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CAPÍTULO 3


Jules caminaba de un lugar a otro mientras la desesperación hacía estragos en él, miraba a cada segundo el reloj en su muñeca y el tiempo se le pasaba como agua entre los dedos.

Se frotó la cara con fastidio, luego deslizó sus manos por los cabellos hasta posarlas en su nuca, al tiempo que soltaba un gran suspiro intentando inútilmente llenarse de paciencia; sin embargo, no había perdido completamente los estribos, de haberlo hecho ya habría halado por la corbata al recepcionista del hotel Marriott para golpearlo hasta borrarle la estúpida sonrisa con la que intentaba justificar su falta tan garrafal.

—Se suponía que eran cuatro suites, las cuales deberían estar listas —le recordó con frustración y rabia.

—Sí señor, efectivamente son cuatro las suites, solo que cuando la señorita Smith hizo la reservación, únicamente teníamos tres disponibles, le informamos que quedaría una desocupada pero que deberían esperar diez minutos mientras se la equipaban nuevamente y ella estuvo de acuerdo —se justificó el joven de ojos grises, tupidas cejas que se unían sobre el tabique y cabello engominado.

—No me interesa si está o no equipada, necesito dejar a estos hombres ubicados, son las diez de la noche... son las diez y diez de la noche ¿Acaso no se da cuenta de la hora que es? —preguntó el francés con el desespero invadiéndolo.

—Disculpe señor, si gusta puede dejarlos y nosotros nos encargamos de ubicar a cada uno en la suite que le corresponde, realmente estamos apenados ante el inconveniente; usted puede marcharse, los huéspedes están tranquilos en el bar —respondió obviando la pregunta de Jules.

—No... no, usted no entiende, si por mí fuera me hubiese largado desde hace una hora, pero necesito dejarlos instalados y no que se terminen todas las botellas del bar, es que esto... —en ese momento el timbre del teléfono detuvo a Jules. El joven recepcionista le pidió permiso y tomó el auricular.

—¿Jules, podrías calmarte? Los colombianos están más que cómodos en el bar, realmente dudo que deseen subir por ahora a sus habitaciones... ¿Por qué te das tan mala vida? Te vas a poner viejo rápido hombre —le hizo saber Kellan llegando hasta él.

—Disculpe señor, me acaban de avisar que la suite ya está lista, pueden pasar cuando deseen; de nuevo disculpe el inconveniente —acotó con media sonrisa.

—Gracias —suspiró y con paso rápido se dirigió al bar, siendo seguido por Kellan—. Disculpen —habló a los inversionistas colombianos que habían llegado esa misma noche—. Ya las suites están listas, pueden pasar si así lo desean.

—Está bien, muchas gracias, pero no estamos apurados por llegar a las habitaciones —respondió uno de ellos en inglés, aunque manteniendo el acento "paisa" que los caracteriza—. La noche es joven —le hizo saber levantando el vaso y mostrando una sonrisa.

Dios mío, estos hombres ahora no quieren subir a sus malditas habitaciones... Necesito algo para dormirlos, esto no me puede estar pasando, la última noche para compartir con Elisa y estos colombianos se dan el lujo de creerse alambiques —pensaba Jules rozando los límites de la desesperación.

—Bueno señores, realmente me gustaría acompañarlos, pero tengo otro asunto sumamente importante que atender —confesó Jules, sabiendo que no podría pasar un minuto más en ese lugar, que hicieran lo que les diera la gana.

—Jules, ¿los vas a abandonar? —susurró Kellan algo asombrado ante la actitud de su jefe.

—Kellan no puedo quedarme más tiempo, ya estoy sumamente cansado, el día ha sido más que agotador, agotador y medio —respondió en el mismo tono de voz que lo hizo su asistente.

—Está bien hombre, márchese, no hay problema, muchas gracias por todo —le hizo saber uno de los colombianos, haciéndole un ademán para que se marchara.

—Seguro que la mujer debe estar esperándolo para pegarle por llegar tarde —le comentó uno al otro en español, con el siseo típico de ellos y soltaron una carcajada.

Kellan que sabía perfectamente el español los acompañó en su burla hacia Jules.

—¿Qué demonios han dicho Kellan? —peguntó en francés, fingiendo media sonrisa.

—Nada... nada —contestó en el idioma de Jules.

—¿Entonces por qué se burlan de mí?

—¿Y quién dijo que se están burlando de ti? —inquirió dedicándole una franca sonrisa a los colombianos.

—Kellan, no sé español, pero eso no me hace estúpido —siguió en francés mientras le sonreía a los compradores de los buques que Frank traía desde Francia.

—Está bien solo es un chiste entre ellos, después te lo digo, ¿sabes qué? puedes irte, ve y descansa, yo me quedo con los colombianos, estos tipos me caen muy bien... tienen un excelente sentido del humor —aseguró sonriendo.

Jules no esperó una segunda propuesta para marcharse, le palmeó la espalda a Kellan y con un apretón de mano a cada uno de los hombres se despidió.

Por fin llegó a la mansión Wells, uno de los guardias de seguridad le abrió el portón permitiéndole el paso a la propiedad. Ya las luces de la casa estaban apagadas, haciéndole saber que ya no había ningún sirviente.

Bajó del auto y Douglas uno de los hombres de seguridad lo acompañó hasta la entrada, donde esperó hasta que entrara.

Recorrió con su mirada el salón principal esperando encontrarse a Elisa, pero ella no estaba, seguramente no quería arriesgarse a esperarlo en ese lugar. Sin perder tiempo subió a su habitación, desvió la mirada a la puerta de la habitación del frente, pero no logró ver ningún tipo de iluminación colándose por la rendija inferior.

Seguramente ya estaría durmiendo y no iba a despertarla, por más que sus deseos se lo pidieran a gritos. Se quitó el saco y con cuidado abrió la puerta de su habitación, encontrándose el lugar iluminado y la figura de Elisa acostada en la cama de lado, dándole la espalda y llevando puesto un albornoz blanco.

Una sonrisa se dibujó en su rostro, sintiéndose embargado por una extraña ternura, dejó el saco en el respaldo de la silla y se acercó tratando de hacer el menor ruido posible. Ella se encontraba profundamente dormida, apoyó una rodilla sobre el colchón y se sentó para dejarse caer lentamente apoyándose sobre el codo, acariciándole con la otra mano los cabellos, cerró los ojos y le depositó un tierno beso en las hebras rojizas.

—Niña de mis ojos, mi niña mimada —murmuró lo más bajito posible para no despertarla—. Cómo quisiera que esta dicha no se terminara nunca —se acercó un poco más para admirar mejor el rostro de la mujer que amaba—. Tus labios marcan mi rumbo —en ese momento sintió cómo ella le tomaba la mano regalándole una sonrisa, pero se mantenía con los ojos cerrados.

—¿Cómo te fue? —preguntó ella en un susurro, aún sin abrir los ojos.

—Terrible —confesó dejando libre una sonrisa—. Una de las suites no estaba lista, me tocó esperar y después de eso, los colombianos no quisieron subir, estaba que los mataba; además, que me vieron cara de payaso y se estaban burlando de mí... No sé qué decían porque hablaban en español, definitivamente tengo que aprender ese idioma... hoy no me sirvieron de nada el alemán, ni el ruso, mucho menos el italiano... y ellos no hablan muy bien el inglés que se diga, por lo que tuve que andar con la mascota...

—¿Mascota? —preguntó deteniéndolo mientras se acurrucaba contra el cuerpo de Jules como si fuese una gata en busca de mimos.

—Sí, con Kellan. Domina a la perfección el español.

Elisa soltó una pequeña carcajada ante la denominación de él para con su asistente.

—Lo que sí me gustó es el siseo que hacen al hablar, parece como si estuvieran cantando o algo así... Además, según Kellan tienen un excelente sentido del humor, se ven tan despreocupados y relajados; al parecer no le dan importancia a las cosas, seguramente su cultura no es tan estricta... Por lo que creen que burlarse de mí es parte del juego —sonrió divertido.

