CAPÍTULO 67
Elisa se encontraba elegantemente sentada con las piernas cruzadas, admiraba cómo Frank les explicaba a los magos las condiciones para que dentro de quince minutos salieran al jardín a realizar su presentación. El hombre no quería que efectuaran ningún acto que perturbara a los niños, sabía que a Germaine no le agradaban algunos trucos y él velaba por la estabilidad emocional de la pequeña, se había encariñado con la niña como si fuese su propia hija, tal vez se había hecho a la idea de que en realidad lo era, la pelirroja se puso de pie lentamente y se acercó hasta Frank.
—Permiso —acotó dirigiéndose a los magos, los cuales le hicieron una pequeña reverencia excusándola, Elisa desvió la mirada a Frank al tiempo que le colocaba la mano en el hombro, acercando su boca al oído del hombre—. Voy a ver cómo están los niños —le dijo en voz baja; sin embargo, los hombres presentes escucharon.
—Sí amor, vigila que Frederick y Germaine no abusen con los dulces —pidió con una maravillosa sonrisa y llevó una de sus manos a la mejilla de su mujer, reteniéndola con el sutil toque para después depositarle un suave beso en la mejilla.
Él aprovechaba esos momentos para disfrutar de Elisa porque cuando no había nadie presente apenas permitía que la tocara; delante de los extraños eran una pareja felizmente enamorada y Frank se empeñaba en demostrarlo.
Elisa le regaló una sonrisa mientras se soltaba del agarre de Frank, asintió a los hombres en evidente permiso para salir, ellos respondieron de la misma manera.
Ella abandonó el salón y fue directamente al jardín para ver a sus hijos, al llegar al área de la fiesta los buscó con la mirada, Frederick estaba con el grupo de niños, jugando con los globos que le regalaban los payasos, pero Germaine no estaba a su lado como acostumbraba.
Elisa recorrió con su mirada rápidamente una vez más el grupo de niños y no la vio, no quería angustiarse prontamente por no verla, se animó a pensar que estaría con Dennis, por lo que giró medio cuerpo para ir en busca de su hija, apenas se encaminaba por el pasillo cuando la zozobra se apoderó de ella al ver a la niñera acercarse con una bandeja repleta de galletas.
No quiso esperar a que llegara para preguntarle por la niña, solo se volvió y regresó al jardín con pasos rápidos, tenía ganas de correr al tiempo que las piernas le temblaban y un nudo se le formaba en el estómago, el que desapareció mágicamente al escuchar las carcajadas de su princesa, con eso le regresó el alma al cuerpo, dejó libre un suspiro al verla cerca de la piscina mientras jugaba con uno de los payasos, se encaminó rápidamente porque no confiaba en dejarla sola con desconocidos.
—Germaine... mi vida, ven con mami —pidió Elisa llegando al lugar mientras le tendía la mano, no quería parecer grosera delante del hombre que se encontraba de cuclillas por lo que desvió la mirada lentamente—. Disculpe, es que... —la voz se le esfumó por completo cuando el payaso levantó la mirada y le regaló una sonrisa.
Elisa sintió cómo su mundo vibraba y poco a poco se desmoronaba, palideció inmediatamente y sin quererlo empezó a temblar, las lágrimas se le arremolinaron en la garganta y se le anidaron en los ojos, sentía que la presión del cuerpo la había abandonado y que terminaría por desmayarse, quería que los latidos de su corazón bajaran su ritmo porque temía que fuesen escuchados; se encontraba inmóvil y lo único que quería era cargar a su hija y salir corriendo de ese lugar pero solo estaba anclada y no existía nada más que el color de los ojos del payaso, ese color único, ese verde gris y esa sonrisa que ella conocía a la perfección aun estando bajo ese disfraz.
Las lágrimas de Elisa se derramaron sin poder evitarlo, cerró los ojos fuertemente para que no siguieran saliendo, no quería que alguien se percatara de su estado mientras su mundo daba cientos de vueltas.
Se suponía que él no debería estar en ese lugar, habían hecho un trato, le había prometido que no vendría y ahora estaba parado frente a ella, apenas estaba haciéndose a la idea de una nueva oportunidad y Jules la arriesgaba de esa manera, si por ella fuera lo abofeteaba, pero solo lograría llamar la atención de los presentes, no sería común que la anfitriona de la fiesta agrediera al personal de entretenimiento.
—Estúpido —susurró con voz temblorosa ante las lágrimas.
El payaso buscó dentro de su saco y le regaló un lirio de plástico acompañado por una maravillosa sonrisa, por lo que Elisa no pudo evitar reír a través de las lágrimas al tiempo que la tomaba, admiró la flor tratando de controlar sus nervios y salir de allí.
—Lo siento amor, pero necesitaba verla... —acotó desviando la mirada a Germaine al tiempo que buscaba otra flor y también se la regalaba a la niña, quien le hizo una reverencia como las princesas, agarrando su vestido elegantemente y él no pudo evitar reír, para luego regresar la mirada a Elisa—. Me moría si no las veía.
Elisa levantó la mirada del lirio de plástico y la ancló nuevamente en ese verde gris que había extrañado tanto, en esos hoyuelos en las mejillas que lograban que el corazón se le derritiera mientras seguía temblando, sus pensamientos la llevaron a ese día en que su vida una vez más se llenó de color, en que todo cobró sentido.
Todo estaba preparado para el viaje a la casa de la montaña de la familia Anderson, Elisa sinceramente no tenía ganas de ir, pero sus hijos se habían animado y el auto de los Anderson ya los esperaba, no podía negarse a la petición de su tío, después de lo bondadoso que había sido con ella, aún no tenía cómo agradecerle por todo lo que había hecho.
Frank no podría ir debido a que a última hora le tocaría reunirse todo el fin de semana con unos compradores sorpresa, quienes estaban ofreciendo una gran cantidad de dinero para que el negocio se llevara a cabo lo antes posible, dejándolo de esa manera sin opción a negarse, para ella también era un gran alivio no tener que estar al lado de Frank, fingiendo delante de todos ser la esposa ideal, a la que su esposo le había perdonado una infidelidad. Había momentos en que quería dejar todo de lado, quería dejar de fingir, ya no tenía ningún objetivo engañar a Frank.
—Amor, apena llegues me llamas por favor —le pidió Frank a Elisa al tiempo que le entregaba a Germaine.
—Lo haré Frank.
—Papi mis besos —pidió Germaine estirando los brazos.
—Creo que casi los olvidaba princesa —dijo con una sonrisa al tiempo que se acercaba y le daba un beso en una mejilla.
—Dos, papi —reclamó antes de que el hombre se alejara.
—¡Oh sí, es verdad! —recordó guiñándole un ojo y dándole el otro beso. A Frank le gustaba que ella le recordara lo mucho que disfrutaba del afecto que él le brindaba, después del gesto con la niña se puso de cuclillas para mirar a Frederick a los ojos quien estaba parado al lado de Elisa—. ¿No le das un beso a papá? —preguntó con una tierna sonrisa y el niño asintió en silencio, acercándose abrazó al padre y le dio un beso.
—Nos vamos, que nos esperan más de dos horas de viaje —acotó Elisa aligerando el momento—. Ve Frank, que si no llegarás tarde a la reunión —continuó al tiempo que le hacía un ademán a Frederick para que subiera al vehículo, después sentó a la niña en el asiento al lado de su hermano. Elisa estaba por subirse al auto cuando Frank le agarró la mano reteniéndola con el tierno toque, ella volvió el rostro y lo miró a los ojos.
—Sabes que te amo... —intentaba hablar cuando ella lo detuvo.
—Lo sé, pero también sabes cuáles son mis sentimientos hacia ti Frank —no quería engañarlo, no del todo.
En un principio hizo de todo para ganarse su confianza, se obligó a sentir afecto nuevamente por ese desgraciado al que odiaba, lo manipulaba sutilmente y poco a poco para que cayera de nuevo en su red y después aguijonearlo letalmente, exactamente como había leído en un libro, ella sería como la viuda negra, esa diminuta pero potente araña que no caza sino que espera a que la presa caiga en su red y se enrede, espera pacientemente el momento y la hora para hacerlo, para devorarse a su presa.
Aún pensaba en escaparse como lo tenía pensado, dejarlo amándola tal como ella quería para que sufriera por su partida, que se ahogara, que se asfixiara en esa soledad que ella pensaba regalarle hasta el último aliento a Frank Wells, ese rencor se alimentaba día a día pero toda su convicción se fue al Diablo cuando se enteró de que ese "te amo", que ese que la esperaría por siempre había llegado a su límite, la había olvidado y se había casado con otra. Entonces todo su odio tomó otro rumbo, otro destino, otro nombre; ahora su odio llevaba por nombre Jules Le Blanc, ese que la dejó a la deriva, por el que arriesgó todo lo que tenía, a quien le dio hasta su aliento y la había traicionado.
Frank ya no le inspiraba odio, solo lástima porque, aunque se esmerara por ser el mejor hombre del mundo para ella no podía serlo, dos meses atrás no le importaba; por el contrario, ese amor que Frank le profesaba era ese empuje para seguir adelante con su plan, ese sentimiento para ella no era más que la prueba de que sus acciones tendrían el resultado esperado y que dentro de poco terminaría enredado en su red.
Ahora sabía que su destino era al lado del que en un principio sería su presa. Sin embargo, lo era, el infeliz era esa presa que estaba enredada, esa marioneta que ella podía manejar a su antojo, solo utilizando sus encantos como mujer y sin siquiera ofrecerle su cuerpo, solo esperanzas que para él nunca se harían realidad, porque prefería morir a entregársele una vez más a Frank Wells, aunque, después de enterarse de que ese desgraciado de Jules había tirado su recuerdo y su amor a la basura, pensó en ceder a los avances que Frank le proponía sutilmente, para ver si con eso lograba borrar su recuerdo, sepultar con el cuerpo, sudor y pasión de otro lo que él dejó fundido en su piel, pero era realista y sabía que Frank solo lograría hacerla sentir aún más miserable y asqueada, porque su presa no podría tener otra función que ser un buen padre, como amante no podría superar a su gran amor y le dolía tan cruda verdad.
Frank soltó el agarre lentamente, dedicándole una sonrisa melancólica con la cual le dejaba ver el dolor que le causaban las palabras de Elisa. Ella terminó por subir al auto y fue él quien cerró cuidadosamente la puerta, despidiéndose con tristeza de los niños con movimientos lentos de su mano derecha, Frederick y Germaine le respondieron con entusiasmo.
—Conduzca con cuidado. Mis hombres están preparados, los escoltarán hasta las afueras de la ciudad... Aunque es mejor que los acompañen hasta la casa —hablaba cuando el chofer intervino porque debía seguir las órdenes precisas.
—No hace falta señor Wells, el señor Anderson dispuso de dos autos que nos custodiarán hasta la casa, ellos están esperándonos en la ruta treinta y uno, hasta ahí sus hombres nos pueden acompañar.
—En ese caso me quedo más tranquilo —expuso para dedicarle una mirada más a Elisa, pero ella no lo miró, estaba acomodando uno de los tirantes de Frederick. Frank sin querer perder más tiempo y no llegar tarde a su reunión se encaminó a su auto y subió dándole la orden a su chofer de que pusiera en marcha el vehículo.
El empleado de Brandon Anderson subió al auto e igualmente lo puso en marcha saliendo de la propiedad, siendo seguido por cuatro vehículos más, dos que escoltarían a Frank Wells y dos dispuestos para resguardarlos a ellos, ya en la intersección tomarían rutas opuestas.
En el transcurso del viaje el hombre miraba a segundos por el retrovisor a la señora Wells, quien iba entretenida con los niños y su mirada se desviaba disimuladamente a los autos que los seguían, después ancló su atención en el camino, muchas veces trataba de controlar la sonrisa que se dibujaba en sus labios al escuchar en los niños algunas ocurrencias, se había percatado de que el niño con su madre entraba en confianza y no le avergonzaba su trastorno del habla, ella sabía cómo alentarlo y controlarlo cuando se molestaba porque las palabras se le pausaban involuntariamente.
Cuando por fin llegaron a la ruta treinta y uno, el chofer estacionó el auto en la estación de servicio buscando con la mirada los vehículos que el señor Anderson dispondría, pero no los vio, Elisa recorrió con la mirada el lugar, impresionada ante la estructura que habían construido; la plaza contaba con un restaurante, baños públicos y locales que ofrecían golosinas, bebidas refrescantes y gran variedad de artículos.
Los autos con los guardaespaldas se estacionaron detrás del de los Anderson y pudo ver cómo dos de los cuatro hombres bajaron y se pararon al lado del vehículo.
—Mami —el susurro estrangulado de Germaine llamó su atención.
—¿Qué te pasa mi vida? —Preguntó y la vio realmente pálida, rápidamente se quitó la bufanda que llevaba puesta y se la llevó a la boca a la niña, quien no pudo seguir controlando el vómito—. Fred abre la puerta —le pidió Elisa mientras retenía la prenda que contenía los residuos estomacales de su hija y evitar ensuciar el auto. El chofer al ver a la señora en apuros bajó y al igual que los guardaespaldas de ella le ayudó con la niña y con la bufanda—. Échela a la basura —le pidió al ver cómo el hombre no pudo controlar el desagrado en su rostro al tener que agarrar la prenda.
—¿Le pasa algo a la señorita? —preguntó Douglas uno de los guardaespaldas de Elisa.
—Solo se ha mareado por el viaje... es normal en los niños —respondió Elisa.
