CAPÍTULO 70
Las notas suaves en LA menor del piano la despertaron, abrió los ojos lentamente y recorrió con su mirada el lugar, encontrándose en el mismo sitio que se había quedado dormida; sin embargo, no estaba en los brazos de Jules. Una sonrisa se dibujó en sus labios y su corazón se hizo un puño, pausando los latidos mientras las lágrimas subían de golpe y se le anidaban en la garganta.
La melodía acariciaba sus oídos, dejó libre un suspiro y era como si el corazón le estallara en mil pedazos ante la emoción, para reconstruírsele nuevamente con latidos más fuertes y rápidos al tiempo que se quitaba la cobija de encima y disfrutaba como nunca de las notas que marcaban "Para Elisa".
Se puso de pie y giró el cuerpo buscando el lugar de donde provenía la melodía, la única iluminación que poseía la casa era la de la chimenea, él había apagado todas las luces y a medida que su vista se acostumbraba a la oscuridad, notaba la presencia del esplendor de la luna irrumpiendo en la penumbra, se encaminó para sorprenderlo, se dirigió hacia las escaleras para subir a la segunda planta pero las notas del piano no provenían de la parte superior; cerró los ojos para dejarse guiar, después de varios segundos los abrió y se encaminó al pasillo, divisando una tenue luz que iluminaba proveniente de algún salón, sin perder el tiempo siguió ese brillo y estando ya muy cerca se percató de que era el salón de puerta doble que tanto había tentado a su curiosidad pero en este momento estaban ambas puertas abiertas, permitiéndole divisar lo enorme y perfecto que era dentro.
Por instinto, sorpresa, felicidad, dicha, asombro, se llevó las manos al rostro y lo cubrió para después lentamente descubrirlo... y allí estaba él, de espaldas a ella, sentado frente a un magnífico piano de gran cola, negro, de un negro brillante; su mente no daba para describir mucho más.
La pared del fondo del gran salón era de un inmenso cristal, dando la impresión de ser infinito y en el centro había una piscina, la que se desprendía de dicho cristal, siendo una de las paredes de la piscina igualmente de vidrio, como si pudiese derramarse o como si continuase, eso ella no lo sabría porque estaba completamente cubierta de pétalos de rosas rojas. Si una vez ella pensó que jamás vería la misma cantidad cuando él le hizo algo parecido en su departamento, se había equivocado; ahora la cantidad de pétalos se había triplicado, sabía que la piscina tenía agua por el suave movimiento de los pétalos, pero no porque pudiese apreciar el líquido.
Estaba bordeada por docenas de velas que sin duda alguna acrecentaban el romanticismo, iluminando junto con la luna todo el lugar, brindándole al espacio una luz tenue, dulce y tierna; ella no podría decir a ciencia cierta cuántas botellas de champagne en hieleras se encontraban igualmente al borde, pero estaba segura de que habían más de dos docenas.
Sentía el corazón contraérsele violentamente, todo su cuerpo vibrar y las lágrimas nadaban en su garganta mientras que la sonrisa se había adueñado de su boca, amando un poco más a ese hombre que le daba la espalda y que tal vez no era consciente de su presencia ahí.
Caminaba para entrar cuando sintió en los dedos de uno de sus pies el terciopelo de los pétalos, bajó la mirada y no supo cómo no se dio cuenta antes, si el tamaño de las letras formadas en pétalos era inmenso.
"JOYEUX ANNIVERSAIRE"
(Feliz cumpleaños)
Siendo consciente en ese momento de que era su cumpleaños, que desde que él la secuestró el día anterior por la mañana había perdido la noción del tiempo. En un impulso que se escapó en contra de toda su esencia, uno que no supo de donde salió, emprendió una carrera para llegar hasta él, debió haber caminado lentamente, de manera elegante pero la felicidad plena que le llegaba de golpe a su alma después de tanto tiempo solo le permitió ser espontánea y comportarse como nunca lo había hecho.
Corrió y sin previo aviso se lanzó en la espalda de Jules, rodeando con sus brazos el cuello masculino, tomándolo por sorpresa. Él detuvo el movimiento de sus dedos mientras reía en medio del desconcierto, al final fue ella quien terminó sorprendiéndolo a él.
—¡Gracias! ¡Gracias! —interrumpía su agradecimiento con los besos que depositaba en los hombros del francés al tiempo que rodeaba con sus piernas la cintura de su chico, aferrándose a ésta.
Jules sonreía divertido ante la actitud infantil, aunque encantadora de Elisa, alejó los dedos de las piezas de marfil y llevó las manos hacia atrás, posicionando una en el trasero y la otra en la cintura, haciéndola rodar hasta tenerla enfrente, sentándola ahorcajada en sus piernas.
—Los años te están volviendo... —acotó divertido, mirándola a los ojos.
—¿Me están volviendo qué? —preguntó divertida al ver que no continuaba.
—Una Singe—completó con una gran sonrisa, recibiendo un manotón en el pecho, por lo que la rodeó con sus brazos por la cintura y la abrazó fuertemente mientras se carcajeaba.
—Y tú te has vuelto muy gracioso —reprochó sintiendo cómo el pecho tibio de él presionaba sus senos, los cuales apenas estaban cubiertos por la fina tela de algodón de la camiseta de él—. Ni siquiera recordaba que estaba de cumpleaños, había olvidado cualquier cosa fuera de este lugar.
—Pues yo no lo olvidé —susurró él mirándola a los ojos.
—¿Lo recordabas? —le preguntó ante lo que era obvio.
—Recuerdo todo de ti Elisa, absolutamente todo. Recuerdo cuánto te gustan las rosas rojas aun cuando no me lo hayas dicho, pero lo sé porque solo adornabas la casa con estas rosas... recuerdo el día que te besé por primera vez, ese beso que te robé... recuerdo todas y cada una de las veces que te he hecho el amor, las llevo contadas.
—¿En serio? ¿Cuántas? —preguntó sin poder creerlo. Jules llevó su mano al cuello de ella y lo acarició hasta posarla en su nuca, halándola hacia él se acercó al oído y le dijo en un suave y profundo susurro la cantidad—. ¡¿Tantas?! —explotó sorprendida al tiempo que se alejaba y él asintió en silencio.
—¿Te parece que son muchas? Porque si es así entonces no podré hacer algo que tengo especialmente preparado para hoy —dijo sin desviar la mirada de ella mientras que con sus manos recorría la espalda de la chica.
—No... nunca son demasiadas, no contigo Jules... Yo quiero que el último aliento de mi vida quede en tu boca después de un orgasmo... Eso sí, cuando tenga como ciento siete años, no menos —respondió acariciando el cuello del joven—. Eres muy observador... me encantan las rosas rojas, creo que me representan muy bien.
—No me cabe la menor duda porque al igual que las rosas despiertas en mí amor, pasión y deseo... ¿Quieres hacer el brindis? —preguntó al tiempo que se acercaba, estiró una mano y sacó de la hielera que estaba encima del piano una botella de Champagne.
—Perrier Jouët, excelente elección señor, mi favorita —confesó observando la etiqueta mientras él bajaba con la mano libre la tapa del piano.
—Abre la boca —le pidió en un susurro y su voz era un claro ejemplo de erotismo, Elisa inmediatamente obedeció y Jules no pudo controlar un gruñido mientras veía cómo el líquido dorado se derramaba en la boca de ella.
Elisa se alejó un poco, indicándole que era suficiente, por lo que Jules dejó de verter, derramando un poco sobre el pecho femenino. Elisa saboreó y tragó para después reír ante el frío líquido resbalando por su piel.
—¿Cuántas botellas tenemos? —curioseó mirándolo a los ojos y desviándola a sus labios al ver cómo él se mordía el inferior en un acto reflejo.
—Aquí tenemos treinta botellas —respondió y sus ojos destellaron al tiempo que una sonrisa se formaba en sus labios; las manos empezaron a agitar la botella y antes de que la chica pudiese reaccionar empezó a bañarla.
—¡Jules no! —gritó sorprendida y sintiendo frío ante el líquido; como pudo se puso de pie y se alejó sin poder controlar la risa.
—Está bien... está bien —acotó él poniéndose de pie y dejando la botella vacía sobre el piano, encaminándose hasta donde se encontraba ella, pero antes de llegar, tomó otra de las que estaban al borde de la piscina e igualmente empezó a agitarla. Ella al ver lo que hacía, salió corriendo una vez más y él con botella en mano corrió detrás de ella, alcanzándola casi al salir, la tomó por una mano y la haló hacia él—. De aquí no sales hoy —dijo con picardía, retirando a medias, el dedo del pico de la botella, la que había agitado previamente y siguió bañando a Elisa, quien brincaba atada al brazo de él.
Ella se puso de rodillas para evitar el alcohol en los ojos, dejándose caer al suelo y su cuerpo fue recibido por los pétalos de rosas donde estaba el anuncio de cumpleaños, del que no quedaba nada.
Jules vio cómo Elisa se acostaba en el suelo, por lo que la ubicó en medio de sus rodillas para dejarla inmóvil, se dejó caer sentado sobre los muslos de la chica y empezó a beber champagne, derramando el líquido en su boca, lo tragó mientras ella lo admiraba.
—¿No me das otro poco? —preguntó al ver que él no le ofrecía.
—Ya llevas dos botellas Elisa —dijo sonriente—. Pero si quieres... —acotó derramando otro poco en su boca, la retuvo y bajó la cabeza hasta dejarla a varios centímetros de la cara de ella.
Elisa adivinó lo que él quería hacer, por lo que abrió la boca y bebió el líquido que Jules le ofreció, lo tragó y llevó sus manos al cuello de él, obligándolo a bajar para fundirse en un beso con sabor a Perrier Jouët y con la intensidad que los poseía lo disfrutaron por unos minutos.
—¿Cuántas rosas me has regalado? —preguntó ahogada y con el aliento aún más caliente por el alcohol.
—Las que te mereces —contestó frotando con intensidad uno de los pechos de Elisa y rozando sus labios para fundirse en otro beso, pero ella se alejó un poco.
—¿Cuántas? —inquirió, necesitaba saberlo, la curiosidad la estaba dominando mientras sentía que el alcohol empezaba hacerle efecto, sentía las mejillas y las orejas aumentar su temperatura.
—¿Para qué quieres saberlo? —cuestionó él una vez más, mordiendo el vacío que le dejaban los labios de Elisa cuando se alejaba.
—Jules Louis Le Blanc, dime cuántas —elevó un poco la cabeza, tentándolo a que la besara, pero si no le respondía, una vez más se le escaparía—. Y quiero que seas sincero —advirtió mirándolo a los ojos.
—¿Cuántos años cumples? —preguntó mirándola divertido.
—¿Acabas de decirme que recuerdas todo de mí, pero no sabes cuántos años estoy cumpliendo? —reprochó haciendo un puchero, gesto que para él era encantador.
—Claro que sé... A ver, digamos que tu edad la he multiplicado por cien, lo que quiere decir que te he regalado dos mil quinientas rosas rojas —respondió al fin y fue ella quien lo asaltó con un beso voraz, sexual, sacando su lengua al máximo para ahogar la boca de Jules, quien succionaba el músculo, sintiendo cómo ella lo llenaba, haciéndolo palpitar y elevarse como nunca antes, ambas lenguas trepándose y enredándose desesperadas.
Elisa retiró su lengua, para abrir la boca hasta donde podía y succionar la barbilla de Jules, deseaba devorársela entera, sintiendo en su lengua la excitante sensación de su barba de dos días, se alejó un poco y aprovechó que él tenía las manos apoyadas en el suelo para deslizarse lentamente, elevó una de sus piernas bordeando la cadera masculina; en un movimiento rápido y con su ayuda, Elisa se posicionó ahorcajada sobre él, frotándose sensualmente contra su hombre, quien trataba de reaccionar ante tanto despliegue de erotismo.
Elisa agarró la botella de Perrier Jouët, que reposaba al lado de ambos y la tomó, se acercó a escasos centímetros de la boca de Jules e imitó la manera de él ofrecerle champagne.
Jules tragó el líquido y antes de que Elisa pudiese verter más, llevó una de sus manos a la nuca de la joven, la acercó a su boca, abriendo la de él empezó a devorar la de ella, cubriéndola por completo, succionando ambos labios al mismo tiempo e igualmente tirando suavemente con sus dientes, sintiéndolos hincharse ante la tortura que él les estaba ofreciendo, para una vez más buscar el espacio en la boca de Elisa y emprender un viaje con su lengua por todos los rincones posibles.
—¿Quieres más? —preguntó ella cuando él le dejó la oportunidad para hablar.
—Todo lo que quieras darme y como quieras —susurró con voz seductora, esa que le salía de manera inconsciente al ser llevado por el deseo y que provocaba que todas las terminaciones del cuerpo de Elisa rugieran ante el placer.
La pelirroja sabía perfectamente las partes de su cuerpo que más le gustaban a Jules, esas que lo enloquecían, por lo que aún sentada encima de él, movió una de sus piernas y apoyó el pie en el mentón masculino, dejando los dedos sobre los labios de él, quien la hizo sonreír cuando apretó con sus labios los dedos al tiempo que ella empezaba a derramar el líquido en su rodilla y bajaba por su pierna siendo un tobogán, llevando el Champagne a la boca del joven.
