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CAPÍTULO 32


El tren arribaba a la estación de trenes en Chicago y Daniel ya estaba de pie con bolso en mano frente a la puerta de salida, unos segundos habían pasado desde que uno de los operadores le había llamado la atención porque no debía levantarse de su asiento hasta que la locomotora se detuviese completamente.

No sería el operador quien lograría que se sentara, su preocupación no tenía límites y cada vez era mayor al no poder comunicarse con su hermana en todo el día anterior, ni siquiera en la noche logró nada; por lo que decidió no seguir esperando, agarró el primer tren rumbo a la ciudad de los vientos, teniendo que dejar a Vanessa sin quererlo, aunque fue ella quien terminó por convencerlo, decidiendo esperarlo en casa de una tía.

Apenas las puertas se abrieron saltó a los andenes, no tenía que esperar por ningún equipaje por lo que se encaminó rápidamente a la salida mientras el corazón le brincaba en la garganta, tomó el primer taxi que encontró, como era de esperarse el trayecto hasta la mansión Wells se le hizo sumamente largo, eran cuarenta y cinco minutos, pero para él eso era una eternidad. Solo quería llegar y ver que todo estaba bien con su hermana, que ella con su hermosa sonrisa le dijera que era demasiado impulsivo, que se estaba volviendo viejo al preocuparse por tonterías.

Más de una vez le recordó al conductor que estaba apurado, recibiendo por respuesta que hacía lo que podía y no alcanzaba ir más de prisa.

El paisaje gris y el frío le hacían saber que las tormentas de las noches anteriores habían sido fuertes, la mayoría de los caminos se encontraban enlodados. Resopló cuando por fin pudo ver en el horizonte la gran mansión; sin embargo, a medida que se acercaba su angustia cobraba más fuerza.

Por fin el taxi se estacionó frente a los portones, pero no le concedieron el paso como era costumbre. Los hombres de seguridad salieron y pudo reconocer a dos de ellos, aunque al parecer los tres restantes eran nuevos. Daniel no entendía por qué había tanta seguridad, sacó la cabeza por la ventanilla del auto ya que al parecer no lo habían reconocido.

—Buenos días Douglas, ¿puedes abrirme el portón por favor? —preguntó de manera amable, aunque utilizó un tono que no admitía ninguna réplica.

—Buenos días, sí por supuesto señor Lerman, enseguida —respondió el hombre, quien se dirigió a la caseta por las llaves.

Cuando por fin le dieron el paso, los hombres de seguridad le flanquearon el camino, a los cuales saludó elevando cortésmente la mano; desvió la mirada hacia la maravillosa e imponente estructura, dejando sus pupilas fijas en el ventanal que daba a la habitación de Elisa. El auto se estacionó y él bajó casi inmediatamente, se encaminó y subió dos escalones.

—Disculpe señor —el chofer del auto le hacía el recordatorio de que no le había pagado.

—Oh lo siento —se disculpó Daniel regresando rápidamente al auto mientras buscaba en el bolsillo de su pantalón un billete—. Quédese con el cambio y muchas gracias —le entregó el dinero y regresó antes de que el taxista pudiese agradecerle.

La inquietud no lo dejaba disponer de sus modales y paciencia en ese momento por lo que llamó a la puerta de manera insistente; inevitablemente cada vez sus sentimientos aumentaban. No era recibido por nadie, estaba a punto de bordear la mansión e ir por una de las puertas laterales o la del fondo cuando la gran puerta principal se abrió, apareciendo ante él André quien palideció inmediatamente al reconocerlo.

—¡Señor Lerman! —saludó sin poder ocultar su nerviosismo, siempre se había caracterizado por ser enfático y educado, pero le fue imposible controlarse al ver al hermano de la señora esperando en la puerta

—Hola André, ¿dónde está mi hermana? —preguntó entrando a la casa sin esperar ser invitado, dejó el bolso sobre uno de los sofás mientras que André lo seguía sintiendo que las piernas le temblaban.

—Señor... la señora... —trataba de esbozar el hombre, pero ante su nerviosismo y los movimientos de Daniel Lerman por el salón se le hacía imposible. Nunca se había sentido tan intimidado, aun cuando él solo se había esforzado por ayudar y defender a la señora.

—La señora no se encuentra, ha salido desde muy temprano —interrumpió Flavia a André quien no sabía cómo negarla, incumpliendo así las órdenes de su patrón, pero alguien debía hacerlo, por lo que ella prefirió tomar la palabra.

—¿No sabe a dónde salió Flavia? —preguntó impacientándose porque era muy raro que hubiese salido tan temprano.

—No señor... lamento no tener esa información —continuó la joven, siguiendo al pie de la letra las órdenes del señor Wells. André quería decirle todo lo que estaba pasando, pero no podía inmiscuirse más en la situación—. André necesitaré su ayuda para poder mover la escultura de Venus que está en el comedor —dijo Flavia dirigiéndose al mayordomo para captar su atención—. Disculpe señor, pero estamos verdaderamente ocupados, tal vez si puede comunicarse más tarde o pasar en un par de horas, aunque... si prefiere esperar... —decía algo nerviosa, sabiendo que estaba siendo grosera, hasta podía llevarse un regaño del señor Lerman por estarlo echando de una casa que de cierta manera también le pertenecía.

