III - Then
Then: 13 YEARS OLD
Las lágrimas calientes seguían resbalando por las mejillas de Helena. No quería salir de su habitación, así que se negó a ir al colegio. Su madre consintió eso, comprendiendo el ánimo de su hija, pues ella misma se encontraba en un estado deplorable. La noche anterior, había descubierto una infidelidad de su esposo y habían discutido toda la madrugada hasta que él enunció (en un tono de voz demasiado alto, provocando que Helena también lo escuchara desde su cuarto) que jamás había querido sentar cabeza ni formar una familia. Luego, había empacado sus cosas y se había marchado, dejando dos corazones destrozados atrás.
El sonido del timbre retumbó dentro de la silenciosa casa. Tris sollozó una vez más, limpiando su rostro con el pañuelo que sostenía mientras se dirigía a abrir la puerta. Encontró a Justin del otro lado, de pie con una mochila colgando de su hombro. En cuanto el joven divisó el semblante abatido de la mujer, denotó preocupación en su propia expresión.
—¡Tía Tris! ¿Qué...? — Los ojos color ámbar del chico se agrandaron a causa del miedo —¡¿Le ocurrió algo a Lena?! ¿Ella está bien? — Interrogó de inmediato, alarmado.
Ella logró formar una pequeña pero sincera sonrisa ante la reacción del muchacho.
—Estamos atravesando un momento difícil. Helena está un poco triste hoy, así que no irá a la escuela— Explicó —Pero te agradecería mucho si pudieras venir a estar un rato con ella luego de clases, sé que te necesita — Pidió.
Su tono delataba una súplica. No estaba lo suficientemente fuerte para poder apoyar a su hija en ese día y sabía que ella requería compañía, en especial si era de su mejor amigo. Sin embargo, no necesitaba rogar para ello. Apenas terminó la frase, Justin ingresó a su casa y se dirigió escaleras arriba.
—¡Justin! ¡La escuela! — Exclamó Tris, sorprendida por la rapidez con la que el chico se movía.
Él abrió la puerta del cuarto de la chica sin detenerse a golpear. La divisó acostada boca abajo en su cama, escondiendo su cara en las almohadas.
—¿Lena? — Dejó caer su mochila al piso y se sentó en el borde de la cama, colocando una mano en la espalda de su amiga —Lena ¿Qué ocurre?
—¡Lo odio! — Gritó, mas el sonido de su voz fue estrangulado, tanto por el llanto como por el almohadón contra el que apoyaba su cara —¡Lo odio! ¡Se fue!
—¿Qué? ¿Quién? — Indagó, confundido.
—¡Mi padre! Él ha dicho que... Él ha dicho... — Helena se incorporó con un rápido movimiento y, angustiada, buscó refugiarse en los brazos de Justin. Él la recibió entre ellos enseguida, apretándola fuertemente contra sí. —Él no me quiere, Justin. Él nunca me quiso.
El chico le acarició el cabello mientras la dejaba llorar contra su pecho. Cada vez que la percibía sollozar, se sentía angustiado, pero también muy enfadado. Nadie tenía el derecho de herir los sentimientos de Helena de aquella forma. Nadie, ni siquiera su maldito padre.
—Sé fuerte, Lena — Murmuró, plantando un beso en su sien —Estarás bien.
Justin faltó a clases ese día, empecinado en hacerle compañía a su mejor amiga. Se mantuvo a su lado cada minuto, aún cuando ella se perdía en sus profundos pensamientos o se entregaba a un afligido llanto. Se negaba a dejarla sola, a pesar de que era golpeado por la impotencia al no poder hacer nada para calmar su dolor.
Entonces, una idea vino a su mente.
Movió el baúl que Helena utilizaba para guardar sus zapatos hasta colocarlo paralelo a la cama. Luego, tomó algunos peluches de su amiga y se posicionó detrás de él, escondiendo su cuerpo. Hizo que los peluches se asomaran por encima del baúl y los manipuló con sus manos, como si se trataran de títeres.
—"Así que, señor Elefante, usted afirma que no estuvo ese día en la escena del crimen" — Articuló, simulando una voz gruesa. —"¡No, juro que no, señor Oso!" — Vocalizó, adoptando esa vez un tono agudo para adjudicárselo al peluche con forma de elefante —"¡Mientes! Encontramos tus huellas esparcidas por todo el lugar"... "¡Imposible! ¿Cómo saben que esas huellas son mías?"... "¡Porque el piso era de cemento, idiota! ¡Lo destruiste!"
La tenue risa que profirió Helena llegó a oídos de Justin, así que continuó representando la obra protagonizada por los animales de felpa. En algún momento, cuando las carcajadas de su amiga comenzaron a tomar mayor potencia, él emergió de su escondite y se apoyó sobre el baúl, solo para constatar que estuviera sonriendo. Ella se había sentado al borde del colchón para admirar la pantomima y, efectivamente, sus labios estaban curvados hacia arriba, mostrando su dentadura.