—Señora un poco de dulce le hará bien —acotó el chofer de los Anderson—. Aún no han llegado los choferes de la Mansión de las Rosas, pero no deben tardar, ya deberían estar aquí.
—Voy a bajar un momento para que tome un poco de aire fresco —dijo la chica acariciando las mejillas de la niña—. ¿Quieres una barra de Hersheys princesa? —Inquirió Elisa cariñosamente y la pequeña asintió en silencio—. Douglas, compra dos barras de Hersheys por favor —pidió al tiempo que sacaba un billete de su cartera y se lo entregaba al hombre.
El guardaespaldas agarró el billete y se encaminó, Elisa aprovechó para bajar del auto con los niños y tomó asiento en una banca, Frederick fue al auto y regresó al minuto.
—Ma...ma... mi —acotó el niño, tendiéndole el biberón con agua de Germaine.
—Gracias mi vida —respondió Elisa sonriente y le dio el biberón a la niña que se lo llevó ella mima a la boca y le sonreía a su hermano aún con la mamila en la boca, marcando aún más lo hoyuelos en sus mejillas—. ¿Cree que tardarán mucho los autos que envió mi tío? —preguntó elevando la mirada al chofer, quien espontáneamente dirigió la vista a su reloj de pulsera.
—No señora. Ya deberían estar aquí, seguramente están por llegar —respondió observando cómo Douglas le entregaba las barras de chocolate a la señora Wells, ella le daba una al niño y la otra la destapaba para darle un poco a la niña.
Después de unos minutos uno de los hombres le sugirió a la señora que regresara al auto porque hacía frío y no era seguro para ella estar sentada en un lugar como ese, por lo que Elisa aceptó la sugerencia y subió al auto, pero ella ya se estaba impacientando, quería llegar por fin a la Mansión de las Rosas y descansar.
Elisa le pidió a Douglas que se regresara con sus hombres porque ella prefería avanzar. Evidentemente los hombres de Frank se negaron a dejarla sola pero después se varios minutos de peticiones por parte de la señora Wells y la palabra del chofer de los Anderson de que no pasaría nada malo, decidieron aceptar y regresaron.
El chofer de los Anderson puso en marcha el auto, dejando libre un suspiro apenas perceptible, por haber llevado a cabo la difícil labor que le habían encomendado.
—¿Estás seguro de que nos encontraremos los autos que envió el tío? —preguntó Elisa en los primeros diez minutos de trayecto al no ver los vehículos.
—Sí señora —respondió con determinación—. Mire ahí vienen, me estacionaré para que ellos puedan dar la vuelta.
Elisa pudo ver los autos pasar de largo y a poca distancia daban la vuelta tomando la misma dirección que ellos, uno de los vehículos se detuvo delante y otro al lado. El chofer de los Anderson iba a ponerse en marcha cuando del vehículo a su lado bajaron tres hombres con túnicas y capirotes negros.
Al verlos el corazón de Elisa se disparó inmediatamente, todo su cuerpo empezó a temblar y lo primero que hizo fue resguardar con sus brazos a sus hijos mientras sus ojos abiertos desorbitadamente observaban a las personas acercarse; a cada paso que daban las lágrimas inundaban más sus ojos ante el terror, los conocía eran miembros del Ku Klux Klan y vestían de negro, lo que quería decir que eran de la legión negra, se les reconocía por ser extremadamente violentos, su función era asesinar a socialistas y comunistas.
—Dios mío... Dios mío —susurraba Elisa con voz temblorosa.
—Señora cálmese por favor, por lo niños... Pero son los autos de los Anderson —susurraba el chofer tembloroso.
—Seguro los asesinaron... los asesinaron —se repetía Elisa en un hilo de voz—. Es por Frank... es por Frank —sin poder más las lágrimas se desbordaron cuando los vio pararse al lado de su puerta; su cuerpo se sobresaltó cuando uno de ellos tocó el vidrio indicándole que saliera, la cabeza de la chica negó rápidamente ante el pánico.
—Ma... ma... mami —susurró Frederick asustado ante la presencia de los hombres.
—Sshhh, tranquilo mi vida... tranquilo, no pasa nada —le respondió aferrándolo más a ella.
—Solo la queremos a usted... baje señora, no nos obligue a sacarla —dijo uno de ellos.
—Yo salgo —se ofreció el chofer.
—No, solo queremos a la mujer —se apresuró a decir uno de ellos.
—No le harán nada a los niños, ¿verdad? —preguntó Elisa al tiempo que una lágrima corría por su mejilla.
—Si baja inmediatamente podrán irse —respondió la voz del líder.
—Voy a bajar... por favor dile al tío que le avise a Frank... No quiero que les hagan nada a los niños —le indicó Elisa al hombre, el que se notaba realmente nervioso, asintiendo temblorosamente desvió la mirada a los niños—. Fred, el señor los va a llevar a la casa, espérame con tío Brandon, yo tengo que hacer una diligencia con estos señores. —Se llevó una mano a la boca para sofocar el llanto y respiró profundo—. Pórtense bien... todo va estar bien cariño, no tienes por qué estar asustado, yo estoy bien —le dijo tratando de sonreír sin haber nada más difícil, miró a los ojos miel de su niño y a los verde gris de Germaine, a quien cargó y le dio un beso para después sentarla al lado de su hermano, al que le depositó un beso en la frente y aspiró el aroma de sus cabellos, mientras lo abrazaba, pensando que era la última vez que vería a sus hijos.
Se armó de valor y giró lentamente la manilla del auto, bajó con cuidado y su mirada seguía anclada en los niños, sintió cómo una de las manos la tomaba por el brazo y la instaba a caminar mientras que las lágrimas silenciosas rodaban por sus mejillas, Elisa sentía su corazón latir lenta y dolorosamente al tiempo que la presión en el pecho aumentaba, no podía pensar en nada ni siquiera en lo que le pasaría, solo se centraba en la imagen de sus hijos. La subieron a uno de los autos donde esperaba un hombre, la sentaron al lado de éste y dos de ellos subieron al mismo auto.
El que iba sentado a su lado no la miraba, solo iba con la mirada al frente pero después lo vio sacar algo que parecía ser una venda, antes de poder al menos mirarle los ojos como a los demás la dejó a ciegas, por lo que a ella le dio un ataque de pánico y empezó a gritar y llorar descontroladamente, su llanto aumentó al sentir el auto ponerse en marcha.
—Por favor... por favor, no me hagan daño, mi esposo pagará... él les dará todo el dinero que quieran —decía en medio del llanto.
—Señora abra la boca —le pidió el que hasta ahora siempre le había hablado; ella negó en silencio con desesperación mientras sentía ahogarse por el llanto—. Le he dicho que abra la boca o tendré que golpearla —amenazó con voz de mando.
Aun estando Elisa a ciegas pudo sentir cómo uno de ellos manoteó la cabeza del otro. Pensó que le estaba indicando que la maltratara sin siquiera decirle, por lo que abrió la boca y al segundo la amordazaron, la venda que cubría sus ojos se humedeció ante las lágrimas, su rostro sudoroso por el pánico y la boca le dolían ante el trapo que la ahogaba.
Sintió una suave caricia en el rostro e instintivamente se alejó de manera brusca, sabía que quien le había tocado la cara era el mismo que la había vendado y seguramente estaba iniciando su ritual de violación, estaba segura que abusarían de ella por lo que el desespero la invadió nuevamente y se estremeció al tiempo que sus manos empezaron a estrellarse contra uno de ellos.
—Pásame la soga... pásame la soga —pidió y aun así Elisa no se detenía en sus arremetidas, el que la había acariciado y vendado la inmovilizó, cerrándole con los brazos el cuerpo. Elisa sintió un olor en particular, el que provocó que ella detuviera su resistencia, su cuerpo se paralizó, pero su corazón quiso salírsele del pecho con la velocidad que tomaron sus latidos, aunque finalmente pensó que solo era el pánico que le estaba haciendo una mala jugada.
Al minuto sus manos estaban atadas de manera que no podría desamarrarla nadie más, excepto quien la había atado.
—Te dije que sé hacer buenos nudos —acotó soltando media carcajada por el logro obtenido con la chica.
Cientos de pensamientos le cruzaban por la cabeza a Elisa mientras temblaba sin poder evitarlo, al igual que el llanto que la sofocaba ella sentía cómo uno de ellos acariciaba sus cabellos e intentaba alejarse para que no la tocara pero era muy poco lo que podía hacer, perdió la noción del tiempo, ya llevaban más de media hora sin saber qué caminos estaban tomando cuando por fin sintió el auto detenerse, le dolían las manos y la boca, sentía como si la boca se le fuese a rajar ante la presión del trapo, el hormigueo que se había instalado en sus párpados a segundos la mareaba.
Las puertas del vehículo se abrieron y por un instante se sintió sola en el auto, apenas empezaba a hilar la idea de escaparse cuando sintió que alguien agarraba su brazo y la halaba, pero ella se rehusó negando desesperadamente mientras que el "por favor" se arremolinaba en la mordaza.
El hombre hizo fuerza y la sacó, rozaba la tierra cuando sintió que la elevaban y en un segundo los brazos de uno de ellos la cargaba, con sus manos unidas al frente por la soga empezó a golpearle el pecho para que la bajara, por un instante al sentirse cansada y dejar descansar las manos en él, pudo sentir los latidos del corazón de su captor queriendo reventarles el pecho, esas palpitaciones descontroladas terminaron confundiéndola aún más porque podía jurar que esa contextura y el ritmo de ese pecho al latir ya lo había sentido antes, sacudió su cabeza y pensó que el pánico la estaba volviendo loca, no tenía por qué asociar a estos asesinos con nadie, este hombre se encontraba nervioso solo eso.
Caminaron alrededor de diez minutos y estaba segura de que se encontraban en un ambiente de vegetación espesa por los sonidos de las ramas de los árboles y algunas rozaban sus cabellos, mojándola con el rocío impávido, aumentando el frío en ella que la hacía temblar. Hasta sus oídos llegó el sonido de unos botes meciéndose, eso le sirvió de orientación, era el lago, no tenía dudas porque no escuchaba corriente para creer que fuese el río.
El hombre la puso en el bote y su cuerpo se tambaleó en un acto espontáneo a causa del desespero y el pánico, ella tanteó con su pie el borde de la embarcación, no era tan ancho por lo que en un impulso y antes de que alguno de los actos reflejos de sus captores reaccionara saltó al lago, decisión que al segundo de sumergirse se arrepintió de tomar porque se le haría imposible nadar con las manos atadas y la mordaza no la dejaba respirar, sentía que el lago la succionaba llevándosela a la profundidad, aún debajo del agua podía escuchar los gritos de los hombres, el desespero en ella luchaba por pedir ayuda pero se le hacía imposible, el agua helada entraba templando sus fosas nasales, eso ya lo había experimentado la vez que cayó al lago en su casa; en esa ocasión había alguien a quien le importaba y se arriesgó a rescatarla pero esta vez nadie se arraigaría a darse un chapuzón de agua gélida por ella, lo único que había hecho era ahorrarle trabajo a los de la legión negra.
Sintió un brazo rodear su cintura y la venda en sus ojos se había bajado ante la presión del agua e intentó ver el rostro del hombre que la sacaba aún bajo el agua, pero no pudo. Él fue mucho más rápido y con su mano una vez más la dejó a ciegas antes de que pudieran salir, él la sacó a la superficie y uno de los que esperaban lo primero que hizo fue vendarla nuevamente y sentarla en una esquina del bote, tirándole una manta encima.
—Señor quítese la túnica sino se va a resfriar —pidió la única voz que hasta ahora Elisa había escuchado—. Tome el capirote —el tiempo pasaba y ella solo era consciente del sonido que hacían los remos en el agua mientras temblaba descontroladamente ante el frío, sus manos se habían dormido completamente, las movía, pero solo sentía un hormigueo recorrerlas—. Señor debería colocarse algo más —otra vez la voz del hombre se dirigía al que parecía ser el líder, quien fue el que la sacó del lago.
Por fin el bote se detuvo, una vez más la tomaban en brazos, esta vez fue consciente de la tibiez de una piel firme, no pudo evitar adherir sus manos al pecho desnudo porque le brindaba un poco de calor y lo necesitaba más que respirar, el frío la estaba torturando, después de varios minutos caminando entre maleza pudo por fin sentir bajo los pies del hombre que la llevaba cargada algo firme, parecían ser piedras o algún piso rústico; una vez más se llenó de pánico y las lágrimas se hicieron presentes nuevamente, los sollozos se sofocaban en la mordaza que aún estaba mojada.
Escuchó una puerta abrirse y varios pasos hicieron eco, sin duda alguna habían llegado a la guarida; aunque se habían mantenido en silencio, los pasos de los demás hombres detrás le hicieron saber que aún seguían ahí, la calidez del lugar la envolvió por completo, siendo todo lo contrario de lo que esperaba, ya que se había hecho a la idea de que sería un lugar frío, húmedo y oscuro, aún en los brazos de ese hombre pudo percatarse de que subían unas escaleras.
Una vez más el hombre la bajó y la obligó a sentarse, ella por instinto solo negaba en medio de la desesperación, sintió que alguien cortaba la soga en sus manos, al sentirse liberada lo primero que hizo y tan rápido como pudo fue llevar sus manos a la boca para quitarse la mordaza, pero los hombres fueron más rápidos y le tomaron las manos, llevándoselas hacia atrás.
