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CAPÍTULO 37


Dos días después Daniel abordaba el tren con destino a Charleston, logró quedarse un par de días más a pesar de la insistencia de su hermana porque se fuese antes, pero no debía dejarla sola en uno de los momentos más difíciles de su vida.

Sentía tanto estar tan lejos y no poder visitarla a diario, estuvieron más de media hora abrazados, él lloraba, pero ella ya no lo hacía, solo le daba palabras de aliento y trataba de convencerlo de que todo estaría bien, mostrándose fuerte cuando él sabía muy bien que por dentro era un montón de escombros.

Su mente voló inmediatamente al momento preciso en que entró a la habitación y se la encontró realmente hermosa, se había vestido, maquillado y peinado como si fuese a asistir a una fiesta, solo que ahora su color predilecto era el negro, estaba con esa sonrisa que a millas se podía deducir que era fingida; sin embargo, abarcaba su rostro. No pudo evitar sorprenderse por lo que dejó libre un silbido de admiración.

—Te ves realmente hermosa —logró decir ante su mezcla de emoción y desconcierto.

—¿Te parece? —preguntó al tiempo que lentamente daba una vuelta.

—No, no me parece... lo estás, eres la mujer más hermosa que mis ojos hayan visto —aseguró acercándose y tomándole la mano, le dio un beso y su mirada se posó en el rostro, aún estaba marcado por la golpiza que le había propinado ese maldito; sin embargo, eso no opacaba su belleza, sabía perfectamente qué fue lo que Le Blanc vio en su hermana, comprendía por qué había quedado rendido a sus pies—. ¿A dónde vamos? —preguntó emocionándose un poco.

—Yo, a ningún lado, pero tú debes regresar a Charleston, no puedes estar más tiempo aquí Daniel debes cuidar de Vanessa, ella está embarazada y yo ya estoy bien, mírame —pidió extendiendo los brazos hacia los lados, mostrándose completa ante él.

—Elisa... —iba a decir algo más, pero la voz se le quebró y un sollozo se le escapó.

—Deja de llorar Daniel —se acercó a él que la amarró en un abrazo—. Te prometo que estaré bien... Ahora mismo me siento muy bien, tanto que si no tuviese estos horribles hematomas llamaría a Deborah para irme de compras —dijo mostrándole una hermosa sonrisa.

—No quiero que Deborah te manipule... Elisa no —hablaba cuando ella lo interrumpió.

—No voy a permitir que le hagan nada a mi niño porque quien se atreva a tocarme para hacerle algún daño lo va a lamentar, entonces tu próxima visita tendrás que hacérmela en prisión —le dijo encaminándolo a la cama donde tomaron asiento—. Ahora solo me falta algo... —acotó volviéndose y buscando en la gaveta de la mesa de al lado de la cama, sacó un estuche de terciopelo negro—. Quiero que me lo guardes muy bien, no quiero que me lo quiten —Daniel no pudo evitar abrirlo y un nuevo sollozo se escapó de su garganta al ver el collar de esmeraldas y diamantes, la miró a los ojos y ella asintió en silencio—. Me lo trajo de Colombia —los ojos de Elisa se llenaron de lágrimas, pero las retuvo con todas sus fuerzas, no derramó ni una sola, sabía que no podía hacerlo, respiró profundamente y volvió medio cuerpo, estiró una vez más el brazo y tomó un portarretrato—. Y esto también, por favor Daniel cuídalos por mí... Quiero que estén seguros.

—Se ve hermosa Atenea aquí —confesó él mientras que la marea de sentimientos lo arrastraban de un lugar a otro.

—Hizo el dibujo unos días antes de que mi Atenea muriera... hizo un gran trabajo ¿No crees? —preguntó sonriente con la mirada en el dibujo.

—Magnífico diría yo... No sabía que él dibujaba tan bien, lo siento tanto Elisa... no mereces esto... no lo mereces —susurró y una vez más el llanto lo gobernaba.

—Shhh... tranquilo hermanito todo está bien, estoy bien —susurró y se acercó a él depositándole un beso en la mejilla mientras ella trataba de pasar las lágrimas que se arremolinaban en su garganta.

—No me quiero ir, no si no puedo llevarte conmigo —confesó con voz temblorosa ante las lágrimas.

—Bueno Daniel Lerman no puedo irme, no voy a dejar a Frederick en manos de Frank, lo siento, pero no puedo hacerlo, sabes que no voy a permitir que ese desgraciado vuelva a maltratarme, si por mí fuera lo mataría; lo odio Daniel, pero más odio mi maldita cobardía... porque he tenido oportunidades para matarlo, pero no puedo hacerlo, no puedo; hay algo en mí que lo impide...

—Y no vas a cometer ninguna locura Elisa... —intervino él—. No quiero que empeores las cosas, prometí liberarte y lo voy hacer... Yo hablé... —estaba a punto de decirle que le había comunicado a Sean, que él estaba al tanto de toda la situación, pero ella le había pedido no involucrar a la familia porque la iban a juzgar y nadie comprendería, no quería ser digna de lástima por lo que prefirió no decirle que tuvo que recurrir a su primo, si se lo contaba se molestaría con él—. Yo solo te juro Elisa, que voy a lograr que Frank te dé el divorcio —sentenció y ella le regaló una sonrisa.

El tren vibraba mientras lo alejaba cada vez mas de Chicago, un niño de unos ocho años sentado frente a él lo miraba desconcertado al verlo llorar, pero se le hacía imposible comportarse como un macho insensible cuando una parte esencial de él se quedaba encerrada y agonizando, sufriendo como nadie.

Al menos había logrado encontrar de manera discreta el teléfono de Gerard Lambert en París y también la dirección, pero una carta duraría mucho tiempo en llegar. Él lo único que quería era reventar cuanto antes esas cadenas que mantienen atada a Elisa, llevársela con él, protegerla, por lo que se armó de valor, se tragó todo su orgullo y llamó a Lambert, pero para su mala suerte, esa que a cada minuto crecía, le informaron que Gerard aún no llegaba al país pero que tal vez lo haría en unos días, por lo que le dejó a su padre toda la información, él se encargaría de llamar y encontrar la manera de comunicarse con Jean Paul Le Blanc.

Estaba seguro de que el padre de Jules no iba a quedarse con los brazos cruzados, la muerte de un hijo no se podía perdonar, entonces él vendría a pedirle cuentas a Frank Wells, esa sería la oportunidad para poder llevarse a Elisa, necesitaban un punto débil por el cual atacar y hacer justica con su hermana.

La risa que lograba sacarle a su hijo le iluminaba la vida, ese pequeño ser tenía tanto poder, la ayudaba a soportar tanto dolor y desesperanza, una vez se aferró a él para salir adelante, fue esa salvación, ese tenue rayo de luz en la oscuridad. Después llegó Jules abarcándolo todo, iluminando su vida por completo, enseñándole a volar, a sentir, a vivir los placeres plenamente, también le había demostrado que el corazón no solo servía para bombear la sangre, que éste tenía muchas funciones más, entre ellas la más poderosa eran dominar cuerpo y mente.

Añoraba sentir las mariposas danzar, volar, estrellarse y caer rendidas para una vez más alzar el vuelo, esas que se instalaban por batallones en su estómago con solo divisarlo. Ahora solo había un hueco, un vacío que se instalaba y la traspasaba, aunado a los recuerdos de todas las cosas que compartieron los dos juntos, recordarlo le partía el alma, sintiendo cómo una vez más el temblor en su cuerpo aumentaba rítmicamente.

Se estaba rompiendo y estaba segura de que solo sería cuestión de segundos para que esa crisis de dolor y ausencia se apoderara de ella nuevamente, cerró los ojos fuertemente tratando de retener las lágrimas, no debía llorar delante de su hijo, pero aun cuando hizo presión a sus ojos un sollozo se escapó de su garganta, uno seco que le desgarró la fortaleza.

Sintió un suave beso en la mejilla, abrió los ojos y se encontró con el rostro de su hijo mirándola muy de cerca, él estaba ahí regalándole el más hermoso de los gestos, ella acunó el rostro del niño y le depositó un beso en la frente quedándose en la suave piel, unida a su único puerto a la vida.

Se alejó un poco y lo miró a los ojos mientras que de los de ella brotaron dos grandes lágrimas sin siquiera pestañear se desbocaron y no hubo barrera que las detuviera; sin embargo, le regaló una hermosa sonrisa. Ella sabía que debía superar eso, que debía dejar de fingir al caminar, dejar de intentar imitar a la persona que era, dejar de regodearse en la mentira y hacerlo definitivamente, solo que aún el dolor latía furiosamente torturando cada molécula de su ser.

Quería que todo fuese más fácil, que no doliera tanto, olvidarlo y dejarlo partir, pero su recuerdo la quemaba, la hería, pero también le hacía sentirse viva, sentir que su corazón albergó sentimientos tan intensos y verdaderos, poderosos y únicos. Agarró una de las manos de su hijo y se la llevó a los labios depositándole un beso para después retirar cuidadosamente las lágrimas que le quemaban las mejillas.

—Vamos a jugar, armemos el rompecabezas que te regaló Dennis —propuso agarrando la caja que reposaba sobre la cama y la admiró por varios segundos. Abrió la caja y dejó caer todas las piezas de cartón sobre la cama—. Creo que deberíamos empezar por las piezas más grandes —sonreía al ver cómo Frederick trataba de unirlas, tal vez ya había visto a alguien más hacerlo.

En ese momento llamaron a la puerta, sabía sobremanera que era Flavia porque ella era la persona encargada de tener la llave, nadie pudo convencer a Frank de que no le pusiera seguro a la puerta de la habitación, solo lograron que le dejara una copia a su dama de compañía, la que recibía órdenes estrictas de él.

Solo debía abrir cuando fuese realmente necesario, como por ejemplo a las horas de las comidas o cuando le llevaran al niño, además de permitir solamente la visita de la familia, en esto Frank sí le hizo énfasis, solo familiares y los realmente cercanos.

—Puedes entrar Flavia —dijo sin desviar la mirada de las piezas esparcidas en la cama.

—Esto no es necesario, ¡es un delito! —se dejó escuchar la voz de la persona que entraba, la voz demostraba molestia e impotencia.

Elisa al reconocer la voz trató de salir de la cama y esconderse, llenándose en ese momento de muchas emociones, entre las cuales reinaba la vergüenza y la molestia ante tal atrevimiento, no debió venir ¿Acaso venía a burlarse?

—¿Elisa a dónde vas? —preguntó con voz estrangulada al verla intentar salir de la cama, luchando por darle la espalda.

A Sean el corazón se le contrajo ante el dolor y aún no le veía la cara, solo bastó para sacudirle el alma verla intentando huir, se encaminó con paso decidido para brindarle comprensión y amor.

—¿Qué haces aquí Sean? No recuerdo haberte invitado —fueron sus palabras y por más que quiso esconder la tormenta que la azotaba por dentro, por más que quiso parecer altanera, no lo logró.

—Sé que no me has invitado, pero yo quise venir a ver a mi prima, a decirle que estoy luchando con todo lo que tengo, que si es preciso desfalcaré al tío con tal de salvarte Elisa, arruinaré a la familia con tal de que Frank te conceda el divorcio —sus palabras estaban llenas de convicción y los pasos que lo acercaban a ella también.

Mientras la mirada sorpresiva de Frederick se anclaba en su tío, así era como él lo conocía.

Sean llegó hasta Elisa y le puso una mano en el hombro, la sintió temblar, seguramente por retener las emociones.

Ella se encontraba inmóvil y con la mirada al piso, él alargó el toque, deslizando su mano y se apoderó del otro hombro halándola enérgicamente hacia él, refugiándola en su pecho y ella se rompió, se quebró en miles de pedazos; él podía sentir las astillas que quedaban del ser de Elisa incrustarse en su corazón, nunca había visto a alguien llorar con tanto dolor, con tantos sentimientos, pensaba que terminaría por deshacerse entre sus brazos.

Elisa se aferró al abrazo de Sean, asida a la espalda de él y apretando con todas sus fuerzas la camisa, haciéndola un puño entre sus manos, tratando de dejar en el agarre esa agonía que la estaba matando, su llanto era realmente lastimero. Él en su inconsciencia ante tanto sufrimiento por parte de ella no se dio cuenta de en qué momento se llevaron a Frederick. Ella solo ahogaba los gritos de dolor y llanto pegando su boca al pecho de él mientras temblaba y sentía las piernas sin fuerzas.

Sean empezó a convulsionar ante el llanto, al ver a Elisa de esa manera, al verla tan vulnerable, tan pequeña, tan destrozada, le impresionaba demasiado porque ella nunca demostró ser débil; siempre fue caprichosa, egoísta, malvada, parecía no tener corazón y ahora ella se lo estaba presentando completamente destrozado.

Estaba conociendo a un ser humano realmente vulnerable, carente de afecto, de comprensión, de salvación y él por primera vez también se mostraba ante ella frágil, primera vez que mostraba sus lágrimas ante su prima, en realidad, él era de poco llorar, pero ver a Elisa de esa manera le estrujaba poderosamente el corazón.

—Todo va a pasar... tranquila pequeña —al fin encontró su voz en ese remolino de emociones que no la dejaba salir a flote—. Todo estará bien Elisa —la alentaba besándole los cabellos.

—Puede... puede que todo esté bien Sean —sofocaba sus palabras en el pecho de él, haciendo ese esfuerzo sobrehumano por hablar ante tanto dolor y tristeza—. Pero en mí no pasará nada... no va a pasar nada... ni nadie, quiero regresar en el tiempo y evitar que Jules muera —confesó tratando de evitar que Sean alejara su rostro del pecho tibio, no quería que la viera, no porque se moría de la vergüenza—. No, no, por favor déjame en paz —le pedía y él dulcemente intentaba encararla.

—Elisa deja de esconderte por favor —le suplicó acariciándole las mejillas con los pulgares.

—Necesito hacerlo, solo quiero esconderme Sean... o desaparecer, solo quiero que me dejen en paz y no pensar en nada o tal vez volar, quiero hacerlo lejos de aquí, no sentir... no quiero sentir —susurraba y la voz le vibraba ante el llanto.

Él logró su cometido y por fin pudo mirarla a la cara, sensaciones y sentimientos lo golpearon con fuerza al ver el rostro de su prima, tuvo que morderse cientos de improperios que quería gritarle en ese momento a ese hijo de puta. Tenía ganas de matarlo, ahora comprendía por qué Daniel no quería que la viera, porque sabía que estas ganas de querer despellejar a ese desgraciado lo asaltarían y no sabía si podría controlarse. En ese momento solo quería destrozarlo, pero sabía que debía controlarse porque podía empeorar la situación de su prima, cerró los ojos y tragó las lágrimas mientras dejaba libre un suspiro, con los párpados caídos se acercó a ella y le depositó un beso en la frente.

Le dolía verla de esa manera, ella tan hermosa, tan elegante y ahora solo hematomas ensombrecían su rostro de muñeca de porcelana, le dolía muchísimo verla tan destruida, tan hecha polvo, tan adolorida y triste.

—Elisa... Elisa, tienes que aprender a reír nuevamente —le hablaba mirándola a los ojos mientras que los de ella derramaban lágrimas a borbotones sin ningún control y él trataba por todos los medios de controlar su propio llanto—. Debes salir adelante.

—No... no puedo Sean.

—¡Estás viva Elisa! Y le estás dando vida a otro ser. Sé que te sientes muerta de tristeza, es normal. Sin embargo, no te dejes llevar, vamos... ¡Alienta a ese corazón! —pidió mostrándole una hermosa sonrisa a través de las lágrimas.

—No es fácil porque no quiero aceptarlo, no puedo aceptarlo, yo solo quiero que venga y me saque de aquí —susurraba en medio del hipo que le había causado el llanto que aún no cesaba.

—No... ¡No va a regresar Elisa! Jules no va a regresar —le dijo con convicción y un amargo sollozo salió de la garganta de ella—. Pero tú no te puedes echar a morir porque tú estás viva y tienes que seguir así, él así lo hubiese querido, hubiese deseado que continuaras con tu vida, que luchases con todo, si es preciso que seas una maldita y defiendas con uñas y dientes tus sueños, esos que debes empezar a forjar para ti y para tus hijos; estás enamorada no soy estúpido Elisa, yo me había fijado, fueron muy evidentes el día del almuerzo, pero yo simplemente deseché esa idea porque no te creía...

—Una cualquiera —dijo ella alejándose un poco.

—No... Elisa, no es eso lo que quiero decir, no creía que tú pudieras albergar unos sentimientos de tal magnitud, siempre te mostraste tan vacía, tan huraña pero de un tiempo para acá descubrí tu cambio, vi ese cambio que el amor logra pero yo solo me negaba a la idea, me la negaba pero eso ya no importa, ahora quiero que salgas adelante, que pongas tus fuerzas y todos tus sentidos en salir adelante porque así te necesito para darle la pelea a Frank. Te voy a sacar de aquí y con Frederick, sé que ese es tu miedo y te entiendo, también soy padre y por Keisy yo me compraría el infierno si fuera preciso para permanecer a su lado, solo quiero que hagas el intento —agarró aire con una profunda inhalación—. Prométeme que vas hacer el intento, que no te dejarás vencer Elisa. Daniel y tú son lo único que me queda, aunque no seamos muy unidos somos una familia y ante cualquier adversidad cuentan conmigo.

—Lo intentaré, lo haré —confesó y se dejó abrazar una vez más por él.

Después de varios minutos abrazados, Sean le pidió a Elisa que se sentara porque no podía estar mucho tiempo de pie, sin proponérselo empezaron a armar el rompecabezas, logrando la actividad entretenerlos y dejar de lado tanto dolor, al menos por el momento

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