CAPÍTULO 5
Elisa admiraba su imagen reflejada en el espejo del baño mientras se colocaba su bata de dormir. Ya eran pasadas las nueve de la noche y Frank aún estaba despierto, seguramente estaba esperándola, ya no sabía qué más hacer para pasar más tiempo en el baño.
Habían pasado diez minutos desde la última vez que la había llamado invitándola a que lo acompañara en la cama, conocía muy bien ese tono de voz que su esposo usaba cuando sus intenciones no eran precisamente dormir.
Sin duda alguna Frank anhelaba que esa noche le cumpliera como mujer y ella no encontraba otra salida a esa tortura que no fuese enfrentarla de una vez por todas.
—Después de esto podré evadirlo quince días más —se alentó cerrando los ojos y dejando libre un suspiro—. Pasará rápido —murmuró con el corazón brincándole en la garganta.
Al salir del baño lo vio sentado en la cama con unos documentos en las manos, caminó hacia el lecho con gran cautela mientras sus pasos eran amortiguados por la alfombra, como si pudiera hacerse invisible ante la mirada de Frank. Y aunque no hizo ningún ruido, él fue consciente de su presencia en el lugar.
Frank le sonrió y ella se obligó a responder de la misma manera, con la mirada puesta en su lado de la cama mientras se armaba de valor para por fin ocuparla.
Frank colocó sobre la mesa de noche los documentos y encima de ellos sus lentes de lectura, le extendió la mano, invitándola a que se metiera en la cama.
Elisa no atendió a la petición de su esposo, solo se levantó la prenda, empuñándola con fuerza disimulada a la altura de sus rodillas, subió a la cama y gateó hasta donde él estaba, no pudo evitar sentir incomodidad ante la mirada lasciva de Frank, descaradamente anclada en sus senos que se dejaban ver ante la posición en la que se encontraba, por lo que se apresuró y se sentó a su lado.
Sabía que de nada valía que se colocara esas prendas que parecían ser las de su abuela, él la deseaba con lo que tuviese encima.
Sintió cómo los labios de su esposo se posaron en uno de sus hombros, cerraba con una de sus manos su cintura, acercándola más a él al tiempo que elevaba una de sus piernas y la pasaba por encima de las de ella, consiguiendo su cometido de encarcelarla. La miró a la cara y ella se obligó a sonreír; sin embargo, estaba segura de que su nerviosismo era evidente, el pecho se le iba a reventar ante los latidos apresurados que amenazaban con ahogarla.
Frank empezó a bajarle los tiros del negligé, ella cerró los ojos en busca de fuerza, pero él no pudo ver más allá que un gesto de placer.
Por más que cerrara los ojos y se obligara a pensar que eran las manos de Jules las que le brindaban las caricias, no lograba conseguirlo, no desprendían la misma energía, no era el mismo aroma fascinante que le vetaba los sentidos. El toque frío de su esposo no se comparaba en nada con el caliente de su amante, Frank nunca logaría hacerle vibrar la piel.
Dejó libre un nuevo suspiro y nada, su imaginación no lograba recrear al hombre que amaba, porque cuando el que no amaba se apoderó de uno de sus senos, la mano no era del mismo tamaño, no tocaba de la misma manera, él no sabía cómo despertar cada poro de su piel. Estaba segura que no iría a ningún lado, que no lograría cumplir esa noche con su deber.
Dejó libre un jadeo, preparándose para el nuevo teatro que montaría porque definitivamente no podría.
—¿Te gusta amor? —preguntó con voz ronca al escuchar el sonido que se escapó de la boca de su esposa. Ella solo asintió en silencio, sin atreverse a abrir los ojos.
—Pero sé un poco más cuidadoso Frank... por favor, más despacio — pidió llevando las manos a la cabeza del hombre, quien empezaba a besar su pecho y se acercaba al seno que había expuesto.
—Está bien amor... Pero apenas te estoy rozando con los labios —susurró intentando hacer menos intensa la caricia.
Ella pudo sentir el aliento de él estrellarse en la piel suave de su pecho y cómo una vez más lo besaba, pasó suavemente la lengua por el pezón tratando de estimularlo para él y Elisa liberó otro jadeo.
—No... no, Frank... por favor... es que me duelen —mintió retirando la cabeza del hombre para mirarlo a los ojos y que su excusa fuese más convincente—. Disculpa amor, pero me duelen mucho, seguramente es porque dentro de pocos días menstruaré —le hizo saber, el hombre dejó libre un suspiro de evidente resignación—. Frank amor, lo siento... pero si quieres intentamos sin tocarlos —propuso esperando que él se negara.
—No amor, no quiero que te sientas incómoda —le dijo subiéndole lentamente el tiro de la dormilona—. Solo espero que los cinco días pasen rápido... tal vez seis ¿verdad? —preguntó sabiendo que a su esposa el período menstrual le duraba cuatro días y que los dolores normalmente aparecían con uno o dos días de anticipación. Ella asintió en silencio—. Y eso manda al Diablo mis esperanzas de un nuevo hijo... cada vez que tu condición de mujer alerta, me deja claro que no puedo hacer nada —masculló con frustración.
—Frank, nuevamente con ese tema —le dijo llevando las manos a las mejillas del hombre y le depositó un beso de apenas contacto de labios—. Ya te he dicho que tendremos otro hijo cuando Dios así lo quiera; además, Frederick aún está muy pequeño... y yo creo que todavía tenemos mucho tiempo para esperar por un nuevo hijo.
—Hace algunos días leí un artículo en el diario... no creo en eso de que los médicos puedan mejorar la calidad fértil pero igual iré a ver un doctor y que me indique un tratamiento, estoy dispuesto a seguirlo al pie de la letra. No quiero un solo hijo mi vida y sé que tú tienes todo el tiempo del mundo, pero yo no...
—Frank —Elisa lo detuvo—. Ya te he dicho que la edad es lo de menos, uno para morirse solo tiene que estar vivo, nada más —le recordó porque cada vez usaba la edad como excusa a una muerte cercana.
—Solo que yo llevo algo de ventaja —sonrió ante su propia conclusión.
—No puedo contigo... ¿Puedes dejar de ser tan pesimista? —preguntó frotando su nariz contra la de él en un gesto gracioso.
—Sí... no, no puedo. Es que estoy viejo —aseguró alejándose un poco.
—¿Otra vez?... Ya sé porque ningún cliente se te va, si es que no sueltas el tema, mejor vamos a dormir —pidió acomodando la sábana.
—Si quieres duerme, yo me voy al despacho a terminar de leer las cláusulas de este contrato —respondió tomando la carpeta y los lentes.
—No amor, no es necesario, yo podría ayudarte... bueno, al menos podría leerlo —se ofreció extendiendo las manos—. Solo una parte, si quieres omito lo que ya has leído —le dijo con media sonrisa, estando completamente segura que desconocía absolutamente todos los términos de un contrato, pero el cargo de conciencia no le permitía que se desentendiera tan fácilmente de su esposo si ya le había frustrado las intenciones de tener sexo esa noche.
Frank le sonrió y le entregó una de las hojas sintiéndose realmente maravillado por el apoyo que su esposa le mostraba en ese momento. Se dejó llevar por sus instintos y le dio un beso en los labios.
—Gracias por ayudarme, por eso te amo —le dijo convencido de sus sentimientos y desvió la mirada a los papeles que quedaron en sus manos, buscando en qué párrafo había quedado.
Elisa se quedó admirándolo, viendo el perfil de Frank, sonreía tristemente porque se sentía tan mal, su esposo era un hombre verdaderamente bueno y ella no se estaba portando de la mejor manera.
Él no se merecía lo que le estaba haciendo, pero ella tampoco se merecía estar con un hombre que no amaba. Se obligó a desviar la mirada al documento y empezó a leer.
Trataba de unos buques de carga que llegarían a las costas de Colombia pero que la compañía naviera y donde se cerraría el negocio estaba en el centro del país, en una ciudad llamada Medellín. Todo eso para ella era poco relevante hasta que un nombre resaltó entre los demás, no tenía la mínima idea de qué hacía el nombre de Jules Le Blanc en ese documento, siguió leyendo un poco más y las hojas en sus manos temblaron al saber o al menos suponer porqué se nombraba a Jules en ese contrato de venta, muy por encima de su temor, no podía quedarse con la duda.
—Amor, según entiendo la empresa Wells tiene que entregar los buques —acotó de manera casual pero lo que en realidad quería era que le aclarara toda la situación y sin poder evitarlo un nudo se formó en su garganta.
—Sí, nosotros nos encargaremos de hacérselos llegar, aunque enviaron a un representante de la empresa compradora para que se encargara de certificar que los buques estén en óptimas condiciones. Ya ellos los han revisado, el señor Pastrana llegó de Colombia hace ocho días y fue a Nueva york a revisarlos, esta noche llegó a Chicago y mañana por la tarde tengo una reunión con él, ya que dentro de dos días partirá nuevamente a Colombia y Jules lo acompañará para traer estos documentos firmados, a Jules le tocará ausentarse de la empresa por un mes ya que tendrá que esperar a que los buques lleguen al destino final y revisarlos una vez más.
A Elisa se le escapó todo el aire de los pulmones y tuvo que hacer acopio de todo su autocontrol para que Frank no se diese cuenta de que quería morirse en ese momento.
—Bueno, Jules aún no lo sabe, pero sé que no se negará, en la reunión que tendremos mañana a las dos de la tarde le daré la noticia —comentó tranquilamente, dejando ver que no le había importado tomar esa decisión sin el consentimiento de Jules.
—¿Es algo complicado todo este proceso verdad? —preguntó tratando de no quedarse en silencio, aunque en realidad tenía unas ganas de llorar y gritar enormes, de salir corriendo al departamento de Jules y pedirle que no aceptara, que le dijera a Frank que enviara a otra persona.
—Sí y no —respondió Frank mostrándole media sonrisa—. Es algo tedioso tanto papeleo, tantos procedimientos y sobre todo tanta desconfianza en este mundo de los negocios y lo digo por parte y parte. Bueno esto está terminado, todo está perfecto y ahora solo espera la rúbrica en Colombia —agarró los papeles y los colocó dentro de la carpeta.
Elisa le tendió las hojas que ella tenía y él las agarró e igualmente las colocó junto a las demás.
—Ahora sí, vamos a dormir que ya es bastante tarde.
Se acomodaron en la cama, cuando Frank apagó la luz del velador que se encontraba sobre la mesa de noche Elisa se quedó mirando al techo, aun cuando no se veía nada en medio de la oscuridad sin siquiera espabilar, dos lágrimas rodaron por sus sienes.
—Buenas noches amor —susurró Frank.
—Buenas noches mi vida —respondió extendiendo la mano y tomando la de Frank, quien apretó suavemente el agarre.
Elisa esperó alrededor de una hora, tratando por todos los medios de llorar en silencio, no podía evitar derramar las lágrimas que la estaban ahogando.
Se movió varias veces en la cama cerciorándose de que Frank estuviese dormido; estando completamente segura de que estaba rendido, poniéndose en pie abandonó la habitación y se encaminó por el pasillo. En medio del corredor no pudo aguantar más y su cuerpo se encorvó, llevándose una mano al estómago y otra a la boca para ahogar el sollozo, las lágrimas como un torrente empezaron a bañar su rostro.
Le costaba asimilar que pasaría un mes sin ver a Jules, eso era mucho tiempo, no quería que pasaran tantos días sin poder mirarse en sus ojos. No quería arriesgarse a que Frank se despertara y la escuchara llorando en el pasillo, por lo que prefirió bajar y buscar un lugar seguro donde pudiera desahogarse.
La sala se encontraba en penumbras y fría, sus pasos la llevaron hasta el despacho donde estaba la chimenea encendida. Al entrar caminó hasta el sofá de dos plazas y se dejó caer llevándose las manos al rostro, se lo cubrió intentando crear un muro de contención para sus lágrimas, pero fue en vano porque igualmente se desbordaban, trató de limpiarlas con manos temblorosas y en ese momento sus ojos nublados por las lágrimas captaron el teléfono, se puso de pie y dejó libre un suspiro para tratar de calmarse, nunca había osado llamarlo, pero esta vez lo haría. Ya después encontraría la manera de justificarle a Frank el registro de esa llamada.
Jules se encontraba únicamente con el pantalón del pijama mientras su espalda se encontraba perlada por el sudor y también sonrojada por el esfuerzo. Había dormido durante la tarde por lo que aun siendo casi media noche no tenía sueño y para pasar el tiempo estaba haciendo flexiones con intervalos de abdominales como ya era costumbre desde su adolescencia. Empezaba una nueva rutina de cincuenta flexiones cuando el timbre del teléfono irrumpió en el silencio que hasta el momento solo había sido coartado por su respiración agitada.
No pudo evitar sentirse desconcertado, aunque no quería interrumpir su rutina de ejercicios, el molesto sonido parecía no cesar, tampoco quería contestar porque la única que había osado llamarlo a esas horas había sido Nicole.
Entraba la segunda llamada y no pudo seguir ignorándolo, ante la evidente insistencia detuvo su labor y dejó libre un suspiro, se puso de pie y agarró la toalla con la que empezó a secarse el sudor.
—Buenas noches —habló con voz agitada cuando levantó el auricular.
—Hola —saludó Elisa tratando de que la voz se le escuchara tranquila—. ¿Estás ocupado? —preguntó sin dejar que él hablara.
—Elisa, ¿pasó algo? —curioseó inquietándose y obviando la pregunta de ella.
—No... Solo quería escuchar tu voz, pensé que estarías dormido, por el contrario, te escucho la voz... —hablaba cuando él dejó libre media carcajada, esas que ella tanto amaba.
—Deja de maquinar Maquiavelo... Estaba haciendo un poco de ejercicio, es que dormí durante la tarde, por lo que no tengo sueño y en vista de que no tengo un cuerpo divino de una pelirroja para entretenerme, me toca buscar otra manera —le hizo saber al tiempo que se dejaba caer sentado en el sofá, halando la toalla de su hombro y frotando con ésta su abdomen, retirando el sudor; pudo escuchar cómo ella reía.
—No estaba pensando nada malo —acotó con voz inocente.
—Sí está bien y yo soy ruso. Amor... Reina, no debes arriesgarte a estar llamándome y menos a estas horas, no me perdonaría si Frank llegase a escucharte —le dijo suavizando la voz.
—Frank está dormido, me cercioré... ¿Jules? —se detuvo sin saber cómo continuar y que él no notara que una vez más las lágrimas la ahogaban.
—¿Sí? —Preguntó, alentándola a que continuara—. ¿Elisa, seguro que todo está bien?
—Te amo —dijo ella en un hilo de voz, no podía decirle que Frank lo enviaría de viaje por tanto tiempo, eso solo lo atormentaría y ella no quería ser la causante de las angustias de él.
—Eso me gusta, sabes que yo también... no tienes idea de cuánto te amo Elisa... Con solo escuchar tu voz me incendias, imagina todo lo que estaríamos haciendo en este momento si estuvieses conmigo —su voz profunda evidenciaba el deseo que se despertaba en él.
—Creo que aún mi imaginación no da para tanto, siempre logras sorprenderme —acotó con media sonrisa que se obligó a ofrecerle—. Debo regresar a la cama —le dijo, no podía arriesgarse, si Frank despertaba y no la encontraba a su lado se preocuparía.
—¿Vendrás el jueves?
—Sí —susurró apenas, pues sabía que el jueves ya él estaría camino a Nueva York para luego salir hacia Colombia.
Aunque realmente confiaba en que Jules se negaría, si de verdad la amaba como ella a él se negaría a pasar tanto tiempo alejado de sus besos, sus esperanzas estaban puestas en el amor que Jules sentía por ella.
—Ansío que llegue el jueves, ahora sí, ve a dormir. No te pido que sueñes conmigo porque no quiero que despiertes a Frank en medio de jadeos orgásmicos —expresó con una alegre sonrisa.
—Muy gracioso... pero ¡cuánta razón tienes! —se lamentó sonriente, siempre la hacía sonreír—. Besos.
—¿Solo besos? Eso no vale... dame más —le pidió.
—Ya Jules... besos, caricias, ¿qué más quieres? —reprochó con tono divertido.
—Sabes todo lo que quiero... pero está bien, ya dije que no iba a encenderte, después no puedes dormir... ahora sí, voy a colgar.
—Está bien, cuelga... Jules, cuelga, ¿qué esperas? —le preguntó al sentirlo aún al teléfono, él dejó libre otra carcajada y terminó por colgar.
Después de unos minutos ella regresó a la cama, donde esperó que llegara la mañana, estaba segura que se le haría imposible dormir, por más que quisiera eliminarlo de su cabeza, el recuerdo de saber que Jules podría alejarse por tantos días la atormentaba.
Nota: Capítulo corto, pero intenso, este par de puso de pillos por teléfono.
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