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CAPÍTULO 6


El restaurante del hotel Marriot les daba la bienvenida, mientras Elisa era escoltada por su esposo sentía el corazón golpear fuertemente contra su pecho y se obligaba a sonreír, simulando ser una mujer completamente feliz al lado de ese hombre.

Frank como siempre acostumbraba le había pedido que lo acompañara para el almuerzo con el señor Pastrana. No podía evitar sentirse una vez más como ese trofeo que su esposo altivamente mostraba. Se le hinchaba el orgullo cada vez que los hombres con los que negociaba le dedicaban palabras de admiración mientras intentaban inútilmente disimular las miradas lascivas que le lanzaban.

Quería suponer que él no se daba cuenta; sin embargo, no trataba de evitarlo, ni evitarle a ella todo ese circo. A Frank le gustaba ser el centro de envidias.

Pero en ese momento sus ganas no estaban en tratar de evadir a ningún viejo baboso, todas sus ganas absolutamente todas sus ganas estaban gritando, suplicando porque Jules no aceptara viajar a Colombia.

Cuando el maître los guio hasta donde los estaba esperando el colombiano, no pudo evitar dejar libre un suspiro al ver que el hombre se encontraba en compañía de Kellan y no de Jules. Un gran peso la abandonó y media sonrisa se dibujó en sus labios, el aire llegó nuevamente a sus pulmones, estaba segura de que podría almorzar tranquilamente sin tener que estar aguantando las ganas de salir corriendo de ese lugar.

Elisa miraba sonriente a los presentes antes de que Frank la presentase, pero su gesto se congeló al ver que en ese momento llegaba Jules, inevitablemente su mirada se encontró con la de él por unos segundos, pero eso bastó para responder a la pregunta que había en los de ella.

—Disculpen —intervino Jules, quien acababa de llegar del baño, lugar donde había estado buscando las fuerzas necesarias para resistir este encuentro.

Kellan no pudo disimular y mirar a la señora Wells, a la que el semblante le había cambiado, así mismo como el de Jules se ensombreció aún más. Se había mostrado incómodo desde que llegaron al restaurante, pero en ese instante se le veía derrotado, por más que intentara disimularlo se le notaba en la voz.

—No hay de qué hijo —saludó Frank dirigiéndose al joven francés, seguidamente desvió la mirada al colombiano quien se puso de pie al igual que Kellan—. Señor Pastrana, le presento a mi esposa —acotó con una brillante sonrisa.

El hombre de cabello oscuro y ojos verdes recorrió a Elisa con la mirada, algo que para Jules no pasó desapercibido y sintió unas ganas enormes de arrancarle la cabeza en ese instante. Desvió la mirada del cliente y la clavó en Elisa, cuando ella le tendió la mano en un gesto amable, logró que los ojos le destellaran ante los celos, su mirada se cruzó nuevamente con la de ella y no perdió la oportunidad de hacerle un gesto de advertencia frunciendo un poco el entrecejo, reacción que ella conocía a la perfección.

—Mucho gusto señora Wells. Es un verdadero placer conocer un ejemplo de belleza —elogió tomando la mano de la mujer y dándole un cálido apretón.

—El placer es mío señor Pastrana —respondió soltando disimuladamente el agarre, seguidamente desvió la mirada a Jules a quien también le extendió la mano y le dedicó una mirada llena de calma, para que se sintiese seguro—. Señor Le Blanc, ¿cómo ha estado? —preguntó con media sonrisa y pudo sentir en el agarre toda esa energía que la enloquecía, esa fuerza que desprendía, provocando que todo su ser vibrara, además de tener unas ganas inmensas de abrazarse a él y llorar. Sabía que sus ojos estaban brillantes por las lágrimas contenidas, por lo que prefirió aligerar el saludo.

—Muy bien señora, gracias —la voz denotó la marea de sentimientos y no pasó desapercibida para Kellan, que los miraba y no entendía cómo Jules tenía tanta hombría para sobrellevar esa situación, ya que a un paso estaba Frank, cómo tenía el valor de mirarlo a la cara y hacer de cuenta que nada pasaba entre la señora y él.

—Señor Parrichs —fue la oportunidad del asistente para que ella lo saludara, regalándole una cálida sonrisa a la que él correspondió

Al sentir el toque, su mente le hizo una sucia jugada al recordar cómo la había visto en la pintura de Jules.

—Señora —el saludo le salió ahogado, pero lo disimuló perfectamente.

Frank saludó a todos los presentes con una gran sonrisa, en evidente superioridad. Tomaron asiento e iniciaron el tema de conversación, acerca de la venta de los buques y el modo de entrega.

No pasó mucho tiempo para que Elisa se enterara que sería Jules quien viajaría y debía partir por la madrugada del día siguiente. Ella buscó rápidamente la mirada de Jules y él se la sostuvo. Intentaban no ser tan evidentes, pero era imposible, ambos tenían los ojos brillantes y las pupilas dilatadas por las lágrimas que estaban reteniendo.

Él tragaba en seco para pasar ese angustiante nudo que se le formaba en la garganta, ponía todo su empeño para disimular de la mejor manera esas emociones que lo estaban destrozando. Se obligaba a ser partícipe activo en el tema de conversación, mostrándose falsamente entusiasmado sin saber que eso desconcertaba a Elisa y la llenaba de rabia.

El almuerzo transcurrió tranquilamente, pero Elisa se sentía mareada por tener que escuchar por más de una hora acerca de negocios, quería llevarse las manos a los oídos y tapárselos o mejor aún, salir corriendo de ese lugar. Correr sin detenerse hasta no poder más y llorar para liberar todo eso que la estaba ahogando.

Cuando por fin terminó el almuerzo, Frank compartió unas bebidas con los caballeros, extendiendo aún más la tortura de Elisa. Ella muriéndose y a ellos se les daba por los chistes.

Ya no miraba a Jules porque se estaba llenando se rabia al verlo tan tranquilo. Cuando se cansaron de las estúpidas bromas masculinas, Frank y Pastrana acordaron irse a la empresa para finiquitar todos los pendientes.

Frank le pidió disculpas a Elisa, le informó que la enviaría a casa con el chofer y él se iría con el colombiano en uno de los automóviles del hotel.

Kellan y Jules se irían a sus hogares, ya no tenían nada más que hacer; el francés se ofreció a llevar a su asistente hasta su casa porque el chico no contaba con un vehículo.

En el estacionamiento, Elisa subió al auto, pero antes de hacerlo le dedicó una última mirada a Jules.

Frank en compañía de Pastrana tuvo que dirigirse al vestíbulo a esperar el auto que dispondrían para el traslado de uno de los hombres más influyentes de la ciudad.

El recorrido en el auto de Jules se hacía en completo silencio hasta que Kellan habló.

—Bueno hermano, espero que tengas un feliz viaje —se despidió palmeándole uno de los hombros a Jules, quien lo miró realmente desconcertado—. Déjame en la próxima esquina.

—Pero si aún falta para llegar a tu casa —alegó Jules ante la repentina petición de su asistente.

—Y ahora te crees mi mamá —se burló—. Déjame donde te digo, ¿acaso me vas a controlar las llegadas? —le preguntó con una sonrisa y Jules detuvo el auto donde le había solicitado.

—Ahora sí mi niño, derechito para su casa... no se desvíe —pidió el joven con sorna al tiempo que se bajaba del vehículo.

—Deja de joder Kellan, que no eres mi abuela —dijo Jules con media sonrisa y en momentos como ese el asistente le recordaba de cierta manera a Jean Pierre.

—No, tampoco tendría un nieto tan imbécil... debes aprender a ser más observador —sugirió con una sonrisa más amplia, cerró la puerta y palmeó el capó. Sin embargo, se quedó parado con las manos en los bolsillos del pantalón viendo cómo el auto se alejaba.

Al llegar a su apartamento Jules estacionó el auto y lo apagó, pero no se desmontó, solo se quedó ahí mirando a la nada, intentando que la presión en su pecho disminuyera. Se quitó el saco y la corbata y lanzó las prendas al asiento del copiloto. No sabía qué hacer, pero estaba seguro que la solución no la encontraría quedándose en ese lugar.

Se dirigió al ascensor y presionó el botón que lo llevaba al quinto piso, sin muchas ganas de llegar a su departamento, salió del elevador mientras buscaba en el bolsillo de su pantalón las llaves e iba como si estuviese contando los pasos.

Se quedó con la mente en blanco, sin lograr abrir la puerta, solo observando cómo las llaves se balanceaban en su mano. En ese momento su atención fue captada por la rejilla del ascensor abriéndose nuevamente en su piso y los párpados se le abrieron de par en par al ver a Elisa acercarse a él con paso rápido.

—Elisa —susurró al verla a menos de diez pasos y su garganta inmediatamente se inundó sin poder creer que ella estuviese ahí.

El estado de aturdimiento mezclado con el letargo en el que había caído se vio interrumpidos por una bofetada que le volteó la cara y le dejó la mejilla ardiendo, por lo que apretó fuertemente la mandíbula y cerró los ojos dejando libre un suspiro para luego fijar la mirada en su agresora, quien empezó a propinarle una descarga de golpes, él intentaba cuidadosamente detener el ataque mientras veía las lágrimas en torrente que bañaban el rostro de Elisa.

—¿Por qué aceptaste? ¿Por qué te vas? ¿Por qué Jules? —reprochaba sin detener sus golpes en el pecho de él, quien forcejeaba intentando no lastimarla.

—Elisa ya basta... cálmate... cálmate por favor —suplicó agarrándole las muñecas, pero ella seguía forcejeando para liberarse.

No le quedó más opción que con un movimiento rápido y bruco que estaba seguro le dolería más a él que a ella, la tomó por la cintura elevándola del suelo y la adhirió fuertemente contra la pared.

Ella dejó libre un jadeo ante el golpe en su espalda, en el más primitivo instinto por sostenerse se aferró con sus piernas a la cintura de Jules, él fijó con rudeza sus muñecas a la pared. Inmovilizándola por completo, en ese momento sus jadeos cargados de llanto inundaron el pasillo.

—No te vayas por favor mi amor, no te vayas... Jules... no me dejes —suplicó desesperada en medio del llanto y eso solo provocó que en el corazón de Jules se hiciesen millones de grietas.

—Elisa... Elisa —repetía sin saber qué más decir, sintiendo que las lágrimas pronto saldrían al ruedo.

Su respiración estaba agitada ante el esfuerzo que tuvo que realizar con ella para tranquilizarla un poco y sobre todo para calmar sus propios sentimientos. El llanto de Elisa era una tortura imposible de soportar.

Elisa liberó sus manos y las llevó al rostro de Jules, tanteándole las mejillas con toques trémulos, acariciándolas con sus pulgares, sintiendo en las yemas de sus dedos el palpitar de esa piel enardecida. Le acomodó un poco los cabellos desordenados detrás de las orejas, mirándolo a los ojos sin poder dejar de llorar. Le acunó la cara como si ese fuese el tesoro más preciado.

—Yo te amo Jules... Por favor —imploró una vez más acercándose a él y depositándole dulces besos de apenas roces, pues era lo único que le permitían los temblores que los invadían a ambos—. Un mes es demasiado tiempo, demasiado... por favor, no vayas... no vayas. Con solo pensarlo no puedo respirar Jules, me duele el pecho, no es normal... lo que siento por ti no es normal y es menos normal lo que siento al saber que te vas... es algo que no puedo explicar... Dependo de ti, me has enseñado a depender de ti y si no estás... si no estás... yo... no puedo respirar... —balbuceaba en medio del llanto convulso.

—Mi amor, tranquila —esta vez era él quien le daba besos, solo separaba su boca para hablar mientras sus narices y frentes permanecían unidas con los ojos cerrados, él apenas los abrió un segundo para cerrarlos nuevamente y las lágrimas corrieron por sus mejillas—. Yo también te amo y sé que un mes será insoportable, pero debo ir... no puedo negarme, no es fácil...

—Claro que es fácil, solo tienes que decir no... solo di no y listo.

—Ojalá fuese así de sencillo... pero no lo es, es tener que hacer todos los documentos nuevamente, es que el imbécil de Pastrana esté más días en el país —resopló como si fuese un toro embravecido—. Te juro que lo iba a matar... cómo osaba mirar así a mi mujer, porque eso es lo que eres Elisa... tú eres mi mujer. Lamentablemente las cosas no se solucionan con un no, Frank me dijo cuando ya no podía hacer nada... tal vez pensó que como no tengo a nadie era la mejor opción, sin saber que estoy dejando a alguien con el mundo de cabeza, así como el mío se va al Diablo... ¿Yo qué puedo hacer mi amor? No puedo hacer nada —explicó sin ponerle más resistencia a sus lágrimas.

Y en un respiro se apoderó de la boca de Elisa, en un beso voraz, urgente, adhiriéndola más a la pared, tanto que a Elisa se le hacía casi imposible respirar. Ella cerraba más sus piernas entorno a la cintura de él, apoyando una de sus pantorrillas en la curva de las nalgas de Jules, aferrándose con sus brazos a los hombros, ambos se separaron del beso y dejaron libre los sollozos.

—Te vas, entonces... te vas —aseguró en un ronco susurro mientras sorbía sus mismas lágrimas—. ¿Acaso no sabes que no solo tus ojos son míos?, yo también hice mío tu cuerpo, tu voz, tu sonrisa... todo es mío y tú ahora te vas... y te llevarás todo dejándome sin luz, sin esperanzas... Jules me estás dejando en penumbras... Me sentiré morir de a poco cada día, viviré una insoportable tortura durante un mes.

—Elisa —ahogó un sollozo—. Por favor, soy de carne y hueso no soy de piedra... no me hagas esto, no me digas eso porque no sabes lo que me estás haciendo.

—Lo siento Jules... Mi vida yo... siento ser de esta manera —se disculpó bajando la mirada.

—De tu forma de ser fue que me enamoré y si no fueras Elisa, entonces no serías la mujer de Jules Le Blanc —confesó ahogándose nuevamente en la boca de ella, quien con manos trémulas empezó a desbotonarse la blusa y él hacía lo mismo, con demasiada energía se la quitó dejándola caer al suelo.

No les importaba dónde se encontraban, si alguien los veía les daba igual, para ellos en ese instante eran los únicos habitantes en el mundo. Jules llevó las manos a los pechos de Elisa y los cubrió por encima del sujetador en movimientos rápidos que denotaban su urgencia mientras saboreaba las medias lunas que se asomaban, halando con sus dedos hacia abajo el encaje negro, exponiéndolos por completo, saboreándolos con ímpetu mientras la bajaba dejándola parada, sin dejar de rozar su cuerpo contra el de ella, brindándole su calor; introdujo las manos por debajo de la falda y con rapidez se deshizo de la ropa interior, la que quedó en los tobillos de ella.

Elisa levantó uno de sus pies para quitarse la prenda mientras que abría el cierre del pantalón de Jules. Él volvió a elevarla y en uno de sus tacones se quedó enredada el panti, el cual cayó al suelo al cruzar nuevamente las piernas para cerrar la cintura masculina y en contados segundos volvieron a ser uno, a latir al mismo ritmo mientras se miraban a los ojos y dejaban de lado el llanto, solo las lágrimas que apenas salían mientras se colmaban aún jadeantes.

En medio de besos desesperados y contundentes estocadas que atravesaban el cuerpo de Elisa, alcanzaron la plenitud, no lograban hablar, solo moverse al ritmo de la pasión que los envolvía. Jules le enterraba los dedos en las nalgas en una desesperada búsqueda de clavarse más profundamente en ella, que jadeaba ruidosamente el nombre de su amante, implorando por un poco más y porque no se detuviera, hasta que el oxígeno se escapó por completo de sus pulmones y Jules se derramara en medio de gruñidos y temblores.

—¿Cómo hiciste? —preguntó mirándola a los ojos. Ella sabía a qué se refería.

—Le dije a Paul que me dejara en la tienda al lado del hotel, se opuso, pero ya conoces mi carácter, no le quedó más que hacer. Entré a la tienda y salí por la puerta que da a la otra calle y ahí tomé un taxi... ¿Jules? —preguntó mientras retiraba con caricias los cabellos húmedos pegados en la frente de él.

—Dime —alentó mirando los labios de ella que lo incitaban a desgastarlos a besos.

—Cuando regreses, ¿me seguirás amando con la misma intensidad? ¿Seguro que no vas a babear por una colombiana? —le preguntó sin desviarle la mirada.

—Cuando regrese te amaré aún más y dudo que una colombiana logre sacarte de mi corazón... Puede que la mire —ante el gesto de advertencia de ella continuó—: Sabes que me gusta ser sincero contigo y no me gusta hacerte promesas vacías... no soy ciego Elisa, puedes estar completamente segura que no te seré infiel, te he dado todo de mí y ninguna mujer puede darme lo que tú me das; yo te amo, de verdad te amo y no hay ni habrá otra que pueda igualarlo. Eso quiero que lo tengas muy claro, tú eres mi respiración, mis ganas, mi locura, sin ti no sería nada —dejó ver media sonrisa mientras seguía mirándola a los ojos y acariciándole las mejillas, apretando más su pecho contra los turgentes senos, así mismo sus manos se apoderaron de los muslos ahogándose más en ella, arrancándole un jadeo—. Así que prepárate para cuando regrese.

—Vas a regresar ¿verdad? —preguntó dibujando con su pulgar los labios de Jules, ganándose una mirada de desconcierto, por lo que se mordió el labio.

—¿Por qué preguntas eso? Claro que voy a regresar... no habrá nada que me lo impida... Así Frank necesite un nuevo gerente en esa sucursal le daré mi rotunda negativa porque no hay ni habrá nada que me separe de ti, eso puedes jurarlo... No existe fuerza alguna que me impida regresar y seguir haciéndote el amor —se acercó a ella y la instó a que lo besara, apenas rozando los labios pero cuando Elisa iba a ahogarse en el beso se alejó, logrando que lo desease aún más, repitió la acción un par de veces, hasta que ella llevó sus manos a la nuca y no le permitió alejarse, pero antes de que pudiese besarlo fue Jules quien le arrebató la cordura con un beso que asfixiaba, que hacía que sus almas se fundieran y se elevaran implorando por un oxígeno que no querían pero que necesitaban.

—Entonces te estaré esperando —prometió ahogada ante la falta de respiración.

Le dio varios besos de apenas toques, entre éstos Jules llevó sus manos a la parte trasera de su espalda para liberarse lentamente de las piernas de Elisa, quien lo ayudó con la tarea. La agarró por la cintura y la colocó en el suelo, después de eso se acomodaron sus ropas a medias y él la abrazó fuertemente, regalándole un beso sumamente tierno.

Ella se encaminó hasta el ascensor y subió, él se quedó mirándola con una sonrisa, una igual a cuando ella lo conoció y sus ojos brillaban con la misma intensidad. Elisa no pudo evitar recordar ese momento de su vida; el mejor instante en toda su existencia y en ese momento se dio cuenta, por lo que le regaló una sonrisa y le dijo adiós con la mano, él correspondió de la misma manera y con un te amo inaudible que Elisa pudo leer claramente en sus labios.

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