Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

CAPÍTULO 33

El tiempo pasaba lento y Daniel trataba por todos los medios de no hablar de Jules Le Blanc, pero cuando el silencio se instalaba por algunos minutos ella empezaba a llorar, por lo que él hacía su mayor esfuerzo en no dejarla pensar, no quería que los recuerdos cobraran vida, pues solo la torturaban. Sabía que Vanessa debía estar preocupada, él aún no se había comunicado con ella, era realmente desconsiderado de su parte, pero cómo avisarle si no había línea telefónica y él no quería por nada del mundo dejar a su hermana sola.

Dejó libre un suspiro cuando Elisa por fin se quedó dormida, era el momento de empezar a buscar las opciones para liberarla. Le dio un beso en los cabellos y salió de la habitación. Bajó en busca de Paul y le pidió que lo llevara a casa de sus padres, debía salir con el chofer para que a su regreso Frank no le negara la entrada.

El frío le quemaba fieramente las mejillas, la brisa gélida y pesada se le estrellaba contra el rostro. Llevaba varios minutos observando el cielo tan oscuro como el ébano, sin una estrella que le brindara un poco de luz, ni luna, no había nada. El olor a lluvia se hacía cada vez más fuerte y las heladas aguas no se movían en lo más mínimo, solo las que el trasatlántico iba rompiendo. Todo parecía estar muerto, inmóvil, así como se encontraba él en ese preciso momento, así como se había sentido desde que agarró el tren en la estación de Chicago.

Su mirada verde gris se posó en un gran bloque de hielo a lo lejos, que a pesar de toda esa oscuridad brillaba, tristemente, pero lo hacía, era como esa esperanza que nunca se perdía, ese pedazo de claro en medio de la total oscuridad, de ese negro impenetrable.

Respiró profundamente tratando de llenar sus pulmones, podía sentir cómo el aire frío entraba por sus fosas nasales. Quería cerrar los ojos y despertar, necesitaba hacerlo porque todo era cada vez peor, el vacío en el pecho casi no lo dejaba respirar, la impotencia le ganaría la partida y antes de que pudiera llegar a Francia terminaría saltando del transatlántico con la única intención de poder regresar a América, sabiendo que era una muerte segura.

Saberse a cada segundo más lejos de Elisa lo estaba matando, las emociones jugaban con él, se limpió rápidamente una lágrima que rodó por su mejilla y dejó libre un suspiro en un intento por reducir esa agonía que se le devoraba el pecho y de repente todo pareció nublársele e inminentemente se aferró a la baranda.

Recorrió con su mirada la cubierta encontrándosela completamente sola, estaba seguro de que nadie en su sano juicio estaría en ese lugar y mucho menos a esas horas con el frío que hacía.

Sintió que la cabeza empezaba a hacérsele pesada, era como si todas las terminaciones nerviosas de su cerebro se fuesen congelando una a una, apretó aún más la baranda porque las piernas se le debilitaron, sabía que esa debilidad se debía a que se alimentaba muy poco, últimamente toda la comida que le ofrecían era realmente desagradable, tanto que la gran mayoría le provocaba náuseas.

Todo era cada vez más borroso por lo que decidió regresar al camarote para acostarse un rato. Sabía que no dormiría debido a que pasó toda la tarde sumido en un profundo sueño, pero necesitaba despejar ese aturdimiento que sentía en su cabeza. Se acomodó el gorro para cubrirse mejor las orejas, se encaminó, pero no había dado ni tres pasos cuando de repente todo se oscureció y ya no supo más de él.

Abrió los ojos y una luz blanca lo encandiló, por lo que parpadeó rápidamente queriendo huir de esa luz molesta que se movía de un lado a otro, como mecanismo de defensa estiró el brazo y la apartó, pero seguía aturdido con un terrible dolor de cabeza. Rechazaba lo que pasaba a su alrededor, trató de incorporarse un poco, pero alguien lo detuvo.

—Está bien señor. No se preocupe, solo ha sido un desmayo.

A Jules le parecía que el hombre le hablaba un tono más alto de lo normal y no pudo evitar fruncir el ceño, al tiempo que se llevó las manos a la cabeza porque sentía que le estallaría en mil pedazos.

Abrió lentamente los ojos y recorrió con la vista el lugar, estaba en un salón con algunos estantes y una camilla al lado, se percató de que él estaba acostado en una, apenas miró al hombre a su lado quien llevaba una bata blanca y prosiguió con el recorrido, al parecer era la enfermería del barco y quien le hablaba era el doctor.