—"¡Noooo! ¡No quiero morir!" — Exclamó él con dramatismo, mientras dejaba que el señor Elefante cayera el piso. —"Hasta la vista, baby" — Pronunció, atribuyendo esas palabras al oso, concluyendo el acto final.
Helena comenzó a aplaudir, por lo que su amigo realizó una pronunciada reverencia.
—Eres todo un Steven Spielberg — Declaró ella, y aunque su voz sonaba aplacada, la burla era clara.
—¡Ni hablar! El tipo me copia todo — Repuso la broma él, acercándose. Estiró su mano en dirección a la chica: —Necesitas comer algo. Vamos por unos nuggets a la cocina.
Pensó que ella iba a negarse. Pensó que iba a necesitar un mayor esfuerzo para persuadirla de que saliera de su habitación. Sin embargo, los ojos de Helena viajaron desde los peluches tirados en el suelo hasta su mano extendida y, entonces, la tomó, dejando que la ayudara a levantarse.
Una hora fue el tiempo máximo que ambos estuvieron separados ese día. Una hora desde que Justin abandonó su casa y Helena esperó a que su madre cayera rendida en un merecido descanso. Finalmente, se escabulló de su (ahora quebrado) hogar, cruzó el patio trasero y escaló un roble. Su mejor amigo ya estaba esperándola en la ventana cuando ella llegó.
Se acostaron en la cama del chico, los dos juntos del mismo lado enfrentando sus rostros, como solían hacerlo desde los cinco años. Mas algo fue diferente esa noche. Los ojos de Helena aún brillaban por las lágrimas que no quería derramar. Su expresión abatida era más de lo que Justin podía soportar. La enredó entre sus brazos y la atrajo a su cuerpo. Ella dejó que su cabeza reposara en el pecho del muchacho y le devolvió el abrazo, aspirando su olor, buscando un poco de tranquilidad entre las tempestivas emociones azotando su interior.
—¿Cómo pudo hacernos esto? — Expresó, compungida.
Justin emitió un profundo suspiro: —Lo lamento tanto, Lena. Tú no mereces esto, tú mereces algo mejor.
Ella inclinó su cabeza hacia atrás para poder mirar a su amigo sin separarse de él y éste le devolvió la mirada.
—Por favor, tú nunca me dejes, Justin — Imploró.
—Yo jamás te dejaría, Lena — Afirmó con seguridad.
Fue la primera noche que durmieron abrazados.
Los días siguientes, en el paroxismo del dolor, la familia entera de su mejor amigo estuvo a disposición de Helena y su madre, brindándoles apoyo. Incluso el pequeño Jason había plasmado sobre una hoja de papel un colorido dibujo que obsequió a la chica para levantar su ánimo. Funcionó.
Madre e hija se esforzaban por salir adelante, para afrontar la situación que vivían y acomodarse al penetrante cambio que estaba marcando sus vidas. Intentaban continuar, de la forma en que podían. El lazo entre ambas se hizo más poderoso y, en una de sus extensas charlas, decidieron integrar a alguien más a sus vidas.
—Justin... ¡Saluda a Bigotes! — Presentó la chica, sosteniendo al diminuto gato frente a su amigo.
Él intentó disimular la mueca de disgusto que pretendía dibujarse en su rostro, pero no lo logró.
—¡Odio a los gatos! — Expresó, escrutando con sus ojos las garras del minino.
—Yo sé que odias a los gatos. Pero también sé que sabes que yo los amo — Replicó ella, abrazando a su nueva mascota.
Con lentitud, Justin estiró su brazo y dio dos palmaditas en la cabeza del animal: —Hola, cosa detestable — Dijo, apartando su mano rápidamente.
Helena hizo rodar sus ojos ante ese gesto. Luego, condujo al muchacho hacia el patio trasero para mostrarle la forma en que Bigotes intentaba escalar el pino allí plantado. Los dos se sentaron uno junto al otro en el césped mientras lo observaban. No obstante, Justin desvió su mirada para examinar el perfil de su mejor amiga. El último tiempo había vislumbrado varios cambios en la actitud de ésta. Desde que su padre se fue, una parte de ella también lo hizo. Él había notado que el porte infantil de la chica comenzaba esfumarse y, en su lugar, se asomaba una sabia jovencita.
Crecer de la noche a la mañana, después de todo, sí era posible.
Helena suspiró y apoyó su cabeza en el hombro de su mejor amigo.
—Te adoro, Justin — Manifestó.
Usualmente, él solo rodaba sus ojos y reprimía una sonrisa cuando la muchacha decía algo por el estilo, pues era reacio a las demostraciones de afecto. Mas aquella vez, solo por aquella vez, respondió:
—También te adoro, tonta.
-TatiaBriggs-
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro