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T R E I N T A Y O C H O (parte II)

Siempre me he preguntado qué razones te llevan a creer que un momento resulta inoportuno. En qué momento consideras que lo que sucede frente a tus ojos está fuera de lugar.

Bien. Aquí iba mi momento inoportuno. No habían pasado ni tan solo dos minutos desde que Liz se fue cuando escuché el timbre de la casa sonar. Negué con la cabeza con una pequeña sonrisa asomando mis labios. Seguro que Liz había olvidado algo. Esa cabra loca siempre hacía lo que fuera para alargar el tiempo como fuera.

Fui directa a la puerta. La abrí sin siquiera prestar atención a si realmente fuera ella. Un error garrafal.

—¿Se te ha olvidado al...? —El tono de mi voz disminuyó conforme un cuerpo alto se alzaba sobre mí. A diferencia del metro sesenta de Liz, Bradley se levantaba impotente frente a mis ojos. Su cabello rubio caía en mechones por delante de sus ojos al agachar la mirada.

No me di cuenta de que se me había cortado la respiración hasta que volví a tomar aire, desesperada. Una sonrisita ladeada curvó sus labios y fue todo lo que necesité para que mi corazón, mi piel, mi cuerpo, reaccionara ante él.

Tenía las manos en los bolsillos y se balanceó un par de veces sobre sus pies, como un nene chiquito que finge ser bueno tras una trastada. Sabía que ese gesto en concreto era fruto del nerviosismo. Había vivido suficientes momentos con él como para reconocer esos pequeños detalles en los que nadie se fijaría.

Y yo tan solo sabía quedarme embelesada mirándolo.

—Yo... Liz me ha dicho que estarías aquí. Nos acabamos de cruzar —susurró. Aquel sonido se introdujo bajo mi piel como el calor del fuego en una helada noche de invierno. No estaba preparada para todo aquello. Los latidos reverberaban en mi pecho, avisándome de que huyera antes de que mi corazón se rompiera.

Me aclaré la garganta. Seguramente Bradley habría ido a casa de Liz a esperarla cuando volviera. Era mi turno de irme.

—Sí, yo ya me iba —dije, aleándome de la puerta para que entrara y, de paso, recoger mis cosas—. Te dejo que esperes a Liz —casi tartamudeaba. Me sentí como una estúpida.

Por Dios, era Bradley. El chico que amaba, el chico del que seguía enamorada. Y por eso estaba tan nerviosa. Era todo lo que estaba bien y mal en este mundo. No debía recordar la forma en la que su sonrisa me desarmaba, ni cómo sus caricias me hacían temblar. Tampoco la manera en la que sus ojos aceleraban mis latidos y sus besos me hacían sentir tan viva que no supe que estaba marchita hasta entonces.

Aquello no podía ser.

Comencé a coger mi abrigo. No había dado ni dos pasos cuando sus dedos se clavaron en mi piel, reteniéndome. Disimulé todo lo bien que fui capaz el estremecimiento que me provocó. Cerré los ojos, su tacto era firme y suave a la vez. Un escalofrío me recorrió de pies a cabeza, como si mi cuerpo supiera quién era y lo que provocaba en mí.

—Quería hablar contigo —replicó. No hubo ni un solo titubeo aquella vez. Por mi parte, yo solo quería huir de allí porque enfrentarme a la realidad era mil veces peor que imaginarme cómo sería.

No estaba preparada para escuchar lo que tenía que decir, fuera lo que fuese. No estaba enfadada con él, todo lo contrario. Estaba molesta porque aquello me hacía sentir que no era una persona en la que realmente confiara para decirme lo que le atormentaba, para que intentáramos solucionarlo juntos. Estaba molesta porque una pareja es un equipo y los equipos se apoyan y se unen para luchar contra el problema. Me daba rabia que hubiera preferido ponerse en peligro a sí mismo e ignorar el sufrimiento que sentía cada vez que no sabía qué le pasaría. Me dolía que hubiera preferido tomar sus propias medidas y dejarme al margen, como si no pudiera gestionar la situación, como si fuera lo suficientemente débil como para creer que aquello me superaría.

Era como negarle andar a un niño por miedo a que caiga.

—Bradley, no... —comencé a excusarme.

—Por favor —interrumpió, su voz rompiéndose en aquella última sílaba y, con ello, mi falsa fortaleza.

Alcé la mirada permitiéndome por primera vez visualizar esos ojos pardos que se oscurecían como dos frondosos bosques a altas horas de la noche. Su voz no lo demostraba, pero sus gestos, esa pequeña arruga entre sus cejas, esa sonrisa ladeada como queriendo restarle importancia al problema, era lo que me demostraba que se moría porque aquello saliera bien. Era su forma de sobrellevar la situación. Siempre le era más sencillo dejar atrás la incomodidad y admitir la presencia de un poco de desparpajo.

Mis músculos estaban agarrotados por su toque, por lo que me hacía sentir, pero se relajaron al ver esos ojos que calmaban mareas furiosas y amainaba tormentas iracundas en mi cuerpo.

Tardé en decidirme. Pensé en cada escenario posible para encontrarme a mí misma muriendo por escucharlo. Por estar tan solo unos minutos más en su presencia. Por escucharlo. Por no echarlo de menos, aunque verlo me rompiera el alma.

Asentí despacio, tomándome mi tiempo en apreciar cómo su rostro se relajaba y su agarre se hacía más débil. Como si la peor parte no estuviera por llegar. Los nervios me carcomían. Nunca había escuchado una palabra salir de sus labios sobre lo que había hecho, sobre por qué estaba tan magullado el primer día que lo encontré y porqué se desató esa ira en él aquella noche en la que todo se paralizó.

Retiró la mano de mi brazo, recién percatándose de que seguía sosteniéndome. Me rodeé a mí misma cuando la ausencia de su toque me produjo escalofríos.

Se tomó su tiempo. Sabía que siempre le gustaba sopesar sus palabras antes de hablar, aunque fuera más rápido que yo. Lo respeté, lo esperé. Se aclaró la garganta cuando estuvo listo. Alcé la mirada negándome a mí misma desperdiciar un segundo de aquel momento.

Me habría gustado acercarme y tenderle la mano. Demostrarle que estaba a su lado y no iba a juzgarlo. Sus ojos divagaban por todos lados menos en mí. La vergüenza y el temor que él mismo sentía chocaba a oleadas enfurecidas contra mí, pero no me eché atrás. Nunca lo haría.

—Comenzó hace un par de años. Mandy estaba teniendo problemas de dinero para pagar las facturas del orfanato. Yo nunca fui un buen estudiante, apenas terminé bien la educación obligatoria y conseguir trabajo se me estaba haciendo difícil. El orfanato está en un barrio conflictivo, por lo que eso solo lo empeoró.

Inspiró, profundo. Incluso cuando su postura reflejaba confianza, el temblor atormentado de su voz me retorció el alma de dolor.

—Zev me ofreció un trabajo. Dijo que era arriesgado pero que, si era verdaderamente necesario, me serviría. Me advirtió de que era peligroso y que lo más probable era que me costara salir de allí, pero acepté de todas formas. Era eso o el orfanato —me miró a los ojos con urgencia, como necesitando justificarse a sí mismo frente a mí—. No podía dejarlos tirados —susurró en un tono que rebasaba pura adoración por su familia.

Durante unos segundos, tan solo me observó. Buscó indicios de comprensión en mi rostro, pero estaba demasiado atenta a su historia como para permitirme expresar qué sentía. Era difícil reconocerlo. Ni tan solo yo tenía idea de lo que pasaba por mi alma ni por mi mente.

—Empecé a conseguir dinero rápido. Jugaba todas las noches a las cartas con gente que tenía dinero para tres vidas. La mayoría de lo que ganaba se lo quedaba mi jefe, si es que se le puede llamar así —murmuró por lo bajo, recuerdo todas las veces que le llamaron a altas horas de la noche y todas ellas había dicho que era importante. Traté de ignorar el retorcido dolor de mi pecho—. Pero lo que yo me quedaba era bastante dinero como para que pudiera cubrir casi todos los gastos del orfanato y encima tener dinero para mí. Así es cómo conseguí mudarme a este piso con Zev —aclaró con sus ojos clavados en cada gesto que pudiera hacer. Vi en su mirada la enorme frustración que cubría sus pupilas al ver mi rostro impertérrito.

Seguía sin tener ni idea de qué decir. Nada me parecía lo bastante adecuado ni lo suficientemente importante. Estaba ensimismada en aquella historia, como cuando mi padre y yo nos sentábamos a la noche a esperar a que mamá viniera de su cena de empresa mientras hablábamos de todo y nada. Tenía un agradable recuerdo de aquello. Esta situación tan solo me producía lástima y dolor.

Lo que más me dolía era pensar que Bradley creyera que le juzgaría. Después de todo lo que habíamos pasado, después de todos los contratiempos que habíamos superado juntos. La mentira dolía, pero más lo hacía el prejuicio.

—Hasta hace unos cuantos meses, cuando las cosas comenzaron a estabilizarse un poco, fue cuando quise marcharme junto con otras muchas razones —No me pasó desapercibida la mirada que me lanzó, como confesándome algo que yo, en el fondo de mi pecho, supe—. Aquella noche cuando me recogiste del suelo, fueron ellos. Les había dicho en varias ocasiones que quería marcharme y en todas ellas me ignoraban o me amenazaban para que siguiera. Pensé que, si hacía algo para que se enfadaran conmigo me echarían directamente, así que comencé a robarles parte de lo que ganaba con las partidas —sonrió, irónico, negando con la cabeza en el camino—. Resulta que no debes hacer enfadar al barbudo.

—¿Cuántas veces más lo hizo? —pregunté, en un hilo de voz. Era la primera vez que hablaba desde que había comenzado a hablar e incluso él pareció sorprendido.

—Solo fue aquella vez. Zev no estaba y él suele bajar los humos cuando la cosa se pone fea. Aquella noche había quedado con Cassidy y no pudo acompañarme —le reprendí con la mirada, mostrando algo de emoción por primera vez. Sonrió, como si aquel acto le pareciera tan tierno que no pudiera evitarlo. Yo tampoco quise ignorar la dulce opresión en mi pecho al verlo sonreír. Lo echaba tanto de menos que era inhumano—. No te preocupes. Zev me echó una bronca monumental. Se pasó enfadado una semana.

Reí, forzado, imaginando a Zev molesto y Bradley adulándolo, como un perro lamiendo el culo del otro para que le perdonara. Sus ojos se detuvieron en mis labios. Dejé de reír al sentir aquella conexión que me arrebataba el aire. Sentí la presión de mis costillas en los pulmones.

Desvié la mirada, aclarándome la garganta cuando volvió a tocar a la puerta la poca cordura que albergaba.

—Desde entonces, el barbudo solo me amenaza para que vaya a jugar siempre que puede. Descubrió lo del orfanato y comenzó a amenazarme con ello. Me bajó el sueldo. Supo que mi dinero era casi íntegro para ello. De alguna misteriosa forma —sonríe, sin una gota de diversión en su rostro—, las cuotas del orfanato subieron.

Miré su rostro. Mis dedos picaban por tocarlo, por entrelazar nuestros dedos. Pero no era lo correcto así que me quedé como estaba, buscando ahuyentar sus miedos a pesar de existir un abismo infranqueable entre nosotros.

—Cuando te conocí, iba prácticamente todas las noches a jugar. Intentaba escaquearme, pero comenzaban a olerse algo, algo que no tenía que ver con el orfanato. Me habían retenido allí gracias al orfanato y ahora volvía a escaquearme. Tenía que existir otra razón y yo... —Evitó mi mirada—. No podía dejar que supieran sobre ti. Te convertiste en las estrellas con las que soñaba al caer la noche, mientras jugaba y solo quería estar a tu lado. Ellos habrían hecho cualquier cosa con tal de que estuviera enfocando en el juego. Pensé que mentiros a ambos solucionaría el problema o, por lo menos, lo haría más sencillo —tragó saliva—. Solo conseguí mentirme a mí mismo. Era incapaz de mantener aquella situación y al final me acabó explotando en la cara.

Nos sumimos en un silencio eterno. La respiración se atascó en mi pecho, como si el dolor fuera tan insoportable que fuera incapaz hasta de inhalar. Aquella confesión solo conseguía hacerme sentirme mil veces peor. Una puñalada habría dolido menos.

—¿Qué pasó cuando fui a tu casa la última vez? —pregunté. No sabía si quería saberlo. Tenía tanto miedo por nosotros que no quería saber qué había pasado. Pero la curiosidad podía conmigo. Si quería avanzar, tenía que saberlo.

Me miró y sentí que podía ver a través de mí. Todo el dolor, el anhelo, el amor que sentía por él navegando contracorriente hacia un puerto inalcanzable.

—Me amenazaron con el orfanato y después me lo quitaron —susurró, como aquel que desea arrancarse el corazón del pecho. En su voz había odio, un odio que me partió el alma en mil pedazos—. Tú ya no estabas. Os había fallado a todos —me miró y, por un momento, fue como si sus sentimientos hubieran traspasado las barreras de lo físico y los sintiera formar parte de mi propio cuerpo—. Te he fallado.

Cerré los ojos. Si le mantenía tan solo un segundo más la mirada, me rompería. Ya me era difícil aguantar las lágrimas. Su presencia, el anhelo de sus dedos acariciándome, de sus besos en la frente y nuestras almas enredadas bajo las sábanas. Si tan solo supiera lo que vagaba por mi mente, si tan solo supiera que lo amaba más que a mi propia vida.

—No me has fallado, Bradley.

Mi cabeza seguía gacha. Mis pensamientos rugían en mi mente entre aquel pesado silencio. Todavía me sentía incapaz de alzar el rostro, contemplar esos ojos que me desnudaban el alma, esos labios que curaban heridas y esa sonrisa que iluminaba hasta el rincón más infernal.

Noté sus dedos en mi barbilla. Batallé débilmente contra ello, como quien lucha por ver una película de terror sin asustarse. Descubrí entonces que el amor tenía colores, sonidos y texturas. Y todos eran Bradley. Sin cambios, sin remordimientos, sin culpa. Tan solo él y la explosión de tonalidades que era capaz de despertar en mí.

Su rostro bajó lentamente, pidiéndome permiso para aquello que deseaba desde hacía tanto tiempo. Era como el aire para respirar, la comida para sobrevivir, el agua para no morir. Sus labios rozaron los míos en un roce tan delicado que creí habérmelo imaginado.

Empujó mi barbilla hasta sus labios. Tan solo eso, tan solo una presión que hizo que mi corazón explotara, que mi cuerpo temblara y que mis pulsaciones se dispararan. Sostuve su nuca, dejando de luchar contra esa desesperación, demostrándole todo el dolor, la necesidad y el amor que sentía por él. Buscando en ese beso todo lo que habíamos perdido, todo lo que éramos.

Lo quería, lo amaba tanto que dolía. Y el amor no dolía.

La caja de pandora se liberó ante mí. El amor no dolía. Mis ojos comenzaron a escocer y no dejé de besarlo, buscando alargar aquello todo lo que fuera posible. El amor no dolía. El primer sollozo escapó de mi garganta.

—¿Bombón? —Se alejó de mí peinando mi cabello con sus grandes manos y posando sus manos sobre mis hombros mientras buscaba algún resquicio de dolor en mi cuerpo—. Mi amor, ¿qué pasa?

—Te quiero. Te quiero tanto que duele —susurré, acongojada. Su ceño se relajó levemente, pero la preocupación atormentaba su mirada. Aguardó a que siguiera hablando, sin entender qué demonios me pasaba—. El amor no tiene que doler, Bradley. El amor es bueno. El amor te sana.

Sus labios temblaron, una sombra de miedo cruzó su mirada.

—¿Qué quieres decir con eso? —murmuró arrastrando el peso de las palabras con sus labios.

—Después de lo de Keane, creo que busqué en ti todo aquello que había querido de él. Como una necesidad. Ese amor, ese cariño. Es como una droga y sin Keane estaba en abstinencia.

—¿Estás diciendo que lo nuestro no fue real? —Dolió decirlo así. Mil cuchilladas habrían dolido menos pero mi corazón, aun así, sangraba. Lo miré, tratando de transmitirle todo lo que lo amaba, todo lo que necesitaba que aquello saliera bien. Ni por un segundo había dejado de amarlo. Pero lo había amado tanto que había olvidado amarme a mí.

—Estoy diciendo que no he querido a nadie como te quiero a ti. Pero primero necesito quererme a mí misma, antes de querer a alguien más.

Me miró tan profundo que sentí cómo buscaba dentro de mí, como trataba de entenderme a pesar de que ambos llorábamos y sufríamos. Supe el momento en el que me entendió. Sus labios dejaron un beso sobre mi frente y otro sobre mi nariz. Más lágrimas escaparon.

—¿Estás segura? —preguntó con sus labios sobre mi cabeza y sus brazos rodeándome. Escondí la cara en su pecho. Su calor, su cercanía, sería algo que echaría de menos toda la vida.

—Sí.

Suspiró.

—Bien —susurró, como haciéndose él mismo a esa idea—. Te voy a esperar. 


(***)

Hola, amores míos. ¿Qué os ha parecido? 

Este es el último capítulo de la novela, a falta del epílogo. Espero que os haya gustado :( :)

Nos leemos por aquí y por twitter ;) (DimeyCLG)

Besos y XOXO,

NHOA <3<3<3

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