—Sí... sí estoy bien. Es la primera vez que me pasa esto —dijo tratando de incorporarse, pero al instante prefirió no haberlo hecho—. Un recipiente... rápido —le pidió al hombre que le acercó una taza metálica.

El doctor se mantuvo en silencio, observando cómo el paciente vomitaba todo lo que llevaba en el estómago, cuando terminó le tendió un pañuelo.

—Odio tener que hacer esto —confesó con la voz ronca ante el maltrato que le causaron las arcadas.

El doctor le ofreció un algodón empapado en alcohol, el que Jules no dudó en recibir y llevárselo a la nariz sintiendo un gran alivio justo en el momento en que el olor le inundó las fosas nasales.

—¿Se siente mejor? —le preguntó y Jules asintió en silencio—. Creo que le ha hecho mal el frío o la cena... Permítame revisar esa herida —pidió refiriéndose a la partidura del pómulo, la que se había lastimado con el golpe al caer sobre la cubierta.

—Gracias ya tiene algunos días, me la debí haber lastimado —explicó llevándose los dedos a la herida, manchándoselos de sangre.

—Se puede saber qué le pasó, porque no solo es el pómulo.

—Me asaltaron —fue su respuesta casi inmediata, lo que menos deseaba era entrar en pormenores, hizo una mueca ante el ardor que le causó la labor del doctor.

—La inseguridad cada vez cobra más fuerza —expresó mientras curaba la herida—. ¿Le ha pasado muy seguido? —preguntó, pero al ver el gesto de incomprensión del paciente se apresuró a explicar—. Los desmayos y los vómitos —hablaba el hombre mientras Jules lo miraba y trataba de aguantar el dolor.

—Es la primera vez que me desmayo y no tengo intención experimentarlo nunca más, los vómitos... realmente creo que toda la comida aquí es muy fuerte, utilizan demasiadas especias y casi todas las malditas mañanas me atacan unas náuseas insoportables... Aunque pensándolo bien, creo que es algo más que pasa conmigo porque llevo así unos veinte días, mucho antes de probar la comida de aquí, solo que ahora el malestar se ha intensificado.

—Tal vez es algún virus, ¿le ha dado fiebre? —preguntó y Jules negó, pero recordó que sí le había dado, así que el doctor probablemente tenía razón y sería algún virus.

—Sí me enfermé después de un viaje que realicé a Suramérica, al mes y unos días de haber regresado empecé a no tolerar algunos alimentos, mi estómago los rechaza; últimamente me he sentido algo débil y solo quiero pasarme todo el día durmiendo.

El doctor terminó con la labor del pómulo tapándoselo con una gasa, se quitó los guantes y se sentó en una silla frente al paciente al tiempo que tomaba una libreta.

—Entonces podría ser algún virus, hay muchos en Suramérica. Lamentablemente dentro del barco no contamos con laboratorios para realizarle algunas pruebas, pero le voy hacer una indicación para que apenas desembarquemos se las realice, nunca está demás, no creo que solo sean los mareos por el viaje así que por favor no se los deje de hacer, ¿viaja usted con alguien más? —Preguntó mientras anotaba en una libreta—. ¿Cuál es su nombre?

—No señor, viajo solo —respondió e inevitablemente se le formó un nudo en la garganta, pero lo pasó rápidamente—. Jules Le Blanc.

—Le voy a recomendar unas infusiones de manzanilla para contrarrestar un poco las náuseas y trate de descansar un poco.

—Creo que lo que más hago es descansar doctor —dijo escuetamente.

—Por ahora trate con la manzanilla —le hizo saber pasándole un vaso con agua mientras Jules se ponía de pie, recibió el vaso, bebió un poco del líquido y lo dejó en la mesa para recibir las indicaciones que el doctor le entregaba—. Si presenta algún síntoma diferente, fiebre, dolor de cabeza, algún tipo de sangrado pase por aquí inmediatamente —le aconsejó sinceramente.

—Lo tendré en cuenta doctor, muchas gracias —se encaminó a la salida.

—Señor su gorro —le recordó el doctor.

—Gracias —respondió tomando la prenda y colocándosela nuevamente, abrió la puerta y miró a ambos lados del pasillo ubicándose en el barco, se ajustó la bufanda un poco y se encaminó.

