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CAPÍTULO 44


Elisa dormida se movió inconscientemente entre las sábanas, las que acomodó para arroparse mejor, colocándose de medio lado y así estar más cómoda, sus párpados a medio abrir en medio del sopor divisaron una silueta sentada frente a ella, por lo que sus ojos se abrieron inmediatamente y todo indicio de sueño se esfumó como por arte de magia.

Frank estaba sentado frente a la cama, por lo que se incorporó rápidamente, sentándose y adhiriéndose a la cabecera, sintiéndose aturdida ante la presencia del hombre que la miraba tranquilamente con la respiración acompasada, la mirada de él siguió las manos de Elisa que se aferraron a la sábana y la subía.

Sin embargo, él pudo divisar los pechos de la joven transparentados a través de los encajes de la dormilona; admirando y recordando lo hermosos que son sus pezones y cuántas veces lo tentaron como el peor de los pecados, lo llevaron a la locura, esa en la que solo él se sumergía porque nunca anhelaron sus caricias, ni sus labios. Ella se los ofrecía a otro, seguramente solo bastaba la mirada de ese infeliz para que brotaran.

El objeto de su mirada se vio truncado por la sábana que los cubrió, con extrema lentitud liberó un suspiro al tiempo que elevaba la mirada y se anclaba en la marrón que lo miraban con ese desprecio que él se había ganado, si ya lo odiaba qué más daba acrecentarlo un poco, prefería mil veces su odio y su desprecio a su ausencia. Sin ella no habría nada, nada tendría sentido, todo quedaría vacío, evidentemente ella no hablaría, por lo que prefirió ser él quien iniciara el tema de conversación, ése donde una vez más la dejaría sin ninguna escapatoria.

—¿Piensas que si te vas no los voy a encontrar? —le preguntó con voz suave, pero por dentro el volcán de rabia estaba en erupción al recordar las líneas que contenían los papeles en sus manos.

En ese momento Elisa divisó en las manos de Frank las cartas y el mundo se le fue por un barranco, todo el oxígeno escapó de sus pulmones, el corazón se le detuvo y lo sentía escurrirse mientras se maldecía mil veces por ser tan estúpida y pensar que Frank no tendría las llaves de la gaveta del escritorio.

Se obligó a no temblar, al menos a no permitir que él se diera cuenta, lo miraba altivamente, no tenía por qué demostrarle miedo porque no se lo tenía en ese momento, solo quería encontrar la manera de escapar. Su mirada se posó rápidamente en la mesa de noche, ideando la posibilidad de golpearlo con la lámpara y dejarlo inconsciente al menos por el tiempo necesario para buscar a su hijo y largarse, pero sabía que no lo podría hacer, él la detendría mucho antes. Se llenó de impotencia y de rabia, dándole la mejor de las batallas a sus lágrimas.

—Es justo que sepas que todas las noches te observo dormir... También me asesoro de que no haya nada fuera de lugar porque sabía que ese hijo de puta no se quedaría tranquilo, si no le hice nada fue porque no quería ensuciarme las manos de mierda —hablaba con voz fría, enfureciendo más a Elisa porque él no tenía la reacción que debería al encontrar la carta, por lo que la respiración de ella era agitada, los orificios de su nariz resoplaban ante la rabia que la consumía al escucharlo hablar de esa manera de Jules—. Ahora ya lo sabes... Elisa cada vez me decepcionas más, por favor no se te ocurra tocar a mi hijo y mucho menos hacerlo pasar por el hijo de ese desgraciado porque podría volverme loco y acabar con medio mundo si es preciso. Los encontraría y lo primero que haría sería matarlo de a poco delante de ti, te juro que le arrancaré la piel y te obligaré a presenciarlo... eso dado el caso de que pueda dárseles el plan maestro porque ya mandé a buscar más seguridad y te juro por Frederick que apenas ponga un pie en América lo voy a matar, ya todos tienen esa orden, para tu información me llegan reportes diarios de las personas que ingresan al país, tengo gente trabajando en eso... Te recomiendo que no pienses... ¡Maldita sea no pienses! —estalló de pronto en un grito provocando que ella se sobresaltara ante la reacción inesperada—. Que vas a robarme a mi hijo... —su voz se volvió calmada nuevamente, como si solo hace un segundo no hubiese perdido los estribos—. Desde este instante no lo ves más hasta que a mí me dé la gana... —se puso de pie y caminó hasta las puertas del balcón, observando la cerradura para después regresar cerca de la cama.

—Es mi hijo y no puedes evitar que lo vea, tengo el derecho —exigió Elisa con la voz vibrante ante las lágrimas y la ira.

—No hables de derechos, sabes bien que los has perdido y que si te mantengo aquí es por lástima...

—¿Hacia mí o hacia ti? —Intervino saliendo de la cama—. Porque aquí quien da lástima eres tú... que tienes que obligarme a estar cerca de ti, utilizando a Frederick para que permanezca a tu lado, eres realmente patético Frank —hablaba cuando él dio dos largas zancadas llegando hasta ella y con ímpetu se aferró a los cabellos de la nuca de la chica. Elisa dejó libre un jadeo ante el dolor, pero le mantuvo la mirada altiva—. Poco hombre —le decía con los dientes apretados ante el dolor—. Cobarde, a mí sí me maltratas porque bien sabes que no puedo con tu fuerza ¿Por qué no te le enfrentaste? ¿Por qué no a Jules? —preguntaba sin siquiera sentir dolor y estudiando la mirada de Frank, quien tragó en seco y la soltó.

