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Mi adorada Jo March


—Se ve hermosa —susurraban algunos de la fila de adelante mientras mi amada Jo caminaba sonriente hacia mí.

Aquel vestido blanco le quedaba de maravilla, era sencillo, pero lo había hecho su madre y eso lo hacía especial. Estaba vestida así para mí.

El tiempo pareció detenerse cuando nuestras miradas se conectaron, y no había notado cuando ya estaba frente a mí. Es que sus ojos azules me hipnotizaban.

—Luces bellísima hoy y siempre. —Dejé un beso delicado en sus manos pálidas que desearía jamás soltar.

Ella me sonreía tan alegre que su rostro irradiaba luz ante mis ojos.

Lo más extraordinario era que me miraba a mí, me sonreía a mí, y me había elegido a mí…

—Aún no puedo creerlo, creí que ella no lo veía así —Amy murmuró mientras me observaba cautelosa y Meg le dió un suave golpe en el brazo.

—Las cosas pueden cambiar…

Dejé de escucharlas, mis pensamientos me llevaron a otro lugar… a otro momento.

La cabaña estaba helada y oscura, el suelo de madera chirría con cada paso que daba, estaba seguro de que era ya muy antigua. De no ser porque en serio quería esto no habría venido.

—¿Hay alguien? ¿Señora Padget? —Observaba cada rincón rogando no ser sorprendido por detrás, me daría un infarto—. He estado pensando mucho en su propuesta… y he decidido aceptar.

—Qué bueno muchacho. —Su voz rasposa y vieja no sonaba cansada, mas bien era enérgica, mejor ánimo tenía que otros días.

—¿Le importaría mostrarse, Señora Padget? —Trataba de encontrarla pese a ser en vano, ya me había dejado claro que no pasaría nada que ella no dejara que pase.

Volví a mirar hacia mi izquierda por tercera vez y mi intento de no ser sorprendido falló. Ella estaba allí sentada en un sofá viejo mirándome con una sonrisa que me daba escalofríos.

—Me da gusto que hayas aceptado que ella no te amará… no sin mi ayuda. —Agrandó más su sonrisa y se puso de pie con dificultad.

Lo que había dicho era cierto. No pude evitar no sentirme desdichado.

Cielos, ¿cuántas veces me había rechazado Jo?

—¿Qué puede hacer? —pregunté con cierto temor, esperaba que no fuera tan malo… o al menos no tan difícil de hacer.

De verdad quería casarme con Jo March. No importaba lo que costara.

—¿Tienes el mechón de su cabello?

Asentí. Saqué el mechón rubio de la mujer que amaba del bolsillo de mi pantalón y se lo entregué.

¿Había sido muy cruel en comprar el cabello que Jo había vendido?

¡No! Claro que no. Eso no es crueldad, solo estaba siendo bueno y generoso. Había pagado ese solo mechón por el mismo precio por el que ella lo había vendido.

—Sabía que aceptarías —dijo y comenzó a guiarme por un pasillo—, por eso me he adelantado.

Al final había una puerta pintada de rojo. Cuando estuvimos frente a ella, la abrió y me dejó pasar.

Botellas, plantas y objetos extraños decoraban la habitación. Una corriente eléctrica recorrió mi espina dorsal.

—¿Qué es usted? —Mi voz apenas había salido.

—Un hada, querido —Sus ojos violetas lo confirmaban, pero la energía que la rodeaba me hacía dudar… y temblar—, un hada de El Exilio.

¿El Exilio?

¿Existía acaso un lugar así?

¿Existían las hadas?

No quise preguntarle más. Pronto saldría corriendo.

—¿Estás listo?

Había colocado el cabello de mi amada March en un pequeño frasco de vidrio que no era más grande que la palma de mi mano.

—Si, lo estoy —hablé decidido.

Su mano fue a mi cabeza y sin darme tiempo a reaccionar, estiró un mechón de mi cabello y lo puso dentro del frasco junto al de Jo. Luego lo tapó y ató una cinta fina de color carmesí alrededor.

—Está hecho.

—¿Laurie? —La voz que escuchaba en mis más deseados sueños me regresó al momento que esperaba que llegara desde que la había conocido.

—Ah, uhm, acepto.

Los invitados aplaudieron y festejaron ante mi tan obvia respuesta.

—Señorita…

—Acepto —dijo antes de que el hombre pudiera terminar.

Sus pupilas no estaban dilatadas, se veían normales. No se veían como si estuvieran disfrutando de verme. Quizá ella aún estaba ahí. Quizá ella estaba viendo todo y se estaba arrancando sus cabellos de rabia.

Deseaba que no pudiera salir jamás.

Deseaba que todo permaneciera donde y como estaba.

Sí quería que ella regresara a ser como antes, pero antes no me amaba…

Así que aquella idea se borró de mi mente y continué disfrutando de mi final feliz con mi adorada Jo March porque por fin seríamos felices para siempre.

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