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CAPÍTULO 40


El tiempo indudablemente pasaba, se lo gritaba el paisaje que cada vez era más gris, más lúgubre, eso la llenaba aún más de tristeza, había pasado un mes, exactamente un mes desde que estaba muerta; respiraba, podía moverse, parpadeaba, lloraba y hasta gritaba, pero no sentía nada más que dolor.

Nada tenía sentido, solo ese ser que crecía cada día un poco más, ya la parte baja de su vientre le anuncia que ahí estaba, que esa vida latía dentro de ella, podía notarse, sentirse, era tan pequeña pero tan hermosa su barriga que la llenaba de orgullo.

Muchas veces imaginaba e ideaba cómo sería si él estuviese a su lado, si supiera que iba a ser padre, había recreado en miles de ocasiones ese momento en que se lo anunciaba, sabía que no era sano, que eso simplemente atentaba contra su estado emocional, pero se le hacía demasiado difícil no materializarlo ahí, acompañándola en esa soledad.

Lo había visto sentado a su lado, lo había sentido acariciar su vientre y sonreír emocionado, lo sentía tanto por él porque tenía la certeza de que no lo dejaba partir, lo mantenía atado, lo sentía aún más por Sean, porque cada vez que la visitaba le pedía que aceptara que ya Jules no estaba con ella, pero no podía hacerlo porque entonces no tendría fuerzas.

Ahora lo sabía, tenía esa maldita certeza de que nunca tuvieron mucho tiempo para amarse. En realidad, nunca tuvieron un destino, ni siquiera una pequeña oportunidad; sin embargo, sus almas rebeldes hicieron el intento, les gustaba ir en contra de la marea, pelearon contra el mundo por ello pero no pudieron salir victoriosos, poco importaba la intensidad del sentimiento que compartían, ahora sentía tantas emociones, tristeza y melancolía de los recuerdos, rabia e impotencia por ese que le arrancó de raíz las esperanzas, ese que le dio un borrón a su mundo. Quería saber cómo le quitó la vida, solo esperaba que no lo hubiese hecho sufrir, que todo hubiese sido rápido.

Sus pensamientos se vieron interrumpidos por el sonido de la llave entrando en el cerrojo, seguido del pomo al girar. Le pareció sumamente raro que a esa hora de la noche alguien la visitara, aún era muy temprano para que Flavia entrara con la bandeja de la cena.

Sus ojos captaron la figura de la persona que entraba y dejó libre un suspiro para drenar esa ira que quería explotar, era como un volcán a punto de entrar en erupción y debía controlarla.

Tenía más de dos semanas que no le veía la cara, ni siquiera le escuchaba la voz y ahora aparecía bajo el umbral, disponiendo del peor de los momentos porque en ese preciso instante lo odiaba con todo lo que tenía y aunque era poco lo que poseía, ese sentimiento de odio era verdaderamente intenso.

Decidió no mirarlo a la cara, por lo que bajó la mirada y la posó en sus manos entrelazadas sobre su vientre, desvió la mirada a la mesa de noche y agarró un libro, sin decir una sola palabra al igual que él, quien se encaminó y haló una de las sillas del centro de recibimiento de la habitación, colocándola frente a la cama, muy cerca.

Elisa podía sentir la mirada de Frank sobre ella, apenas de soslayo observó el momento en que se sentó, dejó descansar la espalda en el respaldo, cruzó las piernas y apoyó el codo en el reposabrazos para apoyar la barbilla sobre el pulgar mientras que el dedo índice reposaba en la sien.

La presencia de él le incomodaba además de que le hacía hervir la sangre, sencillamente no lo soportaba, mientras que Frank solo la observaba en silencio, acariciándola con la mirada; el tiempo pasaba y estaban sumergidos en un silencio verdaderamente tenso por parte de Elisa porque al parecer él disfrutaba mirándola. Ella quería concentrarse en la lectura, pero se le hacía imposible, escuchó cómo un suspiro de Frank cortaba el silencio.

—Tu primo me ha visitado por segunda vez, realmente ya me fastidia tener que verle la cara y que interrumpa asuntos importantes por estupideces, al parecer él no me entiende por lo que quiero que tú le expliques mejor la situación, porque siento que él no sabe toda la verdad... ¿Le has dicho que tengo en mi poder muchas notas con tu caligrafía donde se deja ver claramente tu infidelidad? Eso por nombrar una de las tantas pruebas que tengo. Que te vestías como una zorra para excitar a ese hijo de puta, también es importante que sepas que algunas personas tienen precio y están dispuestas a dar sus testimonios, como lo son el conserje del edificio y el doctor al cual llevaste a Frederick y cada vez encuentro más pruebas que confirman que te revolcabas con él en ese apartamento el cual está en mi poder —hablaba con voz tranquila sin elevarla más de lo normal, intentando mantenerse calmado—. ¿Por qué no se lo dices y así le ahorras el ridículo? —inquirió, pero no recibía respuesta, Elisa lo ignoraba totalmente—. La próxima vez que vaya, dejaré de ser tan protocolar y lo echaré, dile que deje de meterse en asuntos que no son de su incumbencia... No tiene nada de qué culparme...

—¿Te parece poco asesinato? —preguntó Elisa fríamente sin desviar la mirada del libro.

—Te parece poco que tú misma me diste la absolución al portarte como una perra que deja rastro y que cualquier juez fallará a mi favor, que tú como mujer no vales nada... que lo único que puede juzgarme es no haberte matado a ti también, ¿quieres presenciar cómo me va a felicitar por haber puesto a comer tierra a ese hijo de puta?... —hablaba arrastrando las palabras con la rabia que se despertaba en él cada vez que Elisa defendía a ese desgraciado.

—¡Cállate! ¡Cierra la maldita boca! —le gritó apretando con todas sus fuerzas el borde del libro mientras que de sus ojos furiosos brotaban lágrimas, escucharlo regodearse de haber matado a Jules le reabría heridas que dolían demasiado.

—¿Qué no quieres escuchar? ¿Que tu amante es ahora comida de gusanos? —se burló con toda la intención de hacerla sufrir.

Elisa no supo de dónde sacó rapidez ni mucho menos fuerzas, antes de que Frank pudiese parpadear se puso a gatas y se le fue encima propinándole dos bofetadas, toda esa ira contenida ahora la dominaba a su antojo.

Él se quedó pasmado porque jamás esperó una reacción tan violenta por parte ella, a quien el rostro se le había transformado entre el odio y las lágrimas.

En los ojos de Frank nadaron las lágrimas a causa del dolor tanto físico como emocional, no podía coordinar ante lo sucedido, solo cuando ella se le aferró a los cabellos y lo haló con todas sus fuerzas.

—Te voy a matar infeliz... Estoy cansada de ser una estúpida, de que me pisotees y me humilles —le decía con dientes apretados ante las emociones y la fuerza que le imponía al agarre, parecía ser una fiera salvaje, decidida a cometer la mayor de las locuras—. De que sigas soltándome en la cara cómo mataste al único hombre que he amado, al que verdaderamente he amado y sí tienes razón, con él me comportaba como una cualquiera, le daba todo porque inspiraba, porque lo deseaba y sabía perfectamente cómo complacerme, dónde, cómo y cuándo tocar, cuánto durar... Él sabía cómo hacerme llegar al cielo, me hacía traspasarlo una y otra vez y otras más, no como tú imbécil que das vergüenza... Eres realmente patético, un intento de hombre —hablaba destilando todo ese veneno que la consumía, pero sus palabras fueron cortadas por la mano de él que se aferró a su cuello quemándola y recudiéndole el paso del oxígeno, por más que quiso no pudo luchar contra la fuerza de él quien se levantó y la adhirió contra la cabecera.

Ella veía cómo de los ojos de él brotaban lágrimas y por muy egoísta y desgraciado que pudiera parecer le hacía sentirse bien porque sabía que esas lágrimas eran a consecuencias de sus palabras, que, si él podía herirla y humillarla, ella también podía hacerlo, qué mejor manera que escupirle la verdad en la cara, por lo que dejó libre una sonrisa cínica aun cuando no podía respirar normalmente.

—Eres una cualquiera —decía apretando aún más el agarre—. Eres una perra desvergonzada, una traidora que no vale nada —le escupía las palabras en la cara con desprecio, con su ego realmente lastimado.

Elisa no podía respirar y sabía que una vez más lo había sacado de control, pero no se iba a dejar matar, no lo haría; por lo que estiró la mano y buscó a ciegas debajo de la almohada, ahí las tenía. Sacó las tijeras y las llevó a la yugular del hombre, esa que latía descontroladamente ante la ira y pudo sentir cómo la vena cedió ante la presión de la punta metálica.

—Solo... solo aprieta un poco más y te mueres... Me matas, pero te mueres también —amenazó con la voz tan clara como pudo, no le iba a demostrar más debilidad.

Frank clavó la mirada en las tijeras que estaban en su cuello, podía sentir el metal frío y la decisión en Elisa, por lo que aflojó su mano hasta soltarla y se alejó con cuidado, quiso arrebatarle el arma, pero prefirió no arriesgarse. Dio dos pasos hacia atrás y ella se puso de rodillas sobre la cama manteniéndose en guardia, con las tijeras en las manos que ni siquiera le temblaban.

Ella quiso matarlo, tener la valentía de acabar de una vez por todas con eso, pero a su mente llegaron las palabras de su hermano, esas en las que le pedía que no complicara las cosas, sabía que si mataba a Frank estaría perdida y entonces no solo perdería a Frederick sino también al ser en su vientre porque se lo quitarían.

Frank sentía el corazón adolorido y su alma hecha polvo, jamás pensó escuchar de la voz de Elisa palabras tan hirientes. Decirle que era poco hombre, que nunca estuvo a la altura de sus placeres, a él quien se esmeraba por complacerla solo obtuvo de ella su cuerpo y sus mentiras, todo había sido una completa mentira, ahora que la veía así con tijeras en mano y dispuesta a matarlo, lo golpeaba la certeza de que no tenía corazón, era un ser vacío que solo se emocionaba por las cosas materiales que él podía darle, le dolía aceptar que la amaba, no quería sentir ese maldito sentimiento por ella, no se lo merecía, solo era un pedazo de hielo, un maldito ser sin escrúpulos.

Él la admiraba mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas y temblaba íntegramente; se sentía derrotado, sin fuerzas, pero no dejaría de luchar, si ella le hacía daño él no tenía por qué hacerle la vida fácil, le pagaría con la misma moneda, de la misma manera.

Se arrepentía de no haber matado verdaderamente a ese desgraciado que se la arrebató, en cambio a él que le entregó la vida solo le daba dolores y desilusiones, pero no una suficiente que la arrancara definitivamente de su corazón, no sabía qué poder tenía esa maldita mujer que lo tenía embrujado y encadenado, no podía dejarla así ella se lo pidiera, prefería matarla antes que dejarla libre.

Sin decir una sola palabra y sin atreverse a dar la espalda se encaminó a la puerta y salió de la habitación. Buscaría una manera de renovar sus fuerzas, esas que logró herir, sabía que al no poder quererla ese sentimiento en él crecía, sentía que el amor por ella se hacía más intenso y ni él mismo podía entenderse.

El agua corría por su cuerpo, abrazándose a cada músculo, envolviéndolo cálidamente ante la agradable temperatura, ya llevaba más de media hora bajo la ducha, el tiempo pasaba y él no podía darse cuenta, no mientras pensaba en Elisa, mientras la extrañara tanto hasta doler, hasta sentir las lágrimas arremolinarse en su garganta y torturarlo.

Debía dejar de lado tanta melancolía y renovar sus esperanzas, pero su alma sencillamente no sabía vivir sin ella, le faltaba, le ahogaba el vacío y solo quería verse en sus ojos, saborear su piel, perderse en sus cabellos, fundirse en ella, morir y revivir en los brazos de la niña de sus ojos.

Cerró la llave y salió de la ducha sin siquiera secarse, inmediatamente un escalofrío lo recorrió por completo, pero no fue lo realmente poderoso como para que buscara una toalla, desnudo se encaminó por la habitación, de donde pudo escuchar la algarabía proveniente del jardín, por lo que buscó una toalla y se la envolvió a la altura de las caderas, podía sentir el agua que chorreaban sus cabellos correr por el centro de su espalda.

Se acercó a la ventana y su mirada captó a sus hermanas con los caballos, como siempre discutían para ver quién se quedaba con el más veloz, por lo que una sonrisa se ancló en sus labios al tiempo que negaba con la cabeza.

Se alejó de la venta y se fue al armario, donde buscó unos breech en color gris plomo y una camisa blanca, lanzó las prendas a la cama, agarró la ropa interior, se quitó la toalla e igualmente la lanzó a la cama para después colocarse la prenda.

Regresó al armario donde guardaban los zapatos, sabía que sus botas deberían estar ahí pero no las encontró, por lo que camino al baño donde tampoco las encontró.

—¡Demonios! ¿Dónde diablos están las botas? —se preguntó llevándose las manos a las caderas en jarra y recorriendo con la mirada la habitación, dejó libre un suspiro dándole paso a una sonrisa al recordar que estaban en el pasillo que daba al salón de recibo de su habitación.

Se vistió y se encaminó en calcetines al recibidor de la habitación, el que tenía un sofá de tres puestos en colores beige y azul marino, dos sillones en los mismos tonos, una mesa de caoba pulida y una biblioteca además de un mini bar.

Los ojos verdegris captaron las botas en una de las esquinas y sin perder tiempo se las puso. Estaba por salir cuando recordó los guantes por lo que regresó por ellos.

Después de cinco minutos respiraba aire puro, aire libre y frío, el que refrescaba sus fosas nasales y sus pulmones, caminó a las caballerizas, lo hizo por la parte trasera de la casa, él mismo preparó el caballo y lo montó. Salió del establo e instó al animal a trotar.

Quiso reír al ver el asombro en los rostros de sus hermanas, pero prefirió aguantar y permanecer serio. Johanna y Johanne estaban discutiendo una vez más cuando las palabras en sus bocas se congelaron, sabía que no se lo podían creer al verlo cabalgar, seguramente para ellas era un milagro y sí lo era, uno de los tantos milagros que Elisa logró en él.

Al estar cerca fue reduciendo los movimientos del animal hasta detenerlo completamente y frenar el caballo muy cerca de donde se encontraban las gemelas.

—¿Qué hacen? No me digan que están discutiendo —inquirió y ellas solo lo miraban al bajarse del caballo con desenvoltura.

—No... bueno... es Johanna que no se pone de acuerdo y siempre quiere mi caballo —acotó Johanne —éste es el mío ¿Ves, que tiene el lunar aquí? —dijo su hermana señalando una pequeña mancha en la frente del animal.

—Qué problema con ustedes... ¿Para qué entonces se quedaron con los caballos gemelos?, mejor papá se hubiese hecho de la fortuna que le estaban ofreciendo —expuso Jules acercándose a los caballos—. Johanne, este tiene el mismo lunar, son iguales, idénticos, ¿cuál es el problema?

—Que el mío es más rápido —respondieron las gemelas al unísono.

—Pónganse de acuerdo porque de paso le pusieron el mismo nombre, no hay nada que hacer —Jules dirigió la mirada a los animales—. Étoile la lumière —no pudo evitar reír al ver cómo los caballos alzaban la cabeza al mismo tiempo—. ¿Por qué mejor no agarran el que sea y vamos a jugar polo? —Se encaminó al caballo de él y subió, pudo ver cómo las dos agarraban las riendas del mismo caballo—. Dije el que sea, Johanna agarra el otro.

—Pero Jules, siempre tengo que conformarme y no es justo —hablaba descontenta al tiempo que se encaminaba al otro caballo y lo montaba mientras que Johanne subía al que había desatado la discusión.

—Te recompensaré después —dijo girando al caballo y poniéndolo en marcha.

—¡Perfecto, tendrás que llevarme al teatro esta noche! —Condicionó en voz alta y golpeó con sus botas los costados del caballo para que emprendiera el camino hasta la cancha de polo, la que se encontraba al otro lado de la casa, en la parte trasera—. Y tú te quedarás —le advirtió a su hermana, quien se alzó de hombros de manera despreocupada y puso al galope a su caballo.

Cuando las chicas quisieron llegar, ya Jules las esperaba con los bastones y las pelotas en las manos, sin ellas bajarse de los caballos él les explicó las reglas, aunque ya las sabían porque no era primera vez que jugaban juntos al polo.

El único lugar permitido para ellas porque no era un deporte para féminas; sin embargo, imposible que no convencieran a sus hermanos a que les enseñaran, cuando ellos en su adolescencia se la pasaban jugando, siendo integrantes activos del club de Polo más exclusivo de Europa, aunque Jules lo había abandonado por un tiempo a consecuencia de la caída del caballo.

—Las dos, contra mí... y sin hacer trampas —les advirtió porque las conocía muy bien.

Después de media hora de juego, las gemelas una vez más discutían porque Jules les ganaba la partida, como era de esperarse una le echaba la culpa a la otra. Él no podía evitar carcajearse al verlas, al menos en ese momento no pensaba en Elisa, no era ella quien gobernaba su ser, tal vez ante la adrenalina a causa de galopar y de ver a sus hermanas reñir, definitivamente nunca podría entender a las mujeres.

Pasaron toda la tarde entre competencias hasta que decidieron descansar, acercándose al ala derecha del jardín donde se encontraba un lugar verdaderamente encantador, que era lo suficientemente espacioso, con pisos de piedra, aislándolo del resto del césped, dividido con maderas cubiertas por enredaderas que ofrecían flores moradas, amarillas y rojas; en medio del lugar habían tres bancas de madera, de tres puestos cada una con un gran espaldar y cómodamente acolchadas, además de dos mesas, las que llenaron de aperitivo las chicas del servicio al verlos llegar al lugar de descanso.

Jules no pudo evitar devorar casi todas las galletas mientras conversaban trivialidades con Johanna y Johanne, quienes lo miraban sorprendidas porque él nunca había sido de comer tantos dulces, siempre tuvo favoritismo por las frutas. Pero no decían nada solo se miraban una a la otra.

Después de unos minutos llegó Jean Pierre, haciéndose partícipe de la pequeña reunión familiar, él también se sorprendió al ver cómo su hermano había cambiado sus hábitos alimenticios.

Las chicas le hicieron saber al mayor de los Le Blanc que Jules había perdido el miedo a los caballos.

—¡Vaya! Entonces en América también encontraste valor —acotó Jean Pierre y no pudieron evitar carcajearse, eran consciente del miedo que Jules les había tomado a los animales después del accidente.

La conversación se extendió, recordando anécdotas de la niñez, los cuatro reían cuando fueron interrumpidos por la presencia de Jean Paul, quien no pudo evitar casi correr hasta Jules y amarrarlo en un abrazo, el que duró varios minutos, dejándose saber ambos cuánto se habían extrañado. Soltaron sus amarras mirándose a los ojos, el padre le posó una mano en la mejilla, palmeándola suavemente.

—¿Cómo estás hijo? ¡Qué sorpresa tenerte en casa! —confesó sintiendo un gran nudo en la garganta por esa emoción que le causaba verlo después de dos años de ausencia.

—Estoy muy bien padre... ¿Cómo está usted? —preguntó al tiempo que Jean Paul tomaba asiento en medio de sus hijas e inmediatamente Johanna rodeó con sus brazos la cintura del hombre, dejando descansar su cabeza sobre el pecho paterno, siendo correspondida al abrazo.

—Bien hijo, es una verdadera sorpresa —decía aún emocionado y desconcertado al verlo en casa, sin siquiera haber avisado que vendría—. ¿Jules por qué has venido? ¿Frank te dio vacaciones? —le preguntó mientras tomaba un vaso con té de limón, quería saber los motivos de la presencia de él en la casa, estaba muy feliz de verlo, pero también le extrañaba la manera en cómo había llegado.

Jules que ya había tomado asiento frente a su padre solo tragó en seco, sabía que su progenitor era realmente perspicaz; desvió la mirada a su hermano buscando apoyo en Jean Pierre, quien se encontraba apoyado sobre uno de sus hombros en uno de los pilares, con los brazos cruzados sobre su pecho y bajó la mirada porque no sabía qué decirle, sabía que no lo apoyaría, ya se lo había advertido, no cualquiera se enfrentaría a Jean Paul cuando se molestaba.

—Padre... no tanto como vacaciones, pero sí me he tomado unos días libres —fue lo que respondió al armarse de valor.

—¿Y eso por qué? —su voz era tranquila, también se podía notar la felicidad de saber a su hijo ahí, pero quería saber por qué había llegado sin avisar.

—Porque los extrañaba padre, quería verlos —dijo admirando esta vez a sus hermanas, quienes estaban cada una a la derecha e izquierda de su padre, quien le regalaba una sonrisa a su hijo ante la respuesta dada.

—Bueno, espero que te puedas quedar con nosotros al menos un mes, la última carta que recibí de Frank me dijo que estaba sumamente orgulloso de tu comportamiento, que estás desenvolviéndote muy bien dentro de la empresa —en ese momento Jules desvió una vez más la mirada hacia Jean Pierre, quien también lo miraba y pudo apreciar cómo dejaba libre un suspiro silencioso mientras negaba en silencio, indicándole que no le dijera nada a su padre, no por el momento—. ¿Sabes qué? Ahora mismo voy a enviarle un telegrama para agradecerle todo lo que me ha ayudado contigo y que... si no eres tan necesario en la empresa te puedas quedar definitivo, así me ayudas y eres el gerente de alguna de las nuevas sucursales... eso sí, eliges aquí en Francia o te vas a Suramérica, a la frontera entre Brasil y Venezuela —dijo poniéndose de pie.

Jules apenas parpadeaba, la segunda opción le gustaba mucho más porque si le decía a su padre podría irse con Elisa a Suramérica y Frank no sabría nada porque no tenía idea de la nueva sucursal.

—Padre ¿a dónde va? —preguntó desconcertado al ver a su padre dispuesto a abandonar el lugar.

—A enviarle el telegrama a Frank... Vi cómo se iluminó tu mirada, lo que quiere decir que quieres venirte de manera definitiva —aseguró mostrándose de pie tan alto como era.

—Padre no es necesario que le envíe un telegrama, puede ser una carta, no veo la emergencia por ningún lado —dijo esperando ganar tiempo y así poder decirle la verdadera razón por la que estaba de vuelta en casa y que su único objetivo era regresar cuanto antes a América.

—No me tomaré más de diez minutos —explicó sin tomar asiento—. Ya regreso —acotó encaminándose—. Solo hago la llamada a la central y de ahí lo enviarán.

—Padre espere... no... no puede enviarle el telegrama a Frank —dijo también poniéndose de pie para detener a Jean Paul, quien ya caminaba y se volvió para encarar a Jules al escuchar a su hijo protestar.

Jules no podía permitir que su padre pusiera sobre aviso a Frank y menos que dejara saber nada de sus nuevas sucursales porque si no sus planes se irían al lodo, necesitaba ese trabajo para poder mantener a su mujer.

—¿Por qué no puedo Jules? —preguntó seriamente al ver el estado algo nervioso de su hijo, lo conocía demasiado—. ¿Acaso... no quieres que me comunique con Frank? —inquirió acercándose nuevamente.

Jules miró a Jean Pierre buscando apoyo, pero él solo se alzó de hombros de manera despreocupada indicándole que debía contarle, sabía que ya su padre percibía algo y era peor si seguía ocultándoselo. Jules miró a sus hermanas, eran ellas quienes le preocupaban, no debía decirle la verdad a su padre delante de las gemelas.

—¿Qué pasó en América Jules? —interrogó al notar el semblante nervioso de su hijo al tiempo que acortaba la distancia.

—Padre... es que... yo... realmente no me vine por unas vacaciones... yo... lo estropeé todo... —terminó por decir, no debía andarse con rodeos. Desvió la mirada a sus hermanas—. Anna, Anne por favor vayan adentro —les pidió y podía sentir el corazón brincarle en la garganta ante la mirada de Jean Paul.

—¿Por qué Jules? —replicó Johanne algo disconforme, quería saber lo que estaba pasando.

—Tengo que hablar con papá y no puedo hacerlo delante de ustedes... No puedo explicarles ahora Anne —le respondió terminante al tiempo que veía a su padre acercarse. Las jóvenes se pusieron de pie y se encaminaron con paso rápido demostrando su descontento.

—¿Qué hiciste esta vez Jules? —inquirió Jean Paul arrastrando las palabras, sintiendo que nada agradable había pasado para que Jules no quisiera que se comunicara con Frank, mientras Jean Pierre parecía una estatua más del jardín.

—Padre... yo... Primero que nada quiero que sepa que no lo hice premeditadamente, las cosas sencillamente se dieron... —explicaba mirando a su progenitor a los ojos, por muy estúpido que pareciera no podía evitar sentirse nervioso.

Aún tenían las respiraciones agitadas ante la caminata forzada que emprendieron para dirigirse a la casa como les había pedido su hermano, sabían que les estaban ocultando algo y que al momento de hacerles saber qué pasaba se lo iban a adornar y en lugar de contarle la historia terminarían formulándoles un cuento de hadas, de esos demasiado malos.

—Anne... no, vámonos... No debemos escuchar —razonó en un susurro Johanna a su hermana quien la halaba para esconderse detrás de un arbusto.

—Cállate, no seas miedosa. Solo quiero saber qué fue lo que pasó con Jules —esbozó con un tono de voz muy bajo, evitando que las descubrieran.

Jean Paul estaba con el ceño fruncido mientras escarbaba en la mirada de Jules, esa que estaba cristalizada por los nervios; su teoría de que había hecho algo impropio en América aumentaba. Conocía muy bien a su hijo y eran pocas las veces que alguna situación lo alteraba de esa manera.

—¿Qué cosas se dieron? —preguntó tratando de ser comprensivo y no infundirle miedo a su hijo, porque no era esa la idea, debía haber confianza, tolerancia y comprensión.

—Padre, pase lo que pase voy a regresar a América cuanto antes... solo vine para ponerlos sobre aviso y buscar alguna solución —hablaba sin desviar la mirada de la azul gris de su padre.

—¡¿Qué pasó Jules?! —preguntó alzando considerablemente la voz e interviniendo al ver la indecisión en él mientras su paciencia llegaba al límite.

—Me enamoré de la esposa de Frank... Me convertí en su amante por casi un año y todo se descubrió... —no pudo retener la verdad por más, ni mucho menos darle más larga. De la manera que se la contara tendría el mismo resultado, así le colocara pajaritos y arcoíris para su padre sería lo mismo, si lo hacía ahora o dentro de cien años.

Jean Paul se quedó paralizado, solo mirando a los ojos a su hijo, sin siquiera poder creer que lo era, ante lo que le estaba confesando lo desconocía totalmente y se preguntó: ¿Qué hizo mal? ¿En qué momento se equivocó? Si él dio todo de sí para infundirles principios, para que fuesen hombres respetables, aun cuando estudiaban en los mejores colegios y universidades de Europa siempre fue para ellos un tutor más, además de un amigo, les brindó confianza, comprensión, lealtad. Había luchado día a día por salir adelante, por no derrumbarse porque se debía a ellos, porque sabía que Germaine no le perdonaría que los hubiese dejado a la deriva, que hicieran los que les diera la gana y ahora sentía que todo ese esfuerzo, que toda la voluntad no había servido de nada.

Tuvo que respirar profundamente para ver si así reducían un poco los latidos de su corazón, se sentía culpable porque había sido él quien lo envió, había sido él quien lo confió pensando en que necesitaba un cambio, alejarse un poco de las malas amistades y no tenía la remota idea de que la perdición era él, era su propio hijo; le costaba creerlo, no podía creerlo. Sus ojos se cristalizaron ante la idea de todo lo que había acarreado, que no hubiese respetado a la esposa de Frank.

—Necesito su ayuda padre —susurró con voz ronca por las lágrimas en su garganta al ver a su padre inmóvil, solo mirándolo y sabía que no se lo creía, seguramente estaba pensando que le estaba tomando el pelo. Jules pudo ver a su padre salir del trance donde se había sumido y dio dos largas zancadas, acortando el espacio entre ellos rápidamente.

—¿Necesitas mi ayuda? —preguntó mirándolo a los ojos y arrastrando las palabras al tiempo que estiraba la mano y agarraba de al lado de la banca la fusta con que los chicos hacía apenas unos minutos azotaba los caballos y golpeó en dos oportunidades seguida a su hijo, quien dejó libres jadeos ante la mezcla de dolor y ardor que le provocaron los azotes—. ¡¿Necesitas mi ayuda?! —le preguntaba a punto de grito mientras una ráfaga de azotes caía sobre Jules quien apenas se escudaba con un brazo, haciendo que el látigo golpeara en éste.

El padre al ver que se cubría cambió la dirección de sus ataques y se ensañó contra los muslos de él. Estaba sumamente alterado y no se detenía en su paliza mientras Jules trataba de soportar, pero realmente su padre tenía fuerza y los latigazos eran insoportables por lo que jadeaba ante los golpes, aun cuando intentaba apretar la mandíbula y soportar las lágrimas éstas salieron al ruedo, sentía que le estaba arrancando la piel de los muslos.

Las gemelas que observaban la escena no podían creer lo que estaba pasando; tuvieron que cubrirse las bocas para que el llanto no se escuchara, no les gustaba ver cómo su padre estaba maltratando a Jules, sintieron rabia en contra de Jean Pierre porque no hacía nada ¿Acaso estaba esperando que su padre matara a Jules? Además de que temían que a su padre le pasara algo porque estaba realmente alterado, estaba enceguecido ante la ira.

Jean Pierre sabía que no podía meterse, no debía porque eso le agradaría mucho menos a su padre, tal vez hasta él se llevaría sus buenos latigazos por quitarle autoridad delante de Jules, quien estaba soportando con gran valor; sin embargo, las lágrimas rodaban por sus mejillas, él pudo ver cómo la sangre empezó a filtrase por la tela del pantalón de su hermano, sabía que su padre no se detendría hasta estar completamente exhausto.

—Basta ya Jean Paul... ¡Padre deténgase! —Pidió Jean Pierre llegando hasta su progenitor, haciendo un gran esfuerzo para arrebatarle la fusta—. Ya está bien... no va a lograr nada matándolo a latigazos —razonó mirando a los ojos de su padre, los que nadaban en ira y lo miraba aturdido con la respiración completamente descontrolada.

Jean Paul no dijo nada, solo desvió la mirada a Jules que se acariciaba uno de los brazos ante el ardor que lo torturaba.

—¿Qué hiciste? —preguntó con voz temblorosa ante las lágrimas a causa de la rabia e impotencia.

—Usted siempre me había hablado del amor... de sus cosas, de cada una de las cosas que pasan cuando se está enamorando... todas empezaron a pasarme con Elisa... Yo traté de evitarlas, de detener esas emociones que ella despertaba en mí con solo mirarme y no pude. Fui a América con la firme convicción de hacer las cosas bien... pero ella fue una pared contra la que me estrellé, ninguno de los dos lo planeó... solo se dio sin más... además ella no ama a Frank, nunca lo ha hecho. Él nos dijo que se casó con una mujer maravillosa, que era sumamente hermosa y de hecho lo es, pero nunca mencionó que a ella la obligaron a casarse con él —decía con un tornado de emociones haciendo estragos en él y a segundos se ahogaba con las lágrimas—. Tal vez había otras soluciones como venirme antes de que todo se diera, pero no pude alejarme, así de sencillo, era un imán que me atraía y mi fuerza era mínima... Vine porque él descubrió todo... no sé cómo, pero lo hizo, quería quedarme, buscarla y llevármela, pero no me hizo las cosas fáciles, me amenazó con hacernos polvo. Dijo que podía hacer que Jean Pierre saliera del senado... que... Mil y una cosa —expuso en medio del llanto, sentía dolor por la paliza, dolor en el alma porque sabía que su padre estaba realmente decepcionado, además sentía vergüenza al ver la manera en cómo lo miraba, sabía que estaba intentando calmarse y tratar de entender. Conocía a Jean Paul Le Blanc era un hombre sensato, pero tal vez él había colaborado para que rebasara los límites de cualquier cordura.

—¿Y tú le creíste Jules? —preguntó su hermano mirándolo incrédulo.

—Sí... claro, estaba más que decidido —respondió mirándolo a los ojos y tratando de limpiarse las lágrimas.

—Padri... Frank puede estar muy decidido y tener todo el poder del mundo, pero eso no puede hacerlo... Tampoco creo que nos haga nada, solo quería deshacerse de ti nada más —continuó apoyándolo—. Ahora, creo que lo más idóneo es que trates de olvidarte de ella, dejarla. Debes hacerlo Jules porque Frank no nos hará nada a nosotros de eso estoy completamente seguro, pero si te llevas a su mujer e hijo no va a descansar hasta dar con tu paradero y las cosas podrían terminar muy mal —acotó con convicción.

—Le vas a dar ideas Jean Pierre... ¡Te largas a la casa! —reprendió el padre realmente molesto.

—Padre por favor, por favor, no soy un mocoso, tengo cuatro dedos de frente —respondió Jean Pierre a su padre—. Solo pretendo solucionar las cosas.

—¿Qué cosas vas a solucionar? Nada, este imbécil no va para ningún lado —dijo desviando la mirada a Jules—. De aquí no sales, no vas a seguir jodiendo la vida a los demás solo por tus... tus malditas calenturas —Jean Paul se encontraba alterado, no había cabida para compresión.

—Yo tampoco soy un niño padre —le dijo con certeza y miró una vez más a su hermano—. No entiendes Jean... no es fácil... no entiendes que no puedo, lo he intentado en incontables ocasiones, hasta por el bien de ella, pero es imposible que la olvide —desvió la mirada a su padre una vez más, quien apenas trataba de digerir la información—. Sin ella no puedo respirar, necesito de su aliento para hacerlo... Es ella padre, es la mujer que usted me dijo que algún día me haría falta para respirar... es Elisa y si no quieren ayudarme yo mismo buscaré mis medios, solo esperaré su respuesta para ir a buscarla —aseguró encaminándose hacia la casa mientras Jean Pierre y su padre se quedaron mirándose aturdidos ante la decisión de Jules, quien no les dejó tiempo a disentir.

—¡Jules Louis! Maldita sea —musitó el hombre después de llamarlo—. ¿Qué hice mal? —Le preguntó a Jean Pierre extendiendo los brazos a cada lado mientras se sentía sin fuerzas, derrotado y las lágrimas bañaban las mejillas del hombre—. ¿Qué hice mal? —e preguntaba una vez más—. Perdí a un hermano, perdí a un amigo de toda la vida ¡¿Cómo Jules se atrevió a tanto?! ¡Me rindo!, no puedo más, hagan lo que se les dé la gana —hablaba llevándose las manos a los cabellos en un gesto de desesperación, por lo que Jean Pierre se mostró afectivo como muy pocas veces solía hacerlo y le dio un abrazo a su padre, sabía que no era fácil la situación por la que estaban pasando.

Johanna y Johanne aún aturdidas por todo lo sucedido decidieron irse a la casa y tomaron uno de los caminos laterales para que ninguno se diese cuenta de que ellas habían escuchado la conversación.

Aunque eran jóvenes y no podían comprender muy bien la situación Johanne culpaba a la esposa de Frank porque como mujer debió darse su puesto, mientras que Johanna apoyaba a su hermano y creía en lo que él sentía, si amaba a la esposa de Frank era porque debía ser una buena mujer a la que obligaron a casarse con quien no quería, ella muchas veces le había suplicado a su padre que nunca le arreglara ningún compromiso.

Jules llegó a su habitación y empezó a buscar en el armario los datos que necesitaba para mandar hacer las documentaciones falsas de Elisa, Frederick y él.

Moría por hacerle saber su plan a Elisa y salir rumbo a América apenas tuviese en sus manos las nuevas identificaciones, si su padre no lo ayudaba monetariamente dispondría de la parte de la herencia que le había dejado su madre y buscaría a dónde irse. Compraría una pequeña mansión y con el resto emprendería un negocio, tenía los conocimientos necesarios para hacerlo, pero nunca, ni muerto la olvidaría, Jean estaba loco si creía que podría lograrlo.


Traducción al español: Estrella de Luz

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