Caminaba y podía escuchar el bullicio proveniente del centro del trasatlántico, tal vez del restaurante o del salón de juegos, un triste piano se dejaba escuchar y sabía que era proveniente del bar; le dieron ganas de ir hasta éste y emborracharse para olvidar, para soportar ese vacío que lo atormentaba pero inmediatamente sacudió la cabeza expulsando la idea, no iba a tomar un solo trago porque no sabía qué era lo que tenía y necesitaba estar completamente sano para cuando regresara por Elisa, necesita todas su energías.

Su mirada se posó en el techo de madera hermosamente tallado y sin proponérselo las lágrimas empezaron a quemar sus sienes, tenía que llenarse de valor y dejar de lado tanta nostalgia, solo tenía que reforzar sus esperanzas porque cada segundo que pasaba si bien lo alejaba de Elisa, de cierta manera también lo acercaba a ese futuro que les esperaba juntos.

Las luces del auto iluminaban el camino de la entrada a la mansión Lerman, la que se encontraba en su mayoría iluminada, lo que le decía que sus padres estaban en la casa; los recuerdos de su niñez llegaban a él como golpes de ola, recuerdos de cuando todo era sencillo y sus vidas solo giraban en torno a una que otra travesura.

Nunca pensó que su hermana atravesaría por todo esto, su padre nunca le puso una mano encima, en una o dos oportunidades le habló seriamente pero nunca un golpe y ese desgraciado la había golpeado violentamente.

Verla tan vulnerable cuando ella siempre fue la más fuerte de los dos, esa que no se dejaba doblegar por nadie y sabía cómo darle la pelea a quien fuera. Muchas veces se pasaba de altanera con tal de lograr lo que se proponía pero ya no quedaba nada de esa hermana, no había nada de Elisa Lerman, Jules se la cambió para mejor de eso no tenía dudas, la hizo más humana; sin embargo, se fue dejándola a merced de un desgraciado que no era más que un animal cobarde al que ella le temía, pudo notarlo en sus ojos cuando él le habló, cuando le advirtió que no lo dejara.

Sin darse cuenta una vez más estaba llorando ante la rabia, el dolor y la impotencia. El auto se detuvo en la entrada, Paul bajó e intentó abrirle la puerta, pero él lo hizo antes, sabía que no debía perder ni un segundo. Antes de abandonar el auto se limpió las lágrimas, respiró profundamente para calmarse y se encaminó a la entrada no sin antes informarle al chofer que debía esperarlo.

Llamó a la puerta un par de veces y el ama de llaves apareció bajo el umbral con una sonrisa que evidenciaba más sorpresa que alegría.

Apenas saludó preguntó por sus padres, la mujer le dijo que se encontraban en la sala, por lo que él se encaminó hasta allí rápidamente. No pudo evitar llenarse de rabia al verlos tan tranquilos; su padre estaba leyendo y su madre bordando.

El sentimiento lo desbordó, manejándolo a su antojo, gritándole que ellos se veían tan envueltos en calma sin saber el infierno por el que estaba pasando su propia hija.

Ellos no se preocupaban por ella, prácticamente la habían aislado. Ninguno de los dos se percataba de su presencia en la entrada del salón, por lo que empezó a aplaudir enérgicamente al tiempo que al filo de sus párpados se asomaban nuevamente las lágrimas de rabia y sus ojos miel ardían mirando a sus padres con un odio que nunca pensó sentir por ellos.

—¡Bravo! ¡Bravo!... Veo que están sumamente entretenidos —explotó dejando salir toda la rabia que lo envolvía.

—¡Daniel hijo! —Lo saludó John poniéndose de pie, cerrando el libro y dejándolo sobre la mesa—. ¡Qué sorpresa!, no sabía que pensabas venir... ¿Cómo estás? —dijo tranquilamente pero desconcertado al verlo sobre todo por la actitud que demostraba.

—Hijo —saludó Deborah acercándose hasta él para abrazarlo, pero Daniel la esquivó.

—Estoy bien, yo estoy bien... Ahora mi pregunta es ¿Saben ustedes cómo está Elisa? —inquirió sin que la ira menguara, clavando la mirada en su madre.

Ante la pregunta ambos padres se miraron a los ojos y seguidamente desviaron la mirada a Daniel, sintiéndose completamente desconcertados.

—Bien, supongo que está bien —expresó Deborah nerviosamente.

—¡Supones! ¡Supones! ¡¿Crees que esa es la respuesta de una madre?! —le gritó en la cara provocando que su madre se sobresaltara—. ¿Desde cuándo no la visitas o al menos la llamas? —la impotencia de ver a su hermana en tal estado le había hecho perder el respeto hacia sus padres.

—Bueno la última vez me dijo que estaba bien... ¿Pero a qué se debe todo esto Daniel? ¿Qué haces aquí? ¿Le ha pasado algo a Elisa? —preguntó llenándose de preocupación, obviando la actitud grosera de su hijo.

—No te pregunté la última vez, sino cuándo fue... ¿Desde cuándo supones que está bien? —inquirió mientras se limpiaba una lágrima rebelde que se le escapó mientras su corazón latía lenta y dolorosamente.

—Daniel... respétame, ¿le ha pasado algo a Elisa o no?... Aunque no lo creo porque Frank nos hubiese avisado —expuso la mujer buscando la mirada de su esposo pidiendo apoyo.

—Daniel cálmate hijo... Frank no nos ha dicho nada; es más, esta mañana fui a la compañía y aunque él no estaba hablé con su secretaria... y no me han dejado saber nada —salió John en defensa.

—¡Frank no te dirá nada maldita sea!... ¡Ese desgraciado!... ¡Ese hijo de puta con el que casaron a su hija no les dirá nada porque no le conviene! — expuso llenándose de rabia cada vez más.

—¡Daniel!... Controla el vocabulario que estás delante de tu madre —reprendió el padre—. Por qué no te sientas y nos cuentas qué está pasando —el hombre no podía comprender la actitud de su hijo, mucho menos su visita en Chicago y a esa hora de la noche.

—No, no me voy a sentar, yo solo vine por tu ayuda... necesito que liberemos a Elisa de ese desgra... —se detuvo antes de terminar la palabra y miró a su padre a los ojos—. La ha estado golpeando —un sollozo no lo dejó continuar.

—¡¿Qué?! —preguntó evidentemente sorprendido—. Daniel no... no es verdad, Frank no es de esa clase de hombres... nunca lo ha hecho —dijo encaminándose a las escaleras—. Dame un minuto —le pidió a mitad de las escaleras.

—¿Y qué pueden saber ustedes si duran meses sin verle la cara? —le respondió clavando la vista en su madre, que al sentir la mirada de Daniel sabía que la estaba acusando.

—No me mires así soy tu madre Daniel... Yo se lo advertí, se lo dije... Si con esa mirada me estás culpando y la reacción de Frank es porque se enteró no me eches a mí la culpa, que no he dicho nada —explicó tratando de salvarse.

—¿Cómo puedo creer que no has sido tú quien le dijo a Frank? —preguntó acercándose a ella, aprovechando que su padre había ido en busca de algo.

—Porque es mi hija y no iba a arrastrarla a esto... Pero tú sí, tú lo sabías y la secundaste —reprochó manteniéndole la mirada.

—La apoyé porque se había enamorado y no podía juzgarla, no podía darle la espalda ante lo que ella sentía si una vez ustedes la vendieron... la vendieron porque eso fue lo que hicieron, no podían pedirle que nunca el amor llegara a ella, ¿o esperaban que se enamorara de Frank? Cuando saben que uno no elige de quién enamorase... ¿Sí sabes de qué estamos hablando madre? ¿Sabes lo que es estar enamorado? —le preguntaba con convicción.

—¡Te callas Daniel! ¡Ya basta!, no tengo la culpa de lo que tu hermana estaba haciendo... Yo no la metí en la cama de ese desgraciado y si se enamoró es problema de ella... pudo haberlo evitado —le respondió hoscamente.

—¿Se puede evitar? Dime cómo porque yo no lo sé —le expresó un poco más tranquilo ante el grito de reprimenda que le soltó Deborah.

—Ella pudo evitar que todo esto le pasara y si Frank ha sido violento con ella es porque se lo merece... No es fácil para un hombre enterarse de lo que tu hermana le estaba haciendo. Puedo justificar el comportamiento de Frank —alegó elevando la barbilla.

—¿Puedes justificar que él golpeara a tu hija? ¿Pero no puedes justificar que ella se haya enamorado? —Preguntó incrédulo, llenándose nuevamente de ira—. Madre tienes una piedra por corazón, ¿cómo se te ocurre decir que todo lo que le está pasando a Elisa se lo merece? —decía Daniel, pero fue interrumpido por John que bajaba las escaleras.

