D I E Z
Cuando intentaba recordar la primera vez en la que no hubiera ido con la soga al cuello, me remonto a los tiempos donde era una niña, jugaba, reía, cantaba y hablaba con unas amigas que, una vez llegamos al instituto, ya no estuvieron conmigo. El tiempo jugaba en mi contra; tenía facturas que pagar(porque el instituto al que iba estaba demasiado lejos de mi casa y me salía más rentable comprarme un piso), trabajo que hacer y estudios que costear. No había un segundo de mi vida que estuviera libre. Incluso cuando me dormía, mis sueños solían reproducirse conmigo y miles de apuntes en la mesa o una factura en la mano.
No era de extrañar que la única persona con la que alguna vez hice amistad, fuera el chico que se sentaba a mi lado en clase. Keane era el que me veía por las mañanas recién levantada, iba conmigo a clase y quien mostró el primer interés en mí. No como un amigo, sino como una mujer y hombre que querían conocerse de un tipo diferente a la amistad. Lo encontraba halagador. Era una chica que estaba a punto de cumplir los quince y un chico ya se había fijado en ella.
Pero la vida era cruel, el mundo se convertía en inesperado de un momento a otro y mis días se comenzaron iban de mal en peor. Acabé por entrar en un tornado de depresión que me tragó tan adentro que por más que trataba, me arrojaba más al fondo.
Keane se metía de todo; se inyectaba, fumaba lo más fuerte que encontraba y se convirtió en un adicto; era de esperar. Pero lo quería, lo amaba y eso fue lo que me hizo quedarme. Seguí quedándome con él a pesar de haber demostrado ser la persona más desagradecida de mi endemoniada vida.
Pero era un amigo, mi mejor amigo.
Y había sido mi novio.
Por eso no me sorprendió ver su nombre en la pantalla de mi móvil. Lo que sí lo hizo, fue el mal sabor de boca que se me quedó al reconocerlo y el revoltijo de mi estómago cuando contesté. La fatiga, las náuseas y la sensación de vértigo me cubrió de punta a punta.
—¿Keane?
La línea se quedó en silencio, los nervios recorrieron mis venas y el corazón me latió más rápido. Buscaba siempre de encontrar la manera de no asustarme cuando me llamaba y no contestaba después. Se me era imposible lograrlo. Pensaba a cada minuto que se había pasado con las drogas y que me había llamado para decirle a alguien que llamara a la ambulancia.
—Necesito tu ayuda. —Fue lo primero que soltó.
Si con eso consideraba que iba a calmarme, la llevaba clara. Sudé frío pensando en lo peor. Su tono era lento y calmado. No me habría preocupado más de no ser por ese matiz frío y sin vida, con esa leve irregularidad que mantenía a la hora de respirar, agitado. Ahora, mi mente divagaba en los escenarios, en las razones por las que me llamaría.
—¿Con qué?
Pellizqué el interior de mi boca llegando a saborear el gusto metálico de la sangre. El estar en un suspense de película no mejoraba mis expectativas. Desplazaba mi mirada por la sala de estar, por la televisión del siglo pasado, por el sofá destartalado y fofo; centrarme en algo en específico se me complicaba. No podía verle, comprobar su rostro, mirar cómo se encontraba y tenía que hacer algo mientras la incertidumbre colapsaba en mí.
—Mi madre ha vuelto a hacer una de las suyas —musitó en el tono más frívolo y superficial de su persona. Solo utilizaba ese tono en casos como estos, cuando la cólera le dominaba y buscaba la manera de no estamparlo en el rostro de otra persona.
Sentí que me caía en un agujero en el que no había soporte, solo caía y caía hasta dejar de sentir todo y nada a la vez. Eso solo significaba que Keane había llegado a casa y se había encontrado a su madre en el sofá durmiendo y con todo patas arriba. Seguro que ella ya había despertado y se había marchado a trabajar en la calle con el diminuto vestido que llevaba siempre y el maquillaje corrido en distintas partes por una razón en concreto y que revolvía mi estómago. Tragué saliva varias veces moviéndome por mi enano apartamento y agarrando la chaqueta y las llaves. El silencio se extendía por la otra línea, su respiración se escuchaba agitada.
Esta situación le sobrepasaba.
Y a mí me mataba.
—Voy para allá —respondí. Colgué al no escuchar nada del otro día. Nunca respondía, era su manera de agradecerme en silencio porque se encontraba lo suficiente imposibilitado como para pronunciar una palabra.
No quería agobiarle. Emprendí mi camino saliendo del portal y caminando lo más rápido que mis piernas daban. Su casa —si es que se le podía llamar así— se encontraba a menos de tres manzanas en una extensión de terreno enorme donde cientos de caravanas se anclaban al suelo. Me la pasé pensando todo el camino. En mi cabeza, el recuerdo de la noche en la que vino drogado, bebido o lo que demonios fuera se propagó. Mi piel se estremeció ante la sensación de su boca babosa sobre mi cuello, mis lágrimas cayendo en cascada por mis mejillas y sus manos pegajosas que recorrían mi cuerpo sin la autorización que merecía.
Encontraba difícil caminar hasta donde vivía, repetir las imágenes de ese momento y recrearlas en mi cuerpo con los sentimientos a flor de piel. Era lo peor. Saber el vínculo que manteníamos, la complicidad que habíamos tenido siempre y darme cuenta de que, hace menos de tres semanas, había intentando algo conmigo a lo que yo no le había dado permiso.
Las drogas. Habían sido las drogas.
Su tono era el mismo de antes de que este endemoniado estilo de vida se adueñara de él. El grupo con el que se juntaba —los más cercanos a la pequeña caravana en la que vivía— fueron los que le hicieron caer tan bajo. Keane era débil, no sabía negarse a nada y trataba de agradar a todo el mundo. Cerré los ojos para que las lágrimas no salieran. evocar esos pensamientos trajo consigo un sentimiento de impotencia, de opresión, que odiaba con todo mi cuerpo.
Él nunca se había comportado como ahora. Me jodía que hubiera sido la primera en darse cuenta de ello y que nadie lo ayudara.
Vacilé al tocar a su puerta. La caravana blanca no ocupaba ni cincuenta metros, la suciedad se hacía cargo de que el blanco se convirtiera en un tono grisáceo y las pegatinas de líneas rojas horizontales que decoraban rodeando la caravana cada vez se despegaban un poco más. Las ruedas estaban pinchadas razón por la cual nunca han podido desplazarse ni dos centímetros.
Eché un vistazo a mi alrededor. Al menos, los demás vehículos eran similares y Keane no sufría la desigualdad entre sus vecinos. Bastante distinción era ya que las personas de la calle vivieran en preciosos apartamentos como para que también los que eran parecidos a él, fueran diferentes.
Varias personas me observaron conforme pasaban por mi lado. Algunas sonrieron al descubrir quien era y otras simplemente pasaron de mí. Tragué una enorme bocanada de aire llenando mis pulmones de valentía y me atreví a tocar. Las manos me temblaban. La boca se me secó. Imaginé cómo sería volver a entrar, hacer como si no hubiera pasado nada. Era la primera vez que me contactaba desde que había sucedido lo de aquella noche. Me aterraba creer que se repetiría la misma historia. Me daba pánico reconocer que había cambiado y que esta era su nueva versión.
«El no era así.» Me recordé para después tocar.
Respiré sonoro, no controlaba mis exhalaciones y mucho menos las inhalaciones. Iban entrecortadas y lo fueron aún más cuando los pasos de Keane reverberaron en mis oídos. La agitación hacía que mi corazón fuera más rápido y la rapidez con la que abrió la puerta estuvo a punto de tirarme al suelo. Conseguí estabilizarme y mi atención se enfocó en su rostro. Poco me faltó para salir corriendo y ponerme a llorar.
