CAPÍTULO 65
Jean Pierre bajaba las escaleras con prisa porque se le había hecho tarde, la noche anterior había asistido a una cena con la familia de su prometida y entre una y otra cosa las horas se habían pasado volando, cuando cayó en cuenta ya eran las diez de la noche y él debía trabajar a las ocho del día siguiente, el trayecto desde la casa de Edith no era muy largo y seguramente no se le habría hecho aún más tarde si no se hubiese quedado con la chica unos minutos, despidiéndose entre besos y caricias.
Cada día se le estaba haciendo más difícil separarse de ella al caer la noche; entre el trabajo de él y las obligaciones en la universidad de Edith apenas tenían tiempo para compartir como antes, por lo que extrañarla ya se estaba volviendo una constante; sin embargo, aún no se animaba a dar el paso definitivo, no quería que las cosas entre ambos cambiaran, todo era perfecto como estaban y temía que si formalizaban su relación contrayendo matrimonio, algo podía perderse, quizás ese sentido de libertad del cual aún sentía que disfrutaba o el rechazo de verse como sus amigos casados, amargados y arrepentidos de haberse presentado ante un sacerdote y un juez civil.
Él no quería que algo así sucediese, menos con Edith quien lo hacía tan feliz, quien hacía su mundo perfecto, adoraba a esa mujer y lo último que deseaba era perderla. Ella no se notaba tan urgida por vestirse de novia; bueno, al menos no se lo demostraba, aunque cuando leyó la última carta de su hermana mayor, donde le informaba que esperaba su segundo hijo pudo ver cierta nostalgia en su novia, el suspiro que liberó en ese instante fue una clara muestra de anhelo; quizás eso le estaba haciendo falta, tener un bebé, después de todo hacía años que su cuerpo estaba cumpliendo con las funciones de mujer, pero no era la primera chica que lo hacía, muchas duraban años con una vida sexualmente activa antes de contraer matrimonio, claro no es que él lo viera como algo correcto pero en el caso de Edith era distinto, él había sido su único hombre y no la estaba utilizando, él la amaba y quería formar una familia a su lado pero ambos necesitaban tiempo.
—Jean Pierre... ¡Jean Pierre hijo, te estoy hablando! —la voz de Ivette lo sacó de sus pensamientos.
—Sí... sí, te he escuchado —mencionó mirando a la mujer, sintiéndose aún desconcertado.
—Pues no lo parece, últimamente te la pasas en las nubes. ¿Tienes algún problema en el trabajo o con la señorita Edith? —inquirió mirándolo con la ternura de una madre.
—En el trabajo siempre hay algo por lo que preocuparse, ya estoy acostumbrado a eso, estaba pensando en Edith... pero eso también es habitual, soy un hombre bastante rutinario, ¿no viejita? —le dijo mirándola con diversión.
—Al menos tú lo eres, pero tu hermano sí que no lo es, no sé qué le ha pasado a mi niño, acaba de llegar una carta de él... —se detuvo al tiempo que sus ojos se llenaban de lágrimas—. Tiene escrito que viene desde Australia... ¿Qué hace mi niño Jules en Australia? —esbozó y rompió a llorar amargamente mientras le entregaba la carta.
—¡Jules Le Blanc nos va a volver locos! —exclamó Jean Pierre recibiendo la carta y atrayendo a Ivette con uno de sus brazos para consolarla pegándola a su lado.
Como pudo consiguió abrir el sobre y extraer la misiva que iba dirigida a él, solo eso ya representaba un serio problema, porque si Jules acudía a él en lugar de a su padre era porque las cosas no habían salido nada bien, con el alma en vilo se dispuso a leer.
Melbourne, Julio 1928.
Jean Pierre, hermano.
Sé que debes estar pensando que he perdido la cabeza o que las cosas debieron haber salido realmente mal para que haya tomado la decisión de trasladarme hasta el fin del mundo, realmente acertarás si has pensado en la última opción.
A ti no puedo mentirte y tampoco deseo hacerlo, he perdido todo hermano, en realidad no he perdido nada porque jamás poseí nada, tus palabras fueron proféticas, quizás lo hiciste en un momento de rabia o para hacerme entrar en razón, pero yo como siempre me porté como un imbécil y me cegué ante la gran realidad que tenía frente a mis ojos.
Llegué a Chicago dispuesto a liberar a Elisa de la prisión donde la tenía confinada Frank Wells, estaba dispuesto a enfrentarlo y gritarle que esa mujer era mía y solamente mía, pero no pude hacerlo y no pude porque ella me demostró que eso nunca fue cierto, yo solo fui la marioneta que entretuvo a Elisa durante un tiempo solo eso, ella me usó... Sé que suena patético confesar algo así, pero es la verdad.
Por favor, te pido que no le hagas saber a mi padre de esta carta, he enviado otra para él dándole una explicación menos vergonzosa a mi decisión de trasladarme a Australia, no quiero que él se entere de la clase de piltrafa que fue su hijo en manos de una mujer que ni siquiera merecía el amor que le profesaba.
Quizás estoy siendo muy duro con ella, quizás sí me amó pero ahora ha escogido y su elección ha sido la más acertada, permanecer junto a su hijo, quiero pensar eso, deseo con todas las fuerzas de mi alma que Elisa haya elegido cuidar de su hijo y sacrificar nuestro amor por él, me mataría realmente llegar a otra conclusión; por ejemplo, que solamente fui para ella la pasión y el desenfreno que Frank nunca le ofreció, que jamás cambió, que siempre fue la manipuladora, egoísta y vanidosa mujer que yo conocí, aquella que no le importaba pisotear a quien fuese con tal de sentirse importante.
No... esa no era mi Elisa, no era la que temblaba entre mis brazos mientras me confesaba que me amaba, no era la mujer con la cual soñé tener una familia. Creo que voy a terminar loco, quizás sea lo más seguro, pero antes haré un último intento, buscaré mi camino, reconstruiré mi vida y al igual que lo hizo la niña de mis ojos, me sacrificaré dejándola en el pasado, lo haré por este amor que aún invade mi pecho, lo haré por Frederick, él es inocente y no merece crecer lejos de su madre, ni Elisa merece vivir lejos de él.
Me siento tan casando hermano, completamente devastado y ya no queda en mí mucho que salvar, pero no me rendiré, no soy de los hombres que lo hacen, eso no fue lo que nuestro padre nos enseñó. Por él, por ustedes y por Elisa saldré adelante... me mantendré en pie por cada uno; sin embargo, no puedo prometerles que seguiré siendo el mismo, ni a ella que la esperaré... toda mi paciencia fue puesta a prueba en estos últimos años, primero junto a Elisa y después separado de ella, ya no sé si pueda sostener las promesas que le hice.
Nunca debí prometerle tantas cosas, nunca debí... Le dije que lucharía hasta mis últimas fuerzas, que jamás nada nos separaría, que la llevaría conmigo, que sin ella no podría vivir... Lo que más deseo en este momento es verla, aunque sea una vez más y pedirle perdón por renunciar de esta manera, por ser un cobarde y dejarme vencer... quizás no me perdone, a lo mejor es lo que merezco pues le fallé... le fallé a ella y a todos.
Perdóname tú también hermano, perdóname por ser el miserable que fui, por ser egoísta, estúpido y arriesgar de esta manera a mi familia, cuida por favor de todos, cuida mucho de Johanne y Johanna, diles que las amo y les estaré escribiendo muy pronto, tranquiliza al viejo, dile que le ruego que no intente venir a buscarme o hacer que regrese a París, necesito estar solo... deseo estar solo por favor Pierre, no dejes que nada malo les pase a ninguno.
Tu hermano que te quiere,
Jules Le Blanc.
Jean Pierre no pudo evitar que un par de lágrimas descendieran por sus mejillas, le dolía saber a su hermano en medio de tanto sufrimiento, saberlo tan desolado, Jules era un buen chico, uno valioso y lleno de generosidad pero se había equivocado al entregar su corazón a una mujer casada, una absolutamente prohibida; no podía culparlo, las cosas solo sucedían cuando debían suceder y si su destino era conocer y amar a Elisa, si ese había sido su riesgo por amar, lo había asumido con entereza y ahora le tocaba perder, solo esperaba que algún día lograra recuperarse de todo esto y tener la vida que se merecía, una plena y suya, sin deberle nada a nadie.
Ivette escuchó atentamente, solo aquella parte que Jean Pierre le leyó, creyéndolo conveniente y aunque se sintió igual de mal por el dolor de su niño, en el fondo de su corazón sabía que Jules necesitaba sanar sus heridas en soledad.
La noticia en la mansión Le Blanc los tomó a todos por sorpresa, Jean Paul insistió en ir a buscar a su hijo, en estar a su lado pero Ivette y Jean Pierre lo convencieron para que le diese su tiempo, también lo hizo Johanne que aunque sentía mucho la ausencia de Jules, sabía que habían momentos en los cuales alejarse era lo mejor, todos quedaron consternados pero llenos de esperanzas en que este nuevo cambio sería favorable para el joven, no importaba el tiempo que le llevara sanar su corazón herido.
Elisa se encontraba jugando en el jardín con los niños, eran los únicos que podían hacerla sonreír de verdad, se había dedicado a entregarle su vida a ellos, aunque los sentimientos siguieran congelados en el tiempo, hacía casi tres años desde la última vez que se había sentido mujer en los brazos del hombre que amaba.
Casi tres años que no se veía en los ojos de Jules, su niña estaba cerca de cumplir los dos años y cada día se parecía más a él, cada vez más los gestos al hablar o reír la acercaban a ese pasado que se alentaba a olvidar o al menos a no pensarlo para que no doliera tanto.
Estaba empezando a perder las esperanzas porque la única persona que le daba noticias de cómo se encontraba el hombre al que amaba ya no sabía nada de él, temía que Kellan Parrichs le estuviera mintiendo, pero lamentablemente veía en los ojos de él la verdad.
Él tampoco sabía nada de Jules y eso solo provocaba un agudo dolor a su alma, aumentaba su desesperación por querer liberarse e ir a buscarlo, pero por las noches se alentaba a proseguir con su plan, un plan que parecía no llevarla a ninguna parte, pero ella era muy orgullosa para admitir delante de su hermano que se había equivocado y que al parecer debía acostumbrarse a vivir atada a Frank Wells.
Ese hombre al que en silencio odiaba, ese hombre que era tan especial con sus hijos y hasta con ella misma, pero sabía que solo era porque la quería a su lado. Todos los días al despertar suplicaba en silencio que Jules siguiera amándola, que no la olvidara porque verdaderamente moriría si eso llegara a pasar.
Nunca antes ninguno de los labios de todos los chicos que había besado Johanne había despertado las emociones que acababa de vivir con el beso que le había robado a Thierry.
Lo sorprendió mientras paseaban por el jardín, estaba segura que él sentía por ella más que amistad, que disfrazaba sus verdaderos sentimientos, pero por respeto y por mantener la distancia que la sociedad les imponía no se aventuraba a expresarle que sus anhelos iban más allá de ser solo un confidente.
Se cumplía un año desde que tuvo el accidente, sus cicatrices eran apenas perceptibles y él había demostrado que verdaderamente eso no le importaba. Un año desde que Jules le había hecho saber que él era alguien especial, también casi un año desde que no veía a su hermano al que extrañaba profundamente.
Thierry correspondió al beso de manera ferviente, provocando una sensación de vértigo alrededor, era realmente extraordinario besar a alguien después de haberlo deseado tanto, de haber estado a cientos de besos de hacerlo, pero nunca haber encontrado el valor, era maravilloso disfrutar intensamente ese contacto tan anhelado, esa entrega tan esperada.
—Esta misma noche hablaré con el señor Le Blanc —aseguró él apretándola contra su cuerpo mientras Johanne seguía dándole cortos besos.
—No tenemos que hacerlo tan formal.
—Quiero hacerlo realmente formal, no quiero seguir conteniendo mis deseos de tocarte ni de besarte, desde que tenía diez años y descubrí que eras la niña de siete años más linda que mis ojos pudieran apreciar, he vivido once años de mi vida conteniéndome hasta llegar a este momento —le acunó el rostro y le dio un tierno beso en la frente—. Quiero besarte todos los días que me quedan por vivir y a todas horas —aseguró regresando a los labios de Johanne, manteniéndose escondidos entre los arbustos de la mansión Le Blanc, temiendo que Jean Pierre los descubriera antes de que pudiera pedir la autorización del señor Jean Paul.
Armand, el joven que había sido contratado por los hombres de Frank y trabajaba como jardinero en la mansión Le Blanc, siempre se las ingeniaba para recibir la correspondencia y así enterarse personalmente de cada misiva que Jules Le Blanc enviaba desde Australia, donde llevaba más de un año radicado, así se lo confirmaban la dirección y las estampillas en los sobres.
—Disculpe señor Le Blanc —el chico detuvo a Jean Paul en su andar hacia la casa—. Esto llegó hace unos minutos —le tendió el sobre después de haber verificado que provenía de Australia.
Para él saber qué decían las cartas era imposible porque no podía arriesgarse de esa manera, estaba seguro que con la información que entregaba a los hombres era suficiente.
—Gracias Armand —le palmeó el hombro y siguió mientras rasgaba el sobre.
A Jean Paul le agradaba leer buenas noticias de su hijo, parecía que por fin estaba encausando su vida, en cada palabra expuesta en el papel se podía sentir que se estaba dando otra oportunidad para vivir, una vida que era completamente de él.
Agradeció al cielo por esa nueva mujer que al parecer era especial, primera vez en mucho tiempo que hablaba de alguien más que no fuese Elisa Wells. Estaba seguro que Jules solo necesitaba tiempo para olvidar por completo esa gran desilusión amorosa y salir adelante.
Terminaba de leer cuando llegó Jean Pierre en compañía de Edith, ambos querían darle una noticia, pero prefirieron que fuera en el despacho, por lo que el hombre en medio del desconcierto de ver a su hijo tan serio, olvidó la carta dejándola sobre la mesa.
Ese fue el momento justo para que Armand pudiera hacerse de un dinero extra, siendo realmente precavido entró a la sala y se apoderó de la misiva, nadie podría culparlo porque él no tenía permitido entrar por la puerta principal.
Al fin llegaron al restaurante que se encontraba a las afueras de la ciudad, de inmediato una mesa fue asignada para ellos, quienes compartieron en el lugar poco más de una hora con el mismo ánimo que los había acompañado durante el trayecto y que se mantuvo cuando emprendieron el regreso al edificio Anderson.
Estaban por tomar la intercepción que unía cuatro de las principales rutas del estado cuando un auto pasó a gran velocidad cerca de ellos y pudieron ver a tres hombres que aparentemente iban en estado de embriaguez por el alboroto que hacían; eso hizo que George, quien iba al volante tuviese que desviarse del camino y detuviese el auto al borde del mismo porque casi lo habían hecho chocar contra otro auto de la vía contraria.
Después de eso no se podría decir con exactitud qué sucedió, solo que el auto con el cual casi chocaban giró en U con rapidez y se colocó detrás de ellos, tan cerca que le impedía mover el coche, puesto que frente se hallaba un gran árbol, segundos después y antes de que alguno de los caballeros Anderson pudiese reaccionar el otro auto que había pasado con los tres hombres supuestamente ebrios se detuvo a un costado, dejando al vehículo del magnate completamente bloqueado a un borde del camino.
—¿Qué es todo esto? —preguntó Sean molesto, haciendo un ademán para salir del auto.
—No, espera... —le pidió Brandon sosteniéndolo del brazo al ver que dos sujetos bajaban del que estaba junto a ellos—. Esos hombres están armados, será mejor que esperemos aquí y no hagamos nada imprudente —agregó con la voz tensa.
—Sean, haga lo que le pide Brandon... es mejor guardar la calma —mencionó George observando todo con sumo cuidado.
—No me gusta nada la actitud de esos tipos... había notado que ese auto nos seguía desde el restaurante, pero no quise parecer paranoico y por ello no dije nada... pero estoy seguro de que era el mismo auto —expuso Daniel en voz baja al ver que bajaban dos hombres más.
Los cuatro sujetos caminaron con paso seguro hasta el auto con el escudo de una de las familias más importantes de América, habían bajado las capuchas que tenían ocultas en sus sombreros y ahora mostraban sus armas, con toda la intención de intimidar al cuarteto de millonarios que se hallaba en medio de ellos, después de hacer un par de señales uno de los hombres, el que fungía como jefe se acercó a la puerta del magnate y la abrió con tranquilidad.
—Buenas tardes señores... necesito que guarden la calma y no intenten nada estúpido, esto será rápido y sencillo, señor Brandon Anderson por favor baje del vehículo y acompáñeme, usted también señor Johnson venga conmigo... —indicó mirándolos.
—Espere un momento... no puede venir aquí y darnos órdenes de esa manera ¿Quiénes son y qué desean? —inquirió Sean con voz desafiante.
—Señor Caldwell... Dije sin estupideces y esas preguntas son bastante estúpidas, al menos la primera jamás la conocerá y la segunda... bueno a su debido momento, ahora por favor si es tan amable de permanecer en el auto junto a su primo y colaborar con mis compañeros, tenga por seguro que no les sucederá nada malo a ninguno de los cuatro pero deben colaborar o de lo contrario, a mis compañeros y a mí nos tocará hacer uso de la fuerza y le aseguro que usted no desea eso —indicó sin titubear y le hizo un ademán a Brandon para que bajara.
El rubio respiró profundamente y se armó de valor pensando de inmediato en su mujer y sus dos hijos, debía guardar la calma por ellos, debía mantenerse atento y ser cuidadoso por ellos.
George bajó con rapidez y no permitió que alejaran al rubio de él más que un par de metros, se volvió para mirar a los chicos quienes comenzaban a ser atados por los otros dos hombres y les pidió una vez más con la mirada prudencia.
—¿Qué es todo esto? Si desean algún tipo de rescate... podemos negociarlo aquí mismo sin tener que poner en peligro la vida de todos, les aseguro que lo que pidan les será entregado, solo tiene que solicitarlo —mencionó George intentando mediar con el jefe.
—No se trata de dinero señor Johnson... al menos no es a ustedes a quienes le cobraremos sino a alguien más, un amigo desea entrevistarse con usted... —respondió observando a Brandon y luego continuó—: Nos ha pedido que lo llevemos ante él, eso es todo... intente relajarse y nosotros también lo estaremos —señaló abriendo la puerta del otro auto e invitándolos a subir en la parte trasera.
—Yo no soy un hombre de cuentas pendientes ni de enemigos... quien quiera que le haya enviado a buscarme está en un error, pero de no ser así no creo que haya necesidad que mis sobrinos se vean involucrados en esto... le pido que los deje ir —decía el rubio negándose a subir al ver que vendaban a Sean y a Daniel.
—En realidad este es un pedido especial, tres Anderson en lugar de uno es muy beneficioso, casi como sacarse la lotería ¿No le parece? Pero no se preocupe por ellos, van en la misma dirección que iremos nosotros, le doy mi palabra que si todos colaboran no tendremos nada que lamentar y esto terminará muy pronto... Ahora suba al auto que no podemos exponernos de esta manera —contestó con autoridad y apoyó una mano en el hombro del rubio para hacerle ver que debía obedecerlo.
Después de dos horas los autos al fin se detenían, primero se apagó el motor del que Brandon abordaba junto a George, luego otro más y al final un tercero, rogó con ahínco que en uno de ellos estuvieran sus sobrinos sanos y salvos; sintió que alguien abría la puerta y sin mediar palabra lo sacaba del auto, teniendo al menos el cuidado de no permitir que se golpeara o tropezara y terminara cayendo.
—¿Dónde se encuentran mis sobrinos? —inquirió al sujeto que lo guiaba—. ¿George? —preguntó una vez más al no recibir respuesta.
—Estoy aquí Brandon... no te preocupes —decía cuando el rubio lo interrumpió.
—¡Sean, Daniel! —exclamó arriesgándose, temía que les hubiesen hecho algo.
—¡Silencio! —lo amenazó el hombre apretándole el antebrazo con fuerza.
—Le he hecho una pregunta y no me ha respondido, necesito saber que están bien —mencionó mostrando su angustia.
—Ellos están bien, en minutos se reunirán... colabore señor Anderson, no haga que las cosas empeoren, esto terminará pronto siempre y cuando ustedes hagan exactamente lo que le indiquemos —dijo con tono hosco al tiempo que empujaba una pesada puerta de madera y lo hacía bajar unos escalones que crujían bajo sus pasos.
—¿Tío? ¿George? ¿Tío Brandon? —inquirieron los dos jóvenes al mismo tiempo, ya se encontraban en el interior de la habitación.
—Aquí estamos... aquí estamos chicos, intenten calmarse por favor —contestó el rubio.
—¿Qué es lo que desean estos hombres? ¿Le han hecho algún tipo de exigencia? ¿Pedirán un rescate por nosotros? —preguntó Sean quien se notaba más alterado.
—No han dicho nada... solo que alguien desea verme o algo así —respondió Brandon al sentir que la puerta se cerraba; al parecer ellos quedaban solos en el lugar.
—Tenemos que ser prudentes, no podemos poner en riesgo nuestras vidas, tenemos una familia que nos espera en casa... solo les pido que se calmen, sobre todo tú Sean —pidió el tío.
No habían pasado dos minutos cuando los hombres regresaron, se acercaron hasta ellos y les quitaron las vendas, después los guiaron hasta unas sillas en medio de la habitación que se encontraba oscura y con un fuerte olor a humedad, parecía un lugar que no había sido usado en años, como una especie de sótano cubierto de polvo y telarañas.
Ahora eran seis los sujetos que los custodiaban, todos con armas colgando de sus cinturones, a la vista de los cautivos como clara advertencia que debían permanecer en completa calma.
Algunas voces se empezaron a escuchar desde lo que parecía el piso superior, aparentemente un hombre discutía con otro o le reclamaba algo, también pasos apresurados y golpes de puertas al cerrarse, luego de eso vieron entrar al que actuaba como jefe, pero no lo hizo por la puerta por donde habían entrado los demás sino, por otro lado, por una puerta oculta entre las sombras.
—El jefe no esperaba esta reunión familiar, pero ya que todos están aquí ha decidido que ha sido lo mejor, dentro de poco conocerán el motivo de su traslado a este lugar; por lo pronto pónganse cómodos. Quizás deseen algo de tomar —indicó con una sonrisa amable.
—Si de verdad desea colaborar con nosotros podría al menos desatarnos, estas cuerdas están destrozando nuestras muñecas —mencionó Sean con molestia.
—Permítame señor Caldwell, haré lo que me pide confiando en su palabra de que no hará nada, es un tipo inteligente y sabe que lleva las de perder si intenta alguna estupidez, ahora si no me cree, pregúntele a su primo, él sabe más de números que todos los aquí presente —acotó con sorna.
Escucharon una puerta abrirse, de nuevo era aquella por donde había entrado el jefe de los secuestradores, la que estaba oculta al final del pasillo; las respiraciones de los cuatro caballeros se detuvieron al instante y sus ojos se enfocaron en las penumbras a la espera de ver salir al hombre que había planeado todo eso, pero nada sucedió, el mismo permaneció oculto entre las sombras; sin embargo, ellos podían sentir su mirada sobre cada uno.
—Quizás sea mucho lo que le voy a pedir pero necesito comunicarme con mi casa, le doy mi palabra de que no alertaré a nadie sobre lo que está ocurriendo, solo deseo hablar con mi esposa... no sé, inventarle que... que hemos salido a dar una vuelta, si ella llama a la oficina o la llaman al ver que ninguno ha regresado, eso podría angustiarla y en su estado esto no es conveniente, mi mujer espera un bebé... está en sus primeros meses y no puede recibir impresiones fuertes... por favor, déjeme hablar con ella —pidió Brandon con la rapidez que los nervios le producían, ni siquiera supo si el hombre le había entendido porque lo miraba desconcertado pero rogaba porque se condoliese de él.
—Señor Anderson, sabe que lo que me pide es... —decía cuando un par de golpes en la madera al fondo del lugar lo detuvieron.
Se volvió para mirar y sintió la tensión invadirlo, se alejó sin darle más respuesta al rubio quien lo siguió con la mirada, angustiado ante la negativa que había recibido.
El hombre llegó hasta la figura alta y delgada que lo esperaba entre el negro cerrado que llenaba ese lugar donde apenas se podía apreciar que había alguien más por la respiración sosegada y las pupilas brillantes mirando con atención a los cuatro hombres sentados en el salón.
—Venda de nuevo a Anderson y llévalo hasta la otra habitación, allí hay un teléfono... Permítele que haga la llamada, pero asegúrate de que sea a su esposa... el nombre de la mujer es Fransheska, si no lo usa al principio o notas algo extraño cortas la comunicación y lo traes de regreso. No vayas a lastimarlo, llévate a otro de los hombres contigo para intimidarlo y que no vaya a querer dárselas de héroe —indicó con autoridad.
—Pero... —se disponía a protestar cuando el hombre lo detuvo.
—Haz lo que te digo sin refutar, el hombre es sincero, es evidente que está angustiado porque algo pueda alterar a su mujer; además, no tardarán en extrañarse por su ausencia, él debe reportarse; ve y haz lo que te solicita, ella debe permanecer tranquila en su estado, no me perdonaría que le sucediese algo... dile que intente mostrarse calmado —explicó en susurros.
El hombre asintió y se alejó con paso seguro, llegó hasta Brandon y le indicó que se pusiera de pie, después de eso lo vendó y lo ató nuevamente para sacarlo del lugar por la puerta que estaba oculta entre las sombras.
Brandon pudo sentir la presencia de alguien más cuando se desplazaban por el pasillo, pudo sentir su respiración y su temperatura corporal; el lugar era muy estrecho para que cuatro personas estuviesen ahí sin notarse, pero ni poniendo toda su atención en descubrir un aroma en particular consiguió descubrir de quién se trataba, no había nada que le indicara que era un conocido.
La comunicación con Fransheska solo duró unos minutos, se obligó a mostrarse casual y a mentirle diciéndole que había decidido escapar con George y los chicos a un restaurante a las afuera de la ciudad para liberar un poco de tensión después de la reunión de esa mañana que había sido extenuante, aunque había dicho medias verdades logró convencer a su mujer de su relato y la dejó completamente tranquila e inocente de la realidad que atravesaba. Regresó al salón y les comentó a sus sobrinos y a George lo que había hecho, tranquilizándolos cuando les dijo que le había pedido a Fransheska que si alguna de sus esposas llamaba que les dijera que todos se encontraban juntos y bien. La tensión no había abandonado a los caballeros un solo instante; por el contrario, a cada minuto que pasaba los invadía aún más, ya Daniel comenzaba a sudar y sentirse mareado, aunque el lugar se encontraba frío y oscuro.
A Sean le pasaba igual, quizás la postura y la ansiedad por liberarse de todo eso de una vez por todas, que alguien les dijese qué hacían allí, pero nada sucedía, los estaban llevando a un estado de tensión que amenazaba con destrozarle los nervios, de pronto unos pasos comenzaron a acercarse resonando en la madera y la luz comenzó a iluminar un par de zapatos de cuero oscuro.
Los cuatro pares de ojos de los cautivos que se encontraban en medio del salón seguían al igual que la luz la figura que comenzaba a mostrarse lentamente ante ellos y cuando al fin la claridad de la bombilla iluminó el rostro del responsable de su secuestro, nadie podía dar crédito a quién era.
—¡Usted! —exclamó Brandon con asombro.
—¡¿Qué demonios?! —la voz de Sean sonó quebrada ante la sorpresa mientras que Daniel y George se quedaron paralizados.
Nota: ya nos estamos acercando al final de la historia.
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