CAPÍTULO 55
Habían pasado dieciocho horas desde que a Elisa la internaron en cuidados intensivos, al igual que a su sobrina, pero ésta en el área neonatal. Todos se habían turnado para ir a descansar por lo menos un par de horas, a él lo habían intentado convencer infinidades de veces, pero nadie, absolutamente nadie había logrado arrancarlo del salón de espera, donde la mayoría del tiempo estaba solo con su angustia.
Había dejado de mirar el reloj en una de las paredes, de prestarle importancia porque el tiempo no era más que una manera de mirar, de saber que pasaba pero que no le daba ninguna respuesta.
Sin poder verla, sin ninguna noticia en horas, nadie se apiadaba de su desesperación a pesar de tener tanto tiempo ahí sentado, tanto tiempo sin más que mirar al vacío, ni siquiera se había levantado de la silla más que a mirar por la ventana e ir al baño en dos oportunidades.
Vanessa lo acompañó por varias horas, pero él le pidió que se fuera a descansar, no podía dejar tanto tiempo a la niña con su nana, necesitaba que su madre la alimentara y que se alimentara ella también, cosa que él no podía hacer porque no le pasaba bocado, el gran nudo en su garganta se lo impedía.
Elisa había sido más que su hermana, era su amiga, su cómplice y no estaba preparado para su ausencia, era muy distinto estar separados a cierta distancia, pero con la seguridad de poder hablarse cada vez que así lo desearan y verse cada cierto tiempo a no hacerlo nunca más, a no volver a escuchar su voz ni fundirse con ella en un abrazo; él no podría soportarlo.
Frank tampoco se había ido del hospital, pero a diferencia de él, éste descansaba en una de las habitaciones que el mismo director del hospital había dispuesto para el importantísimo hijo de puta, tal vez estaría durmiendo tranquilamente, sin sentir un poco de remordimiento por todo lo que le estaba pasando a Elisa cuando él había sido el mayor de los culpables.
El sol en lo alto y la presencia de su tío Brandon y su esposa en el lugar le indicaron que ya era de mañana, elevó la cabeza y miró el reloj que marcaba las ocho y diez.
—¿Han dado alguna noticia? —preguntó Fransheska en voz muy baja como si temiera despertar a alguien mientras le daba un reconfortante apretón en el hombro.
Daniel solo cerró los ojos y negó lentamente con la cabeza ante la pregunta de su tía.
—No sé cuánto me quede de paciencia, juro que mis reservas se están agotando y terminaré por agarrar a golpes al primer doctor que vea y no lo soltaré hasta que me diga cómo está Elisa, necesito saberlo —confesó echándose hacia adelante, apoyando los codos sobre las rodillas y entrelazando sus dedos.
—Debes calmarte un poco Daniel, el pronóstico de tu hermana es reservado, ellos cuando tengan algo que decir te lo harán saber —le dijo con toda la convicción posible.
—No me importa que sea reservado, no me interesa... yo solo quiero saber al menos cómo van sus latidos ¿Por qué les cuesta tanto? Seguramente nunca han estado en una situación como esta; necesito saber si su fiebre ha disminuido, el cambio más mínimo en su respiración, con algo como eso me conformaría, pero nada, no dicen nada.
—Confórmate con saber que está estable, que no ha empeorado... Dale gracias a Dios que está escuchando tus plegarias y te la mantiene aquí, luchando —acotó Brandon sin dejar de apretar suavemente el hombro de Daniel.
—No lo he hecho... no le he pedido nada a Dios —susurró con la mirada en sus dedos entrelazados, sintiendo cómo los ojos se le ahogaban en lágrimas.
—Deberías hacerlo, debes tener fe Daniel —intervino Fransheska, pero su mirada buscó la de su esposo.
—No creo que haya ninguna diferencia si lo hago... hasta el momento no me ha ayudado, no creo que precisamente ahora lo haga, he pasado noches, no solo rezándole, le he suplicado —la voz se le quebró ante las lágrimas que rodaron por nariz y cayeron en sus manos—. Implorado de rodillas para que me ayude a encontrar la solución para liberar a Elisa, salgo al día siguiente esperanzado en que Dios no se haya apiadado de mí sino de Elisa, pero eso no pasa; por el contrario, solo me encuentro con que las rejas que la rodean se fortalecen cada vez más... entonces solo he dejado de creer en su divina misericordia... Mi hermana no es mala, no lo hizo por mal, ella era feliz, lo era —elevó la mirada mientras las lágrimas salían libremente y miró a su tío, al que se le había instalado un nudo en la garganta al ver a Daniel derrumbándose—. ¿Es malo eso? ¿Querer un poco de amor es malo? —le preguntó—. No lo entiendo... muchos dicen que lo que hizo Elisa es un pecado, pero ella solo amó y según Dios, amar no es pecado... no lo es... Yo lo sabía tío, supe de la relación y como en todo lo que tiene que ver con su felicidad, la apoyé... no la juzgué, no lo hice... porque la amo y quien ama no juzga, entonces Dios no ama a sus hijos, si nos amara no juzgaría tan duramente a Elisa... no lo haría.
—Daniel tienes razón, muchas veces no entendemos el proceder de nuestro Dios, pero él es justo y estoy segura que no abandonará a Elisa, no lo hará —le dijo su tía abrazándolo—. Estás cansado... ¿Por qué no vas a descansar un poco? Te prometo que tu tío y yo no nos vamos a mover de aquí y que apenas nos informen algo te lo haremos saber inmediatamente —propuso alejándose y mirándolo a los ojos—. Seguramente ni siquiera has dormido.
—No lo haré, sabes bien que no me iré de aquí —fue su respuesta mientras negaba con la cabeza.
—No lo hará amor, déjalo tranquilo, no lo presiones, solo se agotará más —intervino Brandon mirando a su esposa y después se dirigió a Daniel—. Sé que no darás un paso, pero al menos debes alimentarte un poco, voy a la cafetería y te traeré un café y algo sólido.
—Iré contigo amor —le informó a Brandon y después miró a Daniel—. Regresaremos en unos minutos ¿Quieres algo en especial? —Preguntó y por respuesta solo recibió una negación con la cabeza—. Está bien, te traeré algo nutritivo para que te sostenga.
Llegaron a la cafetería donde ordenaron algo para Daniel. Brandon pidió un agua mineral y tomaba en pequeños tragos, mientras esperaban decidieron tomar asiento en una mesa.
—Lo que realmente me tiene preocupado es que mi madre ya está sospechando, sabe que le ocultamos algo y no sé por cuánto tiempo podremos mantener las aguas calmadas, siempre ha sido tan terca, tan cabeza dura... no quiere entender que no es humano que alejen a un hijo de su madre... la niña es hermosa, en los pocos segundos que la vi, me ha dejado enamorado, es tan linda y no puedo concebir que la alejen de su madre, que se la arrebaten solo por las absurdas ideas y principios de Margot Anderson, realmente si estuviese en esa situación...
—¿La abuela piensa quitarle la niña a Elisa? —inquirió Daniel interviniendo, logrando que los esposos Anderson se sobresaltaran ante la repentina aparición del joven, dejándolos sin argumentos que pudiesen desmentir lo que había escuchado.
Daniel había decidido ir hasta la cafetería, pensó que no era justo que siguiese abusando de su tío, ya mucho había hecho con ayudar a su hermana durante el parto y pasar casi todo el tiempo en el hospital.
Caminaba con pasos lentos, sintiendo el peso del mundo sobre sus hombros, pero negándose a dejar que el cansancio y la desesperación se apoderaran de él en este momento, ahora más que nunca debía ser fuerte, eso pensaba mientras entraba a la cafetería y las últimas palabras de su tío llegaron a sus oídos con total claridad, era imposible que se lo ocultaran o que siguieran haciéndolo porque al parecer era una decisión tomada.
—Daniel —susurró Brandon poniéndose de pie—. No sé qué decirte —por más que quisiera no podía evitar el nerviosismo en su voz, era consciente de que Elisa le había ocultado los planes de Margot para no angustiarlo.
—Podrías decirme lo que está pasando y quiero la verdad —pidió sintiendo que su sangre empezaba a circular más deprisa.
—Creo que no soy el más adecuado para decírtelo, es mejor que esperes que sea Elisa quien te lo diga —expuso, percatándose de cómo la molestia se apoderaba de las facciones de su sobrino.
—Si no me puede decir nada, iré yo mismo a averiguarlo —expuso dando un paso hacia atrás para salir del lugar, pero la voz de Brandon lo detuvo, sabía que si Daniel iba con su madre solo complicaría las cosas.
—Daniel espera —le pidió, por lo que el aludido se detuvo—. Yo te lo diré —solo provocando que la mirada angustiada de su esposa se instalara en él—. ¿Conoces las leyes de la familia? —inquirió con preocupación.
—Claro, es lo primero que nos enseñan, nos obligan a memorizarlas desde que tenemos uso de razón —respondió Daniel mientras sus ojos se movían rápidamente mirando a los esposos—. ¿Qué hay con las leyes?
—¿Sabes lo que estipulan acerca de las mujeres que tienen hijos fuera del matrimonio o las madres solteras?
—¡Maldita sea! —Exclamó sin dejar a Brandon continuar, sabiendo perfectamente qué era lo estaba pautado—. La abuela no hará eso, no con Elisa... yo no lo voy a permitir, tendrá que matarme primero —hablaba sin poder evitar alterarse y tratando de alejarse—. No lo va hacer.
—Un momento Daniel —lo detuvo una vez más—. No lo hagas, podrías complicar las cosas, ella en este momento no sabe que Elisa dio a luz... pero necesitamos que hable con Frank, si él le da el apellido a la niña, podrá quedarse con Elisa, no hagas que también se cierre a esa opción —le explicó Brandon.
—¿Quiere decir que no solo mi hermana estará en las manos de ese hijo de puta, sino también mi sobrina? No, eso yo no lo voy a permitir, si él le da el apellido a la niña, Elisa nunca podrá librarse de él —expuso y todo su cuerpo empezaba a temblar ante la ira, por lo que sin previo aviso salió corriendo.
—¡Daniel! —lo llamó Fransheska para que se detuviera, pero éste no le hizo caso.
Brandon sabía que Daniel podría echar todo a perder, por lo que se decidió a seguirlo y también salió corriendo, tratando de hacerlo más rápido que su sobrino, arriesgándose a que lo sacaran del hospital, al salir de la cafetería lo vio correr por el largo pasillo.
—¡Daniel espera! —Le pidió en un grito Brandon al tiempo que hacía más rápida su carrera, logrando alcanzarlo y tomándolo por un brazo—. Detente... Deja la estupidez Daniel ¿Qué piensas hacer? —inquirió con voz ahogada por el esfuerzo de correr.
—¿Que qué pienso hacer? Voy a cortar el maldito problema de raíz, aquí el único problema es Frank... Voy a eliminarlo —dijo con energía y sacudiéndose del agarre, pero apenas se liberó Brandon lo agarró nuevamente.
—¡Estás loco! No puedes hacer eso... no puedes. Tienes una familia, tienes a Elisa, no puedes convertirte en un asesino por alguien que no vale la pena —le dijo acorralándolo contra la pared.
—La libertad de mi hermana lo vale, que ella pueda estar con su hija lo vale, si quito a Frank del camino no tendrá porqué seguir sufriendo —se sintió sin fuerzas, se dejó vencer y cayó de rodillas mientras la respiración la tenía sumamente agitada ante la marea que azotaba su pecho y las lágrimas que empezaron a desbordarse—. Si él no estuviera, Le Blanc podría venir, ella perdería el miedo y permitiría que él venga... Yo dejaría que él se la lleve, que la aleje de todo esto, inclusive de mí; dejaría que lo haga porque sé que con él estaría bien, podría ser feliz y eso para mí es más importante que cualquier cosa, más importante que mi libertad, yo me sacrifico, yo lo hago —hablaba y rompió a llorar como un niño. Brandon hizo algo que nunca en su vida pensó hacer, también se puso de rodillas y lo abrazó—. Ya no sé qué hacer tío... quisiera, quisiera buscar la manera de comunicarme con Le Blanc... Sé que él lucharía, lo sé; él me lo juró y creo en su palabra, no solo descubrí la convicción en sus palabras, sino que también su mirada sincera así me lo dejó saber... pero Elisa no quiere, ella no quiere y sé que, si Le Blanc viene y le pasa algo, ella no lo soportará. Ya pasó por eso una vez y no quiero hacerla sufrir más, solo quiero encontrar una solución —se alejó del abrazo y miró a su tío a los ojos—. ¿Elisa sabe lo que pretende hacer la abuela? —inquirió temiendo tener que darle a su hermana otra mala noticia.
—Sí, ella lo sabe. Lo sabe desde hace mucho pero no quiso decirte nada para no preocuparte —hablaba y un sollozo de Daniel opacó sus palabras—. No todo está perdido, sé que es absurdo, pero necesitamos que Frank acepte a la niña, que le dé su apellido para que pueda estar con Elisa —mientras él hablaba Daniel negaba con la cabeza—. Vamos a ayudar a Elisa, lo haremos, buscaremos la manera, Frank bajará la guardia, tendrá que hacerlo y entonces sacaremos a Elisa de esa casa... Por favor no lo eches a perder... Confía, confía en nosotros. Estás cansado, sé que lo estás, pero piensa las cosas con la cabeza fría... Recuerda que tienes una esposa e hija por las cuales velar, no sería justo para ellas que las abandones, no puedes actuar impulsivamente... Frank nos lleva ventaja porque él actúa con inteligencia y hasta ahora todos hemos actuado con impulsividad, dejémoslo que se confíe —Daniel seguía negando en silencio reacio a cualquier posibilidad—. Deja de ser tan intransigente, no puedes hacer todo tú solo ni a tu manera, porque no depende de ti... Entiéndelo ¡No puedes! Por ahora lo importante es encontrar la única forma para que Elisa permanezca con la niña, nada vas a ganar usando la fuerza... solo la angustiarás más, le harás más daño a Elisa y eso no es lo que quieres.
—¿Y qué se supone que debo hacer? ¿Quedarme de brazos cruzados? ¿Ver cómo el maldito sigue lindándola, levantando muros alrededor de ella?... Usted vio... lo vio, si usted no llega a tiempo a mi hermana ni siquiera le hubiese quedado la oportunidad de estar luchando por su vida, ni siquiera eso hubiese tenido —le explicó sintiendo en su cuerpo gran parte de la rabia bullir.
—Sí, pero poco a poco haremos que Frank vaya cediendo... lo haremos, solo tenemos que esperar, darle tiempo y no solo te doy mi palabra, sino la de Sean... No los vamos a dejar solos con esto —expuso mirándolo a los ojos. Se puso de pie y ayudó a Daniel a levantarse—. Vamos, para que al menos tomes un poco de agua y regresemos a ver qué noticias nos dan de tu hermana —le pidió encaminándolo con una mano en la espalda.
El tren proveniente de Atlanta arribó a la estación de Chicago, del cual John Lerman al descender captó la atención de dos de los trabajadores de la línea ferroviaria para que le ayudaran con los paquetes mientras que el joven chofer se acercaba a su patrón.
—Buenos días señor Lerman ¿Cómo le fue en el viaje? —preguntó el joven de ojos almendrados, recibiendo el bolso de mano y la gabardina.
—Buenos días Garrett, fue muy tranquilo el viaje gracias ¿Y tu padre? —indagó al ver que éste era el hijo de su chofer y más bien era el jardinero de su casa.
—Está un poco indispuesto —respondió caminando al lado del hombre.
—Espero que no sea nada grave ¿Ya ha visitado al médico? —inquirió supervisando cómo los hombres llenaban la cajuela del vehículo.
—No señor, solo es un resfriado; él está tomando remedios caseros y guardando reposo, espero no se moleste porque yo haya venido en su lugar.
—No, para nada. Me hubiese molestado si nadie hubiese venido... Por cierto, se te ve muy bien el uniforme, consultaré con Deborah... me gustaría que dejaras la jardinería —le dijo palmeándole un hombro y el chico le abrió la puerta del vehículo.
—Gracias por considerarlo señor —acotó sonriendo, vislumbrando un puesto en el cual podría tener un poco más de tiempo libre y así poder hacer con más tiempo sus deberes de la universidad. Subió al auto con un gesto de esperanza en su rostro.
—¿Sabes por qué Deborah no ha venido a recibirme?
—La señora me pidió que la excusara con usted y que le informara que salió a atender un asunto importante.
—Bueno en ese caso, ¿podrías llevarme a casa de mi hija? —pidió sin querer perder tiempo para verla.
Había traído muchos regalos para sus nietos, solo esperaba que a Elisa le gustaran los colores azul y verde, porque todo lo que le compró a su próximo nieto era en esos tonos.
—Claro, como usted ordene señor —puso en marcha el auto hacia la mansión Wells.
Mientras el trayecto duraba, John se perdió en sus pensamientos. Poco le importaba que Deborah estuviera perdiendo la costumbre de ir a buscarlo, tal vez al igual que él ya se estaba cansando de toda esa situación, de tener que aparentar que eran un matrimonio perfecto cuando meramente cumplían con el deber y con esporádicos encuentros íntimos. Ya en sus sentimientos gobernaba Lena, su compañera en Atlanta, una mujer comprensiva y amorosa que se preocupaba por atenderlo y complacerlo.
Recordó cuando la vio por primera vez hacía más de diez años, era la hija de Nikolaj el chef del restaurante de su hotel en Atlanta. Una hermosa mujer rubia de ojos azules, maravillosos ojos azules, aunque se interesó en ella inmediatamente sentía respeto por Deborah y ella estaba casada con un cavernícola, el cual no le permitía trabajar y la golpeaba cada vez que llegaba borracho.
Gracias al cielo el muy infeliz se había suicidado por apuestas, pero la dejó en la calle, sin un techo donde refugiarse, de eso habían pasado seis años.
Fue en el sepelio de Nikolaj el que fuese Chef de su hotel por más de veinte años donde la vio nuevamente. Lena estaba destrozada pues su padre era el único familiar que tenía y con quien vivía hasta que éste murió.
Ella no quería acercarse porque no se permitía confianza con el jefe de su padre, pero ya él se encontraba maravillado por esa mirada azul y decidió acercarse y brindarle su amistad sin importar la diferencia de clases; lo que sentía por esa mujer iba más allá de cualquier clase social, le ofreció trabajo en la cocina del hotel, le dio el puesto de su padre.
Lena no quiso aceptarlo, pero comprendió que necesitaba algo para poder subsistir y por esa razón regresó por su oferta y él empezó a pasar más tiempo en la cocina y ella no solo lo enamoró con su personalidad y belleza, sino que también le dio sabor a su vida con sus maravillosas comidas y sus atenciones sin medidas.
Se hicieron muy buenos amigos, pero con el tiempo él quiso algo más, por lo que le compró una casa mucho más cómoda y en un lugar digno de su belleza, ella no la aceptó hasta hacía apenas un año cuando por fin se entregaron al sentimiento. Él ya no se quedaba en la suite presidencial de su hotel, sino que lo hacía en la casa con Lena.
Muchas veces se había visto tentado a contarle a sus hijos acerca de su relación en Atlanta, pero no quería seguir agrandado esa brecha entre ellos, tal vez si se enteraban no le perdonarían que le fuese infiel a su madre, pero lamentablemente Deborah ya no era esa mujer de la cual se ilusionó, nunca se ganó su amor completamente, ella siempre antepuso a la sociedad y el buen vivir antes que los sentimientos.