—No, no voy a esperar. Voy ahora mismo a casa de mis padres y llamaré nuevamente, sino iré hasta la compañía... Necesito comunicarme con Elisa, no puede ser que esté desaparecida. André, ¿cómo está el servicio telefónico? No he podido comunicarme en dos días —preguntó dirigiéndose al francés.

—Hemos tenido problemas debido a las precipitaciones señor, pero ya el señor Wells está buscando la manera de solucionar el inconveniente.

—Entonces voy a la casa de mis padres y regresaré en un par de horas, si Elisa regresa por favor díganle que he venido a verla, que no se mueva de la casa, necesito que me espere —pidió mirando a André.

—Con gusto señor —respondió al tiempo que era prácticamente arrastrado al comedor por Flavia.

Daniel al verse solo en la sala se encaminó a la puerta principal con el único propósito de ir a ver a sus padres, no podía evitar sentirse frustrado por no tener noticias de Elisa, pensó que tal vez estaría visitando a Jules y no quería exponerla. En ese momento se maldijo por no haberle quitado el número de teléfono al francés. Tal vez él podría darle alguna información, pero ni siquiera sabía exactamente dónde vivía. Giraba el pomo de la puerta para salir cuando escuchó que alguien llamaba.

—Psss... psss —Daniel giró buscando por todo el salón de dónde provenía ese silbido y su mirada captó a Dennis bajo las escaleras quien con un gesto de la mano le pedía que se acercara, lo que hizo inmediatamente dando largas zancadas—. Señor Lerman gracias a Dios ha venido, su hermana sí se encuentra, está en su habitación... —susurraba para que nadie más la escuchara cuando Daniel intervino sin dejarla terminar.

—¿Qué pasó? ¿Le pasó algo a mi hermana? —preguntó desesperado y esa presión en su pecho amenazaba con ahogarlo.

Ella asintió en silencio y eso bastó para que saliera corriendo y subiera las escaleras lo más rápido posible, siendo visto por André quien regresaba de la cocina.

—¡Señor Lerman!... ¡No puede, no puede! —pedía siguiéndolo, pero era demasiado tarde, ya Daniel corría por el pasillo.

Llegó hasta la puerta de la habitación de su hermana y giró la manilla, pero no cedía.

—¡Elisa!... ¡Elisa! —la llamaba al tiempo que golpeaba con la palma de su mano la hoja de madera. Sus emociones eran una marea que se desbordaba, sentía miedo y rabia, dolor, tristeza, impotencia y muchas más que no sabría cómo describir.

Elisa al escuchar la voz de su hermano al otro lado de la puerta salió de la cama inmediatamente al tiempo que un torrente de lágrimas empezó a derramarse sin control; expresando desesperación, dolor, tristeza, impotencia y salvación.

—¡Daniel!... ¡Daniel aquí estoy! ¡Hermano! ¡Daniel! —decía entre llanto pegándose a la puerta, queriendo lanzarse a los brazos de su hermano mayor.

—¡Elisa!... ¡Elisa abre la puerta! —le pidió desesperado al escucharla llorar, sintiendo tanto miedo.

—No puede hacerlo señor. La puerta está bajo llave —informó el mayordomo quien llegaba en ese momento; estaba realmente nervioso al ver la mirada del señor Lerman.

—¿Entonces qué esperas para buscar las llaves? ¡Busca las malditas llaves antes de que te reviente el alma! —exigió a punto de grito y lleno de ira soltando el pomo de la puerta y estrellando sus manos contra el pecho de André, acorralándolo contra la pared.

—No las tengo señor, no las tengo —expuso sumamente asustado mientras Daniel lo asfixiaba con el ante brazo, presionándole la garganta—. El señor Wells se las ha llevado.

En ese momento Daniel soltó al francés con la ira dominándolo por completo.

—¡Elisa, hermanita retírate de la puerta! ¡Quítate de la puerta voy a tratar de reventar la cerradura!

Elisa se hizo a un lado mientras seguía llorando y toda ella temblaba.

Daniel utilizó todo el peso de su cuerpo y toda su fuerza para golpear, pero la puerta se mantuvo inmóvil, intentó una segunda, otra tercera y fue al cuarto intento que logró que la hoja de madera cediera. Se encontraba sudado y adolorido por el esfuerzo realizado mientras recorría con su mirada la habitación buscando a Elisa, pero fue ella quien se le echó encima, abrazándolo.

—¡Daniel, Daniel! —solo podía repetir una y otra vez el nombre de su hermano mientras se ahogaba en llanto y se deshacía en el pecho de él.

—Elisa... hermanita, ¿qué pasó? —susurró con la garganta inundada, haciendo más fuerte el abrazo. Empezó a acariciarle los cabellos mientras ella se aferraba a la cintura de él.

Daniel llevó sus manos a las mejillas de Elisa, pero éstas estaban cubiertas por sus cabellos desordenados, él intentaba alejarla para mirarla a la cara, pero ella solo se hundía más en su pecho.

—Todo se vino abajo hermano... mi mundo se vino abajo —explicó aferrada al abrazo—. Ayúdame —susurró con la voz sofocada en el pecho de Daniel.

Él sentía que el corazón se le quebraba al escucharla llorar de esa manera.

—Prometo que lo haré... Pero ¿qué haces aquí sola? ¿Dónde está el maldito de Le Blanc que no dio la cara? ¿Dónde está el muy cobarde? —preguntaba aún más molesto por saber a su hermana sufriendo sola, sentía tanto dolor, tanta impotencia. Y Elisa soltó un sollozo realmente doloroso.

—Está muerto... muerto —apenas logró decir ante el llanto, se separó un poco para ver a su hermano, quien se había quedado estático por la noticia—. Me lo arrebató —un nuevo sollozo salía de su garganta mientras miraba a Daniel a la cara y los ojos de él se habían enrojecido con las lágrimas al borde de los párpados.

Daniel trató de llevar sus manos a las mejillas de Elisa, abriéndose camino entre los cabellos desordenados y fue en ese instante que percibió las marcas en el rostro de su hermana, sin decirle nada y con el Diablo por dentro empezó a retirar los cabellos rápidamente casi con desespero, pero intentando ser cuidadoso para poder verla mejor sin lastimarla. La haló por una mano para acercarla a la ventana porque con la habitación en penumbras no lograba apreciarla bien.

Elisa inevitablemente soltó un jadeo al ser lastimada por su hermano.

La vista de Daniel se ancló en el agarre y no pasaron desapercibidas a su mirada las marcas sumamente moradas en las muñecas de su hermana. El corazón le dio un vuelco explotando en millones de pedazos; en un abrir y cerrar de ojos se reconstruyó con una fortaleza inimaginable, con una ira sobrenatural todo él empezó a temblar y la temperatura de su cuerpo aumentó drásticamente, una lágrima rodó por su mejilla y se la limpió bruscamente.

Sin decirle una sola palabra a Elisa corrió a la salida con esa adrenalina que le hacía hervir la sangre, dejándola parada sin poder coordinar, sin que entendiera su actitud. Detuvo su carrera en el pasillo donde André aún permanecía parado con el corazón latiéndole a mil en la garganta

—Cuidado y cierras la maldita puerta —le advirtió al mayordomo y salió como alma que lleva el Diablo.

Elisa en ese instante fue consciente de lo que Daniel pretendía hacer, de que se había molestado demasiado por haberla visto en esas condiciones, de que él no tuvo que preguntarle para saber que quien la había maltratado de esa manera había sido Frank, por lo que salió del trance y corrió detrás de él.

—¡Daniel no!... ¡No Daniel no!... ¡Espera, no vayas! ¡Daniel, Frank va a ordenar que te maten! ¡Daniel no por favor, tú no!... ¡No lo soportaría! ¡Daniel! —gritó en medio del llanto, pero su hermano no le hizo caso, era como si no hubiese escuchado una sola de sus súplicas.

Daniel se dirigió corriendo a la entrada y le pidió a Paul las llaves del auto. El hombre no quería entregárselas, pero ante el par de empujones que Daniel le propició no tuvo más remedio.

Subió al auto y condujo tan rápido como éste se lo permitía mientras las lágrimas en su garganta se ahogaban en un mar mitad de ira y mitad de dolor; le costaba creer lo que Elisa le había dicho, le costaba creer que Jules Le Blanc estuviese muerto y en su mente se anclaba el rostro maltratado de la mujer que más amaba. Tenía la vista borrosa por las lágrimas, por lo que no se percató de respetar un pare y tuvo que utilizar sus mejores reflejos para frenar, estuvo a un segundo de colisionar con otro vehículo. El hombre del otro auto se bajó y le gritó varios improperios, pero él no estaba en condiciones para ponerse a discutir; al afectado no le quedó más que regresar a su auto, ponerlo en marcha y alejarse del lugar al tiempo que las lágrimas rodaban por las mejillas de Daniel, quien se cubrió la cara con ambas manos y dejó libre los sollozos que lo estaban atormentando, hizo varias respiraciones para calmarse y puso en marcha nuevamente el vehículo.

Daniel Lerman llegó a la recepción de la Compañía Wells, caminó sin detenerse y la mujer tras el inmenso mostrador de madera pulida que tenía en el centro el apellido de su cuñado en letras doradas, ni siquiera se molestó en preguntarle hacia dónde se dirigía o si podía ayudarlo.

Conocía muy bien al hermano de la señora Wells, por lo que supuso era una visita familiar, aunque le extrañó que el señor Lerman no saludara como era su costumbre. Daniel siguió hasta el ascensor pulsando el botón de llamada con desespero, sintiendo la sangre volar envuelta en llamas, los latidos desbocados alteraban sus sentidos y a pesar de que hacía frío sus sienes se encontraban sudadas. Cuando por fin llegó el ascensor subió rápidamente.

