CAPÍTULO 59
Kellan acababa de soltar su turno después de trabajar media hora extra, por una exigencia de su nuevo jefe, quien no era más que un desgraciado que lo explotaba y lo humillaba cada vez que tenía oportunidad. En muchas ocasiones lo obligaba a realizar dos veces los informes solo por el placer de verlo trabajar, muchas veces había pensado en estamparle la renuncia en las narices, pero si quería graduarse ese año debía soportar un poco más las opresiones de ese imbécil.
Extrañaba a su antiguo jefe y amigo, con él todo era distinto, existía complicidad y tolerancia, también ayuda; gracias a Jules en el tiempo que estuvo, él logró seguir estudiando, también gracias a él y a lo que le quedó de la venta del auto había podido seguir pagando la matrícula de la universidad en todos estos meses ausente, se sentía en deuda con él y le dolía leer el desespero en sus misivas cada quince días.
—No... no puede ser posible, el señor Wells pidió que eso fuese entregado a su esposa, se supone que contamos con dos mensajeros y no pueden salir los dos al mismo tiempo —hablaba Elizabeth algo irritada porque sabía que solo encontraría una reprimenda de su jefe si ese sobre no llegaba a tiempo a la mansión Wells.
—Entiendo Elizabeth, pero también ellos están haciendo su trabajo, el señor Wells debió avisar con tiempo y así evitarnos este percance —explicó Serena, tratando de calmar a la secretaria de Frank Wells.
—¿Pasa algo? —preguntó Kellan interviniendo en la conversación de las dos chicas.
—Pasa... pasa que voy a volverme loca, que ya no puedo con tanta presión, tengo que estar presente en la reunión que se está llevando a cabo, entregar los contratos a los arrendatarios, enviar este sobre a la mansión Wells y ahora los mensajeros no están —explotó Elizabeth completamente angustiada.
—Si quieres yo puedo llevarlo... acabo de soltar turno y no tengo nada que hacer —se ofreció Kellan inmediatamente, sabía que era su oportunidad para poder entrar a la mansión Wells y encontrar la manera de hablar con Elisa.
Era tanta la emoción que sentía por dentro que no se lo podía creer, tal vez no se sentiría tan feliz como si estuviese en los pies de Jules, pero sí se sentía muy pero muy feliz.
—¿Harías eso por mí, amor? —preguntó la secretaria emocionada mirándolo a los ojos.
—Claro... claro que lo haría, sabes que no me gusta verte tan atormentada —le dijo guiñándole un ojo.
—Perfecto, te voy a enviar en un auto de la compañía porque si vas en el tuyo tal vez no te dejen entrar... tienes que entregar este sobre —empezó a explicarle mientras lo arrastraba al estacionamiento.
Al llegar Elizabeth habló con uno de los choferes, Kellan antes de subir al vehículo le dio un beso y le hizo saber que a las siete de la noche pasaría por su casa para llevarla a cenar.
Cuando los ojos de Kellan apreciaron la imponente mansión a través del elegante portón de hierro forjado, sabía que era digno hogar del presidente de la empresa.
Quería revisar el sobre y saber qué era lo que llevaba dentro, porque le llamó la atención que tuviese el membrete del registro civil; no obstante, no podía hacerlo con el chofer presente. Prefirió concentrarse en la manera de poder ver a la señora Elisa, sabía que no sería fácil porque solo debía entregar la correspondencia al mayordomo e irse del lugar.
Reafirmaba que, si Jules venía, se le haría imposible entrar porque la casa tenía más seguridad que la misma casa blanca, tanto que tuvo que dar su nombre a los hombres de seguridad en la caseta principal, no era más que un acto exagerado y en el corto trayecto del portón a la puerta principal contó a diez guardaespaldas rondando por el jardín.
Elisa había logrado en menos de un mes un gran avance, ya Frank no la dejaba encerrada, podía andar por la casa cómodamente y por el jardín hasta los límites impuesto por él y en compañía de dos guardaespaldas, aún no confiaba plenamente en ella y lo sabía, necesitaba más tiempo para poder liberarse.
Frank había cumplido su promesa de dedicarle más tiempo, había cambiado su horario de trabajo hasta las cuatro de la tarde, casi siempre almorzaba en la casa y nunca la dejaba sola en la mesa.
Los tres fines de semanas que habían pasado desde que decidió permanecer al lado de él, los había compartido con ella y con sus hijos, se había dado cuenta del gran lazo que estaba creando con Germaine, le daba más atenciones a ella que a Frederick que era su propio hijo y de cierta manera le preocupaba porque como decía Maquiavelo "Piensa mal y acertarás" Algo le decía que Frank se desvivía por Germaine con el solo objetivo de demostrarle que ella era su hija legalmente pero lo era, por algo le había prohibido que le hablara a la niña de su verdadero padre, algo que no podía cumplir a cabalidad.
Ella solo se sentía como un perro al que le alargaban un poco la cadena, pero igual seguía atada, cada vez que quería conversar con él acerca de sus sentimientos y pensamientos evadía el tema, seguía demostrándole que no le importaba lo que ella sintiese, que seguía siendo egoísta; seguía siendo Frank un egoísta amable que solo le dedicaba un poco más de tiempo.
Daniel y su padre no estuvieron de acuerdo en que se dejara manipular por Frank, en que perdonara las agresiones de él y pretendiera olvidar. Era lo que ellos creían, ya que ni siquiera a su hermano le había contado su plan porque sabía que no estaría de acuerdo, no concordarían en que se humillase ante Wells.
Su hermano siempre había sido más impulsivo que analítico y le costaría asimilar su proceder.
Germaine acababa de dormirse y ella decidió bajar para compartir unas horas con Frederick, quien últimamente se encontraba atacado por los celos y exigía más tiempo, pero se debía en gran parte a Frank porque apenas llegaba atendía a la niña y a él le dedicaba el tiempo exacto y no un poco más, su respuesta era que los niños no se debían consentir tanto, ellos debían ser de carácter fuerte y ser independientes mientras que las niñas debían ser atendidas.
Kellan llamó a la puerta principal de la mansión Wells y al minuto fue atendido por un hombre alto de tez blanca y cabellera oscura como la noche.
—Buenas tardes señor —saludó Kellan.
—Buenas tardes —respondió el saludo André con su protocolar tono.
—He venido de la compañía Wells a traer esta correspondencia —informó mientras que con su mirada aventurera divisó a Elisa bajando las escaleras y por extraño que pareciera el corazón se le desbocó latiendo emocionado, al constatar por él mismo que se encontraba bien—. Pero debo entregárselo personalmente a la señora Wells —trató de que su voz se escuchara convincente ante semejante mentira.
—André, permítele que pase —pidió Elisa con voz nerviosa al ver a Kellan, una tempestad de emociones la azotó con fiereza, sus piernas temblaban y en su garganta se instaló la agonía de las lágrimas, ver al joven era ligarlo inmediatamente a Jules.
André hizo una reverencia y con un ademán lo invitó a pasar, por lo que Kellan en su estado de emoción y aturdimiento trastabilló estando a punto de caer de bruces, aunque supo mantener el equilibrio; se disculpó con el mayordomo quien no demostró ninguna emoción, ni siquiera la de burla mientras que ella no pudo evitar reír.
—Tenga cuidado señor Parrichs —le aconsejó amablemente.
El joven con su altercado logró hacerle recordar esos momentos en los que Jules moría de celos a consecuencia de ese amor platónico que él sentía por ella.
—Lo siento... lo siento, lo que menos deseo es llenarle de sangre la alfombra que seguramente constará una fortuna o tumbar alguna de las estatuas que tal vez son reliquias de las abuelas del señor Wells —expuso sonriendo entre divertido y avergonzado.
—No se preocupe, por favor tome asiento —le pidió señalando un sofá cerca, sin poder controlar esa sonrisa que bailaba en sus labios y que solo el joven lograba robarle.
—Después de usted señora.
Elisa se sentó, ubicándose en uno muy cerca del que le había señalado a él, admiró al joven hacerlo casi a su lado, sintiendo que el corazón se le reventaría en latidos; quería hablarle, pero no sabía si sería prudente entablar un tema sobre Jules, no sabía qué tan al tanto se encontraba él de la relación que ella mantuvo con el francés.
—Esto es para usted, lo envía el señor Wells. Claro, envió a uno de los mensajeros, pero ninguno se encontraba y me ofrecí a traerlo —comentó entregándole el sobre manila.
—Gracias, es usted muy amable —acotó intentado no palidecer porque el sobre con el membrete del Registro Civil contenía el acta de nacimiento de Germaine y en la cual aparecía como hija de Frank—. ¿Desea algo de tomar? —preguntó mirándolo a los ojos.
—No gracias —respondió apenado.
—Un té, ¿desea un té? —Elisa insistió, esperando que él entendiera en su mirada la silenciosa petición.
—Oh sí... sí claro, un té —dijo comprendiendo que ella quería que él permaneciera más tiempo en el lugar.
—André, pídanos té por favor —solicitó dirigiéndose al mayordomo.
—Sí señora, con permiso —el hombre hizo una reverencia y se alejó, dejándola a ella sola con Kellan.
Elisa le regaló una sonrisa y las lágrimas le rebosaban en los ojos; sin embargo, las retenía y Kellan la observaba con mirada brillante.
—¿Se encuentra bien? —preguntó con desasosiego.
—Sí estoy bien, físicamente lo estoy... y —trataba de preguntar cuando Kellan intervino.
—Está bien, físicamente también... bueno, hace aproximadamente tres meses estuvo hospitalizado por una semana, tuvo una caída de un caballo según me contó —Elisa abrió los ojos desmesuradamente y una lágrima le rodó, la que se limpió rápidamente—. No fue nada grave, solo una herida... por favor, no se alarme señora —hizo una pausa y dejó libre un pesado suspiro pensando en lo que diría a continuación—. Él está desesperado, quiere saber de usted... por favor, no lo mantenga en la incertidumbre.
—Kellan, dile que me viste y que estoy bien... dile —dijo liberando un suspiro, tratando de armarse de valor y saber que tal vez Jules la odiaría por eso, pero debía hacerlo, debía decepcionarlo y no echarlo todo a perder ahora que estaba convencida de que su plan daría resultado. Si él verdaderamente la amaba perdonaría cualquier mentira—. Que tengo miedo de lo que piensen, que yo no soportaría un escándalo, no podría vivir siendo señalada... si acepto irme con él a donde vaya seré la adúltera, no estoy preparada para el rechazo de la sociedad, no quiero que me saquen el cuerpo, nunca más podría ir a una reunión, no podría ser feliz, no de esa manera, entonces viviría escondiéndome y todo sería igual, seguiría siendo algo clandestino y no es lo que quiero, necesito seguir mi vida —hablaba y no podía contener las lágrimas, las que se limpiaba rápidamente.
—Eso no es lo que quiere señora... tal vez si me lo dijera sin llorar yo podría creerle, pero le duele lo que me está diciendo.
—Kellan, si quieres seguir conservando tu puesto por favor... por favor, dile lo que te acabo de decir... No tienes idea de lo que sentí cuando se fue y me dejó...
—Él no la dejó, no la abandonó; yo le pedí que lo hiciera porque en su momento era lo más sensato, pero él se muere por usted y usted lo quiere señora, no es justo —intervino sintiéndose realmente confundido.
—La vida muchas veces no lo es... sé que eres su amigo y que lo estimas, pero si de verdad lo haces, por favor haz lo posible, ayúdame te lo suplico, ayúdame a retenerlo en Francia.
—Señora, no me pida eso, no sé qué hacer, si solo supiera el desespero que Jules expone en sus líneas tal vez entendería mi situación.
—Kellan tú lo aprecias, pero yo lo amo... lo quiero más que a nada y sí, estoy bien, pero si algo le pasa a Jules ya no lo estaré, si me entero que pisa América porque tú le pides que venga y le pasa algo, yo me volveré loca... y te mataré con mis propias manos ¿Entendido? —amenazó con dientes apretados.
—Entendido, señora —dijo bajando la mirada—. Pero tengo que decirle que la vi y que está bien, necesito algo para que me crea, él en estos momentos no cree en nadie —confesó buscando la mirada de Elisa.
—No puedo entregarte ninguna nota porque si alguno de esos hombres que ves a través de la ventana me ve escribiendo, inmediatamente se lo dirán a mi esposo.
El joven asintió en silencio mientras Elisa pensaba en algo verdaderamente poderoso para que Jules se convenciera de que realmente habían tenido un encuentro, hasta que vio sobre la mesa un corta papel, lo agarró y separó uno de sus bucles y se lo cortó rápidamente ante la mirada sorprendida de Kellan.
—Envíeselo junto con la carta.
—Pensará que se lo he arrancado —dijo con media sonrisa y guardándolo con cuidado en el bolsillo de su camisa.
—No, no lo pensará.
En ese momento llegó una de las mujeres del servicio con té para el invitado.
—Señora, sé que no debo decirle nada a Jules, pero ¿Qué piensa hacer? —inquirió mirándola a los ojos.
—Esperar, armarme de paciencia y esperar, no me queda más... Él juró que iba a estar esperándome, confío en que lo hará y que algún día pueda estar con él, sé que nunca podremos recuperar el tiempo perdido, pero trataré de enmendar el dolor de la ausencia... ¿Puedo hacerte una pregunta? —Pidió Elisa y el joven asintió en silencio—. ¿Qué piensas de todo esto?
—No la juzgo señora, ni a usted ni mucho menos a Jules... Se enamoraron perdidamente, suele pasar. Él nunca me lo dijo, yo lo supuse cuando tenían problemas; ¡aguanta copas el francés! —Dijo sonriendo con añoranza—. Lo vi muchas veces alterado y temía que cometiese una locura, por eso me le pegaba como sanguijuela, hasta que una noche cuando estaba completamente borracho, sin saber lo que decía ni hacía se le salió su nombre, confirmando mis sospechas... No sabe estar sin usted señora, nunca había visto a un hombre reducirse a la nada y yo vi a Jules varias veces hecho menos que eso, menos que nada, por eso temo por él, temo que pueda cometer alguna locura en Francia y yo no puedo estar allí para apoyarlo; según él, ha intentado sobrellevar la situación y ya no se emborracha porque sabe que con hacerlo no va a conseguir nada, eso al menos me tranquiliza un poco. Usted se preguntará por qué le tengo tanta consideración y temo por él. Es porque le debo mucho, señora, él supo ser buen amigo y buen jefe, es un hombre como pocos; algo intransigente y también impulsivo, pero es valiente —no sabía qué más decirle, solo veía sufrimiento en Elisa—. Debo irme señora, gracias por todo.
—Kellan, por favor —Elisa le suplicó una vez más con los ojos inundados de lágrimas.
—No se preocupe, le diré que está igual de hermosa, que no ha cambiado nada y después le daré la estocada —le hizo saber con la mirada triste, poniéndose de pie para marcharse.
Elisa lo vio salir de su casa, se puso de pie y se encaminó hasta una ventana, observando cómo el joven se subía al vehículo mientras ella no podía evitar su llanto. Él se percató y le regaló una larga mirada, después le hizo un gesto de despedida con su mano y ella lo imitó.
Había sido un día laboral realmente extenuante para Jules, ahora solo anhelaba una ducha que lo ayudara a llevarse al menos el cansancio y poder dormir, quería caer en un sueño profundo para renovar su cuerpo, no era fácil estar al pendiente de Minas Crown y de sus acciones en Cartier porque ambas exigían su total atención.
Estacionó el auto frente a la mansión Le Blanc, bajó y entró a su hogar dejándose caer pesadamente sobre uno de los sofás del recibidor, cerró los ojos mientras se llenaba de energías para subir las escaleras, tan solo con pensar en subir al tercer piso se agotaba aún más.
Escuchó unos pasos acercarse, seguidamente del peso de alguien al sentarse a su lado, no tenía que abrir los ojos para saber de quién se trataba.
—¿Mucho trabajo? —preguntó la mujer al ver el estado del joven.
—Demasiado... no aguanto los pies —dijo quitándose los zapatos con la punta de los pies y los elevó colocándolos sobre la mesa.
—¿Será que ya no trabajas en una oficina, sino que eres como esos hombres que venden seguros de puerta en puerta? —inquirió con voz divertida Ivette.
—Eso creo —confesó evidenciando en su estómago el movimiento de la risa—. ¿Quién está en casa? —preguntó manteniendo la misma posición al encontrarse devastado.
—Nadie, Jean está en una reunión con la señorita Edith... —Jules elevó la comisura derecha de sus labios, él bien sabía el tipo de reuniones que mantenían su hermano y su prometida—. Y tu padre aún está en la casa de Gautier... ¿Sabías que Gerard va a casarse?
—No, no lo sabía, pero bien por él —contestó sin ninguna emoción en su voz.
—Algo pasó entre ustedes, ¿por qué ya no se han vuelto a hablar? Desde que regresó de América no ha venido más a la casa y ustedes prácticamente eran hermanos inseparables.
—Éramos, ya no... Él descubrió lo que yo tenía con la esposa de Frank y solo me quitó su amistad; no intentó comprender mis sentimientos, me juzgó, me criticó, me golpeó y mandó a la tubería de desechos todos los años de amistad... dándome la espalda por lo que él creía era lo correcto. Él tenía razón, nunca se la quité pero los amigos, los verdaderos amigos están con uno en las buenas y en las malas, intentan al menos escuchar tus razones, comprender tus sentimientos y él solo me pidió que me arrancara a Elisa del pecho como si fuese tan fácil... Créeme Ivette, si fuese tan fácil hacerlo yo lo hubiese hecho desde hace mucho, lo intenté incontables veces porque no quería hacerle esa porquería a Frank, no soy un desgraciado, sé que lo que hice no estuvo bien pero cuando me encuentre al primer hombre que logre anteponer el deber a los sentimientos me quitaré el sombrero delante de él, uno que verdaderamente sienta le vale mierda si está mal o bien lo que está haciendo, con sentir es suficiente.
—Creo que tienes razón hijo, pero deberían hablar... ustedes siempre han sido muy orgullosos, recuerdo que cuando discutían por tonterías duraban semanas sin hablarse.
—Nuestra última discusión no fue una tontería, no solo me dijo que era la peor de las lacras sino que también insultó a Elisa, a ella la odia y no comprendo sus razones o tal vez sí... porque ella era algo superficial, vanidosa y es la impresión que sigue dando a primera vista, pero no lo es... ¿Me creerías si te digo que es una mujer única? —le hizo la pregunta abriendo los ojos y mirando a la señora que prácticamente había sido su madre.
—No tengo la menor duda de que lo es... —le dijo pellizcándole una mejilla cariñosamente—. Si no el gato no hubiese caído rendido; tienes suficiente experiencia con las mujeres y sabes cuál es la que verdaderamente vale la pena... No eres un inexperto al que van a engañar haciéndose pasar por la mujer perfecta —Ivette le sonreía.
—No, tampoco es perfecta. Elisa no es perfecta, pero es la mujer que quiero, no sabe cocinar, ni tejer... pero eso no es lo que yo necesito, no quiero a una esclava sino a una mujer.
—Eso es lo de menos, por ahí se dice que amor con hambre no dura. ¿Cómo se supone que te va a alimentar?... Pero tranquilo, yo me encargaré de enseñarle a cocinar, no te creas que se la irán a pasar todo el día encerrados en la habitación.
—Digamos que al menos los dos primeros meses sí... Necesitaré recuperar el tiempo perdido —dijo sonriendo con picardía.
—Gato incorregible —le reprendió tiernamente palmeándole la mejilla—. Por cierto, hoy llegó correspondencia de tu amigo Kellan —informó poniéndose de pie para ir en busca de la carta.
—¿De Kellan? —inquirió sorprendido porque aún faltaban dos semanas para recibir noticias de América, por lo que su corazón se desbocó en latidos y abandonó inmediatamente su cómoda postura.
—Sí, aquí la tienes —dijo entregándosela—. Voy a ver cómo va la cena, sube anda, descansa un poco que yo te llamaré cuando esté lista.
—Gracias Ivette —le respondió afirmando con la cabeza mientras rasgaba el sobre.
La mujer se fue dejándolo solo, brindándole intimidad.
Jules sacó la hoja y la desdobló, encontrándose con un mechón de cabello rojizo, su corazón humano fue reemplazado por el de un colibrí al tiempo que las emociones rebosaron su garganta en lágrimas, instintivamente se lo llevó a la nariz y se robó el aroma, aún tenían su olor a jazmín, ése que lo enloquecía, la suavidad y el color que tanto... tanto extrañaba, ese mechón sin duda alguna era para él un respiro, una esperanza; lo besó con infinita ternura mientras lo acariciaba con el pulgar.
La impaciencia por saber lo que Kellan tenía que decirle le ganaba, por lo que ancló la mirada en la rara caligrafía de su amigo.
Chicago, 23 de junio de 1927
Jules observó la fecha, percatándose de que tenía quince días de haberla escrito, tres días después de haberle escrito la que le había llegado hacía un par de días y eso solo lo desconcertó aún más, por lo que sin perder tiempo se dispuso a leer.
Amigo mío.
Déjame decirte que te envidio como a nadie, he visto nuevamente a la mujer por la que suspiras y entiendo por qué vives loco por ella, verdaderamente, cada vez se ve más hermosa y más elegante.
Logré entrar a la mansión Wells, conté con la suerte de escuchar que necesitaban llevar urgentemente unos documentos del Registro Civil pero los mensajeros no se encontraban, sabes cómo soy de suspicaz y no perdí el tiempo, me ofrecí y milagrosamente aceptaron que los llevara.
Fue la señora quien me recibió y logré hablar con ella unos minutos, físicamente sigue pareciendo una reina, no tienes que preocuparte, cada cosa sigue en su sitio, tal vez debería ser más específico, pero no quiero que te de un ataque de celos, así que me guardaré mi opinión, solo sé que si la vieras, ese amor en ti aumentaría desmedidamente.
Fue ella misma quien se cortó el mechón con un cortapapel y te lo envió, no sé qué fetiche tendrás con su cabello, pero me dijo que eso sería suficiente para que supieras que verdaderamente yo la había visto y que se encontraba bien.
Jules mientras leía seguía acariciando con el pulgar el mechón entre sus dedos y no podía evitar emocionarse al saber que se encontraba bien, aumentando con eso las ganas de irse a América, dándole la convicción de que apenas llegara su padre hablaría con él, le diría que iba a intentarlo una vez más y le haría la promesa de que actuaría de manera prudente, que haría las cosas bien, sería inteligente y paciente, que no le importaba pasar una vida en Chicago si al fin lograba sacar a Elisa del país, le suplicaría por un poco de confianza, le demostraría que empezaría a actuar con entereza al no salir en ese instante a comprar un boleto y largarse.
Primero organizaría todo como debía ser, le entregaría la presidencia sin ningún pendiente.
Dejó de lado sus planes y prosiguió con la lectura.
Te hubiese enviado una nota, pero ella no podía escribir, ese lugar tiene más seguridad que la Casa Blanca, no solo internamente sino en los alrededores, solo es una advertencia, no será nada fácil traspasar los muros de ese castillo, amigo mío, el viejo tiene más de un dragón cuidando a esa mujer.
Ella me ha pedido que te informe de su situación, me ha dicho que aún no está preparada para un escándalo, no quiere que la sociedad le dé la espalda, dice que aunque logres llevártela eso la perseguirá a donde vaya y será lo mismo, que les tocará vivir de manera clandestina y no es lo que quiere, que no quiere seguir escondiéndose; que de momento, ella elige seguir con su esposo, pues no desea tener que bajar la cabeza ante la sociedad, que así no podría vivir.
Sé que es difícil de entenderlo, pero permíteme un consejo, creo que ella tiene razón. Jules, nadie podría ser feliz mientras sea señalado y la vida no solo está compuesta por el amor de la pareja, hay cosas que tú no puedes llenar, por mucho que la ames. Cuando todo el mundo le dé la espalda por adúltera va a sufrir, lo hará cada vez que llegue a algún lugar y se extienda el cotilleo, no vas a poder vivir a su lado las veinticuatro horas del día, y si pretendes que viva encerrada solo contigo, el amor terminará muriendo, entonces se odiarán y todos los momentos hermosos que vivieron los van a envenenar, no podrás evitar que eso pase, no podrás evitar que cuelguen carteles en la frente de la mujer que amas, y si la encierras, no harás nada distinto de lo que está haciendo tu enemigo y eso no es amor, amigo mío, solo te aconsejo que tengas un poco más de paciencia.
Cumplo mi deber de informarte cada palabra, espero comprendas los miedos de la mujer que amas, si necesitas enviarle alguna respuesta sabes que puedes contar conmigo, se la haré llegar.
Sé que no tengo nada más que decir y que tú tampoco quieres leer cosas sobre mí, pues, todo sigue igual con el puto jefe que tengo, si a ti no te maté, a ese sí que un día de estos lo lanzaré por la ventana.
Kellan Parrichs.
En Jules se llevaba una batalla campal entre la razón que justificaba cada palabra de Elisa y el consejo de Kellan, pero sus sentimientos se revelaban violentamente dentro de él, no podía llorar, quería hacerlo, pero no ganaría nada con eso, así se muriera llorando Elisa no aparecería frente a él.
Romper las cosas en un ataque de rabia e impotencia tampoco harían que él se parara frente a Elisa y le gritara en la cara que le importaba una puta mierda la sociedad, que todos podían morirse, que él la protegería, le rompería la cara a quien se atreviera a hablar de ella, fuese hombre o mujer lo haría igualmente, por ella reventaría a medio mundo, los mataría a todos uno a uno hasta que solo quedaran ellos dos en el mundo, entonces podrían amarse como tanto anhelaban.
Pero ella definitivamente no lucharía, era una cobarde que no mataría a nadie por él y acababa de decirle a Ivette que la mujer que amaba no era superficial, empezaba a darse lástima él mismo, empezaba a sentir que no valía nada, que tal vez hizo las cosas mal, que su amor no fue lo suficientemente intenso como para merecer una lucha, que... que... tenía tanto miedo de darle la razón a Gerard Lambert.
Se puso los zapatos y guardó la carta junto al mechón de cabello, se puso de pie y se encaminó a la consola, guardó el sobre en una gaveta y agarró las llaves del auto que estaban sobre el mármol, en ese momento Ivette regresaba de la cocina.
—Ivette voy a salir, quedé con unos amigos y lo había olvidado —dijo y aunque intentó ocultar lo que lo atormentaba no pudo, su voz era ronca.
—Jules, pero si estabas tan cansado... no deberías conducir así, es peligroso, ya has visto las noticias en los diarios de todos los que se quedan dormidos.
—No me quedaré dormido, voy a la casa de uno de mis amigos, teníamos un partido de billar... ya he descansado, dile a papá que no me espere a dormir.
—Está bien... pero por favor, ten cuidado gato y no vayas a tomar mucho, recuerda que hasta hace poco tuviste tomando medicamentos.
—Sí, lo sé, tranquila Ivette —pidió acariciándole una mejilla, le dio un beso en la frente y se encaminó a la salida.
Subió al auto y decidió ir a distraerse, iría al club, bebería y se quedaría en el hotel solo para no preocupar a su padre, necesitaba un poco de alcohol para pasar el trago amargo, pero no quería derrumbarse, no quería llorar como un marica cada vez que Elisa le hiciera un desplante.
Al salir del bullicio de la ciudad se encontró con la solitaria calle que lo llevaba al exclusivo lugar, sabía que ahí siempre se encontraban sus antiguas amistades, su maldita sociedad, a la cual prácticamente había rechazado por ella, no eran más que hijos de putas con rabos de paja.
Hombres que venían a buscar la diversión que no encontraban en casa, dejando a sus mujeres cuidando de sus hijos mientras ellos se emborrachaban, jugaban y si les salía la oportunidad se cogían a alguna hija de algún empresario, la cual seguramente estaba comprometida con algún joven que en ese momento se estaría cogiendo a la sirvienta de su casa.
Y que en algún momento dado todos coincidirían en alguna reunión porque se haría en la casa del prometido de la joven, que seguiría atacando a la sirvienta en la cocina mientras ella le regalaría miradas sugestiva al hombre que iba del brazo de su esposa; esas estúpidas mujeres eran las que se encargaban de hacer el gran drama de la "Adultera" totalmente escandalizadas mientras que ellas solían esperar a que el marido se fuese a trabajar para meter al chofer o al jardinero en la cama. Esa era la sociedad a la que Elisa le temía, una mierda que no valía más que lo que ellos tenían y lo rebajaba de esa manera.
Al llegar entregó las llaves del auto y pidió una habitación, lo hizo con anticipación porque sabía que normalmente los viernes se agotaban y no quería dormir en algún sillón del bar.
Antes de entrar al salón de billar se encontró con dos de sus amistades, quienes enérgicamente aceptaron la invitación de un partido, ocuparon una mesa y empezaron el juego.
En medio de la concentración y los aciertos en el billar aceptó el primer trago de licor, el que le quemó la garganta y lo sintió quemar su estómago ante la falta de alimentos, sin pensarlo mucho bebió un poco más mientras seguía jugando.
Los tiros empezaron a fallar al igual que su concentración y cada vez se sumía más en su desdicha; sin embargo, hacía el intento de convivir con la sociedad, tanto como Elisa lo anhelaba.
No podía controlar su bebida y en menos de tres horas empezó a sentir los efectos del alcohol; no obstante, el peso en su corazón se había alivianado un poco, ahora reía ante los chistes malos de sus amigos y él también contaba algunos aún más malos, pero ellos igualmente reían.
Nunca le había gustado jugar con dinero de por medio porque en eso solo alejaba la diversión y gobernaba la ambición, por lo que, aunque perdiera en el billar disfrutaba la experiencia; solo eso, pasar el rato mientras hablaban tonterías.
Alrededor de la una de la madrugada como era de esperarse llegó lo que para ellos era la verdadera diversión, él sin pensárselo y dejándose llevar por la embriaguez eligió a la pelirroja. La que inmediatamente se sintió prendada del hombre más alto y guapo del grupo.
Mandaron a cerrar el salón para llevar a cabo la diversión en el mismo lugar sobre las mesas de billar y en grupo. Pero Jules prefirió retirarse a la habitación que ya había reservado previamente, sintiendo que el alcohol ya hacía estragos en su cabeza y en su lengua pues se había soltado más de la cuenta.
Al llegar a la habitación la mujer empezó a besarlo y el cómodamente correspondió, lo hizo con las ganas reprimidas, era rápido y violento, no había un atisbo de ternura ni de sentimientos; era solo placer, dejando por fuera el corazón y viviendo las emociones, sintiendo su cuerpo traicionarlo al despertarse eufóricamente.
—Ven aquí Elisa —le dijo tomándola de la mano y guiándola al centro de la habitación.
—No... no me llamo Elisa —susurró en medio de los besos de él.
—Me importa una mierda cómo te llames, hoy te llamarás Elisa —respondió llevándole las manos a las mejillas, percatándose de que los ojos eran verdes—. Cierra los ojos —murmuró contra los labios de ella quien obedeció lentamente, sintiendo cómo él le invadía la boca con la lengua, robándole todo el oxígeno mientras empezaba a desvestirla con desespero.
La mujer empezó a desvestirlo sin dejar de corresponder a los voraces besos, sin dejar de vibrar ante las caricias sintiéndose confundida cada vez que la llamaba Elisa, pero no se atrevía a decir nada, solo quería disfrutar.
La levantó en vilo dejándola caer en la cama, ambos se encontraban completamente desnudos.
Ella fascinada con la desnudez de ese hombre, dejándose utilizar por él con el mayor de los placeres mientras Jules no se dejaba hacer nada, la agarró por las muñecas y la inmovilizó, llevándole las manos por encima de la cabeza mientras le devoraba los senos. Ella sentía la saliva caliente debido al alcohol y eso aumentaba la excitación de su cuerpo que se retorcía en la cama bajo el cuerpo de ese hombre ardiente.
Solo la llamaba Elisa, incontables veces lo hacía, sin duda alguna se quería sacar a esa mujer del pecho; ¡hombres!, que no podían quedarse callados y solo buscaban la manera de torturarse al compararlas con la mujer que amaban, él buscó una vez más su boca.
—Déjame quererte... déjame mimar tu alma —suplicó ella en medio de gemidos.
Jules detuvo la línea de succiones a lo largo de la mandíbula y la encaró.
—Shhh, callada... callada... Tú encárgate de mi cuerpo que de mi alma me encargo yo ¿Entendido? —inquirió con voz firme y mirada penetrante.
La mujer solo asintió en silencio y buscó una vez más la boca de Jules, necesitándolo dentro, por lo que elevó sus piernas y lo encarceló.
Él la retuvo con una de sus manos y con la que se liberó se quitó las piernas de ella que le cerraban las caderas, no quería que lo tocara, no quería que ella tuviese alguna participación, solo quería ser él, solo él, desahogarse y lo haría cuando él quisiera. Estando ebrio no podía controlar sus instintos y al sentirse molesto solo actuaba como un patán, pero quería matar el sentimiento y solo dejarse llevar por la naturaleza animal, solo eso. Jules utilizó una de sus rodillas para abrirle las piernas tanto como quería, se dejó caer sobre la mujer penetrándola profundamente, sintiendo su cuerpo sacudirse al sentir la tibia humedad de una vagina después de tanto tiempo.
El jadeo de ella lo invitó a desbocarse de manera rápida, haciéndolo sin cuidado, arrancándole gritos de placer mientras la cabalgaba, pero la cara de ella no era la misma que él quería; no lo era, por lo que salió arrancándole una sutil protesta a la joven, en un movimiento maestro la volteó colocándola boca abajo y desde esa perspectiva le gustaba más porque solo podía apreciar su cabello rojizo. Se arrodilló dejándola a ella en medio de sus muslos y la penetró una vez más sintiendo así los pliegues más unidos, brindándole más placer.
La anónima mujer jadeaba fuertemente ante el frenesí y dolor que él le brindaba pero Jules se había vuelto obstinado y tampoco quería escucharla, por lo que la tomó por los cabellos y la obligó a elevar la cabeza mientras que con la otra mano la amordazó, danzando encima de ella a su gusto, profundo y lento, superficial y rápido... todas sus embestidas buscaban el placer que necesitaba mientras su corazón se agitaba violentamente y su cuerpo se cubría de sudor, reteniéndola con fuerza, sin pretender liberarla o escuchar que sus jadeos ya no tenían el mismo tono; tomando sus cabellos con ímpetu y a segundos bajaba para besarle, succionarle y hasta morderle los hombros; descubriendo que no eran ideas suyas, que el sabor de esa piel era distinto, que el de esa mujer era agradable pero el de su amor era delirante, era delicioso, era único.
No pudo evitar recordar algunas palabras escritas en la carta, ninguna en orden debido a su estado de ebriedad, por lo que ponía más empeño en matar el recuerdo de Elisa, en hacer gozar a esa mujer bajo su cuerpo.
Alcanzó un verdadero y explosivo orgasmo, jamás podría comparar una masturbación con eso porque imaginar era una cosa, pero sentir el cuerpo de una mujer era distinto, jadeó como un animal mientras sus venas querían estallar al igual que su corazón; sin embargo, no lo sintió expandirse por todo su cuerpo, aún con los ojos cerrados esa sensación de estar volando no llegó, fue una descarga de placer en su vientre, esa misma que se apoderó de sus testículos pero la diferencia quedaba marcada. No quería dejarla embarazada, por lo que, aunque estuviese borracho salió a tiempo tomando el control y agitando su miembro fieramente hasta derramarse sobre la piel de los glúteos de la mujer, dejando esa sensación de vacío y liberación que producía en él la eyaculación.
La mujer había alcanzado la gloria un par de veces, sintiendo a ese semental poseerla sin control alguno, entraba en ella profunda y rápidamente, algunas veces lentas cuando le regalaba succiones dolorosas y de goce en sus hombros, hasta que lo sintió caliente y espeso derramarse fuera, pero quería seguir disfrutando de ese hombre, de su salvaje y maravilloso sexo. La liberó de sus piernas y ella se volvió sonriente, con el claro propósito de seguir brindándole más placer, esa boca pequeña y voluptuosa iba directo a su soldado casi desfallecido, pero él le puso una mano en la cabeza y la alejó. Se puso de pie y se encaminó al baño, después de varios minutos regresó.
—Ve a bañarte —le pidió.
Cuando ella salió de la cama él haló la sábana y la lanzó al suelo para dejarse caer acostado sobre las que se encontraban menos manchadas de sexo.
El cansancio y la ebriedad le ganaron la partida y terminó por quedarse dormido. Cuando la mujer salió del baño lo vio rendido, seguramente él hubiese preferido que se marchara, pero ella no lo quería de esa manera, por lo que se acostó al lado de los dos metros de belleza y sexualidad dormido.
Aunque la había humillado al llamarla Elisa, la hizo gozar como ningún otro, se encontraba adolorida pero realmente plena, ese hombre sabía exactamente cómo llevar a una mujer a la gloria, esa manera en la que la sometió, cómo la controló impidiéndole algún movimiento le había encantado. Necesitaba eso de un hombre, que se esmerara porque ella estaba cansada de hacer siempre todo el trabajo. Lo aprovechó dormido para acariciarlo con ternura y besarlo de la misma manera, le daba cierta lástima porque sabía que sufría por alguna estúpida que no sabía la calidad de hombre que estaba desperdiciando, lo mimó con sus caricias hasta que terminó por quedarse dormida también.
Abrió los ojos y parpadeó varías veces, apenas siendo consciente de dónde se encontraba, se incorporó quedando sentado, apoyó los pies en la alfombra sintiendo que la cabeza iba a estallarle, miró su reloj de pulsera el que le indicó que eran las cinco y quince de la madrugada.
Volvió medio cuerpo y apenas posó su mirada en la mujer dormida que le daba la espalda, regresó la mirada al frente y luego la ancló en el suelo, donde se encontraba la ropa interior, la agarró y se la colocó, se puso de pie y se encaminó agarrando todas sus prendas.
Se puso el pantalón, la camisa, que no abotonó completamente y menos los puños, agarró un calcetín, el otro no tenía idea donde podría estar, dejó de buscarlo y se colocó los zapatos así, el saco y la corbata los dejó descansar en uno de sus ante brazos. Salió de la habitación tratando de hacer el menor ruido posible para no despertar a la mujer, llegó al lobby y canceló la cuenta, se dirigió a la salida y pidió su auto, en el que se marchó de vuelta a la mansión Le Blanc. Durante todo el trayecto no hizo más que recriminarse haber caído en la tentación, seguramente se debía a más de diez meses de abstinencia sexual. Todo fue tan patético, había perdido la cuenta de las veces que la llamó Elisa y esa mujer no dijo nada, se dejó hacer sin importarle que estuviese pensando en otra; sin embargo, no logró llenarlo ni siquiera a medias. El encuentro sexual no había estado mal, pero sencillamente no era lo mismo, la tenía a ella, pero necesitó de las caricias de otras manos, estuvo consciente de todo, no lo elevó un ápice, no lo hizo volar, esa mujer no tenía magia, solo la había utilizado para desahogarse, solo eso, un cuerpo en el que descargó las ganas.
Al llegar a su casa se dio una ducha y una vez más sufría por haberle sido infiel a su ángel pelirrojo, por lo que la rabia contra él mismo no se hizo esperar; eso ligado a la impotencia por tanta espera provocó que llorara nuevamente como un marica, queriendo solo a Elisa; la necesitaba porque esa obsesión lo estaba acabando cada vez más, de nada le bastaba matarse a trabajo, recibir elogios de su padre y de los accionista por su excelente labor si su única inspiración se basaba en querer olvidar y no lo conseguía, no podía salir de ese pozo sin fondo, no sabía ni siquiera dónde estaba, se encontraba a la deriva porque su único puerto estaba a un océano de distancia.
Salió del baño y se colocó solo la ropa interior, se encaminó a la caja de seguridad, había prometido olvidar la combinación y solo la había anotado en un papel que guardaba Jean Pierre, pero al parecer los números se quedaron tatuados en su memoria y comprendía que era imposible olvidarlos porque no eligió dígitos al azar, por algo era 03021925, la fecha en que vio por primera vez a Elisa y se dijo que era el más grande de los estúpidos, lo que le faltó fue colocar la hora también, abrió y se topó con los cuadernos, los que revisó desde el primer dibujo, admirándola. Desvió la mirada por la ventana y pudo ver en la distancia la torre Eiffel, se encontraba iluminada porque aún no aclaraba, buscó carboncillo y se fue a las hojas en blanco dónde empezó a dibujarla como hizo con el atardecer en Colombia. Cuando la torre estuvo casi lista, la imaginó a ella parada en su ventana, pero esta vez la hizo desnuda, aún la tenía fija en su memoria, esa desnudez perfecta, teniendo de fondo el paisaje que se podía observar desde su recámara.
La deseaba como nunca antes, con tanta fuerza que dolía, lo ahogaba y lo arrastraba, dejándolo sin opciones a pensar en nada más que no fuese ella; sin importar el dolor que le causara con sus estúpidas ideas, se prometió esperarla, pero el tiempo no pasaba, los minutos sin ella se convertían en días y los días en años; ahora también debía esperar a que la sociedad tratara de comprenderlos, definitivamente terminaría enloqueciendo.
No supo en qué momento terminó por quedarse dormido, tal vez entrada las ocho de la mañana porque ya el sol podía divisarse en el horizonte.
—Jules despierta... despierta.
Escuchó la voz de Jean Pierre que palmeaba su hombro, él se encontraba dormido boca abajo y apenas sí levanto la cabeza para luego tomar una de las almohadas y cubrirse el rostro.
—Jules, son las dos de la tarde y a las cuatro tenemos el partido de polo... a ver si dejas de andar divirtiéndote hasta tan tarde, te sentí llegar en la madrugada... —hablaba mientras caminaba al baño.
—Déjame Pierre, ¿puedes tener un poco de respeto por el sueño? —preguntó sin levantarse—. No es obligado que vaya al partido y quiero descansar, me duele la cabeza, bebí toda la noche.
—A Morfeo lo respeto, quien no lo hace eres tú... ¿Cuándo vas a dejar los malos hábitos de dormir hasta estas horas?, ese hombre necesita descansar, pero tú lo mantienes ocupado... Eso con un jugo de tomate se te pasa —no iba a desistir en los intentos de levantar a su hermano.
—Deja de ser tan infantil... madura Pierre, no pareces un hombre... Déjame dormir que apenas logré conciliar el sueño esta mañana —acotó halando la sábana provocando que el cuaderno de dibujos cayera a los pies de su hermano.
—¡Vaya! ¡Ya sé porque no duermes! —exclamó admirando el dibujo que había realizado su hermano durante la madrugada—. Única la torre Eiffel —dijo sonriendo.
Jules en ese momento brincó de la cama al ser consciente de lo que su hermano estaba viendo, casi arrancándole el cuaderno de las manos.
—Deja de mirar mis dibujos —exigió entre molesto, avergonzado y celoso al saber que su hermano había visto a su mujer desnuda. Mientras Jean Pierre lo miraba sonriente ante el talento y la imaginación de Jules—. Lárgate de mi habitación... Solo tienes permitido ver los dibujos que yo diga —dijo colocando el cuaderno en la caja de seguridad.
—Está bien, me largo... Te doy una hora para que te prepares, ni creas que voy a ir al partido solo —aseguró con una gran sonrisa encaminándose a la puerta por donde salió. Mientras Jules se quedó observando por donde su hermano había salido, apenas pensaba darse la vuelta e ir al baño cuando Jean Pierre abrió nuevamente y dejó ver medio cuerpo—. Jules, recuerda que papá nos decía que no lo hiciéramos, que no nos masturbáramos; te van a salir pelos en la palma de la mano... Hombre el molino abre hasta las cuatro de la madrugada... —hablaba sonriente.
Jules agarró una almohada y se la lanzó, estrellándola contra la hoja de madera porque Jean Pierre había sido mucho más rápido.
Nota: espero que disfruten de este capítulo, que es bastante largo.
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