CAPÍTULO 58
Una semana después de la caída del caballo, le dieron de alta y la semana siguiente la pasó encerrado en su casa, siguiendo las estrictas órdenes de su padre, sino hubiese sido porque invirtió el tiempo en pasarlo sentado en el piano componiendo esa melodía que retumbaba en su cabeza en los momentos de letargo, se habría vuelto completamente loco.
Pasaba hasta ocho horas recordando cada nota sutil y tierna, dándole vida, era como un arrullo para los querubines, muy dulce para su gusto, pero lo llenaba de una paz infinita, casi estaba lista y aún no había encontrado un nombre que le hiciese justicia.
A momentos pensaba que eran reflejos de esa melancolía que lo envolvía y que no podía entender, tal vez se debía a que sus esperanzas empezaban a volverse nada o era lo que esperaba porque Elisa no le había enviado ninguna respuesta, no se tomó ni siquiera la molestia de pedirle por medio de un pedazo de papel que no la molestara más, para así no tenerlo en la agonía de pender de un hilo.
Estaba bien, muy bien y feliz, así fue como le hizo saber Kellan en la última misiva, eso según las palabras de Dennis; lo que no entendía era que según la niñera esa felicidad se debía a él, si se encontraba tan lejos; él no quería pensar que Elisa era feliz por saber el estado de zozobra en el que se encontraba.
Se le hacía más fácil desconfiar de Kellan, de su amigo que lo mantenía al tanto de todo lo sucedido con Frank Wells, pero ya no quería saber de ese desgraciado, ya sabía que estaba llevando su vida normal, solo quería saber de Elisa, por ella misma, por su caligrafía y no lo que Dennis pudiese decir.
Le había prometido a su padre ser prudente, esperar, ser paciente y no rebasarlo en angustias, pero no sabía cuánto tiempo más podía esperar, cuánto podría soportar sin subirse al primer barco e ir a comprobar por él mismo que Elisa era feliz, realmente feliz, que se encontraba bien y entonces, solo entonces él se apartaría y regresaría con el corazón destrozado, tal vez con pocas ganas de vivir pero le valía saber que ella era feliz; la maldeciría, se molestaría pero no la odiaría, eso jamás podría hacerlo y lo sabía.
Un llamado a la puerta lo sacó de sus cavilaciones, por lo que dio la orden de entrada mientras se acomodaba en la silla.
—Buenos días señor Le Blanc —saludó la secretaria amablemente.
—Buenos días —respondió tratando de disimular que trabajaba y no que estaba a un océano de distancia.
—Señor Le Blanc, aquí tiene las carpetas con lo que se va a pautar en la conferencia, están listas, pero preferiría que usted mismo las revisara —pidió entregándole los documentos—. ¿Desea algo más? —preguntó la mujer de unos cuarenta años y ojos soñadores.
—Sí, un jugo de naranja por favor —pidió abriendo una de las carpetas y revisando el contenido.
—¿Jugo de naranja? —preguntó extrañada—. ¿Eso no le aumentará la acidez señor? —Sin poder ocultar su sorpresa.
Su jefe hasta hacía un par de semanas no podía tomar ni comer nada cítrico, porque era como lejía para su estómago.
—No... ya estoy mucho mejor, realmente los malestares han desaparecido, creo que el doctor tenía razón, todo estaba en mi mente y el golpe en la cabeza me hizo poner las cosas nuevamente en su sitio —dijo sonriendo—. Es raro, complicado e incompresible lo de la mente humana ¿No crees Berenice? —preguntó mirando a la mujer.
—Sí, es bastante raro, muchas veces me hacía recordarme a mí misma cuando estuve embarazada de mi primer hijo, por eso entendía cómo se sentía... náuseas y acidez al mismo tiempo es espantoso, todo durante el primer trimestre de gestación. No me había atrevido a decirle nada antes porque no quería que se molestara conmigo y que pensara que le faltaba el respeto al confundirlo con una mujer embarazada con las hormonas todas desequilibradas, durmiendo mucho pero mucho más de lo normal, con estados de ánimo muy depresivos, llorando por cualquier tontería y no solo repugnancia por algunos alimentos sino también por algunos olores; es que a veces los embarazos no son fáciles pero uno los olvida cuando tiene un bebé entre sus brazos, todo se vuelve maravilloso, tiernamente maravilloso —dijo sonriendo con simpatía.
—En mi caso lo que tengo es una herida, que se llevó siete puntos de sutura y que no es para nada tierna —acotó alegremente—. Berenice no tiene porqué cohibirse, no soy un ogro y mi altura solo es hereditaria, no es para intimidar a nadie; si piensa algo de mí, así sea que crea que estoy embarazado, puede decírmelo no me molestaré —le hizo saber amablemente.
—Gracias, es usted muy comprensivo... —se quedó por unos segundos en silencio admirando los ojos de su jefe, los cuales se le veían más brillantes esa mañana—. ¿Entonces, jugo de naranja para el señor? —preguntó una vez más para volver a sus labores.
—Sí por favor, solo eso de momento.
La secretaria salió del lugar y él instintivamente negó en silencio mientras sonreía ante las cosas absurdas que decía Berenice, solo a ella se le ocurría comparar su padecimiento con malestares de embarazo, ni que fuese mujer; además, estaba lo imposible, según ella era el primer trimestre de gestación y él llevaba más de siete meses sin ver siquiera a una mujer desnuda, aunque ella no podía saber que casi estaba por convertirse en monje.
Decidió dejar de tontear con sus pensamientos y ponerse a trabajar, que ya bastante se había atrasado debido a su suspensión médica y de lo cual su padre había sacado poco a flote, porque también había invertido la mayor parte de su tiempo en cuidar de él como si fuese un niño de diez años, era por ese amor incondicional que le prodigaba su viejo, por ese amor infinito que no quería desilusionarlo ni mucho menos angustiarlo, tal vez lo mejor era seguir sacrificándose, seguir sumido en sus propios demonios. A veces se debía pensar más en los demás, en esos que lo daban todo por él y seguir soportando un poco más, solo un poco más.
No había nada más reconfortante que sentir el sol de la primavera posarse sobre su rostro. Después de mucho tiempo Elisa por fin respiraba el aire libre, llenándose los pulmones mientras la flor más hermosa, las más bella se encontraba dormida entre sus brazos, la descubrió un poco para que disfrutara del sol, tal como el doctor le había recomendado y eso solo la sonrojó hermosamente haciéndole fruncir el ceño ante la luz e instintivamente se llevó la pequeña manito al rostro.
—Déjala dormir, no le hagas maldades —pidió Daniel sonriendo y acomodando la manta de su sobrina para que nuevamente la sombra la cubriese.
—Va a ser muy dormilona, creo que salió al tío —acotó Elisa riendo tiernamente.
—Creo que a la madre —comentó el señor Lerman quien ayudaba a su hija a caminar mientras salían del hospital y se dirigían a los autos que los llevarían a la mansión Wells—. Cuando ustedes estaban pequeños eras tú Elisa quien más dormía; Daniel, por el contrario, daba guerras de llanto toda la noche, no había nana que lo quisiera porque solo pretendía que lo mantuvieran todo el día en brazos, meciéndolo; para luego en la noche no querer dormir.
Frank iba detrás de ellos con Frederick en los brazos, admirando el brillo que el sol le sacaba al rostro de su esposa, sonrojándola y haciéndola ver más hermosa; sin embargo, él debía tragarse su admiración y amor.
Subieron a los automóviles y Elisa admiraba las calles de Chicago, primera vez que las veía después de siete meses, porque cuando la trasladaron al hospital se encontraba inconsciente. A su lado iba Frank quien llevaba a su hijo sentado en las piernas y el puesto del copiloto lo ocupaba John Lerman mientras que en otro vehículo viajaba Daniel con Vanessa y su pequeña Valentina.
El auto se trasladaba por una de las principales vías de Chicago, era el único camino que los sacaría del centro de la ciudad y los llevaría hasta los suburbios donde se encontraba la majestuosa mansión, por lo que no pudieron evitarlo, el corazón de Elisa empezó a latir violentamente y las lágrimas se arremolinaron en su garganta ante la mezcla de dolor y emoción que la embargaban, sintió a Frank tensarse pero él no podía evitarle a ella que limitara o erradicara sus emociones, ni mucho menos que no anclara la mirada en el edificio, ése en el que pasó los momentos más felices de su vida.
Elevó la mirada al quinto piso, esperando verlo asomado por la ventana, con eso se conformaría pero no pudo ver nada, solo un cristal cubierto de polvo, por lo que las lágrimas se desbordaron y corrieron por sus sienes, cuando el auto dejó atrás el sitio de sus mejores recuerdos bajó la mirada y tomó la mano de su niña, depositándole un beso eterno en los dedos, admirando al más maravilloso de los resultados que salió de ese lugar sin poder controlar su dolor.
— ¿Hija te sientes bien? —preguntó con preocupación el señor Lerman al descubrir de pronto el estado de su hija.
—Sí papá, solo que... aún estoy algo sensible —respondió para tranquilizar a su padre y pudo ver a Frank observando al otro lado de la calle, intentando ignorarla completamente, pero él bien sabía a qué se debían sus lágrimas.
Frederick se encontraba completamente enamorado de su hermana, no podía dejar de mirarla y le gustaba aún más cuando ella parecía sonreírle, muchas veces quería cargarla como a uno de sus peluches, pero también sabía que no podía, por lo que se conformaba con acariciarla tiernamente con la punta de sus dedos y a su mamá le gustaba que lo hiciera porque le regalaba hermosas sonrisas.
Cuando por fin llegaron a la casa bajó con la ayuda de su padre y de su hermano mientras que Frank lo hizo con el niño, cuando entraron a la mansión una gran sonrisa se ancló en sus labios al ver la maravillosa sorpresa, todos los empleados formaban una línea y al unísono le dedicaron un "Bienvenida señora" ella les agradeció con un sincero "Gracias" y recorrió con su mirada el lugar que se encontraba con docenas de ramos de rosas blancas y rosadas, también habían globos que adornaban las escaleras en los mismos tonos. Ella entró completamente a su casa y uno a uno sus empleados se acercaron para observar al nuevo miembro de la familia.
Cuando Dennis se acercó se la entregó porque en los ojos celestes vio la súplica.
La niñera al tenerla en los brazos y observarla por unos minutos elevó la mirada y la ancló en la de Elisa, gritándole lo que era evidente, haciéndole saber que había encontrado en la pequeña rasgos de su verdadero padre.
Elisa con la ayuda de Daniel y su padre subía las escaleras, pensando que le llevaría tiempo hacerlo pues la herida aún le molestaba a cada escalón, haciendo la acción bastante incómoda hasta que André llegó a su lado.
—Señora, ¿me permite? —pidió el hombre y ella solo asintió en silencio, al minuto se encontraba en los brazos del mayordomo, quien al cargarla le hizo todo mucho más fácil.
—Gracias —susurró mirándolo a los ojos.
—Por nada señora —le dijo con una sutil sonrisa—. Estoy muy feliz por usted y por su niña, me alegra que esté bien y que esté de vuelta... digo no porque quiera que... —hablaba el mayordomo muy bajito para que las personas que venían dos pasos detrás de ellos no pudiesen escuchar.
—Te entiendo... sé lo que intentas decirme André —le hizo saber, era consciente de que él sabía todo, estaba feliz de que estuviese viva, de que hubiese superado su estado de gravedad, pero sabía que no le gustaba el hecho de verla ahí, al menos no encerrada.
—André, a la habitación de mi hija por favor... Quiero que mi esposa lo vea —intervino Frank.
El mayordomo la llevó hasta una de las puertas y Elisa le pidió que la bajara, solo se le hacía difícil subir las escaleras, en ese momento Frank llegó y abrió la puerta, aún con todo el odio que sentía hacia ese hombre no pudo evitar maravillarse con el gesto que tuvo para con Germaine, si en algo se especializaba su esposo era en sorprenderla materialmente.
Era la habitación más hermosa que alguna vez hubiese visto, en colores rosado y blanco, con los muebles color caoba a diferencia de la cuna que era blanca y la cabecera tenía la forma de una corona, decorada con muchas piedras preciosas de colores brillantes, un móvil que tenía hermosos unicornios y nubes, en la pared del frente había pintado un hermoso castillo que se encontraba sobre una inmensa nube, las cortinas eran rosadas, la alfombra del mismo color y todo absolutamente todo parecía haber salido de un cuento de hadas.
—Gracias —fue lo que susurró, no podía decirle nada más, ni siquiera podía mostrar emoción, aunque se sintiese feliz, porque sabía que eso era lo que Frank pretendía, quería deslumbrarla como siempre lo había hecho, pero ella no podía olvidar.
Sabía que lo que él sentía era una poderosa obsesión, no amor; quien verdaderamente ama no hubiese hecho todo lo que él hizo, no le hubiese dicho todo lo que le dijo, en su cabeza hacían eco las veces que la llamó mujerzuela, ramera, perra, sucia y no podía olvidarlo... no podía.
—Germaine aún está pequeña, necesita la atención de su madre y Elisa está un poco débil, creo que al menos por un par de semanas es conveniente que duerma en un moisés en su habitación —aconsejó Vanessa, quien sabía lo engorroso que podía ser el trasladarse de una habitación a otra cada dos o tres horas.
—Tienes razón Vanessa —estuvo de acuerdo Elisa, regalándole una sonrisa a su cuñada.
—En ese caso ya eso está preparado, recordé que hicimos lo mismo cuando Fred estaba recién nacido, por lo que hay un moisés y todo lo necesario en la habitación —acotó Frank, quien ya se había adelantado a los planes de su esposa.
Se dirigieron a la habitación, como el hombre había dicho, el lugar se encontraba preparado para la madre e hija, después de varios minutos dejaron descansar a Elisa y a Germaine.
Todos bajaron y ella se quedó sola con su hija, perdida en la imagen de la pequeña quien la miraba con esos grandes y hermosos ojos verdes, los que sin palabras le decían que la amaban profundamente tanto como lo hacía ella.
Frank como todas las madrugadas llevaba a cabo la rutina de verificar si Elisa y sus hijos se encontraban bien, primero pasó por la habitación de Frederick, se acercó hasta él y lo revisó acomodándole un poco la cobija, le acarició la mejilla al pequeño y se quedó admirándolo por varios minutos, sin duda alguna el tiempo pasaba muy rápido, aún recordaba la primera vez que lo vio, parecía haber sido el día anterior cuando su llanto lo hizo sentirse feliz, completo, joven; cuando se sintió con tantas ganas de vivir. Quería verlo crecer, ver al hombre en el que se convertiría. Por eso amaba a Elisa, porque le había brindado la oportunidad de ser padre, de procrear vida, además de esa belleza en ella que aún lo mantenía hechizado.
Con su pulgar frotó tiernamente la nariz del niño y se encaminó a la habitación donde dormía su esposa.
Como de costumbre abrió la puerta con el mayor de los cuidados y asomó medio cuerpo recorriendo primero con su mirada la habitación para comprobar que Elisa se encontrara profundamente dormida, para que no terminara sacándolo de la habitación como siempre lo hacía; aunque lo hiciera de manera sutil siempre lo echaba.
Era evidente que no lo quería cerca, aun cuando había existido entre los dos un acercamiento. Germaine ese día estaba cumpliendo dos meses de nacida y en dos oportunidades tuvieron que llevarla al médico debido a complicaciones respiratorias. El pediatra que la estaba tratando ya le había diagnosticado una enfermedad crónica del sistema respiratorio que producía estrechamiento de los bronquios y la consecuente dificultad respiratoria.
En pocas palabras, Germaine padecía de asma; sin embargo, no era preocupante, no mientras mantuvieran a mano un tanque de oxígeno, el que se encontraba a un lado del moisés donde aún dormía junto a su madre.
Él se había encargado de que le acondicionaran la habitación, donde no le faltara de nada, pero Elisa seguía empeñada en que durmiera a su lado, sabía que aún temía que las separaran y no podía culparla por ello; sin embargo, le dolía saber que el lazo de confianza que había antes ya no lo tendrían jamás.
Todas las noches pasaba a verificar que la niña se encontrara bien, le revisaba la respiración y regresaba a su cama, pero esa noche en particular se encontró con unos ojos verdes que lo admiraban desde el moisés.
Germine se encontraba despierta y al parecer tenía hambre porque se chupaba las manos, no pudo evitar entrar y acercarse hasta la niña, la que cada día que pasaba marcaba más sus rasgos; sus ojos ahora reflejaban también el gris, ya que recién nacida eran mucho más verdes, estaban acercándose cada vez más al color de los ojos de su padre, aunque la forma de su boca era la de Elisa.
Se sintió atrapado por la ternura que la pequeña irradiaba y cómo lo miraba con sus hermosos ojos y sus imponentes pestañas, él sabía perfectamente de quién había heredado esas pestañas, fueron las mismas pestañas que enloquecieron a Jean Paul, heredó sus largas y tupidas pestañas de la abuela.
Con mucho cuidado la cargó, era la primera vez que lo hacía porque nunca antes quiso acercarse a ella, aunque legalmente fuese su hija, aunque fuera Germaine Wells, Elisa no se lo había permitido, parecía una leona que cuidaba de su cría, no la descuidaba un momento.
—Hola Germine —susurró acomodándola en su pecho—. ¡Qué bonita eres! —expresó acariciando con su pulgar la mejilla sonrosada de la niña—. ¿Tienes hambre?, déjame ver qué tiene tu madre aquí para ti —se acercó con la niña en brazos hasta la mesa y vio los biberones preparados en una hielera, tomó uno y primero comprobó que se encontrara en buen estado, esa semana le habían empezado a alternar la alimentación porque la leche materna sola no la satisfacía.
—No hagas ruido que se despierta tu mami —susurraba embargado por la ternura que le provocaba la niña.
Caminó con ella hasta la mecedora y la acomodó, después le ofreció el alimento mientras la admiraba y sentía un gran nudo en la garganta porque deseaba con todas sus fuerzas que fuese su hija, verdadera, naturalmente; la mirada de ella fija en él con sus grandes ojos le gritaban que no lo era. Muchas veces intentaba olvidar, se obligaba a olvidar quién era el padre y se recordaba que lo único importante era que era hija de la mujer por la cual respiraba, que era sangre de Elisa, que todo lo demás no tenía ninguna importancia, pero había momentos como esos en que quería mucho más, no quería solo a la niña, quería a Elisa, quería que ella lo perdonara y que olvidara... anhelaba que ella olvidara y si lo hacía, él también estaría dispuesto hacerlo.
Aún recordaba todo lo que se tenía que hacer mientras alimentaba a un bebé, la niña se aferraba a la mamila y en un momento sonrió aún con ésta en los labios, por lo que Frank correspondió de la misma manera sintiéndose inmensamente feliz, verdaderamente feliz después de mucho tiempo, ese simple gesto le engrandecía el corazón, al parecer sería una hechicera igual que su madre y quería igualmente entrar en su corazón y apoderarse de cada partícula.
La niña prácticamente acabó con el alimento en el biberón, él lo colocó en la mesa de al lado y se puso de pie, empezó a caminar lentamente, la acomodó sobre su pecho y empezó a arrullarla mientras le sacaba los gases, sintiendo que ella empezaba a envolverlo en una paz formidable.
Elisa abrió los párpados pesadamente y se encontró con Frank de espaldas atendiendo a la niña, él le tarareaba para dormirla, trató de no hacer ningún movimiento para que no se diera cuenta de que lo había descubierto, de momento no veía ningún peligro pero tampoco quería dejarse engañar por él, sabía que su hija podía sacar lo mejor de cualquier desalmado, que era un ángel que los encantaba con su ternura, pero solo lo hacía con Germaine no con ella; aunque Frank pretendiera ser buena persona, ella sabía muy bien que no lo era, que en el fondo dormía en él ese hombre egoísta y salvaje, muchas veces despertaba sobresaltada al revivir mediante algún sueño la paliza que le dio y entonces una vez más de cierta manera le temía.
Vio cómo su hija se quedó dormida, también cómo Frank se volvía, por lo que prefirió hacerse la dormida para no exponerlo a dar alguna explicación.
—Dulces sueños princesa —le susurró a la pequeña, depositándole un beso en la frente y acomodándola en el moisés. Sabía que debía marcharse, pero no podía, quería seguir observándola, vigilar cada latido de su pequeño corazón.
—Gracias —dijo Elisa abriendo los ojos y él se sobresaltó un poco al saberse descubierto.
Durante el tiempo que mantuvo los ojos cerrados, fue tejiendo poco a poco el inicio de su liberación, sabía que Frank se encontraba vulnerable y abrumado ante la ternura que brindaba Germaine, sin duda había bajado la guardia y ella iba aprovechar ese momento, necesitaba armar a la perfección su plan; nada, absolutamente nada podría fallarle.
—De nada... solo me pareció escuchar un ruido y por eso pasé por aquí y la vi despierta... pero ya está dormida —hablaba nervioso—. Ya la alimenté... regresaré a mi habitación... —se dio media vuelta y se encaminó a la puerta.
Su voz y actitud solo evidenciaban lo que Elisa suponía y debía olvidar, borrar todo lo pasado; solo imaginar cómo hubiese sido si ella le hubiese contando de lo que sentía por Jules mucho antes de que los descubriera, vivir el momento, solo tenía que vivir el momento.
—Frank lo siento, siento todo el daño que te he causado —le dijo Elisa con la garganta inundada y él se detuvo—. Sé que no te lo merecías —prosiguió y Frank se volvió—. Sé que... —hablaba cuando lo vio acercarse rápidamente, por lo que se asustó pensando que la golpearía por haber iniciado ese tema de conversación, pero debía arriesgarse.
—Elisa, no sabes nada... nada —se sentó al borde de la cama y ella pudo ver los ojos de él rebosados en lágrimas, sin duda alguna se encontraba vulnerable—. Perdóname tú a mí por haberte lastimado, por haber sido tan animal... pero te amo... Elisa yo te amo —confesó tomando una mano de ella y llevándosela a los labios la besó mientras Elisa lo miraba aturdida sin poder creer que se encontrara tan trastocado—. Yo juro no maltratarte nunca más, solo no me dejes... Elisa yo lo olvido todo, hagamos de cuenta que nada pasó y volvamos a ser los mismos de antes... Sé que todo fue mi culpa, fui yo quien te orilló a eso, soy consciente de que te descuidé, sé que siempre preferí el trabajo a mi familia —hablaba sin siquiera respirar, tomando las manos de ella y las de él temblaban; aunque pareciera absurdo, Elisa sintió una gran mezcla de dolor y tristeza por la situación de Frank, porque ella lo sabía... sabía que no se había portado de la mejor manera, que traicionó la confianza que él le brindó, solo que esperaba un gesto amable de él, un gesto verdadero de amor, uno como el que ella misma estaba haciendo al mantener lejos al amor de su vida para que no lo lastimaran, aun cuando ella se estaba muriendo por verlo una vez más.
Sentía que se volvería loca porque era la más grande batalla entre el remordimiento y sus sentimientos, era su cerebro contra su corazón y sentía que libraba la segunda guerra mundial, que ni ella misma podía entenderse, que Frank era el padre de su hijo y le tenía consideración, pero Jules era el padre de su hija y le tenía amor, pasión, le tenía fe y en sus ojos sabía que estaba la esperanza.
Era tan complicado, tan absurdo... era algo que terminaría volviéndola loca, no quería estar con Frank, eso lo tenía muy claro, pero tampoco merecía que lo alejara de su hijo.
Ella sabía lo que se sentía, esa zozobra, ese sin suelo y no se lo deseaba ni a su peor enemigo, que no era otro que ése que le suplicaba y le imploraba.
Frank no merecía que lo alejara de su hijo, pero no había otra solución, ella tampoco lo dejaría, no abandonaría a Frederick por nada del mundo; algunas veces se tenía que ser egoísta, ponerse una mano en el corazón para detener los latidos y otra en sus ojos para no ver qué tan desgraciada se podía ser, no ver lo que podía dejar atrás después de su partida.
—Frank... por favor... por favor —trataba de hablar y llevaba sus dedos para callarlo, porque él estaba dándole otro rumbo a la conversación, pero él la detuvo besándole la yema de los dedos y continuó:
—Deja que me saque esto Elisa, por favor... yo sé que tú muchas veces quisiste compartir conmigo y yo estaba muy ocupado o cansado para ofrecerte tiempo... sé que fui yo quien lo trajo aquí, aun sabiendo la clase de persona que era, pero no quería aceptar que no tenía remedio, ni siquiera me detuve ante las advertencias de su padre... sabes que lo quería como a un hijo... —Frank explicaba mientras lloraba; Elisa solo negaba en silencio y empezó a llorar también, su corazón no admitía que le dijeran que Jules era una mala persona porque no lo era, era un ser bueno, un hombre justo, ella lo amaba y le dolía, le dejaba el alma en carne viva cada vez que alguien trataba de mancharlo—. Pero por favor Elisa no me dejes, te lo pido... solo eso, quédate a mi lado y no te pido más, nada más y te daré todo... yo te doy lo que quieras... —llevó las manos temblorosas a las mejillas de la joven y apenas lograba hablar ante el llanto—. Dejo la empresa, busco a alguien que la administre y me quedo a tu lado todo el día, te prometo no molestar, si no quieres que hable no lo haré... Yo... solo te pido que no me abandones... si quieres podemos irnos de aquí, empezar de cero en otra parte. ¿Quieres un castillo? Yo te lo compro y vivirás como una reina o si prefieres una isla igual te la compro... donde solo vivamos tú, los niños y yo... Germaine será igualmente mi hija, la amaré y le daré todo... no me abandones y te doy el mundo, sé que todo lo demás se puede olvidar... sé que todo fue un mal entendido.
Elisa miraba la desesperación en Frank, pero no podía compadecerse, ya no podía hacerlo porque había avanzado un solo paso cuando deshonró a Jules; entonces solo hizo que su herida sangrara nuevamente y empezó a llorar porque necesitaba una solución, no encontraba la fuerza, no sabía siquiera por dónde empezar, así que solo se dejó guiar por su corazón y por la esperanza.
—Frank por favor no me hagas esto... no te lo hagas a ti —le susurró ella entre lágrimas—. No quiero nada material...
—Solo no me dejes Elisa, quédate conmigo... a mi lado, te lo estoy pidiendo... te lo estoy rogando.
Se acercó a ella y con labios temblorosos le depositó un beso en la boca. Elisa solo se dejó besar y liberó un sollozo, un sollozo que le quebraba el alma porque era uno de renuncia, por un tiempo, pero lo era.
Las lágrimas bañaban su rostro mientras su cabeza daba vueltas y su mundo se derrumbaba, quedaba pendiendo solo de un hilo de esperanza, de una posible reconstrucción.
A veces llegaba el momento en que se entendía que no era posible vivir junto a la persona que se amaba, por mucho que fuese el amor de su vida y aunque siguiera amándole. Tocaba hacer la vida con una persona a la que no se amaba, pero ella necesita hacer el sacrificio para poder salir adelante, para dar el gran paso, tal vez en unos meses o quizás años, pero al final lo lograría.
