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CAPÍTULO 51


Jean Paul decidió darle una oportunidad a Jules dentro de Minas Crown, la que llevaba más de cientos cincuenta años siendo el patrimonio familiar, desde que la iniciara su bisabuelo materno.

Su abuelo no le había cambiado el nombre, su padre tampoco había optado por hacerlo, él ni siquiera lo había pensado y les había hecho saber a sus hijos que pretendía que las minas siguieran manteniendo su renombre mundial. El que se había labrado con trabajo duro, no en vano era una de las minas más conocidas a nivel mundial y con más sucursales en todos los continentes.

Le había otorgado la gerencia a su hijo menor, con la clara convicción de tomarse unas merecidas vacaciones, las dos primeras semanas del año 1927 estuvo con él, mostrándole todos los movimientos dentro de Minas Crown, en la tercera semana realizó la reunión donde comunicó que Jules Le Blanc pasaría a ser el nuevo gerente general de la sede principal.

Después de horas de conversación Jules aceptó la propuesta de su padre, no quería una responsabilidad tan grande y lo que menos deseaba era defraudar a su progenitor. Aunque sabía que contaba con la total capacidad para la gerencia siempre existían ciertos miedos, no miedo a poder llevar el peso sobre sus hombros, sino a decepcionar a Jean Paul más de lo que ya lo había hecho.

Era su segunda semana de trabajo en horario completo, desde las siete de la mañana hasta las seis de la tarde, su padre llevaba una semana en Suiza, disfrutando de un descanso más que merecido y tal como se lo había advertido, en la oficina no le quedaba tiempo ni para pensar.

Tenía razón, el primer mes del año ya casi finalizaba y él apenas lo había notado porque se la pasaba todo el día activo, muchas veces le tocaba almorzar en el salón de conferencias. Las náuseas y los inminentes vómitos habían desaparecido, pero dejaron a su paso su estómago débil, la acidez lo atacaba ante cualquier alimento, lo torturaban día y noche; además, que debido a la época y aunque era primera vez presentaba congestión nasal casi todo el tiempo.

La hora de salida era a las seis, pero él siempre permanecía hasta las siete, adelantando algo de trabajo para el día siguiente, después de eso conducía por las calles sin rumbo fijo hasta altas horas de la noche. Aunque sabía que debía levantarse temprano, lo hacía en su casi efectiva escapada de los recuerdos que lo atormentaban en la soledad de su habitación.

Había decidido darle una pausa a su vida sentimental, había guardado en la caja de seguridad los cuadernos de dibujos para no admirarla a cada minuto, porque hacerlo le dolía demasiado. Ya habían pasado seis meses desde la última vez que probó sus labios, ese sabor que aún permanecía ahí, atormentándolo, ansiando más; necesitaba menguar en su alma ese amor porque lo estaba matando de a poco, los te amo en las mañana los estaba callando porque venían acompañados de lágrimas y necesitaba dejar de lado tanta melancolía, había prometido esperarla pero mientras el tiempo pasaba no podía seguir suicidándose a cuenta gotas, con el corazón en carne viva apenas estaba tratando de unir los pedazos en los que se encontraba su alma.

Necesitaba dar lo mejor de sí para ver una sonrisa frente al espejo, tenía que fortalecerse para proseguir, para salir del hueco donde se encontraba y de a poco se había dado cuenta de que esa rutina de conducir sin rumbo fijo solo lograba traerla con más fuerza, al menos en su casa a esa hora estaría conversando mientras cenaba con sus hermanas y si contaba con suerte podía ser que Jean Pierre también se encontrara.

Por lo que le dio un giro a su recorrido, decidió ir temprano a su casa, estaba cansado de evadir sus emociones, de esas huidas que no lo llevaban a ningún lado.

Entraba a las inmediaciones de la mansión cuando captó desde la entrada un auto desconocido, inmediatamente aceleró porque no vio el auto de Jean Pierre, sabía que sus hermanas estaban solas, aunque estuviera la servidumbre no era lo mismo, casi al llegar su mirada se fijó en una de sus hermanas casi besándose con un joven, por lo que pisó el acelerador a fondo y estacionó bruscamente frente a ellos, provocando que los jóvenes se sobresaltaran al saberse descubiertos.

