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CAPÍTULO 39


Un mes para algunos puede pasar rápidamente, pueden pasar tantas cosas, pero para él fue mucho más que lento, para él que se quedó estancado en el tiempo, en la última sonrisa, en esa última mirada, en el último te amo sin saber que lo sería.

Caminaba por inercia, bajaba la rampa con maleta en mano mientras recorría con su mirada el puerto Le Havre, aún recordaba la última vez que vio el lugar y se preguntó ¿Cómo serían las cosas en Francia sin él? Le costaba tanto imaginárselo, ahora suponía que se creía demasiado importante, en ese tiempo creía que su casa ya no sería la misma si no estaba, pensaba que durante su ausencia la vida iba a detenerse, que se haría un alto para asimilar su partida pero el mundo no se paraba, seguía su marcha sin importarle si estaba o no, el único que se quedaba suspendido era él, ahora quería imaginarse ¿Cómo sería Chicago sin él? Anhelaba que por una vez el mundo pudiese detenerse, que se quedara igual que su alma... Que al menos esperara por tres meses, era justo el tiempo que lo necesitaba detenido.

Caminaba entre la multitud en busca de un taxi. Solo una cosa le había gustado, aunque al mismo tiempo lo hacía sentirse cada vez más triste, era escuchar a todos a su alrededor hablar francés, hablar su idioma, lo que le gritaba que estaba en Francia, quería negarse esa posibilidad, pero la realidad lo golpeaba cada vez con más fuerza.

Con un ademán mandó a detener el vehículo que lo llevaría hasta la estación de trenes, pero antes de subir vio algo que fue mucho más fuerte que su decisión de no perder tiempo, era su paladar que se moría de ganas por probar al menos un beignet, por lo que se acercó a la vitrina y pidió tres, entre ellos uno de piña, el que no pudo evitar devorar antes de subir al taxi, los demás bocadillos le siguieron sin mucho esperar.

Apenas salían del puerto, pero se moría por pedirle al chofer que regresaran para comprar si era preciso una docena, cada vez entendía menos esas ansias que lo acosaban, muchas veces se salían de sus manos y por muy mal que se encontrara, los antojos eran más fuertes y terminaba comiendo en cantidades insólitas, aunque después terminara devolviéndolo en el primer lugar apropiado.

Durante el trayecto recorría con su mirada las calles, percatándose de que era poco lo que habían cambiado, durante los casi dos años que estuvo fuera del país. Después de cuatro horas estaba en un tren rumbo París, era menos lo que faltaba para por fin llegar a su casa y buscar la solución, esperaba encontrarla en dos semanas, escribirle a Elisa e idear el plan para ir por ella, terminó por quedarse dormido pensando en la mejor solución, realmente no le extrañó que el operador del tren le anunciara que habían llegado; él ni por enterado porque últimamente cuando dormía, lo hacía profundamente.

El automóvil se detuvo en la entrada de su casa, la que Jules admiró por la ventanilla, dejó libre un suspiro y se dispuso a bajar, llevando solo con él un maletín porque todo lo demás lo había dejado en su departamento en Chicago, no quería cargar con tanta ropa, solo la necesaria.

Su casa estaba igual, no había cambiado nada, los cuatro pilares imponentes en su entrada, esa arquitectura barroca que la caracterizaba, buscó el dinero para pagarle al chofer y se armó de valor por lo que dejó libre un nuevo suspiro y bajó del vehículo.

Emprendió el camino hasta la puerta principal y sentía sus pies sumamente pesados, pero al mismo tiempo se sentía feliz porque vería a su familia después de tanto tiempo, llamó a la puerta un par de veces y el ama de llaves casi lloró de felicidad al verlo, sin poder creérselo porque él no había informado de su regreso.

—¡Joven Jules! —Fue lo único que dijo con la emoción a flor de piel, al tiempo que Jules dejaba caer el bolso a sus pies y le daba un abrazo a la mujer que prácticamente lo crió, depositándole un beso en la mejilla y no pudo evitar reír ante la felicidad de verla—. ¡Qué felicidad tenerlo en casa! No esperábamos su regreso —esbozó estrechándolo cariñosamente.

—Aquí estoy Ivette —le dijo apartándose del abrazo y tomando entre sus manos el rostro surcado por arrugas de la mujer, le depositó un suave beso en la frente. En ese momento tuvo que tragarse las lágrimas que se le arremolinaron en la garganta, se moría por decirle que había necesitado mucho de ese abrazo, por lo que se quedó suspendido en el beso con los ojos cerrados.

—¡Julessss! —irrumpió en el lugar el grito de una joven que bajaba las escaleras, él se percató de la presencia de quien corría a su encuentro, por lo que se apartó un poco de Ivette y abrió los brazos para recibir a la mujercita que se lanzaba a él, la atajó elevándola mientras ella se le aferraba al cuello.

—¡Johanna! ¿Qué haces aquí?... Pensé que estarías en Londres —hablaba dándole besos en las mejillas. Suponía que su hermana debía estar en la secundaria.

—¿En qué mundo vives Jules? Estamos de vacaciones y papá nos quiso en casa esta vez... Realmente me moría de ganas por ir a la Toscana, pero ya sabes cómo es él —interrumpió otra joven que bajaba las escaleras con suma elegancia y apenas un atisbo de sonrisa.

—Johanne... Ven aquí —pidió halándola por un brazo mientras que Johanna seguía aferrada a él, cerrándole con las piernas la cintura.

Jules acercó a su costado a la gemela y le dio un beso en los cabellos.

—Johanna ¿Podrías bajarte?, pareces una mona... ¡Por Dios! aún no sé cómo eres mi gemela.

—¿Estás celosa Johanne? —preguntó Jules sonriendo como no lo había hecho en los últimos días.

—¿Yo? ¿Celosa? Por favor Jules. Solo que es poco decoroso cómo está... ¡Si te está asfixiando! —dijo mirándolo y haciendo un gesto de exageración.

—¿Te estoy asfixiando hermanito?... querido... adorado... —exageró depositándole besos en mejillas y frente para después mirarlo a los ojos, ante lo que Jules negó con la cabeza frunciendo el ceño y la nariz—. ¿Por cierto, qué haces aquí? ¿Por qué no avisaste que vendrías? —interrogó liberando a su hermano y bajándose.

—Porque quería darles la sorpresa —contestó acomodándole un mechón detrás de la oreja—. Y porque me hacían mucha falta —se vio obligado a desviar la mirada ante la carcajada que soltó Johanne.

—Por favor Jules... ¿Nos extrañabas? ¿Te arrancabas la piel por vernos y ni siquiera sabías que estábamos en el mes de vacaciones? —se burló mientras se encaminaba a uno de los sofás de la sala.

—Está bien —masculló—. Se me presentó un inconveniente y tuve que regresar... ¿Esto qué es? —preguntó señalando el rostro de la joven y mirándola detenidamente, sin poder evitar sonreír.

—Maquillaje —respondió Johanna por su hermana—. Ahora se maquilla, ya se cree toda una mujer —le dijo a Jules quien la admiraba sonriente, se daba cuenta de cuánto había extrañado mucho a sus hermanas.

—Soy una mujer Johanna... Eres tú quien no se resigna a crecer, madura tenemos dieciséis años —recalcó con sarcasmo.

—Déjala Anne... Si ella aún se siente una niña es porque lo es —respondió Jules acercando a Johanna a su pecho y dándole un beso en los cabellos al percatarse de que su hermana se había sentido mal por el comentario.

—¿Y papá? —curioseó mirando a su alrededor, viendo la casa solitaria.

—De cacería... se fue con el padrino, al parecer después de viejo está empeñado en ganar el primer puesto en el torneo anual y ahora practica casi todos los fines de semanas —contestó una de las chicas—. Debe llegar esta noche o mañana a primera hora.

