CAPÍTULO 66
Después de tantos años de casada, Elisa conoció al padre de Gerard Lambert, por primera vez Gautier Lambert estaba de visita en los Estados Unidos, con el exclusivo propósito de pasar la noche de fin de año con uno de sus mejores amigos; Frank Wells, a quién amablemente le rechazó la invitación que le hiciera para quedarse en su casa y prefirió hospedarse en un hotel cercano.
Frank aprovechó unas horas antes de la cena para reunirse con el hombre en el despacho mientras Elisa prefería pasar el tiempo con sus hijos.
—Germaine no corras, ven que después no podrás respirar —le pedía Elisa casi corriendo detrás de la inquieta niña, que con solo un año y once meses era mucho más activa que Frederick.
La pequeña de cabellos rojizos y vivaces ojos verdegris, no acató la petición de su madre, no podía entender que agitarse demasiado podría desencadenar uno de los muy comunes ataques de asma.
Con pasos cortos corrió en busca de su padre y Elisa la siguió, desde el pasillo escuchó ese nombre que le despertaba sus más grandes anhelos, en la voz de Frank el nombre de "Jules" resonó, por lo que agarró a la niña y se acuclilló frente a ella al tiempo que se llevaba un dedo a los labios, indicándole que hiciera silencio mientras luchaba con los latidos descontrolados de su corazón.
Germaine imitó a su madre como tantas veces lo había hecho mientras jugaban a las escondidas, suponiendo que el juego había empezado mientras sonreía con gran picardía, elevando una ceja de manera inconsciente.
El despacho tenía la puerta a medio abrir, por lo que ella podía escuchar claramente lo que Frank hablaba con Gautier Lambert.
—Me enteré de que estaba en Australia administrando la sede de Minas Crown en Melbourne, pero... —dudó un poco y después dejó libre una risa corta—. Sigo sin creerlo, se casó... pensé que estaba comprometido con la soltería, que esa joven no lo había enamorado lo suficiente como para arrastrarlo al altar.
—Todos pensamos lo mismo, pero nos sorprendió gratamente, fue algo inesperado... Jean Paul empieza hacerse a la idea de que por fin va a ser abuelo —acotó Gautier en un tono de voz que denotaba alegría; sin embargo, fue consciente de que Frank había cambiado el tema de conversación.
Elisa prefirió no haber escuchado una sola palabra, se llevó la mano a la boca porque estaba a punto de dejar salir ese sollozo que se le arremolinaba en la garganta, mientras su corazón se negaba a aceptar cualquier posibilidad, el cerebro le gritaba que no era más que una estúpida y le repetía una y otra vez que Jules había rehecho su vida, que la relegó, la expulsó de su corazón, que de nada valía tanto amor si ya no tendría a quién entregárselo.
Las lágrimas empezaron a brotar de sus ojos mientras escuchaba una vez más el terrible sonido de su corazón al romperse. Germaine la miraba desconcertada y se le soltó de la mano, corrió al despacho y Elisa en medio de los nervios y la decepción se puso de pie y caminó al otro extremo, con una mano en el estómago trataba de contener todas esas dolorosas emociones que hacían estragos en su interior, obligándose a no llorar a gritos como quería hacerlo.
Corrió escaleras arriba mientras se limpiaba las lágrimas que no le daban tregua. El pecho se le iba a explotar y no podía respirar. No logró ponerse a salvo y escuchó la voz de Frank que la detenía en su huida.
No iba a poder disimular tanto dolor, no podía ocultarse, se estaba cayendo a pedazos y no podía actuar con entereza, no estaba para ninguna maldita cena de despedida de año, no estaba para sonreírle al invitado, no estaba para aguantar a Frank, solo quería desaparecer. No quería sufrir más.
—Amor, ya está lista la cena —avisó Frank intentando detenerla.
—En un minuto regreso, voy al tocador —dijo sin volverse a mirarlo; sin embargo, la voz la delató, evidenció ese dolor que se la estaba consumiendo.
Por el pasillo que la conducía a las habitaciones dejó libre el llanto, se llevó una mano a la boca sofocando todo ese sufrimiento. Sentía que las piernas no podrían seguir soportándola, le temblaban como hoja al viento.
Entró a su habitación y se sentó en el banco frente a la peinadora, echándose a llorar en medio de sonoros sollozos.
—Dejó de amarme, dejó de amarme... —se repetía en medio del llanto mientras se mecía y negaba con la cabeza—. Tiene a otra mujer, me mintió, dijo que me esperaría y no lo hizo, no lo hizo.
Por más que intentaba calmarse no lo conseguía, solo quería quitarse ese vestido, desbaratarse el peinado y lanzarse a la cama a llorar su rabia y dolor.
—Disculpe señora —interrumpió Flavia sin siquiera llamar a la puerta—. El señor Wells me ha ordenado venir por usted, que el invitado no puede esperar.
—Dile que ya voy —mandó con la voz ronca mientras que con un pañuelo intentaba borrar las huellas del llanto.
—Enseguida señora —Flavia no lograba esconder el aturdimiento que le causaba ver a su patrona de esa manera. Salió y cerró la puerta.
Elisa volvió su mirada hacia el espejo, observando cómo en contra de todos sus esfuerzos los ojos se le llenaban de lágrimas y el pecho le dolía por tener que retener ese grito de desesperación.
En su interior buscaba las fuerzas para reconstruir su máscara de tranquilidad y poder presentarse ante el invitado como la mujer felizmente casada, le llevó mucho tiempo conseguirlo, pero en medio de un suspiro de resignación se puso de pie y salió a afrontar la mentira que era su vida.
En el comedor evitaba mirar a algunos de los presentes, solo mantenía la mirada en el plato, su hermano sentado a su lado había notado su dolor, pero ella una vez más le regalaba sus mejores sonrisas.
En el momento en que le sirvieron el vino no pudo contener sus impulsos de querer ahogar su pena y le dio un largo trago que no pasó desapercibido para la familia ni para el invitado.
Tenía ganas de llenarse de valor y preguntarle a Gautier Lambert hasta el más mínimo detalle, que le dijera mirándola a los ojos que Jules Le Blanc se había casado, que la había olvidado, que no era más que un maldito infeliz.
Volvió a beber de su copa de vino y en menos de cinco minutos le solicitó a Irene un poco más.
—Amor —susurró Frank reteniéndole sutilmente por el antebrazo para que no se llevara la copa a la boca.
—¿Pasa algo? —preguntó con cinismo.
—No, no pasa nada, pero deberías comer algo y dejar de tomar —sugirió acercándose un poco a ella, evitando que las demás personas escucharan lo que estaban hablando.
Elisa dejó sobre la mesa la copa y agarró el cubierto con el que jugó entre sus dedos porque no podía comer nada.
Después de unos minutos Frank se sumió en la conversación que llevaba a cabo con el invitado, a la que se incorporó Daniel y su padre, por lo que aprovechó y una vez más bebió de su vino, ese que se le mezclaba con las lágrimas que se le arremolinaban en la garganta.
Esa noche y a pesar de las peticiones de su padre, hermano y esposo, por primera vez en su vida había abusado del alcohol, tanto como para al día siguiente no recordar absolutamente nada de lo que había dicho o hecho.
Cuando despertó vivió una de las experiencias más horrorosas de su vida, sentía que iba a morir, que la cabeza terminaría estallándole en millones de pedazos; sin embargo, de su memoria no se erradicó ese doloroso momento en que una vez más se sentía perdida y decepcionada, realmente decepcionada.
Le importaba muy poco lo que Frank pensara o sintiera, el dolor que podría causarle a él con su actitud no se comparaba con lo que ella estaba viviendo.
Se encerró a llorar su desdicha y a maldecir a Jules Le Blanc, debía hacerlo, debía de una vez por todas sacárselo del corazón, erradicarlo de su alma, dejar de amarlo porque definitivamente sus sentimientos no eran correspondidos.
Dos semanas transcurridas desde esa fatídica noticia y las ganas de morirse seguían latiendo desesperadamente dentro de Elisa, no le dijo a nadie que ya Jules no la amaba, que se había cansado de esperarla ni siquiera a su hermano, no quería seguir siendo sinónimo de lástima.
Frank supo darle su espacio, la dejó llorar sin hacer preguntas, pero bien sabía que su sufrimiento llevaba nombre y apellido porque era común verla sufrir. Suponía que él no estaba al tanto de que ella había escuchado la conversación, pero tal vez lo sospechaba.
Si algo había aprendido en los últimos años, era que Frank no era ningún tonto.
Nota: Espero esta semana poder actualizar un par de capítulos más. ¡Gracias por leer!
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