—Deborah, ¿por qué dices que Elisa merece ser golpeada? —preguntó llegando hasta ella, había ido a cambiarse lo que hizo rápidamente.

—Vamos Daniel... díselo a tu padre —fue la respuesta de la mujer mirando a su hijo a los ojos que los tenía cargados de rabia.

—No le pregunté a Daniel... te pregunté a ti —espetó John al ver que su hijo no respondería.

—Bien, no tengo porqué seguir ocultándolo —acotó tranquilamente sin desviar la mirada de su hijo—. Se lo merece porque tu hija se estaba comportando como una cualquiera —dirigió la mirada a su esposo que abrió los ojos desmesuradamente, sin poder creer lo que le decían.

—Madre... —advirtió Daniel arrastrando la palabra.

—Tu hija es la amante de Jules Le Blanc... Ahora ya lo sabes —confesó mirando a los ojos de su esposo—. ¿Comprendes por qué merece lo que le está pasando?, yo traté de aconsejarla, pero no me hizo caso, ya no pude hacer nada más —finiquitó ante la mirada cristalizada de John que no podía creer lo que estaban diciendo de su hija, era su niña... ella no podía haber estado haciendo eso.

—Padre solo vine por tu ayuda, pero si estás lleno de prejuicios y piensas que tu hija merece lo que le está pasando por haberse enamorado... Porque eso fue lo que le pasó; si no me vas a ayudar puedes continuar con tu amena lectura, puede seguir importándote una mierda los sentimientos de tu hija... Así como te importaron cuando la obligaron a casarse para que saliéramos a flote, si ella se sacrificó una vez por nosotros, si es gracias a Elisa que aún permanecen en esta casa y cuentas con tus hoteles... —resopló las lágrimas que empezaron a humedecerle el rostro—. Ahora está muriéndose porque ese desgraciado con el que la casaron no solo la golpeó salvajemente, sino que también mató a Jules Le Blanc —en ese momento miró a su madre quien no pudo ocultar su sorpresa—. Y el único consuelo que tiene ahora es que al menos está esperando un hijo producto de su amor, pero eso no es suficiente... no es suficiente porque Frank no quiere liberarla y ella no quiere estar con él, ahora le tiene miedo —dijo con la garganta inundada en lágrimas, desvió la mirada a la mesa donde reposaba el libro—. Lo has dejado señalado, puedes seguir donde quedaste.

John sabía que Daniel tenía razón en cada una de sus palabras por lo que sin decir nada se encaminó hasta él y le colocó una mano en el hombro para que lo guiara. El hombre pensaba ir en su auto, pero Paul los esperaba.

Deborah que aún no salía del asombro por lo que su hijo había contado acerca de Le Blanc se dejó caer sentada y se recriminó por no haber ido con ellos.

Durante el trayecto se mantuvieron en silencio para no ventilar los problemas familiares delante del chofer, mientras John iba sumido en sus pensamientos, le costaba creer que su hija hubiera sido amante de Jules Le Blanc, siempre que vio al joven le pareció ser respetuoso, nunca una mirada lasciva para con su hija, aunque sí muchas veces lo sorprendió mirándola con devoción pero pensó que solo era admiración y lo cierto fue que no era otra cosa más que amor.

El auto hizo una parada en una de las principales calles de Chicago por petición de Daniel quien compró un ramo de rosas blancas; John solo clavó la mirada en las flores mientras sentía un gran nudo en la garganta, después de unos minutos por fin llegaron a la mansión Wells.

Daniel bajó del auto y entró a la casa siendo seguido por su padre quien era el centro de miradas de todos los sirvientes de la mansión Wells. El joven subió las escaleras.

En el pasillo frente a la puerta de la habitación de Elisa le pidió a su padre que esperara un momento, él obedeció sin dejar de pensar porqué Frank no hacía acto de presencia.

Daniel entró a la habitación que apenas se encontraba iluminada por la luz del baño. Se acercó a su hermana quien se encontraba acostada de medio lado, dándole la espalda. Por el movimiento que ella hizo con su mano se percató de que estaba despierta; también de que estaba llorando y limpiaba sus lágrimas. Se sentó con cuidado detrás de ella y le dio un beso en los cabellos, se quedó en silencio observando el perfil de su hermana y su mirada ausente, colocó con cuidado las flores a un lado y se acercó depositándole un beso en la mejilla.

—Te tengo una sorpresa —le susurró—. ¿Quieres verla?

—Sé que viniendo de ti tiene que ser buena —murmuró al tiempo que tomaba asiento en la cama dejando descansar su espalda en la cabecera y agarrando las flores—. Son hermosas, muchas gracias hermanito.

—Ya lo verás —acotó sonriente, poniéndose de pie se encaminó a la puerta mientras ella lo seguía con la mirada.

—Pensé que la sorpresa solo eran las rosas —dijo tratando de sonreír, pero su voz se encontraba muy ronca por las lágrimas derramadas.

Él negó en silencio, abrió la puerta y bajo el umbral apareció su padre quien tenía una marea instalada en su garganta.

Elisa al verlo inmediatamente cubrió el rostro con las manos ante la vergüenza y empezó a llorar. Daniel quiso acercarse nuevamente hasta ella, pero John no lo permitió, fue él quien llegó hasta su hija y se sentó al borde de la cama mirando cómo el cuerpo de Elisa temblaba ante el llanto y seguía con la cara cubierta.

—Hija —la voz le sonó ronca ante lo que sentía—. Está bien, aquí estoy... déjame verte —pidió en un susurro, en ese momento la habitación se iluminó por completo, Daniel había encendido las luces y John apreció las marcas en las muñecas de su niña mientras ella negaba en silencio.

—Me... me... muero de la vergüenza —apenas logró decir entre llanto.

—No tienes porqué hija —se acercó más a ella y con cuidado le rozó los cabellos.

—¿Ya lo sabes? —preguntó sin aventurarse a retirar las manos de su rostro.

—Sí... y quiero que sepas que no te juzgo, perdóname Elisa —suplicó y las lágrimas por fin salieron.

Daniel sabía que debía dejarlos solos por lo que prefirió salir.

—Me comporté como una cualquiera, papá... y me muero de la vergüenza por favor... no puedo mirarte a la cara —dijo entre sollozos—. No ahora que lo sabes.

—Elisa... mi vida, solo te comportaste como una mujer enamorada. No hay nada de malo en eso... yo no veo nada de malo en eso, quien se odia en este momento soy yo por haberte obligado a casarte con quien no querías, por haberte obligado a todo esto —hablaba con voz temblorosa ante las lágrimas. En ese momento Elisa liberó su rostro y a John unas ganas incontrolables de matar a Frank lo invadieron, no podía controlar los latidos de su corazón que se contraía ante el dolor; un temblor se apoderó de su cuerpo mientras las lágrimas en la garganta lo estaban ahogando, sin pedir permiso se acercó y la abrazo—. Mi vida perdóname... perdóname... yo te voy a sacar de aquí, ya verás... así como te encadené a esta vida también voy a liberarte de Frank... no llores, que todo va a salir bien —susurraba y las lágrimas se les derramaban sin control.

—Ya nada puede salirme bien papá; tampoco creo que pueda haber algo peor... ya nada de lo que pueda decirme o hacerme Frank puede ser peor... ya acabó con todo lo que había en mí —confesó aferrándose al abrazo de John y las lágrimas rodaban con facilidad e inútilmente intentaba sorberlas.

—Soy yo el gran culpable, sino te hubiera obligado nada de esto hubiese pasado... No sé por qué no busqué otra solución —se alejó del abrazo y llevó sus manos con infinito cuidado a las mejillas de su hija, apenas rozándolas mientras la miraba a los ojos cuando ella lo detuvo.

—No... no papá, agradezco todo lo que has hecho —expresó mientras él negaba en silencio—. Sí porque si no me hubiese casado con Frank seguramente nunca hubiese tenido la oportunidad de conocer a Jules... Y él sin dudas es lo mejor que me ha pasado en la vida y me dejó el regalo más grande —dijo llevándose las manos al vientre al tiempo que se dibuja media sonrisa en sus labios, seguidamente tomó entre sus manos las de su padre y las guió al vientre.

—No te importa que te haga abuelo nuevamente, ¿verdad?

—No... no, por el contrario, es una bendición —aseguró acariciando con manos temblorosas el vientre de su hija, le costaba reconocer a Elisa en esa mujer nostálgica y abrumada—. Hija quiero que te vengas conmigo a la casa —hablaba cuando ella intervino.

—Frank no lo va a permitir papá y no voy a dejar a Frederick con él, es mi hijo... si pasara un solo día, tan solo un solo día sin él, me volvería loca —dijo con convicción.

—Estoy seguro que Frank va a ceder... Además, me tiene que dar cuentas de esta bestialidad que hizo contigo —la voz del hombre demostraba seguridad.

Después de unos minutos Daniel llamó a la puerta y ellos lo invitaron a pasar, conversaron por media hora más tratando de alejar de Elisa los problemas vividos, aunque para padre y hermano eso era solo el principio. No pensaban dejar que Elisa siguiera al lado de Frank. John pidió permiso y salió de la habitación dejando a los hermanos a solas.

El padre de Elisa se encaminó por el pasillo, estaba decidido a hablar con Frank, sabía que estaba en la casa, pero el muy cobarde no se atrevía a dar la cara y no tenía idea de qué habitación estaba ocupando. Bajó las escaleras encontrándose con André quien le daba algunas instrucciones a una de las mujeres del servicio, la que despachó apenas se percató de su presencia en el lugar.

—Buenas noches señor —saludó con tono ceremonioso. Sabía los motivos de la presencia del hombre en el lugar.

—Buenas noches André, ¿cómo se encuentra? —preguntó por protocolo.

—Muy bien, gracias señor —acotó sin ánimos, quería decirle que realmente estaba consternado por toda la situación que estaba ocurriendo con la señora, pero no podía entrometerse en la situación de sus patrones, ni mucho menos darle el lado a ninguno de los dos, era sumamente difícil para él pero debía ser imparcial.

—André sé que estás al tanto de todo y sobre todo de que sabes qué habitación está ocupando Frank, te pido por favor que me lleves con él —dijo sin más, no podía tener tacto cuando lo único que quería era convencer a Frank de que le permitiera llevarse a su hija.

—Señor... —el hombre titubeó sin saber qué decir, no estaba autorizado para dar esa información—. El señor Wells no puede atenderlo en este momento porque está indispuesto —acotó con precaución.

—Sé que no estás autorizado André, pero a mí no me importa si no puede atenderme o que no esté dispuesto hacerlo, simplemente tiene que hacerlo... Debe hacerlo y tu deber es mostrarme su habitación, si no quieres, de igual manera echaré abajo las setenta puertas de las setenta habitaciones, por lo que te pido que no me hagas perder el tiempo y así podríamos evitarnos un mal momento, porque de aquí no me voy hasta que Wells me dé la cara y responda por lo que le hizo a mi hija —la voz de John fue determinante como nunca antes.

—Señor entiendo su situación, pero comprenda que mi puesto pende de un hilo, ya me he tomado demasiadas atribuciones que no me correspondían —carraspeó.

—Lo entiendo André, pero Frank no tiene porqué enterarse de que has sido tú quien me dio la información, no te pido que me lleves, solo dime en qué habitación se encuentra.

—Está bien señor, pero por favor no cometa ninguna imprudencia —suplicó con la voz vibrante por el temor.

—Puedes estar tranquilo, no pienso caerme a golpes con Frank —aseguró con tono amable.

—Está en la tercera habitación a la derecha, frente a la recámara principal —respondió el mayordomo con cautela.

—Gracias André.

—Estoy para servirle señor Lerman —hizo una pequeña reverencia—. Con su permiso me retiro —se dio media vuelta encaminándose a la cocina.

John llegó a la habitación que André le había indicado, llamó a la puerta insistentemente, pero nadie respondía a sus llamados, aunque sabía que estaba ahí y no se movería un ápice.

Frank no tuvo más remedio que abrirle la puerta y el padre de Elisa no pudo evitar sorprenderse al verle el rostro.

—Fue tu hijo —esbozó en voz muy baja ante la inflamación en su boca.

El hombre estaba irreconocible y no pudo más que admirar a Daniel porque hizo lo que Frank realmente merecía.

—¿Puedo pasar? Solo quiero que hablemos —preguntó, Frank hizo un ademán para que pasara, lo invitó a tomar asiento en un sillón y él ocupó otro en frente.

—Tú dirás —fue el único comentario que hizo Frank.

John se percató de que le costaba hablar, seguramente ante el dolor.

—No voy a preguntarte porqué... solo quiero que lleguemos a un acuerdo, ¿qué tengo que hacer para que proceda el divorcio? —inquirió sin preámbulo.

—Nada porque no pienso divorciarme y no les voy a dejar a mi hijo —determinó impasible mirando fijamente a los ojos de su interlocutor.

—No estoy diciendo que nos vamos a quedar con Frederick, sabes que hay acuerdos donde el niño puede pasar días con sus padres... Sé que Elisa no permitirá que te prohíban verlo —trató de mediar y ser lo más razonable posible.

—Elisa no está en derecho de permitir nada y lo quiero conmigo... los quiero conmigo, quiero a Elisa conmigo así que no sigas gastando tu tiempo... Si ella quiere irse puede hacerlo, pero no permitiré que saquen a Frederick de la casa y mucho menos que ella vuelva a verlo —contestó sin opción a réplica, su tono dejaba claro que no había cabida a ninguna opción posible.

—¿Por qué haces esto Frank? —Trató de mediar John—. Sé que lo que ella te hizo... —intentó hablar, pero Frank lo detuvo.

—No quiero hablar del tema, estoy tratando de olvidarlo y hago todo esto porque la amo... Así que no me voy a divorciar. Sé que me he portado como un animal con ella, pero no podía pensar ante el dolor —explicó sintiendo un nudo en la garganta, solo él sabía el sufrimiento por el que estaba pasando.

—¿La amas? —peguntó sin poder creer en tanto egoísmo confundido con amor.

—Desde el primer día en que la vi amigo mío... Decidí que sería mía y sabes que cuando me propongo algo lo consigo —dijo tranquilamente sin desviar la mirada.

—Mi hija no es un negocio, ella también tiene derecho a elegir —la voz de John evidenciaba su aturdimiento.

—Eso no pensabas cuando te ofrecí mi ayuda y aceptaste mi cortejo para con ella; además, le había dado muchas libertades, le di todo y mira cómo me pagó... pero ya dije que quiero olvidar, quiero seguir adelante, puedes tener mi palabra de que nunca más le pondré una mano encima, solo que me sacó de mis cabales porque me mintió... y seguía haciéndolo, queriendo verme la cara de estúpido, créeme que lo que he hecho me ha dolido más a mí pero no voy a divorciarme John, es mi última palabra y si eso era lo que venías a pedirme ya tienes la respuesta, así que puedes irte —hablaba cuando Lerman intervino.

—Te doy todos los hoteles, quédate con la casa. Frank te doy todo lo que tengo, pero hagamos esto de buenas maneras, hagamos las cosas como deben ser...

—¿Cómo deben ser? —interrumpió—. Si te refieres hacerlo legalmente sabes de sobra que yo ganaría, tengo muchas pruebas de la infidelidad de tu hija, deberían estar agradecidos de que esto no lo saco a la luz pública porque de ser así ella estaría perdida, tú estarías perdido. No me pidas que sea aún más condescendiente... no me interesa nada de lo que tienes John, lo único que me interesaba de ti ya lo tengo y no pienso dejarlo ir. Ahora si me disculpas estoy algo cansado, mañana tengo que trabajar temprano. Y algo por lo que deberías estar agradecido es que no voy a levantar ningún cargo en contra de tu hijo, hay más de once testigos que presenciaron su ataque despiadado y fuera de control; si realmente yo fuese un desgraciado te aseguro que en este momento Daniel estaría cenando pan y agua.

Lerman sabía que Frank tenía razón, pero no podía pretender que Elisa siguiera a su lado por obligación, ya buscaría la manera de convencerlo, por ahora era imposible porque estaba muy dolido, por lo que se puso de pie y estaba por salir cuando Frank lo detuvo.

—Otra cosa... sabes que intentó escaparse, por eso la mantengo encerrada, me volvería loco si despierto un día y no la encuentro, sé que pretende llevarse a mi hijo... pero ese encierro solo será por un tiempo, hasta saberla decidida a quedarse a mi lado y no tenga por qué temer —dijo con la mirada perdida en un punto imaginario.

John se quedó mirándolo en silencio por un minuto sin poder comprender a Frank, eso no podría ser amor, no era más que obsesión, ¿cómo no se dio cuenta de la clase de hombre que era antes de aceptar cualquier acercamiento de él para con su hija? Pero ya era demasiado tarde, ahora solo le quedaba no desistir hasta lograr que Elisa esté divorciada.

Terminó por salir de la habitación que ocupaba Frank y con mucho cuidado entró a la alcoba de Elisa, encontrándosela a ella y a Daniel dormidos y abrazados, podría jurar que Daniel adoraba a su hermana más que a nadie en la vida. Cerró la puerta y se marchó porque no ganaría nada quedándose ahí, sabía que su hijo mayor cuidaría muy bien de ella.


Nota: Nuevo capítulo arriba, espero que lo hayan disfrutado. 

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro