CAPÍTULO 48
La puerta principal de la mansión Le Blanc fue abierta abruptamente por Jean Paul irrumpiendo en el recibidor mientras la angustia jugaba con él; recorría rápidamente con su mirada la segunda planta desde el centro del salón, llegó a la casa interrumpiendo su horario laboral después de recibir la llamada del ama de llaves.
—¡Ivette! —Llamó a la mujer para hacerle saber que había llegado, la vio aparecer en uno de los umbrales—. ¿Qué ha pasado? —preguntó sin siquiera saludar.
—El joven Jules, se ha marchado —informó consternada.
—¿Cómo que se ha marchado? —inquirió sin entender.
—Sí señor... le ha dejado una nota —sacó de uno de sus bolsillos un sobre y una hoja.
—¿Y no pudiste impedírselo Ivette? —fue lo único que se le ocurrió cuestionar al tiempo que agarraba los papeles.
—No me he dado cuenta señor, el joven se levanta tarde y no me gusta molestarlo, pero en vista de que eran las once y media y no había bajado para el almuerzo, decidí ir a despertarlo, pero no recibí respuesta... Encontré esta hoja y debajo de ella este sobre.
Jean Paul agarró la hoja que tenía escrito. "Ivette entrégale a mi padre, Gracias". El hombre rasgó el sobre y sacó la carta que estaba compuesta por pocas líneas.
Francia, noviembre 1926
Padre, disculpe que me haya marchado sin avisar, pero no podía seguir esperando, no podía hacerlo o terminaría volviéndome loco, sé que no está de acuerdo con lo que siento y si por mí fuera tampoco lo estaría, pero es imposible ir en contra de lo que ordena mi corazón.
Sé que tal vez pasarán muchos años para que nos volvamos a ver porque no pienso desistir hasta que encuentre una estabilidad con la mujer que amo y no quiero arriesgar a ningún miembro de mi familia, ustedes no tienen por qué involucrarse en esto, por favor no permita que Frank trate de perjudicarlos de alguna manera. Tal vez aún cree que es incapaz de hacerlo porque solo conoce al amigo, le pido disculpas por habérselo arrebatado, por haberle quitado a un hermano. Nunca imaginé que esto sucedería, pero pasó, me enamoré de quien no debía y estoy cansado de echarme la culpa en todo, de buscar culpables porque no creo que los haya; las cosas pasan porque están destinadas a pasar.
Por mi parte puede quedarse tranquilo, sabré cuidarme y le prometo hacerlo. Proteja usted a Johanna y Johanne, creo que son las más vulnerables. En lo único que me siento culpable es en tener que dejarlos; sin embargo, no en lo que siento, porque amar no es prohibido padre, prohibida es la mujer a la que quiero; sé que es prohibida pero no imposible.
Tal vez en dos o tres días le llegará la notificación de que realicé la transferencia de la herencia de mi madre a mi cuenta, si bien no recibí su apoyo, empezaré de cero. En este tiempo hablé con varias personas con las cuales emprenderé unos negocios, por ahora no le informaré cuales son, pero sé que terminará enterándose, no quiero que por algún motivo Wells se entere, porque inmediatamente podría dar con el paradero que tengo planeado.
Espero que perdone los malos momentos que le he hecho pasar, algún día podré reparar mis fallas y demostrarle que soy un hombre verdaderamente centrado.
Jules Louis Le Blanc.
P. D.: Envíe a uno de los choferes al puerto por el auto.
Jean Paul se dejó caer sentado sobre el sofá, con remolinos de emociones y pensamientos haciendo estragos, con la mirada aún en las líneas escritas por su hijo, se sentía molesto, pero también se sentía realmente triste porque temía lo que podría pasarle.
—¿Jean Pierre lo sabe? —preguntó y la voz era realmente ronca.
—No lo creo señor, el joven Jean salió temprano y solo pensé en avisarle a usted primero —confesó sintiéndose angustiada y desconcertada porque no sabía lo que decía la nota, suponía que no era nada bueno por el semblante de su patrón—. ¿Regresa a América? —preguntó la dama sin fuerza en la voz, el hombre asintió en silencio.
—Y no regresará a casa quién sabe por cuánto tiempo —la voz ronca se le notaba cada vez más, por lo que se puso de pie—. Con permiso —pidió encaminándose, subiendo las escaleras—. ¿Ivette, dónde están las niñas? —preguntó deteniéndose en los escalones.
—Johanne en el salón de música y Johanna en su habitación jugando con María Antonietta —informó sintiéndose aún más triste al ver el semblante de Jean Paul.
—No les digas nada... yo les informaré, pero primero descansaré un poco... Llama por favor a la empresa y dile a mi secretaria que no regresaré en lo que resta del día, que cancele la agenda —habló y siguió su camino.
—Sí señor —respondió y se encaminó al teléfono más cercano.
Jules miró su reloj de pulsera que marcaba la una y diez de la tarde, mientras se encaminaba a la taquilla para comprar el boleto dejó libre un suspiro al pensar que en su casa ya tendrían que haberse percatado de su ausencia.
A las cuatro zaparía el RMS Berengaria desde South Hampton, optó por viajar hasta el Reino Unido y no abordar desde Le Havre, prefería llegar a Nueva York en cualquier trasatlántico, menos en uno francés porque sabía que serían los primeros que Frank mandaría a vigilar. Solo llevaba un bolso lo suficientemente grande para guardar diez mudas de ropa, dos pares de zapatos y algunas pertenencias, como lo eran los documentos de Elisa y Frederick.
—Buenas tardes señorita, un boleto para el Berengaria por favor —pidió mientras buscaba la chequera en su bolso, la mujer no le dijo nada, solo lo miró a los ojos mientras él esperaba.
Jules clavó la mirada en la nota que estaba pegada al vidrio, la que anunciaba: "No hay boletos disponibles hasta el próximo año".
Cerró los ojos y dejó libre un suspiro mientras trataba de asimilar su situación, no podía esperar hasta el próximo año, apenas estaban a veinticinco de octubre.
—Señorita, es imposible... —intentaba hablar cuando la mujer intervino.
—Ya todos los boletos están vendidos, lo siento señor —informó haciendo una mueca de congoja.
—No puede ser posible, es una emergencia, necesito viajar a América... Tiene que haber al menos un boleto disponible —hablaba y la mujer negaba con la cabeza—. En el Mauretania, El Olympic —la mujer solo repetía el movimiento de su cabeza—. El Celtic, el Cedric, el Baltic, el Adriatic —nombraba todos los trasatlánticos conocidos que salían desde ese puerto o que hacían escala en el mismo.
—Lo lamento señor, pero no tenemos boletos disponibles, todos han sido reservados con meses de anticipación, para esta fecha en muy difícil encontrar al menos uno.
—¡Esto es inaudito! ¡Maldita sea mi suerte! —Exclamó con la rabia e impotencia moviendo sus hilos al tiempo que golpeaba el vidrio, por lo que la mujer se sobresaltó dentro de la taquilla—. Lo siento —se disculpó y se alejó del lugar—. Necesito encontrar la manera de ir a América, así tenga que ir a todos los puertos de Europa... —hablaba con él mismo mientras pensaba en buscar un taxi que lo llevara a una estación de tren e irse al puerto de Newcastle o el de Falmouth, aún no se decidía.
—Disculpe señor... señor —escuchó que alguien lo llamaba en voz baja, por lo que detuvo sus pasos y se volvió, encontrándose a un hombre de unos treinta años, de apariencia descuidada—. Escuché cuando hablaba en la taquilla, dice que tiene una emergencia por lo que necesita viajar a América.
—Sí, así es señor, es una emergencia... —habló emocionándose y viendo una luz al final del túnel—. Le pagaría muy bien por su boleto, puedo pagarle el doble si así lo desea.
—No señor, yo no tengo ningún boleto, pero sí tengo contactos dentro del Berengaria que zapará en tres horas, solo que no tendría boleto... —intentaba de explicar cuando fue interrumpido.
—¿Me está diciendo que pretende que viaje como polizonte? —inquirió sin poder creerlo.
—Me ha dicho que es una emergencia y no hay boletos en ningún puerto, se acercan las fechas navideñas y todos eligen viajar en la temporada, no será el primero ni el único, hay dos personas más que viajarán con usted en un compartimiento cómodo, solo que deberá comprar algunos alimentos.
La idea tomaba forma en la cabeza de Jules, debía arriesgarse y no perder más tiempo.
—Está bien... está bien, acepto viajar solo porque verdaderamente necesito hacerlo... ¿Cuánto tengo que pagarle? —preguntó buscando en su bolso porque llevaba suficiente efectivo, después de hacer el cambio de francos a libras esterlinas.
—Serían cuatro mil quinientas libras señor —respondió con voz apagada.
—¡¿Cuánto?! —exclamó el francés sorprendido y dejando de buscar la billetera.
—Cuatro mil quinientas libras señor —repitió el monto como si Jules no le hubiese escuchado.
—Está usted loco, es el triple del costo de un boleto en primera clase —le hizo saber sin poder salir de su asombro por el descaro; semejante cantidad y le tocaría viajar entre bultos y sin ninguna comodidad ni seguridad.
—Lo sé señor, pero es que no trabajo solo, somos varios los involucrados en esto —informó mirando a varios lugares como si temiera que lo descubrieran hablando con él.
—Bueno no podré viajar, no dispongo de esa cantidad en efectivo, solo tengo tres mil, es eso o nada, es todo lo que tengo —negoció mientras su voz demostraba la tristeza de ver sus esperanzas desfallecer.
—Podría aceptar cheque señor —agregó al ver el desespero en el francés, pero tampoco le disminuiría el costo.
—En ese caso necesito montarme en ese barco en este instante... pero le entregaré el cheque cuando esté en un lugar seguro y no se hará efectivo sino después de cuarenta y ocho horas, no me voy a arriesgar a ser estafado —le advirtió seriamente.
—No somos estafadores, llevamos siete años en este negocio y nunca se han quejado, como usted prefiera señor; por favor sígame y asegure su bolso porque entraremos por los botes auxiliares y saltaremos por unas de las ventanas, debemos ser rápidos —le aconsejaba mientras se encaminaban.
Se acercaron lo suficiente al trasatlántico, al lado derecho tuvieron que caminar por las cadenas que lo sostenían a puerto, aferrándose fuertemente a la cadena superior del ancla para no resbalar. Llegaron a una improvisada escalera hecha con sogas, la que Jules escaló con un poco de dificultad debido a su estatura, pero logró llegar a uno de los botes, el que crujió ante su peso, esperaron que dejara de mecerse y pasaron a otro; en el tercer bote encontraron una de las ventanas abiertas. El hombre metió medio cuerpo mientras Jules esperaba de cuclillas dentro del bote para evitar ser visto, como le había indicado su acompañante.
—Ezequiel, aquí tengo al tercer cliente, avisa —pidió el hombre al otro y no había pasado ni un minuto cuando desvió la mirada al francés—. Ahora señor, tenga cuidado de no resbalar porque terminará incrustado en las aspas del trasatlántico.
Jules asintió en silencio y saltó logrando sostenerse; por fin había entrado al barco, dos hombres más los guiaron por un pasillo y lo llevaron a uno de los compartimientos de carga, el que estaba equipado con tres colchonetas y unas cobijas. Ya había un hombre y un joven de unos diecisiete años, el que parecía estar enfermo, por lo que adivinó la emergencia de ellos en viajar.
—Señor no ha comprado nada para el viaje, si quiere me da el dinero y le traigo algunas cosas; eso sí, que no sean muchas porque no puedo cargar con tanto —le dijo el hombre amablemente.
Jules dudó un poco, pero al fin se dijo que qué más podía perder.
—Agua, algunas frutas, enlatados y un abrelatas por favor —pidió entregándole el dinero.
—Está bien... de todas maneras uno de los camareros que también trabaja con nosotros cuando pueda les traerá alimentos y bebidas, recuerden que deben ser lo más silenciosos posible.
Los presentes asintieron en silencio y se ubicaron en sus lugares, sin siquiera atreverse a presentarse, por lo menos no por el momento.
Jules admiró el lugar, percatándose de que no era tan reducido como pensaba, su mayor temor desapareció al saber que no sufriría de ningún ataque de claustrofobia. No viajaría en primera clase como estaba acostumbrado, pero al menos estaría cómodo.
Después de unos diez minutos regresó el hombre con el pedido del francés, disipando la idea de que era un estafador.
—Señor, también le traje estos libros porque el viaje aquí se hará largo, aquí tiene el cambio —le entregó el dinero—. El barco zarpará en unas dos horas y medias, ya están preparando todo; repito, traten de hacer el menor ruido posible... Al portador señor —hablaba mientras Jules preparaba el cheque y se lo entregaba—. Ahora sí me despido, que tengan feliz viaje —deseó con una amable sonrisa cerrando el compartimiento que estaba detrás de unos estantes.
Jules colocó su bolso a un lado y ahuecó la almohada en su espalda para estar más cómodo. Acercó las dos bolsas, en una había seis botellas de agua de medio litro cada uno, en otra había frutas y carne enlatada, desvió la mirada a sus acompañantes, quienes demostraban ser de clase baja y no quiso imaginarse el esfuerzo que fue para ellos pagar esa exorbitante suma.
Al parecer no llevaban nada, por lo que sacó una botella de agua y se la entregó al joven, al igual que un par de manzanas. Ellos le agradecieron con un asentimiento de cabeza y él les devolvió el gesto.
Estaba seguro de que cuando llegaran a América, se conocerían lo suficiente porque el viaje sería sumamente largo, pero eso no le importaba cuando obtendría como ganancia a Elisa nuevamente entre sus brazos.
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