CAPÍTULO 7
El sendero que conducía a la mansión Lerman estaba exactamente igual, a pesar de que tenía varios meses sin visitarla no había ningún cambio relevante. Los frondosos árboles que franqueaban el camino le brindaban sombra y a pesar de eso algunos rayos del sol traspasaban el follaje, haciendo que los halos de luz bailaran en el camino, siendo los culpables de robar toda la atención de Elisa, ofreciéndole la tranquilidad que necesitaba.
Su madre una vez más había encontrado la manera de arrastrarla hasta su casa en vista de que ella no la aceptaría en la suya. La última vez que fue, simplemente se negó a recibirla porque sabía con qué intenciones había ido a verla, como ella no salió a recibirla se llevó al niño, obligando a Dennis a que lo preparase sin decirle nada a ella que era su madre.
Elisa tuvo que armarse de paciencia para no maltratar a la niñera, comprendiendo que escapaba de las manos de la chica, le dio tiempo a Deborah a que llegase a su casa y la llamó exigiéndole que le regresara a su hijo.
Tuvo el descaro de informarle que, aunque no quisiera, Frederick pasaría un día con sus abuelos porque ellos tenían todo el derecho a compartir con el niño.
Elisa comprendió la exigencia de su madre y cedió, después de todo no sería la primera ver que Frederick compartiría con ellos. Pero al día siguiente volvió a llamar al ver que eran pasadas la una de la tarde y su madre no había llegado con el niño como lo había prometido.
Su patética excusa era que no tenía tiempo para trasladarse, que debía ir a buscarlo ella personalmente. Elisa no pudo evitar molestarse ante las insolencias de Deborah Lerman, por lo que le dejó totalmente claro que era la última vez que se llevaría a Frederick de su casa, porque si no tenía tiempo para llevarlo de vuelta a su hogar, mucho menos lo tendría para atenderlo con los cuidados que su pequeño hijo requería. Deborah tuvo el valor de responderle que Kate estaba encantada con el niño.
Elisa tuvo que hacer acopio de todo su autocontrol para no gritarle por el teléfono a su madre, le pidió que lo preparara porque enviaría a Dennis a buscarlo.
Deborah se negó, alegando que no se lo entregaría a ninguna sirvienta, que si tanto quería a su hijo que fuese ella misma a buscarlo.
Elisa pensó esperar a Frank para ir con él, pero no quiso involucrarlo en los conflictos que tenía con su madre y si Deborah se empeñaba en hacerla sentir mal no se iba a dejar, era hora de defenderse por sí misma.
Paul estacionó frente a la mansión, ella esperó a que el hombre bajara y le abriese la puerta. Con gran decisión descendió del vehículo porque por primera vez en mucho tiempo no sentía ese miedo que se apoderaba de ella cada vez que le tocaba enfrentarse a su madre.
Después de ella lo hizo Dennis, quien la escoltó a la entrada, como si la estuviesen esperando se abrieron las puertas dobles y tras ellas apareció Gisela, con su maternal sonrisa y esa mirada que brillaba al admirarla.
Elisa al verla no pudo evitar sentir que el corazón se le envolvía en calidez. La mujer que siempre estuvo con ellos, la que los dormía, quien les leía un cuento. Ella la apoyó y lloró su pena cuando la estaban obligando a casarse con Frank, era un secreto que las dos compartían. No pudo evitar que una de sus manos tomara vida propia y la llevó al rostro de la mujer cubriendo una de las mejillas, le acarició suavemente con el pulgar el pómulo a la anciana.
—¿Cómo está mi niña? —saludó la mujer cubriendo con su mano la de la pelirroja, sintiendo la suavidad de la palma de la mano de la chica.
—Bien Gisela, gracias —se acercó y le depositó un tierno beso en la mejilla—. ¿Tú cómo estás? —preguntó mirándola a los ojos.
—Bien, usted sabe, solo los malestares de la vejez, pero son normales —le dijo reteniéndole la mano, sintiendo cómo su hija de corazón, le brindaba cariño verdadero.
—Debes cuidarte, visita al médico —la voz denotó preocupación—. Si quieres en tu día libre pídele al chofer que te lleve a mi casa y te acompañaré —se ofreció mirándola a los ojos, la anciana vio certeza en la mirada de Elisa y no pudo evitar sonreír—. ¿Papá está en la casa? —curioseó mirando hacia las escaleras.
—No, el señor está de viaje.
Elisa dejó libre un suspiro, armándose de valor al suponer porqué su madre le había tendido una emboscada que la llevó a ese lugar.
—Hija no pensé que te habías vuelto tan íntima con la servidumbre —interrumpió Deborah bajando las escaleras, acompañada por Kate que traía a Frederick en los brazos. Gisela hizo media reverencia y se retiró, ya estaba acostumbrada al trato despectivo que le ofrecía la señora Deborah, quien parecía no recordar que también le había cambiado los pañales a ella—. Claro era de suponerse, no esperaba menos si las personas con las que te relacionas no saben de diferencia de clases, no saben que somos superiores... —hablaba cuando Elisa la detuvo.
—Madre, será porque muy tarde me he dado cuenta que solo hay dos clases de personas... las buenas y las malas, nada más nos diferencia —acotó acercándose hasta donde estaba Kate y el niño casi se le lanzó a los brazos, le dio un beso y lo miró a los ojos mientras él modulaba algunas palabras, intentado expresar lo feliz que se sentía de verla—. ¿Estás bien mi vida? ¿Extrañaste a mami? —el pequeño solo afirmaba.
—Me asombra la nobleza de tu espíritu —ironizó Deborah a lo que Elisa le había dicho—. Ahora te pregunto hija, ¿en qué bando estás? Porque en los buenos verdaderamente lo dudo, una persona de buenos sentimientos no hace lo que tú estás haciendo —acusó sin importarle esparcir todo su veneno delante de la servidumbre.
—Vine por Frederick y como mi padre no está me voy —se despidió dándose la vuelta para marcharse, pero Deborah la retuvo por un brazo.
—No tan rápido jovencita, tú y yo tenemos que hablar —dijo haciendo el agarre realmente fuerte.
Elisa le entregó el niño a Dennis y se volvió a mirar a su madre.
—Yo no tengo nada de qué hablar madre... así que le agradezco me suelte —demandó soltándose de un tirón.
—¡Te largas! —le exigió Deborah a Dennis, quien la miraba aturdida sin comprender cómo la madre de su patrona podía ser tan mala, pero de ahí no se movería al menos que la señora Wells se lo pidiese. La mujer miró a Elisa dirigiéndose a ella—. Claro que tenemos de qué hablar y lo vas hacer quieras o no —determinó con dientes apretados.
—¿Acaso vas a encerrarme? —le preguntó con ironía sin dejarse amedrentar.
—Si es preciso lo haré... solo ponme a prueba —contraatacó desafiándola.
Elisa sabía que no ganaría nada con hacerse la difícil y estaba dispuesta a defenderse.
—Dennis, espérame en el auto por favor —pidió en un susurro.
La chica la miró a los ojos, preocupándose por su patrona quien solo asintió en silencio reiterándole la orden, la niñera salió con Frederick y Deborah le pidió a Elisa dirigirse al despacho, pero ésta se negó rotundamente.
—Si tanto deseas hablar conmigo tendrás que hacerlo aquí porque no voy a moverme un paso.
—Elisa Sophia, ahora mismo vas a llamar a ese hombre y le vas a decir que esa relación basada en lujuria llegó a su fin —exigió con toda la rabia que había acumulado durante los últimos días.
—Lamento desilusionarte madre, pero eso no lo voy hacer —mencionó sin siquiera darle importancia a las palabras de Deborah.
—Vas hacerlo, claro que lo vas hacer. Una dama jamás pensaría en sus deseos carnales, eres una vergüenza. ¿Dónde han quedado las enseñanzas que te he impartido? ¿Acaso ese hombre te ha robado la razón? No podría esperar menos de ese animal, es una bestia, un cavernícola, es... ¡tan primitivo! —escupió con desdén.
—Al parecer lo conoces mejor que yo —satirizó sin dejarse intimidar, logrando acrecentar la molestia en su madre.
—Deja de hablar de esa manera o te volteo la cara de una bofetada —advirtió abriendo los ojos desmesuradamente para que viese que estaba hablando en serio—. No sé qué te ha hecho ese hombre para haberte cambiado tanto, ¿de qué te vale eso? —inquirió mirándola a los ojos, intentando hacer entrar en razón a su hija.
—Nos amamos y eso vale —aseguró manteniendo la mirada de Deborah—. Ya no tengo porqué seguir ocultándotelo porque evidentemente lo sabes —sentía el corazón latir fuertemente mientras las palabras salían de su boca, pero al mismo tiempo se sentía libre porque por fin le gritaba a su madre el amor que sentía por Jules.
—¿En qué estás pensado? ¿Qué es lo que te pasa? —preguntó al ver que ella ya no lo negaba, estaba tan cegada que no le importaba decirle a su madre que era infiel, por lo que se fue por otros medios porque tenía que hacerla desistir—. Te da todo igual... tu padre, tu hermano, tu familia —Elisa solo desvió la mirada y la clavó en el jardín porque no iba a permitir que la manipulara con esos trucos tan pobres, ya ella había lidiado con sus propios demonios como para ahora sentirse culpable por ellos también—. ¡Mírame que te estoy hablando! —exigió con voz sumamente alta, le molestaba que Elisa la ignorara de esa manera.
