CAPÍTULO 41
Parado frente a la puerta de la mansión Le Blanc el corazón le latía lenta y dolorosamente, las lágrimas se anidaban en su garganta y el cuerpo aún le dolía, pero más le dolía el alma al enterarse de lo sucedido, inevitablemente sus pensamientos volaron al momento en que se dio la comunicación vía telefónica con John Lerman.
—Buenas tardes señor Lerman —saludó sintiendo una extraña sensación invadirlo, la que aumentó al escuchar el tono de voz del hombre.
—Buenas tardes señor Lambert —la voz era vibrante y no pudo ser más preciso, tal vez temía que la comunicación fallara—. Lambert, es usted mi única oportunidad. Necesito un favor, sé que no tenemos la confianza para tal atrevimiento de mi parte, pero es que estoy verdaderamente desesperado... —mientras John hablaba un gran nudo en la garganta se le formaba a Gerard y le era imposible articular palabra alguna—. Por favor, necesito la dirección de la familia Le Blanc o por lo menos un número telefónico... pero es preciso que me comunique con algún miembro de la familia —estaba por decir algo más, pero él intervino encontrando al fin un tono adecuado mientras el auricular temblaba en sus manos.
—Señor Lerman, ¿ha pasado algo? —se aventuró a preguntar, pero al parecer no quería informarle a él las causas.
—Lambert, solo le pido por favor, por lo que más quiera, necesito la dirección de la familia Le Blanc —fue la súplica del hombre.
—¿Tiene su hija algo que ver con esto? —Preguntó con voz dura—. Tengo que saber cuáles son los motivos para ofrecerle la información —a pesar de la distancia y de algunas interferencias en la comunicación él pudo escuchar el suspiro al otro lado del mundo.
—Sí señor... Sé que usted era muy amigo de Jules Le Blanc...
—Era... —susurró con voz quebrada sin poder evitarlo—. Lerman, ¿qué le pasó a Jules? —quiso gritarle que todo era por culpa de Elisa, pero se controló, mientras su corazón galopaba y una lágrima rodó por su mejilla al suponer lo que había pasado.
—Las cosas no terminaron bien señor... Por favor, necesito comunicarme con algún miembro de la familia de Jules, alguno tiene que venir a exigir justicia... Yo necesito ayudar a mi hija, yo la metí en esto, necesito sacarla. Es evidente que usted está al tanto, entonces no puedo andar con rodeos, las cosas están muy mal, Frank... necesitamos encontrar el cuerpo del señor Le Blanc... ha desaparecido y solo algún familiar puede denunciar el asesinato, mi hija no puede hacerlo porque Frank tiene cómo demostrar su adulterio y la ley no la ampara en nada. Por favor señor Lambert, necesito sacar a mi hija del infierno en el que vive, Frank sobrepasó los límites de la ira y es un peligro para ella que siga en esa casa, es un milagro que al menos siga con vida, pero no sé por cuánto tiempo... ¿Me escucha señor Lambert? —preguntó al no tener respuesta y Gerard asintió antes de hablar, pues tenía una mano cubriendo su boca para evitar que algún sollozo se le escapara.
—Sí... sí lo escucho señor Lerman, no creo conveniente que le dé esta noticia vía telefónica y mucho menos por medio de un papel a la familia de Jules —su voz se quebró pero respiró profundo y continuó—: Usted es padre y sabe cómo tomarían esta noticia, yo me encargaré de informarles pero créame, no lo haré por ayudar a su hija, solo lo haré por mi amigo, lo haré por Jules... Sabe que esto pudo haberse evitado si su hija se hubiese dado el puesto que le correspondía... ahora ha... ha... —le importaba una mierda que John Lerman se enterara que estaba llorando, que el dolor, el vacío y la rabia lo estaban torturando—. Ha jodido todo, ahora Jean Paul tendrá que aprender a vivir con la ausencia de un hijo porque su hija se encaprichó con Jules, quiso jugar a la esposa falta de afecto, embrujó a mi amigo y ahora ha sido él quien pagó las consecuencias...
—Señor... Entiendo cómo se siente y aunque tenga razón debo recordarle que está hablando de una dama, quien es mi hija —intervino con voz dura el hombre—. Solo espero que le avise a la familia Le Blanc.
Un silbido inundó el oído de Gerard, John Lerman había colgado.
La respiración en Gerard se agitó violentamente mientras los remolinos de lágrimas hacían estragos en su garganta, su pecho parecía que iba a reventar ante el influjo de su respiración, todo él temblaba mientras controlaba las lágrimas. Colgó el teléfono, pero al segundo movió bruscamente su mano y lo lanzó al suelo seguido de todo lo que estaba en el escritorio, apoyó las manos en la mesa vacía y posó su mirada borrosa por las lágrimas en sus manos temblorosas mientras su cuerpo empezó a sacudirse ante el llanto, el que no pudo controlar más.
—Te lo advertí... yo te lo advertí pedazo de imbécil —susurró con voz quebrada y un par de lágrimas se estrellaron en sus manos—. Pero estabas ciego por esa víbora, me arrancaste a mi hermano Elisa Wells... Todo por tu culpa, sé que Frank también habrá sufrido, no quiero ni imaginar hasta qué extremo lo llevaron para que reaccionara así, todo por tu culpa maldita mujer ¡Maldita! —un grito se escapó ante la ira—. ¡Bruja maldita! —las lágrimas salían sin aviso y sin control, el pecho le dolía ante el vacío que le causó la noticia—. ¿Cómo haré ahora? ¿Cómo se supone que le daré la noticia al padrino? —se preguntaba al tiempo que se dejaba caer sentado sin fuerzas y derrotado, alguien llamaba a la puerta, pero él no tenía ganas de responder.
—Señor ministro, ¿se encuentra usted bien? —pudo escuchar al otro lado la voz de su secretaria.
—¡Sí, estoy bien! ¡Estoy bien! —dijo llevándose las manos al rostro, cubriéndolo para sofocar el llanto.
Lloró sin saber por cuánto tiempo, sin encontrar consuelo. Al calmarse su llanto obtuvo un poco de lucidez y supo que debía ir a hablar con Jean Paul, que sería él el encargado de darle una noticia verdaderamente difícil.
Se dirigió al baño de su oficina y se lavó la cara tratando de borrar las huellas del dolor, pero era verdaderamente imposible hacerlo; sin embargo, sabía que no podía perder mucho tiempo, se decidió a salir no sin antes dejarle dicho a su secretaria que cancelara todo lo previsto para ese día y los reubicara en la agenda.
Por instinto llamó a la puerta de la mansión Le Blanc, justo en el momento en que regresaba de sus pensamientos, respiró profundo varias veces encontrando el valor para poder hablar con Jean Paul. Su mirada se encontró con la marrón de Ivette el ama de llaves de los Le Blanc.
—Buenas tardes joven Gerard —saludó la mujer con una amable sonrisa.
—Buenas tardes Ivette, ¿cómo está? —preguntó y sintió los ojos arder al mirar las pupilas de la mujer, sabía que ella también sufriría con la noticia.
—Bien y usted joven, ¿cómo se siente? —inquirió al tiempo que le hacía un ademán para que entrara a la mansión.
—Bien gracias —contestó tratando de olvidar el motivo de su visita, entró mientras recorría con su mirada el salón—. ¿El padrino se encuentra? —indagó y un nudo se le instaló en la garganta.
—Sí joven, ya mismo le informo que lo solicita... ¿Se le ofrece un té, zumo de frutas o la gelatina de Aiyu que tanto le gusta? —ofreció la mujer sonriente.
—Gracias Ivette, la gelatina te la acepto para otra ocasión, ahora prefiero algo fuerte; un whisky estaría bien... doble por favor —pidió con tono amable.
—Como diga joven, aunque es muy temprano, recuerde cuidar su hígado —le aconsejó sonriente, siempre los había tratado como si fueran sus propios hijos.
—Gracias Ivette, pero es que en este momento lo necesito —respondió dejando libre un suspiro. La mujer asintió en silencio y su rostro demostró comprensión, para después alejarse.
Al minuto apareció Élodie con el trago que él había pedido, le dio las gracias y la joven regresó a la cocina. Gerard no pudo evitar dar un gran sorbo al líquido ámbar, sintiendo cómo adormecía su paladar y quemaba su garganta, su mirada se posó en lo alto de las escaleras donde estaba el inmenso cuadro de Germaine Le Blanc captando totalmente su atención, esa atención que atrapaba la de cualquiera que visitara el lugar, era ese hermoso imán que alumbraba con esa sonrisa. Tragó en seco para pasar las lágrimas mientras pensaba en cómo iniciar el tema de conversación ¿Qué palabras utilizaría? ¿Qué explicación daría? Todo era un completo torbellino en su cabeza, el cual se vio interrumpido al escuchar los pasos de Jean Paul, quien provenía de uno de los pasillos y aparecía en el salón.
Su respiración una vez más se agitó y le daba la pelea a las lágrimas, las que se hacían más fuertes al ver al hombre regalarle una sonrisa, desvió la mirada nuevamente al retrato de Germaine para buscar en la imagen fortaleza, cuando captó a Jules bajando las escaleras sin ser consciente de su presencia.
La mirada negra se cruzó con la verde gris y la emoción que invadió a Gerard fue indescriptible; sin embargo, no se reflejó en su rostro porque era más grande su desconcierto. No le dio tiempo a reaccionar, al ver cómo Jules daba media vuelta y regresaba sobre sus pasos, hizo como si él no existiera, tal vez aún sentía el orgullo herido, pero eso era lo de menos, ahora él lo único que quería era entender lo sucedido.
—Hijo, ¿qué te trae por aquí? ¿No deberías estar en el trabajo? —preguntó Jean Paul sorprendido.
—Sí padrino, debería —dijo poniéndose de pie y dándole un abrazo mientras pensaba qué decirle porque se encontraba en el aire, no tenía idea de cuál era la situación que se vivía con los Le Blanc, Jean Paul no se dio cuenta de que Jules bajaba las escaleras y que al verlo prefirió regresar. Era evidente que no quería hablar con su padre—. Me enteré que Ivette había preparado gelatina de aiyu y no podía concentrarme sabiendo que me guardaba un poco —mintió tratando de parecer lo más natural posible.
—Hijo estás en tu casa, ya no es necesario que te lo diga... Por ahí está Jules, seguramente encerrado en su habitación, me gustaría que hablaras con él —Jean Paul no tenía la mínima idea de que Gerard estaba al tanto de la situación, pero prefería que fuera su propio hijo quien le informara, él no se consideraba el indicado para hacerlo—. Casi tiene una semana de haber regresado, sé que tiene que contarte algo y me gustaría que lo aconsejaras, ya no sé qué hacer.
—Está bien padrino —acotó tranquilamente, pero recordó que no habían quedado en buenos términos, que él mismo había dado por terminada la amistad y en ese momento las palabras de John Lerman hicieron eco en su cabeza.
"Por favor señor Lambert necesito sacar a mi hija del infierno en el que vive, Frank sobrepasó los límites de la ira y es un peligro para ella que siga en esa casa, es un milagro que al menos siga con vida, pero no sé por cuánto tiempo".
En ese momento se vio tentado a subir y decirle a Jules las palabras textuales, pero no sabía qué reacción podría ocasionar en él, por lo que desistió.
—Padrino sé que si me pongo a hablar con Jules quizás me lleve horas y ahora estoy verdaderamente ocupado, solo vine por una visita relámpago, pero debo regresar —le dio un beso en la mejilla al hombre—. Regresaré por la tarde —prometió encaminándose a la puerta bajo la mirada sorprendida de Jean Paul.
—¿Y la gelatina? —preguntó elevando la comisura derecha al ver que el joven se iba sin ningún recipiente.
—Será esa mi cena padrino —comentó tratando de sonreír—. Saludo a las gemelas —salió de la casa sin esperar que el ama de llaves le abriera.
Subió al auto sabiendo que no regresaría, que entrada la tarde se inventaría cualquier excusa, no tenía nada que conversar con Jules porque era evidente que él no quería y mucho menos le informaría acerca de la situación de Elisa Wells, eso solo empeoraría las cosas con Jules, ya mucho daño había causado esa horrible mujer.
Había conseguido que su amistad de toda la vida se fuese al lodo, estaba seguro de que John Lerman había exagerado. Frank nunca había sido un hombre agresivo y el mejor ejemplo era ver a Jules sano y salvo en su casa después de que semejante traición se descubriera.
Todo le daba vuelta, no sabía qué hacer, si regresar a la mansión Le Blanc y contarle a Jules o seguir con su camino. Por un lado, la voz de preocupación de John Lerman lo atormentaba, pero por otro estaba la presencia de Jules en su casa.
El hombre le había dicho que Frank lo había matado y era mentira, él estaba muy bien, lo que le dijo de Elisa también podía ser una mentira, una vil manipulación para que su amigo se enterara y regresara, tal vez si hablaba con Jules podría aclarar las cosas, pero le quedó completamente claro que no quería verlo. Dejó libre un suspiro y decidió regresar a la oficina, ya tendría la oportunidad de aclarar sus dudas con Jules.
El encierro era su día a día mientras vivía de recuerdos tratando de revivir los momentos más hermosos de su vida, pasaba horas hablando con su hijo y con el pequeño que crecía en su vientre, contándole anécdotas de su padre.
A Frederick le costaba comprender qué era eso de un hermano, pero poco a poco se iba familiarizando ante esa palabra.
El vientre crecía cada día más, ya se podía apreciar fácilmente, aunque eran pocas las semanas de gestación, Elisa se alentaba al pensar que seguramente iba a ser tan alto como el padre.
Había pasado un mes y tres semanas desde que el mundo se le vino abajo, desde que su vida quedó casi vacía, sino fuera por Frederick y el niño que estaba esperando no tendría nada.
A Frank no lo había vuelto a ver, él sencillamente la había olvidado. Seguramente para él su gran venganza se limitaba a dejarla ahí, relegada del mundo exterior, sin saber que eso a ella no le importaba porque lo que pasara afuera a ella no le afectaba, no cambiaba en un ápice su dolor.
Había optado por ni siquiera abrir las puertas de la terraza porque era mucho más doloroso encontrarse con los lugares donde compartió con Jules, al menos en la habitación estaba segura ya que ellos nunca habían irrespetado el lugar que ella compartía con Frank, aun cuando tuvieron miles de oportunidades ninguno se atrevió hacerlo nunca.
Sabía que ese día no podría ver a Frederick porque la única encargada de llevárselo era Dennis y era su día libre; ella siempre se lo dejaba por las mañanas con todo lo necesario para el pequeño y regresaba por él al mediodía.
Eran las horas que Frank estaba en la casa y abría la puerta, al parecer él también se había autoimpuesto ese castigo porque abría la puerta por las mañanas para que Dennis entrara con el pequeño mientras él esperaba en el pasillo. Ella sabía que él esperaba ahí afuera, a pesar de que no hablaba y menos se dejaba ver, se iba a la compañía y regresaba a la hora del almuerzo. Abría nuevamente la puerta, Dennis se llevaba al niño y Flavia entraba con la bandeja de comida, la misma acción se repetía día a día.
Se había levantado cuando el reloj marcaba las seis y diez de la mañana, ya le daba igual si era tarde o temprano, pero últimamente lo hacía sumamente temprano porque a diario el sueño la vencía apenas entrada la noche.
Se encaminó al baño y admiró su cuerpo desnudo en el espejo, se acarició suavemente el vientre mientras una sonrisa se dibujaba en sus labios, la que se transformó a causa de las lágrimas. Muchas veces no quería llorar porque sabía que le hacía mal al bebé, por lo que le pedía perdón por no poder evitarlo. Se limpió las lágrimas mientras se encaminaba a la tina para sumergirse en el agua. Seguía admirando a su pequeño bajo la piel de su vientre, quien le había despertado las hormonas considerablemente, deseaba como nunca a su padre, anhelaba sus besos suaves y los apasionados, sus caricias tiernas y las ardientes, sus palabras comprensivas y las lascivas, lo deseaba tanto que su piel aumentaba de temperatura y vibraba ante los recuerdos.
Tal vez era la manera de su bebé dejarle saber que lo extrañaba tanto como ella, que extrañaba a su padre, que necesita escuchar su voz, que al igual que ella suplicaba por su protección.
Terminó por ducharse y se colocó un negligé de seda azul rey, era lo único que vestía porque la mayoría de su ropa ya no le quedaba, si no se hubiese desecho de toda la que utilizó durante el embarazo de Frederick ahora le hubiesen sido de gran utilidad.
Se acercó a la peinadora y ella misma se peinó, haciéndose media cola, dejando el resto del cabello libre, no le hacía falta maquillarse, no le interesaba hacerlo, las marcas de los golpes de Frank habían desaparecido; sin embargo, aún los recordaba, dejó libre un suspiro y se puso de pie encaminándose a la biblioteca, agarró un libro y regresó nuevamente a la cama, acomodaba las almohadas mientras se disponía a leer cuando la puerta de la habitación se abrió.
Ella le daba inicio a una nueva historia, una nueva fantasía que viviría para escaparse, para irse lejos al menos por medio de la lectura.
Sabía que era Flavia que entraba con el desayuno y que Frank la estaría esperando en el corredor, de soslayo vio cómo su dama de compañía dejaba la bandeja sobre la mesa y se retiraba sin siquiera dar los buenos días, solo hizo una reverencia. Eso le extrañó, pero no le preguntaría por qué tanta distancia, dedujo que sería un nuevo método de Frank para castigarla.
—Buenos días Elisa —saludó una voz vetusta que ella conocía muy bien y que demostraba dureza, por lo que levantó la mirada del libro anclándola en la persona que entraba, vestía elegantemente como siempre, con su caminar lento pero seguro, su rostro altivo y una de sus manos cerraba la muñeca de la otra llevándolas al frente.
—Buenos días abuela —saludó con el tono de voz adecuado para luego regresar la mirada a la lectura, sintiendo vergüenza ante la mujer.
Su corazón empezó a latirle rápidamente y sus manos temblaban ante el semblante de su abuela, que le gritaba molestia y decepción, no hacía el mínimo esfuerzo por tratar de ocultar el reproche; por el contrario, trataba de gritarlo con cada gesto, evidenciando que estaba enterada de la situación, que sabía lo sucedido con Frank y con Jules.
Margot caminó bordeando la cama mientras seguía con la mirada puesta en Elisa, aun cuando tenía la mala educación de ignorarla. Se ubicó en una silla al lado del lecho y seguía apreciando el estado de su nieta, que estaba sumamente pálida, las sombras moradas bajo sus ojos delataban su pesar; sin embargo, eso para ella no era nada comparado con la vergüenza que representaba Elisa en esos momentos para la familia, la deshonra, el estado de su vientre le gritaban que había mancillado el honor de los Anderson, ¡¿En qué momento olvidó que era Elisa Sophia Lerman Anderson?!, que era una dama, una honorable representante de los Anderson, de la alta sociedad. Con su reputación enlodaría la estirpe de la familia, por la que ella había luchado toda la vida. Nunca pensó que su adorada nieta se burlaría de todo su esfuerzo, a Elisa le habían inculcado los valores principales por los que tenía que velar, pero sencillamente se había burlado.
—Elisa —empezó a hablar Margot sin poder evitar el tono hosco, al ver que la joven después del saludo se perdió nuevamente en la lectura y la ignoraba completamente—. Realmente te desconozco, me sentía tan orgullosa de ti, de tu comportamiento... de que eras una señora admirable, envidiada por la mayoría de la alta sociedad. Me has decepcionado profundamente... Desconozco que seas mi nieta, esa mujer elegante e inteligente, esa que todo el mundo admiraba, eres una gran vergüenza, siento tanta vergüenza por tu comportamiento; apenas ayer me enteré de todo lo que ha pasado, me lo habían ocultado, me habían ocultado que te habías estado comportando como una...
—¡Cualquiera! —enfatizó Elisa levantando la vista y clavándola en los ojos de su abuela—. Que me estuve comportando como una puta sí... así fue y seguiría haciéndolo, no me arrepiento de nada de lo que hice... absolutamente de nada —confesó y una vez más desvió la mirada al libro.
Al ver cómo su abuela quedó pasmada ante las palabras utilizadas por ella, le daba lo mismo lo que pensara Margot, lo que pensara toda la maldita sociedad, que no era más que una gran masa de injustos e hipócritas. Ahora venía su abuela a escupirle sus reproches en la cara, a señalarla y a colocarle la letra escarlata en el pecho, sabía que ese sería su trabajo porque ella aborrecía todo lo que fuese inmoral. Según su abuela amar es inmoral, sentir es prohibido y un sinfín de estupideces que estaban inhibidas pero que a ella le dieron sentido, le dieron un rumbo, Jules marcó su destino, construyó la escalera al cielo con besos y caricias, solo con él vibraba, si sentir era inmoral ella sería la mujer más baja del mundo, pero no se arrepentía ni lo haría de nada.
—Debería darte vergüenza hablar así delante de mí, ¿por qué te comportas de esta manera?... ¿Así te enseñó ese hombre a ser tan vulgar, a parecer una arrabalera? —la mujer hablaba duramente, sintiendo rabia y vergüenza por esa joven delante de ella, ese comportamiento solo lograba llenarla de convicción—. Una dama, una verdadera Anderson nunca piensa en placer, una verdadera Anderson es esposa sin pedir a cambio satisfacción, su deber es brindar compresión, compañía, se debe a la familia, a los hijos, no a pedir que su cuerpo sea estimulado con el pecado. Tú como mujer solo debiste limitarte a traer los herederos al mundo nada más, pero has perdido el juicio, te has dejado arrastrar, eres una pecadora que se dejó devorar por la lujuria —cada palabra para Elisa era una bofetada, quería hacerla sentir sucia e indigna.
—Me pide que solo sea un recipiente vacío sin sentimientos, deberían de hacer algo mejor, deberían de extirparnos el corazón para no correr el riesgo de que otra se entregue a sentimientos y no... no, él no me enseñó a comportarme de esa manera, yo era su rosa... una que ustedes han echado a la basura, que juzgan y califican de cualquiera sin importarles mis sentimientos y mucho menos mi dolor, porque creen que nadie debería sufrir por la muerte de Jules —lo había dicho, ante la rabia ya no le importaba nada, sentía las lágrimas nadando en su garganta pero no derramaría una sola, a pesar de que quemaban sus ojos y ella temblaba a causa de la ira que la consumía—. Vergüenza debería de darle a usted de venir a visitarme precisamente ahora, ¿por qué si era su orgullo no lo hizo antes? Señora... es usted una hipócrita, ¿por qué si era su gran orgullo no vino cuando apenas tenía meses de casada, cuando los malestares de Frederick me atacaban, cuando di a luz, cuando me sentía sola en esta maldita mansión? ¿Por qué no vino nunca al menos a tomarse un té conmigo? Era su gran orgullo, pero no sabe nada de mí, de lo que yo sentía, de lo que me incomodaba, nada ni nadie sabe nada... Usted ni siquiera sabe que Atenea murió y las únicas dos personas que estuvieron para apoyarme fueron mi padre y ese hombre que todos califican como un demonio solo porque me enseñó a amar y me ofreció su amor incondicional... —hablaba sin detenerse ante la cara casi morada por la rabia de Margot, pero no se intimidaría—. No... no, usted no pudo venir a verme cuando casi muero ahogada en un lago congelado porque estaba enferma... enferma de mentira, solo para manipular a su antojo a quien le dé la gana. Usted viaja por meses en sus cruceros, pero no pudo nunca tomarse cuarenta minutos para venir a verme antes... al menos a felicitarme por mis logros, siempre tuve que ir yo... tuve yo que ir a presentarle a mi hijo.
—Elisa... no te atrevas a... —le reclamaba la señora con el rostro rojo de la ira, pero Elisa no le dio chance a terminar y siguió atacándola, desahogando todo su dolor.
—¿Alguna vez se preguntó si yo era feliz? ¿Me preguntó si amaba a Frank?... No...no, nada de eso hizo, ahora viene hoy hasta aquí a echarme en cara tantas estupideces y todas por su beneficio; si era o no su orgullo me importa una reverenda mierda... porque no pienso seguir dejándome manipular por usted, ni por mi madre, ni por nadie. Quiero ser yo misma quien tome mis decisiones, si le da la gana me quita el apellido, no lo quiero, no lo necesito, no es más que una maldición que no me sirvió de nada porque cuando lo necesité, cuando necesitaba que alguien me ayudara, que me demostraran que estaban orgullosos de mí, solo me dieron la espalda —una lágrima rodó por su mejilla, la que limpió bruscamente.
—Mira muñequita... No eres más que una... —le decía impactada con esa actitud inesperada de su nieta, quien siempre había sido obediente, respetuosa y pasiva ante ella.
—No soy una muñeca —le respondió Elisa volviéndola a interrumpir—. Tengo nervios, sentimientos. ¿Sabe cuántas veces supliqué en silencio porque no quería que Frank me tocara? Fueron muchas las veces que quise morir después de que me hiciera su mujer, tal vez usted no pasó por eso, tal vez sí quiso a su esposo, pero yo no, yo no porque nunca lo quise, me lo impusieron... me obligaron y lo siento, pero yo prefiero sentir placer, darme por completo y recibir todo de la persona que amo, que sea equitativo. ¿No cree usted que es completamente egoísta de su parte pedirme que me sacrifique por el buen nombre de la familia? ¿Y yo qué? ¡¿Yo qué?! —Le gritó en la cara—. ¡¿Quién se sacrifica por mí?! ¿Por qué tengo que pensar antes de actuar? ¿Por qué tengo que limitarme a sentir por el buen nombre de la familia cuando ésta nunca se ha interesado por lo que siento? —Dejó el libro a un lado y se puso de pie—. Ahora ya puede largarse, con dos toques Frank abrirá y ya no quiero ser una Anderson, no me interesa serlo, renuncio al maldito apellido y así no seré más la zorra de la familia, ya no seré esa vergüenza —su voz vibraba ante el llanto y ante la ira, sentía todo su cuerpo temblar, sintiéndose algo mareada por las emociones que despertó en ella Margot Anderson.
La mujer estaba anonadada ante el comportamiento violento y altanero de Elisa, ni siquiera la dejó hablar, ahora su mirada se perdía en la joven pelirroja que se encaminaba al baño, no pudo evitar sobresaltarse ante el estruendo que causó la puerta al cerrarse.
No podía saber cuánto tiempo pasó ahí sentada, mirando la hoja de madera mientras trataba de regular los latidos de su corazón y ponerles orden a sus pensamientos, ya que el comportamiento vulgar y arrabalero de Elisa no la harían desistir, era su deber como su abuela informarle la decisión que en esos casos se tomaba. Se puso de pie, alisó un poco el vestido y se encaminó, se detuvo al lado de la puerta del baño para que Elisa la escuchara porque no era su modalidad entenderse a los gritos.
—Elisa aun cuando quieras renunciar al apellido sabes que no puedes, no estás en posición de exigir nada y aunque sigas manteniendo esa actitud retadora no vas a lograr nada; lo hecho, hecho está. Además, que los Anderson estaremos eternamente agradecidos con Frank Wells porque se ha comportado como un completo caballero y no ha ventilado tu comportamiento vergonzoso, si no en estos momentos fueses la burla, fueses el cotilleo de todo Chicago y entonces ningún miembro de la familia pudiese salir a la calle con la frente en alto. Pero si algo debes tener completamente claro es que no debes encariñarte con la creatura, bien sabes que no te la vas a quedar; el consejo familiar no lo va a permitir, no somos unos desalmados para negarle la vida, pero un ser producto de adulterio no podrá convivir con los Anderson, sería una deshonra para todos, así que apenas nazca será dado en adopción, es mi última palabra —finiquitó con voz tajante Margot Anderson.
El cuerpo de Elisa aumentaba rítmicamente en temblores a cada palabra dicha por su abuela. La sala de baño se hacía cada vez más pequeña y más oscura, sentía que no podía respirar y todo le daba vueltas mientras admiraba su imagen en el espejo a través de las lágrimas, sus oídos silbaban fuertemente, la ira la consumía y ya no podía divisarse. Tuvo que abrir la boca para respirar, sintiendo la sangre aumentar su temperatura inhaló profundamente varias veces y se encaminó a la puerta para encarar a Margot que aún estaba en la habitación.
—Su última palabra para mí no tiene ningún valor y no quiero que regrese, no quiero que al menos toque a mi hijo porque me llevarían a cometer una locura —amenazó con voz tan gélida y contundente que Margot retrocedió un paso ante el dedo de la joven señalándola—. El que intente tocar a mi hijo tendrá primero que matarme, que le quede bien claro señora... No lo tocarán ni mucho menos me lo van a quitar. ¡No me lo van a quitar! —gritó mientras toda ella temblaba y las lágrimas resbalaban por su mejilla.
—Elisa, no vas a conseguir nada con esa actitud, ya la decisión está tomada, la creatura no va a quedarse contigo, tendrías que haber pensado antes de actuar de esa manera en las consecuencias de tus actos —le informó Margot.
Elisa caminó rápidamente a la puerta porque temía no poder seguir controlándose y terminar golpeando a esa mujer que ya odiaba, con el solo hecho de informarle que pensaban quitarle a su hijo, al producto de su más grande amor, con la palma abierta de su mano golpeó violentamente la puerta, al tercer golpe abrieron.
—Puede irse —dijo al tiempo que hacía un ademán con su mano mostrándole el camino a su abuela, miró al pasillo y pudo ver a Frank parado a un lado, por lo que dirigió sus palabras al hombre—. Me quitan a mi hijo y te quedas sin nada... Si crees que vas a amedrentarme con esta nueva táctica estás muy equivocado, prefiero matarme antes de quedarme contigo, te lo juro... te juro por mis hijos y por Jules... Escúchalo bien Frank Wells, te juro por el único hombre que he amado que primero me suicido antes de que me quiten a mi hijo —decretó con la ira instalada en cada poro de su piel y ante el desespero de solo pensar que le iban a quitar el fruto de su amor con Jules lanzó la puerta cerrándola nuevamente.
Margot Anderson se encontraba sorprendida y aterrada ante la actitud de Elisa, cuando Deborah le informó acerca de lo sucedido pensó que estaba exagerando al decirle de la actitud agresiva de su nieta, pero realmente estaba irreconocible.
Su mirada gris se posó brevemente en Frank, quien también se encontraba aturdido ante la situación.
—¿Qué quiso decir Elisa? —le preguntó él, pero ella no respondió, solo siguió su camino por el pasillo, por lo que él la siguió—. ¿Margot le hice una pregunta? ¿Cómo que si le quitan al hijo? Yo no pienso negarle que vea a Frederick, él puede pasarse todo el día con ella, pero aquí en la casa, solo quiero que esté conmigo en nuestro hogar y no veo el inconveniente en que atienda a mi hijo —hablaba Frank siguiéndole el paso a la mujer.
—No hablábamos de Frederick, lo hacíamos del que está esperando. Apenas nazca Elisa tendrá que darlo en adopción y así nadie se enterará de su comportamiento tan indecoroso, es una orden de la familia Anderson, no se permiten hijos productos de adulterio; ella se niega hacerlo, pero no podrá imponer su voluntad, ya usted le dio muchas libertades, ahora es momento de que los Anderson intervengamos —acotó bajando las escaleras.
Frank se quedó sin palabras, no sabía qué decir ni qué hacer, no quería al hijo de ese desgraciado, pero era de Elisa y no podían arrebatárselo, aunque ella no lo mereciera por todo el daño que le había causado.
Frank se quedó parado, viendo cómo Margot subía al auto de los Anderson, marchándose sin mostrar un dejo de remordimiento por lo que acababa de decir. Él sentía un gran nudo en el pecho, tal vez porque sabía que Elisa sufriría, aunque la maldijera mil veces no podía dejar de amarla y sentirse conmovido con su dolor.
Apenas la puerta se cerró Elisa se dejó caer de rodillas, se cubrió el rostro con las manos y empezó a llorar, ahogándose en el llanto, lloraba sin parar como si con eso se fuese a gastar el dolor que llevaba por dentro, como si con cada lágrima consiguiera liberar un poco de ese peso que no la dejaba respirar, esa desesperación que la agobiaba y esa impotencia que la consumía.
No sabía qué hacer, solo llorar sin poder detenerse porque en el momento en que lo hiciera recuperaría la conciencia de su dolor, de esa rabia de encontrase maniatada. Era realmente terrible llevar a cuesta esa culpa y no saber dónde buscar la solución, dónde encontrar respuestas.
Elevó la cabeza como mirando al cielo esperando ver una señal y no halló nada, solo relieves en yeso y papel tapiz, no encontró nada que le indicara que Jules estaba cerca; muchas veces miraba a todos lados esperando agarrar desprevenido a su ángel guardián, pero no lo veía, sencillamente para ella no existía, no había salvación.
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