Ella abrió los ojos y se volvió, encontrándose a Jules aún con la camisa y corbata puestas, solo se había despojado del saco. Le acarició una mejilla.

—Estás cansado, mira nada más qué cara tienes... Vamos a quitarte esa ropa para que te des un baño y descanses, no me gusta verte así mi vida —confesó incorporándose en la cama y quitándole la corbata.

Jules se dejó quitar la prenda y se puso de pie, ella lo imitó admirando cómo él se desabotonaba los puños de la camisa. Elisa se dejó arrastrar por esa inexplicable necesidad que taladraba en su alma, se abrazó fuertemente a él, llenándose de esa seguridad que le brindaba mientras le acariciaba el pecho con sus labios y nariz.

Jules cerró los ojos disfrutando de las caricias que le prodigaba la mujer que amaba, sin pedirle permiso le tomó una de las manos para depositarle varios besos.

—¿Cómo sabes que se burlaban de ti? —preguntó en un susurro con la mejilla pegada al pecho de él, sintiendo la piel que la confortaba con su calor aún a través de la tela.

—Kellan me dijo que solo fue un chiste, pero sé que yo era el protagonista... Se sabe cuándo la cosa es con uno —dijo sin abrir los ojos, ella dejó libre una sonrisa.

—A lo mejor y el chiste era bueno.

—Sí... sí que lo era, porque todos incluyendo a mi asistente explotaron en carcajadas.

—Entonces eso es bueno, porque no creo que haya algo peor que ser protagonista de un chiste malo —alegó manteniendo el tono de voz alegre.

—Tienes razón mi amor —dijo tranquilamente, dándole otro beso en la mano. A Elisa aún le costaba asimilar que él la llamara de esa manera, la emoción en su pecho era inexplicable, aún no creía que la amara tanto como ella a él. Jules en ese momento adhirió su frente a la de ella, mirándola a los ojos—. Quiero que todos los días de mi vida sean como este instante, te necesito para ser feliz, para respirar, quiero despertar todos los días a tu lado —se abrazó a ella.

Elisa lo recibió fuertemente, ambos cerraron los ojos, solo sintiendo el palpitar de sus corazones, sus respiraciones mientras se mecían en el abrazo. Era su última noche juntos; sin embargo, la necesidad de hacer el amor no se hizo presente.

Él necesitaba darse un baño; no obstante, Elisa no lo desamparó ni por un segundo, Jules se bañaba sin cerrar la puerta de la ducha mientras ella estaba sentada en el retrete, manteniendo una amena conversación con él. A Elisa la mirada se le escapaba, recorriendo cada espacio del cuerpo enjabonado de Jules.

Terminó de ducharse y ella le pasó el albornoz de baño, lo obligó a que tomara asiento, siendo consciente que la altura de él la limitaba en casi todo. Con una toalla le frotó los cabellos, dejándolos completamente desordenados, no pudo soportar la carcajada ante la gracia que le provocó verlo de esa manera.

—¿Te estás burlado de mí? —preguntó pasándose los dedos por el cabello para peinárselos.

—No... ¿Cómo crees? —le preguntó tratando de parecer convincente y él la estudió con la mirada por unos segundos. La sorprendió al tomarla por la muñeca y halándola para ponerla frente a él en un movimiento rápido, la acostó boca abajo sobre sus piernas y con una mano sobre la espalda le hizo imposible que se incorporara mientras que con la otra empezó a darle suaves nalgadas y ella solo podía soltar carcajadas.

—Jules... Jules...Ya no me castigues... o mejor dicho sí... castígame.

Mientras él sonreía y a segundos se mordía el labio inferior al sentir la sensación maravillosa de la palma de su mano estrellarse contra la piel suave de los glúteos de Elisa, los que podía sentirse a la perfección bajo el satén.

—¿Cuándo vas a aprender a no burlarte de mí y hacerme trampas? —inquirió deteniendo su castigo para acariciarle las nalgas.

—No lo sé —acotó volviendo la cabeza para mirarlo.

—Descarada y me lo dices así sin más —bajó su torso y le dio un mordisco donde segundos antes su mano se posaba brindando las caricias. Elisa soltó una carcajada que se ahogó en un jadeo.

—Te soy sincera... No lo sé... es que solo me sale, no lo hago de manera premeditada —confesó con esa sonrisa que derretía a Jules—. Por favor... por favor... ya suéltame —suplicó divertida.

—Con una condición —convino doblándose hacia el otro lado para mirarla a la cara.

—¿Cuál? —preguntó al tiempo que movía la cabeza a un lado para que los cabellos dejaran de estorbarle.

—Que no me dejes liberar de ti nunca... Quiero ser tu prisionero y que me mantengas encarcelado entre tus brazos y piernas por lo que me resta de vida —pidió dándole un suave beso en la parte posterior del cuello.

—Perfecto... Nunca te vas a librar de mí... serás mi prisionero. Eso quiere decir que puedo hacer contigo lo que quiera ¿verdad? —él asintió en silencio con una gran sonrisa.

—Pero también tengo mis derechos —condicionó colocándole el dedo índice en la nariz, en ese momento ella se incorporó para sentarse en las piernas del joven mientras rodeaba con sus brazos el cuello masculino y le daba un beso en los labios al tiempo que Jules llevaba sus manos a las mejillas de ella—. Bueno... eso de que puedas hacer conmigo lo que quieras... depende —acotó meneando la cabeza mientras mostraba una amplia sonrisa.

—¿Depende de qué? —preguntó Elisa entornando los párpados.

—De la situación y del momento.

Elisa introdujo sus manos entre los cabellos húmedos, masajeándolos suavemente.

—¿Ves Jules?, por eso hago trampas porque siempre quieres ser más astuto, siempre juegas con tus reglas —reprochó con un puchero cuando él la detuvo.

—¿Disculpa? —Ahogó una carcajada—. ¿Juego con mis reglas? —preguntó incrédulo.

—Bueno está bien, yo también —estuvo de acuerdo la joven.

—Elisa... amor —hablaba él, pero ella se puso de pie y se encaminó para salir de la habitación evadiendo el tema, porque sabía que Jules la mayoría del tiempo dejaba que fuese ella la que impusiera las reglas.

—Me dio hambre... ¿Tú quieres algo? —no esperó respuesta y salió de la habitación.

Jules la siguió, pero ella al ver que le pisaba los talones se echó a correr por el pasillo y él siguió el juego mientras reían divertidos como si fuesen unos niños.

Justo antes de entrar a la cocina él la alcanzó, cerrándole la cintura con los brazos por detrás, en medio de cortas carcajadas le depositaba besos en el cuello y ella alegremente lo acompañaba con risas mientras se aferraba a los brazos de Jules sobre su abdomen.

Sin soltarse caminaron de esa manera a la cocina, viviendo ese momento tan perfecto.

Elisa necesitó prescindir del abrazo para poder ir en busca de lo que cenarían. Caminó hasta la cesta donde estaban algunas frutas y agarró un par de manzanas, con la ayuda de Jules las lavó mientras él no salía de su asombro al verla usar el cuchillo.

—¿Qué miras? —preguntó observándolo de soslayo, regalándole media sonrisa.

—Nada... nada —respondió sin aún creérselo.

Agarró un pedazo de manzana y se lo llevó a la boca mientras masticaba, buscó algunas fresas, las lavó y colocó en el mismo envase donde Elisa depositaba los trozos de manzana, igualmente colocaron uvas y melocotones.

Jules con una mano tomó el recipiente y con la otra agarró a Elisa, se encaminaron hasta la mesa donde él depositó el envase a un lado. Con un repentino y rápido movimiento elevó a la chica, sentándola sobre la mesa y él se ubicó en medio de las piernas de ella. Manteniéndose de pie y mirándola a los ojos.

Cada uno se dio a la tarea de alimentar al otro en medio de profundas miradas y cómplices sonrisas.

—No me mires así por favor —pidió Elisa mostrándose realmente nerviosa.

—¿Cómo? —preguntó después de tragar y le regaló una sonrisa tranquilizadora.

—Como lo estás haciendo —susurró sin poder esquivar su mirada de las pupilas de Jules, sintiendo que se sonrojaba como una tonta.

—¿Por qué? —preguntó de la misma manera, acariciándole con los pulgares las mejillas.

—Porque siento como si tuviese el poder para hipnotizarme y acelerar mis latidos, creo que el corazón de un momento a otro me reventará el pecho y saldrá volando —masculló bajando la mirada—. Vas hacer que pierda la cordura y entonces tendrás que soportar a una loca.

—Solo te estoy mirando con todo el amor que hay en mí —susurró acercándose, rozando con sus labios los de ella—. Te amo Elisa... te amo muchísimo —confesó una vez más apoderándose completamente de esa boca mientras las manos de ella viajaban por su espalda.

—¿Me vas a esperar Jules? ¿Te vas a quedar conmigo hasta que pueda liberarme?... ¿Me vas a ayudar? —preguntó con la garganta inundada y despertando poco a poco a la realidad.

—Eso y más, prometo esperarte y luchar contigo —susurró mirándola a los ojos.

—No... No puedo dejar a Frank, no puedo, pero tampoco quiero estar con él y no sé qué hacer. Sé que no es fácil para ti pero para mí tampoco lo es, créeme cuando te digo que a veces quisiera desaparecer, esto es muy difícil porque me siento miserable al hacerle esto al padre de mi hijo, porque le tengo cariño pero es peor lo que siento cuando no estás a mi lado, cuando anhelo tus besos, tus caricias, escuchar tu voz y es a él a quien tengo en mi cama... Jules yo... yo quisiera que me entendieras, también está mi hermano... mi papá... Sabes lo que pensarían de mí si se enteran de cómo me estoy comportando... Jules, me moriría de la vergüenza, no podría verle nunca más la cara a mi padre, también está Deborah, ella no va a permitir que me separe de Frank... Y a él no quiero causarle daño, ya he causado demasiado —tragó en seco en varias oportunidades para pasar las lágrimas que se le aglomeraban en la garganta.

—Amor, sé que es difícil... lo sé. Estoy dispuesto hacerme a un lado por un tiempo para no perjudicarte, aunque me muera en esos días, lo haría por ti —decía con la voz entrecortada por la angustia cuando ella lo interrumpió.

—No... no, no Jules, no te alejes de mí por favor, no lo hagas, tú me das fuerzas. Eres lo mejor en mi vida, mi hijo y tú... Sin ustedes yo no sería nada —mientras negaba con la cabeza y sin poder más se echó a llorar, la sola idea de saber que Jules se alejaría amenazaba con hacerla polvo. Sin perder tiempo se abrazó a él, quien correspondió de la misma manera—. Es grandioso sentirse amada por la persona que uno desea... tú me lo has demostrado y lo necesito Jules, ámame todos los días como si fuese el último, como si esta fuese la última oportunidad para hacerlo —suplicó depositándole un beso en el cuello.

—Me quedo contigo, a tu lado... hasta que podamos estar juntos y tu madre no va a ser impedimento. Porque así sea tu madre no voy a permitir que se acerque a un metro de ti, ella ni nadie te va hacer daño... y te amo todos los días, cada segundo con todo lo que tengo —manifestó acariciándole la espalda—. Ahora mi americana, solo disfrutemos de las frutas... después nos vamos a la cama, que tengo ganas de que me abraces, me acaricies el pecho y yo te voy a acariciar los cabellos toda la noche... no creo que pueda dormir, solo quiero verme en tus ojos hasta que el sol nos sorprenda, aunque mañana me quede dormido en la conferencia con los benditos colombianos —dejó libre media sonrisa al tiempo que la hacía sonreír a ella.

—Me parece perfecto mi francés... solo tengo una condición.

—¿Cuál? —preguntó al tiempo que la cargaba en brazos sin el más mínimo esfuerzo.

—No, olvídalo —sonrió—. Ya no la hay, ya estás haciendo lo que pensaba pedirte.

Él soltó una carcajada y la encaminó a la habitación, donde se metieron en la cama.

Se quedaron abrazados mientras se admiraban, compartiendo caricias, besos, risas y comentarios; hacían todo lo posible por no quedarse dormidos, pero entrada la madrugaba Elisa no pudo seguir manteniéndose despierta.

Él se quedó acariciándole los cabellos como le había prometido, dejándose cautivar por el color y sedosidad de la cabellera rojiza. En varias oportunidades se dejó llevar por sus deseos y le depositaba besos en la frente.

El sol asomó sus primeros rayos en el horizonte, por lo que hizo sus besos más frecuentes y le regaló tiernas caricias en la espalda hasta despertarla.

Ese era el día libre de los empleados, pero Elisa sabía que no podía otorgárselo porque era la llegada de Frank y necesitaría de sus servicios; no obstante, les concedió tres horas más de descanso, por lo que iniciarían las labores a las nueve de la mañana, pero eso Jules no lo sabía.

—Amor son las seis y quince —le susurró y ella como una gata perezosa se pegó más a él y dejó descansar la cabeza sobre el pecho tibio.

—No importa... Puedo dormir solo cinco minutos más, por favor —pidió sin abrir los ojos y él dejó que fueran diez.

—Ya pasaron diez minutos mi amor —le susurró nuevamente—. Seguro Flavia subirá a tu habitación en cualquier momento.

Ella despertó completamente, incorporándose y mirándolo mientras se acomodaba un poco los cabellos.

—No va a subir, hoy entran a las nueve, les di permiso y le pedí a Flavia que no me despertara antes; es más, ¿por qué no vamos a bañarnos? —le dijo con una amplia sonrisa.

—Me parece perfecto —imitó el gesto de ella al tiempo que salía de la cama.

Elisa lo acompañó aferrada a la mano de él, entraron al baño y se metieron bajo la ducha mientras el agua los cubría permanecieron abrazados, ella besándole el cuello y él acariciándole la espalda.

—Je ne sais pas comment faire pour être avec toi, seulement sans toi je ne peux pas vivre —él le susurró con voz ronca, depositándole besos en el cabello y las mejillas.

Tu es la plus jolie chose qui me sois passée dans la vie —susurró ella besándole el pecho, tratando de reponerse al eco de las palabras de Jules en su cabeza, esas palabras con ese ronroneo en su garganta al hablar en francés que la hacían desfallecer.

Después del baño, ella se dirigió a su habitación porque no quería arriesgarse, por si alguno de los sirvientes no acataba la orden.

Jules aprovechó para dormir cuatro horas. Despertó justo a tiempo para ir con Elisa a recibir a Frank como ya habían acordado.

En los andenes y antes de que el tren se detuviera por completo, alejados del chofer de Frank, ambos acordaron el día en que volverían a verse.

A Frank se le dibujó una enorme sonrisa al ver a su esposa en los andenes esperándolo al lado de Jules, quien tenía a su pequeño hijo cargado.

Al salir del tren Elisa fue la primera en acercarse y darle un fuerte abrazo, seguidamente de un suave beso en los labios mientras que Jules miraba a la cara a Frederick y le sacaba una sonrisa al hacerle cosquillas en un costado. Intentado con eso no ser testigo de las muestras de afecto entre la mujer que amaba y su marido.

Después del saludo a su esposa, Frank se acercó hasta Jules, pero el pequeño no lo dejó llegar y se le lanzó a los brazos; él lo recibió con besos y mimos para después con el niño aún cargado, darle un abrazo a Jules quien lo recibió alegremente.

La amena bienvenida terminó en muy poco tiempo, en el trayecto hacia la mansión Wells, Jules lo puso al tanto de todo lo sucedido en la empresa. Frank apenas llegara a la casa, se ducharía para salir inmediatamente en compañía de Jules a la reunión prevista con los colombianos.


Traducción al español: No sé qué hacer para estar contigo, solamente sé que sin ti no podría vivir.

Traducción al español: Eres la cosa más bonita que me ha pasado en la vida.


NOTA: Aquí nuevo capítulo, espero que lo disfruten mucho. Besos y buenas vibras. Se les quiere. 

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