Dejó libre un suspiro para escapar de sus pensamientos cuando el gran portón de hierro forjado en negro y dorado le daba la bienvenida, tuvo que bajar la ventanilla y asomar la cabeza para que le permitieran el paso porque los hombres de seguridad no conocían al chofer, aun cuando fuera en un auto con la insignia de los Lerman.
Los hombres le permitieron la entrada, era poco lo que lo distanciaba de la prisión de su hija, pues a eso no se le podía llamar hogar aun cuando fuese un histórico ejemplo de arquitectura. Bajó del vehículo y llamó a la puerta, no había pasado ni un minuto cuando André lo recibió, esta vez no lo hizo con su semblante imperturbable, sino que se le notaba consternado y al fondo se dejaba escuchar el llanto de su nieto.
—Buenos días André —saludó, pero su mirada recorría el lugar en busca de Frederick.
—Buenos días señor Lerman, pase adelante por favor —pidió el francés.
—Gracias —desvió la mirada a su chofer—. Garrett trae los paquetes, excepto los de color rosado, que son para Valentina —pidió y entró a la mansión viendo a Frederick llorando en los brazos de Dennis, quien hacía los intentos por calmarlo.
—Tranquilo Fred... shhh, tranquilo pequeño —le pedía la niñera meciéndolo.
—¿Qué le pasa a mi nieto Dennis? —preguntó extendiendo los brazos y el niño se le lanzó.
—Ma... ma... mi —pedía hipando ante el llanto, haciéndole más difícil comunicarse.
—¿Quieres a tu mami? —preguntó enjugándole las lágrimas con uno de sus pulgares.
—Sí señor Lerman, está así desde anoche, apenas durmió... Tome asiento por favor —pidió la niñera sintiéndose consternada.
—¿Y por qué no se lo llevan a Elisa? —sugirió al tiempo que tomaba asiento y un nudo se le formaba en la garganta.
—La señora... —susurró la niñera y bajó la mirada sintiendo las lágrimas al borde de sus ojos—. No se encuentra señor... está en el hospital, se le adelantó el parto... —hablaba cuando John intervino.
—¡Mi Dios! —exclamó sintiendo que su corazón se detenía—. ¿Cómo está ella y el bebé? ¿En qué hospital están? ¿Desde cuándo? —preguntaba y ahora los latidos de su corazón se le habían instalado en la garganta.
—No sabemos nada señor, ella tuvo a la creatura aquí, pero... —una vez más el hombre la detenía, al tiempo que se ponía de pie.
—Cuida de mi nieto Dennis —le pidió y se lo entregó.
Él le acunó la cara al niño y le dio un beso en la frente para después mirarlo a los ojos, los que aún se encontraban ahogados en lágrimas.
—Tranquilo pequeño, ya tu mami viene, voy a buscarla ¿sí?... No llores, ya verás, el abuelo te ha traído unos regalos, ¡mira André te los trae! —le dijo para tranquilizarlo y le dio otro beso en la frente, miró a la niñera—. ¿En qué hospital están? —inquirió sintiéndose aturdido y asustado.
—Están en el Mercy Hospital —apenas la niñera le dio el nombre y John corrió a la puerta.
Le pidió al chofer que lo llevara al lugar lo más rápido posible sintiéndose asustado, él sabía los riesgos de un parto prematuro, tanto para la madre como para la creatura.
La fachada del hospital le dio la bienvenida, llegó a recepción y preguntó por la paciente, le informaron que no podría verla pero que en el quinto piso se encontraban algunos familiares y su esposo.
John supuso que Deborah se encontraba en el hospital y por eso no había podido ir a recogerlo a la estación de trenes. Mientras subía al ascensor sentía la angustia hacerse más grande, tanto que le costaba respirar; cuando por fin llegó al piso señalado buscó rápidamente la sala de espera y vio a Brandon con su esposa, a Sean y Angie, también a Daniel, pero Deborah no estaba.
—Buenos días —saludó con voz temblorosa y todos los presentes lo miraron, excepto Daniel que se puso de pie inmediatamente y prácticamente corrió hasta él, abrazándolo fuertemente—. Me estás asustando con este abrazo hijo —susurró sintiendo las lágrimas anidárseles en la garganta—. ¿Cómo está? ¿Qué te han dicho los médicos? —preguntó apretando fuertemente a Daniel.
—No lo sabemos... su pronóstico es reservado, solo sé que está en cuidados intensivos, lleva cuarenta y ocho horas allí papá —murmuró con la voz temblorosa por las lágrimas.
—Elisa es fuerte hijo, yo sé que lo va a superar, estoy seguro que va a salir con bien de esto... ¿Cómo está mi nieto? —inquirió alejándose y mirando los ojos llorosos de su hijo.
—Nieta... fue una niña y tampoco la hemos visto, me han dicho que está estable, la dejan respirar sola por una hora al día.
—Una niña... —dijo pensativo porque todos los regalos fueron comprados pensando en un varón y sin poder evitarlo dejó libre una sonrisa—. Ya quiero conocerla... ¿Tu madre no está aquí?
—No, ella no sabe nada... no he querido decirle lo de Elisa —le explicaba cuando el padre intervino.
—Daniel, sé que tu madre no se ha portado de la mejor manera, pero es tu madre y la de Elisa, tiene derecho a saber lo que está pasando, no se le debe ocultar esta situación. No me parece que estés actuando como se debe —le recriminó de manera sensata.
—Sé que ella tiene todo el derecho de saber lo que pase con Elisa padre, pero también sé que a apenas se entere solo correrá a informarle a la abuela Margot —trataba de hablar muy bajo para que los presentes no escucharan la conversación que llevaban a cabo.
—Creo que la señora Margot también tiene el derecho de saberlo, es comprensible que esté molesta con Elisa por su actitud, nosotros la amamos y comprendemos la situación, pero no podemos pedirle a los demás que piensen como nosotros, la familia debe enterarse y estar unida en estos momentos hijo.
—No, la abuela no solo está molesta con Elisa —la voz empezaba a evidenciar la molestia que germinaba en él—. La ha humillado padre y lo último de lo que me enteré y que creo que usted tampoco lo sabe, porque si lo supiera no permitiría que se entere del nacimiento de mi sobrina... —John solo lo miraba desconcertado y él continuó—: La abuela va a quitarle la niña a Elisa y la dará en adopción —susurró queriendo controlar esa impotencia que gobernaba sus emociones.
—Ella no puede hacer eso, no le hará eso a mi hija —expuso el hombre sintiéndose desorientado y molesto—. ¿Cómo piensa tener derechos sobre mi nieta? ¿Está loca? —cuestionó mirando a su hijo a los ojos.
—Según las leyes de los Anderson, tiene todo el derecho para hacerlo, han preparado todo, la única manera para que Elisa pueda quedarse con la niña es que el infeliz de Frank Wells le dé el apellido; de lo contrario, la bebé terminará en manos de otra familia.
—Eso no lo voy a permitir... Margot puede tener toda la potestad de los Anderson que le dé la gana, pero Elisa es mi hija, es una Lerman... ¡Y ya van a saber de lo que es capaz un Lerman! —dijo dándose media vuelta y se encaminó con total decisión.
—¡Padre! —exclamó Daniel siguiéndolo y varias miradas los siguieron a ambos.
—Quédate tranquilo Daniel, esta situación se va a terminar... Estoy cansado de que siempre quieran flagelarnos porque son Anderson solo cuando les conviene ¡A la mierda los Anderson! —expuso sintiéndose realmente molesto—. Regresa a la sala —prácticamente le exigió y Daniel no tuvo más remedio que soltar un suspiro, pero al mismo tiempo admirando por primera vez el carácter de su padre.
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