Jules abría la boca para beber la lluvia que se colaba a través de los dedos de Elisa, acariciando con su lengua las yemas mientras sentía a su amante retorcerse de placer encima de él, mitigando su erección con la división de sus nalgas; todo él temblaba ante el delirio de ese juego de seducción nunca antes alcanzado, para después succionar los dedos uno a uno, deleitándose al sentirlos fríos y suaves.
Elisa en el momento menos esperado por Jules retiró el objeto del deseo y se puso de pie para después salir corriendo mientras él la admiraba anonadado y se incorporaba.
Ella se sentía feliz y admiraba la piscina, a la que fue a dar de un chapuzón, sintiendo en el fondo cómo su cuerpo se estremeció ante el contraste de la temperatura del agua y la de su cuerpo, con la punta de sus pies tocó fondo y se impulsó para salir a la superficie una vez más, sintiendo cómo los pétalos acariciaron su rostro; la felicidad la embargaba, saber que inspiraba tanto en Jules la hacía sentirse única, que él le hubiese regalado dos mil quinientas rosas... era para que la misma Venus sintiese envidia de ella.
Jules se puso de pie y se encaminó al borde de la piscina, admirando la sensualidad de su mujer al salir a la superficie, cómo el agua escurría por su rostro y algunos pétalos se habían pegado a sus cabellos y hombros, se dejó caer sentado en la orilla, donde tenía algunas cosas preparadas; agarró dos copas y las llenó para luego depositarle una fresa a cada una, extendió una de las copas ofreciéndosela a Elisa quien nadó y la agarró.
—Ahora sí, el brindis oficial —dijo él sonriendo y mirándola a los ojos mientras ella se ubicaba en medio de las piernas de él y se apoyaba con los codos en sus muslos.
—¿Y por qué brindamos? —preguntó la pelirroja elevando su copa.
—Por ti obviamente, eres la cumpleañera —contestó elevando una ceja.
—Me gusta la idea, entonces brindemos por mí —acotó con una brillante sonrisa al tiempo que las copas tintineaban ante el suave choque, para después cada uno darle un sorbo al líquido dorado—. Ven, vamos a bañarnos, el agua está divina —le pidió tomándole una mano y halándolo mientras Jules colocaba la copa en el suelo.
—Aún no... todavía me falta el regalo oficial —confesó con esa maravillosa sonrisa que hacía brillar el verde gris.
—Jules, ya con todo esto es demasiado, ¿qué más piensas darme?... Tú eres mi mejor regalo, te quiero a ti —alegó sin dejar de halarle la mano.
—Y me vas a tener —la voz de él denotaba esa alegría que lo embargaba—. Pero... ¿recuerdas que una vez te dije que yo no te quería para princesa de cuentos de hadas? —hablaba mientras agarraba una caja de terciopelo negra al tiempo que ella asentía en silencio, haciéndole saber que recordaba esa conversación que llevaron a cabo en el balcón el día del matrimonio de Daniel y un gran nudo se le formó en la garganta al ver que Jules abría la caja que parecía más bien un cofre cuadrado—. ¿Qué quería que fueras la reina de mi realidad?... —sacó su regalo y Elisa no podía creer lo que sus ojos veían—. Una reina sin corona no es reina, así que te corono como mi reina... solo mía —dijo al tiempo que le colocaba una tiara de diamantes. Elisa no podía hablar, las lágrimas no la dejaban.
—¿De dónde la has sacado? —preguntó con voz trémula—. Son diamantes reales —las lágrimas rodaban por sus mejillas sin poder evitarlo.
—Aún no me has dicho si quieres ser mi reina y claro que son diamantes reales ¿Me ves cara de timador? —preguntó sonriendo y con los pulgares le retiraba las lágrimas.
—No te pregunté si eran reales, sé que lo son, sé reconocerlos, pero Jules... ¿En qué negocios andas metido? —cuestionó sin poder creer en la tiara que tenía puesta, por lo que se la quitó y la admiró una vez más al tiempo que él soltaba una carcajada.
—No estarás pensando que soy parte de la "Conexión francesa", ¿verdad? —dijo sin dejar de reír, refiriéndose a la mafia de renombre mundial liderada por Paul Carbone—. Pues no... mis negocios son todos legales, mi padre me dio la dirección general de Minas Crown, algo con lo cual no estoy muy feliz que se diga porque me quita mucho tiempo, pero también he buscado la manera de tener mis propios ingresos y he comprado acciones en Cartier ¿Alguna vez te conté que era amigo de Louis Cartier? —Preguntó cariñosamente y ella negó en silencio—. Estudiamos juntos y ahora está a cargo de la fábrica junto a sus hermanos Pierre y Jacques; por medio de ellos logré también obtener un pequeño porcentaje en Mellerio, todo esto gracias a la base de Minas Crown, ya que ven el beneficio... —Elisa lo miraba anonadada, Jules le estaba diciendo que formaba parte de las joyerías más importantes del mundo, como Mellerio por ejemplo es la joyería exclusiva de las realezas a nivel mundial, lo que lo convertía en un hombre poderoso en todo el mundo—. Y esta tiara... —dijo quitándosela a Elisa con cuidado—. Es conocida como la "Tiara de Poltimore", creada por la casa Garrard, es desmontable y se convierte en un collar y varios broches, perteneció a la duquesa Margaret, pero al morir ésta, los hijos la subastaron y la casa para hacerlo fue Cartier, Louis me informó y aquí la tienes —dijo colocándosela nuevamente—. Ahora es de esta mujer que aún no me ha dicho si quiere ser mi reina porque primero desconfía de mí.
Elisa sentía el corazón latir fuertemente, era como si se le hubiese dividido en varias partes porque lo sentía palpitar en su pecho, garganta y cabeza; agarró una vez más la copa y le dio otro sorbo al champagne mientras Jules esperaba impaciente.
—¿Cuál crees que es mi respuesta? —preguntó con voz trémula.
—En verdad no sé cuál será... —susurró metiendo una de sus manos dentro del agua y la otra la llevó a la espalda de Elisa para inmovilizarla con ayuda de una de sus piernas; con la mano libre rozó los senos de la joven, bordeando con su pulgar los pezones erguidos por el frío y la excitación que empezaba a extenderse por todo el cuerpo de la chica, apreciándolos fácilmente a través de la camiseta mojada mientras la miraba a los ojos y bebía el aliento de la pelirroja—. Pero puedo convencerte para que me des la respuesta que quiero —murmuró con voz ronca y su mano fue a parar a su entrepierna; ella presionó los dedos de Jules con sus muslos al tiempo que soltaba un jadeo al sentir dos de los dedos hurgando.
—Sí quiero, claro que quiero ser tu reina... tu amante, tu esclava... tu mujer... —dijo ahogada mientras que dentro del agua se agitaba para ayudarlo a él con el movimiento de los dedos. Sintió cuando él quiso retirarlos, pero ella le presionó la mano aún más con los muslos—. Pero quiero que sigas convenciéndome —le hizo saber quitándose la tiara y colocándola a un lado, se acercó más a él y se aferró a uno de sus muslos, clavándole las uñas al sentir cómo Jules con sus hábiles dedos era ese director que llevaba el tempo, indicándole las entradas y marcando los acentos dinámicos de la orquesta en el centro de su cuerpo y ella le regalaba sus mejores notas, sus jadeos de distintas intensidades, todo su cuerpo temblaba y ella cerraba los ojos y abría la boca para poder llenar sus pulmones.
Jules se acercó más a ella, bebiendo el aliento del éxtasis que se escapaba de su boca entreabierta, adhirió su frente a la de chica; ella en un acto reflejo por mantenerse en el agua y no ascender tan rápido al cielo se aferró con su mano a la nuca de él, apretándole los cabellos ante la intensidad de los dedos de él girando dentro de ella, amenazándola con matarla de placer.
—Mírame... —susurro él con voz ahogada por el esfuerzo que hacía—. Quiero ver tus ojos cuando estalles.
—No puedo... no puedo —murmuró pasándose la lengua por los labios al sentir el calor hacer estragos.
—Sí mi reina, sí puedes. Quiero que mires mis pupilas cómo se abren en el momento en que me arrasa tu placer, quiero que veas que me encanta hacerte llegar al borde del cielo y que allí explotes —murmuró para después rozar con la punta de su lengua el centro de los labios femeninos, Elisa abrió los ojos—. Así... así me gusta que me mires amor —sus dedos intensificaron su trabajo.
El cuerpo de Elisa se tensó, apretó aún más los muslos reteniendo la mano de Jules, los jadeos se agolparon en su garganta y salían uno tras otro, después uno largo se quedó vibrando en su garganta; su vientre se contrajo brutalmente, los espasmos en su interior se dispararon uno detrás de otro demasiado rápidos e intensos, miró las pupilas de Jules y cómo éstas se dilataron, mostrándole la entrada a otro universo. Un jadeo cargado de llanto la cegó y explotó en millones de pedazos y cada uno sufría espasmos orgásmicos.
Su abdomen se contraía fuertemente ante los jadeos que se liberaban y al mismo tiempo intentaba llenar sus pulmones mientras sonreía y liberaba la mano prisionera, sintiendo cómo su hombre retiraba lentamente sus dedos, dejando un vacío que le daba paso al brote de sus líquidos.
—Son magníficos... tus ojos... —susurró aún con la voz agitada—. Se vuelven completamente grises, sin ningún destello, ninguna beta, parecen un túnel que me lleva a otro universo, en el que solo existes tú.
—Quieres decir que gozamos en universos distintos... pero tú me llevas contigo y yo te llevo conmigo al nuevo universo que encuentro en tu mirada cuando explotas; verlos brillar y llenarse de lágrimas a causa de un orgasmo no es comparable con nada... Ven, déjame quitarte esto —le pidió subiendo la camiseta por el torso de la joven y Elisa solo pudo subir los brazos para que fuese más fácil para él.
—Jules, acompáñame —pidió halándolo nuevamente por una mano, intentando meterlo a la piscina, pero no podía con el cuerpo de él, mientras Jules tomó la copa que aún contenía un poco de champagne y la fresa que se llevó a la boca y masticó lentamente.
—Espera un momento... —dijo alejándose, sacó las piernas del agua y se puso de pie, se acercó al piano y tomó una de las batas de paño que reposaban sobre éste, regresó al borde de la piscina—. Vamos, sal un momento —pidió con un ademán.
—Jules, no seas aguafiestas —dijo renuente a salir.
—No soy aguafiestas, en realidad la fiesta apenas está por comenzar —aseguró sonriéndole pícaramente, agitando la bata de baño.
—Está bien, está bien —acotó la pelirroja nadando hasta la escalera, emergiendo poco a poco, mostrándose sensual ante Jules, quien respiraba profundo para controlar sus ganas de hacerle el amor en ese instante, observando cómo algunos pétalos se adherían a su piel dando la impresión de ser escamas escarlatas adornando el cuerpo de la más hermosa sirena, capaz de enamorar a cualquier hombre, de amansar a cualquiera fiera, era una fruta celestial de la cual solo él tenía el placer de satisfacerse, su amante que desataba pasiones inexplicables con palabras.
Elisa llegó hasta él y se puso de espaldas para que le pusiera la prenda, lo que él hizo sin perder tiempo, seguidamente la bordeó y la miró por varios segundos hasta que la tomó por la mano y la guio.
—Cierra los ojos —pidió deteniéndose en una de las puertas laterales, ella le regaló una sonrisa y obedeció.
Jules abrió la puerta y nuevamente la agarró por la mano guiándola al salón, con uno de sus pies cerró la hoja de madera y prosiguió con su destino.
—¿Ya puedo abrirlos? —preguntó con una sonrisa y el corazón acelerado, sintiendo que algo suave se le pegaba en los pies mojados y adivinó que serían más pétalos de rosas, solo que no pesaban absolutamente nada y no era la misma textura, eran mucho más delicados. Ella escuchó el sonido de un encendedor.
—Ahora sí, ábrelos —lo primero que vio fue un hermoso pastel blanco de tres pisos y los bordes inferiores de cada bol llevaban una franja de chocolate, cada franja era bordeada con perlas y cada piso era dividido por rosas rojas naturales y en la cima tenía cuatro rosas que le servían de base a una hermosa y elegante vela roja, que flameaba ante ella.
La mesa tenía un mantel negro y en ésta había pétalos de rosas regados, otra botella de champagne y dos copas, miró a su alrededor y de las vigas del techo de madera bajaban columnas de globos en colores plateados y escarlatas, miró al suelo y no eran pétalos sino plumas, miles de plumas cubrían todo el suelo.
A Elisa se le hacía imposible coordinar, sabía que parecía una tonta admirando todo con la boca abierta; temía que el corazón se le saliese por la boca y toda ella tembló cuando a su conciencia llegó lo importante que eran, el significado que tenían las plumas para él y las lágrimas empezaron a rodar por sus mejillas copiosamente.
—¡Hey no... no llores mi Ángel! —Dijo acercándose y acariciándole las mejillas para retirar las lágrimas, depositándole un tierno beso en los labios—. Es muy cursi todo esto ¿verdad?... ¿Es eso? —inquirió mirándola a los ojos y ella negó en silencio, sin encontrar la voz solo cerró con sus brazos el cuello del francés y se colgó de éste elevando sus piernas, empezando a reír ante tanta felicidad.
—Me has ganado, para organizar tienes más imaginación que Deborah y yo juntas —confesó riendo con lágrimas en los ojos y le depositó un largo beso en la mejilla, seguidamente se mudó a los labios y le dejó caer una lluvia de besos cortos.
—En realidad no lo hice solo, necesité ayuda —confesó sonriendo—. Los escuché murmurando que era cursi todo esto, pero igual me ayudaron.
—No... no es cursi, es asombroso, maravilloso... nunca nadie me había sorprendido de tal manera Jules, ¿por qué siempre te empeñas en romper esquemas? —preguntó jugueteando con sus dedos en los cabellos del francés.
—No... no rompo esquemas amor, solo que contigo no tengo límites, contigo todo es infinito —le hizo saber llevándola al borde de la mesa donde agarró un alfiler y se lo entregó.
—¿Y esto para qué es?
—Para que respondas la pregunta que te hago en los globos —declaró colocándola en el suelo y ella como si fuese una niña atacada por la curiosidad, corrió hasta la columna más cercana de globos y pinchó uno, el globo explotó y ella empezó a buscar entre las plumas el papelito.
—No lo encuentro, se ha extraviado —le hizo saber.
—Pincha otro, en todos se encuentra la misma pregunta —confesó haciéndole un ademán.
—¿En todos? —Preguntó incrédula observando las columnas de globos y él asintió en silencio con una sonrisa—. Han tenido mucho trabajo entonces —dijo sonriendo con picardía y hundió el alfiler en otro globo, dándole paso al estallido. Esta vez logró atajar el papel, se llevó el alfiler a la boca y lo sostuvo con sus labios mientras desdoblaba el papelito, al lograrlo leyó.
Veux-tu te marier avec moi?
¿Quieres casarte conmigo?
Una vez más los ojos se le llenaron de lágrimas, aunque ya se lo había pedido y ella le había dado la respuesta, era como si fuese por primera vez, sentía las mismas emociones recorrerla entera; dejó caer el alfiler y corrió hasta él lanzándose con ímpetu, rodeó con sus piernas la cintura del joven, quien colocó una mano en uno de los muslos de ella y la otra en la espalda para darle mejor apoyo.
Elisa agarró entre sus manos la cara del francés, lo miró por varios segundos y con los ojos abiertos se unieron en un beso tierno, lento, demandante, rápido, intenso y suave, un beso que cambiaba de intensidad al ritmo de sus corazones.
—Oui... —susurró la pelirroja sin aliento—. Une fois de plus, oui —y él le regaló una hermosa sonrisa.
—En este momento soy el hombre más dichoso del universo... —con ese gesto maravilloso que hacía iluminar el verde gris—. Esto era por si acaso me decías que no con la tiara... ahora vamos a que pidas tus tres deseos antes de que se consuma la vela —dijo encaminándose aún con ella enlazada a su cintura.
—Pediré mis tres deseos, pero con una condición —alegó desviando la mirada a la débil llama de la vela.
—¿Cuál? —preguntó desconcertado.
—Que tú también pidas tres —contestó estirando la mano y agarrando un pétalo de los que reposaban sobre la mesa y empezó a acariciar los labios del francés.
—Está bien, pero tú primero, eres la cumpleañera —le recordó al tiempo que mordía el pétalo.
—Bueno —estuvo de acuerdo y desvió la mirada una vez más a la vela con llama titilante—. Deseo que mis hijos me amen siempre, deseo casarme con un francés engreído llamado Jules Louis Le Blanc, deseo comer un gran pedazo de pastel y no engordar —dijo soltando media carcajada ante su último deseo—. Listo ahora lo tuyos —pidió mirándolo a los ojos.
Jules llevó una de sus manos al pecho femenino y lo acarició, bordeó el cuello y la posó en la parte posterior, ahogándose en la mirada miel.
—Yo deseo... que se cumplan todos tus deseos, que se cumplan todos tus deseos y que se cumplan todos tus deseos —su voz era profunda y demostraba la convicción de sus anhelos, recibiendo un "te amo" inaudible por parte de ella, quien desvió una vez más la mirada a la vela y agradeció que Jules la tuviese cargada porque si hubiese estado de pie no alcanzaría, se acercó un poco más y sopló.
—Felicidades, niña de mis ojos —sonrió él con gran dulzura.
—Gracias amor de mi vida —respondió succionando los labios de su amor francés—. Es el mejor cumpleaños que he tenido en mi vida, seguido del que tú mismo me celebraste en tu apartamento... Solo tú has logrado ser tan especial ¿Puedo comer un poco de pastel? —preguntó divertida.
—Claro, es todo tuyo —contestó colocándola en el suelo—. Puedes morderlo.
—¿Por qué no lo hacemos al mismo tiempo? —inquirió mirándolo de soslayo y él le guiñó un ojo. Ambos acercaron sus bocas al borde del pastel de tres pisos y le dieron un gran mordisco, para después sonreír mientras masticaban con sus bocas exageradamente llenas. Jules como fue el primero en tragar, se acercó y retiró con sus labios y lengua los restos de pastel de los labios de la chica—. Está delicioso —dijo ella aun saboreando—. Voy a comer otro poco —avisó acercándose una vez más al pastel y dándole otro mordisco mientras Jules llenaba las copas de champagne.
—Creo que tu último deseo no se cumplirá... —dijo tendiéndole la copa y la sonrisa en los labios de la pelirroja se congeló, dejando a medio masticar el pastel en su boca al tiempo que agarraba el champagne. Jules sonriendo se acercó a ella y le cerró con uno de sus brazos la cintura y la elevó sentándola sobre la mesa—. Tranquila, recuerda que también lo pedí por ti... dentro de unos veinte minutos me encargaré de que quemes esas calorías, ese pastel no podrá conmigo —ante las palabras de Jules y la sensualidad al pronunciarlas, la chica tragó en seco el pedazo—. Cuidado, no te me vayas ahogar —acotó elevando la comisura derecha, logrando que el hoyuelo se le marcara a la perfección.
Elisa tragó y casi inmediatamente se llevó la copa a la boca, dándole un sorbo al champagne.
—No sé, tendrás que trabajar muy duro porque has instalado en mí el remordimiento... Eres un desgraciado —llevó una de sus manos y la posó sobre su abdomen por encima de la bata de baño—. Mira, ya tengo barriga, una espantosa barriga —acotó siendo realmente exagerada.
—Veamos qué tan espantosa e inmensa está esa barriga —dijo halando el cordón de paño que la mantenía cerrada, utilizando una de sus manos—. ¡Oh por Dios! —Exclamó llevándose una mano al rostro y cubriendo sus ojos—. Creo que me he equivocado y me traje a Margot Anderson.
La carcajada de Elisa hizo que se destapara los ojos y clavara nuevamente la mirada en el abdomen plano, sobre todo en el lunar que estaba al lado del ombligo, ése que tanto lo incitaba a pecar, por lo que llevó su mano en una excitante caricia en ascenso, admirando cómo los vellos de Elisa se erizaban a su paso.
—Eres perfecta —susurró acercándose y abriéndose espacio con las caderas, ubicándose en medio de las piernas—. Eres hermosa... el pecado, por eso te amo, amo mi mayor pecado que eres tú, no tengo miedo a ningún infierno porque creo que al final todo, absolutamente todo será perdonado, por eso me rindo ante ti; la vida es una sola y voy a disfrutarla contigo todos los días que me quedan por vivir —confesó posando su mano en el borde inferior del seno derecho de la joven mientras su pulgar iba en busca del pezón, el que pasaba de un rosado a un escarlata ante la excitación que se apoderaba de ella, quien no encontraba palabras, solo se perdía en la imagen arrebatadora del francés, quien tenía la mirada fija en lo que su pulgar hacía.
Elisa se encontraba en medio de una bruma de placer, todo su cuerpo vibraba descontroladamente y aún más al ver cómo Jules agarró un pedazo de pastel con su mano y lo desmoronó dejándolo caer lentamente sobre su pecho y como un ave que devoraba las migajas empezó a comérselas.
Ella para evitar que rodaran y se perdieran entre las plumas, se acostó sobre la mesa, apoyándose sobre sus codos para poder disfrutar visualmente a su hombre recoger las migajas con su boca; él le dedicaba miradas que podrían ambientar el infierno.
—Me estás incendiando... —murmuró encontrando la voz.
—Quiero que ardas —confesó acercándose a ella y rozando con su erección el centro caliente y líquido de su chica, quien dejó libre un jadeo que Jules ahogó con un beso dulce a consecuencia del pastel, la lengua de él entraba y salía de su boca con una lentitud sensual, rozando sus labios ante cada invasión y retirada.
Elisa no podía más, lo necesitaba y no solo quería dentro de su boca la lengua de Jules, también quería dentro de su centro el miembro de él y que calmara ese fuego doloroso, que saciara esa necesidad, por lo que elevó sus piernas y le cerró las cadera al tiempo que se frotaba lascivamente, sintiendo cómo él movía una de sus manos intentando liberarse de su agarre, tratando de desenredar las piernas de ella que lo mantenían prisionero pero ella se resistía mientras se dejaba besar por él.
—Jules no, no por favor —suplicó casi sin aliento.
—Vamos a tumbar el pastel —advirtió él de la misma manera.
—¿Entonces por qué perdemos el tiempo? ¿No ves que me estás torturando?... Todo mi interior arde por ti, te deseo —la voz de Elisa era sumamente agitada ante la necesidad.
—¿Qué tan ardiente estás? —preguntó liberándose y tomando la hielera donde aún se encontraba más de media botella de Pierre Jouët, la que agarró y derramó sobre el monte de Venus de la joven.
Ella arqueó el cuerpo al sentir el frío líquido rodar por su flor encendida, Jules se puso de rodillas y Elisa apoyó los pies sobre los hombros de su francés, exponiéndose solo para él, sintiendo la maravillosa sensación del champagne bañar y refrescar sus labios ardientes y su centro se estremecía.
—Jules... Jules... así —decía con dientes apretados.
El francés se dejó caer sentado sobre sus talones mientras veía el líquido correr y derramarse, aumentando sus ganas, sus ansias, por lo que acercó su boca dejándola justo debajo del manantial dorado que brotaba de Elisa, bebiendo esa mezcla de Pierre Jouët y fluidos de la pelirroja, acortando cada vez más la distancia hasta adherir su boca a la cueva que le ofrecía la más celestial de las bebidas.
Ella le regaló una sacudida acompañada por un largo jadeo, él dejó a un lado la botella vacía y con su lengua y labios se encargó de retirar hasta la última gota en medio de espasmos gloriosos de la mujer; llevó sus manos a los tobillos y los sostuvo para poder ponerse en pie, admirando el sonrojo en el rostro de ella, quien se reponía del maravilloso orgasmo que le acababa de regalar; Jules soltó las piernas y la tomó por las caderas, halándola hacia él la cargó y Elisa se aferró con sus piernas a la cintura del joven, quien terminó de quitarle la bata de baño con una de sus manos mientras que con la otra la mantenía segura.
La encaminó fuera del salón, eso suponía ella porque aún se encontraba entre nubes de placer y no era consciente de nada alrededor, solo estaba perdida en ese universo que Jules le brindaba con su mirada, el cual desapareció cuando su cuerpo se estrelló contra el agua y por instinto se aferró más a él, cuando salieron a la superficie ella estaba completamente aturdida y asustada mientras él reía abiertamente.
—¿Te has asustado? —preguntó ante lo que era evidente.
—¡Estás loco! —exclamó mientras sentía agua en sus oídos.
—Pensé que eso ya lo sabías —expuso sonriente al tiempo que llevaba una de sus manos a la nuca de ella y la acercaba para fundirse en un beso que no tuvo ningún preámbulo, fue arrasador desde el mismo instante en que se unieron las bocas mientras él la llevaba al lado menos profundo de la piscina, la sentó al borde mientras sus lenguas seguían danzando; él se quitó el pantalón del pijama quedando desnudo, una vez más la tomó en brazos y la guio al cristal adhiriéndola, con el agua llegándole a la cintura, la cual se mecía al ritmo de sus cuerpos mostrándoles un mar rojo, un mar de pétalos de rosas.
Elisa una vez más se enredaba con sus piernas a las caderas de Jules, era la única manera de poder alcanzarlo mientras él le retenía las manos entrelazadas por encima de ambos, le succionaba el cuello y ella solo podía gemir su nombre; un grito ahogado de placer se escapó de su garganta al sentir cómo él la penetró sin previo aviso y hasta donde sus límites le permitían, sus ataques eran lentos pero contundentes, nublándole la vista a cada arremetida, suspendiéndola en el infinito.
—¡Jules! ¡Dios! —Exclamó ante el placer de sentir cómo Jules utilizaba el dedo medio de una de sus manos y lo introducía lentamente en su ano mientras que su vagina era colmada con su poderosa erección, sintió cómo él empezaba a retirar el dedo lentamente—. No, no... no lo hagas —imploró abrumada ante el goce que le brindaba sentirse tan colmada.
—¿Te gusta? —preguntó y una vez más ganaba espacio poco a poco, al tiempo que ella asentía en silencio y con sus dientes se aferraba al hombro del francés, disfrutando de la sensación que, aunque no fuese primera vez que él la estimulaba de esta manera, sí era la primera vez que se aventuraba a profundizar, nunca había osado en penetrar completamente con el dedo; el placer que sintió Elisa era inigualable, por lo que se mecía ayudándolo; amando aún más los jadeos de él ahogándose en su oído.
—¿Quieres cambiar tu dedo por...? —intentaba hacerle la propuesta que sabía Jules deseaba cuando él intervino.
—Solo si tú quieres —dijo buscando la mirada miel.
—Sí quiero, claro que quiero —respondió acercándose y besándole los labios temblorosos por las emociones.
—Amor... puede ser un poco incómodo —le advirtió, no quería obligarla, mucho menos presionarla; anhelaba poder penetrarla y acabar en ese lugar donde sabía sería el primero, pero debía prepararla y ser sincero.
—Quiero que lo hagas —aseguró y pudo sentir cómo Jules retiraba su dedo y su miembro, dejándola vacía y anhelante. La tomó por la cintura aferrándola más a él, llevándola cargada se dirigieron a las escaleras y salieron de la piscina hacia otra de las puertas laterales.
Los recibió una habitación, en el centro había una cama con cuatro pilares y un dosel la resguardaba, todo era de un blanco impresionante; así mojados como estaban se metieron en ella, manejando el cuerpo de ella la puso a gatas mientras que él se colocó detrás, dejándose caer sentado sobre sus talones; sabía que debía prepararla muy bien, por lo que con suaves caricias la estimulaba.
Elisa le regalaba jadeos cada vez que Jules le rozaba los nervios, estaba a punto de volverla loca, podía sentirlo temblar mientras que ella se encontraba ansiosa, por lo que muchas veces lo miraba por encima del hombro, gritándole con eso que estaba preparada.
Jules sabía que Elisa lo deseaba, pero también sabía que debía darle tiempo, no podía evitar sentirse nervioso porque no quería que su amor sufriera, aun cuando después la colmara de placer, no quería lastimarla, aunque sabía que era inminente.
Se puso de rodillas abarcándole las nalgas con ambas manos, brindándole firmes y a la vez suaves caricias, llevando su boca desde atrás hasta su centro de placer, succionándole con energía los labios y su capullo más preciado, penetrándola con su lengua sin clemencia; Elisa estaba enloqueciendo de placer y anticipación, arqueaba su cuerpo facilitándole a Jules su labor, de su garganta salían bramidos desesperados, los cuales aumentaron de nivel cuando la lengua de Jules inició su camino hasta su ano, haciendo círculos en todas partes; sin darle respiro y sin ningún pudor le adoraba su parte trasera como nunca lo había hecho, se la comía como si fuera el más exquisito de los manjares, entre succiones, mordidas y lamidas él rosaba sus ojos, su nariz, sus labios y todo su rostro por las entradas de su mujer, empapándose con su savia.
—¡Dios! ¡Jules! ¡Jules!... —Elisa estaba elevada más allá de la razón, ya no le importaba por cuál espacio de su cuerpo la iba a penetrar, su mente y su cuerpo solo ansiaban sentirlo dentro con desesperación y no podía esperar.
El cuerpo de Jules se sacudía ante el placer que le causaba Elisa al permitirle amarla de esta manera; las veces que él imaginó conquistarla de esa forma no se le acercaban a las sensaciones de la realidad, sintió que estaba en la entrada al cielo cuando empezó a rozar la punta de su firme miembro con la suavidad de sus pliegues.
—Respira profundo amor —le pidió mientras él con su mano retenía su miembro—. Ábrete un poco más para mí —apenas soltó las palabras Elisa obedeció, dándole mayor espacio—. Así amor... no te contraigas mi reina... así... déjame entrar suave, muy suave amor.
Elisa sintió la presión del miembro de Jules al entrar poco a poco; era un dolor que calmaba otro, le calmaba el dolor del deseo y las ansias que sentía, respiró profundamente como le pidió y apretó los labios mientras él lentamente la conquistaba; sus piernas temblaban ante el dolor que sentía en ese momento, el que era más fuerte que el placer; sin embargo, para ella era soportable. Elisa pudo escucharlo murmurar algo, pero no podía entenderle, estaba concentrada en soportar y disfrutar; al sentirlo deslizarse nuevas terminaciones nerviosas se despertaron en su cuerpo y experimentó sensaciones de distintos matices, unas inimaginablemente placenteras y otras que la hacían sentirse al borde de un precipicio.
Se dio cuenta de que había estado reteniendo la respiración cuando sintió el vacío que dejó Jules al salir y en ese instante lo necesitó como nunca antes, el vacío que le dejó en ese lugar era mucho más agonizante que el que le dejaba en su entrepierna.
—Tranquila mi amor... relájate —le susurraba acariciándole las caderas para relajarla—. ¿Quieres que continúe? —le peguntó acercándose y depositándole un beso en la espalda.
—Sí... estoy bien, quiero que me hagas llegar al cielo Jules —suplicó mirándolo por encima del hombro.
Él le tomó la palabra y una vez más se aventuró, sintiéndose inmenso, infinito ante la dicha que le llenaba el corazón y la pasión que le recorría el cuerpo completamente, esta vez lo hizo un poco más rápido, ofreciéndole varios movimientos de cadera. Ella empezó a jadear ante el placer, sabía reconocer los jadeos de dolor y los de placer y en ese momento ella estaba disfrutando lo que él le brindaba.
—Déjate caer amor... descansa tu rostro y tus pechos en la cama —ordenó y como siempre su amor ávida por aprender lo obedeció al tiempo que él se acostaba encima, moviéndose lentamente de manera circular para que el músculo de la joven se adaptar al tamaño de su miembro, mientras todo él temblaba ante el goce; esa experiencia era única, maravillosa, él no tenía palabras para explicar cómo se sentía penetrarla por esa vía, lo apretada que estaba; con una de sus rodillas le indicó que cerrara las piernas, lo que indudablemente ella hizo. Jules se incorporó dejándola a ella en medio de sus muslos, con sus manos se aferraba a sus nalgas, le acariciaba la espalda, le masajeaba los senos ejerciendo presión en los pezones endurecidos; las caderas de su amada empezaron a danzar desesperadas mientras que él le introdujo su mano derecha en la entrepierna y con los dedos mayor y pulgar la estimulaba; haciéndola traspasar todo límite de placer antes conocido. Elisa bramaba sin control y él disfrutaba de ese extraordinario momento como nunca lo hizo con ninguna otra; aunque trataba de controlarse para no herirla no pudo evitar morderla en los hombros y decirle al oído todas las palabras sucias que su cerebro tenía registradas tanto en francés como en inglés.
Elisa tenía ante sus ojos las constelaciones; un placer inigualable la colmaba, la llenaba, se aferró a las sábanas mientras deliraba ante los movimientos de Jules, pensando que Dios o el Diablo no solo le habían dado el movimiento perfecto para enloquecerla, sino que además de eso le gratificaron con magia; sabía cómo, cuándo y con qué intensidad moverse, hacer que la cama suplicara por auxilio, sin duda alguna imploraba con sus crujidos.
Ella no pudo más que jadearle todo lo que sentía, le pedía que por el amor de Dios no se detuviese mientras ella se elevaba al infinito y explotaba, los millones de partículas en las que se convirtió volaron a otra dimensión donde flotaron entre nubes de placer; sin embargo, Jules seguía aferrado a ella, empeñado en alcanzar esa gloria que ya vislumbraba; a los segundos el tibio líquido la inundó y los espasmos de él seguían derramando intermitentemente su esencia. Jadeando se dejó caer encima de ella una vez más, cansado, acabado, extasiado.
Intentaba recobrar el aliento cuando salió de la joven y rodó sobre su lado izquierdo, dejándose caer acostado; Elisa lo imitó y rodó pegándose a él, sintiéndose saciada.
—¿Estás bien? —preguntó acomodándola sobre su pecho.
—Estoy feliz Jules, un poco adolorida, pero me siento... plena, feliz amor de mi vida, muy... muy feliz, gracias —fue la respuesta de ella.
Se quedaron un buen rato abrazados en silencio, escuchando los latidos acompasados de sus corazones, saboreando esa inolvidable experiencia.
—Gracias a ti por entregarte a mí sin medidas —le dijo cubriéndola en un abrazo de cuerpos—. Ahora vamos para que nos aseemos un poco, el agua tibia de ayudará a calmar el dolor —pidió incorporándose y tendiéndole la mano, juntos se encaminaron al baño y se ducharon—. Creo que debemos ir a la habitación del segundo piso —aconsejó mientras se colocaban las batas de baño—. La cama está mojada y podrías resfriarte.
—¿Por qué dices podrías resfriarte?, déjame recordarte que no eres de hierro... aunque algunas veces lo parezcas —dijo elevando ambas cejas con picardía.
—Está bien, podríamos enfermarnos... Ven, vamos —pidió y tomados de la mano se fueron al segundo piso; después de varios minutos se encontraban acostados desnudos y abrazados frente a frente, bajo varios cobertores, aun cuando el cuerpo masculino desprendía un calor único.
—Amor, quiero traer a mis hijos aquí y que el mundo exterior desaparezca, quiero que esta casa sea mi mundo —susurró Elisa posando una de sus manos en la mejilla de Jules y perdiéndose en el verde gris.
—No tenemos por qué encerrarnos, no quiero hacerlo más y no voy hacerlo... Nos vamos a ir muy lejos de aquí... Ven conmigo Elisa, tengo todo preparado, vamos a volar lejos de aquí tú, mis hijos y yo. Tengo un avión que nos sacará de aquí en un par de semanas, aún me faltan unos permisos, pero estamos a tiempo de ser felices, de amarnos sin importar lo que los demás digan o piensen, de luchar por nuestros sueños... Yo no puedo vivir sin ti Elisa y tú me necesitas de la misma manera, no dejemos que nadie se interponga entre nosotros. ¡Dime que quieres venir conmigo!, quiero que tú quieras porque si no te obligaré hacerlo, no dejaré que esta vez tus miedos te gobiernen —hablaba mirándola a los ojos y las lágrimas que brotaban de los de ella eran la respuesta, eran ese sí que él necesitaba.
—Me iré contigo al fin del mundo, al borde del cielo, a donde quieras llevarme, cuando quieras hacerlo; siempre he confiado en ti Jules, siempre lo he hecho, aunque algunas veces me he sentido confundida, perdida, sin esperanzas; nunca logras decepcionarme, aunque yo misma me he obligado a buscar las razones no las he encontrado, solo dime qué planeas hacer y haré todo lo que me pidas.
—Quiero que el lunes por la mañana regreses con Frank... —dijo cerrando los ojos, dejando libre un suspiro—. Juro que no quiero que lo hagas, pero no puedo involucrar a tu tío en esto, mucho me ha ayudado y le costó ganarse la confianza de ese desgraciado, así cuando regreses él no tendrá porqué desconfiar de Brandon; el día que desaparezcas definitivamente, algo que será dentro de pocos días cuando lleves a Frederick al doctor, nunca llegarás a ese consultorio, Paul te llevará al hangar... —hablaba cuando Elisa intervino.
—¿Paul mi chofer? ¿Acaso él sabe de todo esto? —preguntó sorprendida.
—Sí, lo sabe. Él se irá con nosotros, le ofrecí mejor pago... como comprenderás no podrá regresar a la mansión.
—¿Y cómo haremos con los guardaespaldas? Apenas me dejan respirar Jules —inquirió preocupada.
—Por ellos no te preocupes, habrán algunos autos que le impedirán seguirlos y terminarán perdiéndote de vista; no lleves nada, solo la ropa que lleves puesta al igual que los niños para no levantar ninguna sospecha, mientras esos días pasan yo estaré aquí, tendrás el número de teléfono por si pasa algo pero nada pasará, está todo perfectamente calculado, Frank no se enterará de tu ausencia hasta que estemos muy lejos, no va a pensar que tu tío, primo o hermano tienen algo que ver porque ellos estarán en sus labores como cualquier día normal —le contó acariciando con sus dedos el tabique femenino—. Estoy tan ansioso por llegar a nuestro destino donde nos casaremos, quiero que me hagas creer que todo esto es real y no es un sueño... házmelo creer Elisa, por favor.
—Es real, tan real como que estoy entre tus brazos en este momento, tan real como que nuestros corazones laten presurosos ante la felicidad, yo también estoy ansiosa amor de mi vida.
En español Singe se traduce como: "Mono" o "Mona" en referencia al animal.
Traducción al español: Sí
Traducción al español: Una vez más, sí
Nota: También les publicaré el siguiente que es el penúltimo capítulo. Espero que lo disfruten.
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