El enrojecimiento de sus ojos y sus dientes comenzando a poner amarillentos impactó en mí de tal forma que mis labios temblaron, se entreabrieron y no lograron formar palabra. Me había quedado muda. Incluso su rostro bronceado se había consumido, si me acercaba un poco más podría dar una clase de anatomía sobre el cráneo con su rostro de prototipo.
—Has venido —pronunció. Desvié la mirada con el corazón en el puño. No conseguí observarlo por más de un minuto cuando las ganas de llorar volvían y debía eliminar el contacto visual. Ignorarlo entorpecía todo pero no encontraba otra manera para hacerme creer que él seguía bien y que esa basura que su cuerpo ingería no se notaba sobre su aspecto.
Lo que más dolía era que no lo habría reconocido en caso de haberlo visto por la calle. Era otro, ese no era Keane Hendrick.
Di un paso atrás y alcé la mirada. Sus ojos me miraban sorprendidos, el brillo que antes poseían se había evaporado para dar paso a un tono oscurecido por el demacre. Aplané mis labios con la comida queriendo salir por la boca para olvidarme de lo escuálido que se veía.
—Te he dicho que iba a venir. —Soné tan borde que hasta yo me impresioné.
Tampoco me disculpé cuando su mirada recorrió mi rostro en busca de esos rasgos molestos que sabía distinguir cuando estaba enfadada. Llevábamos casi toda una vida juntos, sabíamos cómo actuábamos, cómo nos sentíamos y cómo estaríamos dentro de diez minutos. Por lo menos, él lo sabía sobre mí. Yo ya no sabía cómo iban a ser los próximos instantes dentro de esa casa y tampoco cómo sería volver a descubrir sus gestos.
Fui la primera en eliminar el contacto visual. Le siguió unos segundos de incómodo silencio que me hizo replantearme mi estancia allí antes de que él soltara un suspiro derrotado y abriera la puerta para que entrara.
De no ser porque me mentalicé antes de entrar, el olor nauseabundo de la marihuana y distintas pestilencias que no supe distinguir, me habría tirado al suelo. Mis párpados cayeron tomándose su tiempo en recobrar la compostura. No pude mirar cómo estaba todo el lugar tampoco. Sentía que iba a caer por el olor y tragué saliva tragándome las arcada. El mundo giraba hasta que él cerró la puerta y tuve que abrir los ojos para que no pensara que iba a caerme.
Estaba a punto.
Un enano pasillo se extendía a dos centímetros de mí. La familiaridad con el lugar se evaporó al verlo todo empantanado con casi diez latas de bebidas energéticas tiradas en el suelo, ropa interior, camisetas con colores fosforescentes y despampanantes. Estaba todo tirado por el suelo y eso mezclado con el olor de la droga y el alcohol de las botellas de cerveza no ayudaba a que mi estómago se acostumbrara a la sensación.
Me agarré a una de las esquinas de las paredes pues el alimento iba a salir en cualquier momento por mi boca y no quería añadirlo a la lista de tareas por hacer. El vómito no era mi ideal para las jornadas de las tardes. Tampoco lo era quedarme al borde de devolver hasta la primera papilla.
—¿Mery? —Noté la urgencia en el tono de Keane devolviéndome a la realidad. Se me hizo imposible soportar los siguientes segundos. Una de sus manos se colocó sobre mi hombro. Mal momento. Sentí que me quedaba sin aire. Todo era una vorágine de decepción, tristeza, ansiedad y angustia. Entré en pánico pasando por delante de él y saliendo de la caravana.
No.
Era imposible. Desde que había llamado había sido imposible. Comencé a caminar huyendo de ese vehículo maloliente y claustrofóbico. Eso mezclado con el cuerpo esquelético de Keane junto con sus ojos inyectados en sangre me llevaban al borde del abismo. Este no era él, era una pesadilla. Keane no podía haberse convertido en alguien que malgastaba su vida de esa forma. Había visto a su madre meterse —y seguir metiéndose— todo tipo de droga, la había visto trabajar en un oficio donde comercializaban con su cuerpo. A menudo Keane soñaba con cumplir la mayoría de edad para salir de esa caravana y formar su vida. La tristeza me invade cuando ese «a menudo» se ha transformado en un «nunca».
—¡América, espera! —Escuché su voz. Ya ni eso sonaba igual. Era una mezcla entre rasposa, exhausta y deprimente. Caminé más rápido y olvidé durante un instante que sus piernas eran más largasy que me alcanzaría en menos de lo que cantaba un gallo—. ¡América! —Agarró una de mis manos tirando de mí hacia atrás. El pánico caló mis huesos al recaer en sus ojos rojos como tomates clavándose en mi rostro como un perro rabioso. Las lágrimas se acumularon advirtiendo su llegada.
Suavizó su rostro, su mirada desesperanzada volvió y sus dedos se entrelazaron con una lentitud agonizante con las mías. Cerré los ojos siendo incapaz de mantener su mirada y seguir viendo sus nulas ganas de vivir, su manera de destrozar su salud como si se tratara de la ruleta de la fortuna y pudieras sortear tu suerte siempre que quisieras. La vida no era un juego.
—No te vayas —susurró. Su voz se quebró en la última sílaba, su aliento nauseabundo cargó contra mí alterando mis emociones. El corazón me latía desesperado y ni siquiera era capaz de controlar mis lágrimas. Empezaron a caer.
—Me tengo que ir. —La urgencia tiñó mi voz.
El silenció inundó el instante. La congoja cubrió mis fosas nasales que moquearon hasta morir y el estremecimiento se hizo cargo de mi rostro cuando con su mano libre me tocó. Las arcadas emergieron con más fuerza, llevé una mano deteniendo la suya de más caricias en mi rostro. La debilidad con la que le sostenía le hizo estremecer a él también y tomé esa inocencia de su parte como un símbolo de buena voluntad. Internamente, mi corazón dio un vuelco por ese sentimiento, quería encontrar esa minúscula sencillez que le caracterizaba y con la que se ha mostrado conmigo desde que nos conocíamos.
De pronto, sus labios presionaron contra los míos. La acidez subió por mi esófago e intenté separarme de él. Su descuido me llevó hasta la pared de uno de los vehículos aparcados y por más que intenté separarme de él, no lo logré. Apretaba mi cuerpo contra el suyo, estreché los labios y su lengua delineó la comisura de estos buscando la entrada prohibida al interior de mi boca.
Estaba fuera de mi control, sentía mis músculos entumecidos y una bola de fuego subía por mi garganta. Su aliento agitado chocaba contra mi rostro evocando en mi mente la imagen de un tigre corriendo a por su presa. Era su presa. No se daba cuenta de las lágrimas que cruzaban por mis mejillas y mucho menos de la fuerza que ejercía para que me separara de él. Movía su boca sobre la mía sin recibir nada de mi parte más que la amargura de mis lágrimas y el tormento de mi cuerpo.
Mis manos escaparon de su control y se colocaron sobre sus hombros. El impulso con el que lo aparté de mí le hizo trastrabillar. Unos ojos inyectados en sangre se oscurecían por la lujuria y la excitación. Poco a poco, esa expresión se tradujo a un asombro que transmitió a mi cuerpo un escalofrío. Lloraba de la misma forma en la que una cascada derramaba agua, caían una detrás de otra con tanta energía que no fui capaz de adivinar cuando terminarían.
—América —pronunció. Incluso mi nombre sonó como una llamada al perdón. El arrepentimiento se hizo cargo de que su rostro se contrajera y que mi mano lo detuviera cuando quiso aproximarse a mí.
—No te acerques —espeté entre dientes.
Mi voz se escuchó rasposa y la rabia salió a borbotones de mis labios. Por suerte me hizo caso y dejó de caminar, sus manos se levantaron con la intención de llegar a tocarme. No sucedería otra vez. Esto me intimidaba, anulaba mi voluntad porque lo amaba y eso me hacía rendirme a sus súplicas. Las manos me temblaban, mi corazón se encogía abatido en mi pecho y mis piernas estaba cerca de desfallecer y dejarme en el suelo.
—No me toques. Ni se te ocurra volver a llamarme en tu vida.
Ignoré su mirada dolida. Sus manos cayeron a la altura de sus hombros y sus ojos se enrojecieron todavía más por una causa totalmente opuesta. Antes de que se arrepintiera y no me hiciera caso, mis piernas se movieron empezando a correr. Quería escapar de ese lugar, quería que las lágrimas pararan y que el dolor no oprimiera mi pecho. Mis gemelos quemaron y pronto, mis muslos comenzaron de la misma forma. No supe cuanto había corrido hasta que llegué de vuelta a casa, subí las escaleras y mi cuerpo comenzó a temblar.
—¿América?
Alcé la mirada. Una voz diferente a la que pensaba escuchar llegó a mis tímpano. Un rostro pálido y definido por una mandíbula marcada y fuertes rasgos estaba inclinado levemente para mirarme. Encontré la preocupación en sus ojos pardos. Sus labios finos y rosados estaban fruncidos por la tensión y varias veces me encontré siendo testigo de la intención que albergaba de decirme algo.
Pronto se hizo cargo de mí la vergüenza, la timidez y la humillación. Me quedé mirándolo, decidiendo si quedarme o escapar de allí. Estaba enfrente de mí, mi corazón latió desesperado y no supe reconocer si era por su presencia o por la carrera que me había pegado.
En cualquiera de los casos, él esperaba ahí, Liz no estaba y mi cuerpo estaba a punto de desfallecer. La decisión estaba tomada. Ya nada podía hacer y necesita algo, cualquier cosa. Mis brazos rodearon su cuello buscando el soporte que lo hizo trastrabillar hasta que encontró la estabilidad. Sentía su corazón latir desesperado aunque no sabía si se trataba del mío o del suyo. Las lágrimas mancharon su camiseta blanca.
Tardé un rato en notar sus brazos cerniéndose sobre mi cintura y agarrándose a mí. Escondió su cabeza en el hueco de mi cuello y me abrazó con fuerza exprimiendo cada una de mis fronteras. Me rendí.
Allí, en medio del rellano, sus brazos se convirtieron en mi salvavidas hacia una costa paradisíaca.
N/A: ¡HOLA, HOLA! ¿Cómo estáis, hermosurxs (sip, hermosuras y hermosuros, lo que queráis)? Ya sé que llego una semana tarde, que no he actualizado e incluso yo extrañaba esto. No tengo los suficientes capítulos como para seguir avanzando con la novela y el tiempo se me va de las manos... ¡PERO SEGUIRÉ ACTUALIZANDO! Es por eso que no creo que pueda seguir el horario que me he autoimpuesto, lo siento, así que si no actualizo, ya sabéis porqué es... ¡QUIERO LLORAR!
Lo único bueno es que solo me quedan dos semanitas y media para coger vacaciones y tendré dos semanas de vacaciones en las que espero poder tener como veinte capítulos escritos para seguir avanzando en la historia (si eso pasa, sería un sueño hecho realidad).
En fiiin, ¿qué os ha parecido? Personalmente, cuando lo escribí sentí que le faltaba algo pero lo he dejado reposar unos días y ahora que lo he leído, wow, creo que es uno de los mejores caps que he escrito hasta la fecha. ¿Qué pensáis vosotrxs? SE ACEPTAN TODO TIPO DE COMENTARIOS.
Pero, con esta N/A llegando a su fin, os deseo un maravilloso fin de semana. Me voy a estudiar tres temitas de Anatomía, si me muero, ya sabéis por qué es.
Besos y XOXO,
NHOA.
PD: ¡PREGUNTA!: ¿Os habríais imaginado un cap así para hoy? (Si la pregunta es NO, ¿me diríais qué era lo que esperabais en este cap?) LOV U ALL <3
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