—Al último piso por favor —le pidió al operador, su voz se encontraba realmente ronca y el elegante hombre lo miraba de soslayo, también lo conocía y notaba el semblante alterado del señor Lerman.

El operador no había abierto completamente la reja dorada cuando Daniel salió y se encaminó con largas zancadas al final del pasillo donde se encontraba la presidencia; a medida que se acercaba su corazón aumentaba sus latidos, las manos le sudaban profusamente y todo él empezó a temblar.

Elizabeth al ver al señor Lerman acercarse con decisión se puso de pie rápidamente, salió detrás del escritorio y se le atravesó en el camino. Su jefe le había pedido no ser interrumpido y al parecer el hombre ni siquiera pensaba anunciarse.

—Buenos días señor Lerman —lo saludó con una amable sonrisa, pero Daniel no le respondió, solo la esquivó y siguió su camino—. Señor Lerman no puede pasar... el señor está en una reunión sumamente importante —explicó nerviosamente al ver cómo él le pasaba, por un lado, por lo que ella lo siguió.

—Más le vale que esté reunido con Dios... porque de esta no lo salva nadie —acotó sumamente molesto sin detenerse; abrió la puerta de la oficina de Frank, pero no estaba, por lo que se dirigió a la puerta que daba a la sala de reuniones y las deslizó de par en par.

Elizabeth se quedó paralizada a un lado sin saber qué hacer y todos los presentes clavaron la mirada en el hombre que interrumpía en el salón de conferencias, a Frank que lideraba la reunión se le congelaron las palabras en la garganta al ver a Daniel, se puso de pie inmediatamente mientras lo veía acercarse a la cabeza de la mesa, a su lugar como presidente.

—Cuñado... hablaremos en la casa —le dijo con media sonrisa nerviosa ante más de once hombres que estaban reunidos en ese momento, le hizo un gesto con la mirada para que no interrumpiera.

Eso no era suficiente para que Daniel se detuviese, éste no era más que un león decidido a ir por su presa, llegó hasta Frank clavando su mirada en el hombre y antes de que pudiese reaccionar Daniel lo empujó tan fuerte que provocó que Frank cayera con todo y silla. El sobresalto no se hizo esperar entre los presentes, así mismo los murmullos empezaron a recorrer el lugar. Elizabeth liberó un grito ante la impresión y corrió dentro del salón.

Daniel haló a Frank por la corbata y con todas sus fuerzas le propinó un golpe en la mandíbula seguidamente se le fue encima y no pudo contar cuántos golpes más le estrelló en el rostro, hasta que el hombre cayó en el suelo. Pero eso no era suficiente para él, no era suficiente para lo que ese maldito viejo se merecía, no era nada comparado con lo que le había hecho a su hermana, por lo que Daniel se ubicó encima de él manteniéndolo inmóvil entre sus rodillas, apenas se podía apreciar el puño de Daniel estrellándose contra el rostro de su cuñado por la rapidez de los golpes. Frank pedía que llamaran a seguridad cuando podía gritar y algunos hombres intentaban ayudar, pero el demonio que llevaba Daniel desatado por dentro era más fuerte que dos de los hombres presentes, quienes fueron los únicos que se atrevieron a intervenir.

—Maldito infeliz, eres muy hombre... eres un macho hijo de puta —le gritaba en la cara mientras sus puños estaban adoloridos y llenos de sangre de su cuñado—. ¿Cómo te atreviste a ponerle una mano encima a mi hermana? —su respiración era demasiado agitada y solo quería matarlo. En ese momento tres hombres lograron alejarlo de su objetivo, quien apenas sí reaccionaba ante el dolor. Sin embargo, Daniel forcejeaba para soltarse, solo quería matarlo, hacer lo mismo que había hecho con las ilusiones y el amor de su hermana—. ¡Maldito asesino! —le gritó, propinándole dos patadas en uno de los costados antes de ser arrastrado fuera de la oficina.

—Daniel... Después hablamos... después —logró decir intentando sentarse en el suelo y viendo cómo le salía sangre a chorros de la boca, temiendo que le hubiese roto algunos dientes—. No es conveniente que hablemos aquí de tu hermana —fueron esas las palabras claves de Frank para que Daniel se tranquilizara un poco.

Frank se sentía la cara destrozada y el costado adolorido, aún no había recuperado el aire y se sentía como si se hubiese caído por un precipicio mientras todo su cuerpo descompensado temblaba, viendo cómo cada vez más las manos se le llenaban de sangre, no podía ser consciente de los demás presentes en la reunión, la golpiza lo tenía desorientado.

—¡Ya!... ¡Suéltenme!, no pienso ser igual que este desgraciado —dijo Daniel soltándose del agarre y saliendo con la ira consumiéndolo ante la mirada atónita de todos los presentes, quienes después la clavaron en un Frank ensangrentado, siendo ayudado por dos de sus hombres a ponerse en pie.

Apenas podía hablar y lo hizo para anunciar que la reunión quedaba suspendida, algo que ya los espectadores suponían, pero estaban esperando que él se los confirmara, Frank no esperó a que el salón se vaciara para abandonarlo. Su cuñado Daniel salió rápidamente de la compañía ante la mirada de asombro de la mayoría del personal.

—¿Qué pasó? —preguntó Kellan llegando al pasillo por haber escuchado el revuelo.

—No sé, al parecer el señor Lerman irrumpió en la reunión y le cayó a golpes al señor Wells —acotó uno de los del personal de limpieza.

—¿Cuál de los Lerman? —curioseó interesado.

—Daniel Lerman... El señor suspendió la reunión y salió detrás de él... le dio la paliza del año, tenías que haberle visto la cara al señor Wells... lo dejó desfigurado —expuso el hombre con malicia.

—¿Hace mucho que Daniel se fue? —preguntó casi inmediatamente.

—No, eso fue hace unos minutos, tal vez todavía estén en recepción... —el hombre hablaba cuando Kellan salió corriendo y se dirigió a las escaleras.

Bajaba rápidamente, tratando de apoyarse en la baranda para no caerse, cuando por fin llegó, sus ojos buscaron desesperadamente a Daniel, él era el único que podría ayudarlo, le diría a él que Jules estaba vivo y después le entregaría la nota, pudo verlo salir por la puerta, bajó los últimos escalones para alcanzarlo, pero tuvo que detenerse en seco porque las puertas del ascensor se abrieron y salía Frank Wells acompañado por tres de sus hombres.

—¡Maldición! —exclamó ante su mala suerte.

No podía arriesgarse y llegar hasta Daniel porque su jefe lo vería y terminaría despidiéndolo, no podía quedarse sin trabajo por la universidad, pero sobre todo porque necesitaba estar dentro de la empresa para poder mantener a Jules informado de cualquier novedad.

Recordar a su amigo lo llenaba de nostalgia, sobre todo el día anterior cuando tuvo que deshacerse de su auto, lo había vendido por petición del mismo propietario, quien se lo había regalado para que con el dinero pagara algunos meses de la universidad.

Daniel estacionó frente a la entrada, no llamó a la puerta, sino que inmediatamente abrió, encontrándose con Elisa sentada en uno de los sofás.

Ella se puso de pie inmediatamente y corrió hasta él, abrazándolo con fuerza. Daniel la miró a los ojos, podía jurar que llevaba días llorando y que se alimentaba poco.

—Estás bien... estás bien —le decía Elisa acariciándole con manos trémulas el rostro a su hermano mientras lloraba.

—Sí... sí estoy bien. Ahora nos largamos de aquí, te vas conmigo —avisó tomando las manos de ella y depositándole besos, la guio a la habitación. Subían las escaleras cuando se dirigió a Dennis—. Prepara un poco de ropa para Frederick, pero ya Dennis —indicó y la niñera prácticamente corrió hacer lo que el señor Lerman le pedía.

En la habitación Daniel buscó una maleta y la abrió sobre la cama, caminó hasta el armario de su hermana y prácticamente arrancó algunas de las prendas de Elisa, lanzándolas dentro de la valija al igual que algunos pares de zapatos y otras pertenencias de ella. Mientras Elisa se vestía en el baño lo más rápido posible e intentaba controlar los temblores de su cuerpo.

Daniel terminó por cerrar la maleta y Elisa apareció en la habitación lista, por lo que él agarró el equipaje y ella lo siguió.

Al salir se encontraron con Dennis, quien salía con el niño en los brazos por lo que Daniel lo cargó, el pequeño al reconocerlo se lanzó a sus brazos, sin perder tiempo le depositó un beso en la mejilla y se encaminaron. Daniel llevaba en una mano la maleta de Elisa y en la otra a su sobrino, llegaron a las escaleras y pudo divisar en uno de los sofás el bolso de Frederick, empezó a bajar las escaleras con rapidez ante la mirada de admiración de André, Dennis e Irene. Eran los que más deseaban que la señora pudiese liberarse de esa pesadilla.

Casi en el último peldaño apareció Frank bajo el umbral de la puerta principal, al parecer se había lavado el rostro porque no tenía casi sangre; sin embargo, los golpes se apreciaban a metros, el pómulo y ojo derecho se le habían hinchado desmesuradamente.

—¿Qué hiciste Daniel? —Susurró Elisa a su hermano sin poder salir del asombro al verle la cara a Frank—. Casi lo matas.

—No te has mirado en un espejo ¿Verdad? ¿Acaso no es lo que casi hace contigo también? —hablaba en susurros cuando Frank intervino.

—¿Cuñado a dónde crees que vas con mi mujer? —preguntó tranquilamente dejando ver media sonrisa, provocando que Daniel se llenara nuevamente de rabia.

—Ya no es tu mujer... Me la llevo porque es mi hermana y no voy a permitir que siga a tu lado después de lo que le has hecho —aseguró apenas moviendo la mandíbula ante la dureza de sus palabras sin dejar de bajar las escaleras—. Elisa agarra el bolso de Frederick —instó a su hermana.

—Lamento mucho tener que discrepar cuñado, pero Elisa sigue siendo mi mujer hasta que a mí me dé la gana, ella quiere quedarse conmigo... ¿No es así Elisa? —preguntó irónicamente clavando su mirada en la pelirroja.

Elisa miró a su hermano con los ojos ahogados es lágrimas y el corazón brincándole en la garganta.

—¡No seas tan miserable! Ella se va conmigo y punto —finiquitó tratando de no alzar la voz para no alterar al niño en sus brazos.

—Ya he dicho que no se va, no creas que la dejaré después de lo que me hizo, después de verme la cara como a un estúpido —aseguró y volvió a anclar la mirada en su esposa—. ¿Piensas que te vas a ir como si nada hubiese pasado?

Elisa solo se mantenía en silencio y se aferraba al brazo de Daniel.

—Frank ya te he dicho que no quise hacerte daño... lo evité... lo evité —confesó a punto del llanto tratando de mediar, no quería por nada del mundo que Daniel se arriesgara con Frank. Sabía que en cuanto a fortaleza y destreza su hermano llevaba las de ganar, pero también sabía que muchas veces Frank estaba armado.

—¡Cállate... cállate maldita! —le gritó con ira sin impórtale la presencia de Daniel, quien en ese instante le entregó el niño a Elisa, dejó la maleta a un lado y se le fue encima a Frank.

—No le grites infeliz, no la insultes —decidido a darle otra golpiza, pero en ese momento entraron a la mansión tres de los guardaespaldas de Frank y se pararon detrás del hombre, gritando con su actitud que estaban dispuesto a todo.

—¡Daniel no! ¡No, no, no!... —le suplicó Elisa reteniéndolo por uno de los brazos—. Por favor... por favor... —imploraba y Frederick que había estado los últimos días con los nervios alterados empezó a llorar nuevamente mientras ella trataba de calmarlo.

—Vamos cuñado podemos hablar civilizadamente, no hay necesidad de usar la violencia —acotó Frank calmándose un poco ante la presencia alterada de su hijo.

—No voy hablar contigo, me llevo a mi hermana y a mi sobrino. No te interpongas cobarde, no eres más que un pedazo de marica que tiene que buscar el apoyo de sus matones... sí... ya no son guardaespaldas, no cuando son cómplices de un asesinato —le escupió a los hombres detrás de su cuñado; sin embargo, los aludidos permanecieron inmóviles y con la mirada fija en el moreno.

—Bueno, ¿te los quieres llevar? Hazlo, adelante —le hizo espacio a Daniel para que pasara—. Para que veas que no soy violento —acotó con voz tranquila.

En ese momento Elisa sintió que se liberaba de ese peso que la mantenía doblegada, pero en el momento en que caminaba al lado de Frank lo miró de soslayo y el peso sobre sus hombros regresó con más fuerza, tanto que se le hizo casi imposible caminar al verlo sonreír cínicamente.

—Amor, sales por esa puerta y no tendrás otra oportunidad, no haré las cosas de forma violenta pero sí legales. Tengo suficientes pruebas para quedarme con el niño si nos vamos a discutir esto delante de un juez; creo que solo bastará con la tercera o cuarta parte de las evidencias que poseo para que fallen a mi favor y en tu vida verás nuevamente a Frederick. Solo tendré que entregarle el caso a uno de mis seis abogados —se regodeó con la sonrisa bailando en sus labios, esas palabras fueron más que suficientes para que ella se paralizara y se rehusara a dar un paso más.

—Vamos Elisa no te dejes amedrentar por lo que diga, solo no lo escuches —la alentó Daniel para que caminara, pero ella no lo hacía, solo negaba en silencio mientras miraba al niño en sus brazos, pidiendo a la mirada de su pequeño fuerzas.

Sabía que Frank tenía razón, solo tendrían que revisar el apartamento de Jules para que ella estuviera perdida. Daniel se llenó de impotencia ante lo que había causado Frank con sus palabras, por lo que se volvió y le dijo:

—Perfecto nos vamos a pelea legal... Sabes el poder que tienen los Anderson y no nos vas a ganar, mi tío no se quedará de brazos cruzados —amenazó para llenar a su hermana de seguridad.

Frank soltó una carcajada que retumbó en el lugar, lo hizo a pesar del dolor en su rostro, pero definitivamente le había causado risa la ingenuidad de su cuñado.

—Vamos Daniel ¿Escuchas lo que estás diciendo? ¿El poder de los Anderson? Estás frente a Frank Wells, ¿a quién pretendes asustar con el apellido Anderson? —Inquirió mostrándole una amplia sonrisa cargada de arrogancia—. Aunque bueno no me sorprendes cuñado, siempre he sabido que eres bueno para los chistes —Daniel lo miraba con rostro impasible guardando silencio—. Pero está bien, te seguiré el juego Lerman; supongamos que Brandon Anderson se mete en esto... Yo estoy dispuesto a utilizar solo a dos de mis abogados para que hagan frente a tu familia y no dejarlos en ridículo, porque jamás escúchame bien, ni en sueños los Anderson tendrán el poder que tiene Frank Wells y lo sabes... Pero adelante, terminen de largarse de una buena vez —instó con burla.

Daniel se sentía lleno de impotencia porque sabía que él tenía razón y maldijo a su madre en ese momento por haber casado a su hermana con un hombre con tanto poder, no solo dentro del país si no fuera de éste. Todo por la maldita ambición, pero no se mostraría derrotado delante de su hermana por lo que la miró nuevamente.

—¿Qué tantas pruebas tienen? —preguntó en un susurro porque necesitaba que ella lo ayudara.

—Las suficientes —murmuró con la mirada al suelo—. Estoy perdida Daniel —dos grandes lágrimas salieron de sus ojos.

—Daniel para que veas que no tengo nada en tu contra puedes quedarte, no soy tan hijo de puta cómo crees, eso sí... nada de intentar escaparse de nuevo... ni verme la cara de estúpido porque no lo lograrán y si lo haces, si al menos lo intentas, tendré en mis manos en menos de veinticuatro horas una orden de alejamiento y no podrás acercarte a Elisa a kilómetros... Tu esposa ¿Cómo está? ¿Cómo avanza el embarazo? Realmente no creo que sea necesario que el niño tenga que conocer a su padre tras las rejas —dijo tranquilamente. Se volvió y caminó hacia las escaleras sin mirarlos una vez más, sabía que detrás estaban los tres hombres imponiendo una barrera y al mínimo intento ellos se lo harían saber.

Mientras, Wells iba pensando en buscar más hombres para reforzar la seguridad de su casa, sabía que los tres nuevos que había contratado no serían suficientes. Daniel se quedó observando a Frank, queriendo matarlo y cuando ya no estaba dentro de su campo visual desvió la mirada una vez más a Elisa quien solo miraba el rostro de su hijo, al parecer ya estaba preparada para eso, él acercó su pulgar y acarició suavemente la mejilla de ella para retirar la lágrima que rodaba cuesta abajo, la vio palidecer repentinamente por lo que tomó entre sus brazos al niño.

—Dennis, Dennis —llamó a la niñera quien hizo acto de presencia y se ocupó de Frederick mientras él miraba a su hermana cerrar los ojos a segundos—. ¿Elisa estás bien?... Elisa... —observó atentamente cómo las fuerzas en Elisa disminuían por lo que la abrazó para evitar que cayera, al tiempo que los nervios se despertaron en él violentamente.

—Estoy bien, estoy bien —susurró con voz temblorosa—. Solo fue un mareo... solo eso, no te preocupes Daniel —le pidió con voz débil.

—Vamos a llevarte a la habitación para que descanses —le aconsejó acariciándole las mejillas que estaban cubiertas por una capa de sudor frío, la cargó llevándola en sus brazos a la recámara.

La acomodó sobre la cama y le quitó los zapatos. Él se metió en la cama junto a su hermana, acomodándola sobre su pecho la refugió entre sus brazos tratando de reconfortarla.

—Gracias hermanito —susurró con la garganta inundada y cerraba los ojos fuertemente para no derramar las lágrimas.

—Ya verás que todo va a salir bien, no voy a descansar hasta liberarte —prometió en voz baja para que ella no notara la ronquera en su voz a consecuencia de las lágrimas que le inundaban la garganta mientras le acariciaba los cabellos con infinita ternura—. Quiero que te vea un médico... no me gusta verte tan pálida.

—Es normal mi palidez —la voz se le quebró, abrió los ojos y su mirada se clavó en algún punto imaginario—. Daniel, estoy embarazada —las lágrimas salieron rápidamente y corrieron por su nariz, cayendo sobre el pecho de su hermano quien en ese momento llevó sus labios a la cabeza de ella y le depositó un beso sumamente largo mientras que su cuerpo empezó a convulsionar por el llanto, por más que quiso no pudo evitar hacerlo al tiempo que hacía el abrazo más fuerte y los sollozos de Elisa irrumpieron en la habitación—. No quiero seguir así Daniel... Me estoy muriendo de a poco y esta agonía es demasiado dura... No... no es Frank... él no me ha hecho nada comparado con lo que me ha causado la ausencia de Jules. Lo he llamado, le he gritado y no me ayuda... no me escucha. Todas las noches le he hablado... pidiéndole valor, me he arrodillado para que me perdone. No quería que esto terminara así... yo hubiese preferido que me hubiera dejado, pero saberlo bien... saberlo con vida —hablaba entre sollozos mientras Daniel solo lloraba al ver a su hermana de esa manera.

—Lo vas a superar claro... Eres Elisa Lerman, mi hermana. No te vas a dejar vencer y menos a doblegarte, eres fuerte, sabes que perdí hace mucho la cuenta de las veces en las que me defendiste; además, ahora tienes el fruto de tu amor... ¿Qué me dices ahora del amor? ¿Fue o no maravilloso? —le preguntó encarándola mientras le limpiaba las lágrimas.