—¿Qué quieres que te diga? ¿Qué quiero vivir mi vida? Bien, eso es lo que quiero —le respondió encarándola y perdiendo la paciencia que había estado reteniendo—. Estoy cansada de sacrificarme por los demás, ahora quiero sentir que mi vida me pertenece y puedo decidir qué hacer con ella... No puedes prohibirme sentir lo que yo quiera.
—Eres una imbécil, una estúpida caprichosa. Ese hombre no es más que otro capricho y estás poniendo en riesgo la honorabilidad de nuestro apellido, serás la más grande de las vergüenzas —le decía casi a punto de grito.
Elisa no estaba dispuesta a soportar los insultos que a Deborah se le viniesen en gana, por lo que se encaminó para marcharse y dejarla con la palabra en la boca, pero la mujer una vez más la retuvo cerrándole el brazo y dejándose llevar por la ira clavó sus uñas en la piel de su hija. Elisa al sentir el dolor se soltó de un tirón sumamente brusco y mirándola con un infierno en los ojos le gritó porque ya estaba cansada de hablar, se había cansado de ser paciente con su madre.
—¡Déjame en paz madre! Tengo veintitrés años, no eres mi propietaria, ya no eres quién para decirme lo que tengo que hacer ni a quién tengo que amar y así me encerraras buscaría la manera de encontrarme con Jules para entregarme a él, así te mueras no me interesa, ya no me importa porque lo amo —aunque sentía ganas de llorar no lo haría, ni tampoco le desviaría la mirada—. Creo que papá y tú nunca fueron felices, por eso te molesta que yo lo sea, por eso me odias y odias a Vanessa y a Daniel porque no quieres que seamos felices —resopló liberando toda la molestia que sentía—. Ya me obligaste a casarme con quien no quería, a quien no amaba, me vendiste a un hombre ocho años mayor que mi propio padre. ¿Acaso te has preguntado cómo me sentí cuando me tocó entregarme a Frank por primera vez? ¿Sabes que llegué a odiarme? ¿Que mirarme al espejo me producía asco? ¿Que duraba horas bañándome para quitarme su olor? No... eso no lo sabes —tenía las lágrimas de ira al borde de los párpados, pero no las derramaría, no lo haría—. No sabes lo horrible que fue, nunca te han interesado mis sentimientos... Porque déjame decirte que los tengo, con Jules todo ha sido distinto, con él sé lo que significa un beso, cómo con solo una caricia puedo volar, puedo hacerlo... y te prohíbo que vuelvas a insultarlo, no vuelvas hacerlo porque es el hombre que amo y me revienta que lo insultes... con solo ponerlo en tu boca lo ensucias. Así que no me pidas que lo deje porque no lo voy hacer... es mi vida... mía, no quiero llegar a vieja y haberme convertido en una mujer como tú, no quiero tu vida gris, no quiero vivir tu vida miserable... no quiero —terminó por decirle sin dejar que Deborah reaccionara ante todas las palabras y salió de la casa azotando la puerta sin saber de dónde había sacado las fuerzas.
Deborah apenas espabiló y dos lágrimas rodaron por sus mejillas; estaba temblando ante la rabia al ver esa pasión de su hija al defender a ese hombre. Deseaba que ese maldito muriera, era la única manera de apartarlo del camino de Elisa, aunque sus verdaderas ganas era contarle todo a Frank, era el castigo que tanto se merecía su hija, pero no lo haría porque no sabía qué reacción podría tener el hombre.
Tal vez no soporte la noticia y termine por dejarla libre como ella tanto quiere, para meter a ese animal por completo a su casa y eso ella nunca lo permitirá, Elisa no podía liberarse de Frank, ella se había casado y como la iglesia lo dictaba hasta que la muerte los separe, mientras ella estuviese viva no iba a permitir que se hiciera lo contrario.
Elisa subió al auto y dio la orden de regresar a la casa. Sentía que un peso la había liberado, le había dicho a su madre lo que pensaba, no se omitió nada y no se dejaría intimidar nunca más por ella e iba a defender su amor por Jules con todo lo que tenía.
Su madre no le iba a arrebatar la poca felicidad que había conseguido, la oportunidad que tantas veces le había pedido a Dios y ahora le había regalado, siempre le pidió fuerzas y una vía de escape y eso solo eran sinónimos para denominar lo que Jules era en su vida, no podía evitar sentir miedo pero si quería permanecer al lado del hombre que ama debía dejarlos de lado y llenarse de valor, su madre no le dirá nada a Frank eso lo tenía claro, sino ya lo hubiese hecho, Deborah no es de las mujeres que esperan para actuar.
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