Le tocaba entender que a veces la única forma de encontrarse en paz, significaba renunciar justamente a lo que se deseaba con todas sus fuerzas, conformarse por un tiempo con un compañero con el cual compartiría intereses, algunos sentimientos, pero no amor desatado, no un amor que la complementara, no el amor soñado sino el impuesto.
Elisa se separó un poco del contacto de labios y se llevó las manos a la boca mientras lloraba incontrolablemente, sintiendo que traicionaba su amor, que le había sido infiel a Jules, sintiéndose miserable, miraba a Frank a los ojos mientras los de él se desbordaban en lágrimas.
—Prometo no tocarte... no tendremos intimidad, solo quédate a mi lado, solo no me abandones —suplicó entre sollozos sin saber que la estaba matando mientras ella pensaba su respuesta y se armaba de valor.
—Me quedo contigo... —susurró y un nuevo sollozo se escapó de su garganta—. Pero debes entender que no puedo amarte Frank... te aprecio porque eres el padre de Frederick, pero no me pidas que te ame porque no puedo... no puedo... —mientras su cuerpo temblaba a causa del llanto y no pudo más que enterrarlo entre sus manos.
—No me importa, mi amor alcanzará para los dos... yo te daré todo mi amor y con eso será suficiente —aseguró acercándose a ella para besarla nuevamente en los labios, pero Elisa volvió la cara y Frank le besó la mejilla.
Elisa quería gritar, salir corriendo de ese lugar, encontrar una salida, pero ya sabía que todas las puertas que la conducían a su felicidad estaban cerradas. No le quedaba más que resignarse. Con manos temblorosas se limpió las lágrimas y los labios, suspiró profundo buscando fortaleza en algún rincón de su ser.
—¿Puedo dormir? —preguntó en un murmullo mirando a la niña dormida y pidiéndole perdón en silencio a Jules.
—Sí claro... mejor me voy —dijo poniéndose de pie y limpiándose las lágrimas con manos temblorosas.
—Puedes quedarte si quieres, es también tu habitación —dijo al tiempo que se acostaba y se arropaba dándole la espalda.
Él no dijo nada, solo se acostó al lado de ella e igualmente le dio la espalda.
Elisa apagó la luz del velador que estaba sobre la mesa de noche, ésa que siempre permanecía prendida cuando dormía sola, apenas la habitación quedó en penumbras enterró la cara en la almohada para ahogar el llanto, pidiéndole perdón a Jules por lo que acababa de hacer, pero sabía que era lo mejor, que era la única solución que podía encontrar, ganarse la confianza de Frank porque estaba segura que no la dejaría marchar nunca. A cambio de ese sacrificio podría algún día escapar, entonces lo buscaría hasta encontrarlo y toda esa angustia, todo ese dolor lo dejaría enterrado en el pasado.
Frank se sumió en su dolor al sentirla llorar, sabía perfectamente porqué lo hacía, no tenía que ser adivino para saber que estaba sufriendo por renunciar a él, con eso se le quebraba el alma, pero él se encargaría de hacérselo olvidar.
Su mirada recorría la habitación en penumbras y las lágrimas inundaron nuevamente sus ojos al revivir el momento en que empezó a sospechar que Elisa le era infiel y lo peor de todo con el que consideraba su hijo, en el que depositó toda su confianza, el que llevaba una muralla indestructible de devoción.
Aún no lograba comprender de dónde había sacado tanta fuerza para soportar días de silencio y actuar como si nada, porque quería estar seguro y no cometer una estupidez ni actuar impulsivamente.
Todo empezó en la boda de Daniel. Él estaba conversando con un posible cliente y mientras éste le hablaba giró medio cuerpo en busca de Elisa, aún no se recobraba del impacto que causó en él verlos compartiendo esa pieza juntos, en cómo él la miraba, aunque tratara de disimularlo no podía, la miraba de la misma manera en que solo él lo había hecho, se le notaba a millas el amor.
Ella se veía muy complacida bailando con él, como si no fuese la primera vez que lo hicieran.
Al ser consciente de eso, la copa en su mano tembló y tuvo que hacer acopio de todo su autocontrol para retomar la conversación en la que estaba.