—Maravilloso no sería la palabra para describirlo, eso no le llega —dijo mostrando media sonrisa—. Es algo extraordinario, solo una mirada bastaba para transportarme a otro planeta... ése donde no existía nadie más, solo nosotros dos, solo sus besos —seguía mientras regresaba el sentimiento y rompía en llanto una vez más—. Ése donde cualquier tontería me hacía reír, pero reír de verdad... es tan maravilloso hacerlo. No sé qué hacer ahora Daniel... no sé si pueda salir adelante.

—Vas hacerlo —afirmó para darle fuerza y esperanza—. Te vas a separar de Frank y... y tendrás a tus hijos contigo, me tendrás a mí porque no te dejaré sola un instante... Déjame ver —pidió acercándose al vientre de su hermana—. ¿Cuánto tiempo tienes? —le preguntó.

—No lo sé exactamente pero el doctor me dijo que de cuatro a seis semanas y eso fue hace dos, ahora tal vez tenga ocho o nueve quizás —hablaba mientras las lágrimas le salían silenciosas.

—¿Y hace cuánto que te enteraste? —preguntó sonriente.

—¿Recuerdas el día de la cita médica de Fred?... ¿Cuándo te pedí que regresaras a casa porque yo tenía algo importante que hacer? —Daniel movió el rostro de forma afirmativa—. Iba a buscar los resultados —confesó sin poder controlar las lágrimas—. Estoy segura de que es de Jules —cerró los ojos y se abrazó nuevamente a su hermano.

—¿Por qué no me lo dijiste? ¿Y él lo supo? —la voz de Daniel estaba cada vez más ronca por las emociones.

—Tenía miedo Daniel... mucho miedo, no sabía cómo lo ibas a tomar, sé que me reprenderías por no haber sido precavida pero siempre lo fui. No sé qué falló... A Jules intenté decírselo, pero me llené de pánico.

En ese momento Daniel acarició el vientre de su hermana.

—Ya se nota... bueno no tanto, aún puede pasar desapercibido... pero sí, está un poco más abultado de lo normal —se acercó aún más al vientre, muy cerca; elevó la camisa, casi rosaba sus labios contra la piel de la pelirroja—. Hola... ¿Sabes?, te habla tu tío... quiero que ayudes a tu mami, que le des fuerzas y que cada vez que ella esté llorando hagas que le den náuseas o que le provoque comer algo... Que solo viva de los buenos momentos, que recuerde que todo vale la pena, que por algo estás ahí —le decía mientras él mismo se obligaba a sonreír para darle ánimos a su hermana.

—Dudo que te haga caso... es muy tranquilo, no me ha causado nada. Muy distinto al embarazo de Frederick, en el que yo no paraba de vomitar, de comer o de estar todo el día en cama porque eran mareos y desmayos... Supuse que estaba embarazada por el retraso no por algún malestar, le pregunté al doctor si era normal, si estaba bien y me dijo que no todos los embarazos eran iguales —explicó mientras acariciaba los cabellos de su hermano quien le regalaba tiernos besos en el vientre.

Después de eso ella le pidió permiso para darse un baño, pero antes de retirarse le suplicó que no la dejara, que trataría de ducharse rápidamente.

—Puedes tomarte todo el tiempo que necesites, cuando salgas aquí estaré —aseguró sonriéndole con dulzura.

Una vez solo Daniel abrió las puertas de cristal que daban a la terraza para que así la brisa refrescara un poco la habitación. Salió hasta el balcón y a pesar de que llenaba y vaciaba lentamente sus pulmones, no lograba encontrar un instante de sosiego.

Elisa salió del baño ataviada en un albornoz de paño blanco mientras que con un cepillo en mano desenredaba sus cabellos húmedos, con la cara completamente lavada y el cabello peinado hacia atrás exponía las terribles y dolorosas huellas de la golpiza que le había propiciado su esposo.

Las pupilas de Daniel se anclaron en las evidentes huellas que marcaban el cuello de su hermana y no pudo evitar que su cuerpo se estremeciera ante la suposición de cómo las vetas moradas estaban en ese lugar. Se vio tentado a preguntarle, pero prefirió no hacerlo, porque no quería que Elisa reviviera momentos dolorosos y así él tampoco se vería tentado a salir corriendo para matar a Frank. Ella lo miraba sonriente pero no era de esas sonrisas que florecían como si nada, de esas que solo la provocaban la presencia de Jules, no era de esas que llegaban hasta su mirada haciéndola brillar, opacando a cualquier diamante.


Conocía muy bien a su hermana y esa sonrisa forzada solo le gritaba que estaba intentado dar lo mejor de sí, que seguramente mientras se bañaba había pensado sobre su situación y tal vez había decidido luchar, dar la pelea, pero lamentablemente también veía en su mirada resignación, parecía estar resignada a quedarse al lado del ser tan despreciable que tenía por esposo. Él le había hecho una promesa, iba a liberarla de eso estaba seguro, aunque por el momento no haya opciones, él las inventará. En ese momento llamaron a la puerta, era Flavia que entraba con el almuerzo de ambos. Daniel le agradeció y prácticamente obligó a Elisa a comer, aunque alegaba que no tenía apetito él no iba a permitir que dejara de alimentarse.

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