—Vamos a tener que dejarla amarrada, señor —dijo uno de ellos pidiendo el consentimiento del líder, al minuto cada una de sus manos fue atada a cada lado de la silla, haciéndola sentirse más incómoda y los brazos más adoloridos—. Le recomiendo inmovilizarle también los pies.
Pero no lo hicieron, tal vez el líder no lo permitió, ella escuchó cómo dejaban caer algo sobre una mesa, unos pasos alejarse y la puerta cerrarse, pensó que estaba sola pero aún el líder permanecía en el sitio.
Él se arrodilló frente a ella, las manos de él rozaron sus talones, estaba descalza porque los zapatos los había perdido en el lago, solo llevaba las medias pantis, la caricia de los dedos del hombre subieron por sus pantorrillas, lo hacía sin prisa y ella podía sentirlo temblar, además del mismo temblor de su cuerpo al saber que inevitablemente sería abusada sexualmente; con dedos trémulos le brindaba caricias que harían estremecer a cualquier mujer, seguían ascendiendo y ella le daba el tiempo, la confianza, cuando él menos lo pensó, ella utilizó uno de sus pies y con todo el impulso y fuerza que poseía en el momento, golpeó al hombre dándole en la cara, provocando que él cayera sentado en el suelo y soltara un jadeo ante el dolor y el desconcierto; por un minuto se sintió victoriosa porque al menos el desgraciado no se iría ileso, si la asesinaban al menos se llevaba en el orgullo haber luchado.
La angustia se arremolinó en su garganta al sentir cómo le fijaba uno de los pies a la silla para tener como resultado la soga quemándole y maltratándole los tobillos, quedando completamente inmóviles en las patas de la silla, al minuto el temblor de su cuerpo aumentó cuando sintió la punta de un cuchillo acariciar su pecho, el que subía y bajaba desesperadamente.
El grito de pánico se ahogó en la mordaza al sentir cómo el arma blanca rasgó bruscamente su vestido abriéndolo a la mitad y otro grito evidenciaba su desesperado terror al momento en que las manos del hombre lo halaron violentamente, quitándoselo por completo y dejándola solo con el vestido de lencería, empezó a ahogarse ante el llanto, respirar por la nariz no era suficiente por lo que su rostro empezó a sonrojarse.
Al ver el desespero en ella, se llenó de pánico por lo que con manos temblorosas le quitó la mordaza. Elisa al sentirse liberada inhaló profusamente para llenar los pulmones, después de hacerlo se le escapó un jadeo de alivio al poder cerrar la boca y abrirla, humedecer los labios con la lengua, gesticulando para relajar los músculos.
—Por favor señor, no me haga daño... se lo suplico, yo le daré todo el dinero que quiera, el que necesite... —hablaba con voz vibrante ante las lágrimas; él aún con la mordaza en las manos la admiraba parado delante de ella—. Dígame algo por favor, sé que está ahí... ¡Es un desgraciado! —exclamó llenándose de rabia e impotencia al no tener respuesta. Era un enfermo que disfrutaba con la desesperación que ella le mostraba.
Media sonrisa elevó la comisura derecha del hombre, aunque no pudiese admirarse por el capirote que aún llevaba puesto, no pudo evitar el gesto al verla tan altiva aun en situaciones de pánico.
—¡¿Es sordo?! ¡¿Acaso es imbécil?! Le estoy diciendo que le daré todo el dinero que quiera —le decía pretendiendo convencerlo; a él le encantaban sus insultos, ¡cómo los había extrañado todo ese tiempo!, por lo que trató de relajarse un poco para disfrutar de ellos, enrolló los extremos del pañuelo en sus manos y se lo llevó al cuello pasándolo por detrás, para descansar un poco.
—Por favor, por mis hijos... ¿Usted acaso no tiene hijos? —preguntó Elisa, en ese momento recordando cómo había dejado a la única razón de su vida.
Pero esas palabras causaron que al hombre se le formara un gran nudo en la garganta, esa pregunta lo golpeó con demasiada fuerza por lo que abandonó la posición cómoda que tenía; ya no perdería más tiempo, lanzó el pañuelo sobre la mesa y una vez más se colocó de rodillas frente a ella, posó sus manos sobre las rodillas de la joven y las masajeó para subir con suaves y torturantes presiones por los muslos al tiempo que subía el diminuto vestido, mordiéndose el labio inferior y el deseo al admirar el encaje de las medias pantis, ése que le anunciaba que a menos de un palmo encontraría suave piel, sedosa piel, esa que lo hizo perder la razón.
—No me haga esto por favor, señor... señor —suplicaba Elisa en medio del llanto.
El hombre se incorporó dejando a medias sus caricias, no podía verla de esa manera; su corazón no lo soportaba más, por lo que se sentó ahorcajadas en las piernas de ella.
Elisa dejó libre un jadeo al sentir el peso, el calor que él emanaba, además del aroma, ese olor ya la había desconcertado y solo lograba aturdirla aún más, su corazón de desbocó ante la marea de sentimientos que la atacaron.
Sintió las manos de él desamarrando el nudo de la venda y ella contuvo la respiración ante la expectativa, la presión en sus ojos había desaparecido, espabiló para adaptarse y que los párpados se acostumbraran, cuando su visión se aclaró, su mirada se posó en el hombre sentado en sus piernas, inicialmente el capirote captó su atención, pero al instante siguiente lo vio, vio esos ojos verde gris y los de ella se inundaron espontáneamente al saber quién era, no eran suposiciones suyas, no era ninguna locura cuando pensó en él al sentir el olor dentro del auto, ni el ritmo de los latidos de ese corazón cuando la llevaba cargada y mucho menos cuando la sacó del lago.
Jules se quitó por fin el capirote mostrándose ante Elisa y los ojos de él también se habían ahogado en lágrimas, su corazón le reventaría el pecho, ella lo miraba en silencio sin poder creerlo, pero cuando fue consciente de que era él, que no podía ser ningún otro, que no estaba alucinando, solo lo escupió.
Los tres jóvenes llegaron a donde habían dejado los autos al otro lado del lago, sabían que no debían quedarse ahí; según lo planeado debían regresar, uno de ellos se quitó el capirote.
—Sé que te queda bien pero ya puedes dejar el papel de los del Ku Klux Klan para otro momento Sean —acotó con voz divertida.
—Yo no me lo tomé tan en serio como tú... ¡Abra la boca o la golpeo! Es mi prima, ¿en qué pensabas Tomas Richardson? —preguntó Sean quitándose su capirote, dirigiéndose a su amigo de la infancia, ese con el que siempre jugaba cuando pasaba las vacaciones en la Mansión de las Rosas.
—Debía ser convincente Caldwell, aunque Elisa estaba bastante asustada, yo creo que el señor Le Blanc se meterá en problemas con ella —esbozó con seriedad.
—Tienes razón, no debimos dejar a Le Blanc solo con ella, no debí hacerlo, no sé qué intenciones tiene él con mi prima —hablaba cuando Tomas intervino.
—¿No sabes o no te lo quieres imaginar? —Azuzó soltando media carcajada—. Ya deja que esos dos arreglen sus problemas, te aseguro que tú como mediador no sirves, al menos que puedas también disfrazarte de cama.
—¡Tomas! Te voy a sacar los dientes —le advirtió cuando se le iba encima, pero Daniel retuvo a Sean.
—Cálmense, recuerden que debemos ir a informarle a tío Brandon que todo salió como lo planeamos y que debe llamar a Wells para decirle que su esposa llegó bien y que no se la pone al teléfono porque está descansando. Ya él tiene que haber convencido a los niños de que todo está bien... Además, debemos quemar estos disfraces que si nos agarra la policía con ellos ni siquiera nos van a preguntar, solo nos fusilarán.
—Tienes razón Daniel, mejor vamos... ¿Dónde diablos está Ben? —preguntó al darse cuenta de que el joven no estaba por ningún lado y se suponía que debía estar allí cuidando de los autos.
—Aquí —se dejó escuchar la voz de Ben desde una de las ramas de los árboles—. Es que estoy viendo que ya empezó la acción. Él le arrancó el vestido y le quitó la venda, se deshizo del capirote y ella le ha lanzado tremendo escupitajo, eso lo aprendió de mí —dijo soltando media carcajada, recordando durante la niñez cómo le enseñaba a la señorita de la casa a escupir—. Creo que Elisa está molesta, tengo buena vista desde aquí, eso fue lo bueno de que Le Blanc eligiera esa casa con grandes ventanales —dijo mientras masticaba una pajilla—. Si quieren se van, yo quiero ver cómo lo va a noquear, estoy seguro que lo hará, tiene fuerza Elisa, le dio una patada en la cara que lo mandó a sentar —hablaba Ben con voz divertida.
—¡Bájate de ahí voyerista! —exigió Sean—. Y vámonos que es tarde.
—Le dije que deberíamos amarrarle los pies —musitó Tomas divertido.
—Bueno, qué más da... siempre me toca retirarme cuando la cosa empieza a ponerse buena —refunfuñó bajando del árbol. Terminaron por subir a los autos y lo pusieron en marcha, dejando atrás la casa de piedras y cristales que Le Blanc había alquilado para poder arreglar la situación con Elisa.
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