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CAPÍTULO 64

La íntima reunión que se realizó en la mansión Wells con el motivo de celebrar el primer año de la pequeña Germaine había llegado a su fin, solo fueron invitados miembros de la familia, esos que habían brindado su apoyo incondicional a Elisa.

El personal de servicio de la mansión empezaba a ordenar el salón mientras que Germaine se encontraba dormida en los brazos de Frank, su inseparable padre, quien le brindaba más atenciones y tiempo que a su propio hijo.

—Ya se quedaron dormidos, Frederick mucho antes que Valentina... No sé de dónde saca tantas energías mi muñeca —la voz de Daniel irrumpía en la terraza donde se encontraba Elisa con la mirada perdida en el jardín—. ¿Pasa algo? —preguntó al verla taciturna.

Elisa se encontraba sumida en sus pensamientos, felicitando mentalmente al hombre que aún le secuestraba los sueños, sabía que con el cambio de horario en Francia ya él tendría 28 años, sintiendo cómo el corazón se le oprimía, los latidos dolían y la ahogaban pero no podía hacer nada, era imposible al menos abrazarlo; con eso se conformaría, quería una vez más sentirse entre sus brazos, esconder su rostro en el cálido pecho y arrullarse con los latidos de su corazón.

—No, todo está bien —contestó volviéndose y fingiendo una sonrisa—. Todo quedó muy bonito, ¿viste lo feliz que estaba Germaine? —preguntó alargando la mirada al interior del salón donde su hija era resguardada en los brazos del dragón.

—Sí, estaba muy feliz, es algo que no veo en su madre... aunque te empeñes en ocultarlo, sabes que a mí no me engañas Elisa —susurró las últimas palabras sintiendo tanta impotencia y lástima por su hermana.

—Estoy bien, todo está bien... Daniel, sé con qué cartas juego... No te lo voy a negar, hay fechas en las cuales la distancia y la ausencia son mis peores enemigas.

—¿Qué cartas Elisa? ¿Esperar a que ese maldito se muera? —siseó acercándose a ella para evitar que Frank escuchara, porque estaba seguro que solo estaba ahí haciéndose el estúpido con la única intención de escuchar el mínimo intercambio de palabras entre ellos—. ¿Mientras sigues perdiendo el tiempo y cerrándoles las posibilidades a los demás?

—Daniel por favor, te he dicho que no te metas en la decisión que he tomado... respétala, sé lo que estoy haciendo.

—No, no lo sabes... te estás dejando manipular por el hijo de puta de Frank, está actuando con inteligencia y tú te crees muy lista, solo te está llevando a donde él quiere que estés, yo solo pienso el momento en que Le Blanc se entere por algún medio de Germaine ¿Lo crees tan estúpido para no relacionarla?

—Jules va a comprender mi proceder, él me ama.

—Te ama... porque no tiene idea de lo que le estás ocultando, muchas veces intento pensar, ponerme en la situación y créeme yo no lo perdonaría, no podría, le estás robando los años más importantes de su hija y todo por cobardía.

—Por amor.

—Por miedo Elisa, es por miedo y lo sabes... Deja de ser tan sumisa. ¿Dónde está mi hermana? La quiero de vuelta, la quiero armando un plan para liberarse, pero un plan que no sea de tiempo. Hay que actuar, poner manos a la obra.

—Tu hermana perdió la capacidad en el momento que se convirtió en madre; ya no es mi vida, ya no soy yo, mi vida depende de mis hijos, nunca imaginé que llegaría a este punto, tal vez si tuviese la oportunidad de regresar a los quince y mirar al futuro me consideraría patética, pero mis hijos me cambiaron la vida, el hombre que amo me cambió la vida —susurró buscando la mirada de Daniel para que mirando en sus ojos viera sus razones y pudiera comprenderla un poco.

—Fueron cambios que agradezco, eres más humana pero tampoco te quiero mártir.

—Yo estoy luchando, estoy actuando con la misma frialdad de Frank, poco a poco me ganaré nuevamente su confianza.

—¿Y mientras qué? El mundo no se va a detener solo para esperar a que tú armes tu maravilloso plan Elisa, debemos avisarle a Jules... Él tiene el derecho de saberlo, yo podría viajar y hablarlo con él, lo calmaré, trataré de que no interfiera en lo que tienes planeado.

—No lo conoces Daniel, me ha costado un mundo mantenerlo lejos, me ha tocado mentirle para eso porque sé que a la primera tirará por la borda todo lo que he conseguido hasta hoy... no lo quiero muerto, está vivo y sé que está bien, eso para mí es suficiente.

—¿Y qué has conseguido? Te veo estancada... Frank está haciendo contigo lo que se le da la gana, se encarga de mantener el circo que a él le conviene.

—Es lo que yo quiero hacerle creer, aquí quien está manipulando soy yo, sé perfectamente cuándo y cómo lo hago, de eso tengo mucha experiencia y lo sabes.

—Pues creo que has perdido facultad, ya no sé qué hacer para ayudarte —confesó llevando su mano y frotando uno de los brazos de la chica con ternura—. Ayúdame un poco hermanita, no quiero verte así.

—Ya no me ayudes Daniel... agradezco todo lo que has hecho por mí, el amor que me brindas, pero ya no necesito tu ayuda, esto lo haré yo sola, es lo que he decidido —aseguró acercándose y dándole un beso en la mejilla—. Voy a llevar a Germaine a su habitación, eres el mejor hermano que pueda existir —confesó acariciándole la mejilla y mirándolo a los ojos para después bajar la mirada y encaminarse al salón.

Daniel no se atrevió a volverse y verla acercarse a Frank, prefirió perder su mirada en el jardín, sintiéndose cada vez más en desacuerdo con Elisa, pero no quería presionarla porque sabía que no era fácil la situación; sin embargo, estaba muy equivocada si creía que él desistiría en su afán por liberarla del yugo de Wells.

—¡Mira que hermosa!, aún dormida sonríe, está muy feliz —dijo Frank acariciándole una de las mejillas a la niña con uno de sus pulgares al ver a Elisa pararse a su lado.

—Sí está feliz, no paraba de reír... Gracias por querer tanto a Germaine —dijo apegándose cada vez más a ese plan que elaboraba día a día.

—Es mi hija y se merecía mucho más, espero que para el próximo año sí le hagamos una celebración como la que se merece.

—Sí, para el próximo año ya será más consciente de su fiesta, ya comprobé que le gusta mucho interactuar con otros niños... Voy a llevarla a su habitación —pidió doblándose para cargarla.

—No te molestes, yo mismo la llevaré. Si quieres me acompañas y así la arropamos entre los dos.

—Bien, me parece buena idea.

Frank se puso de pie con la niña en brazos y Elisa lo siguió al borde de las escaleras, ella le colocó la mano en la espalda, guiándolo y al mismo tiempo ofreciéndole una muestra de cariño, la cual fingía; empezaba a ascender por los escalones cuando desvió la mirada a su hermano en la terraza, él no la miraba.

Después de dejar a Germaine en su habitación se fueron a la habitación matrimonial, Elisa esperó a que Frank se durmiera y cuando estuvo completamente segura de ello se levantó y salió con mucho sigilo.

La puerta de la habitación del frente la instaba a entrar y al menos revivir un poco los recuerdos, por lo que sin pensarlo entró y se encerró en ese lugar que Jules habitó, era lo más cercano al paraíso que había conocido, fue donde por primera vez sintió con tanta intensidad, donde pasó momentos extraordinarios que le nublaron la razón, ya el aroma del hombre que amaba no danzaba en el aire; sin embargo, al cerrar los ojos podía imaginarlo en el quicio de la puerta que daba al baño.

Lo extrañaba demasiado, la ausencia dolía cada vez más, sabía que no estaba siendo justa con él, que solo se había empeñado en mostrarle que no había sido tan importante en su vida, pero si solo supiera que era lo que más apreciaba y que ella prefería sacrificarse tan solo por saberlo bien.

Se encaminó a la cama y se acostó en el lado que ella ocupaba cuando dormía con él y se arrepintió de haberlo hecho en ese momento, no debió dormir, debió admirarlo un poco más, solo un poco más. En momentos como ese no podía soportar su dolor y empezaba a deshacerse en llanto, éste la volvía nada, solo quería tenerlo ahí con ella, abrazándola, susurrándole al oído que la amaba y que todo iba a estar bien, que dentro de poco volverían a estar juntos y esos momentos de dolor no serían más que un amargo recuerdo.

Llenar el momento de recuerdos no era suficiente, necesitaba la presencia, su imagen estaba fija en su memoria pero lo quería a él, sentía que toda coraza que se había impuesto, que esa máscara que cubría su dolor se estaba desmoronado poco a poco, solo si alguien en el cielo, el infierno o donde fuera escuchara sus súplicas y le diera una salida radical a todo ese dolor, si la ayudaran a liberarse de su prisionero todo fuese absolutamente distinto.

Después de un mes viajando en barco, Jules se sentía con la suficiente calma y confianza como para lograr su objetivo, sacar a Elisa de esa casa donde era prisionera y marcharse muy lejos a donde pudiesen ser felices y amarse con libertad.

Esta vez no existiría nada que se lo impidiera, no estaba dispuesto a volver a Francia con las manos vacías, no de nuevo. Después de analizar las cosas con cabeza fría llegó a la conclusión de que no podía actuar de manera impulsiva, no podía exponer a Elisa, Frank estaba obsesionado con ella y era capaz de todo por mantenerla a su lado, incluso de hacerle daño; tenía los documentos de los tres y en cuanto llegara a Nueva York, investigaría la mejor manera de salir del país sin que Frank les siguiera la pista, podían escoger un país alejado para no levantar sospechas en él; después retomarían su vida de manera normal.

La llevaría a ella y a Frederick, crearían una familia, él quería a ese niño como si fuera suyo y ser su padre de ahora en adelante sería un orgullo, le daría a la mujer que amaba todo lo que merecía y más, Elisa era su reina y justo así la trataría.

Todas esas ideas rondaban la cabeza de Jules mientras el barco hacía su entrada al puerto de Nueva York, el tiempo de viaje le había ayudado para organizar cada detalle cuidadosamente, evitar errores que pudieran derrumbar sus planes, tenía que lograr que Elisa y Fred salieran de la casa como primera opción, si eso no era posible entonces entraría él, contrataría a varios hombres para que lo ayudaran a sacarla de allí, se pondría en contacto con Dennis y si la chica lo deseaba, también se la llevaría a ella y a su prometido, quien a estas alturas ya debía ser su esposo; después de todo, necesitarían gente de confianza y conocida que ayudaran a Elisa a sobrellevar la fuga.

Los planes en su cabeza eran sencillos y rápidos, se podían llevar a cabo con facilidad, se veía salir triunfante de la situación, feliz y disfrutando de la vida como la conocía cuando estuvo junto a Elisa. No, más bien una vida mejor aún que como la conoció, una perfecta. Pero en el plano real todo era más complicado; ya había pasado varios días desde que se había instalado en un modesto hotel en el centro de la ciudad, no se había puesto en contacto con Kellan por temor a que pudiese estar siendo vigilado; después de aquellos hombres que descubrió en París siguiéndolo, no le extrañaría nada que Frank también estuviese al tanto de cada uno de los pasos de su amigo.

Solo esperaba que aquella idea que le dio Jean Pierre de crear una pantalla funcionara; ante todas sus amistades en Francia él se había trasladado a las minas en Australia, supuestos conflictos requirieron de su presencia allí, así que él como el buen hijo y el hombre preocupado por los negocios de su padre se había marchado al lejano país, incluso se hizo una fiesta de despedida, se compraron los boletos y se envió a otro hombre en su lugar, todo para despistar a los sabuesos de Frank.

De todo esto ya habían pasado muchos días, para ser exactos cuarenta y dos, un mes de viaje y doce en América, doce días en los cuales no había logrado ver a Elisa, ni saber nada de ella; todos los días revisaba los diarios, las revistas de sociales, se paseaba por las calles donde se ubicaban las empresas Wells, por la mansión.

Cambiaba de auto cada tres días para no levantar sospechas, hasta se había dejado crecer la barba y llevaba el cabello recogido en una coleta. Esta vez no dejaría que Frank lo descubriera y arruinara sus planes, esta vez podía jurar que le ganaría la partida, lo estaba dejando confiarse, ese era su punto a favor, que Frank no sospechara de sus planes, solo de esa manera lograría alcanzar su objetivo, debía actuar con inteligencia y frialdad.

Elisa se encontraba junto a Frank en un prestigioso restaurante de la ciudad, había llegado hasta el lugar en compañía de su esposo para asistir a un almuerzo de negocios, en primera instancia intentó negarse, pero cuando Frank le mencionó que eran hombres muy importantes y que sus señoras esposas también los acompañarían, a la pelirroja no le quedó más remedio que esbozar una sonrisa y aceptar.

Debía mantenerse en su postura, debía dejarle ver a Frank que estaba dispuesta a ser delante de todos, la abnegada señora Wells, solo de esa forma se ganaría su confianza de nuevo y el hecho que le permitiera salir a menudo ya era un avance.

La conversación giraba en torno a la nueva adquisición de unos almacenes al norte de la ciudad, los mismos serían acondicionados para crear talleres para la reparación de los barcos y los trenes que eran propiedad de su esposo, a Elisa poco le importaba todo eso así que solo se limitaba a asentir y a sonreír cuando lo creía necesario, en el resto de la reunión se mostró taciturna como siempre. Siendo la muñeca que deseaba Frank, fría, hermosa y educada.

Jules iba rumbo a la mansión Wells una vez más, sabía que a esa hora Frank no se encontraba ahí y eso le brindaba la oportunidad perfecta para pasearse por el lugar y ver alguna posibilidad de entrar, estaba por cruzar en una calle cuando vio frente a un establecimiento tres de los autos de Frank, los reconoció por el escudo en el capó, también porque junto a éstos se encontraban cuatro de sus guardaespaldas.

Algo dentro de su pecho vibró con fuerza, como un presentimiento imposible de obviar, por lo que estacionó al otro lado de la calle, después de unos minutos la voz de la razón le gritaba que estaba perdiendo su tiempo, que si Frank se encontraba en un almuerzo de negocios era su mejor oportunidad para ir a la mansión y encontrar la forma de entrar, estaba a punto de poner el auto en marcha de nuevo cuando vio movimiento frente al local y los guardaespaldas se acercaron a la puerta.

Elisa daba gracias a Dios por haber permitido que la reunión hubiera terminado, ya no soportaba más mantener esa sonrisa forzada en los labios ni mucho menos las miradas de amor que debía dedicarle a Frank delante de aquellos extraños, quizás él podía notar que todo era mentira, pero ella deseaba que supiese que estaba dispuesta a demostrarle a los demás que le seguía el juego, que quería mostrarse ante todos como la pareja perfecta.

Los primeros en salir fueron los socios de Frank, para finalmente cederles el paso a ellos, ya los guardaespaldas los esperaban como hienas a las afueras del establecimiento, mostrando sus caras largas para que Frank se tragara el cuento que era intocable.

Jules se llenó de emoción en cuanto la vio, su pecho era muy pequeño para albergar su corazón, estaba realmente hermosa aunque la veía un poco más delgada, pero lucía radiante como la más hermosa de las diosas; mataría por abrazarla en ese instante, por decirle que la amaba con tanta fuerza que no sabía de conciencia y menos de razón, que ese sentimiento se había mantenido intacto en todo el tiempo transcurrido y que la deseaba como nada, la veía caminar sonriente del brazo de Frank, decidió olvidarse de él y concentrarse solo en ella, sentía que estaba soñando. Tanto tiempo, tantas lágrimas y angustias.

¡Elisa, mi Elisa, niña de mis ojos! ¡Cuánto te he extrañado amor mío! ¡Cuanto!

Pensaba sintiendo su corazón latir desbocado y de pronto se llenó de temor al ver que ella estaba a punto de marcharse, con rapidez descendió del auto, pero se mantuvo detrás, no debía actuar de manera impulsiva, no podía arriesgarse a perder esa oportunidad, pero necesitaba tanto verla, mirarla a los ojos, que éstos también lo viesen a él.

Dos de los hombres subieron a uno de los autos, la adrenalina se disparó dentro de Jules, esa era su oportunidad para que al menos lo viese y supiese que estaba en América, que había regresado por ella y que necesitaba que lo ayudase, sabía lo astuta que era y que cuando supiera de su presencia, ella buscaría la manera de hacer el encuentro más fácil.

Lo único que los separaba era la calle, estaba más cerca de lo que había estado desde hacía casi dos años, algunos autos que transitaban podían servirle de distracción para que Frank no se percatara de su presencia allí.

—¡Elisa, mírame! —Susurraba desesperado—. Por favor, mírame.... Levanta la mirada, estoy aquí... estoy aquí. He venido por ti, mírame... ¡Hazlo ahora! —repetía en un ruego.

Dio un par de pasos saliendo de la acera, sabía que se estaba exponiendo demasiado pero no podía escapar, ella era un imán, lo atraía con tanta fuerza que le era imposible resistirse. Sus ojos se posaron en los demás hombres estudiando la distancia que había entre ellos y la pelirroja, Frank se despedía de algunas personas, estaba distraído, esa era su oportunidad, levantó la mano para crear un movimiento y que ella lo divisara.

Pero al otro lado de la acera quien descubrió el movimiento fue uno de los guardaespaldas de Frank, el hombre frunció el ceño y después agudizó la vista para detallar al hombre que hacía señas, le resultaba conocido.

Frank notó la postura que había tomado Walter, el hombre estaba alerta como si hubiese descubierto algo, no tuvo que buscar con sus ojos la causa de ese estado, su corazón le dijo de quién se trataba y se llenó de miedo en segundos, ese miserable estaba allí, había llegado hasta ellos y los había atrapado totalmente indefensos, solo le bastaría gritar el nombre de Elisa para que todo se derrumbara. Esta vez no pensó, solo actuó, envolvió a su esposa entre sus brazos y aun cuando la sintió tensarse no le importó, la miró a los ojos y le depositó un beso en los labios, solo un toque, pero sabía que con eso bastaría, después la miró a los ojos para descubrir si Elisa estaba al tanto de la presencia de Jules en ese lugar.

La pelirroja se hallaba sumida en sus pensamientos cuando sintió cómo Frank la envolvía en un abrazo y la pegaba a su cuerpo, la tensión en ella se hizo presente de inmediato, pero no le dio tiempo de actuar y alejarlo, él ya estaba dándole un beso en los labios. Después de tanto tiempo debía soportar todo eso de nuevo y sintió su cuerpo estremecerse, sus ojos llenarse de lágrimas y su corazón encogerse de dolor, cerró los ojos, no porque el toque le provocara alguna emoción satisfactoria, lo hizo para no derramar las lágrimas que habían subido hasta su garganta, dándole un sabor mucho más amargo al acto de Frank.

—Lo siento... sé que te hice una promesa, pero estás tan hermosa hoy no pude evitarlo Elisa —dijo con la voz ronca y trémula, sabía que ella se había molestado, no logró esconderlo.

Ella pensó que seguramente se debía a la certeza del rechazo que recibiría por su parte y no a la verdadera tormenta que azotaba al francés, no esbozó una sonrisa, ni una palabra, solo bajó la mirada de manera sumisa y dejó que Frank la guiara hasta el auto, en cuanto subió dejó libre un jadeo y cerró los ojos.

Sentía que el odio la estaba llenando de nuevo, ahora con más fuerza, quería borrar ese beso, arrancarse los labios, arrancarse la piel del rostro, quería asesinar a Frank Wells, verlo morir lentamente ¡¿Por qué lo había hecho?! Se preguntó en pensamientos intentando controlar el temblor que la invadía ¡Maldito! ¡Maldito seas Frank Wells! Se repetía llena de ira.

Frank le dedicó una mirada a sus guardaespaldas y subió al auto intentando mostrarse lo más calmado posible delante de Elisa, no quería levantar sospechas en ella, estaba casi seguro de que no había alcanzado a ver a Le Blanc.

La había tomado por sorpresa y a esas alturas ya sabía cuándo Elisa mentía, no lo estaba haciendo, aunque claramente no le había gustado que la besara, quizás después de esto perdería todo el terreno ganado con ella, no le importaba, nada de eso le importaba si al menos conseguía que el miserable entendiese de una vez por todas que ella era su mujer, que era suya y lo sería para siempre.

Jules solo pudo retroceder los dos pasos que había dado mientras sentía el suelo desaparecer bajo sus pies y su mundo dar vueltas, no podía mirar a través de las lágrimas que ahogaron sus ojos, todo él temblaba y solo quería lanzársele a uno de los autos que pasaban para terminar con ese infierno que lo estaba consumiendo de a poco, no podía ni siquiera moverse, solo vio cómo el vehículo que la resguardaba se marchaba, no supo por cuánto tiempo estuvo parado ahí, reteniendo las lágrimas para no ser el hazme reír en plena calle.

Cuando pudo subió al auto y apretó con todas sus fuerzas el volante hasta que los nudillos se le tornaron blancos, las lágrimas por fin salieron mientras todo él temblaba y se maldijo por ser tan estúpido e imbécil, descargó los sentimientos que lo embargaban contra el volante, golpeándolo con las palmas de sus manos mientras se decía que eso era lo que Kellan quería que viera, para que se diera cuenta de que ya no tenía nada que hacer, para que dejara de esperar porque ella había cumplido su palabra, lo había olvidado y decidió quedarse con su familia; a él que se lo llevaran los demonios, tal vez Jean Pierre tenía razón y como le dijo ese día molesto, solo lo usó, solo eso; ahora ella actuaba como si no pasara nada, viviendo una vida feliz al lado de su esposo, el único que salió jodido fue él.

Pero ahora sí se obligaría a olvidarla, así le tocara arrancarse el maldito corazón, pero lo iba hacer, así sea lo último que hiciera.

Encendió el auto y se dirigió al hotel, pagó su cuenta y se marchó dejándole una nota a Kellan, donde le daba las gracias por hacerlo venir para que por fin abriera los ojos, que ya no necesitaba más de su ayuda y que no se preocupara, que él estaría bien, seguía considerándolo su amigo y que podrían mantener contacto pero que el tema de Elisa quedaba erradicado, no quería saber nada de ella ni por error porque a la primera oportunidad que intentara nombrarla, dejaría también de considerarlo su amigo.

Frank Wells se encontraba sentado tras el imponente escritorio de madera en color caoba mientras trabajaba sin parar, un minuto perdido dentro de la compañía naviera y ferroviaria era una fortuna que quedaba en el aire y pasaba a manos de la competencia, ese había sido su lema desde que inició en ese mundo y el cual lo había acompañado día a día.

Le dio un sorbo a su acostumbrado café ruso y regresó la taza de porcelana a su lugar sobre el escritorio sin dejar de leer un contrato, el cual en media hora discutiría con sus abogados, los cuales le explicarían qué tan beneficioso podría ser ese negocio para él. Un llamado a la puerta no fue suficiente para distraerlo ni mucho menos quebrantar su concentración, aún mientras leía contestó.

—Adelante.

Una de las hojas de las puertas dobles que lo aislaban del gran pasillo y por ende del lugar de trabajo de su secretaria, se abrió.

—Disculpe señor, ha llegado el señor Thompson —anunció Elizabeth apenas dando un par de pasos dentro de la oficina.

Ese apellido fue más poderoso que cualquier negocio para Frank, arrancándole toda concentración, casi inmediatamente y con la rapidez que los reflejos podían ofrecerle a su edad se puso de pie, dejó caer el contrato sobre el escritorio y se alisó la corbata en un gesto entre nervioso y ansioso.

—Dile que pase Elizabeth —le pidió sin tomar asiento.

—Sí señor —la secretaría también asintió en silencio como si no fuese suficiente la respuesta que esbozó, cerró la puerta y fue en busca del visitante.

En menos de un minuto el hombre alto de piel clara y cabello oscuro atravesaba el umbral y se adentraba en la oficina con paso seguro, trayendo entre sus manos una carpeta.

—Buenos días señor Wells —le tendió la mano con toda la intensión de saludarlo caballerosamente.

—Buenos días Thompson —recibió el seguro apretón del hombre que demostraba seguridad y confianza—. Tome asiento por favor —le pidió al tiempo que él mismo lo hacía.

—Gracias —esperó a que el hombre tomara asiento para él hacerlo después.

—¿Desea algo? —preguntó Frank acomodando los papeles a un lado, tratando de organizar un poco su escritorio.

—Un café por favor.

—Elizabeth un café para el señor y para mí un vaso con agua —le pidió a la secretaria que mantenía el pomo de la puerta en una de sus manos.

El que no había soltado desde el momento en que abrió la puerta para que el hombre pasara, asintió en silencio y fue en busca del pedido que su jefe le había hecho, cerrando la puerta y brindándole privacidad.

—Bien, supongo que ya tienen noticias —interrumpió Frank el silencio que se instaló por unos segundos.

—Efectivamente señor, tal como habíamos acordado, no vendría sin tener la seguridad —confesó entregándole la carpeta que traía—. Es el informe de pasajeros, ya le había hecho llegar el de salida; sin embargo, se lo he traído nuevamente, el pasajero Jules Le Blanc no tuvo como destino el continente europeo como esperábamos, se dirigió a Oceanía más específicamente a Australia, encontrará el informe de arribo del mismo trasatlántico que nos presenta que el tripulante desembarcó en el puerto; lleva allí siete días, se instaló y visitó la sede de un grupo minero llamado Minas Crown —observaba atentamente cómo Frank revisaba la lista de pasajeros.

—Sí, esas minas son propiedad de la familia Le Blanc, seguramente estará cumpliendo algún pedido de su padre, solo pido no lo pierdan de vista —pidió, pero su voz denotó más una exigencia.

—No lo haremos señor, mis hombres le siguen los pasos, cualquier movimiento inadecuado o sospechoso me lo harán saber... —la puerta se abrió y Frank le hizo un ademán al hombre para que detuviera sus palabras, aunque Elizabeth era eficiente en su trabajo no podía confiar en ella cuando mantenía una relación amorosa con el informante de Jules.

La secretaria con cuidado colocó el café sobre el escritorio frente al visitante, bordeó la mesa e hizo lo mismo con el agua de su jefe para después salir; Elizabeth sabía que si su jefe necesitaba algo más se lo haría saber, una vez más cerró la puerta, por lo que Frank tomó la palabra.

—Quiero que movilices tus hombres en París, saber si se pone en contacto con su familia y tratar de obtener la mayor información posible de lo que sea que esté haciendo en Australia.

—Sí señor, tengo un informante dentro de la casa Le Blanc, un joven que se encarga de la jardinería, fue infiltrado hace poco, luego de que el anterior jardinero fuera contratado en una joyería, de la cual Jules Le Blanc es accionista, al parecer nada a distraído al sujeto de hacer crecer su fortuna —indicó.

—¿Jules tiene acciones en una joyería? —preguntó extrañado, no estaba al tanto de esa información.

—Sí, tiene acciones en dos, las cuales son de gran prestigio, una de ellas es la encargada de hacer las joyas a varias monarquías —explicó dándole un sorbo a su café.

—Gracias por la información, quiero que me profundicen un poco más en los negocios de Le Blanc ¿Cómo se mueve? ¿Qué hace? Soy reiterativo en esto Thompson porque al mínimo fallo lamentablemente tendré que prescindir de sus servicios —hizo énfasis en las últimas palabras porque no quería que Jules avanzara un solo paso.

—No está en mis planes fallar señor, por eso tengo desplegado a los mejores detectives en el caso, ellos me informan del mínimo movimiento de Le Blanc, ahora debo retirarme, tengo asuntos que atender —dijo poniéndose de pie.

—Bien pueda, muchas gracias por todo.

—Es un placer trabajar para usted —alegó tendiéndole la mano a modo de despedida. El hombre salió de la oficina y Frank se sumió en sus conclusiones.

La noticia de los negocios de Jules en joyerías lo había desconcertado inicialmente, pero después comprendió que el chico estaba buscando desesperadamente hacerse con una fortuna, debía necesitarla si planeaba raptar a su esposa e hijo y formar una vida brindándole a Elisa todo a lo que ella estaba acostumbrada, sabía que él poseía la parte de la herencia de su madre, pero quizás Jean Paul se había negado a dársela o le había puesto impedimentos, después de todo conocía a su amigo y no debió hacerle ninguna gracia lo que Jules le había hecho, traicionarlo de esa manera después de haberlo recibido en su casa como a un hijo, pagarle con tanta bajeza, seguramente le había prohibido hasta acercarse a ellos y por eso lo estaba obligando a irse al otro lado del mundo a supervisar sus negocios, lo más alejado posible de él y su familia.

Sin embargo, no debía bajar la guardia un solo instante, no podía confiarse, ya una vez lo había hecho y casi se quedaba sin nada, esta vez demostraría que era astuto y no el viejo estúpido que Jules creyó, jamás iba a permitir que se saliese con la suya. Lo mejor que podía hacer era quedarse para siempre en Australia, buscarse a una pobre mojigata a quien embaucar y olvidarse de Elisa para siempre porque a ella nunca la tendría, mientras él estuviese respirando, con fuerzas y armas para mantenerlo lejos de su mujer, lo haría.

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