Su mirada se desvió un par de veces hacia ellos; ver la fluidez con la que ella le hablaba perdida en sus ojos, con su cuerpo emitiendo señales de anhelo, de deseo, como nunca lo había hecho con él, estuvo a punto de paralizarle el corazón y la caricia disimulada del pulgar de Jules en el centro de la espalda de ella fue un hierro candente que se incrustó en su alma. El deseo de encararlos ahí mismo estuvo a punto de asfixiarlo, pero él era demasiado inteligente como para actuar por impulso, por lo que fue al baño y trató de calmarse, dándose él mismo explicaciones que justificaran lo que acababa de ver, esa noche empezó su peor pesadilla y de la que aún no despertaba.
Desde ahí empezó su cacería, todos los días llamaba a su casa y pedía hablar con ella inventando cualquier tontería, pero un miércoles Elisa había salido; apenas colgó se dirigió a la oficina de Jules y él tenía más de una hora de haberse marchado, había olvidado que su horario era hasta las dos de la tarde. Recordando dónde estaba ubicado su departamento, le pidió a Elizabeth su secretaria que cancelara cualquier pendiente.
Ese día decidió salir solo, a pesar de que sus guardaespaldas le dijeron que era peligroso no los llevó consigo, al llegar al edificio se estacionó en la calle de en frente, quería subir y llamar a la puerta pero no quería aparecerse y tener que dar una explicación de su presencia ahí, confiaba en que su esposa no le fuese infiel, pero toda confianza se fue al lodo cuando vio salir uno de los autos de su propiedad del estacionamiento del centro comercial de al lado, después de esperar por casi dos horas.
Su mente no quería juzgarla y pensó que seguramente estaría comprando algo y que por coincidencia quedaba al lado del edificio donde residía Jules; sin embargo, su sorpresa fue mayúscula al entrar y comprobar que el centro comercial compartía estacionamiento con el edificio.
Todo a su alrededor desapareció y su cabeza daba vueltas, el corazón se le iba a explotar en latidos mientras sus manos temblaban, lloró sin tener nada confirmado, pero la sola idea lo estaba matando, esa noche llegó a su casa un poco más tarde porque le llevó mucho tiempo asimilarlo y calmarse, al entrar al despacho recordó que tenía un juego de llaves del apartamento de Jules que nadie más sabía que tenía, sin dudarlo lo buscó.
Al día siguiente Jules llegó a su oficina con unas carpetas y deseando hablar con él, pero como Jules estaba próximo a finalizar su jornada de trabajo, él tenía claro que no debía darle tiempo de abandonar la empresa ese día, por lo que le pidió su ayuda y lo dejó al mando con una reunión en puerta, necesitaba el tiempo prudente para revisar el apartamento.
Cuando llegó todo parecía normal, nada que indicara la presencia de una mujer, pero cuando entró a la habitación principal y revisó algunas cosas, cuando abrió el armario el odio se esparció por su ser demasiado rápido como un incendio en un campo minado al ver que éste estaba repleto de lencería femenina, quiso seguir revisando, pero no pudo, aún temía lo que pudiese encontrar, sabía que sería demasiado doloroso y decepcionante. Definitivamente no quería pasar por eso.
Esa noche llegó con el corazón destrozado, no podía evitarlo y la vio jugando con su hijo, se le veía hermosa como una reina, más que cualquiera, pero en sus ojos encontró culpa, tal vez los besos que le daba eran producto de su remordimiento, lo hacía por lástima y él no quería ser un mendigo, no quería las sobras de Le Blanc.
Después de algunos días regresó, fue cuando se topó con el cuadro y las notas, las que consiguió al violentar algunas cajas. Se volvió loco, fue a la cocina, tomó un cuchillo y sobre el cuadro descargó las ganas que tenía de matarla a ella, de sacarle el corazón.
Hizo girones todas las prendas de lencería que pudo, los cuadernos de dibujos los rompió con sus propias manos y desde ese día su vida se volvió un infierno, ahora luchaba por salir de ese calvario.
Le daba una nueva oportunidad a ella porque la amaba, estaba seguro que el culpable había sido él, quien la enamoró, la sedujo y la involucró en su mundo de perversión.
Jean Paul se lo había dicho, era un joven incorregible y él pensaba que solo le estaba dando muy mal concepto de su propio hijo, pero en realidad se quedaba corto.
En ese momento ya nada importaba, lo que verdaderamente importaba era que todo sería como antes, como cuando estaban recién casados o como cuando Frederick llegó a iluminar sus vidas.
Ahora él se quedaría con la hija de ese desgraciado, la hija que nunca conocería porque él no lo iba a permitir, una hija de la que él se adueñó, Germaine legalmente es su hija y no va a permitir que se la quiten, al igual que no permitirá que Elisa lo deje, él no podía permitirlo porque no quería morir y sabía que si Elisa lo dejaba moriría, que ella era quien lo mantenía en este mundo.
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