CAPÍTULO 4
Jules después de haber disfrutado de un suculento almuerzo en compañía de Kellan, se dirigió a su apartamento. El viento batía con fuerza sus cabellos mientras su mirada se desviaba a segundos de la carretera para observar a la gente caminar por las aceras y sus ojos verdes gris eran enfundados por los lentes oscuros que le protegían las pupilas del brillante sol.
El semáforo en rojo lo hizo detenerse, esperaba a que cambiara cuando su vista captó una nueva tienda, sin dudas era nueva ya que pasaba todos los días por ese lugar y nunca antes la había visto. Tal vez la habían inaugurado los días que estuvo en la mansión Wells.
Las bocinas de los demás autos le hicieron saber que el semáforo había cambiado a verde, se puso en marcha y en la esquina siguiente dio una vuelta en U, sabía que no estaba permitido, pero gracias a Dios no se encontraba ningún fiscal de tránsito, sino la multa sería realmente considerable. Aunque en realidad eso era poco lo que le importaba, lo que realmente le hubiese preocupado sería la suspensión de la licencia de conducir.
Buscó el puesto de estacionamiento desocupado más cercano al establecimiento, bajó y se encaminó a la puerta, antes de entrar sus ojos se posaron una vez más en el nombre de la tienda "Mon amour" Lingerie Française. No pudo evitar sonreír al ser consciente de hacia dónde lo llevaban sus pensamientos.
Se quitó los lentes de sol, entró y recorrió con su mirada el lugar, el cual estaba abarrotado de prendas femeninas sumamente tentadoras, observaba un conjunto de corsé, ligueros y medias en colores beige y rosado cuando se le acercó una dama de unos cuarenta años.
—Disculpe señor, ¿puedo ayudarle en algo? —preguntó llegando hasta él, regalándole una amable sonrisa.
—Sí —confesó posando su atención en la dama y seguidamente recorrió la tienda con la mirada, percatándose de que solo había una mujer de unos veinticinco años revisando algunas prendas. Regresó la vista a la mujer rubia a su lado—. ¿Sería tan amable de cerrar la tienda?
—¿Disculpe señor? —no pudo evitar mostrarse totalmente desconcertada.
—Es que necesito que las chicas me ayuden, no sé mucho de esto y tampoco puedo tomarme todo el día —le aclaró mientras acariciaba entre sus dedos el encaje en color vino de un brassier.
—Como usted diga señor —acotó la mujer con una amplia sonrisa—. Enseguida vuelvo. Mientras, lo atenderá una de las promotoras.
Jules asintió en silencio y la mujer se encaminó dando la orden para que cerraran la tienda.
Admiraba un conjunto de dos piezas en color piel, cubierto por blonda negra, dejando a la imaginación la transparencia mientras visualizaba a Elisa con la prenda. En ese momento se le acercó una mujer joven de cabello oscuro y unos lindos ojos zafiro.
—Ese es precioso —aseguró con una amable sonrisa—. ¿En qué le puedo ayudar? —se ofreció al tiempo que se llevaba las manos y las cruzaba en su espalda, en un gesto totalmente servicial.
—Tiene razón, este me gusta, ¿en qué otros colores lo tienen?
—Es bastante sensual, también lo tenemos en morado, rojo, fucsia, rosado, azul y turquesa —explicaba mientras los buscaba entre las prendas colgadas.
—Perfecto, lo quiero en todos los colores. Mejor dicho, quiero toda la variedad de lencería exclusivamente la parisina, en todos los colores disponibles y también los negligés más sugerentes que tengan.
—¿Está usted seguro señor? —preguntó mirándolo a los ojos, con los de ella brillando intensamente de la impresión.
—Completamente señorita —aseguró con una franca sonrisa.
—Es bastante, creo que no alcanzarán cinco años para estrenarlos todos —aconsejó casi en un susurro.
—No se preocupe, los quiero todos y en todos los colores —reafirmó su pedido.
—Como usted diga señor —se fue en busca de dos chicas más mientras él caminaba tranquilamente con las manos en su espalda, observando e imaginando a Elisa entre transparencias, sedas, satén, crepé y toda la variedad de tela que ahí reinaba.
—Disculpe señor —una de las jóvenes se acercó hasta él—. ¿En qué talla está interesado?
—¿Talla?... Perfecta, es perfecta —murmuró agarrando unos ligueros con medias en color negro.
—En ese caso será una talla pequeña —acotó la chica admirando la prenda que Jules mantenía en las manos—. ¿Y la copa? —preguntó con una sutil sonrisa, revisando un sujetador.
Jules no tenía la más remota idea de las tallas o copas de senos de Elisa, pero no por eso desistiría de su regalo, por lo que agarró un sujetador en morado, lo admiró por varios segundos y se volvió colocando disimuladamente la mano sobre la copa para verificar el tamaño, contactando que era más pequeño, por lo que buscó otro y según su mano esa era la medida.
—Creo que esta es la copa —le dijo volviéndose y tendiéndole la prenda con una franca sonrisa, ante la cual la chica espabiló varias veces seguida, dejándole una sonrisa se retiró.
Jules decidió tomar asiento y dejar a las chicas hacer su trabajo, escuchaba que hacían comentarios entre ellas mismas y dejaban libre algún suspiro, por lo que él solo se limitaba a sonreír por primera vez en mucho tiempo sintiéndose algo intimidado.
Más de una vez le dedicaban miradas sugerentes y le mostraban alguna prenda a lo lejos, posándoselas sobre sus cuerpos y él solo asentía en silencio indicándole que esa prenda también la quería, dejando por fuera el doble sentido de la situación que la joven creaba.
—Disculpe señor, ¿le ofrezco un té, café, agua o algún licor si prefiere? —ofreció la dueña de la tienda, acercándose hasta donde él se encontraba sentado con las piernas masculinamente cruzadas.
—Un poco de agua estará bien, muchas gracias —alzó la vista, la mujer asintió en silencio correspondiendo al gesto del joven, se alejó y regresó un par de minutos después tendiéndole el vaso—. ¿Recién casados? —preguntó queriendo saciar la curiosidad que la taladraba. Regalándole una brillante sonrisa.
—Más que eso, mucho más —respondió agarrando el vaso y se lo llevó a los labios.
—Es usted francés, ¿verdad? —escudriñó la mujer amablemente.
—Sí señora —contestó colocando el vaso en la mesa que estaba a su lado.
—Es que se le nota, aún mantiene el acento —dijo la mujer mirándolo a los ojos.
—Apenas tengo poco más de un año en el país —comentó sonriente.
Después de más de una hora, toda la lencería se encontraba empacada en más de quince bolsas, las cuales variaban en colores vino, negra, blanca, rosada, turquesa, beige, rojas, todas con el nombre de la tienda en dorado y la bolsa variaba en color según el mismo de la prenda en su interior. Ya todo listo dejó su firma de pago con la dama.
—Muchas gracias por su compra señor Le Blanc —se despidió con una gran sonrisa.
—Gracias a usted por su amabilidad. Que tenga feliz tarde —deseó al tiempo que tomaba algunas de las bolsas y con las restantes le ayudó el hombre de seguridad de la tienda.
Elisa había prometido regresarle las llaves a Jules del apartamento, pero cada vez que intentaba devolvérselas él no se lo permitía. Consideraba que era mucho más seguro que ella entrara apenas llegara y no tener que esperar en el pasillo a que él pudiese abrirle.
Cuando el elevador se detuvo en el quinto piso ella abrió la rejilla de hierro forjado y se encaminó por el pasillo con una brillante sonrisa que iluminó su rostro al ver a Jules al final del corredor adherido a la pared, con los brazos cruzados sobre su amplio pecho.
Estaba esperándola con esa media sonrisa retorcida que le despertaba cada nervio de su ser y provocaba que el oxígeno en sus pulmones simplemente se esfumase. Dejó libre un suspiro y pudo ver cómo él ampliaba la sonrisa al darse cuenta de lo que causaba en ella, por lo que solo seguía riendo mientras negaba con la cabeza.
Sabía que ya no haría nada con las llaves por lo que las guardó en su bolso y al fin el corredor dejó de parecerle tan largo y tenía al hombre que jamás había soñado en frente, se puso de puntillas para darle un beso, pero antes de que los labios pudiesen tocarse todo quedó a oscuras.
—¿Qué es esto? —preguntó en medio de una espiral de desconcierto y felicidad—. ¿Qué haces?
—Esto es una cinta de seda negra —alegó sonriendo mientras creaba un nudo—. Y te estoy vendando los ojos.
—Sí ya me di cuenta de eso... pero ¿para qué? —curioseó llevándose las manos a los ojos vendados mientras seguía sonriendo.
—Es una sorpresa, ya lo verás —aseguró tomándola por una de las manos.
—Jules, ¿qué es esta vez? —preguntó dejándose guiar por él, no tenía más opciones.
—Si te lo digo ya no sería sorpresa, ya falta poco... ten cuidado —pidió Jules al tiempo que abría la puerta de la habitación y llevaba la mano de ella a sus labios, depositándole un suave beso—. Espera... no vayas a quitarte la venda hasta que yo lo diga.
Elisa solo asintió en silencio al tiempo que escuchaba una puerta abrirse o cerrarse, no podía saberlo con certeza y segundos después sintió esa incomparable energía del cuerpo de Jules detrás de ella, seguidamente de las manos de él desamarrando la cinta e inevitablemente ante la expectativa el corazón se le instaló con latidos apresurados en la garganta.
Justo en el momento en que el pañuelo de seda dejó de vetarle los ojos, espabiló varias veces para aclarar la vista y su boca se abrió sin poder evitarlo ante lo que veía, la emoción caló cada parte de su ser al tiempo que se acercaba al gran armario y rosaba con manos temblorosas las telas.
—¡Esto es demasiado Jules! ¿Qué has hecho?... Están preciosos —sacó uno y lo admiró sin poder creerlo, disfrutando de la suavidad de la tela—. ¡Son bellísimos! —se volvió topándose con un Jules sonriente y sosteniendo la cinta que tenía aún en las manos. La garganta se le inundó inmediatamente—. Jules eres demasiado para mí, nunca... nunca soñé tener algo así... ¿Por qué me haces esto? —reprochó acercándose hasta él al tiempo que las lágrimas se hacían presentes debido al alto grado de emoción que la embargaba.
Él llevó sus manos a las mejillas de ella, con un chasquido de sus labios y negando con la cabeza le limpió las lágrimas con los pulgares.
—No... mi vida no llores, solo es un regalo nada más y ¿cómo que es demasiado? Si nada, nada es demasiado comparado contigo, si eres ese ángel que me ayuda a soportar las más terribles pesadillas, eres tan perfecta, tan verdadera —aseguró mostrándole media sonrisa, a la que ella correspondió de la misma manera.
—Solo lloro de felicidad... es que tú despiertas mi sensibilidad —dejó libre un suspiro—. ¿Dónde quedó la mujer fría y desgraciada que era? —se preguntó recorriendo con la mirada la habitación. Él soltó una pequeña carcajada—. En serio Jules, debiste conocerme, era una desgraciada sin alma, no me importaba hacerle daño a nadie... me burlaba de todos y...
—Pues claro que te conocí, ¿acaso no recuerdas cuando me botaste de tu casa porque defendí a Irene y a Flavia? Te juro que estaba dispuesto a largarme y pensé que eras una mujer fría, sin sentimientos, caprichosa, malcriada... que solo te hacía falta quien te pusiese los puntos sobre las íes... —dejó libre un suspiro y le dio un beso en la frente—. Pero después llegaste a mi habitación y solo bastó que me tomaras la mano para desbaratarme y querer que esta pelirroja engreída no me soltara por nada del mundo —confesó colocándole un dedo en la punta de la nariz, esa nariz elegantemente respingada, decorada por algunas pecas—. Y todo lo disfracé siguiendo tu juego... tanto, que hasta yo mismo me lo creí... creí que solo me bastaría con jugar, pero te aseguro que esa mujer calculadora y fría aún está por ahí dentro —le señaló el pecho—. Esperando el mejor momento para salir una vez más, de esa manera te defiendes... lo haces, pero que no sea conmigo porque cuando lo usaste me dejaste hecho polvo... no creas que no recuerdo el día que hiciste que transfirieran a Nicole... —ella dejó libre media carcajada.
—Estaba celosa, realmente estaba muy celosa. No quería perderte y no quiero que ninguna mujer te mire, mucho menos que te toque; ya sé que soy egoísta, pero te amo Jules y moriría si buscaras a otra mujer —carraspeó sintiéndose realmente vulnerable, por lo que prefirió cambiar de tema—. Quiero probarme algunas prendas de esta maravillosa lencería... Porque solo tengo batas de las mismas que utiliza mi abuela... Comprenderás que no me entusiasmaba para nada comprar este tipo de prendas, al parecer te has dado cuenta y no tienes idea de lo que me encantan —acotó sonriendo al tiempo que llevaba las manos al pecho de Jules haciéndolo retroceder varios pasos, hasta que tropezó con un sillón.
Jules mostraba una maravillosa sonrisa cargada de erotismo y desconcierto. Ella le colocó las manos sobre los hombros haciendo presión e indicándole que tomara asiento, lo que él hizo lentamente manteniendo el contacto visual.
Ella llevó las manos a las rodillas de Jules, abriéndose espacio entre las extremidades, se arrodilló acariciando los muslos masculinos, le quitó la cinta y la colocó sobre el reposabrazos del sillón.
—Ponte cómodo y relájate amor —ronroneó acariciándole el amplio pecho, ya a él empezaba a acelerársele la respiración.
Elisa llevó una vez más las manos a las rodillas de Jules para apoyarse y ponerse en pie. Se encaminó hasta las ventanas cerrando las cortinas y dejando la habitación en penumbras, segundos después el lugar se iluminaba tenuemente por los veladores que se encontraban sobre las mesas de noche, mientras él seguía atentamente con la mirada cada uno de los movimientos felinos de Elisa al desplazarse por la habitación.
—¿Qué haces? —preguntó con voz ronca ante el deseo que empezaba a bullir en él.
—Busco algo que me sirva, listo aquí está... Algo me decía que tendrías esto —Elisa se volvió encontrándose con una sonrisa arrebatadoramente sensual, la que provocó que se vaciaran sus pulmones. De una profunda inhalación volvió a llenarlos y rápidamente se encaminó al armario, tomando varias prendas al azar mientras la mirada verde gris la acosaba en cada paso que daba.
Entró al baño dejando la puerta abierta mientras él se mantenía sentado, respirando acompasadamente para controlar sus latidos. La luz del baño se encendió y los minutos para Jules se hacían eternos, pero para ella pasaban sumamente rápidos mientras se desvestía e improvisaba un rápido peinado, acorde con lo que pensaba colocarse, por fin estaba lista.
—Cierra los ojos —pidió en voz alta desde el baño.
—Listo, ya los cerré —respondió dejando libre un suspiro que cambió a sonrisa mientras se mantenía con los párpados caídos.
Elisa asomó solo el rostro para comprobar que Jules no le estuviese haciendo trampas, al ver que tenía los ojos cerrados se encaminó hasta el gramófono y colocó el disco de vinilo que había encontrado anteriormente, de inmediato las notas del piano y saxo inundaron el lugar.
En ese momento Jules abrió los ojos y apenas podía espabilar al verla en el umbral con un conjunto de encaje bordado en negro y fucsia, con medias y ligueros negros. Llevaba el cabello recogido de manera despreocupada, haciéndola ver aún más provocativa, con las manos en la cintura se movía de un lado a otro, regalándole una vista generosa de las curvas de sus caderas y glúteos que se veían magníficos entre encaje transparente y como si no fuera suficiente con la vestimenta y el peinado, estaba lanzándole besos y miradas sugerentes.
Respiró profundamente y el calor ya empezaba a calar en todo su cuerpo, por lo que sin dejar de mirarla empezó a desabotonarse la camisa mientras ella le mostraba una gran sonrisa.
Elisa se acercó hasta él lo suficiente como para dejarse apreciar mejor, sintió su vientre contraerse al ver cómo las pupilas de Jules se dilataban al punto de robarle el color a los ojos. Sin ningún reparo fijó esos dos faroles ébano en el escote que ella le ofrecía. Se dejó llevar por sus deseos y le dio un beso en el cuello, disfrutó de ese gruñido que se le escapó.
—Solo relájate —le susurró al oído al ser consciente de lo que estaba causando en ese hombre. Él intentó llevar las manos a las caderas de ella, pero lo detuvo en sus intenciones mientras negaba con la cabeza—. Todavía falta —retrocedió dos pasos y se dio media vuelta, encaminándose nuevamente al baño, dejándole un despliegue de sensualidad al caminar, moviendo las caderas al punto de enloquecer al francés.
Al llegar al umbral, dejó por fuera medio cuerpo y le guiñó un ojo para perderse una vez más de la vista de Jules.
Él hacía acopio de todo su autocontrol para no salir corriendo hasta el baño y arrancarle cada prenda, viéndoselas puestas se daba cuenta de que había sido una mala idea haberle hecho ese regalo, porque estaba seguro que no tendría ni un segundo de paz. Mientras la esperaba se acariciaba la parte interna de los muslos, intentado lidiar con las ganas que estaban a punto de incinerarlo.
Pensó que minutos antes cuando se presentó ante él con ese conjunto negro y fucsia lo desalmaría haciéndole galopar la sangre que sus venas amenazaron con estallar, pero en ese momento que se materializaba con el maquillaje un poco más intenso, había oscurecido sus ojos un poco más y eso hacía que el color miel en ellos lo cautivara y lo dejara sin aliento. Se acomodó en el sillón descansando los codos sobre las rodillas mientras frotaba las palmas de sus manos para controlarse, al tiempo que su mirada recorría cada centímetro de la anatomía femenina.
Elisa llevaba el cabello recogido en un moño a medio lado y un corsé negro completamente liso, solo decorado en el escote con unas cintas en color vino, la bendita prenda le reclamaban moldear la diminuta cintura, medias negras lisas hasta los muslos con los bordes en encaje y con sus zapatos de tacón negros. Iba a provocar que Jules hiciera combustión espontánea.
Él se removió en el asiento, volviendo a adherir la espalda al sillón, apretando con fuerza los posa brazos, dejando ahí las ganas que le gritaban que corriese hacia ella.
Ella pasó de largo, apenas dejándole una sonrisa, con la que casi lo aniquilaba. No sabía qué pensaba hacer, ni por qué había salido de la habitación, aprovechó el momento a solas y se quitó los zapatos, calcetines y se desabrochó la correa para estar más cómodo.
La vio regresar con una botella de champagne y dos copas acercándose hasta él, puso las cosas sobre la mesa que estaba a su lado mientras servía. Él estiró la mano para ayudarle, pero Elisa le dio un manotón para que no lo hiciera, indicándole con ese castigo que debía permanecer inmóvil. Llenó ambas copas y le tendió una a él, quien la recibió con media sonrisa y la mirada brillante al tiempo que se mordía el labio.
—Aún no la tomes —le pidió ella en un susurro.
Elisa se encaminó y se sentó ahorcajadas en una silla, dejando el espaldar entre sus piernas, haciendo que él tragara en seco y la copa en su mano temblara.
Ella levantó la copa, con ese gesto invitándolo a un brindis que se hizo completamente en silencio, se la llevó a los labios lentamente, manteniendo la mirada fija en el francés. No hacían falta las palabras porque sin dudas estaban celebrando ese momento.
Jules vació la bebida dorada de un trago y se sirvió un poco más. Elisa lo estaba torturando de la manera más divina que pudiera existir, con esa distancia de por medio, ella tan provocadoramente sentada y manteniendo ese silencio que solo lo irrumpía las notas del saxo y piano; sin embargo, sus miradas se decían tantas cosas... cosas que hacían hervir la sangre en ambos. La observaba mientras trataba de controlar sus latidos, al tiempo que se masajeaba la nuca con la mano libre y una vez más humedecía los labios con su lengua.
Estar sentado cada vez se le hacía más incómodo, por lo que se removía y se peinaba los cabellos con los dedos.
Elisa lo miraba sonriente al tiempo que terminaba su bebida, se puso de pie, dejó la copa sobre la mesa y se encaminó una vez más hasta él; Jules tendió la mano para tomarla, pero una vez más ella no se dejó.
Caminó y se paró detrás de él, depositándole un beso en el cuello y otro en la mandíbula, arrancándole un ronco jadeo, la mirada de Elisa siguió una de las manos de Jules que se posó en su masculinidad y se la frotaba descaradamente, mostrándole con ese gesto que estaba en su punto más alto; la respiración de él era sumamente audible ante su deseo desbocado haciendo que todo su cuerpo vibrara. Elevó la otra mano para tocarla.
—No me toques —le exigió en voz bajita y sensual, quitándose la mano de él del cuello—. Y deja de tocarte de esa manera —con la mirada anclada en la mano que mantenía una danza íntima con el músculo palpitante de él.
—Me estás volviendo loco y necesito hacer algo, no aguanto la temperatura —se excusó sin dejar de darse placer por encima de su pantalón.
Elisa dejó libre una sensual carcajada que ahogó en el oído de él y se estiró un poco rozando el escote contra la espalda masculina al tiempo que tomaba la venda que aún se encontraba en el reposabrazos del sillón y la haló.
A pesar de que Jules estaba concentrado en el suave y tibio roce en su espalda, se percató de lo que Elisa atrapaba, por lo que dejó libre un nuevo jadeo al suponer lo que esa mujer haría con él, segundos después ella ataba la cinta y lo dejaba completamente a ciegas.
—Solo espera un momento —le susurró una vez más.
—Elisa... amor, no me hagas esto, mira cómo estoy... ya no aguanto —suplicó sin obtener respuesta.
Elisa caminó de regreso al baño, se lavó la cara, se quitó las prendas y se recogió el cabello en una cola de caballo poco elaborada.
Jules por fin sintió las manos de Elisa recorrer su pecho y abdomen con extrema lentitud, incinerando la piel ante el roce, se deshizo de la camisa y lo tomó por las manos, invitándolo a ponerse de pie, lo que hizo cuidadosamente por estar a ciegas. La tibia respiración de esa mujer sobre su vientre y las manos desabrochando su pantalón, el sonido de éste al caer, la sensación de las manos de ella en sus caderas, lo hicieron apretar los dientes con todas sus fuerzas y que inmediatamente su espalda y frente se perlaran, sintió alcanzar la gloria cuando Elisa tomó entre las manos su masculinidad sumamente dilatada, palpitante, caliente, provocando que liberara gotas de su tibio líquido.
No estaba preparado, por lo que un jadeo retumbó en la habitación al tiempo que su cuerpo se estremecía al sentir la punta de la lengua de Elisa retirando la savia mientras las manos lo mantenían inmóvil a la altura que ella necesitaba.
Elisa arropaba la erección de Jules con las palmas de sus manos, jugueteaba con la lengua en el punto más vulnerable de toda esa fascinante anatomía; bordeaba y surcaba, a segundos se detenía observando el rojo rubí mientras saboreaba en su boca los sabores de Jules, se lo llevó por completo a la boca, provocando estremecimientos en él, impregnándolo con su saliva y saboreándolo.
Las manos de Elisa empezaron a cobrar movimiento, agitándolo suavemente al tiempo que todo el ser de Jules se desbocaba, su vientre y abdomen vibraban desesperados, se sentía a punto desmayar, las piernas le temblaron cuando ella lo cubrió por entero con su boca, llevándoselo completamente al fondo de la garganta y en un acto reflejo él llevó sus manos a la cabeza de ella e introdujo sus dedos entre las hebras rojizas; la calidez y la humedad de sus labios y lengua mancillando su falo lo hacían delirar mientras que él con sus manos dominaba a Elisa en el movimiento exacto de su cabeza, la sentía sofocada por lo que la dejó liberarse y que pudiese respirar mientras él recobraba un poco el sentido.
No sabía dónde estaba ni quién era; solo sabía con quién estaba, pero actuaba por instinto, arrastrado por el placer, podía escucharla paladear sus savias, degustándolas y eso lo hacía enloquecer aún más, la respiración de ella nuevamente se estrellaba contra su punto más rojo.
—Leche moi là où tu sais —susurró instándola a que continuara, ya no podía pensar en inglés... solo dejarse llevar y ser él, ser Jules Le Blanc. Dejó libre un jadeo y se mordió los labios cuando Elisa empezó a zigzaguear con la punta de su lengua la fresa de lujuria que él le ofrecía—. Non ne t'arrête pas, plus profond —logró pedir con la voz ahogada y agitada, llevando una vez más la mano a la cabeza de Elisa, para que devorara por completo su músculo, algo que ella hizo con el mayor de los placeres, sintiendo cómo llegaba a su garganta, llenándola por completo—. Continu —le ordenó mientras él mismo la guiaba con sus manos—. Que... que j'aime quand tu fais ça —acotó cuando ella le tomaba con una de las manos los testículos y se los masajeaba suavemente, Elisa al escucharlo le brindó aún más placer.
A ciegas le acariciaba las mejillas a esa mujer que le estaba brindando tanto placer y que en ese momento podía escuchar cómo tragaba la mezcla de ambos, saliva y fluidos, haciéndolos sentir más unidos que nunca.
—¿Qué llevas puesto? —preguntó, atacado por la curiosidad y una vez más ella volvía a la carga, sintiendo que Elisa le robaba todas las fuerzas, estaba avasallándolo con solo usar la boca.
Ella dejó libre un jadeo sofocado ante lo que llenaba su boca, los sentidos de Jules estaban en guardia para poder compensar su visión, el único que se encontraba fuera de juego, pero justo en ese momento sabía que no era tan necesario, cuando escuchaba hasta el más mínimo roce de los labios de Elisa surcar su músculo, la fricción de sus manos ayudando a darle ese placer único, los labios de ella lo liberaron solo para decir:
—Adivina —y una vez más introducía en su boca la presa que devoraba con movimientos más rápidos. Con solo él hablarle en francés la había llevado a un punto sumamente alto de excitación, se sentía tan plena y llena de placer como él mismo, por eso obedecía todo lo que pedía.
—Maldita sea... no lo sé... no lo sé, me voy a desmayar —levantó la vista vendada al cielo, tragando en seco, apretando su mandíbula a más no poder y presionando entre sus manos la cabeza de Elisa siguiendo los movimientos de ella—. Me estás quitando el alma... estoy en el infierno y el cielo, los dos al mismo tiempo... no puedo más... basta, detente —ordenó y él mismo la alejaba de su erección, necesitaba un poco de tiempo para no quedar a mitad de camino, debía recobrar el control y que los niveles de adrenalina disminuyeran un poco.
Elisa lo liberó y se puso de pie, tomando las manos de Jules entre las de ellas.
—Tócame —pidió colocando las manos de Jules sobre sus pechos.
Él inmediatamente gruñó, ella se alejó dos pasos dejándolo desamparado mientras lo admiraba y se decía que Jules era una combinación única, era un ángel y un demonio, uno vendado y empapado en sudor, repasándose los labios con la lengua e insinuándole las ganas que lo consumían. Uno que llegó a abrirle la reja de esa jaula de oro y al ver que no podía liberarla, prefirió encerrarse con ella en ese lugar y ponerle color a su vida.
Jules cerró el espacio entre ambos y la amarró en un abrazo sumamente fuerte, recorriéndole la espalda con ardientes caricias, obligándola a desearlo a morir, él trataba de adivinar dónde estaba la boca de esa mujer que lo enloquecía y no desistió hasta capturarla y halarle el labio inferior en un mordisco que precedió a un beso abrazador.
Ambos sentían ahogarse por la falta de oxígeno, pero era más poderoso el furor de sentir las sensaciones de esos besos, desde sensuales hasta lastimeros, él abandonó la boca de ella y se dirigió al cuello.
—Espera un momento... —pidió Elisa para quitarle la venda, pero él la detuvo.
—Déjala... no me la quites —tomó entre las manos de él las de ella—. Sujétala mejor —susurró roncamente—. Quiero amarte a ciegas y saber que aún en la penumbra puedes brindarme tanto. Dame todo de ti Elisa... dame tu alma.
—Toma de mi lo que quieras... lo que quieras, aunque ya todo te lo he dado —reforzó el nudo de la cinta para que no cediera.
Él empezó a recorrer el cuerpo de Elisa en descenso, deteniéndose en las colinas agitadas ante la respiración de ella, succionaba, lamía, mordía una mientras que la otra no la descuidaba, con una de sus manos la masajeaba y la estrujaba, arrancándole jadeos que podían escucharse en toda la habitación.
Siguió bajando hasta ponerse de rodillas, acariciándole el vientre, besándolo, saboreándolo poro a poro, descansando la mejilla sobre él, solo por sentir la suave piel mientras sus manos moldeaban, estrujaban y se perdían en su cintura, glúteos y muslos.
Los suspiros de Elisa no paraban, todo el cuerpo le temblaba, sentía que terminaría por desintegrarse y se aferraba con fuerza a los cabellos castaños como si ese fuese su único cable a tierra.
—Separa las piernas —pidió Jules en un susurro extremadamente ronco.
Elisa, como autómata obedeció, mostrándole a él el camino en la penumbra, a tientas Jules se apoderó de una de las piernas de ella y la dejó descansar sobre su hombro. Acercándose peligrosamente, provocando que las palpitaciones en Elisa aumentaran desmedidamente ante su tibio aliento.
Con las yemas de los dedos se marcó el camino, acarició de arriba abajo, haciendo cada vez más profunda su intromisión, se hacía espacio entre los labios vaginales, empapándose cada vez más. Como quien deshoja una flor, separó y pasó lánguidamente la lengua en una primera probada, arrastrando la savia hasta el punto inicial, ahí en ese botón que succionó por largo rato, arrancándole a Elisa la más ardiente exclamación de placer.
Seguía abriéndose camino con los dedos a esa fuente de vida que tanto adoraba, esa por la que deliraba y disfrutaba del elixir que ese sabor único le brindaba.
Hurgaba con su lengua, sintiendo en las vibraciones y movimientos de ésta el palpitar tibio de esa flor de fuego, ayudando con sus labios a que esa fuente de placer inagotable no desperdiciara ni una preciada gota, solo deseaba que lo inundara con sus fluidos, logrando que el tiempo perdiera sentido y poco a poco, muy despacio, el olor empezaba a envolverlo.
A Elisa los gemidos se le escapaban a raudales, todo su cuerpo temblaba y su mundo se había vuelto de revés, tiraba de los cabellos de Jules y en algunas ocasiones presionaba con fuerza su centro contra el rostro de Jules, sofocándolo entre sus pliegues, su pelvis se movía al compás de esa lengua que le arrebataba los sentidos. Los espasmos casi salvajes le anunciaban las puertas del cielo.
Jules se deleitaba con el divino sonido de la garganta de Elisa al ahogar los jadeos, lo que aumentaba en él ese sátiro deseo por complacerla, aumentando e intensificando sus succiones y lamidas mientras la sostenía por las nalgas, apretándolas hasta dejar huellas en la piel.
Elisa fue llevada por Jules a un planeta desierto, todo a su alrededor se desdibujó con el movimiento de su lengua como hierro candente, llevándose el aire, la luz, el espacio y el tiempo para regresar huérfana a sus brazos. Él se dejó caer, la tomó por la cintura y la ayudó a ponerse a ahorcajadas sobre él.
Jules volvió a la carga, comiéndosele los senos, sentía sus labios sumamente rojos, hinchados y algo adormecidos por todo el trabajo realizado entre los muslos de esa mujer, pero no lograba saciarse, amarla como si fuese la única oportunidad para hacerlo nunca era suficiente.
—Amor mío —Elisa interrumpió el silencio con la voz aún agitada—. Eres el aire que respiro, estás presente en cada uno de mis despertares, no hay un solo rincón donde no estés... me siento viva cuando me tocas, cuando me miras... —le hablaba al oído mientras le acariciaba la espalda; se interrumpía para darle besos en el cabello y mejillas—. ¿Quieres que te quite la venda? —preguntó al notar el silencio en él.
Jules negó con su cabeza en un movimiento lento.
—No necesito de mis ojos, recuerda que te los di... son tuyos, solo tuyos niña de mis ojos. Me bastan tus caricias, tu voz —decía cerrando aún más el abrazo y Elisa percibió cómo él empezó a palpitar salvajemente.
Jules no esperó a que ella reaccionara cuando la tomó por las caderas, invitándola a iniciar los movimientos que ambos requerían para alcanzar la gloria. En él se disparó nuevamente la adrenalina y la sangre a punto de hacerle estallar las venas.
Recibía ese calor mojado que Elisa le brindaba en su ascenso y descenso, se sentía al borde de la locura, viviendo al máximo cada segundo, cada gesto, atrapando a momentos los senos de ella que rebotaban cerca de su boca.
Una estampida de jadeos y gruñidos se le agolparon en la garganta, anunciando que estaba a solo segundos, llevó las manos a los hombros de Elisa, pidiéndole sin palabras que se detuviera en ese preciso momento para que le robara el alma con sus fuertes succiones.
—Maldita sea, necesito verte ahora —confesó quitándose de un tirón la venda, en un movimiento rápido y sin que ella pusiera la menor resistencia la volvió de espaldas a él.
Elisa sabía perfectamente lo que debía hacer, por lo que se posicionó apoyando sus rodillas y las palmas de sus manos en el suelo mientras que él se incorporó colocándose de rodillas y acomodándose en el espacio perfecto que le hizo la pelirroja entre sus piernas, la tomó por las caderas y compartieron un jadeo del más crudo placer cuando él entró en ella de una certera y contundente estocada, llenándola por completo, nublándole la razón, dando paso al descontrol y arrebato, alargando el momento más esperado hasta perderse; Elisa se abandonaba a merced de los movimientos de Jules, deseando que fuesen más y más violentos, con un latir enloquecido entre sus piernas.
Jules llevó una de sus manos y le recorrió por completo la espalda, pasando por la nuca, se detuvo en los cabellos y retiró la liga que los mantenía sujeto, provocando que se derramara y quedara suspendido en el aire, acoplándose al movimiento de los cuerpos.
Él masajeaba el cuero cabelludo de ella, que en compañía de sus embestidas las hacían delirar, deseando morir de tanto placer y se peguntó: ¿Quién no quisiera morir ahora, aún despeinada? Acompañando a su pensamiento una sonrisa que se transfiguró por la ola de placer que recorría todo su ser.
Todo el cuerpo de Jules temblaba al ver a Elisa de rodillas de esa manera para él, sintiendo abismos que se abrían, notando la vibración de las gotas de sudor en la espalda de ella mientras seguían en su divina lucha, llenándose de placer ante el sonido de los cuerpos lascivos que se golpeaban, incrustándose uno en el otro mientras a Elisa se le deshacía la garganta en jadeos y gritos.
—¡Ahora!... ¡más!... ¡más! —suplicaba con los ojos cerrados y relamiéndose los labios mientras arañaba la alfombra.
Se sentían estar uno dentro del otro, asfixiándose, renaciendo en el momento perfecto, silbando el ritmo que los apuraba y terminaron por explotar en acuosos placeres.
Jules se dejó caer lentamente sobre la espalda femenina, cerrándole la cintura con uno de sus brazos, besando cansadamente la nuca húmeda en sudor mientras su cuerpo aún respondía atravesando la flor palpitante, lenta e intensamente hasta sentir que ya no había nada en él, que todo lo tenía una vez más ella.
Muchas veces había querido asomarse a sus piernas y no quedarse atrapado en ellas, tal vez allanar los pliegues mojados y no terminar entre las sábanas, olerla sin perderse en sus aromas o escucharla y no creer en sus palabras, pero era imposible, solo bastaba una mirada y estaba perdido.
Elisa al sentir que Jules se detuvo por completo, permitió que su cuerpo cediera ante el cansancio y se abandonó cayendo lentamente, siendo acompañada por él.
Jules la acomodó sobre su pecho, esperando reavivar las ganas para entregarse a ella nuevamente y Elisa estaba completamente dispuesta a recibirlo todas las veces que fuesen necesarias.
Ella alzó la cabeza para mirarlo a los ojos y la boca de Jules una vez más la arrastraba, sus besos giraban sin parar, solo deseaban amarse sin llegar a preguntarse si su historia tendría final, porque todo desaparecía, para ella el mundo perdía su rumbo entre los brazos de Jules, los que le brindaban la paz de un mar en calma y al mismo tiempo la desarmaban con tiernas caricias en su espalda.
Traducción al español: Pasa tu lengua por donde sabes.
Traducción al español: No te pares, más profundo.
Traducción al español: Continúa.
Traducción al español: Me... me gusta cuando haces eso.
Nota: Espero que hayan disfrutado de este capítulo, sin duda, Jules quiere despertar la sensualidad de Elisa.
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