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D I E C I O C H O


Aporreé la puerta. La saliva se quedaba atascada en mi garganta imponiendo la necesidad de verla a estar parado en el rellano. Quería verla, no me había dicho mucho cuando hablamos por teléfono. Ahora que estaba frente a su puerta... Dios, moría por saber cómo estaba.

Por fin abrió. Su rostro fue lo primero que vi y mi instinto me llevó a sostenerlo entre mis manos. Una delgada línea escarlata delineaba el borde de sus párpados, sus ojos estaban ardiendo en llamas, rojos como la sangre. Su nariz adoptaba el mismo tono mientras sorbía y tragaba la tristeza. Entreabrió sus labios pero no pronunció palabra. No esperé más, mis brazos la envolvieron.

Me devolvió el abrazo. En menos de un día había mantenido más contacto con ella que en todos los días que nos habíamos visto. Mi corazón galopaba con la misma rapidez que el suyo, golpeaba mi pecho con la fuerza de un elefante.

—Gracias —susurró por encima de mi cuello, su voz ronca llegó a mis oídos con una sutileza que me estremeció.

Me moví para retornar la vista de nuevo a ella. Su cabello se había desmelenado y vestía con una sudadera enorme que tapaba hasta la mitad de sus muslos. Lucía demacrada. Mi pecho se oprimió con la sensación de culpa invadiéndome. Podría haberla acompañado en ese centro comercial, esto podría haber acabado diferente.

Sonreí a pesar de que lo único que quería era abrazarla hasta que sus problemas fueran los míos, y la sonrisa no cubriera mis labios sino los suyos. A veces estaba bien olvidarse de los problemas, dejarlos marcharse y después tomarlos con más fuerza y determinación. El impedimento surgía cuando ella no quería separarse de ellos.

—¿Qué te parece si te sientas y mientras yo te preparo algo? —ofrecí. Su cara se contrajo en una mueca de confusión, su ceño se frunció. O al menos lo intentó. Estaba lo bastante agotada como para no realizar bien los movimientos.

—¿Sabes dónde está todo? —Sorbió y enjugó sus lágrimas en el camino.

Mi sonrisa se agrandó.

—Liz y tú guardáis todo en el mismo sitio. —Vi el reconocimiento que se contempló en su rostro. Ella dijo que su apartamento era igual que el de Liz así que supuse que no habría demasiados cambios entre ambos.

—Está todo en el mismo armario, el que da más a la izquierda —contestó de igual manera, por si acaso.

No tardé demasiado en prepararlo todo, para cuando me había dado cuenta estaba de vuelta en el salón y América estaba sentada con una manta rodeando sus hombros. Miraba distraída a algún lugar, quería creer que había algo interesante en la pared pero solo se había quedado traspuesta y lucía dispersa en sus pensamientos.

No me gustaba eso de ella. Creo que era de lo poco que no soportaba de su comportamiento. Era una persona tan sumamente pendiente de aquellos que amaba que se olvidaba de que ella también existía, tenía una vida y la estaba dejando desvanecerse de entre sus manos por cuidar de los demás.

Mi alma cayó a mis pies cuando me di cuenta que yo no era ni la mitad de altruista de lo que era ella.

—Aquí tienes, bombón —murmuré. Me hacía sentir como si a la más mínima subida de tono, a pesar de ser un tono normal (incluso bajo), se rebotaría del susto. Y eso pasó. Se llevó una mano a su pecho y tan rápido como lo hizo se volteó.

Me miró y sonrió. Lucía hermosa hasta con los ojos rojos y sin la sonrisa llegar a su mirada. Le tendí la taza de té y, al segundo, sus labios se posaron sobre el borde para dar un pequeño trago. No estaba en sus cabales. Prefería callar y seguir con el camino a hablar con alguien.

Me percaté en ese instante de lo sola que estaba emocionalmente, tan solitaria. No contaba con la ayuda de nadie pero daba la suya a todo aquel que la necesitara. Mi pecho se oprimió. Ahora me tenía a mí, ahora podría contar conmigo siempre que lo necesitara. Estaría allí donde ella quisiera para ayudarla y apoyarla. Ahora ella tendría que redimirse a recibir ayuda y no darla por un tiempo.

—¿Qué ha pasado? —interrogué. Las ganas de saberlo se acrecentaron en mí. Tras haber saciado la necesidad por saber cómo se encontraba físicamente, ahora iba a saber cómo era en el sentido emocional. Era el que más dolía.

Soltó una risa amarga.

—No tengo ni idea. Había dejado a Keane en casa por la mañana después de todo lo que había pasado anoche y pensé que entendería lo que quería decir con eso —tragó duro, pude ver el atisbo de las lágrimas deseando salir de sus ojos. Me aproximé a ella poniendo una mano sobre sus muslos desnudos y acariciándolos para que supiera que estaba allí ahora que me necesitaba—. Pero, no lo sé, estábamos viendo un par de tiendas con Liz y de repente apareció y empezó a gritar y a intentar hablar conmigo.

—¿Qué decía? —Aplané mis labios, volvía a sentir esa opresión en el pecho y en la garganta. Tenía la sensación de que alguien apretaba y no me dejaba respirar.

—Quería hablar conmigo. No recuerdo del todo qué es lo que decía, no sabía qué hacer y no... —su voz se rompió e hipó—. No podía escuchar, se me habían taponado los oídos y no escuchaba nada.

Los ojos se oscurecieron y le brillaron, una fina de capa fue arrastrada por sus párpados para dejar caer las lágrimas y que mojaran sus mejillas. El dolor, la decepción tiñendo su alma. Temblaba, debía coger la taza con sus dos manos pues los temblores hacían que se moviera el café. Acaricié sus mejillas eliminando el recorrido de las gotas saladas.

Dolía. Mi pecho dolía, y el suyo estaba por quebrarse en cualquier momento.

—¿Qué pasó después?

—Thiago y uno de sus amigos llegaron.

—¿Thiago también iba a ir? —pregunté, extrañado. Yo también debería haber ido. Joder.

—Por lo que yo sabía, no. A lo mejor, Liz le dijo que fuera o algo. No lo sé. Pero se metieron de por medio y Keane se enfadó más y... —Calló de forma abrupta. Arqueé una ceja. Se estaba llevando los labios a la taza otra vez. Los ojos sin mirarme en ningún momento, la congoja tiñendo su triste rostro.

—¿Y?

Sus labios temblaron, vi su mandíbula clavándose al tratar de calmar con la presión de sus dientes, el temblor de su boca.

—Dijo que lo había defraudado, que no era la misma, que...—sollozó.

Dejé la taza, la suya y la mía en la pequeña mesa enfrente de nosotros. Entraba poco a poco en el mismo estado de pánico que había vivido aquella vez en el callejón donde también estaba él. Todo parecía girar entorno a ese gilipollas de turno. Si tan solo supiera lo que estaba provocando en ella...

Me recordaba a un volcán. En un principio no tiene problema, no erupciona, se encuentra en calma. Pero paso a paso disminuía la paciencia, se agotaba. Hasta que llegaba un momento en el que el aguante emocional llegaba a los bordes de las paredes del volcán y entonces explotaba. Se destrozaba tanto a sí misma como al resto de las personas, destruía en todas las direcciones y arrasaba con las personas que tenía a su alrededor sin darse cuenta pues no soportaba nada más, ni una sola pizca más.

América estaba llegando a sus bordes.

—Estaba decepcionado por mí, Bradley. Cree que lo estoy dejando de lado. Se piensa que no me preocupo por él. Por eso ha vuelto a drogarse, dijo que no podía aguantar más, que me necesitaba. Y yo ya no sé qué hacer. No quiero dejarlo de lado, no puedo, pero esto me está superando y lo estoy dejando. Es todo mi— se interrumpió. Ni ella misma lo creía, ni ella misma creía que era su culpa.

Estaba confundiendo ambas conversaciones, la que me contó de ayer a la noche y la que había tenido con él hace unas horas en el centro comercial. Pero la entendí, comprendí el mensaje que quería transmitir, y mis manos sostuvieron su barbilla obligándola a mirarme. Tenía los ojos caídos, enrojecidos. La nariz se le coloró, al igual que sus mejillas.

—No te culpes de nada, ¿me escuchas? Tú no tienes la culpa.

Se separó de mí, negaba con la cabeza ofuscada en que de verdad era la responsable de él. La rabia se acrecentó en mí. Quería agarrar del cuello a Keane y obligarle a ver todo lo que América sentía. Si tanto la quería como decía, ¿por qué dejaba que se demacrara así? ¿Por qué era tan egoísta como para no darse cuenta de cómo la hacía sentir?

—Debo echarle un ojo, no sabe controlarse. No va a hacer caso de nadie más.

—¿Por qué sus padres no lo llevan a una clínica?

Rió, amarga—. No sabe quién es su padre y su madre es igual que ella.

—Pero él se había concienzado para entrar a una clínica. ¿Por qué no va?

—Cree que puede encargarse solo. —Me miró, había real dolor en su mirada, en su rostro, en su voz. Todo en ella irradiaba una terrible necesidad por ayudarlo—. Y además necesita el permiso de un tutor o uno de los padres para ingresar. Eso sin contar el dinero que tienes que pagar por que lo hagan.

Me quedé callado. Parecía que no había salida. Entre la taciturnidad de Keane, el impedimento de su progenitora y el dinero, cualquiera ayudaría.

—Pero hay centros gratuitos para este tipo de casos.

Volvió a negar con la cabeza—. Busqué por Internet, los únicos gratuitos de este condado no ofrecen los servicios que Keane necesita. Un tratamiento intensivo hay que pagarlo. Lo que le pasa a Keane ya no es solo la adicción, lo están volviendo violento y posesivo. Eso no solo se cura con la desintoxicación, necesita un seguimiento, terapia y todo lo que le venga bien.

No pregunté cómo es que sabía tanto sobre el tema, no había nada que yo pudiera decir que no hubiera pensado e intentado ella antes. Estaba en un callejón sin salida y no conseguiría cambiar de perspectiva hasta que la inspiración volviera a alguno de los dos.

—¿Entonces qué va a pasar? Keane volverá en algún momento, eres una necesidad para él y va a hacer lo que pueda para traerte de vuelta. No puedes estar así, bombón. Terminará dándote un ataque de ansiedad.

—¿Y qué le voy a hacer? —interrogó, me moví hasta que ella pudo acomodar su cabeza en mi pecho. Mis dedos terminaron trazando figuras en sus pómulos y recorriendo y delineando cada lugar de su rostro que me pareció oportuno. Por un momento, noté cómo la tensión de su cuerpo se suavizaba, comenzaba a tranquilizarse. Mi pecho se hinchió de orgullo. La tranquilizaba de la misma forma que ella me tranquilizaba a mí.

—¿No has pensado en una orden de alejamiento?

La rigidez volvió a ella.

—Ni de coña —rechazó, cerró los ojos y trató de calmarse inspirando para después volver a hablar—. Ya se encuentra lo bastante mal pensando que lo estoy dejando de lado como para que le venga con esto. Llevo toda la vida con él, Bradley, si piensa que lo estoy apartando terminará haciendo cualquier locura. No podré estar cerca para supervisarle. Esa es la única manera que tengo de saber que está bien, si no puedo acercarme yo...

—¿Prefieres entrar en pánico cada vez que viene? ¡Mírate la muñeca, América! O solo mírate ahora a un espejo —exclamé, como si fuera un acto reflejo para ella, se tapó con la manga de la sudadera y su rostro trató de esconderse todavía más en mi pecho, como si pretendiera que no la viera.

Ella ya lo sabía. Solo quería negarlo con todas sus fuerzas hasta que se creyera que ella podía con la situación.

—No voy a hacerlo, Bradley. No puedo —inspiró. La impotencia me llevaba a pensar cosas horribles, quería que ella observara la situación de la forma en la que yo lo hacía. Estaba preocupado por ella, joder. Solo quería verla bien.

Me llevé las manos a la cabeza—. Dios, bombón. ¿Te das cuenta de que esto te está matando?

—Es alguien importante. —Volteó para mirarme, sus ojos volvían a advertir las lágrimas.

—Tú también eres importante —espeté. Necesitaba que supiera que ella también formaba parte de la ecuación. Ella era el resultado final, era lo único que importaba aquí. Era importante para mí.

Sonrió, las esquinas de sus labios se elevaron en la sonrisa más enorme del maldito universo. Y yo estaba que me subía por las paredes.

—¿De esto va todo? ¿De que yo esté bien?

La miré a los ojos—. Nunca he pensado en otra cosa, América.

Su sonrisa se agrandó, si es que era físicamente probable. Sostuvo mi barbilla. Mis ojos se detuvieron en sus labios. Me quedé repentinamente sin saliva, seco. Ella se acercó impulsándose para llegar a mí a pesar de que sentía su aliento caliente sobre mi boca. Me preparé, esperé la suavidad de sus labios, la complejidad que suponía besarla.

Cerré los ojos dándole la bienvenida. Pero mi mejilla recibió su atención. Plantó un beso sobre mi mejilla. La soledad nunca se había sentido tan fuerte como ahora y me sentí desplazado. Sus pupilas volvieron a clavarse en las mías con el mundo en sus ojos dedicándomelo a mí. ¿Por qué demonios no me había besado?

—Voy a estar bien —susurró.

Tardé unos segundos en reaccionar. Su separación se sintió como un jarrón de agua helada. Sonreí de boca cerrada.

Las ganas por que me besara recorrió cada terminación nerviosa de mi cuerpo. Sin embargo, sus dedos se entrelazaron con los míos y su pulgar comenzó a trazar círculos en el dorso de mi mano. En comparación, su mano era pequeña y delicada.

Levanté la mirada, solo para encontrarme con unos ojos que me transmitían la seguridad y confianza que había perdido hace unos segundos. Ella podía con todo. Ella lo conseguiría todo.

Y yo estaría allí para ayudarla.

N/A: Buenooo, he tardado más de dos días diciendo que iba actualizar y sin hacerlo pero la espera ha llegado a su fin. Seguiré subiendo los capítulos de ahora en adelante, he terminado las clases y ya no hay nada que me pare para seguir actualizando así que...

¡AHÍ TENÉIS!

¡PREGUNTA!: ¿Qué creéis que debería hacer América? ¿Y Brad? ¿Y Zev?

¡ESPERO QUE OS HAYA ENCANTADO EL CAPÍTULO! Cualquier pregunta, dato, información, opinión, etc. será bienvenido totalmente. Os he echado de menos, ¿saben? Lxs quiero to the moon and back!

¡BESOS Y XOXO!

NHOA <3

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