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CAPÍTULO 31

Era casi mediodía y el tren proveniente de Chicago había llegado retrasado, tal vez debido a las lluvias que azotaban la ciudad en esa época del año.

Daniel tenía el corazón en la garganta cargado de emoción por tener la certeza de que en muy poco tiempo vería a su hermana, apenas podía creer que en unos minutos la estrecharía entre sus brazos. Habían pasado dos meses desde la última vez que los había visto y extrañaba demasiado a su sobrino.

Su mirada se anclaba en las personas que bajaban del tren, recorría una y otra vez los pasajeros que habían bajado, por si al momento de pestañear no pudo ver a su hermana, era realmente exagerado, pero no podía evitarlo ante la felicidad que lo embargaba, mientras su esposa sentada en la banca se le aferraba a la mano.

—Creo que deberías sentarte Daniel —aconsejó regalándole una hermosa sonrisa.

—Amor es que quiero ayudarle con el equipaje, quiero que apenas baje me vea —explicó dedicándole una mirada cariñosa y le dio un beso en el dorso de la mano.

—¿Crees que le guste la comida que he preparado? —preguntó pretendiendo entablar un tema de conversación y así disminuir un poco los niveles de ansiedad en su esposo.

—Estoy seguro de que sí, tú cocinas divino mi vida —acotó mientras buscaba con su mirada entre la masa de personas sin distinguir a ninguna mujer pelirroja.

Todos los pasajeros bajaron y él no se movía del lugar, pensaba que Elisa como siempre se hacía esperar, pero vio cuando cerraban las puertas, lo que quería decir que no había un pasajero más. Daniel tragó en seco para pasar la angustia que se alojó en su garganta.

—Deberías preguntarle a uno de los empleados —le dijo Vanesa al ver que su cuñada no había arribado en el tren.

—Sí, tienes razón, regreso enseguida amor —acotó y se encaminó a los andenes, se acercó a uno de los operadores, captando la atención de un hombre de unos treinta años, con un largo y espeso bigote—. Disculpe señor, este es el tren proveniente de Chicago ¿verdad? —preguntó con voz amable.

—Sí señor —respondió el operador, quien al gesticular el bigote se le movía graciosamente.

—Disculpe ¿Ya han bajado todos los pasajeros? Es que estoy esperando a alguien.

—Sí señor, ya todos han bajado —respondió dedicándole una mirada cargada de desconcierto.

—No puede ser —la voz de Daniel denotaba incredulidad—. ¿Está seguro? Es que mi hermana debía haber llegado en este tren, ¿podría verificar la lista de pasajeros por favor? —pidió tratando de que el hombre le brindara ayuda.

—Por supuesto señor —se dio media vuelta—. Sígame por favor —le pidió y se encaminaron al primer vagón donde el hombre entró y al minuto salió con una tablilla en la mano—. ¿Cuál es el nombre de su hermana? —preguntó con la mirada en la inquieta hoja de papel que se movía por el viento.

—Elisa Wells o puede buscarla por Elisa Lerman de Wells —le pidió Daniel mientras su vista se anclaba en la lista, tratando él mismo de buscar el nombre de su hermana.

—Sí señor, efectivamente la señora Wells —dijo el hombre como si la conociese, aunque bueno todo Chicago y mitad del país conocía a Elisa por el poder que su esposo tenía, siendo la familia o el magnate con la mayor empresa ferroviaria y naviera del país, el protagonista de las portadas en las principales revistas de sociales y economía—. La señora no abordó el tren, ella tenía dos puestos en primera clase, pero no abordó —le tendió la tablilla para que mirara mejor—. Si ve este guion que tienen todos los de la lista, eso quiere decir que estaban en el tren al momento de salir de la estación de Chicago y la señora Wells no lo tiene —le explicó amablemente—. Tal vez haya perdido el tren, anoche estaba lloviendo fuertemente. ¿Le puedo servir en algo más señor? —le preguntó cortésmente.

—No... no, muchas gracias, es usted muy amable —recalcó, aunque se encontraba aturdido, sin entender por qué Elisa no había subido al tren.

No pudo evitar recordar que cuando lo llamó para avisarle de su visita, la había notado algo extraña e inevitablemente esa angustia que lo había torturado días atrás había regresado, golpeándolo una vez más. Regresó a donde Vanessa lo esperaba sentada con una mirada desconcertada.

—Elisa no subió al tren anoche —susurró y su voz se encontraba ronca por las emociones, dejó libre un suspiro sin saber qué decir—. Al parecer anoche llovió muy fuerte en Chicago.

—Amor seguramente no pudo salir de la casa o no quiso arriesgarse a viajar con la lluvia —concluyó tratando de reconfortarlo.

—Pero ella me hubiese llamado, me hubiese informado que no había podido viajar y no lo hizo —razonó mirando a su esposa a los ojos, sintiendo esa tortuosa presión en su pecho.

—Puedes llamarla y salir de dudas —le instó agarrándole una mano y frotándosela.

—Sí, tienes razón. Voy a llamarla inmediatamente, vamos a las cabinas.

Se encaminaron a las cabinas telefónicas, donde Daniel intentó en vano comunicarse varias veces.

Una vez más se alentaba mentalmente pensando que tal vez la lluvia había hecho colapsar las líneas telefónicas y por eso ella tampoco pudo avisarle de que no había podido viajar. Se inventaba una y mil excusas con la única intención de alejar de su cabeza la sensación de que algo malo le estaba pasado a su hermana.

Lo que Daniel no sabía era que Frank a primera hora había mandado a suspender el servicio telefónico en la mansión Wells, ya no podía confiar ni en sus empleados, quienes cada vez que les daba la gana se revelaban y terminaban defendiendo a Elisa.

Quería despedirlos, pero no podía hacerlo, porque sabía que a pesar de todo contaba con la discreción de ellos y no podía arriesgarse a que un nuevo personal de servicio ventilara lo que sucedía en la mansión. Si algo así llegara a pasar, los diarios se encargarían de destrozarlo dejándolo como el más grande de los cabrones y sería la burla de toda la nación.

En la mañana antes de salir para la oficina, Frank abrió la puerta de la habitación que hasta hacía poco había compartido con la mujer que amaba, dejó que Flavia entrara con una bandeja en la que llevaba el desayuno con alimentos suficiente, además de dos jarras con agua para que no pasara sed.

Él prefirió no entrar, por lo que se quedó esperando en el pasillo. No escuchó a Elisa hablar y pensó que tal vez seguiría durmiendo. Cuando Flavia salió quiso preguntarle por su esposa, pero no lo hizo, solo le informó a la dama de compañía que regresaría a la hora del almuerzo para una vez más abrir la puerta.

La mujer asintió en silencio porque no tenía nada que decir a favor de la atrocidad que estaba cometiendo su patrón, no podía ni esbozar su disconformidad porque en la reunión que tuvieron esa mañana, los amenazó a todos al informarles que al próximo desacato de sus órdenes estarían despedidos y ella verdaderamente necesitaba el trabajo, por lo que obedecería cada mandato de su jefe.

Daniel regresó a su departamento y dejó a Vanessa para luego irse al banco, donde tenía mucho trabajo pendiente; él solo había hecho planes para estar ausente media mañana. Pero mientras estaba en la oficina no podía sacarse a Elisa de la cabeza, llamó nuevamente a la mansión Wells y obtenía el mismo resultado, por lo que decidió marcar a la compañía Wells.

Una vez más Frank le llevaba un paso adelante a Daniel Lerman, le había ordenado a su secretaria que no le comunicara con ningún miembro de la familia Lerman, que lo excusara e inventara que estaba en alguna reunión importante, la que no podía ser interrumpida.

Cuando Daniel logró comunicarse así se lo informó Elizabeth, pero dos horas más tarde llamó una vez más y esa vez Wells había salido a revisar unas instalaciones cerca de la estación de trenes. Marcó una vez más a la casa de Elisa y el tono seguía caído, su preocupación aumentó sobremanera cuando llamó por quinta vez a la compañía Wells y Frank aún seguía sin ponerse al teléfono.


Nota: Como este capítulo es corto, les voy a dejar también el 32, que espero disfruten. 

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