CAPÍTULO 53
El corazón de Daniel latía a un ritmo frenético dentro de su pecho, golpeando tan fuerte contra sus costillas que sentía que dolían, apenas conseguía el aire suficiente para respirar, sentía que se ahogaba, con dedos trémulos le dio dos tirones a la corbata para aflojarla, el saco se hallaba tirado a su lado en el asiento trasero del auto de su primo, a quien ya le había pedido en dos ocasiones que aumentara la velocidad.
Desde el mismo instante en que salió de esa maldita casa donde tenían a su hermana prisionera un extraño presentimiento se había apoderado de él; sin embargo, no esperaba que algo como eso sucediera ese día, en cuanto Nancy entró a la sala de reuniones su corazón comenzó a latir pesadamente, él sabía bien que las únicas razones por las cuales la mujer estaba autorizada a interrumpir una reunión debían ser emergencias.
El auto apenas se detenía frente a la mansión Wells cuando Daniel prácticamente se lanzó, corrió hasta la entrada y golpeó con insistencia la puerta hasta que una de las empleadas le abrió.
Sean caminaba para reunirse con él, cuando lo vio subir los escalones de dos en dos intentó seguirle el paso, pero era casi imposible, cuando al fin llegaron al pasillo fueron recibidos por el mayordomo quien al ver el desespero del joven tuvo que detenerlo colocándole las manos en el pecho.
—Señor espere, no puede pasar —la voz de André mostraba el esfuerzo que hacía para contener a Daniel, quien aprisionó una de sus muñecas.
—André apártese de mi camino, debo estar junto a Elisa, ella me necesita —mencionó con urgencia, intentando librarse del hombre.
—Lo entiendo señor Daniel, pero ahora no es posible, está siendo atendida por el doctor, la señora está mal, no se lo voy a negar, pero si no dejamos que el médico haga su trabajo se pondrá peor, por favor intente calmarse —casi suplicó mirándolo a los ojos.
—Primo por favor contrólate, con esta actitud no ayudarás a Elisa, créeme todos estamos preocupados, pero desesperándonos no ganaremos nada —intervino Sean tomándolo por un brazo.
—Pero ella debe estar aterrada, el bebé aún no está preparado para nacer, no puedo dejar que enfrente esto sola, tengo que estar con mi hermana —rogó un poco más tranquilo.
—No lo está señor, su hermana está con los esposos Anderson... ellos fueron quienes llegaron primero, el señor Brandon forzó la puerta y junto a su esposa auxiliaron a su hermana, no debe preocuparse —informó André alejándose al ver que ya se había tranquilizado.
—¿Por qué tuvieron que romper la puerta? ¿Acaso no vieron que era una emergencia? ¿Quién se negó a abrirle a Elisa? —preguntó Sean entre dientes intentando controlar la rabia que lo calaba, sabía que no debió preguntar en ese preciso momento para no alterar más a Daniel, pero no pudo evitarlo, clavó la mirada en el mayordomo a la espera de su respuesta.
André explicó totalmente apenado la situación.
—¡Ese hombre es un miserable! ¡Es un maldito! Como algo llegue a pasarle a Elisa o a su hijo juro que lo mataré con mis propias manos —expresó Daniel quien comenzó a caminar para drenar la rabia.
—Daniel por favor... ahora lo más importante es Elisa, ya ajustaremos cuentas con Frank Wells ¿Hace cuánto que llegó el doctor? —preguntó Sean dirigiéndose al mayordomo.
—Unos diez minutos señor, pero ya la señora estaba siendo atendida por la esposa de su tío y tres de las chicas de servicio, el señor Wells también lo hizo... —Se detuvo sopesando si debía continuar o quedarse callado, pero al final se decidió por seguir, igual tarde o temprano se enterarían, dejó libre un suspiro—. Llegó hace... —decía cuando Daniel lo interrumpió.
—¿Dónde está ese miserable? —preguntó con rabia.
—Se encuentra dentro de la habitación.
—Maldita sea —pronunció con dientes apretados.
—¿Qué hace él allí? —inquirió Sean mostrando su rabia.
—Llegó junto al doctor... Como aún es el esposo de la señora él debe estar, el médico solicitó su presencia —respondió André y su voz se notaba tensa, así como todo él.
La mirada del doctor se posó en Frank, quien estaba de rodillas al lado de la cama, con una de las manos de Elisa entre las de él, el hombre sabía los deseos del señor Wells por ser padre nuevamente pero ahora le tocaba elegir entre ser padre y quedarse viudo o tener a su mujer y dejar de forzar a la creatura.
—Necesito que limpies a la señora, prepara todo —le indicó a una de las enfermeras—. Señor Wells, lo necesito un minuto —solicitó poniéndose de pie, dejando que la enfermera prosiguiera con la labor.
Elisa jadeaba ante el dolor; sin embargo, escuchó cuando el doctor pidió hablar con Frank, llenándola más de angustia como si fuese posible.
Frank se puso de pie ante la mirada suplicante de Elisa y siguió al doctor, quien se encaminó a la mesa que estaba preparando la otra enfermera con toallas quirúrgicas para recibir a la creatura, donde revisarían sus primeros signos vitales.
—Mary... baja y pide por favor una ambulancia —pidió Hunt mirándola a los ojos. La mujer asintió en silencio y se encaminó.
Frank al escuchar las palabras del doctor supo que la situación era complicada y el semblante de Hunt solo le confirmaba que Elisa corría peligro. Tragó en seco para pasar las lágrimas y asintió invitándolo con el gesto a continuar.
Elisa apenas podía elevar la cabeza, toda ella temblaba, sus muslos parecían tener vida propia ante las vibraciones que los recorrían, encontró apoyo en los brazos de su tío; nunca imaginó que sería él precisamente quien le ayudara a soportar tanto dolor. Mientras que Fransheska le refrescaba la frente con paños de agua fría, no pudo más que mirarlos a ambos y las lágrimas se desbordaban sin control, agradeciéndoles en silencio con la mirada.
—Está bien... no pasa nada Elisa, todo está bien —le susurraba Fransheska, entendiendo la mirada de la pelirroja.
Brandon desvió la mirada a los hombres al lado de la mesa y la cara de preocupación del doctor lo angustiaba. Frank miró en varias oportunidades a Elisa y fue en ese momento que un estado de alerta se instaló en su pecho.
—Necesito saber qué dice el doctor... está tardando mucho —acotó Brandon.
Las incitaciones de su mirada y sus gestos le dejaban claro que Fransheska temía las decisiones que Frank pudiese tomar, por lo que con el mayor de los cuidados se hizo espacio para no aumentar el dolor de Elisa con sus movimientos y bajó de la cama.
Hunt miraba a Frank a los ojos, tratando de medir sus palabras y que el hombre tomara la mejor de las decisiones o la más conveniente porque ninguna de las dos sería una buena decisión, inevitablemente tendría que acostumbrarse al vacío de la ausencia de su mujer o a ver sus ilusiones de ser padre una vez más desmoronarse.
—Señor Wells, sabíamos que el embarazo de su esposa era delicado, hicimos todo lo posible para que pudiese al menos correr solo el riesgo de un parto complicado, pero no contábamos con que la creatura se adelantaría tanto... Sé que será difícil para usted, pero no puedo... no podré... no está en mis manos —titubeaba el hombre intentando mantenerle la mirada a Wells—. Ni en mi experiencia, ni mucho menos en mis conocimientos el poder sacar a los dos con bien de este proceso, sé que no debería, pero tengo que hacerlo... Le tocará en este momento decidir con cuál de los dos quiere quedarse... es la creatura o su esposa —le dio las opciones mientras su voz reflejaba su propia angustia.
—A ella —respondió casi espontáneamente sorprendiendo al doctor, quien siendo él el menos involucrado aún no asimilaba la situación—. Solo quiero a Elisa conmigo, lo demás no importa —prosiguió con total convicción.
Brandon que llegaba pudo escuchar la conversación y quiso matar a Frank en ese momento, estando él próximo a ser padre sabía que esa sería la decisión más difícil de su vida y a ese desgraciado no le importaba la creatura, independientemente de si era el padre o no era un ser humano, ¡Era un ser inocente!
Sin pensarlo y perdiendo los estribos, recordando cada súplica de Elisa por su hijo, como un acto reflejo agarró a Frank por el cuello de la camisa, mirándolo a los ojos con toda la rabia que lo consumía y ante la mirada atónita de Hunt.
—Doctor sálvelos a los dos... Su deber es salvar vidas —dijo con dientes apretados sin mirar a Hunt, solo con su mirada clavada en Frank quien no reaccionaba ante el hombre más alto que él.
—Señor... es casi imposible, podría perderlos a los dos —dijo el hombre nervioso.
—Al menos haga el maldito intento... —desvió la mirada lentamente al doctor sin soltar a Frank—. Por favor... haga el intento, mi sobrina soportará porque quiere a ese hijo más que a nada y no se va a rendir, confíe en ella.
—Señor, su sobrina está muy débil —replicó el hombre sabiendo el parentesco que lo unía a la señora Wells.
—Y se debilitará más si usted sigue perdiendo el tiempo —reprochó soltando a Frank con desprecio y dándose la vuelta, su mirada se clavó en su esposa, esquivando a Elisa para no ver que se encontraba expuesta, lo hacía por pudor.