—No me saques de mis casillas que si no te he hecho nada es porque le prometí a tu padre que no te pondría una mano más encima... y no pienses que ese maldito se fue ileso —las palabras de Frank escupieron convicción—. Si quieres puedes enviar esa carta, hazlo si te da la gana... pero te juro que esta vez lo vas a lamentar, mi hijo no lo ves, soy yo quien tiene la última palabra.

—¿Crees que vas a intimidarme con eso? —Preguntó mirándolo a los ojos—. Pues no, no lo harás, Frederick me necesita, soy su madre, no puedes privarlo de mi cariño —hablaba cuando él la interrumpió.

—¡Eso no lo pensabas cuando lo dejabas solo para ir a revolcarte con ese maldito! —Le gritó con la rabia que lo gobernaba al sentir que Elisa se le escapaba como agua entre los dedos y eso él no lo permitiría—. No vengas a darte golpes de pecho y querer ser una madre modelo —sabía que su método de presión era el niño y sería por ese punto que la apretaría con más fuerza.

—Tal vez tengas razón —le dijo sintiendo las lágrimas de rabia rebosar los bordes de sus párpados, pero las retenía—. Lo dejaba solo algunas horas, pero tú nunca has estado y si yo no soy una madre ejemplar, tú como padre eres nada, si yo me doy golpes de pecho tú no tienes ni siquiera derecho a hablar; vergüenza debería de darte querer ser el padre del año solo por joderme la vida cuando ni siquiera sabes que tu hijo sufre de disfemia —le echó en la cara las duras palabras que dejaron a Frank perplejo.

—Jules Le Blanc pone un pie en América y se muere, a él se lo advertí —dijo cambiando de tema, sabía que no tenía moral para seguir hablando de su hijo mientras trataba de reponerse de esa noticia que lo azotó fieramente, con más razón la necesitaba a ella—. Ya lo sabes.

—Eres un maldito Frank —susurró con impotencia mirándolo a los ojos.

—Sí, lo soy ¿y qué? Un maldito que no permitirá que nuevamente le vean la cara de imbécil, no soy un estúpido cabrón y tú eres mía, me perteneces lo quieras o no, y no va a venir ese hijo de puta a llevarse lo que yo compré... Sí, te compré Elisa, bien lo sabes y prefiero matarte antes que dejarte en manos de otro, así de sencillo o es él o eres tú, pero no se van a ir juntos, a mí no me interesa, ya no tengo nada que perder pero me doy el placer de que tampoco ganarás nada —dijo con persuasión recorriendo con su mirada el rostro de Elisa, agarró un mechón rojizo y lo acarició suavemente para después acercar su nariz y aspirar el olor a jazmín que ofrecía su cabello mientras Elisa se estremeció ante la repulsión—. Sé que alguien de la casa te ayuda, si me entero quién es estará despedido... No voy a permitir que te sigan perturbando —advirtió alejándose del cabello y soltándolo con cuidado.

—Podrías hacer algo mejor, por qué no acabas con tu miserable y patética existencia. Dices que ya no te importa nada, al menos tendrías mi agradecimiento —siseó las palabras ante la ira que la envolvía.

—Porque me entretiene joderte la vida esposa mía y te repito, si quieres un poco de acción hazlo venir y aquí en esta habitación lo verás desangrarse de a poco —respondió sintiendo el corazón latirle lenta y dolorosamente ante las palabras de Elisa, ante el dolor que le causaron, pero no iba a demostrarle que podía lastimarlo, no lo haría.

Se alejó unos pasos sin dar la espalda, agarró las cartas que reposaban sobre la silla y buscó la que ella había escrito, la rompió y la lanzó sobre la cama, las de Jules se las llevó con él, sabía que todo eso servía como prueba si las cosas se complicaban.

Elisa perdió su mirada en los jirones de papel que reposaban en la cama mientras retenía las lágrimas, ésas que se derramaron cuando sintió la puerta cerrarse, todo su cuerpo empezó a temblar ante la rabia e impotencia, llenándose cada vez mas de odio, de desprecio mientras se decía que las esperanzas no estaban pérdidas, si Jules no podría venir a América porque corría un gran riesgo, al que por nada del mundo lo expondría, ella sí podría escaparse, sería ella quien saliera de ese maldito lugar.

No supo en qué momento se metió a la cama, ni mucho menos a qué hora se quedó dormida, solo era consciente de que un sonido metálico la despertaba. Abrió los ojos y trató de ubicarse en el espacio, no sabía de dónde provenía el sonido, pero sí que era cerca, aún con los párpados pesados y un dolor instalado en su cabeza salió de la cama y siguió el sonido, caminó lentamente hasta las cortinas y las corrió, divisando a tres hombres a través de los cristales que trabajaban en la colocación de una reja de hierro forjado al otro lado de las puertas, restringiéndole con esto el acceso al balcón.

—Maldito, mil veces maldito Frank Wells —musitó al tiempo que se percataba que dos de los hombres estaban anonadados mirándola, recordándole que la vestimenta que llevaba puesta no era la más acorde para mostrarse ante los desconocidos, por lo que nuevamente y con energía cerró las cortinas.

Sabía que no todo estaba perdido, que si no tenía la dirección de Jules bien podría pedírsela a Kellan si al menos tuviese un teléfono a mano. Pensaba en tantas posibilidades cuando se le vino a la mente Dennis, sabía que la estaba involucrando demasiado, pero necesitaba nuevamente la dirección de Jules, por lo que le pediría que enviara a alguien a la empresa y ubicara a Parrichs.

Alguien que Frank no conozca, tal vez una vecina, ella se encargaría de facilitarte la ropa adecuada y el pago, le daría a la niñera la combinación de la caja de seguridad del despacho para que pudiera disponer de dinero y pagara el servicio.

Daniel había prometido hacerle constantes visitas, por lo que estaba sentado frente a su hermana cumpliendo su promesa. De la golpiza que casi la mataba al menos superficialmente no quedaba nada. Y eso de cierta manera lo tranquilizaba.

—¿Cómo estás? —preguntó notando que estaba menos melancólica que la última vez que la había visitado.

—¡Viva! —aseguró soltando media carcajada—. ¡Viva Daniel!... ¡Jules no está muerto! —le informó y varias lágrimas se desprendieron de sus ojos.

Aunque se encontraba maniatada se sentía feliz, saber a Jules vivo era la más hermosa de las esperanzas, saber que aún estaba con vida era suficiente para llenarse de valor, paciencia y agudeza porque tenía el mayor de los motivos para luchar.

Daniel no lo podía creer, las palabras se le estancaron y enredaron en la garganta, solo sentía latir el corazón descontrolado, a segundos le palpitaba demasiado rápido y otros era tan lento que parecía pausarse por segundos. Se sentía feliz por su hermana, por esa dicha y alegría con que le acababa de dar la noticia, pero también sentía rabia en contra de Le Blanc ¿Por qué si la amaba tanto no lo había demostrado dando la cara y sacándola de ese infierno?

—¿Dónde carajos está ese cobarde que no da la cara? ¿Cómo permite que sigas aquí? ¿Qué está esperando el imbécil? —preguntaba sin pensar, solo dejándose llevar por la impotencia y la rabia que lo calaban sin detenerse aunque su hermana intentaba sellarle los labios con sus dedos temblorosos.

—Daniel... Daniel, por favor escúchame —le rogó con la mirada cristalizada—. Estaría aquí, créeme que si por él fuera me hubiese sacado de aquí, eso no lo pongo en duda porque conozco la valentía del hombre del que me enamoré —explicó logrando captar la atención de su hermano—. Pero no está aquí, está en Francia...

—¿Y qué diablos hace allá? —intervino sin dejar de lado ese recelo.

—Tuvo que irse... Frank lo amenazó con hacerle daño a su familia, sabes que una llamada bastaría, él solo fue a ponerlos sobre aviso, me escribió... —hablaba cuando su hermano una vez más la interrumpió.

—Pero al menos te hubiese avisado. ¿Por qué dejarte sufrir de esta manera? —inquirió sin poder comprender a Jules.

—Sí... sí lo hizo, pero su asistente no pudo entregar la nota antes —respondió al tiempo que agarraba una de las manos de Daniel y lo arrastraba al borde de la cama donde tomaron asiento—. No tiene idea de mi situación... Él no sabe por lo que estoy pasando, Frank le dio su palabra de no enfrentarme...

—La que evidentemente no cumplió, la palabra de ese hijo de puta vale mierda —no podía evitar sentir ese odio hacia Frank, si por él fuera ya lo habría matado.

—Eso ya lo sabemos, créeme que cada día lo odio más...

—¿Te ha vuelto a poner una mano encima? —preguntó sintiendo la sangre entrar en ebullición inmediatamente.

—No... no lo ha hecho y que no se le ocurra porque estoy dispuesta a defenderme —acotó estirando la mano y buscando debajo de la almohada—. Mira lo que tengo —le dijo mostrándole las tijeras—. Te juro que se las enterraré en el cuello si al menos intenta tocarme —aseguró con una sonrisa sagaz.

—¡Esa es mi hermana! —acotó llevando sus manos a las mejillas de la pelirroja y besándole la frente—. Ahora guarda esas tijeras que me tienes nervioso, no es a mí a quien tienes que intimidar. Pobre Le Blanc no sabe lo que le espera... ¿Será que aún piensa aguantarte? —preguntó pícaramente.

—Más le vale —le dijo con una resplandeciente sonrisa.

—Me encanta verte feliz... Pero cuéntame ¿Cuándo viene? ¿Qué vamos hacer? —preguntó impacientándose.

—Daniel —dejó libre un suspiro de frustración—. Es que soy tan estúpida, me he vuelto tarada, no sé... Frank encontró las cartas que me envió y ha descubierto el plan que Jules había trazado; él ha sacado documentaciones falsas para los tres... y tenía un trabajo que su padre le había ofrecido, jamás pensé que Frank tuviera llaves del escritorio, se suponía que era mi escritorio personal, al que él nunca había tenido acceso aparentemente, ya sé que sí lo tenía... Me quise morir —acotó llevándose las manos al rostro y cubriéndolo, después de un minuto encaró de nuevo a su hermano—. Me ha dicho que si Jules pone un pie en América esta vez no tendrá contemplaciones, solo quiero una solución, pero de momento Jules no puede venir... Tengo miedo de que le pase algo, cuando lo creí muerto yo quise morirme, fue lo más horroroso y doloroso que me ha pasado en la vida —dijo y las lágrimas bajaron por sus mejillas—. Te juro que me basta saberlo bien, aunque esté lejos mientras pienso cómo hacer las cosas, no quiero arriesgar a nadie, por lo menos no a ti ni a mi papá, mucho menos a Sean que se ha involucrado tanto... y Frank está obsesionado, sé que será capaz de hacerles daño —su voz se había vuelto temblorosa ante las lágrimas.

—Maldito viejo desgraciado —musitó dejando libre un suspiro—. Encontraremos la solución, lo haremos —prometió mirándola a los ojos y retirando con sus pulgares las lágrimas de Elisa quien asentía en silencio.

—Lo haré, lo haré... Créeme que estoy pensando cómo hacer las cosas de la mejor manera —respondió ella—. Por eso me siento tranquila, tengo fe en que haré las cosas muy bien.

Una vez más dormitaba en el sillón frente al ventanal de su habitación mientras el libro que debería estar leyendo reposaba sobre su abdomen, el que se movía lentamente ante su respiración acompasada, sus piernas extendidas ante la posición de estar casi acostado le brindaban mayor comodidad y placer al momento de descanso, que fue abruptamente interrumpido ante el inesperado grito que provocó que se sobresaltara por lo que el libro terminó estrellándose en el suelo.

—¡Viva Luis XVI! —gritó Jean Pierre soltando una carcajada ante la reacción de su hermano.

—Imbécil —arrastró la palabra mientras intentaba controlar los latidos acelerados de su corazón, dedicándole una mirada asesina.

—¿Estás listo? No te veo listo Jules —azuzó agarrando el libro y lanzándolo a la cama.

—Ya te dije que no voy, no tengo ánimos; prefiero quedarme aquí leyendo —recordó al tiempo que se ponía de pie.

—Será durmiendo —intervino el hermano mayor—. ¡Si duermes más que un recién nacido! Vamos Jules pareces un viejo, ni Jean Paul se queda dormido en los sillones —se burló dejándose caer sentado en la cama—. Solo serán un par de horas y así te distraes un poco.

—Solo quieres que haga el ridículo, tengo años que no agarro un taco, no profesionalmente, apenas he logrado montar nuevamente como para competir con ustedes que se mantienen activos en el deporte —acotó sentándose al borde de la ventana con las piernas extendidas y cruzándose de brazos.

—No será la primera vez que lo hagas; además, no es nada profesional, ya verás que apenas toques la pelota dominarás el juego a la perfección... eso no se olvida Jules... Solo van algunos compañeros de trabajo y nosotros, aunque ellos dijeron que llevarían barra, a las que estoy seguro que le soltamos unos guiños, una que otra sonrisa y terminamos con ellas en la cama... ¡Anímate hombre!

—¿Tú no entiendes lo que es un no por respuesta Jean Pierre? —inquirió mirándolo fijamente.

—No, por eso soy senador y la palabra rendirse no está en mi vocabulario —acotó ampliando la sonrisa.

—Estás muy célebre hoy —esbozó incorporándose y dejando a Jean pasmado.

—¿A dónde vas Jules? —preguntó extendiendo los brazos a ambos lados.

—¿Qué? ¿No es evidente?... Voy al baño a ducharme y apúrate antes de que cambie de opinión y no vaya a ningún lado, pero una cosa sí te advierto, un partido y nos regresamos... No voy a revancha, ni a festejar, ni a nada, no estoy de ánimos, sabes que no quiero salir de la casa —hablaba desde el baño.

—Está bien... está bien, ya sé que estás esperando correspondencia, por si no lo has notado no tenemos ninguna madrastra malvada extraída de un cuento de hadas que pueda esconderte las cartas, llegue a la hora que llegue o el día que sea Ivette te la va a entregar —le dijo y se puso de pie para salir de la habitación de Jules—. Estoy seguro de que se alegrarán de verte en el Black Watch, espero y la próxima semana logre convencerte de ir al Westchester —acotó refiriéndose al club de polo más importante de toda Europa y del cual ellos eran miembros desde niños.

Después de algunos minutos y como si hubiesen acordado se encontraron en el pasillo, cada uno saliendo de su habitación. Jules vestía unos breech blancos con un suéter negro, el que llevaba al frente el nombre del club y el escudo en color azul con una X blanca que lo atravesaba, en una manga el número dos, al igual que en la espalda y en la otra manga llevaba la bandera de Francia.

En una de sus manos traía el bolso donde estaban las botas, el casco, guantes, rodilleras y lentes protectores mientras que Jean Pierre vestía de la misma manera, solo lo diferenciaba el número cuatro de su suéter.

Jean Pierre no quiso perder tiempo ni mucho menos dejarle a Jules opción para arrepentirse, por lo que se encaminó siendo seguido por su hermano, mientras bajaban las escaleras divisaron a sus hermanas jugando a las cartas en la sala, las que al percatarse de la presencia de los chicos pausaron la jugada.

—Vamos al Black Watch, cuando llegue Jean Paul le informan para que no se preocupe y cuidado con hacer de las suyas, no crean que porque se quedan solas en la casa pueden hacer lo que se les venga en gana —les advirtió Jean Pierre señalándolas.

—¿No confías en nosotras? —preguntaron al unísono.

—En ti sí —acotó señalando a Johanna y desvió el dedo a Johanne—. En ti no, te conozco Johanne... Mira que me entero de todo, conozco a medio París —siguió su camino sin esperar explicaciones de su hermana, siendo seguido por Jules quien se despidió con un gesto de su mano.

—En ti no, te conozco Johanne —susurró la gemela a modo de burla y sacándole la lengua cuando su hermano le dio la espalda.

—Johanne no te burles de Pierre —pidió en el mismo tono Johanna.

—¡Si no es más que un machista! —dijo cuando ya habían salido—. ¡Machista! —le gritó poniéndose de pie y en ese momento se abrió la puerta.

—Te escuché Johanne —aseguró Jean Pierre tomándola por sorpresa, lo que hizo que el corazón de la gemela se le instalara en la garganta.

—Ya Pierre, déjala o me quedo —condicionó Jules siendo más cómplice de las chicas.

—Está bien —dijo dirigiendo la mirada a Jules para después mirar una vez más a su hermana—. Y tú estás castigada, no vas a la fiesta de la familia Bettencourt... y si sigues con ese comportamiento te voy a comprometer con Frédéric Oudéa —amenazó seriamente.

Johanne lo miró horrorizada con la ira subiéndole de golpe.

—Ya vámonos —intervino Jules una vez más halándolo por el brazo. Mientras subían al auto—. ¿Quién es Frédéric Oudéa? —preguntó lleno de curiosidad.

—Es el joven algo retrasado y feo que ninguna de las herederas quiere para casarse, créeme que es feo el desgraciado —le dijo sonriendo pícaramente.

—¿Y por qué le harías algo así a Johanne? —inquirió y su pregunta fue opacada por el sonido del motor del vehículo.

—Porque es el único heredero del dueño del banco Société Générale —respondió poniendo en marcha el auto.

—Sabes que no lo voy a permitir, no si ella no lo quiere —expuso Jules seriamente. Jean Pierre sabía a qué se debía esa respuesta de Jules y porqué el tono molesto en su voz—. Así que puedes ir olvidándote de algún proyecto con ese banco, Johanne se casará con quien ella decida y punto.

—No lo haré, solo se lo digo por molestarla y para que me respete; además, aún están muy jóvenes para casarlas, no quiero verlas vestidas de novia, ni siquiera quiero que ningún hombre las toque —la voz de Jean Pierre se hizo dura ante los celos fraternales.

—Si no van a ser monjas Jean Pierre —expuso Jules soltando una carcajada—. ¿No pensarás que van a morirse vírgenes verdad? Hasta ahora no tenemos como meta canonizar a nadie en la familia —hablaba divertido mientras esperaban el cambio de la luz del semáforo.

—Me has salido más mente abierta de lo que pensé —acotó Jean Pierre—. No, claro que no pero no quiero imaginar a mis hermanas con unos perros como nosotros... Hasta que se casen no quiero que anden por ahí de fiesta en fiesta, aprovechando el mínimo rincón en los jardines para saciar la lujuria y que después tengan el descaro de casarse con velo. Hoy en día ya no se respeta a Dios, tendrías que verle la cara a Liliane cuando se casó hace unos meses, se creía la virgen María, le faltaba nada más la areola encima del velo... y yo por dentro que me decía, pobre cabrón este... —hablaba cuando la luz cambió y siguieron con su camino.

—¿Se casó Liliane? —Preguntó Jules sorprendido y Jean Pierre asintió en silencio—. ¿Con quién? —inquirió interesado.

—Con Stéphane Richard, ¿pero por qué tanto interés? —curioseó desviando la mirada del camino y observando a Jules.

—No, por nada —respondió perdiendo la mirada en el paisaje, su hermano fue consciente de la situación por lo que abrió la boca ante el asombro.

—¡Te la cogiste! ¡Tú también te la cogiste! —dijo impresionado sin poder creérselo—. La muy... la muy... —intentaba modular palabras, pero se sentía burlado e impresionado al saber que la mujer también se había acostado con su hermano, aunque de eso había pasado mucho tiempo no redimía la aberración que había hecho.

—Mira al frente que nos vamos a estrellar —pidió desviando el tema de conversación.

—¡Que estoy mirando al frente! —de manera inmediata clavó la mirada al camino—. No sé a cuál de los dos engatusó primero —comentó sin querer abandonar el tema.

—Pierre, ¿ya está bien sí? Para mí no fue nada importante, ella estaba dispuesta a acompañarnos a Florence y a mí en la cama, solo fue una noche... Además, de qué te quejas si tú también te enredaste con su hermana —le recordó intencionalmente para que dejara de lado tanto horror.

—Muy distinto, eso fue muy distinto, yo no sabía que eran hermanas, me enteré después, pero Lilianne sí sabía que tú y yo éramos hermanos, lo hizo intencionalmente; es una mujer fría y calculadora, seguramente quiso vengarse porque se enteró que yo había estado con Lauren y te utilizó imbécil —le dijo queriendo burlarse de Jules.

—Te aseguro que si me utilizó no importa, más disfruté con las dos —acotó Jules levantándose de hombros despreocupadamente—. Se rindieron al juego que propuse; quien utilizó en ese caso fui yo y ya deja el drama que para eso Shakespeare lo explotó bastante.

—¿Y qué tal si intentamos con dos más para que te hagan?... —apenas intentaba hablar cuando Jules lo detuvo.

—No me interesa, ya no Jean Pierre y no empieces porque me bajo y regreso a la casa —le advirtió sabiendo el tema que tomaría.

—Está bien, dejaré el tema.

—¡Como me gustaría que Edith te pateara el culo!, para después verte sufrir y si vienes a pedir un consejo ¿Sabes a dónde te voy a mandar? —le preguntó incorporándose en el asiento.

—¿Al molino rojo? —contestó con otra pregunta elevando una ceja.

—A la mierda, para allá derechito es que te vas a ir. Estás así porque crees tener muy seguro el amor, deberías aprender a valorarlo un poco más... Solo imagina que Edith algún día te falte, entonces sabrás que no soy un estúpido que anda llorando por los rincones aferrado a un imposible, estoy luchando por lo que siento y quiero —finiquitó cruzando los brazos sobre su pecho y desviando la mirada a las instalaciones del Black Watch que les daba la bienvenida.

A Jean Pierre la sonrisa se le congeló lentamente, con la mirada en el camino tragó en seco y una presión se instaló en su pecho ante las palabras de Jules, sabía mejor que nadie cuán importante era Edith para él, que no la cambiaría por nada ni nadie en el mundo.

La había imaginado como su esposa, la madre de sus hijos, no había pensado un solo segundo en qué sería de su vida sin ella y en ese segundo su hermano acababa de ponérselo en la cabeza logrando angustiarlo.

El imponente edificio blanco de tres pisos a las afueras de París les daba la bienvenida, estacionaron frente a una de las entradas dobles de cristales. En ese momento el joven a cargo del servicio de Voiturier abrió la puerta del vehículo, Jean Pierre bajó con bolso en mano siendo seguido por Jules, el mayor de los Le Blanc entregó las llaves del auto y se dispusieron a entrar y dos botones se le acercaron para asistirles y le pidieron los bolsos.

—Buenas tardes señor Le Blanc ¿Algún campo en específico? —preguntó uno de los jóvenes.

—Al tercero Patrick —respondió Jean Pierre mientras caminaban por la recepción.

La mirada verde gris recorría el lugar percatándose de que el club estaba exactamente igual, los pisos de mármol, las arañas de cristales de bacarat, la decoración en colores sobrios y elegantes debido a la exclusividad del sitio, por algo era el club Platinium con renombre mundial que no solo se limitaba a ser un club para polo, también había canchas de golf, tenis, críquet y contaba con varias piscinas. El edificio poseía tres restaurantes cinco estrellas, con la más extensa variedad culinaria tanto nacional como internacional, salones para conferencia y eventos especiales, el ala norte estaba dedicada especialmente al hotel, en el que la gran mayoría se quedaba después de un partido y donde tantas veces él mismo pasó noches con mujeres que ni siquiera conocía.

—¡Pierre! —alguien llamaba a su hermano logrando captar también su atención, desvió la mirada y vio a cuatro hombres sentados en los sofás fumando con tragos en mano y llevando uniformes de polo, solo que tres de ellos llevaban el suéter en color blanco, dejándole claro que estos serían los contrincantes.

Jean Pierre se encaminó y él solo lo siguió, al estar algo cerca reconoció a tres de los hombres con los cuales habían salido a reuniones, todos de la misma calaña que ellos, perros de linaje como muchos les llamaban cuando los veían llegar a las fiestas más exclusivas de París.

—¡Jules Louis! —saludaron sonrientes y emocionados al ver al joven, por lo que se pusieron de pie para recibirlo.

—Yvon Collin —dijo Jules sonriente al tiempo que se abrazaban y se daban un beso en cada mejilla.

—El imbécil de tu hermano no nos dijo que habías regresado —acotó Jean Claude Gaudin saludando afectuosamente a Jules, mientras a él le repugnaba el olor a cigarro.

Nunca antes este olor fue problema para él, aunque no fumaba podría estar tranquilamente compartiendo con fumadores, pero ahora le parecía demasiado fuerte, tanto que le causaba náuseas, respiró profundamente tratando de controlar su estómago y la molestia en las fosas nasales.

—Solo tengo unas semanas —comentó alejándose del abrazo y recibiendo el de Philippe Adnot.

—¿Y recién ahora es que sales a disfrutar? Cuéntanos, ¿cómo te fue en América? —preguntó uno de ellos entusiasmado.

—Me encontraba cansado por el viaje, me fue bien —respondió al tiempo que tomaba asiento al igual que los demás hombres, sin querer adentrarse mucho en su estadía en Estados Unidos.

—Se te extrañaba amigo... las fiestas no son iguales sin el grupo completo —habló uno de ellos desviando la mirada de Jules y enfocándola en el trasero de una mujer que pasaba cerca, tratando de disimular, pero solo logró que los demás se dieran cuenta y observaran a la fémina que fue interceptada por otra con entusiasmo a pocos pasos de los hombres reunidos, sin siquiera prestarles atención.

Las dos mujeres mantuvieron una conversación superficial, hasta que una de ellas le confesó a la otra que le era infiel al esposo con el chofer, en venganza a las infidelidades de él.

—Evitaré que Amel se reúna con sus amigas... despediré al chofer y al jardinero, buscaré unos viejos —susurró uno de los hombres angustiado por lo que acaba de escuchar, los demás rieron abiertamente.

—Al cocinero también y que no se te olvide el mayordomo —acotó Yvon en medio de una carcajada.

Las bromas no se hicieron esperar en el grupo, llegando a la conclusión de que no contratarían a hombres para sus casas o si lo hacían que pasaran los cincuenta años, las carcajadas masculinas inundaban el lugar envuelto en olor a Lucky Strike y Whisky Irlandés.

—Louis cuéntanos ¿Cómo está Wells? ¿Aún sigue de tacaño? —curioseó uno de ellos codeando al otro a modo de complicidad y soltando una carcajada, desviando el tema de conversación para después darle una fumada al cigarro en su mano y soltar el humo lentamente sin desviar la mirada de Jules—. Seguramente la mujer se le ve con el chofer... hace unos meses la conocí por una revista acerca de economía americana y sí que está como mandada hacer por Dios, Frank ya no da para mantener a ese monumento de mujer satisfecha... y menos él que toda la vida ha sido un obseso con los negocios.

Jules no pudo evitar apretar la mandíbula y quedarse mirándolo fijamente, tratando de controlar la rabia que le causaba escuchar el nombre de Frank, pero sobre todo cómo se expresaba el hombre de Elisa, mientras sus latidos se hicieron intensos y apretaba los bordes del sillón para soportar el olor a cigarrillos.

—No perdamos tiempo —intervino Jean Pierre poniéndose de pie al ver la reacción fría de su hermano—. Claude si no dejas ese trago ahora mismo terminarás cayendo del caballo —dijo riendo tratando de evitar que sus amigos se percataran de la tensión en Jules quien había palidecido y sus manos temblaban aun cuando estaban aferradas al sillón, no comprendía por qué hablar de Frank descontrolaba tanto a su hermano.

—Te aseguro que les ganaré así me tome cinco; ten paciencia, aún tenemos mucho tiempo —respondió sentado cómodamente con las piernas cruzadas.

—Yo me adelantaré... necesito un poco de aire fresco —se excusó Jules y su voz se escuchó ronca.

Jean Pierre observó a su hermano alejarse con paso seguro ante la mirada de desconcierto en sus compañeros de trabajo, no pudo más que sentarse una vez más para dejarle tiempo a solas a Jules.

Decidió caminar hasta el tercer campo donde se llevaría a cabo el partido de polo, aunque era una gran distancia decidió hacerlo tratando de no pensar, de dejar su mente en blanco porque no quería recordar que estaba lejos de América, no quería pensar porque sus emociones estaban completamente desestabilizadas, todo él estaba desmoronado; sin embargo, aún tenía en sus manos la esperanza, aun Elisa corría en sus venas y cada vez con más fuerza porque la extrañaba como nunca había extrañado a nada ni a nadie, ella se metió en él con fuerza y convicción, ante eso el tiempo y la distancia no eran suficiente.

Llegó hasta los corrales y eligió la yegua que montaría, después de mandarla a ensillar se dirigió con ella hasta donde ya los esperan su hermano y demás caballeros.

—Jules, ve a ponerte el equipo —pidió Jean Pierre con la cabeza elevada, para poder mirarlo encima del caballo.

Bajó de la yegua con agilidad, acomodó las riendas y le palmeó suavemente el cuello al animal, logrando que le regalara un ligero temblor, se fue a las bancas sentándose cerca de su bolso.

—Puedes dejar el maquillaje para después Jules —se burló uno de los hombres que revisaba su taco, pidiéndole que se diera prisa.

Jules no respondió solo le mostró el dedo medio de manera vulgar mientras buscaba en su bolso la cuerda para asegurar el taco a su muñeca, al tiempo que todos soltaron una carcajada.

—Louis sigue igual de obstinado —intervino uno de ellos haciéndoselo saber a Jean Pierre—. No ha cambiado nada.

—Sí ha cambiado y mucho, te sorprendería darte cuenta de cuánto — respondió Jean Pierre y se encaminó al caballo que había elegido, subiendo con gran maestría—. Realmente es que nunca hemos parecido hermanos, al menos no en las actitudes.

Después de varios minutos cada uno ocupaba los caballos o yeguas que habían elegido, dirigiéndose al extremo del campo que les correspondía, los jueces se preparaban y revisaban que las porterías se encontraran en perfecto estado.

El partido captó toda su atención y durante las horas que duró el torneo Elisa no ocupó sus pensamientos, compartía con su hermano y sus amigos entre risas. Sin embargo, tenía la esperanza de que la respuesta de Elisa no tardará en llegar; sabía que no volvería a compartir con Jean Pierre de esta manera porque apenas escapara con Elisa nunca más podría regresar a Francia o al menos a acercarse a su familia, salvo que ellos lo visitaran o por lo menos hasta que Frank muriera, esa era su mayor esperanza, sería la única manera de que pudieran estar en paz.

Terminaron de jugar entrada las cinco de la tarde, los amigos de Jean Pierre los invitaron a celebrar la victoria del equipo de los hermanos Le Blanc en uno de los bares del club, pero solo bastó una mirada de Jules para que Jean Pierre comprendiera que él no estaba dispuesto a tomar, por lo que el joven se negó.

Mucho había logrado con sacarlo de casa; además, él tenía que visitar a Edith temprano, por lo que se despidieron no sin antes planear otro partido para el fin de semana siguiente, los derrotados querían la revancha.

Jean Pierre se despedía de sus amigos en el salón principal del club, los que alargaban la despedida con amenas conversaciones, percatándose de que Jules no estaba a su lado, lo buscó con la mirada por el lobby y no lo vio, por lo que pidió permiso a sus amistades y se encaminó hasta uno de los botones.

—¿Harris, has visto a mi hermano Jules? —pregunto sabiendo que todos lo conocían en el club.

—Sí señor, su hermano está en la oficina del gerente.

—¿En la oficina del gerente? —hizo la pregunta más para él mismo pero el joven asintió en silencio. Jean Pierre le palmeó el hombro y se encaminó, estaba por llegar cuando vio salir a Jules sonriente de la oficina.

—¿Nos vamos? —preguntó con entusiasmo.

—Sí... sí claro, ¿y eso? —inquirió el hermano mayor dirigiendo la mirada al sobre que Jules traía en sus manos.

—Es un recibo de pago —contestó al tiempo que se encaminaban a la salida.

—¿De qué? ¿Has comprado acciones? —preguntó divertido mientras esperaban a que le trajeran el vehículo.

—No, compré a Sorcière —fue su respuesta y una gran sonrisa se anclaba en sus labios.

—Ahora te gustan las brujas —se burló quitándose el bolso al mismo tiempo que Jules y se lo entregaban al botones que los colocó en el asiento trasero del vehículo.

—Hechicera que es muy distinto y es la yegua que monté hoy —dijo relajándose en el asiento.

—¿Jules, no crees que hay suficientes caballos en la casa como para que compres uno por capricho? —preguntó con la mirada en el camino.

—No lo compré por capricho, lo compré porque me gustó y porque puedo hacerlo —objetó sacando la mano por la ventanilla, sintiendo el aire frío estrellarse contra la palma—. De todas maneras, no es para mí.

—Está bien, no me des explicaciones si me vas a salir con tus malas respuestas —la voz de Jean Pierre fue seria mientras tensaba la mandíbula, le molestaron las palabras de su hermano, solo le estaba dando un consejo.

—Pierre —musitó soltando un suspiro—. No quise ser grosero, solo que quieres controlar mis acciones como si yo no supiera lo que hago, tengo veintiséis años y creo que he madurado lo suficiente como para tomar decisiones correctas.

—Sí, se nota —susurró el mayor de los Le Blanc—. Jules... no sé qué pasó, ni qué te dio esa mujer, lo que sí sé es que te tiene a sus pies, piensas en ella todo el día, vas a terminar enloqueciendo... no tienes que decirme que has comprado la yegua para ella porque es evidente.

—¿Crees que terminaré enloqueciendo? —dijo soltando media carcajada—. ¿Te has dado cuenta de que he comprado la yegua para Elisa, pero no te has dado cuenta de que ya estoy loco?... Ya no tengo remedio Jean. Daría cualquier cosa por cerrar los ojos en este instante y abrirlos abrazado a ella —un nuevo suspiro salió de su pecho al tiempo que las lágrimas se arremolinaron en su garganta y él luchaba dándole la pelea para no mostrarse débil delante de su hermano.

—¿La extrañas? —preguntó convirtiéndose en ese momento en cómplice y confidente de Jules, siendo más amigos que hermanos.

—No tienes la mínima idea, extraño... anhelo ese infierno que se desataba entre su piel y la mía. Durante todo este tiempo que he estado lejos de ella, cuando estoy a solas en mi cuarto solo quiero escuchar su voz rompiendo el silencio con mi nombre... Solo quiero que llegue a arreglar mi vida con su boca, con sus besos... —no pudo evitar más y liberó el sollozo que lo estaba torturando.

Jean Pierre orilló el auto y lo detuvo sintiéndose conmovido ante la situación de su hermano, era doloroso verlo de esa manera, sufriendo por una mujer que no era su madre, las veces que lo vio llorar fue por la ausencia que había dejado Germaine, pero ahora volvía a quebrarse por la mujer que amaba.

—Ven aquí —pidió extendiendo los brazos y refugiándolo—. Ya verás que dentro de poco la tendrás nuevamente dejándote sin aliento, estás loco por tirártela, eso es lo que te está matando —acotó frotando con energía la espalda de Jules, quien dejó libre media carcajada a través del llanto.

—No solo es eso Jean... es más, mucho más; no pensé que la felicidad tuviese un límite... Tenía la esperanza de que fuese eterna.

—Y ahora crees en eternidades ¡No me digas que crees en vampiros también?... ¡Vamos Jules! Nada es eterno... y sí, la felicidad tampoco lo es, pero la tristeza y la soledad tampoco lo son, ya llegará el momento en que se reencuentren nuevamente —aseguró alejándose, mirando el verde gris ahogado por las lágrimas, le palmeó la mejilla—. Vámonos porque si nos tardamos más Jean Paul se va a preocupar, si es que está en la casa y no anda por ahí buscando mujeres... Él cree que soy un mocoso y no sé que tiene sus relaciones por fuera.

—Déjalo ser Jean, seguramente no está preparado para casarse nuevamente... Me gustaría que lo hiciera, que encontrara una mujer que ahogue su soledad.

—Estoy viejo para madrastras —dijo poniendo en marcha el auto, aún les quedaban unos diez minutos de trayecto, el que recorrieron en completo silencio cada uno sumido en sus pensamientos.


Nota: Sí, que tenía está historia abandonada, pero hoy les dejaré hasta el capítulo 50


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