Apagó el motor y quitó las llaves del auto, bajó tirando la puerta, despertando nerviosismo en Johanne y el visitante ante el estruendo causado por Jules, quien incineraba al joven con la mirada.

—Johanne, entra a la casa inmediatamente —ordenó de manera contundente.

—Ju... Jules —balbuceó la gemela con los ojos a punto de salírseles de sus órbitas.

Él la miró fugazmente, pero fue suficiente para que ella se percatara de la molestia en su hermano.

—¡Y tú te largas! —señaló a la calle con la mano en la que se agitaban las llaves del auto mientras el joven tuvo que alzar la cabeza para mirar a la cara del hombre que lo observaba visiblemente molesto.

—Jules... —intentaba decir algo, pero él una vez más la interrumpió.

—No te veo adentro Johanne —le advirtió clavando la mirada en el rostro avergonzado de la gemela, pero al ver que su hermano estaba siendo realmente posesivo le mantuvo la mirada molestándose con él, quien al verla aún ahí... le expresó con la voz mucho más tosca—: Johanne no quiero contar hasta dos.

Ella solo se volvió y entró con ganas de llorar ante la rabia.

—Señor, solo somos amigos —susurró el joven rubio algo nervioso al verse solo con ese hombre de casi dos metros.

—¿Amigos?... ¡¿Me crees imbécil?! —Estalló acercándose más al amigo de Johanne, quien espabiló varias veces—. Sé perfectamente el tipo de amistad que quieres con mi hermana... ¿Sabes qué? Mejor lárgate... lárgate antes de que... —no tuvo que terminar de hablar pues el joven de unos veinte años salió disparado hasta subirse a su auto y marcharse.

Jules al verlo atravesar los portones decidió entrar, sin poder controlar la rabia que le causó ver a su hermana en semejante situación tan bochornosa cerró la puerta principal de un azote y se encaminó hacia la sala, encontrándose a Johanna sentada en el sofá leyendo.

—¿Dónde está Jean Pierre? —preguntó evidenciando en su voz su estado de ánimo.

—Está en una reunión, llamó y dijo que llegaría tarde —respondió sin desviar la mirada de su lectura porque sabía que su hermana había hecho molestar a Jules.

—Él está en una reunión y ustedes aprovechando para hacer de las suyas —dijo lanzando las llaves del auto sobre una de las mesas.

—Yo no he hecho nada —acotó levantando la mirada por unos segundos y clavándola en su hermano, para luego regresarla a las líneas. Sabía que Jules estaba descargando la molestia que agarró con Johanne sobre ella.

Él fue consciente de que había sido muy duro con Johanna, no debió hablarle de esa manera, por lo que se acercó hasta ella y se sentó a su lado, pasó el brazo sobre los hombros de la chica y la atrajo hacia él, dejándola descansar sobre su pecho mientras le daba besos en los cabellos.

—Lo siento, sé que eres diferente a Johanne, no parecen gemelas —dijo con voz tranquila, en ese momento se sintió curioso—. ¿Qué lees? —preguntó observando el libro abierto sobre las piernas de su hermana.

—Pamela de Richardson —confesó con una brillante sonrisa, por lo que Jules levantó la ceja izquierda a manera de sarcasmo—. Ya sé Jules que ustedes lo hombres no ven el amor de la misma manera y... —hablaba sabiendo que su hermano nunca entendería los sentimientos de una mujer.

—¿Estás enamorada? —inquirió sonriente, alejándola un poco para mirarla a los ojos.

—...y aunque no estoy enamorada —prosiguió con lo que iba a decirle antes de que él la interrumpiera—. Sí pienso estarlo algún día... Solo espero que no me pase lo mismo que a Anne —dijo refiriéndose a su hermana.

—¿Y qué le pasó a Anne? —preguntó en un susurro.

—¿Sabes por qué es tan ácida? —Comentó mirándolo a los ojos, él solo negó en silencio—. Un joven en el colegio... un español, la enamoró y fueron novios por alrededor de un mes, hasta que Anne descubrió que mientras estaba con ella también tenía a otra, después de eso decidió no tomar a nadie en serio, solo "amigos" como ella dice, he intentado decírselo a papá, pero...

—¡Johanna! —el grito de Johanne retumbó en la mansión desde lo alto de las escaleras. En ese momento Jules y la gemela se sobresaltaron y se volvieron a mirarla—. Eres una bruja chismosa —reprochó en medio de la ira y vergüenza; emprendió una carrera al tercer piso donde se encontraban las habitaciones.

—Tú no te preocupes —le hizo saber Jules poniéndose de pie al ver que su hermana se había asustado y que tenía las lágrimas a punto de derramárseles, por lo que se acercó y le dio un beso en la frente. Se encaminó al cuarto de Johanne, a mitad de las escaleras se volvió y le preguntó—. ¿Ya Brandon se está portando como un perro porque se enteró de que Pamela no es más que una criada? —se mostró interesado para que su hermana viera que tomaba el tema en serio.

—Sí, pero creo que es lógico ya que está dolido por el engaño —respondió asombrada al saber que su hermano también había leído el libro de amor, drama y aventura.

—¿Ves? Ustedes mismas tienen la culpa porque nos justifican —dijo con una brillante sonrisa.

—Cuando se ama se puede perdonar cualquier cosa Jules... Por cierto, ya casi no tengo libros —informó agitando el ejemplar.

—Mañana te compraré algunos para que te los lleves a clases.

—Sí pero no de esos que tú lees, pues me expulsarían del colegio —pidió sonriéndole.

—Tampoco quiero que lo hagas, ni de broma vas a leer a Sade... ¿Entendido? —advirtió señalándola.

—Tranquilo no es de mi gusto, no es lectura para señoritas; no tocaré tus libros Jules, lo prometo —le aclaró para tranquilizarlo.

Él le regaló una gran sonrisa y se dio media vuelta para encaminarse a la alcoba de la gemela, al estar frente a la puerta dejó libre un suspiro y llamó con suaves golpes de sus nudillos.

—Johanne abre la puerta —pidió, pero al ver que no recibía respuesta volvió a tocar.

—¡Vete Jules, no molestes! —gritó con voz ronca, dejándole saber que estaba llorando.

—No quiero molestarte, solo quiero hablar contigo —le hizo saber con voz conciliadora.

—Pero yo no, no me da la gana —respondió sin siquiera pensar en abrir, limpiándose una nueva lágrima que corría por su mejilla.

—¿Y si yo quiero hablar? ¿Cómo hacemos en ese caso? Antes de que me digas que lo haga con Johanna no puedo, ella está leyendo —insistió de la mejor manera para poder conversar con su hermana mientras tamborileaba con sus dedos en la puerta.

—Ve entonces a la catedral y te confiesas o búscate a un psicólogo, pero yo no estoy de ánimos para escucharte —dijo en voz alta molestándose aún más ante el molesto sonido de los dedos de Jules en la hoja de madera.

Él no pudo evitar sonreír ante la altanería de su hermana, le hizo recordar a Elisa, por lo que un nudo se le hizo nuevamente en la garganta, pero lo pasó rápidamente.

—Bueno, en vista de que no quieres abrirme y yo quiero entrar, reventaré la cerradura; sabes que solo bastará un empujón y cederá —advirtió—. Contaré hasta tres para darte tiempo a que abras... Uno, dos... —estaba por contar tres y más que decidido a violentar la puerta cuando su hermana abrió, dedicándole una de esas miradas altivas pero sus ojos al igual que su nariz se encontraban sonrojados evidenciando el llanto.

Ella se volvió de espaldas y regresó a la cama, en la que se sentó con evidente fastidio.

Jules la siguió y también tomó asiento frente a Johanne, quien no lo miraba, pero él igualmente decidió dar inicio a la conversación.

—Johanne, no quiero parecer un viejo dándote un sermón, solo trato de protegerte... —al ver que ella no lo miraba decidió ir directamente al grano, pero tratando de ser comprensivo—. ¿Sabes que lo que estabas haciendo hace un momento no es para nada decoroso? —preguntó con voz suave, tratando de buscar la mirada de su hermana.

—Por favor Jules, no vengas con clases de moral que tú menos que nadie debe hacerlo —respondió hoscamente, encarándolo.

—Está bien, no soy el más idóneo para hacerlo, pero soy hombre y poco importa mi honra —le hizo saber sin caer en el juego de altanería de su hermana.

—¿Ahora quieres proteger mi honra? —Preguntó con sarcasmo—. Vamos hermano, no conmigo —dejó libre media carcajada de burla—. Si tanto quieres parecer correcto, ten tu propia hija y la aconsejas a ella, pero no conmigo, te ves patético.

—Lo hago por tu bien —sabía que estaba dolida con él por haber botado al joven y también porque Johanna había ventilado su relación con el español desgraciado que jugó con ella—. Solo trato de ayudarte y disculpa si me veo patético actuando de esta manera, pero no tengo hijos, aunque me gustaría, pero... —hablaba cuando ella intercedió sin dejarlo continuar.

—Pero la mujer del padrino de Pierre no podía porque entonces los descubrirían... —las palabras de Johanne fueron cortadas de tajo a causa de una bofetada que cruzó su mejilla, quedó muda ante el ardor y ver cómo Jules la admiraba y las lágrimas nadaban en el verde gris, en ese momento ella se lanzó y rodeó con sus brazos el cuello de su hermano, sabiendo que lo había herido con sus palabras—. Lo siento... lo siento Jules.

—Precisamente por eso nunca dejamos de cuidarnos, fuimos lo suficientemente precavidos —le hizo saber con voz ronca y las lágrimas derramándose, le dolió demasiado que precisamente su propia hermana lo lastimara de esa manera; sin embargo, se aferró a ella abrazándola fuertemente—. Y sí, no tengo moral para decirte cómo debes comportarte... pero si vas a arriesgarte, si vas a comportarte de esa manera hazlo con alguien que realmente valga la pena Johanne, soy hombre y tuve muchas amigas de las cuales ni siquiera el nombre supe, ese chico que estaba esta noche contigo quiere que seas de esa clase de amigas. Ahora en cuanto al malnacido español, déjame decirte que no todos somos iguales y no es así como debes actuar; no juegues porque puede ser peligroso, no sabes si entre esos chicos a los que decides no darle importancia esté ese que verdaderamente te valore, no te arriesgues hacerle daño... porque no tendrás otra oportunidad. En lo que sí somos iguales todos los hombres es en que actuamos por instinto... y donde encontramos la oportunidad más fácil ahí estamos, pero por una o dos noches cuando mucho. Date tiempo para conocer antes de entregar tus sentimientos, un secreto... —comentó alejándola y mirándola a los ojos—. Entre más difíciles más nos gustan, más nos obsesionan y nos vuelven locos... Hasta terminamos perdidamente enamorados... —ella le mostró media sonrisa y asintió en silencio mientras que él rozaba con su pulgar la mejilla lastimada—. Disculpa... juro nunca más lastimarte... —se acercó y le dio un beso en la frente, después se puso de pie para salir de la habitación.

—Es la mujer con la mayor de las suertes —habló Johanne deteniéndolo en el umbral. Él se volvió a mirarla y sentía el nudo subir y bajar en la garganta—. Porque no solo tiene un hombre sumamente alto para representarla, sino que también es demasiado apuesto y no lo digo porque seas mi hermano sino porque es verdad y estás perdidamente enamorado, serías un excelente padre... Gracias por tus consejos Jules —reveló con media sonrisa.

—Gracias por tener tan alto concepto de tu hermano —correspondió de la misma manera—. Baja en media hora para cenar —solicitó y cerró la puerta.

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