Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

D O S


No había cambiado absolutamente nada desde la primera vez que puse un pie. Los árboles habían adaptado un poco de ese tono verdoso y vivo con la esperanza de que algún día se convirtieran en frondosas y enormes ramas llenas de la tentación que incitaba a acercarte y pasar tu mano para saber si era real o solo un engaño que el plástico a veces causa. Las puertas de la entrada, sin embargo, recordaban una y otra vez la razón por la que todos los niños estaban metidos entre esas cuatro paredes casi con la completa certeza de que tardarían una eternidad en salir.

Mi barbilla se alza obligando a mis ojos a mirar la fachada que, si duraba un poco más, se caería en pedazos de los que no se podrían recuperar ni los ladrillos. A lo mejor nos daba una sorpresa y nos percatábamos de que no estaba hecho de un buen cimiento sino que lo habían hecho con paja y por eso se desmoronaría sobre las personas del interior.

En mi mente se recreó, sin conseguir evitarlo, el primer recuerdo que me vino al ver el orfanato. Con tanto miedo que podría haber estado encerrado en la habitación toda una vida, la noche le daba ese punto de terror que ningún niño quería sufrir. Menos aún con una madre débil que agarraba mi mano como si se tratara de una importación de tazas de té de porcelana importadas desde China. Recuerdo levantar la mirada con la intención de decirle a mi madre que nos fuéramos de aquel lugar, que ese sitio ni siquiera se parecía al cementerio donde papá estaba enterrado y que me aterraba que esto.

Me encontré con sus ojos tan vidriosos que a nadie se le ocurriría decir que el cielo estaba más negro que el tizón. Su sonrisa flaqueó al intentar formarla como si le dolería con solo levantar las comisuras de su boca y me dio un apretón de mano que quiso compensar la poca alzaría de su boca para hacerme saber que todo estaba correcto. Me hablaba con una voz tan dulce como el chocolate pero que tenía ese impacto que dejó mi paladar con un sabor ácido como el limón. Tampoco me atreví a preguntar porque tenía ese pañuelo que tapaba su cabeza.

Quería que se sintiera orgullosa de sí misma y ese trozo de tela no era para nada un símbolo de valentía, de agrado hacia ella misma. Bajé la cabeza con una estabilidad emocional peor que la de un perro abandonado con la lluvia cayendo y manchando su pelaje de tono cremoso. Podría ser un niño pequeño al que le faltaban años por saber sobre el mundo, o sobre una parte diminuta de él, pero no era tan enano como para no tener conciencia de lo que le sucedía a la madre que lo dio todo por mí una y otra vez a pesar de que no tuvo a nadie que hiciera eso por ella.

Éramos ella y yo contra el mundo y no nos importaba nada que no nos afectara. La quería más que al mundo entero. El universo podría estar destruyéndose bajo mis pies y yo agarraría su mano para hacerle saber que estaríamos bien, que no nos separarían nunca y que, adonde sea que ella fuera, yo iría detrás como un niño pequeño persiguiendo su sombra. Pero en este viaje ella no quería que yo estuviera y solo lo supe hasta que fue demasiado tarde.

Busqué reconfortarme e ignorar el frío que se metía bajo mi piel como una segunda capa. Mis dedos adoptaban poco a poco un tono morado enfermizo que me obligó a caminar para llegar con más rapidez a la puerta. Tras ella estaba la persona que para mí era como mi segunda madre, Mandy, me crió a sabiendas de que pasaba por un momento en el que, querer a alguien, no estaba dentro de mis posibilidades.

Quizás fuera por experiencia, quizás fue porque no logró nunca ser madre por razones caprichosas del destino, pero Mandy tenía el don de ahondar en ti tan profundo que, para cuando te querías dar cuenta de ello, se había convertido en una parte esencial de tu vida. Una en la que, aunque tuvieras el deseo de hacerlo, te rompería con solo alejarte un paso. Con una sonrisa transmitía la confianza necesaria como para ser capaz de contarle hasta la primera palabra que soltaste o cuándo diste tus primeros pasos. Incluso aunque no te acordaras de ello, darías hasta el más mínimo detalle.