En ese momento la enfermera que había salido a llamar a la ambulancia regresaba y el doctor se encaminó a su lugar de trabajo hacer todos los intentos por salvar a los dos, trataría de hacerlo en el tiempo indicado para que la creatura no se le ahogara, era lo que esperaba.
Frank a pesar de estar consternado por toda la situación, se puso de rodillas nuevamente al lado de la cama, tomando la mano de Elisa.
Jules sentía el alma en pedazos y aunque deseaba moverse su cuerpo no respondía; estaba vivo, los latidos de su corazón hacían eco en sus oídos y el dolor que causaban con sus pulsaciones no era más grande que el del vacío que sentía.
En un arranque de aliento despertó, robándose todo el aire posible para llenar sus pulmones mientras que los latidos acelerados lo mantenían viviendo la pesadilla, aun cuando estaba despierto.
Se encontraba completamente aturdido, sin siquiera detenerse a pensar que solo había sido una pesadilla se levantó y salió corriendo, sintiendo uno de sus brazos dormidos, ni siquiera se colocó las botas, fue directamente hasta la yegua, que estaba amarrada a uno de los árboles de lapacho que formaban varios túneles en el jardín y que en primavera brindaban un espectáculo único de pasajes en colores rosados, amarillos y blancos.
Desamarró tan rápido como pudo las riendas del animal y nunca en su vida había montado tan ágilmente, no tenía idea de qué iba hacer, solo que aún se sentía dentro de la pesadilla, la que ni siquiera recordaba completamente, no podía hilar absolutamente nada. Instó a Sorcière a galopar mientras el brazo dormido le hacía la tarea más difícil; sin embargo, forzaba al animal más del lado derecho.
Jean Pierre y Jean Paul se encontraban junto a Edith en una de las terrazas conversando acerca de las vacaciones en Suiza del hombre, el que aprovechó la oportunidad y le informó a su hijo mayor que había comprado una propiedad en los Alpes Suizos, la que contaba con varias hectáreas, una impresionante vista hacia los Alpes y a las orillas del lago Gelmer, el que hipnotizaba con sus aguas azules, que se tornaban celestes y hasta blancas por las bajas temperaturas, contaba con una elegante cabaña de dos pisos, poniéndola a disposición de sus hijos.
—Es un lugar muy romántico —dijo sonriendo y mirando a Edith.
Jean Pierre pasó uno de sus brazos por encima de los hombros de su prometida y la acercó a su costado ante el sonrojo que se apoderó de las mejillas de la mujer que amaba y le depositó un beso en la frente.
—El viejo solo está bromeando —le dijo con complicidad.
—No... no estoy bromeando, en serio Edith, es un lugar que te dejará sin aliento —acotó Jean Paul.
—¿Te gustaría ir? —inquirió el joven en un susurro mirándola a los ojos, perdiéndose en un momento de intimidad sin importar la presencia de su padre. Ella solo se mordió el labio inferior ante los deseos de perderse al menos un fin de semana con su novio en ese lugar.
Jean Pierre sabía que ese gesto en ella era un sí rotundo, por lo que le regaló una sonrisa y se acercó para depositarle un casto beso en los labios, Jean Paul desvió la mirada para darles privacidad, captando en ese momento a Jules acercarse a todo galope a la casa, al ver la velocidad de su hijo sobre el animal un nudo de angustia se instaló en su garganta.
Jean Pierre estaba perdido en la mirada de Edith cuando se percató de que su padre se ponía de pie y pensó que era por brindarles espacio, pero vio venir a Jules y en cuestión de segundos la pesadilla y el terror de varios años atrás se repetían con más fuerza al ver cómo el caballo lanzaba a su hermano por los aires, en un acto reflejo se puso inmediatamente de pie y solo escuchó el jadeo de su padre, quien hubiese caído al suelo si él no lo sostiene.
—Jean Paul tranquilo... tranquilo —decía con voz temblorosa al ver el rostro pálido de su padre—. Viejo, respire... viejo —la voz cada vez le vibraba más y Edith salió corriendo por ayuda, sabía que no solo su suegro necesitaba ser auxiliado, sino también Jules.
—Estoy bien... ¡Jules!... ¡Mi Dios! —exclamó el hombre retomando su postura y soltándose del agarre de su hijo para salir corriendo al jardín, sintiendo que las piernas no lo soportarían.
Jean Pierre lo siguió de cerca, pero al llegar al jardín le adelantó varios metros, su edad no le permitía ser más rápido. Un hueco sin tamaño ni fondo se abrió en su estómago al ver a su hermano inconsciente, tirado en el suelo.
Al llegar se dejó caer sentado sobre los talones y no sabía si moverlo porque podía ser peligroso, solo le agarró la cabeza y en seguida sintió que algo tibio mojó su mano, por instinto la sacó y observó la sangre que inmediatamente la cubrió.
La mirada verde con destellos marrones de Jean Pierre se ancló en su padre quien llegaba hasta ellos, por lo que inmediatamente escondió su mano bajo la cabeza de Jules mientras trataba de controlar sus emociones, pues si se mostraba nervioso solo lograría preocupar más a su padre.
—Tenemos que llevarlo a un hospital... Jules —lo llamó el hombre dejándose caer de rodillas sobre la grama.
—No debemos moverlo —acotó Jean Pierre siendo consciente de la sangre que escurría por su mano.
—Él sabía que no debía galopar, sabía que su peso y altura agotan al animal —se lamentaba con voz temblorosa.
—Tranquilo viejo, cálmese, ya verá cómo solo es un susto... tiene pulso, no se preocupe.
—¿Cómo no quieres que me preocupe Jean?... Si algo le pasa a Jules... ¡Ay Dios mío! —Sin poder más rompió en llanto, agarrándole la mano a su hijo desmayado.
Jean Pierre vio a Edith quien venía corriendo lo más rápido posible.
—Ya viene una ambulancia —dijo casi sin aliento—. Me han sugerido que no lo muevan —expresó observando el temor en los ojos de Jean Pierre.
Los minutos pasaban, el rostro de Jules se tornaba cada vez más pálido y sus labios más morados.
El dolor y la angustia aumentaron en Jean Paul al percatarse de porqué su hijo mayor no dejaba de sostenerle la cabeza a Jules; no podía escuchar las palabras que le infundía para que se tranquilizara.
Jean Paul sabía que no podría soportar la muerte de alguno de sus hijos, no estaba preparado para otra despedida, aún después de tantos años no asimilaba la de su esposa como para hacerlo ahora con una de las razones por las cuales luchaba.
Edith se colocó al lado de su suegro y empezó a frotarle la espalda para reconfortarlo un poco mientras éste solo miraba a Jules y le tomaba la mano como si pretendiera retenerlo, mantenerlo y no dejar que su situación empeorara.
En su inconsciencia, Jules escuchaba una melodía repetirse una y otra vez, melodía que nunca antes había escuchado. Era sumamente, dulce y perfecta, era como una tonada para que las princesas pudiesen dormir, para arrullarlas en el sueño y hacerlas soñar con castillos sobre nubes de algodón, arcoíris y unicornios, crearle un mundo ideal solo con el movimiento de sus dedos en las teclas de marfil de un piano, tener tanto poder solo con algo tan simple.
Se vio sentado tocando la melodía pero no dormía a ninguna princesa, solo sentía un gran vacío en el pecho y un dolor de pérdida, una pérdida irreparable y de la nada se encontró en un hermoso campo cubierto de flores de todos los colores, era el lugar más bonito que sus ojos hubiesen visto; era una tarde clara y las nubes se veían de un blanco extremo, como si casi tocaran el suelo, siendo decoradas por mariposas que volaban en ráfagas y creaban hermosas figuras; no había nada más, solo el sonido del piano.
Y la vio venir corriendo hacia él, era una niña, una hermosa niña de cabellos rojos, los que se agitaban ante el viento, tal vez a la edad de tres o cuatro años, llevaba puesto un vestido blanco con flores lilas, él no podía parar de tocarle, sabía que lo hacía para ella, llenándose de paz y de felicidad, sintiendo las lágrimas ahogar su garganta pero le sonreía, le regalaba la más hermosa de sus sonrisas, siguiéndola con la mirada.
Ella se sentó a su lado en el banco, sin decir una sola palabra, solo sonriéndole con ternura y se vio reflejado en los ojos verde gris de la pequeña, viendo que se encontraba descalza, ella posó la mirada en los dedos de él, que se deslizaban sobre las teclas, presionándolas con suavidad.
—Me tengo que ir —le dijo con una voz que le movió todas las fibras del ser, embargándolo de ternura; un sollozo se aferró a su garganta, pero lo retuvo.
La niña le tomó una de las manos, obligándolo a pausar la melodía y le dio un beso en el dorso, él quiso abrazarla, pedirle que no lo dejara, pero ella desapareció, dejándole la maravillosa sensación del beso y un olor celestial en el ambiente.
No podía hablar, no podía hacer nada, era como si algo o alguien moviera sus hilos y una vez más empezó a tocar, elevó la mirada y la vio correr a la distancia para encontrarse con alguien, ese alguien era Elisa quien estaba vestida de la misma manera y sonreía. Ella agarró de la mano a la niña y se encaminaron entre flores y mariposas que volaban a su alrededor, como si le mostraran el camino que debían seguir; la pequeña una vez más se volvió y le regaló una sonrisa mientras agitaba su mano en forma de despedida, dejándolo solo y vacío.
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