi maldita culpa ahora era él quien estaba frente a mí.
—¿Y me lo dices tú? —respondí tan cabreado que vi el mundo cubrirse de un velo rojo y cruel—. El tío que no hace más que intentar violarla y hacerla llorar noche sí y noche también. Si yo soy un hijo de puta, tú eres el cabrón más hijo de la gran puta que ha entrado en su vida —escupí, cada palabra que salía de mis labios iba acompañado de un acercamiento por su parte.
Arremetió contra mí de tal forma que sabría que me dolería. El dolor sería casi insoportable. Sin embargo, el golpe nunca llegó. En su lugar, su puño pasó a pocos centímetros de mi rostro antes de caer al suelo.
Lo siguiente que mis ojos captaron parecía pasar a cámara lenta. Su cuerpo cayó rendido en el suelo, su cabeza impactó a centímetros del bordillo con un golpe que resonó en mi mente como un eco, palpitando en mi interior cada vez con más fuerza.
Cayó de espaldas. No conseguí ver cómo llegó a esa posición. Lo único que recordé es que, de repente, su torso, sus piernas, sus manos, su cabeza y todo su cuerpo convulsionaba. Se retorcía sobre sí mismo dando saltos con su pecho de una manera inhumana. Todo mi ser se paralizó sin saber cómo actuar. Se sacudía arremetiendo contra sí mismo, los ojos parecía que se le iban a salir de sus órbitas. En algún momento, su rostro se volteó en mi dirección y un jadeo se ahogó en mi boca. Tenía los ojos en blanco, y su piel estaba tan pálida que escapaba de mi alcance.
—¡Keane!
Aquel grito agudo no consiguió sacarme de mi trance aunque pareció escucharse hasta en el espacio. Un cuerpo corrió en su dirección, tratando de coger sus manos, su cuerpo y sus piernas para detener la convulsión.
Era una cabellera negra que me costó reconocer hasta descubrir a América. Trataba de detenerlo abriéndole la boca y sujetando sus hombros para que no se moviera. Ella tampoco tenía ni la más mínima idea de lo que estaba haciendo pero estaba a su lado, ayudaba de alguna forma.
Yo, sin embargo, solo era un puto mirón, un pasmado que era incapaz de reaccionar.
— ¡Llama a la ambulancia, Bradley! —chilló con la voz temblorosa mientras las lágrimas caían por su rostro como una cascada.
No hice nada y fue entonces cuando vi sus ojos mirarme, abiertos como platos por la congoja y el terror. Me miró como un cervatillo siendo deslumbrado por la luz de un coche, desesperada por una solución que ayudara a su amigo a salir con vida de aquella emergencia.
— ¡Bradley, joder! ¡Llama!
Fue el momento exacto en el que salí de mi trance. Cuando sus labios pronunciaron mi nombre con una necesidad desoladora. El tiempo se le escurría de entre las manos y Keane no mejoraba. Saqué el móvil del bolsillo con las manos tan temblorosas que de no ser por la fuerza con la que lo sostenía, se habría escurrido de mis dedos. Obligué a mis dedos a marcar el número de emergencias. Jamás tres malditos números habían hecho que temblara tanto.
Miré en todo momento la escena. El cuerpo de Keane, de un momento a otro dejó de moverse, se quedó inmóvil en el suelo con el rostro caído hacia un lado e inerte sobre el pavimento. Estaba blanco. Parecía... parecía...
— ¡Keane! ¡No, Keane, no me hagas esto, joder!
Me acerqué a ella con el corazón tan acelerado que pensé que en cualquier momento lo vomitaría. Mi rostro había perdido cualquier rastro de color, pero no tanto como el de Keane. Sentí que empalidecía con los labios entreabiertos y sin tener la más mínima idea de qué hacer. Una voz hizo eco en mi cabeza.
— Emergencias, ¿en qué puedo ayudarle?
***
¡Hola, amores míos! Sé que no subí cap este domingo pasado, me disculpo por ello. He estado teniendo unos cuantos problemillas pero ya está todo solucionado.
¿Qué os ha parecido el capítulo? ¿Alguna idea sobre lo que pasará después? ¿Opiniones al respecto?
Espero que os guste de todo corazón.
Besos y XOXO,
NHOA <3<3<3
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro