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CAPÍTULO 62


Tres días después Jules sentía el corazón brincar en la garganta en una mezcla de tristeza y felicidad, con la ayuda de Jean Pierre encontró la manera de viajar en avión, lo que haría que su viaje se llevara menos tiempo del programado.

Ver las lágrimas nadar en los ojos de su padre lo hacían sentir una presión tortuosa en el pecho, al igual que las que corrían por las mejillas de sus hermanas y él daba la pelea para no derramar las que le ahogaban la garganta.

—Le prometo que voy a estar bien, apenas tenga la oportunidad me comunicaré con usted padre.

—Ten cuidado hijo, por favor... Sé que no está bien lo que pretendes hacer porque Frank es casi mi hermano, pero es que uno hace por los hijos lo que sea, con tal de que sean felices hasta es capaz de vender el alma.

—Gracias padre, sé que no tengo perdón por haberle robado esa amistad, pero no pude...

—Lo sé, ahora ve y busca tu felicidad... Me parte el corazón cada vez que te veo llorar porque cuando un hombre llora es porque verdaderamente siente ese vacío insoportable en el pecho —se abrazó al joven de ojos verde gris, quien los cerró para no derramar las lágrimas que se acunaban en ellos.

Después del abrazo a su padre, estrechó a sus hermanas, las cuales lloraban porque sabían que, si Jules lograba sacar a Elisa Wells, no lo verían en mucho tiempo, le tocaría huir y alejarse de su familia.

—Johanne, quiero que te portes bien —le pidió a la gemela porque no podía sacarse de la cabeza las amistades que ella tenía.

—Siempre me porto bien Jules —dijo limpiándose las lágrimas para después darle un beso en la mejilla.

—Johanna espero verte pronto y poder estar en tu matrimonio y si no, espero que seas una feliz señora Townshend. Eso sí, los sobrinos aún no, recuerda que primero debe ser Jean Pierre —la chica asintió en silencio y recibió el beso que su hermano le depositó en la frente. Por último, se aferró a su hermano en un fuerte abrazo.

—Recuerda lo que me juraste.

—Sí, lo tengo presente... Jean por favor, cuida de Johanne, trata de llegar más temprano a casa y no la dejes salir de noche.

—Está bien lo haré, sé lo que quieres decir... No soy imbécil, no puedes disimular Jules, lo dices por Bernadette —murmuró en el oído y Jules asintió en silencio.

Al terminar de despedirse, Jules se encaminó por el pasillo que lo conducía al campo donde se encontraba el avión que lo llevaría a América, el que tenía previsto hacer tres escalas.

Aunque se abrochaba el cinturón de seguridad de la aeronave, no podía creerlo, solo se aferraba al pequeño maletín donde llevaba la identificación falsa de Elisa y Frederick.

La vibración del tren se dejaba sentir mientras la mirada miel se posaba en las personas en los andenes, algunas aún se despedían esperando el último llamado mientras se abrazaban.

Elisa dejó libre un suspiro y regresó su mirada al interior del vagón de primera clase, encontrándose con la mirada ámbar de su hermano, quien le regalaba media sonrisa para hacerla sentir bien. Daniel como siempre la apoyaba en lo que fuera y no la dejaba sola en ningún momento, definitivamente amaba a su protector.

Había decidido acompañarla en ese viaje a California que Frank había propuesto, alegando que no la dejaría viajar por dos meses sola con ese desgraciado, no confiaba en él y tenía sus razones para no hacerlo.

Ella no pudo rechazar la oferta de Frank al ver el entusiasmo en Frederick, solo serían dos meses mientras se encargaba de la sucursal en ese estado, él quería supervisar personalmente su negocio, al parecer algo no estaba saliendo bien y le pidió que lo acompañara; bueno, sinceramente la presionó al decirle que si ella no quería ir lo entendería, pero que se llevaría a Frederick porque no podía estar tanto tiempo alejado de su hijo.

Al contarle a Daniel su decisión, él le pidió que no aceptara ese chantaje, pero ella una vez más alegó que no iba a dejar que Frank la alejara por tanto tiempo de su hijo. Ese día su hermano se marchó molesto de la casa y al día siguiente regresó diciendo que una de las condiciones para que viajara era si él la acompañaba; de lo contrario, no iba a permitir que ella viajara.

Elisa pensaba que, al decírselo a Frank, él no tomaría de buena manera la noticia pero para su sorpresa le agradó la idea, dijo que era justo un viaje en familia, que no había ningún problema, quería unir esos lazos que se habían roto con Daniel.

A fin de cuentas, Daniel iba acompañado por su esposa y la hermosa valentina, Dennis también viajó con ellos porque en la casa de California no contaban con personal capacitado para atender a los niños.

Frank se encontraba sentado al lado de Elisa y llevaba a Frederick en las piernas mientras jugaban con unos soldados de madera. Germaine dormía en el camarote siendo cuidada por Dennis.

El hombre se quedó observando el perfil de la mujer que amaba, su hermosa esposa, a la que estaba alejando de Chicago, sabía perfectamente que Parrichs se había puesto en contacto con Le Blanc, pero los años daban experiencia y astucia, antes de que ellos pudiesen actuar, ya él lo había hecho. Por el momento pensaba que dos meses serían suficientes, pero si le llegaban noticias de la llegada de Le Blanc, podría quedarse toda una vida en California, se la llevaría y la escondería en el fin del mundo con tal de que ese mal nacido no se la arrebatara.

Cuando Daniel exigió acompañarlos por el bien de Elisa, no hizo más que colaborar porque su cuñado era la única preocupación que dejaría en Chicago ya que Le Blanc lo buscaría, entonces de cierta manera su plan habría fallado, pero él no hizo más que ayudarle a matar dos pájaros de un tiro.

Un año y cuatro meses después de que el mundo se le viniese abajo regresaba a Chicago y todo se encontraba exactamente igual, nada había cambiado, esperaba que en Elisa se encontrara de la misma manera, que lo amara con la misma intensidad. Estaba dispuesto a convencerla de que la sociedad no importaba, la haría cambiar de parecer a su manera.

Apenas se registró en el hotel con el nombre de Ferdinand Labrousse, solicitó el servicio de una llamada, sus ganas por llamar a la mansión Wells latieron con desespero en las yemas de sus dedos porque sabía que Frank había restringido las llamadas internacionales, esa era la causa por la cual todos los intentos de escuchar la voz de Elisa habían sido fallidos, pero ahora que se encontraba en la misma ciudad y tenía la oportunidad, no podía aprovecharla porque las cuentas le llegaban a Frank y seguramente se daría cuenta del número del hotel, dejándolo al descubierto, haciendo que todo se viniese abajo una vez más y no iba a arriesgarse.

Decidió llamar a la casa de Kellan, estaba seguro que estaría porque los domingos muy pocas veces salía, marcó el número y después de tres tonos de espera escuchó la voz de la madre de Kellan.

—Buenos días, por favor con Kellan Parrichs.

—¿Quién lo solicita? —preguntó amablemente la dama al otro lado.

—Un compañero de trabajo.

—Espere un momento por favor.

—Sí, gracias.

Casi un minuto tardó Kellan en ponerse al teléfono y pudo escucharlo preguntarle a su madre qué compañero lo llamaba, pero ella no supo qué responder.

—Buenos días.

—¿Parrichs, aún duermes hasta mediodía? —preguntó Jules sintiéndose feliz por escuchar la voz de su amigo.

—¡Jules! ¡Jules Le Blanc hermano! ¡Qué alegría escucharte!... ¡¿Cuéntame, cómo estás?!

—Estoy bien y en Chicago.

—¿Estás en Chicago? Pero si no me avisaste que venías ¿Me estás jodiendo? ¿Cómo es que estás aquí en tan poco tiempo?

—Me vine volando, dijiste que era hora de que regresara y no he dudado un solo segundo en buscar la manera de regresar cuanto antes, pero mejor hablemos personalmente, estoy en el hotel Allerton.

—Jules, en media hora estoy allá.

—Nos encontramos en el restaurante y si por alguna casualidad no coincidimos, pregunta por el señor Ferdinand Labrousse.

—Vaya nombre el que escogiste —dijo riendo de buena gana, sintiéndose feliz por el próximo encuentro con su amigo al tiempo que colgaba.

Kellan se dirigió al baño, trató de ducharse y vestirse lo más rápido posible, tuvo algunos inconvenientes al momento de querer encender el auto porque no arrancaba, pero después del cuarto intento cobró vida. Agradecía que los domingos las calles se encontraran despejadas, lo que le haría el traslado en menos tiempo.

Al llegar fue directamente al restaurante y ahí se encontraba Jules, al que reconoció inmediatamente debido a su altura, la que sobresalía entre los presentes.

Se acercó a la mesa y antes de que pudiese llegar completamente Jules lo vio, por lo que se puso de pie; ambos se abrazaron calurosamente palmeándose la espalda.

—¡Hombre estás más delgado! ¿Acaso no te alimentan en Francia? ¿Tan mal quedó después de la guerra? —preguntaba mientras sonreía y tomaba asiento.

—No, realmente no me noto más delgado pero seguro se debe al tiempo que duré enfermo.

—¿Y al final qué era? ¿Qué te dijeron los doctores?

—Nunca me dieron un diagnóstico preciso, muchos acordaron en que sería algún virus que contraje en Colombia o en el barco, algo que nunca me creí completamente Y cuéntame, ¿cómo están las cosas en el trabajo?

—Ya no trabajo con Wells, no quise contarte porque no lo creí verdaderamente importante, renuncié —Kellan prefirió no contarle a Jules la verdad—. Sabes que no soportaba al imbécil de mi nuevo jefe, pero antes de salir de ahí le dejé un derechazo que aún me tiene que estar mentando los antepasados, ahora trabajo en el banco Anderson, donde recibo mejores beneficios en todos los aspectos.

—Me alegra saberlo, Brandon es una persona justa, bueno lo poco que conozco de él.

—Sí, es buena persona, aunque solo lo he visto una vez, las otras veces solo me entiendo con el administrador, el señor Johnson quien es un hombre muy serio, pero también muy correcto; me han hecho sentir muy bien y valoran mi trabajo.

—Eres excelente en lo que haces Kellan, pensé que Wells reconocería tu labor y te daría mi puesto.

—Yo creo que Wells no confiaba mucho en mí, tiene sus razones porque él estaba al tanto de nuestra amistad, ese señor todo lo sabe, de estúpido no tiene un solo pelo.

—Eso lo sé, créeme que lo sé... tengo que andarme con cuidado para que no sospeche de mi estadía en Chicago, necesito encontrar la manera de ver a Elisa.

—La señora casi no sale de la mansión por los comentarios que he escuchado, lo que sí sé es que su hermano se vino definitivamente a Chicago y vive muy cerca de ella.

—¿Daniel está aquí? ¿En Chicago? ¿Por qué no me lo habías dicho?

—Porque me enteré hace poco y no sabía cómo estabas con él.

—Daniel podría ayudarme porque está al tanto de todo, necesito reunirme con él.

—Mañana en el trabajo te averiguaré el número de su residencia.

—No quisiera esperar hasta mañana, pero me tocará hacerlo, prometí ser prudente.

—Sí, debes serlo Jules y no arriesgar lo que hemos avanzado —aconsejó Kellan porque no podían echar por la borda la oportunidad, estaba seguro de que Wells sería un gran contrincante para Jules.

Las risas provenientes de la playa se podían escuchar en la oficina donde se encontraba Frank admirando a través del gran ventanal de cristal a Elisa sentada en la orilla, donde las olas morían en sus muslos, con Germaine sentada en su regazo y Frederick le traía en un envase un poco de agua del mar para que le echara a la niña, la que se entusiasmaba cada vez que el agua corría por su pequeño cuerpo.

A Daniel y Vanessa le llegaba el agua a la cintura, mientras él tenía a su hija en brazos y a segundos le regalaba besos a su esposa, algo que Frank verdaderamente envidiaba porque anhelaba poder besar a Elisa, compartir con ella y con sus hijos ese hermoso momento, pero la veía realmente feliz y no quería arruinar su alegría, por lo que prefería estar admirándola desde ese sitio, deseándola como nunca, anhelando revivir los momentos que habían vivido en esa casa y que solo ver el color de la piel de Elisa por causa del bronceado despertaba en él esas ganas desbordadas por hacerle el amor.

Sus pensamientos fueron interrumpidos por el sonido del teléfono, el que agarró sin mucho apuro.

—Buenos días.

—Buenos días señor Wells, le habla Jensen.

—Dime Jensen ¿Me tienes noticias?

—Sí señor, el joven Parrichs se encuentra reunido con el hombre de la fotografía que me entregó, está hospedado en el hotel Allerton.

—¿Estás seguro? —preguntó sintiendo rabia y temor.

—Completamente señor —contestó con seguridad.

—Quiero que dos de tus hombres no me abandonen el hotel, reserva habitaciones si es preciso y los otros dos que sigan sin perderle rastro a Parrichs, que se mantengan muy cerca de él y más ahora que está en el banco —le ordenó determinante.

—Sí señor.

—Si salen los siguen, sean discretos, no quiero que se den cuenta y me mantienes informado de los lugares que visitan; otra cosa, trata de averiguar bajo qué nombre se hospeda.

—Sí señor, entendido —dijo el hombre y como su jefe no le dijo nada más solo colgó; regresó al auto que se encontraba frente al hotel, donde lo estaban esperando los compañeros, a quienes transmitió las órdenes que había dado Frank Wells.

Al día siguiente Kellan logró encontrar el teléfono de la casa de Daniel Lerman y esa tarde después de salir del trabajo se dirigió nuevamente al hotel, desde donde llamaron a la casa del hermano de Elisa, llevándose la sorpresa de que el joven se encontraba de viaje, por más que buscaron la manera de que el ama de llaves les informara dónde se encontraba, la mujer no soltó palabra.

A Jules no le quedó más que maldecir a su suerte, aún en contra de los pedidos de Kellan porque no lo hiciera alquiló un auto y se paseó por los alrededores de la mansión Wells, sintiendo el corazón brincarle en la garganta ante las ganas de atravesar ese portón y encontrarse con Elisa, pero sabía que sería imposible. Kellan había tenido razón en sus cartas, había mucho más personal de seguridad.

Regresaron al hotel donde se despidieron, esperando que Kellan lograra encontrar alguna información necesaria por parte de Elizabeth, porque esa noche iría a visitarla.

Parrichs se extrañó un poco al saber que Frank Wells se había ido de viaje con su familia, pero ella no sabía a dónde y era sincera, pues su novia no le ocultaba nada; inmediatamente ligó el viaje de Daniel Lerman al de la familia Wells.

Las noticias no eran nada alentadoras para Jules y en Kellan latían las ganas de contarle que tenía una hija, pero había hecho un juramento a la señora Elisa; además, sabía que Jules perdería los estribos y dejaría de actuar con prudencia y sabía con certeza que se molestaría con la señora por haberle ocultado lo de la hija de ambos.

La mirada verde gris de Jules se tornó atónita, con cierta tristeza e impotencia cuando se enteró de que Elisa no se encontraba en Chicago, que había partido en un viaje familiar, era una vez más lidiar con sus esperanzas por el suelo, decidió dejarlas ahí por un momento mientras respiraba y trataba de digerir la información; después procedió una vez más a agarrarlas, sacudirles el polvo, mimarlas y ponérselas nuevamente.

—¿Seguro que Elizabeth no sabe dónde pueden estar? —preguntó y en su voz aún se sentía su estado de conmoción.

—No, ella no lo sabe y estoy seguro, solo me dijo que Wells le informó que sería un viaje familiar, que él necesitaba descansar y disfrutar de su... esposa —la última palabra fue un murmullo.

Las ideas de Jules giraban en su cabeza, una estrellándose con otra muy rápido, maquinando dónde podrían estar y sin embargo, no podía dejar de sentirse también molesto; cuando concluyó con una, se puso de pie inmediatamente, agarró las llaves del auto que había alquilado y una chaqueta.

—Jules, ¿qué pasó? ¿Qué vas hacer? —preguntó Kellan poniéndose de pie.

—Elizabeth te dijo que era un viaje familiar, bien. Sé dónde podrían estar —dijo con la seguridad que de momento poseía.

—Y tú vas a ir, así como si nada porque seguro te estarán esperando para cenar.

—No, sé que no me abrirán la puerta, pero quiero comprobar si están o no están donde creo, no puedo quedarme de brazos cruzados, ya estoy cansado de no poder hacer nada... Maldita sea Kellan me siento un imbécil, no soy bueno para esperar, no tengo paciencia.

—Está bien, te comprendo Jules, vamos te acompañaré.

—No, debes quedarte, no puedes faltar al trabajo y son más de cuatro horas de carretera —le aconsejó mirándolo a los ojos.

—Jules, te pido prudencia... Yo quiero estar porque sé que cuando veas a la señora alguien tendrá que golpearte para que te tranquilices y no quieras correr hacia ella.

—¿Y crees que tus golpes podrán detenerme? No sueñes Kellan, pero amigo mío seré prudente, juro que lo seré.

—Voy a confiar en ti, mientras seguiré tratando de averiguar en el banco.

—No quiero que se enteren de que estoy en Chicago y sé cómo es la familia de Elisa.

—Yo creo... no, más bien estoy seguro de que ellos no saben nada de lo que pasó, no saben que la señora y tú... Creo que eso quedó en secreto.

—No sé cómo están las cosas aquí, pero si todo está tan tranquilo es porque no lo saben, la familia de Elisa sobre todo su madre y la abuela no le perdonarían tal comportamiento, eso lo sé... Muchas veces no quise arriesgarla porque lo último que quiero es que la juzguen y la hagan sentir mal, a mí que me hagan mierda si les da la gana, que me pongan en la plaza pública, pero a Elisa que no le digan ni una sola palabra.

—Eso es amor amigo mío —le dijo palmeándole la espalda.

—No voy a perder más tiempo, supongo que están en la casa de campo y quiero estar antes de la medianoche en ese lugar.

—Jules, debes tener mucho cuidado por el camino, las cosas no están fáciles, todo esto de las mafias... Es peligroso, yo creo que mejor deberías esperar y viajar de día.

—No, no vine a Chicago a sentarme a esperar, tengo buena visión nocturna así que no te preocupes —le dijo encaminándose mientras se ponía la chaqueta y era seguido por Kellan. Al llegar al estacionamiento subió al auto, despidiéndose de Parrichs quien le deseó suerte.

Lo puso en marcha y emprendió el viaje de casi cinco horas, no recordaba plenamente el camino, pero sabía que si preguntaba llegaría a la casa de campo de Wells.

Su corazón martillaba constantemente con solo pensar en Elisa y en la manera de convencerla y llevársela con él, ya quería dejar ese estado de ansiedad que siempre lo atormentaba, quería por fin estar entre los brazos de la mujer que amaba y llenarse de calma, esa calma que solo ella le brindaba.

Cuando salió de la ciudad, se percató que dos autos lo seguían, miraba por el retrovisor a segundos, sospechaba que podía ser Frank, pero sus sospechas se truncaron cuando uno de ellos cruzó en una intercepción y el otro a los minutos también agarró otro rumbo, quedando solo en la carretera.

Estacionó para preguntar y en una pequeña casa que era habitada por una pareja de unos setenta años, le dijeron que estaba cerca, a unos veinte minutos de camino, le indicaron que siguiera derecho; agradeció y se disculpó por molestar a tan tarde de la noche, pero el hombre mayor le dijo que no había nada de qué preocuparse.

Al estar más cerca reconoció las inmediaciones del lugar, estacionó cuando faltaban varias cuadras, bajó y caminó, adentrándose por el bosque, tratando de no hacerlo tanto para no perderse. El sonido del río le indicó que estaba más cerca e inmediatamente y sin poder evitarlo los recuerdos lo embargaron, recordaba lo hermosa que se veía Elisa esa tarde y las ganas que él tenía por probar su boca, ya sospechaba que el sabor de sus besos lo iban a llevar a la perdición y no se había equivocado.

Divisó entre los árboles la hermosa casa de dos pisos, de piedra, madera y cristales al otro lado del río, había luz en la terraza trasera y una encendida en el interior de la vivienda, una vez más el corazón se le desbocó y quiso correr, pero sabía que no debía hacerlo, tenía que esperar algo que le asegurara que Elisa se encontraba tras esas paredes.

Decidió sentarse en una piedra con la mirada fija en la edificación mientras las horas pasaban. El sueño empezó hacer mella en él, por lo que se acercó con cuidado al río y con el agua fría se refrescó el rostro.

A pesar de que Frank estaba seguro de que Le Blanc no se encontraba cerca de su familia, no podía evitar estar atento, por lo que prácticamente no salía del despacho, manteniéndose al pie del escritorio. Esa mañana logró quedarse con su hija y se la llevó con él, enamorándose cada vez más de la pequeña Germaine, quien le había robado el corazón, éste se le alteraba cada vez que ella le balbuceaba papá, si antes no permitiría que le quitaran a su esposa, ahora mucho menos iba a permitir que le arrebataran a su hija, era de él, llevaba su apellido, legalmente lo era y en su corazón también.

Quería comérsela a besos y mimos, cuando el teléfono irrumpió en el lugar no esperó un segundo repique cuando lo agarró, se sentó ubicando a la niña en su regazo. Ella se entretuvo tratando de quitarle la alianza del matrimonio.

—Buenos días —saludó a la persona que se encontraba al otro lado del teléfono.

—Bueno días señor Wells, le llamo para informarle que el hombre salió anoche del hotel con rumbo a su casa de campo, lo hemos seguido, pero decidimos no hacerlo más porque él se percató de nuestra presencia, por lo que nos desviamos del camino para despistarlo.

—No se preocupen, tengo personas en el lugar, pero quiero que estén atentos a su regreso y al mínimo movimiento que haga.

—Señor, el lugar donde se encuentra es solitario, si quiere podemos actuar —dijo uno con precaución.

Frank sabía que solo una palabra, a la mínima orden suya se desharía de una vez por todas de Le Blanc, que lo dejaría fuera de juego, ya no tendría por qué preocuparse y no sería él quien lo haría, no de manera directa pero a su mente llegaron los recuerdos de las veces que los hijos de Jean Paul iban a su casa a pasar los fines de semanas, su amigo se los confiaba porque sabía que él no había concebido con Ivanna, recordó que se los llevaba al campo o jugaba con ellos.

Fueron en muchas oportunidades ese remanso a su soledad y a sus ansias de ser padre, sabía que si no hubiese contando con la presencia de Jean Pierre y Jules todo para él y su primera esposa hubiese sido más difícil, también verlos sufrir cuando murió Germaine, cómo Jules en un ataque de dolor y rebeldía se había internado en el bosque y fue él quien lo encontró, haciéndolo sentir padre por primera vez cuando lo abrazó y lloró por mucho tiempo aferrado a su abrazo mientras intentaba comprender las palabras de aliento que él le daba.

—No, solo quiero que me mantengan informado de lo que haga, no quiero que le hagan nada y tampoco permitan que le pase nada —ordenó.

—Está bien señor, como usted diga —el hombre colgó y Frank hizo lo mismo tratando de sobrellevar la situación, se concentró una vez más en su hija, empezó a cantarle haciéndola aplaudir.

Dos días después Jules regresaba al cerciorarse de que Elisa no se encontraba en el lugar, éste solo era habitado por las personas que lo cuidaban y durante el trayecto solo pensaba a dónde Frank pudo haberse llevado a su amor, al no tener la certeza de si Daniel se encontraba con ella su esperanza se mantenía latiendo, ya que esperaba la llegada de él para buscarlo y entonces contar con su ayuda, aunque no le agradaba recurrir a otras personas esta vez debía hacerlo.

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