La conversación entre los tres hermanos se extendió por un poco más de dos horas, hasta que Johanne le pidió a su hermana que dejara respirar a Jules porque debía estar agotado por el viaje.

Jules subió a su habitación, la que ya estaba preparada para recibirlo, después de que Ivette la enviara a acondicionar. Se dio un baño y no podía negarlo, se sentía feliz por ver a sus hermanas, después de ducharse solo se colocó el pantalón de uno de sus pijamas y se metió en la cama e intentó dormir un poco, lo que consiguió sin el mínimo esfuerzo, a pesar de su dolor cuando menos lo esperaba se quedaba rendido.

Se encontraba caminando por un callejón en penumbras, lo recorría tanteando las paredes rústicas, lastimando a segundos sus dedos, pero era lo único que lo orientaba en su camino, que no lo llevaba a ninguna parte porque no había salida o tal vez sí la había, pero ante la oscuridad era imposible divisarla.

De igual manera avanzaba, no había otra opción y en el momento menos esperado tuvo que llevarse una mano a los ojos ante la luz cegadora que apareció al final del pasillo, esa que lastimó el verde gris. Él parpadeaba intentando coordinar un poco y divisar dónde se encontraba pero el llanto de un recién nacido llegaba hasta él, inundado el lugar, haciendo eco en sus oídos y cada vez era más intenso, hasta cierto punto molesto, además de la luz que le quemaba las pupilas, por lo que trató de hacerse sombra con la palma de su mano para poder ver al final del camino que al parecer era de donde provenía el llanto pero no podía ver nada, era imposible ante el destello que lo encandilaba.

Decidió solo caminar, haciéndolo rápidamente, pero a medida que se acercaba el llanto reducía su intensidad, la curiosidad ató los cordones y lo convirtió en su marioneta, por lo que empezó a correr para encontrar a ese bebé que lloraba, pero el llanto empezó a cambiar, ya no era el de un recién nacido, ahora podía distinguir que quien lloraba era una niña, era un llanto desesperado.

El corazón le latía dolorosamente contra el pecho, ante el esfuerzo de correr y la angustia que se había apoderado de él, al cabo de un minuto los sollozos no pertenecían a una niña, ahora era Elisa quien lloraba, era ella, podía reconocer sus quejidos, quería hablarle, decirle que él estaba ahí, que no llorara porque se le partía el alma pero sus palabras no podían salir, se sentía ahogarse al tratar de hablar mientras no dejaba de correr y ella se hacía cada vez más inalcanzable, la veía de espalda, estaba a un paso de tocarla pero no podía y era la sensación más horrible que hubiese experimentado, escucharla llorar y no poder hacer nada.

Un llamado a la puerta lo despertó, rescatándolo de esa tortura que estaba viviendo, por lo que se incorporó violentamente en la cama tratando de recuperar el aliento y restablecer los latidos de su corazón, estaba sudando, se sentía la garganta seca y su cabello completamente despeinado, el que trató de peinar con sus dedos. La angustia lo embargaba y crecía a medida que asimilaba el sueño, ese que no podía entender pero que solo lo empujaba a querer salir corriendo a América una vez más, su respiración irregular le dio paso a las lágrimas, otro golpe lo regresó a la realidad y entonces recordó que alguien llamaba, respiró profundamente y se limpió las lágrimas.

Invitó a pasar mientras él salía de la cama y se encaminaba al baño, metió las manos bajo el lavabo y las llevó llena de agua a su cara, agarró una toalla.

Se quedó admirando su rostro alterado y esa sensación de vacío en el pecho no lo abandonada, las marcas de los golpes habían desaparecido durante el mes de viaje, solo una línea roja quedaba en la partidura del pómulo, la que casi ni se apreciaba. Regresó a la habitación donde lo esperaba Jean Pierre con una brillante sonrisa y los brazos cruzados sobre el pecho.

—Senador —dijo Jules correspondiendo a la sonrisa de su hermano mayor y acercándose hasta él, quien le dio un abrazo palmeándole la espalda eufóricamente mientras sonreían.

—¿Cómo estás? ¿Y ese milagro que has regresado sin avisar? ¿Ya te reformaste? —preguntó Jean Pierre alejándose del abrazo de Jules, quien se sentó al borde de la cama y él lo hizo en una silla que acercó hasta el lecho.

—Estoy bien, bueno más o menos —Jules lo que menos deseaba era perder tiempo, por lo que estaba llenándose de valor para contarle a su hermano, quien lo interrumpió.

—Te has estado ejercitando. No te basta con la altura —le dijo sonriente al ver los cambios físicos en su hermano menor.

—Tenía tantas horas libres en el departamento que debía invertirlas en algo —acotó con media sonrisa.

—Eso quiere decir que has dejado por fin las malas mañas de andar detrás de la primera mujer que te parpadea —acotó soltando una carcajada.

—Te recuerdo quién me enseñó, pero como ahora eres senador tu pasado ha quedado sepultado... Ahora eres todo un señor respetable —respondió con media sonrisa.

—Dejémoslo en respetable, señor aún no... Todavía estoy joven.

—Sí, muy joven con treinta y tres años, a ver si por fin te casas. ¿Cómo van las cosas con Edith? Ya deberías formalizar tu manera de criarla —se burló soltando una carcajada.

—El hecho de que le lleve trece años a Edith no quiere decir que tenga que criarla —le dijo ahogando la risa de su hermano y queriendo mostrarse serio.

—Todavía no entiendo cómo una niña de veinte años atrapó a uno de los hombres más Casanova de Francia —hablaba Jules con esa sátira que lo caracterizaba a la hora de molestar a su hermano.

—Sí, Lambert y tú me siguen la cabeza así que no hables —en el momento en que Jean Pierre nombró a Gerard, fue como estrellar a su hermano contra un pilar; sin embargo, intentó disimularlo—. Cuéntame, ¿conociste a alguien importante en América? ¿Tiene razón Gerard sobre la belleza de las americanas? Porque las pocas que he conocido son realmente hermosas, además de confesar que son muy buenas en todos los planos —dijo con pillería.

—¿Y qué de Edith? —preguntó tratando de evitar dar alguna explicación sobre su estado sentimental.

—Edith es otra cosa... Es la mujer con la que quiero pasar el resto de mi vida, pero sabes que la carne es débil en algunas ocasiones, pero no me desvíes el tema ¿Cuántas tienes allá? —preguntó Jean Pierre divertido. Él no era de esos hombres expresivos, pero amaba profundamente a su prometida, aunque no le contaría a su hermano que todo con ella era diferente, que la vida al lado de Edith tenía sentido.

—¿Te soy sincero? Preguntó y su hermano asintió enérgicamente—. Una, solo una —respondió y su voz denotó la nostalgia, pero eso no lo percibió Jean Pierre quien inmediatamente haló a su hermano por el brazo y empezó a revisarle al final de la espalda.

—¿Qué haces Pierre? —refunfuñó rehusándose.

—Reviso tu cicatriz, quiero saber si el que está hablando es mi hermano... o me lo cambiaron en América —explicó halando la elástica del pijama, revisando la parte superior de la nalga izquierda de Jules donde estaba la pequeña cicatriz de la caída del caballo.

—Claro que lo soy —aseguró forcejando con él y retomando la posición que tenía anteriormente al tiempo que se acomodaba el pijama—. Pierre, necesito tu ayuda —confesó tornando la voz seria.

—Sí, el molino rojo está abierto hoy —comunicó con una sonrisa para molestar a su hermano.

—No... no Pierre, es algo sumamente serio, necesito tu ayuda. Es por ustedes —hablaba tratando de hacer las cosas lo más fáciles posibles.

—¿Por nosotros? —preguntó frunciendo el ceño, tomándose la conversación con seriedad al ver el cambio en el semblante de Jules.

—Sí, yo... —se le hacía tan difícil soltarle todo, dejó libre un suspiro y continúo—: No me vine en buenos términos con Frank... es que pasaron algunas cosas... —estaba por decir algo más cuando Jean Pirre intervino.

—¿Qué cosas pasaron con el padrino? —Cuestionó, pero vio que su hermano tragaba en seco y desviaba la mirada—. ¿Qué pasó? —inquirió una vez más tornándose realmente serio. Suponiendo que nada bueno pudo ser para que Jules se hubiese presentado en Francia sin avisar.

—Descubrió que era el amante de su esposa —soltó de una sin filtros porque no pretendía perder tiempo.

Jean Pierre apenas lograba parpadear e intentaba procesar las palabras que su hermano acababa de soltarle.

—¿Me estás jodiendo? —preguntó sin poder creer en las palabras de su hermano, quien negaba en silencio—. No Jules, no me jodas —la incredulidad bailaba en su voz porque se negaba a creer que su hermano hubiese cometido esa vil bajeza.

—No... Jean, me convertí en el amante de la esposa de Frank —confesó con voz ronca ante el miedo y los nervios que lo embargaban; podía ver molestia en Jean Pierre, tenía la certeza por la manera en que apretaba la mandíbula.

Sin poder predecirlo una gran bofetada se estrelló contra su mejilla izquierda, cegándolo por segundos, con el ardor en la mejilla que le latía furiosamente. Los ojos se le llenaron de lágrimas ante el dolor, pero no las derramó, no pudo evitar llenarse de rabia y decepción contra él mismo porque sabía que no lo entenderían, que nunca lograría ser lo suficientemente convincente para que alguien lo entendiera.

—¡Tuviste que tirarte a la mujer del padrino!... ¡Jules maldita sea! —le gritó en la cara al tiempo que le daba otra bofetada en medio de la ira y el desconcierto. No podía asimilar lo que Jules le estaba confesando.

El joven solo lo miraba con los ojos cristalizados y tensaba la mandíbula soportando el dolor, pero ni una lágrima salía de sus ojos verde gris, ni mucho menos palabras.

—¿No pudiste controlarte? ¿No pudiste imbécil? —Reprochó totalmente alterado, poniéndose de pie y al hacer el movimiento la silla cayó al suelo, empezó a caminar por la habitación de un lado a otro llevándose las manos a los cabellos—. Solo a ti se te ocurre —decía entrelazando las manos en la nuca—. Papá te va a matar y no voy a interceder... no lo voy hacer, mi padrino tiene que estar destrozado... Esta vez te mandará a Sur África, pero para que te lancen al Nyiragongo y solo así dejarás de una vez por todas de joderle la vida, de darle tantos dolores de cabeza ¿Cuándo vas a madurar mocoso de mierda? —Gritaba queriendo moler a golpes a su hermano, pero no lo terminaba de hacer por la mirada que Jules le dedicaba, solo caminaba de un lado a otro para drenar la rabia que tenía encima—. ¡¿Qué carajos hiciste?! —gritó más fuerte, acercándose a Jules con largas zancadas, lo agarró fuertemente por el cabello de la nuca al tiempo que su otra mano formaba un puño—. No quiero imaginar cómo está el padrino —hablaba con la mandíbula apretada y dispuesto a golpearlo.

—¿Y cómo crees que estoy yo? ¿Por qué carajos no te preguntas cómo estoy yo? —una lágrima rodó por su mejilla mientras que las demás se las tragó. Tenía el corazón instalado en la garganta, latiendo desbocadamente mientras esperaba por el golpe de su hermano—. No te lo vas a preguntar porque solo quieres verme como el maldito que solo la sedujo y se la cogió, nada más... Pero no fue así porque me enamoré, no quise... pero me pasó, no sé cómo ni en qué momento, olvidé que era la esposa de tu padrino... olvidé que ese hombre es como un padre, que ayudó a papá a criarnos cuando mi madre murió... Todo se fue a la mierda y se iba una y otra vez cuando la miraba, cuando me besaba. Intenté alejarme... dejarla, pero no sé qué me pasa, busqué otras mujeres y no pasaba nada, no podía... ninguna lograba sacarla de mi cabeza, ni de mi corazón y solo vine para decirles, para ponerlos sobre aviso... Porque ese hombre intachable... ese al que queríamos como a un padre ahora es mi enemigo... y lo siento, pero esto que Elisa despertó en mí es mucho más fuerte y voy a luchar por ella... Pienso buscarla e irme con ella a donde podamos vivir juntos porque también me quiere —las palabras de Jules demostraban convicción mientras las lágrimas bajaban por sus mejillas.

El puño de Jean Pirre temblaba ante la ira, su respiración era agitada y estaba preparado para darle su buena paliza, pero no pudo, porque los ojos de su hermano le gritaban que era cierta cada palabra que decía.

—Imbécil, imbécil... maricón... —dijo soltando con rabia los cabellos de la nuca de Jules y abrazándolo, no pudo evitar sentirse mal al ver a su hermano llorar, él sabía lo que era estar enamorado—. No va a ser fácil... Frank no se quedará tranquilo... pero en lo que pueda te voy a ayudar, qué más da... sé que igual lo vas hacer, primero que nada, hay que contarle a papá, pero de eso te encargas tú, yo no pienso decírselo —dijo apartándose del abrazo y llevando sus manos a las mejillas de Jules, cubriéndolas y presionándolas fuertemente, retiró una y le dio otra bofetada, pero apenas palmada—. ¿Qué tal es? No sé por qué aún no la conozco... solo una que otra descripción del padrino y tiene que ser maravillosa para que te enamorara —preguntó con los ojos cristalizados también, sabía que nada ganaba con hacerle la pelea a Jules, sus palabras fueron claras y primero ante cualquier cosa estaba su hermano.

—Maravillosa no le hace justicia... Es una diosa, es pelirroja, tiene un cabello rojo que le quita el sueño a cualquiera, esa fue mi perdición, además de su actitud, a simple vista en tan altanera, arrogante, superficial; al principio tuvimos muchos inconvenientes porque sentía que no cabíamos en la misma casa... pero después fui conociéndola poco a poco y me di cuenta de que era una mujer extraordinaria, su sonrisa puede hacerte viajar... y sus miradas te fulminan... es la elegancia hecha mujer, pero lo que tiene de elegante lo tiene de apasionada, puede tenerme en sus manos y exprimirme, arrancarme la vida con besos... y qué te digo su piel, simplemente es adictiva, las pecas en sus hombros... ¿Sabes? Tiene cincuenta y cuatro pecas, matarías por quedarte a vivir en sus labios —dijo sonriendo en medio de las lágrimas y la esperanza porque al menos contaba con un aliado, alguien que lo comprendió sin hacer preguntas y sin juzgarlo al menos después de que se le pasara la rabia y de haberlo mandado a tirar a un volcán. Jean Pierre no lo catalogaba de un maldito y eso era lo mejor que le había pasado en todo este tiempo.

—No sigas porque voy a terminar enamorándome de ella también...

—No, espera... Eso no es todo, su nariz es perfecta, dame un segundo y la conoces —pidió entusiasmado, poniéndose de pie.

Buscó en el armario donde había guardado el cuaderno de dibujo cuando desempacó mientras Jean Pierre lo seguía con la mirada sabiendo que en realidad Jules se había enamorado, podría decir que más que eso.

—Mírala —dijo mostrándole un dibujo en el cual ella estaba leyendo—. Sé que tal vez es algo obsesivo —dijo al ver que su hermano pasaba las hojas del cuaderno y en todas estaba ella.

—Es realmente hermosa —susurró—. Además de joven —acotó admirando una donde estaba con el niño.

Sabía que la esposa de Frank era joven, él les había dicho, pero no tenía la mínima idea de qué tanto; además, de que realmente contaba con una belleza extraordinaria, entonces podía justificar el proceder de su hermano ¿Cómo no caer rendido ante semejante mujer?

—Ese es Frederick... el hijo de ambos, necesito ayudarlo también porque el pequeño sufre de disfemia y a Frank le importa una mierda... —hablaba cuando vio la reacción de incredulidad de Jean Pierre, él jamás vería a Frank como alguien tan desinteresado, para él era un hombre admirable, intachable, era su padrino, por lo que prefirió dejar de lado a Frederick y continuar—. Mírala aquí, esto solo es la mitad de lo que es verla en persona, tienes que verla a color —hablaba sintiendo las mariposas de su estómago salir del letargo en el que se habían sumergido, se emocionaba demasiado al hablar de ella. Después de tanta angustia pasada, ahora no le dolía y no quería morirse al verla en los dibujos, éstos fueron sus acompañantes durante el viaje, pero cada vez que los veía lo sumían en una depresión inigualable, ahora sencillamente le alegraban el alma.

—Jules, ya sé que estás enamorado —dijo entregándole el cuaderno y por más que intentaba no podía asimilar la situación, no podía entender completamente a su hermano, pero tampoco podía señalarlo y juzgarlo, por lo que intentó brindarle su apoyo, además de fingirse apático—. Y eres intenso —soltó media carcajada—. Voy a descansar un poco mientras ve pensando cómo le vas a decir a papá... Él regresa esta noche, está con Gautier... pero no le digas nada hoy, al menos déjalo llegar y le dices mañana —pidió poniéndose de pie y dándole otro abrazo a su hermano, palmeándole la espalda—. Vaya sorpresa que nos has traído... y que para mejorar... no hiciste más que regarla al máximo. Jean Paul se va a dar contra las paredes —le dijo desde la puerta.

Jules sabía que lo que se venía no era fácil, que a pesar de todo su padre no podría entenderlo de la misma manera.

—Lo sé, pero necesito que me entienda —terminó por decir Jules, no era ningún tonto, estaba consciente de que Jean Pierre no lo juzgaba, pero tampoco perdonaba sus acciones, no por el momento.

Jean Pierre salió al pasillo y se encaminó, sintiendo como si un enjambre de abejas zumbara en su cabeza, estaba consciente de las palabras de Jules, de lo que hizo en América y con quién lo hizo, pero necesitaba tiempo para asimilarlo, realmente no era para nada fácil lo que le esperaba.

Por instinto se detuvo donde se encontraba el cuadro de su madre y elevó la mirada, perdiéndose en esa hermosa imagen sonriente, después de tantos años seguía extrañándola, en ese momento la necesitaba porque seguro sabría cómo actuar.

Pero ya habían pasado diez años, aun así, en su corazón estaba ese hueco que había dejado. Su padre se había esforzado demasiado para formarlos como hombres de bien, pero definitivamente Jules era la oveja negra de la familia, con él no había solución alguna, sus acciones siempre los sorprendían y cuando pensaban que había pasado los límites, que no podría hacer algo peor, él se las ingeniaba y les estrellaba en la cara que tenía mucho por dar.

—¿En qué pensabas cuando nos dejaste? No te estoy reclamando nada... Carajo sí... sí madre te estoy reclamando y no debería porque sé que luchaste demasiado contra esa maldita enfermedad, que peleaste hasta el último momento y tus últimas palabras fueron que no nos querías dejar, tal vez sabías lo que se nos venía... No va a ser fácil esto, no para mi padre, por eso te pido que nos ayude, por favor dale un poco de tolerancia y de comprensión a papá... porque si no... va a matar a tu hijo —dijo llevándose las manos a la cara y frotándola, dejó libre un suspiro y prosiguió con su camino.


Nota: Yo, un poco perdida por aquí, pero hoy les dejaré 4 capítulos. Espero los disfruten. 

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