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Dejé mi corazón en la Glorieta de Insurgentes. Con sus muros de cemento y esa brisa de mañana.

Rodeándola dragones y bestias subterráneas; en las esquinas, cultura, comida y sabores. Quizá te encuentres con dolores, de ciudad antigua, de una nueva, de colores que se llevan.

Recargado en la trinchera un poquito de jazz para exiliados. Suspiros en las notas, corazones botados. En la orilla, gigantes de ojos brillantes, que observan cuidadosos a los marchantes.

Tortitas recién hechas, desayunos destartalados. Hormiguero de risas, espacio para artistas.
¡He encontrado la villa que tenía en la vista! En el imaginario siempre. Arte, magia, Italia tan cerquita de un raspado.

Mi alma está siempre ahí, entre la gente abarrotada, entre las bicis prestadas, entre el bullicio de las masas. Está en la sombrita bajo el paradero, en el señor del sonidero. Está entre las artesanías de diciembre, con el champurrado.

Las copias, copiosas de águilas para el que cobra y solitarias búsquedas entre amigos.

Siento que me arrastra a ella cada que paso, que me llama como sirena al despistado y mi corazón responde con un beso.

Yo bajo aquí, de ahí regreso. La Glorieta en mi alma, en mis sentimientos.
Siempre en construcción, siempre en mis anhelos.

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