XII - Then
Then: 26 YEARS OLD - (primera parte)
Jason bajó del autobús frente al bloque de edificios. Éstos habían sido construidos demasiado próximos entre sí, por lo cual era difícil distinguir los angostos caminos que los separaban. Sin embargo, él ya conocía la dirección que debía seguir.
Sus pasos lo llevaron a una de las edificaciones más pequeñas, que aún así constaba de cinco pisos. Las residencias de aquel barrio, a pesar de estar un poco deterioradas por su antigüedad y situadas en una ubicación suburbana, siempre encontraban una amplia demanda de inquilinos por los bajos precios que ofertaban.
Cuando Jason llegó al apartamento de su hermano mayor, en el segundo piso, descubrió que la puerta de éste ya estaba abierta, por lo cual ingresó. Encontró a sus padres y a sus vecinos, Tris y Jim, del otro lado.
—Hola, cariño — Lo saludó su madre, desánimo evidente en su tono. —Lamento no haberte avisado anoche. No queríamos despertarte.
El chico de quince años simplemente asintió, buscando con su mirada a alguien más. Una vez que lo encontró, caminó hacia él.
—Lo siento tanto, Justin — Expresó con sinceridad.
Justin limpió con rápido disimulo las lágrimas que, una vez más, brotaban de sus ojos. Con esfuerzo, imitó el esbozo de una débil sonrisa ante su hermano, mas no articuló palabra alguna, solo se acercó para compartir un breve abrazo con el mismo.
—¿Cómo está Lena? — Inquirió el adolescente, preocupado.
—Descansando. Ha sido una larga noche en el hospital — Respondió el aludido, casi en un murmullo, y su voz sonando más ronca de lo habitual.
—Sabes que estoy aquí para ustedes. Pueden contar conmigo para todo — Ofreció el joven.
Justin apretó los hombros de Jason, esperando que ese gesto le transmitiera cuán agradecido estaba por sus palabras.
Corto tiempo después, los presentes se marcharon para cederle su espacio, lo cual Justin había estado deseando internamente. El apoyo de sus seres queridos resultaba reconfortante, pero todo en lo que él podía pensar era en la chica que estaba en la habitación contigua y lo único que quería era estar a su lado.
Una vez en soledad, ingresó al dormitorio, abriendo la puerta lentamente para no provocar ruido. Y aunque lo hubiera hecho, apenas divisó a Helena durmiendo sobre la cama, supo que no la habría despertado. Su novia parecía todavía bastante sedada a juzgar por la lenta respiración que delataba un profundo sueño.
Justin se inclinó y besó su mejilla antes de acostarse a su lado. La abrazó con fuerza, pegándose a ella y, entonces, comenzó a llorar de manera silenciosa.
Un par de años antes, Helena se había graduado de la carrera de Economía, ostentando el mejor promedio de su promoción en la Universidad. Sin embargo, necesitaba ganar experiencia para distinguirse en la profesión, así que tanto su empleo en áreas municipales como impartiendo clases le generaban ingresos bajos. Aún así, combinados con los de Justin, fueron capaces de costear su propio apartamento.
No les importaba que el mismo fuera demasiado pequeño, muy cerrado, y estuviera ubicado en una zona escasamente atractiva. Ellos lo consideraban un buen lugar para comenzar a dar sus primeros pasos. Después de todo, el lugar no era lo importante, sino el hecho de estar juntos.
Se habían mudado alrededor de un año atrás y mientras el tiempo iba transcurriendo, ambos se sentían fascinados al explorar la convivencia. Era algo nuevo para su relación y se estaban adaptando maravillosamente, acoplándose aún más. Los obstáculos pasaban a segundo plano cuando los dos unían fuerzas.
Pero la preocupación finalmente se hizo presente, al recibir la inesperada noticia de que ya no serían solo dos.
Al principio, por un ínfimo instante, cuando Helena salió del baño con las múltiples pruebas de embarazo marcando 'positivo', la pareja fue abordada por el pánico. No. No estaban listos para ello. No tenían suficiente para dar, en ningún sentido. No había espacio, no había dinero, no había suficiente confianza en sí mismos.
Pero aquel malestar duró tan solo unos minutos. La estupefacción se disipó de sus agilizadas mentes cuanto otros pensamientos más amenos irrumpieron sus inquietudes. Se miraron fijamente uno al otro y, con mucha lentitud, idénticas sonrisas radiantes empezaron a moldear sus labios. Entonces, empezaron vociferar exclamaciones de alegría sin poder contenerlas, mientras se precipitaban para fundirse en un firme abrazo.
Los días siguientes al suceso, la expresión de felicidad parecía adherida a sus rostros, como si no fueran capaces de borrarla por nada en el mundo... No obstante, eso fue posible cuando aparecieron los primeros síntomas de que algo andaba mal.
La primera pérdida aconteció al tiempo que Helena estaba leyendo la coyuntura económica mensual del municipio. Dejó su trabajo de inmediato para asistir a la guardia del hospital, donde atendieron su caso y un doctor le explicó que transitaba un embarazo de alto riesgo. Anunció que la muchacha debía guardar absoluto reposo, al menos hasta que el embrión llegara a los tres meses de gestación.
Ella acató las órdenes con rigurosa obediencia. Pidió licencia médica en sus empleos y se dedicó a cuidar de sí y del ser que crecía en su interior. Solo se movía dentro del apartamento para cocinar, y eso si Justin se lo permitía. Su novio la atendía y protegía su bienestar por sobre el resto de las cosas. Como solían hacer, en tiempos difíciles, era cuando más se aferraban uno al otro.
Lo lograron. Llegaron a la fecha establecida por el médico sin mayor percance. Y no solo eso, la excedieron por mucho. Alcanzaron el sexto mes de embarazo y el vientre de Helena estaba lo suficientemente abultado para que Justin sintiera un arrebato de júbilo cada vez que lo veía. El amor de su vida estaba esperando un hijo suyo y, en toda su existencia, aquel era el pensamiento que más lo había hecho feliz.
De hecho, los dos descubrieron que era posible llorar a causa de la alegría cuando les anunciaron que ese hermoso bebé reflejado en la pantalla del ecógrafo, que ya comenzaba a propinar leves patadas al estómago de su madre, era una niña.
Empezaron a comprar la diminuta ropa, algunos juguetes, incluso sus padres, los exultantes futuros abuelos, los sorprendieron regalándoles una preciosa cuna.
La vida parecía tan dulce...
Aquella fatídica noche, Helena solo tuvo tiempo de gritar una vez cuando el dolor insoportable punzó su vientre, antes de que los coágulos comenzaran a emanar de ella. Ya era demasiado tarde cuando llegaron al hospital. El aborto fue inmediato. Un solo instante fugaz era suficiente para la devastación.
La anestesia que le aplicaron a la muchacha esa madrugada para tratar su situación había sido demasiado potente, pero no era esa la razón por la cual, dos semanas después de aquel traumático episodio, todavía se sentía mareada. Aquella agobiante sensación se debía al vacío constante que la asediaba, al sentimiento crónico de pérdida, a la pena dentro de ella que era muy difícil de dominar.
Días atrás, había cancelado las licencias y había vuelto a sus empleos, mas incluso allí no lograba abstraerse de la opresión. Tampoco se sentía mejor en su apartamento, donde no encontraba consuelo siquiera en la compañía de Justin. Ambos percibían en el ambiente que compartían un aire de abatimiento que era casi aplastante.
—¿Amor? — La llamó su novio cuando llegó del trabajo esa noche.
—Aquí.
Él escuchó la respuesta provenir del cuarto, donde encontró a su pareja acomodando ropa en los cajones.
—Hola, cielo — Saludó. Se acercó y besó la cabeza de la chica. Fue entonces cuando percibió el olor a jabón. Vaciló un instante y finalmente interrogó: —¿Día de lavandería?
—Uhm, sí — Murmuró su novia, distraída, pues se concentraba en doblar un pantalón.
El muchacho guardó silencio algunos segundos antes de agregar, con mucha cautela:
—¿Otra vez?
Entonces, ella puso plena atención en él.
—Iré a preparar la cena — Anunció, ignorando su pregunta. —¿Quieres pollo al limón?
Él asintió, mostrando una sonrisa lánguida. —Suena bien.
Al momento en que Justin terminó de darse un baño y apareció en la entrada de la cocina, Helena estaba sacando la comida del horno. El muchacho apoyó el costado de su cuerpo contra el portal, cruzando los brazos sobre su pecho mientras observaba a su compañera. Deseaba con todas sus fuerzas tener un método milagroso que lograra pintar una sonrisa en los labios de ella otra vez. Anhelaba en su corazón que apareciera mágicamente la forma de hacerla sentir mejor. Pero no la había, no por el momento. Ni para ella, ni para él.
Aunque de algo estaba seguro: no era beneficioso para ninguno de los dos seguir ignorando el estado en que se encontraban.
—Lena... — Titubeó, caminando hacia la chica.
—Hey. El pollo está listo — Indicó ésta, extendiendo hacia él un par de cubiertos. —¿Puedes cortarlo?
—Seguro — Accedió. Mientras llevaba a cabo la tarea mencionada, empezó a enunciar: —Lena, tú... Tú te das cuenta de que es el quinto día consecutivo que vas a la lavandería, ¿cierto?
—Estoy lavando ropa.
—Sí... pero sabes que no es realmente necesario hacerlo. De hecho, has llevado la misma tanda de prendas más de dos veces. Te diste cuenta de eso ¿verdad?
—Sí, me di cuenta. No estoy loca — Sentenció Helena, sonando tensa.
Justin abandonó la comida y giró su cuerpo para enfrentar el de su interlocutora.
—No es lo que quise decir — Repuso.
—¿Qué estás queriendo decir, entonces?
—Estoy preocupado por ti.
—¡Simplemente no puedo quedarme aquí adentro, Justin! — Bramó la aludida, elevando el tono de su voz. —No puedo hacerlo. Me siento... encerrada — Exhaló con fuerza. —¡Demonios! ¡Ni siquiera hay una maldita ventana aquí! Siento como si me estuviera ahogando.
—¡Hey! Está bien. Tranquila — Intentó apaciguarla él. —Está bien... Podemos ir por caminatas en las mañanas, para tomar un poco de aire, así te sientes mejor — Sugirió.
—¡No quiero caminar! — Rechazó ella, tajante.
—Entonces podemos cenar fuera en las noches, eso sería...
—¡No quiero!
—Bueno, pero ¡¿qué demonios quieres entonces?! — Exclamó el chico, exasperado. —¿Qué quieres? Solo dímelo, lo que sea, y lo haremos.
La mirada de Helena se deslizó al suelo. Guardó un prolongado instante de silencio antes de decretar:
—Tal vez lo mejor sea que nos distanciemos por un tiempo.
Los ojos de Justin se agrandaron de tal forma que se podía vislumbrar el miedo encendido en ellos.
—¿Qué? — Jadeó.
—Que nos demos un tiempo — Esclareció ella, aunque su voz flaqueó mientras lo pronunciaba. —Hay demasiado agobio sobre nuestra relación ahora. Tal vez lo mejor sea...
—¡No me jodas! — Vociferó su novio, desbordado por los nervios. A causa de la impotencia que lo asaltaba, lanzó los cubiertos que sostenía al otro lado de la cocina. —¡No necesitamos ningún maldito tiempo, Helena! — Continuó gritando.
La muchacha pretendió retirarse de la cocina inmediatamente, mas cuando pasó por al lado de su pareja, él estiró el brazo frente a su cuerpo como una barrera que impedía su paso y la sujetó.
—Yo también estoy sufriendo— Declaró Justin, bajando el volumen de su voz y suavizando su tono.
Si bien no la estaba sosteniendo con fuerza, su agarre aún era firme, por lo que cuando su novia intentó liberarse para seguir avanzando, se vio imposibilitada de hacerlo.
—¡Déjame ir! — Exigió.
—¡No hasta que arreglemos esto! — Dictaminó él.
—¡Déjame ir!
—¡Por un demonio! ¡Escúchame, Helena!
La chica al fin se encontró en libertad para avanzar hacia la salida. Apresuró su paso, casi en un trote, mientras sentía que el chico iba tras ella.
—¡Helena! — La llamó, pero la aludida llegó al dormitorio y se encerró allí, azotando la puerta justo en la cara de su novio. —¡Helena! ¡Maldita sea!
Justin golpeó la pared con su palma y apoyó su frente contra la puerta, empezando a sollozar, mientras Helena se acurrucaba en la cama, haciendo exactamente lo mismo.
((últimos capítulos))
-TatiaBriggs-
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