Toqué a la puerta con los nudillos observando como mis dedos volvían a adaptarse y a olvidarse del color que poseían segundos atrás. Aplano mis labios pasando mi lengua por ellos en el intento y esperando que no estén del mismo color que la piel en mis manos o, peor aún, que el asegurado tono rojo de mi nariz que me haría ver como Rodolfo el reno. No era una persona que tuviera frío de normal pero, demonios, esa tarde el tiempo estaba en contra de la estación en la que nos encontrábamos.

— ¡Bradley! —gritó una voz aguda antes de que se lanzara sobre mis brazos en un salto.

No tuve demasiado tiempo para reaccionar y cuando lo sostuve entre mis brazos, ya ni recordaba cuando narices habían abierto la puerta. Los recuerdos son malos y no me hacen ver lo que vivo con tanta facilidad como lo puede hacer el niño de ojos color avellana y un brillo que ni el mismísimo sol tendría con tanta intensidad.

— ¿Qué te pasa, enano? Amanda te va a regañar por abrir la puerta siempre sin mirar. —Repliqué cosquilleando los costales de su cintura y sonriendo al ser cómplice de su próxima muerte por risa. Se retorció entre mis brazos mientras la luz del interior era olvidada.

— Liz y tú siempre decís lo mismo —masculló con la sonrisa más grande que la del Joker tras hacer la maldad más enorme del planeta.

Alargué las comisuras de mis labios recordando a la chica de cabello azul tintado que el pelinegro había nombrado y que se había convertido en una hermana tras haberla encontrado llorando de la pena dentro de una habitación porque su madre la había dejado sin ningún remordimiento. Esos ojos que aquel día estaban cristalizados y derramando más lágrimas que agua tenía las cataratas del Niágara y que ahora estaban tan llenos de vida que ni Dios podría haberlo puesto en ese lugar.

— Eso será porque tenemos razón, Pete. Es peligroso si no sabes quien va a estar detrás de la puerta. —Quise hacerle entrar en razón retirando los mechones de cabello color chocolate.

— No pasaría ni un ladrón por aquí, Brad. Los dos sois unos aguafiestas —mencionó en su lugar formando una sonrisa que incitaba a la rebeldía y al juego.

No pude evitar matarlo a cosquillas por segunda vez esperando encontrar en su risa el rastro de felicidad que siempre hacía falta en este orfanato. A veces deseaba que todas estas situaciones que resquebrajaban nuestro corazón solo formara parte de las películas y los libros y que, esta, fuera solo una secuencia de imágenes futuristas que debíamos prevenir antes de que sucedieran.

Demonios, no había venido aquí para ponerme a llorar. Ser un debilucho no era algo que me entusiasmara, y menos ahora.

Lo bajé de mi sujeción cuando su cuerpo se removió inquieto pero manteniendo su sonrisa incluso cuando se quedó en el suelo y agarró mi mano. Sus ojos tenían ese rasgo infantil, casi de ensueño, en el que se encerraban en una burbuja en la que pocas veces lograbas mantenerte dentro siendo algo parecido a un adulto como lo era yo. Era una utopía para cualquier persona con más de diecisiete años encontrarse dentro de ese paisaje donde las penas, los remordimientos y la culpa pocas veces estaban presentes pero que, sin embargo, se suplantaban por la felicidad, la amabilidad y la gracia.

Quería volver a ser un niño otra vez cuando mis únicas preocupaciones eran saber donde había dejado el juguete que había perdido o si un amigo no quería darme un abrazo.

— Han venido dos chicos nuevos, ¿sabes? —Me preguntó con su mano agarrada a la mía y guiándome a lo que parecía que iba a ser la cocina. Cerré como pude la puerta que daba a la calle y lo seguí lo más rápido que sus pies conseguían—. Están en la cocina terminando de cenar. Mandy les ha obligado a que prueben algo porque no tenían nada de hambre. Llevan dos días sin comer —enfatizó mirándome con unos enromes ojos en mi dirección.

Estaría exagerando con los días pero eso no quitaba que otros dos niños pequeños tuvieran que pasar por lo mismo que hemos pasado nosotros dos.

— ¿Sabes lo que tienes que hacer ahora, no? —interrogué sabiendo que a él eran estas cosas las que prácticamente le daban de comer.

Siempre era el mismo proceso. Peter había sido nombrado ángel de la guarda para cada niño que viniera nuevo. Él sería el que los guiaría, los llevaría por un buen camino y, sobre todo, les daría esa confianza que perderían al saber que, hasta sus padres, no querían ni verlos —aunque las razones de cada progenitor cambiaran en cuestión de la situación. Al castaño le encantaba y todos estábamos orgullosos de tener a un niño que, pasara lo que pasara, sería quien se encargara de empatizar con los enanos que venían nuevos y no sabían por donde agarrar el mundo.

— Estoy consiguiéndolo ya casi. —Aseguró orgulloso de sí mismo—. Voy a presentártelos. Seguro que te caen bien.

No pude responderle porque la cocina ya estaba bajo nuestros pies y dos chicos acompañaban a la mujer que cuidó de mí cuando apenas tenía diez años como Pete. Reparé en los dos chicos de los que el peque me había hablado y en sus ojos cristalinos cansados de tanto llorar. Mientras que uno miraba con una esperanza que se evaporaba con los segundos al saber de quién se trataba y volvía a agachar la cabeza listo para remover la comida que tenía en su plato; el otro se quedó observándome con las cejas casi unidas en un ceño fruncido donde no se sabía donde terminaba una ceja y empezaba la otra tratando de adivinar la razón de mi llegada, supongo.

El alma se me cayó a los pies porque, aunque cada uno tuviéramos historias diferentes, todos estábamos por una misma escena. Ellos dos eran la viva imagen del antes y el después. Mientras que el que parecía ser el pequeño esperaba con todas sus fuerzas reencontrarse con su familia, que le dijera que todo se trataba de una broma y que nada volvería a pasar; el mayor se daba cuenta de que todo aquello había pasado y que nadie volvería.

— Él se llama Ben —presentó Peter con su voz aniñada señalando al más pequeño. Alzó la vista tratando de mostrar una sonrisa que compensara el chasco que se llevó al verme en la puerta. Con sus ojos vacíos de toda esperanza, sus pómulos absorbidos por la falta de alimento y la pena en su cuerpo, un fantasma se vería mejor que él. El cabello de varios tonos más oscuros que Peter cayó sobre su frente por segunda vez cuando volvió su vista al plato que removía —. Y él es Garret. —Volvió a hablar alegando esta vez el puesto de presentar al hermano mayor.

En lugar de sonreírme al igual que el familiar a su lado, permaneció con su mirada fija en mí analizando hasta el más mínimo detalle de mi rostro al igual que yo hacía con él. Parecía tener varios tonos más claros que su hermano que era en lo poco en lo que se diferenciaban mientras que, aparte de ello, una cara con las facciones más marcadas se hacia cargo de su rostro.

Los dos eran preciosos, eso no había quien lo quitara. Pero el supuesto Ben tenía un rostro de ensueño, de esos con los que logras empatizar con solo mirar en lo más profundo de sus ojos. Garret, sin embargo, era más reservado, buscando encontrar la debilidad que puede matarte para tener el control sobre tu cuerpo y tus decisiones. Ninguno de los dos conseguía esconder esa mirada de pena, de terror, que cualquiera tendría al estar en su situación. Esa que todos hemos tenido cuando hemos pasado por el mismo mal trago que ellos.

— ¿Cuántos años tenéis? —cuestioné sin encontrar otra preguntar con la que romper el hielo. Los inicios nunca me han gustado y menos aún con una situación tan delicada como el reciente abandono de unos niños que tendrán menos de diez años.

— Ben tiene seis y yo nueve. —Acudió Garret en su defensa. Lo miré unos instantes conociendo el sentimiento de desconfianza que se esparcía por su interior y regresé la mirada a su hermano pequeño sabiendo qué hacer para evaporar la emoción que los atacaba.

— Me ha dicho Peter que no coméis en dos días —expresé con la voz más tranquila y dulce que pude formar.

— No me gusta el brócoli —espetó el hermano pequeño asqueado. Quise reír al saber que se trataba de ello y miré a Peter sonriendo. Me devolvió el sentimiento corriendo a la despensa.

— ¿Te gusta el chocolate? —pregunté esperando que con eso, consiguiera el agrado de ambos. Garret me observaba aún con el rostro contraído por la sospecha de que en cualquier momento haría algo que no les gustaría. A Ben, en cambio, se le iluminó el rostro y con un estruendoso sonido dejó el tenedor a un lado del plato y asintió con lo cabeza con tanta fuerza que temí que dejara de estar sujeta al cuello.

Para cuando Peter vino con seis tipos diferentes de dulces, un cuerpo grueso entró en la cocina y nos miró con desaprobación —. No me sirve que nos visites cuando malcrías después a todos los que vienen — bromeó.

— Es solo un regalo de mi parte.

— Y de mi despensa —debatió en mi contra.

Peter y Ben rieron. Una pequeña sonrisa que Mandy quiso esconder elevó sus mejillas regordetas. Los ojos estuvieron provistos por un buen tiempo de ese color que ganaba un paisaje en primavera y que ella estaba obteniendo ahora al ver como, al menos uno de los hermanos, se sentían lo suficientemente bien como para reírse de nuestra «travesura».

— ¿Cómo estás? — interrogué al ver esas ojeras negras formando unas bolsas mas grandes que las de la tienda de la esquina de mi apartamento y que cubrían sus ojos achicados por el sueño. Las arrugas se acentuaron por todas las partes de su rostro al sonreír e, incluso así, nada me había parecido más hermoso antes.

— Podríamos estar un pelín mejor — respondió apoyándose en la encimera de la cocina con sus manos colocadas sobre esta.

— ¿Qué ha pasado?

Mandy negó—. Nada de lo que preocuparse, cariño — aseguró y, antes de poder responder a ello, su voz me interrumpió—. ¿Has conocido a estos chicos? Son los más guapos que he tenido hasta ahora. —Se mofó y quise creer sus palabras para olvidarme por completo de ellas segundos después. Terminaría descubriendo lo que pasaba, pero hoy no era el día.







Le di vueltas a mi taza de café con la peliazul enfrente de mí inmersa en sus pensamientos como si se tratara del aire que necesitaba para vivir. Las muecas que su rostro formaban eran graciosa. Comenzaba por mover sus labios como si fuera a hablar en algún momento, después sus dedos tamborileaban sobre la mesa formando una canción que solo ella sabía y, acto seguido, un bufido escapó de su boca.

Era difícil no reír cuando lo único que veías durante cinco minutos, era eso.

Alzó la vista y la clavó sobre la mía. Esos ojos inundados por la determinación se clavaron en los míos reconociendo en su interior todos los sentimientos que, solo si la conocías bien, lograba mostrarte. Eran emociones tan profundas que ni el mismísimo Dios habría conseguido unir en una sola mirada, una vorágine que te hacía sentir enano a su lado y que, al mismo tiempo, te llenaba de una valentía que no habrías tenido de no ser por ella.

— Quiero ir al orfanato —habló tras unos segundos.

Sonreí sin poder evitarlo. Si en algún momento temía de lo que podría pasar cuando se fuera, de que se buscara algo mejor y nos dejara a un lado para seguir con su vida, se evaporó con esas palabras.

Me levanté de la mesa con la taza aún llena y agarré las llaves de mi coche antes de pronunciar—. ¿Te parece bien esta tarde?

No escuché nada en los próximos segundos excepto el sonido del timbre retumbando por las paredes desconchadas del apartamento de Liz. La curiosidad embriagó mis articulaciones que sostuvieron el pomo de la puerta y la abrieron extirpando la intriga del principio y cambiándola por una más potente al ver delante de mis propios ojos a una chica de rostro fino y ojos que provocarían la tercera guerra mundial.

La obligué a entrar en un exhaustivo escrutinio en el que, cada parte de su cuerpo, me gustaba cada vez más. Su rostro estaba preparado para desarmar a un ejército de militares con unos ojos azules como un témpano de hielo pero que iban oscureciéndose en cuanto llegabas a los bordes y terminaban rodeando su iris por una barrera de color negro. Se clavaban en mí y me postraban a sus pies mientras que con sus labios rosados y carnosos formaba una mueca de desagrado que terminé suponiendo que se trataba por mi revisión completa.

Pero, demonios, no podía dejar de mirar a una chica que parecía un ángel que había aparecido exclusivamente para mí. Menos aún, con esas piernas de infarto que la hacían llegar a la altura de mi hombro.

— ¿Tú quien eres? —interrogó con una voz más dulce que el algodón de azúcar y terminando por matarme.

Levanté la mano luciendo un estúpido por no saber cómo saludar, si con dos besos o tal y como lo hacía ahora—. Soy Bradley, preciosa. —Me presenté con el sonido de Liz siendo una desordenada y recogiendo todo lo que necesitaba más rápido que la velocidad de la luz—. ¿Cuál es tu nombre, hermosa? —Acoté con otro mote que me hizo parecer, definitivamente, como el idiota que había sido desde siempre.

Sus ojos no me miraron con la simpatía que su rostro demostraba. Con la mirada tan helada como el océano Ártico, mi mano terminó por quedar a la verticalidad de mis hombros, otra vez. Una sonrisa le respondió, sin conseguir evitarlo, a su repugnancia injustificada.

— Chica difícil —pronuncié lo más bajo que conseguí—. Me gusta.

Pero no respondió y una voz se intercambia por la de ella—. Deja de arrastrarte, Brad. Me tengo que ir.

Para cuando quise decir algo, Liz alargó un brazo en dirección a ella y la llevó hasta su terreno. A partir de ahí, solo contemplé con la respiración atorada en mi garganta como ese trasero se movía para bajar por las escaleras sin dar una sola mirada hacia atrás.

— ¡Encantado de conocerte, bombón! —grité con la intención de volver a ver esos ojos que me congelaron y me robaron el aliento en lo que fue menos de un segundo. No lo conseguí, sin embargo, pero el sonido de su risa se caló hondo en mi cabeza y cavó un agujero en el que la curiosidad estaba atrapada y no saldría por lo que parecería un largo rato.

¿Cómo había dicho que se llamaba?

¡SEGUNDO CAPÍTULO DE LA NOVELA! Espero que os encante y que dejéis miles millones y billones de comentarios. 

Ahí va un poco sobre la vida de Bradley y el segundo contacto con él, ¿qué os ha parecido Bradley? ¿Bien, mal? ¿Fatal, nefasto? ¿Maravilloso, increíble? ¡Quiero muchas cositas! De momento no tengo muchas cosas que decir, es la una y media en España y no me da la cabeza para más así que espero que podáis perdonarme.

¡Besos y XOXO!,

NHOA.

¡PREGUNTA!: ¿Primeras impresiones de todxs?

Ahora sí, ¡chaooo!

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro